[center]
III[/center]
—¡Joder! —gritó sobresaltado a la vez que pegaba un brinco—. ¡Mierda! —continuó, cuando se golpeó la cabeza contra el techo, que aunque el cráneo no hubiera sufrido gracias a la mullida cobertura de la nube sí que se mordió la lengua al chochar las mandíbulas entre sí en el rebote.
Alguien le había despertado de su maravilloso y celestial sueño que había pillado en un momento. ¿Cuánto tiempo habría transcurrido? ¿Un día, un siglo tal vez? El paso del mismo se perdía con mucha facilidad en el Panteón. Fuera cual fuese la cantidad que hubiese acontecido, que le despertaran era una clara señal de nuevas órdenes.
Después de ensalivar bien la boca para calmar la herida que ahora tenía en la comisura de la lengua, Death se quitó el polvo de la ropa y sacó pecho para recibir a quien quiera que estuviese llamándolo en las instalaciones del Panteón. Cerró los ojos para recibir la conexión telepática con aquella persona que le había reclamado durante su siesta.
«Death al contacto», dijo en su mente.
«Tienes una nueva misión, Mensajero», le contestó un desconocido al otro lado. «Bajarás a Tierra Azul nuevamente, al sector del que ahora te informaremos con detalles. Encontrarás al hombre conocido como “El Meteorólogo” y le transmitirás el siguiente mensaje».
Por un momento se hizo el silencio pero Death no cortó la comunicación. Sabía que estaban preparando los datos e imágenes que a continuación visualizaría en su mente y retendría como mejor pudiera en su memoria para realizar con éxito la misión encomendada.
Volvió a abrir nuevamente los ojos y se acercó a una de las paredes de la nube hasta apoyarse en ella, permaneciendo todavía en el interior de su habitación, observando a lo lejos la visión de Tierra Azul allá en el otro plano astral. La pared funcionaría como pantalla capturando las imágenes en su mente.
Pronto la figura del planeta fue acercándose, cada vez más y más, hasta llegar a distinguir las nubes más altas en las capas superficiales del cielo azúreo.
«Sector 164789», resonó en su mente. «Área 4814891»
Mientras las cifras se almacenaban en su mente sus ojos todavía contemplaban anonadados algunas de las nubes cargadas de electricidad y agua que viajaban perezosas por el firmamento. Cuando los datos quedaron grabados a fuego en su cerebro aquellas nubes quedaron atrás y siguió volando astralmente entre nuevas masas, cada vez más densas y negras que las anteriores.
Y entonces llegó a vislumbrar una enorme isla en el cielo en una laguna de aire despejado y soleado. Parecía una isla tranquila y pacífica la que le tocaría visitar. La imagen fue acercándose lentamente a ella. Las pocas gentes que habitaban allí estaban dotadas de unas pequeñas alitas a su espalda que apenas los más críos podían usar para volar. Estaban atrofiadas.
Lo poco que sabía Death de esa raza era que fue un intento por parte de los dioses de establecer una conexión firme entre Panteón y Tierra Azul, por eso vivían en el cielo y poseían alitas como referencia celestial, aunque no fueran más que hombres mortales. Sin embargo, con el tiempo esa conexión se fue debilitando y aquellos hombres de la isla en el cielo siguieron su vida por cuenta propia. Se dedicaban al estudio de la meteorología, construían barcos voladores y mantenían un estable comercio marítimo con la tierra firme azúrea. Sólo había dos formas de llegar a islas como aquélla: o bien escalando la columna de nubes sólidas que la sostenía en mitad del mar, o pagando un carísimo pasaje en uno de los barcos voladores de turistas.
Después de hacerse una buena idea de la isla en cuestión volvió a volar astralmente por entre las calles del pequeño pueblo portuario del aire hasta pararse a los pies de un enorme edificio en la cima de una colina de hierba blanca y esponjosa.
Era un edificio bastante particular, una estación meteorológica de estructura cilíndrica y rematada en una enorme cúpula de la que sobresalían, entre otros aparatos, un gigantesco telescopio.
Accedió a la estación por una ventana abierta en uno de los primeros pisos y fue subiendo escalones, encontrándose con los espectros reflejados de los científicos que trabajaban en su interior. Parecían tener mucha faena, corriendo de un lado para otro, cargando montañas de papeles y observando pizarras cubiertas con miles de cálculos.
«Por favor, matemáticas no», rogó Death en su propia mente, esta vez procurando que el pensamiento fuera únicamente de acceso personal y privado.
Afortunadamente, las pizarras pasaron de largo y siguió subiendo más pisos hasta llegar a la sala en la que se encontraba la base del enorme telescopio que había visto desde fuera. Allí se encontraba un hombre mayor con el ojo pegado en el cristal del telescopio, mientras en una mano sostenía un lápiz y un cuadernito de anotaciones. De vez en cuando sacaba el ojo del orificio acristalado y tomaba apuntes con una avidez que nadie se imaginaría a su edad. Su alas mostraban un color cenizo que delataba sus largos años mortales transcurridos. Sin embargo, tras las grisácea barba recortada que también escondía parte de su cara, unos ojos vidriosos miraban con cierta ternura a su alrededor. Parecía un buen hombre, y sabio.
«El Meteorólogo, imagino», pronunció Death a su contacto telepático.
«Así es», le respondieron al otro lado. «Le transmitirás las siguientes palabras: “No podemos hacer nada. Sugerimos la evacuación temporal de la isla.”»
«Entendido», respondió él tras memorizar las palabras comunicadas.
«Tu misión comienza ya. Los Dioses y el Panteón te transmiten su bendición».
Death sintió cómo el contacto interrumpió la conexión y abandonó bruscamente su mente. Abrió nuevamente los ojos ya sin modorra, recargado de energías —parte de la “bendición” ya había llegado— y se preparó psicológicamente para su nueva tarea: El mensaje para El Meteorólogo.
—¡Vamos allá! —gritó eufórico, aprovechando que nadie podía verle dentro de su nubecita.
Con gesto aniñado se llevó un par de dedos de la mano derecha para taparse la nariz a modo de pinza. Preparado para zambullirse en su propio mar blanco del Panteón dio un salto y se dejó caer por el suelo de su nube, que funcionó a modo de colador. Desplegó sus enormes alas emplumadas y planeó una caída en picado por todas las capas que ahora le tocaría atravesar hasta llegar al plano astral en el que se encontraba el mundo de Tierra Azul, incluyendo el propio espacio galáctico, oscuro y vacío de materia —que a él, como inmortal y ángel, no le dañaba—.
Ya podía vislumbrar la corteza exterior del mundo, esta vez físicamente real y no como en la visión con su contacto telepático, y se emocionó. Era la segunda vez que regresaba a Tierra Azul, aunque fuera por poco tiempo.
«Sigo sin saber el tiempo que ha transcurrido desde la otra vez», reflexionó mientras volaba. «¿Cómo podría averiguarlo?»
Dejó que su cabeza cavilara en un vano intento de encontrar la solución a su particular enigma y su vuelo pasó a modo “alas automáticas”. Se introdujo por fin bajo la capa de ozono, pero todavía muy lejos de donde debía llegar, así que se adentró todavía más aún. Lo suficiente como para llegar a divisar un pedazo de agua salada en las áreas despejadas que sobrevolara en algún momento.
El mar. Eso sí que era un misterio para Death. A diferencia del cielo o la tierra, no había nada que ver sobre su superficie, no se podía ver lo que contenía en su interior y sabía que en ella habitaba toda una civilización esparcida en ciudades acuáticas por todo el océano azúreo. Nunca había visto una quimera marina, como lo eran las sirenas, los tritones y los demás hombres peces. Pero no podía ver a través del agua, como tampoco a través de la tierra y conocer los subterráneos y cavernas —que llegaban hasta el llamado Infierno, territorio del dios Diablo y sus demonios—, pero esa última zona no era de su interés.
—¡Mira papá, qué pato más feo!
—¡No, mi niña, es un ángel del Panteón! ¡Una bendición para nuestro viaje! ¡Alabados sean!
El muchacho alado salió de sus ensoñaciones con el mar y miró al lado contrario. No se había percatado de la presencia de un pequeño barco volador navegando entre las nubes en la misma dirección que él. Vio la mirada de sorpresa de una niña con pinta repipi colgada del cuello de su padre, que también lo observaba con fanatismo.
Sentía decenas de ojos clavados en su nuca incluso cuando con las alas planeó para colocarse por debajo del barco, en la parte inferior del casco. Los pocos pasajeros a bordo no dudaron en asomarse a cubierta a contemplar el maravilloso ángel caído del Panteón, algunos equipados con enormes cámaras cuyos flashes cegaban al pobre Death.
Según sus cálculos ya no debía quedar muy lejos la isla del cielo a la que se dirigía, se relajó y agarró un saliente de madera del casco dejándose llevar por la propia corriente del motor del barco.
[center]
.
.
.[/center]
Ha habido ciertos comentarios que me han dejado K.O. en el sitio. Siento que no me los merezco xD
De todos modos, gracias por vuestra sinceridad
Como habréis notado, soy una persona que describe hasta la saciedad y llevo la trama a paso lento, mis disculpas. Pero me gusta mucho escribir todo el proceso a través de los ojos del personaje y del narrador omnisciente que lo sigue durante el trayecto completo que va de un lado a otro de la historia. No me gusta dejar lagunas temporales.
Espero que os haya gustado :3