-X-
The Game
Capítulo piloto.
En un lugar lejano a todo, donde el mundo tiene sus propias leyes llegando a rozar lo absurdo e incluso lo maquiavélico, habitaba un rey que deseaba con todo su empeño ser Dios.
Era un rey con unas ansias increíbles por ser clamado en pos de Dios ante los demás, así que decidió hacerse con todos los poderes que pudiera haber.
Entre ellos, los de los demás mundos...
Aquél rey arrebató los poderes de los demás reyes del mundo en el que estaba. Y tales eran sus ansias de conseguir tal ventura que, con una gran cantidad de guerreros, se aventuró a ir a la ciudad de Serpentine, donde decían hallarse los mejores oráculos del reino.
Al llegar a la ciudad, la gente no paraba de inclinarse ante el carro negro bordado en oro en el que se hallaba el rey. Y era normal, pues si no se hacía, propio de él hubiera sido torturarlo hasta la muerte. Sí, quería ser Dios, pero antes de serlo, era un rey lleno de maldad. Rebosante maldad.
Tras llegar ante la montaña, montaña en que vivían los oráculos, el rey clamó:
—¡No volveré a subir estas escaleras otra vez! ¡A la próxima, las escaleras bajarán a mí! —clamó, obviamente refiriéndose a su puesto de Dios, que le sería conferido no muchas horas después.
Subió las escaleras que llegaban a lo alto de la montaña de los oráculos él solo, como dicen las leyes de los oráculos.
Horas y horas pasaron de habla entre ellos. Hasta que, por fin, llegaron a la cuestión del asunto.
—Lo que necesitas... Es sencillo de conseguir —comentó uno de los oráculos. Eran tres.
—¿Qué es eso que decís? —preguntó el rey.
—Un antídoto... que poseemos. Tras tomarlo, debéis ir a la montaña de la puerta lunar, a media noche exactamente. Una puerta se abrirá ante vos, y podréis pasar. Justo después, os hallaréis en una sala oscura. Esperad a vuestro destino por doloroso que sea, allí dentro, su majestad —terminó.
Y así fue.
A media noche, en aquella montaña, vio la puerta Lunar ante él.
No tardó en adentrarse en ella...
Y no mucho más tarde, se escuchó un grito aterrador.
Y fue así como aquél rey, dentro de aquél lugar extraño, sin un cómo, se transformó en un <<Total Deus Ex>>.
* * *
Era de noche. Serían alrededor de las cuatro de la mañana, y había una inmensa oscuridad. Yukai se levantó de la cama en pos de hablar con Daniel, un amigo.
Se aproximó a una de las camas de la habitación. Era una habitación compartida. En un orfanato, sí.
—Daniel... ¿Estás despierto? —preguntó.
—Ahora sí. Gracias —dijo con un tono bastante irónico.
—Perdona... Oye, ¿has oído el estruendo de antes... o he sido sólo yo quien lo ha notado?
—Yo también lo he escuchado. Fuera, en el pasillo —contestó en un tono de voz bajo.
—¿Vamos a mirar?
—¿Estás loco? Si son los profesores nos matan, tío. ¡Nos matan!
—Exageras demasiado —bufó.
Ahora Yukai se acercó hacia la puerta. Pudo tocar el pomo frío de la misma, a lo que escuchó unos sonidos extraños tras esta. Pasos, eso es lo que era.
—¡Dani! —llamó, levantando no muy mucho la voz para no llamar demasiado la atención—. ¡Ven!
—Estás loco... —comentó en voz baja, muy baja.
Se acercó, en silencio, podría decir que de puntillas, algo que Yukai no pudo comprobar a culpa de la oscuridad.
Ambos colocaron sus orejas en la puerta, intentando oír algo tras de ella. En vano, obviamente, como suele pasar en estos casos.
—Yukai, como pase algo —advirtió Daniel—, date por muerto.
—Menudo exagerado eres.
Daniel se apartó de la puerta y dio una colleja a Yukai. Se rió en voz baja.
—¿Sabes? He dejado de escuchar nada —comentó—. Casi mejor voy a mirar fuera.
—¿Tú solo?
—¿Pensabas venir conmigo?
—Pensaba que me lo pedirías.
Yukai calló. Buena respuesta.
—Vale —contestó Yukai—. Ven conmigo.
Yukai giró el pomo sin mayor espera que la anterior, o sea, apenas un par de segundos. Tras abrir la puerta, ojeó por la mirilla un poco, por si acaso.
Nadie había en aquél pasillo. No sabían si alegrarse o desilusionarse; el caso, es que terminaron saliendo de la habitación, de puntillas, pues el suelo hacía un leve ruido por el peso (teniendo en cuenta que las habitaciones tenían un suelo de madera y el pasillo era de piedra, el ruido se producía en la habitación).
—Yukai, procura no hacer ruido.
—Eso intento, idiota.
Y en efecto, la salida de la habitación produjo un sonido semi-chirriante e inminente, como siempre.
Ambos inspeccionaron lenta y tranquilamente el lugar, como esperando algo... o alguien. El caso es que no dieron con nada por el momento, por lo que, curiosos, empezaron a buscar aquél algo. En principio no hallaron nada a la hora de buscar por aquellos oscuros pasillos, así que decidieron ir un paso por delante: el salón del claustro.
Pocas veces alguno de ellos tuvieron que ir como castigo a ese salón. Sin embargo, Daniel sí que lo conocía un tanto más; era un cuarto rectangular pero pequeño, con unos muebles antiquísimos y unos libros aún más. En la estantería había algún que otro trofeo de alguna competición entre colegios. Había una impresora y una mesa central, con un par de ordenadores de mesa rodeándola.
Yukai y Daniel no tuvieron que recorrer grandes pasillos oscuros hasta llegar al dichoso salón. En poco tiempo ya se hallaron frente a la sala que, como de costumbre, solía estar abierta. Daniel hizo hincapié en abrir la puerta girando el pomo y empujando. Nada ni nadie, como esperaban.
—Yukai, ¿por qué no lo dejamos por esta noche? —Comentó el cansado chico.
—Yo no dejo nada a medio hacer, Dani. Y lo sabes —respondió.
Daniel bostezó y Yukai exploró a ciegas el lugar. Pudo comprobar que todo estaba como siempre encendiendo la luz, sin miedo a que apareciera alguien; lo habían perdido, por así decirlo, por la curiosidad, aunque igualmente la luz era muy tenue y poco visible desde fuera, donde los cristales estaban tintados de un color oscuro y, para colmo del que estuviera fuera, eran cristales de estos borrosos. Por lo demás, la puerta era de vieja madera.
Yukai seguía con su búsqueda mientras Daniel se sentó en una de las desgastadas sillas de madera de la sala que rodeaban la mesa. Bostezó, volvió a bostezar, pero no se quedaba dormido, ya no. El sueño casi se le fue cuando vio la hiperactividad de su amigo por buscar. Sin embargo, a este se le planteó una duda que no rechazó meditar con su amigo, con Yukai.
—Yukai... Oímos un ruido antes, pero... ¿La sala no es un tanto pequeña como para buscar a alguien?
—¿Quién dijo que yo siguiera buscando a alguien?
—No creo que el ruido lo produjera un Slinky, Yukai.
—Muy gracioso, dormilón. Pero no, yo busco otra cosa.
—¿El qué?
—Mi Nautilius. Debe echarme de menos.
Daniel empezó a reír con una sonoridad baja. El Nautilius de Yukai era una especie de ordenador que recibió hace ya tres meses y medio, casi. Con él, Yukai conoció a muchas personas y ponía un énfasis muy especial en una chica de nombre Gatha. Aunque en realidad, obviamente ese no era su nombre; era un mote que ella daba a mucha gente, nunca dio a conocer su auténtico nombre.
Aunque dejando de lado el qué hizo Yukai con el Nautilius deberíamos decir cómo es. El ordenador vestía una tapa de color blanco con una inscripción en letras doradas con la marca, la misma por la que Yukai nombraba a su ordenador: Nautilius.
Sin embargo, dos días antes de esta madrugada, la profesora de sendos alumnos, la Srta. Lourdes Lozano, arrebató el ordenador a Yukai alegando que pasaba más tiempo con él que con los estudios y eso bajaba su rendimiento. Pero, en realidad, Yukai seguía igual que siempre en lo referente a los estudios y aún no había sacado menos de un notable alto; la profesora tenía una buena excusa preparada para mantenerlo aún más a rajatabla.
Mientras tanto, Yukai seguía buscando su ordenador por los cajones de las diferentes estanterías (pues habían varias). Daniel, mientras tanto, sólo miraba fijamente los pasos de Yukai por la estancia.
—¡Aquí está! —exclamó Yukai alegre—. Es hora de volver a la habitación.
—Por fin, ¡por fin! —terminó su amigo.
Recorrieron los pasillos de nuevo camino a los dormitorios. Desde su salida, habría pasado como una hora, por lo tanto, pensaron, que quizá sólo serían las cinco de la madrugada, como mucho.
Entraron en la habitación, al llegar. Nadie estaba levantado, y ningún profesor yacía esperándoles para encomendarles algún asqueroso castigo de los suyos. Nada. Ni nadie. Absolutamente.
—Yukai —llamó a su amigo—, ¿qué pretendes hacer encendiendo el ordenador?
Cierto, Yukai había encendido su querido ordenador. Pese a no hacer ruido alguno, pues el cual estaba desactivado, el solo hecho de la luz que desprendía por la pantalla ya era tono para despertar a sus dormidos compañeros. Sin embargo, con suerte, ninguno se inmutó.
—Oh. Sólo quería comprobar mi correo electrónico, por si acaso —contestó.
—Bueno... Que te sea leve, yo voy a dormir —terminó con un bostezo y se acostó.
Yukai comenzó a colocar sus datos en el ordenador para acceder a su mail. Comprobó sus correos nuevos: “Envía esta cadena o no te pasará nada”, “Cómo cambiar el color de tu mail sin estafas”, “Esto no es un virus, es un troyano” y otro que decía: “Para el Sr. Yukai”. Hizo ademán de borrar todos menos el último, que acabó por leer:
“Hola, querido Sr. Yukai. Mi nombre es Lexter y soy el señor que te envió tu ordenadorcito. No
me des las gracias, ya me las doy yo mismo. En fin, estoy en deuda con usted, y usted, a su vez,
conmigo.
Pues, entonces, seré breve: Me gustaría encontrarme con usted mañana en el embarcadero, a
las 09:30 AM. Me encontraré con usted para entablar una amistosa charla, je...
Bien, como accederá, le “espero” allí.
Dr. Lexter.
PD: Llévese a su amigo Daniel al embarcadero.”
Y así decía. Pensó Yukai en parte que quizá le debiera devolver el favor, pues le había regalado un ordenador, pero otra parte de él pensaba en qué pasaría si al final resultaba ser una estafa.
Yukai optó por devolverle el favor, y decidió ir preparándose para partir llegado el amanecer.
Las horas a partir de entonces pasaron rápidas, y justo a las ocho de la mañana levantó a su amigo, le explicó lo que pasaba y no se pudo ni negar; Yukai preparó hasta lo de su amigo, para partir pronto hacia su destino.
No tardó Dani en prepararse ni unos diez minutos, pero entretanto ya habían dado las ocho y media de la mañana. Sin describir demasiado, Yukai y Daniel recorrieron los pasillos que horas antes hubieron recorrido ya con una menor oscuridad. Pasaron el comedor, el salón del claustro y hasta la sala de gimnasia, que daba paso afuera del colegio; iban a salir por ahí pues intentar salir por la puerta principal o incluso por la trasera se trataba de algo difícil; nunca se sabía lo que podías encontrar como vigilancia, y necesitaban ir a paso rápido pero seguro.
Lograron salir del patio de gimnasia, ya fuera de las instalaciones que componían el viejo internado. El campo se veía con gran humedad y con una escasez media de árboles, a pesar de estar en primavera. En esa zona no había mucha flora, que digamos, y aún menos fauna.
Yukai esbozó una sonrisa casi mágica; parecía hechizado con la simple idea de poder sentirse libre por una vez tras tantos años. No se preocupó por nada, ni tan siquiera por su hermano; dejó una nota en su Nautilius para su hermano, así que podríamos decir que se lo regaló hasta que volviera de darle las gracias a aquél extraño tipo.
Daniel tampoco se preocupó mucho, ni razones tenía por hacerlo. Tal vez, en el fondo, él fuera el primero en alegrarse de hallar algo que hacer fuera de esa caja llamada internado. Simplemente, se pudo alegrar en el fondo.
Ya con la marcha iniciada, fueron caminando sin prisa pero sin pausa dirección al embarcadero; conocían el camino por las visitas que habían realizado allí mismo con su internado en anteriores excursiones. Pero esto no era una excursión, era algo mejor.
Era sentirse libre por fin.
—Yukai, ¿cuánto tardaremos en llegar aproximadamente? —preguntó Dani curioso.
—Alrededor de veinte minutos, a este paso. Llegaremos unos diez minutos antes de lo previsto, creo. No estaría mal —pensó.
—Si tú lo dices... Bueno, yo solo digo que empiezo a tener hambre —comentó Daniel.
Ciertamente, tanto ajetreo por la noche consiguió no solo bostezos, para nada. Yukai advirtió a Dani que no podían para a desayunar, así que desayunarían sobre la marcha, pues no había tiempo que perder.
Ya con los bocadillos en la mano, o mejor dicho, la mitad, ambos chicos siguieron su camino; la carretera se había vuelto estrecha y estaban prácticamente rodeados de árboles, ahora sí. Ahora parecía un auténtico campo, casi un bosque.
Ya casi se podía avistar a lo lejos el embarcadero. Yukai logró terminar su bocadillo pero Dani lo guardó porque se quedó sin apetito.
—Dani, ¿ves ya el embarcadero? —preguntó Yukai.
—Sí, lo veo. Y tú también; déjate de preguntas absurdas, que en pronto llegaremos.
—Aguafiestas...
Y ciertamente, llegaron en apenas cinco minutos. El embarcadero estaba totalmente solitario; solo habían tres carabelas de un tamaño medio, como el que usaban los piratas, pero menor. Aparte de eso, nada más había allí que poder describir, salvo un azulado mar que pocas veces antes en su vida había podido ver siquiera.
—Esperaba que llegases, Sr. Yukai. Y... compañía —habló una extraña voz.
—¿¡Quién es!? ¡Salga a nuestro encuentro! —advirtió Yukai—. ¡Ya!
—Pensaba que no me lo pedirías, chico —comentó para proseguir—, ya parecías mudo.
—¿Por casualidad es usted el tal Lexter? —preguntó Daniel tranquilo.
—Pues, ahora que lo dices, sí y no —respondió la voz.
—¡Encima que nos trae aquí, nos viene con misterios! ¡Esto es la polla! —exclamó Yukai.
—Bah, usted, Sr. Yukai, me parecía mejor hablado. Qué poca educación te dieron tus 'papis'.
Yukai se enfadó bastante cuando oyó mencionar a aquél tipo sobre sus padres.
—¡Hijo de la gran puta! ¡No menciones a mis padres! —advirtió nuevamente.
—Vale, vale... No te alteres, ya tendrás tiempo después de hacerlo con gente peor que yo. Lo siento, de veras. Mi nombre es, en efecto, Lexter. Os traje a ambos chicos para que me devolvierais el favor que os corresponde. También, complemento con una buena información: no estoy aquí, solo soy un holograma tras de vosotros.
>Me encantaría dar una gran charla pero de veras que escatimo en tiempo. Bien. Os diré el porqué estáis aquí vosotros dos. Tú, Yukai, me debes un favor; el favor que yo te hice, no fue el ordenador, sino la capacidad de enamorarte; es un regalo que no se ve. Y exactamente otras cuarenta y nueve personas me deben algo, entre ellas, tu amigo Daniel; ya sois cincuenta. Bien. Esas cincuenta personas irán llegando aquí, recogerán un amuleto que vendrá a entregar un hombre con un gorro muy especial, y cogeréis uno de estos barcos que hay aquí.
>>En el amuleto se halla un número y un nuevo nombre que deberéis usar en este pequeño juego.
Yo, al menos hoy, no puedo seguir explicando gran cosa. Eso sí... Es imposible abandonar el juego. Es más, ya ha comenzado.
—¿Qué juego? ¡Habla! —ordenó una voz tras Yukai y Dani.
Tras ellos, se hallaba un chico de pelo largo y castaño, con ojos marrones brillantes. Tenía un porte habitual de un chico de quince a dieciocho años. Vestía con una camiseta y un pantalón vaquero azul rasgado por las rodillas. Era un poco más alto que Yukai, unos tres centímetros de diferencia.
La duda de aquel chico no quedó resuelta, pues el holograma desapareció. El joven nuevo que llegó se acercó a nosotros y empezó a hablarnos:
—Hola chicos. ¿A vosotros también os ha colado la historia del favor este? ¡Ya no cojo más una guitarra nueva de extraños! Ah, por cierto, mi nombre es Esuna. Iago Esuna.
—Encantado, mi nombre es Yukai.
—¿Eres chino? —preguntó el muchacho nuevo.
—Para nada. Mi madre me parió en mitad de un viaje a Japón y allí me pusieron este nombre, en realidad soy de España.
—Mi nombre, ya de paso —carraspeó Dani— es Daniel Säinz. Ambos venimos de un orfanato y no, yo no le debo ningún favor al tal Lexter; solo acompaño a Yukai. Es una promesa.
—¿Qué favor debes tú al moñas este, Yukai? —preguntó Iago.
—Me regaló un ordenador.
—¿Barato?
—No tiene mucho que ver, pero no.
—A mí me la coló con mi guitarra eléctrica. Dijo que con ella me aceptarían como bajista en todos lados; no se equivocó. Y vine para eso, para devolverle el favor. No pensaba que fuera a meterme en un juego extraño ni nada de eso.
—Dudo que alguno de aquellos lo sepan también —dijo Yukai señalando el camino por el que llegaron unos siete nuevos visitantes con gafas a modo de ocultar su identidad.
—Tú, enano —comentó uno de ellos—, cierra tu hermoso pico. Nosotros somos como la élite de todo este rollo; sí conocemos el juego este.
—Bueno, pues entonces habla —dijo Iago desafiante.
—Lexter es un sucio esbirro de la llamada CDF, CoberDenFavorten. Para ti, renacuajo insolente, es el Cobro de Favores o Cadena de Favores, como prefiráis los de tu burda raza de punks—bufó tratando hablar de Iago.
>Nuestro querido amigo, el Dr. Lexter, solo es una marioneta para traer gente a este juego. Lo que su, digamos, empresa realiza es una cadena de favores con personas para tratar de descubrir sobre ellas. En este caso, él no buscaba conocer a los... personajes que aquí se encuentran, sino su guarrilla mejor preparada: un usurpador.
—¿Planeaba contratar un espía? ¿Para qué? —preguntó Daniel.
—Para entrar en el juego de los Dioses, por supuesto. ¿Por qué si no...? —bufó el enmascarado.
—Espera... ¿Juego de los Dioses? ¿Qué diablos...? —profirió Iago.
—¿No os han contado nada sobre eso...? Buah. Chicos, estos tres payasos no van a durar...
—No te he preguntado cuánto íbamos a durar, idiota —dijo Iago—, he preguntado qué coño es el juego del que hablas.
—Ahora llegaré a esa parte... Bien, como iba diciendo, tenemos una ratilla entre los jugadores, que va chivando cada uno de nuestros pasos a Lexter. La misión de Lexter es obtener datos del juego de Dioses, también llamado -X-. Teniendo una ratilla como esa entre nosotros podría informar con bastante precisión, y ya puestos, sólo debía hacer una cadena de favores. A eso lo de tu fantástico Nautilius. No eres el único, Yukai, que ha recibido algo con esa inscripción. Ahora sí que entraré en detalles.
>>Antes que nada, yo y estos seis chicos que me siguen somos un grupo aliado que ha obtenido uno de los engaños de la cadena de favores de Lexter. Aún desconocemos qué puede ser Nautilius pero sabemos que participando en el juego de los Dioses encontraremos lo que queríamos obtener, y saber de qué va todo el rollo del -X-. Por lo que creemos, se trata de una unión de Dimensiones paralelas a esta, unas diez... Lo que desconocemos es qué hemos de hacer o para quién. Es como un viaje. Uno muy especial.
Los chicos callaron. Nadie se inmutó siquiera de la llegada de unos veinte, treinta chicos. Daniel, que taciturno los contó, observó que incluyéndose ellos y los siete enmascarados, habría unos cincuenta engañados por Lexter para entrar en el juego. Y solo uno de ellos, uno, era un traidor que no debía nada. Pero..., ¿quién?
—Yukai —observó Iago—, ¿crees en lo que dijeron esos chicos?
—Sí, así lo creo. Pero nada es seguro y solo hallaremos pistas en el viaje... ¿Irás, Iago? —preguntó.
—Claro.
—¿¡Ni siquiera lo piensas!?
—De ninguna forma.
—Pareces decidido.
—Lo estoy, je.
Daniel intervino.
—Iago, creo que el lanzado se ha quedado sin fuerzas a volar —dijo refiriéndose a Yukai.
—Nah, estará confuso. Yo también lo estuve en mi camino, pero llegado esto ya dudo de porqué dudé. Menudo trabalenguas —chasqueó.
—Yo no he dicho nada de que dudase, sólo creía que no lo había pensado antes —comentó Yukai.
—Tú sí que no lo habías pensado, mentemala —rió Daniel, acompañado de Iago.
—Me da igual lo que penséis —dijo una voz madura que no conocían—, pero ¿queréis coger de una vez el maldito amuleto asignado? —terminó.
Era un tío de unos dieciocho años con un fedora a la cabeza y de una altura superior a la de todos. Vestía unas ropas (más concretamente una camiseta blanca tapada por un largo abrigo de color marrón, que también lucía una especie de colgante casi pegado al cuello con una forma rara) de invierno, pues aunque no lo era, el frío de una estación antes permanecía allí, a esas horas de la mañana, junto al mar. Dio a los chicos un amuleto para cada uno, con forma de colgante con una piedra de plata en forma de lágrima puesta del revés; por detrás llevaba un número romano y un nombre.
Tras haber repartido todos los amuletos a las personas, el tío del fedora junto con dos personajes más empezaron a exclamar:
—Ahora que todos tenéis el amuleto, os hablaré de su función: aquí, en esta dimensión, no podréis activar su auténtico poder, pero su nombre es ARMA. Este amuleto es capaz de invocar un arma que puede adoptar una forma predestinada y capaz de cambiar al subir al máximo su nivel. Tras el amuleto, hallaréis un número romano y un nombre.
>Atención a esto: los Deus Ex, que así se llaman los jefes de las dimensiones paralelas, os llamarán por vuestro número, que como sabréis, hay del uno al cincuenta en romano. Los demás jugadores os podrán llamar por ese nombre que adoptaréis para el juego.
Yukai comprobó su número y su nombre. Como número, tenía el X, el diez. Y como nombre...
“Yuuki Kiseki.”
—A mí me llaman Yuuki Kiseki —señaló Yukai.
—Mmm. A mí me corresponde uno muy raro: Sheylar Wells —respondió Iago.
—Velacrow, encantado —bufó Daniel.
—Bueno —profirió el del fedora—, ahora llamaré por el nombre para el juego a los pasajeros de la carabela “el Terabithia”. Vayan subiendo... Sheylar Wells..., Lily Flint..., Steiner Krox..., Yuuki Kiseki..., Miké Lost..., Sarah Mikami... —y continuó hasta llegar a quince. El tío del fedora dijo algo de vigilar el barco número uno.
Yukai dirigió una mirada a Daniel, que se despedía a lo lejos mientras se embarcaba en el segundo barco, de nombre “Usurpador”. Ya no pudo oír el nombre del último barco, que tardó algo más en salir.
El barco no era gran cosa; grande, hecho completamente de madera y con unas velas blancas muy limpias, algo que extrañaba mucho. La gran mayoría de los pasajeros fueron a descansar hasta llegar a su destino, pero Yukai e Iago seguían allí. Entre ellos, hablando, ya empezaban a usar su nombre fijado para el juego.
—Sheylar —comenzó Yuuki, ya nombrado así—, el tío del fedora me es muy raro; está vigilando nuestros actos. ¿Será él la ratilla de la que habló el enmascarado de antes?
—No prestaste mucha atención, ni a Lexter ni a la charla de antes... Ese tío es nuestro vigilante, hasta llegar a nuestro destino. Mira, si quieres, vamos a preguntarle.
Sendos chicos se aproximaron a él. Aquél hombre les miró con cara de ironía. Yuuki se fijó, que no todo estaba igual en él: el colgante del cuello ya no estaba posado en el cuello del tío del fedora.
—¿Qué queréis? —preguntó en tono irónico.
—Antes que nada, presentarnos. Mi nombre es Yuu...
—Sé vuestros nombres; los memoricé antes. ¿Quieres una lista, por si lo olvidas? Ja, ja, ja... —rió.
—No, con saber qué pasa, nos basta.
El tipejo aquél miró de reojo la popa y respondió.
—Busco un lugar, en otra dimensión. Un día fui a pedirle un favor a un amigo y tras tergiversar mucho desde entonces, me vi con el cuello rodeado por un colgante que no se quitaría hasta que cumpliera mi misión, que era liderar este barco. Tras eso, podría pasearme por las dimensiones a mi gusto buscando la mía propia.
—¿Y cuál es la tuya? ¿Quién eres?
—Busco Sekai. Mi nombre... es Reiji.
Y un silencio se postró a lo largo del resto del viaje.
Capítulo piloto: FIN.
>Todo lo demás, en el siguiente capítulo de -X-: Capítulo I: Una misteriosa Isla.
>Gracias por el cameo de Reiji a Habimaru, que dejó usarlo.
-->Una firma de mi dios, by 
--->Vany Vanitas~~ (?)
---->xXRIKUXx
-->Me da igual que me regales firmas, no cenas~~
-->Mi Mentos me mima~~(?)
--->Cajita Heavy :D
