[Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

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[Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Ene 11, 2011 11:07 pm

Buenas. Aunque pretendía que mi próximo proyecto (uno que colgara) se tratara de una historia original, hace algún tiempo tuve una idea y no pude evitar comenzar a escribir. Ahora, he decidido postearla y aunque sé que este Fan Fiction se amontonará entre otros muchos de KH, espero que alguien disfrute de la historia o le ayude a pasar el rato.

"Sombras en el Amanecer" tratará principalmente sobre la Guerra de las Llaves Espada. La historia es anterior a Kingdom Hearts Birth by Sleep y ninguno de los personajes del juego ha nacido aún (xD), por lo que todos serán inventados por mí. Sin embargo, intentaré ceñirme a los sucesos referentes a la guerra que se han desvelado hasta ahora. También aviso de que el Fan Fic contendrá spoilers sobre el BBS.

Acepto críticas de cualquier tipo, tanto de escritura como de trama. Escribo porque me encanta y me gustaría mejorar, aunque sea a través de un Fic y no de relatos originales.

Y sin más, al lío :write:

Sinopsis
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En un mundo único de luz, los portadores de la Llave Espada se encargaban de salvaguardar la paz y la armonía entre sus habitantes. Sin embargo, algunos de los propios guardianes decidieron intentar acaparar más luz de la que necesitaban... Y así, nació la oscuridad. Y con ella... la Guerra.

Anthea es una aprendiza rebelde y despreocupada, sin más objetivo que convertirse en una Maestra de la Llave Espada. Aún así, no puede evitar darse cuenta de que algo malo ocurre cuando sus Maestros se marchan repentinamente de la residencia donde viven con otros aprendices. Y después de descubrir a un infiltrado en la mansión, sin percatarse del peligro que supone perseguirlo, acabará por inmiscuirse en un plan que va más allá de la Guerra...


Listado de Capítulos escribió:Los capítulos saldrán semanalmente, salvo casos en los que mi tiempo escasee, y que serán avisados con antelación.

Prólogo - The Beginning of the End

Capítulo 1 - Misión

Capítulo 2 - Errores

Capítulo 3 - Apariencias engañosas

Capítulo 4 - «¿Qué eliges?»

Capítulo 5 - Nuevas respuestas, nuevas preguntas

Capítulo 6 - Regreso a casa

Capítulo 7 - «Será nuestra promesa»

Capítulo 8 - Luz y Oscuridad

Capítulo 9 - The End

Epílogo - Caída en la Oscuridad



Prólogo

The Beginning of the End


Suspiró, cansada, y volvió a embobarse mientras miraba a través de la ventana el exterior. Hacía tiempo que se había acostumbrado al oleaje del mar que rompía contra las rocas y que, en numerosas ocasiones, empapaba sus cristales, además de a las rejas instaladas muchos años atrás. Lo peor de su cercanía al mar siempre fueron las noches de tormenta: nunca lograba pegar ojo.

Volvía a estar aburrida. Había acabado por cansarse de escribir y dibujar, sus pasatiempos favoritos, hasta el punto de desear no coger un lápiz más en su vida. Aunque en realidad, sabía perfectamente que al día siguiente retornaría con sus actividades.

Era una joven alta y albina, destacando por su cabello plateado, recogido en una fina trenza que caía por la espalda, y unos ojos escalofriantemente cristalinos. Pero si bien su aspecto ya podía llamar en exceso la atención, los conjuntos oscuros que solía vestir resaltaban aún más su palidez. Aquel día en particular, una sudadera gris y unos pantalones oscuros hasta las rodillas.

A pesar de los barrotes de la ventana, a simple vista su cuarto era una habitación como otra cualquiera. Tenía su propia cama, cómoda y mullida, como a ella le gustaba; un armario que ocupaba gran parte del espacio de la pared, aunque bastante vacío debido a sus pocas pertenencias; y un escritorio de caoba algo anticuado, donde solía pintar o escribir en los cuadernos que le procuraban.

La razón de su apariencia como celda se debía, por lo que le habían contado, a su anterior propietario: un Maestro chiflado al que le atormentaba la idea de que el resto de los portadores se aliaran en su contra y tramaran a sus espaldas la manera de derrocarlo. Así, se aisló del mundo y se encerró él mismo en su propia habitación. Murió solo poco tiempo después. Cuando ella llegó de niña, resultó ser una chica chillona y quejica, por lo que le asignaron el cuarto más apartado del resto, precisamente ése, para no tener que aguantarla. Habían pasado casi once años y aunque había dejado de gritar como una niña pequeña y mimada, para algunos seguía siendo igual de insoportable.

Tampoco es que le importara mucho la actitud de sus compañeros aprendices, pero en ocasiones no podía evitar sentirse un poco sola.

«Ese idiota…», pensó, recordando que quizá no estaba tan sola como creía. «¿Qué estará haciendo?».

Se levantó de la silla y sin nada mejor que hacer, salió de su habitación para encaminarse al cuarto de su vecino más cercano. Los pasillos de la residencia eran largos y semejantes, decorados con tapices que representaban antiguas batallas entre portadores, algunas de las cuales ninguno había oído ni hablar. El más fascinante de todos era seguramente el lienzo que colgaba tras el escritorio de la Maestra Kyra. Reflejaba la costa de la misma playa que veía por su ventana, donde un portador entregaba su arma al mar bajo una tempestad a la que no sobreviviría, como solía describír la Maestra. La historia oculta tras ese tapiz, sin embargo, nunca la había desvelado, si es que la conocía realmente o sólo aparentaba saberla para dejarles con una intriga que nunca saciarían.

Llegó a la puerta de la habitación de Dimitri y sin molestarse en llamar, entró. Su compañero estaba tumbado en la cama y sumergido en la lectura de un libro que, por el título que pudo entrever, era de lo menos interesante que podía caer en manos de cualquier persona. De cualquier persona, menos de Dimitri.

Dimitri era un muchacho robusto, aunque más pequeño que su amiga en todos los sentidos. Tenía el cabello cobrizo y revuelto, como si en vez de peinarse se pasara la mano por encima para enredárselo aún más. Nunca destacó por llevar prendas excéntricas o peculiares: intentaba pasar inadvertido, evitar siempre ser el centro de atención.

Se quedó varios minutos en el marco, esperando a que Dimitri se diera cuenta de su presencia. Estaba tan concentrado que ni había escuchado el chirrido de la puerta mal engrasada al abrirse. Pero mucho más pronto de lo que ella esperaba, empezó a sentirse incómodo y observado, por lo que desconectó y levantó la vista. Al contemplarla, pegó un brinco de la sorpresa. Las apariciones de su amiga siempre le resultaban inesperadas.

— ¡Anthea! —Exclamó—. ¿Qué haces aquí?
— Ver qué haces, bobo. ¿A ti qué te parece?
— ¿Y no podías llamar a la puerta como toda persona educada?
— Sabes que yo no soy de esas —rió, sentándose en la cama de Dimitri—. De las que se comportan de manera educada, digo.

Dimitri sonrió, sabiendo que no lo decía en serio. Cada vez que el Maestro Eleazar se hallaba presente, pobre de quien no se comportara correctamente, porque no era conocido por ser un instructor tolerante.

— ¿Crees que volverán pronto? —Abordó Dimitri, intranquilo al recordar al Maestro.

Anthea comprendía su impaciencia, aunque no la compartía. Por primera vez, los tres Maestros de la Llave Espada se habían marchado a un destino incierto, avisando a sus aprendices unas horas antes de la despedida, pero sin dar explicaciones del motivo. Estaban solos, sin nadie pendiente de ellos ni ningún modo de entrenar bajo algún tipo de supervisión. Y el hecho de que hubiesen partido juntos sólo podía presagiar que algo verdaderamente terrible debía de haber sucedido fuera.

— Su misión resultará mucho más fácil mientras permanezcan unidos —dijo Anthea, encogiéndose de hombros—. Tampoco será muy importante si no se han molestado en informar a nadie más, por si ellos no regresan… ilesos.

Tenía otra palabra en la punta de la lengua más acertada a lo que imaginaba, pero conociendo a Dimitri, sabía que se preocuparía mucho más si no le transmitía el mensaje de la manera más suave. Por suerte, lo había captado a la primera.

— Tienes razón. Al fin y al cabo, son Maestros. No tienen nada que temer—intentó convencerse a sí mismo Dimitri.

Anthea suspiró. Su amigo (en realidad, único amigo) siempre se preocupaba más de lo debido por cada situación que se le presentara, ya fuera por los entrenamientos, el futuro o cualquier otro asunto intrascendente. Algo a lo que por cierto, empezaba a acostumbrarse, y no estaba segura de que eso fuera nada bueno.

Si no tenía amigos se debía a que sus comentarios irónicos y a veces ofensivos, para algunas personas, solían molestar a los aprendices más que agradarles. Anthea no podía evitar ser así, ni estaba dispuesta a cambiar para complacer a los demás, por lo que se contentaba con Dimitri, la única persona que por increíble que le pareciera (incluso a sí misma), nunca se enfadaba por sus palabras. Quizá era demasiado inocente o, simplemente, no se sentía atacado como muchos otros.

Anthea se levantó y se acercó más a Dimitri. Éste vio venir sus intenciones y dejó que la muchacha le arrebatara el libro de las manos. La aprendiza observó de nuevo el título y la contraportada, antes de devolvérselo con una pícara sonrisa.

— ¿Cómo quieres aprender magia a base de memorizar la teoría? La práctica es mucho más importante, sobre todo en mitad de un combate. Además, las ratas de biblioteca no sobreviven mucho tiempo en una batalla real —declaró, con una sinceridad abrumadora.
— Pero para utilizarla, antes es necesario saber cómo crearla —debatió Dimitri—. Y dudo que tengamos un combate serio hasta dentro de mucho tiempo, así que mientras tanto puedo tomármelo con calma y prepararme bien para cuando llegue el momento. Tanto de forma teórica como de manera práctica.
— Lo que tú digas, pero montaré una fiesta el día en el que empuñes tu Llave Espada y te lances al ataque sin meditar antes una estrategia leída de antemano en un libro —sonrió—. Ya que mencionas la preparación, ¿te apuntas a una sesión de entrenamiento?
— ¿Sin los Maestros?
— ¿Por qué no? Practicar lo que ya hemos aprendido por nuestra cuenta también es un esfuerzo que se verá recompensado —argumentó Anthea, sabiendo que ésa era la única forma de convencerle.

Dimitri lo meditó durante unos instantes, pero finalmente, negó con la cabeza.

— No. La idea es tentadora… —Aseguró, aunque Anthea no llegó a tragárselo—. Pero me he propuesto leer hasta el capítulo cuatro antes de que acabe el día y sólo voy por el uno —Anthea puso los ojos en blanco, por lo que añadió rápidamente—. I-iré cuando lo termine, te lo prometo. Así podré practicar lo que haya leído, ¿no te parece?
— Haz lo que quieras. Estaré en la sala de entrenamiento, por si decides pasarte.

Salió de la habitación descontenta, pues había esperado una respuesta afirmativa de Dimitri. Entrenar sola era aburrido y monótono, por no hablar de los pocos resultados que obtendría.

Una vez llegó a la sala de entrenamiento, abrió la puerta y se dispuso a entrar cuando vio de reojo una mancha borrosa al otro lado del pasillo. Se giró con rapidez, a tiempo para ver desaparecer a alguien por una de las esquinas. Quizá por el hecho de no tener nada mejor que hacer en realidad, o porque de verdad le había parecido misterioso ver a un aprendiz corriendo entre aquellas cuatro paredes tan conocidas, decidió seguirlo y averiguar de quién se trataba.

Echó a correr para alcanzarlo y una vez giró la misma esquina por la que lo había visto desaparecer, lo vislumbró de nuevo entrando por una de las puertas que más alejada de ella estaban. Sólo cuando se acercó lo suficiente pudo percatarse de adónde conducía: la Sala de Reuniones.

Jamás había entrado allí. Estaba prohibida a los aprendices y era el lugar utilizado para recibir a los Maestros que visitaran su humilde residencia. Poco más sabía de ella, pues sus Maestros evitaban el tema todo cuánto podían, con la excusa de que acabarían viéndola tarde o temprano, una vez aprobaran el examen y dejaran de ser aprendices.

Tragó saliva y miró a ambos lados. No había nadie allí salvo ella. Ella, y el aprendiz que había entrado en la habitación prohibida, creyendo también que nadie lo veía. Seguramente se trataba de algún curioso que no había podido resistir la tentación de echar un vistazo al interior. Pero si él o ella había quebrantado la norma y le había salido más o menos bien, Anthea no tenía porqué privarse del privilegio de mirar lo que había también. Además, le encantaría averiguar quien era el afortunado que se había arriesgado a una buena reprimenda.

Anthea abrió la puerta. La sala era inmensa, decorada por más tapices inservibles y una mesa redonda alrededor de la cual había dispuestas unas diez sillas, a pesar de que Anthea estaba segura de que nunca habían tenido tantos visitantes a la vez, ni siquiera la mitad de los asientos que había allí.

Al otro lado de la mesa, estaba el intruso observando un lienzo que para desconcierto de Anthea, era igualito al que había en el despacho de la Maestra Kyra. Sin embargo, mayor fue la impresión de descubrir que la persona que había allí no era ningún aprendiz.

— ¿Quién eres tú? —Preguntó amenazante, mientras hacía parecer su Llave Espada en la mano derecha. Su llavero natural daba forma a la llave de espinas oscuras, enzarzando en la punta una media luna blanca.

El muchacho se giró, sorprendido por la aparición tan silenciosa de Anthea. Sin duda alguna, no se trataba de ningún aprendiz. Se conocían entre todos y aquella era la primera vez que veía a ese chico. Era algo más bajito que ella, quizá porque siempre había sido demasiado alta para su edad, pero indudablemente más mayor que Anthea, con una diferencia de tres o cuatro años como mínimo. Tenía el cabello negro, recogido en una delicada coleta a su espalda. Y si algo le llamó también la atención, fue la capa negra que vestía y que habría ocultado su cara si se hubiese molestado en subirse la capucha.

Enarcó la ceja, sin sentirse amenazado ante el arma.

— ¿Y quién tú?
— ¿Acaso no te enseñaron a responder a una pregunta sin evasivas? ¿O eres tonto por naturaleza? —Preguntó, con la intención de molestarlo. Sin embargo, en contra de todo pronostico, ni siquiera se alteró.
— No, ¿y tú?
— Tampoco. Bravo por la errónea deducción. Y ahora responde, ¿quién eres y qué haces aquí?
— Soy un pobre viajero que decidió dejarse caer —respondió, sin intentar sonar tan convincente como le hubiese convenido en tal situación—. ¿Acaso eso está mal?
— Está mal si llegas sin avisar, casualmente cuando se han marchado los Maestros y entras en una sala prohibida que ni te va, ni te viene. ¿Y te molestaste en llamar al timbre? ¡Lo dudo mucho! Seguro que ni se te pasó por la cabeza esperar a que los Maestros…
— No van a volver.

Anthea paró de hablar y miró extrañada al joven.

— ¿Cómo? ¡Y tú que sabrás!

El chico se encogió de hombros, aparentemente aburrido. Despacio, extendió el brazo y Anthea se preparó para lo peor, por si éste decidía atacar. Sin embargo, sus intenciones eran diferentes: abrió un portal a su derecha y dirigió una última mirada a la chica.

— No tengo tiempo para explicártelo. Lo comprenderás por ti misma cuando vuestros queridos Maestros no regresen jamás y entiendas que os habéis quedado solos.

Y sin más, penetró en el portal y desapareció. No obstante, Anthea no pensaba darse por vencida. Demostrando una vez más su impulsividad, saltó a una de las sillas, corrió por la mesa y se lanzó a tiempo para atravesar el portal, antes de que éste se cerrara.
Última edición por Nell el Dom Mar 27, 2011 4:07 am, editado 10 veces en total
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Narel » Mié Ene 12, 2011 12:21 am

Me ha gustado bastante el prologo,me has dejado con algo de intriga.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Ene 18, 2011 11:12 pm

Gracias por tu comentario ;) Tenga mucho o poco apoyo, me gustaría llegar hasta el final con esta historia.

Martes, por lo que toca otro capítulo. Espero que lo disfrutes/disfrutéis ^^

Capítulo 1

Misión


— Anthea —le llamó el Maestro Eleazar, demostrando que incluso sin girarse había sentido la presencia de la chica cuando pasó a su espalda.

La joven se giró, obediente, haciendo una reverencia muy formal antes de dirigirse al Maestro. Eleazar siempre había sido muy estricto en cuanto a las normas de conducta y respeto, por lo que todos los aprendices habían aprendido desde niños a comportarse educadamente y con veneración hacia sus superiores. Si lo hacían sólo en su presencia o no, era algo que al Maestro no parecía importarle averiguar.

Eleazar era el más joven de sus Maestros. Sin embargo, en algunas partes ya se le empezaba a notar la falta de cabello y Anthea lo recordaba mucho más vigoroso cuando era pequeña. Por alguna razón, estaba cansado, aunque la aprendiza no lograba imaginar por qué.

— ¿Sí, Maestro?
— ¿Adónde ibas con tanta prisa?

Anthea tragó saliva. «Si me regaña por no haberlo saludado, entonces ya será el colmo», pensó, reprimiendo una mueca de desagrado. Seguramente era la aprendiza que menos le gustaba el Maestro Eleazar: odiaba las formalidades.

— La Maestra Almira me ha hecho llamar —aclaró, sin dar muchas más explicaciones.
— Ven aquí —ordenó Eleazar, señalando el sitio que había a su lado. Ante la vacilación de Anthea, añadió—. No creo que a Almira le moleste que te retenga unos minutos más.

Aún con cierto titubeo, obedeció. El Maestro Eleazar había estado observando a través de la ventana el mar que se extendía hacia el horizonte, pensativo. Ahora, toda su atención se centraba en su joven alumna.

— ¿Sabes cuál es la misión de los Maestros de la Llave Espada? —Preguntó repentinamente, desconcertando aún más a la muchacha.
— Claro que sí —respondió—. Debemos defender la luz y mantenerla estable, para que siga siendo un bien al alcance de todos.
— Y así se ha hecho siempre. Sin embargo, también nos ha surgido una nueva misión recientemente. ¿No crees?
— ¿Eliminar la oscuridad? —Anthea meditó unos instantes antes de contestar, sin saber adónde quería llegar a parar.
— Hace algunos años —empezó a relatar—, todos disfrutábamos a partes iguales de la fulgurante luz que anida en el mundo. Sin embargo, poco a poco comenzaron las batallas por intentar acaparar más luz y de ellas, nació la oscuridad en el corazón de los combatientes. Entonces, surgieron dos bandos: aquellos que prefirieron luchar del lado de la oscuridad, seducidos por ella; y nosotros, que buscamos restablecer la luz. Ahora, estamos en guerra.
— Pero no tenemos nada que temer —sentenció Anthea—. Les superamos en número.
— No te precipites. Ambos bandos hemos perdido mucho en todo este tiempo. Es imposible saber quién resultará vencedor.

Anthea se quedó muda durante unos instantes. Luego, despacio, preguntó:

— ¿Por qué me cuenta todo esto?




Anthea atravesó el portal en el último instante, abandonando el que hasta entonces había sido su hogar. Durante los pocos segundos que duró el traslado, recordó la conversación con Eleazar que había tenido meses atrás. Si el intruso resultaba ser un seguidor de la oscuridad, ella tendría que…

El portal desapareció a su espalda, mientras Anthea observaba el lugar en el que se encontraba. Estaba en un callejón sin salida, rodeado de altos edificios a ambos lados y lleno de cubos de basura que olían horriblemente mal. Pero no había ni rastro del chico. Desconcertada, Anthea agarró con más fuerza su llave espada y salió del callejón.

Fuera, la estrecha calle era más una empinada rampa que un camino por el que dar un plácido paseo. Por suerte para Anthea, estaba vacía, por lo que no le costó localizar al joven al pie de la pendiente, entrando en un local con un aspecto fuera de lo común. Sin pensar, corrió hasta la puerta con la intención de perseguirlo, pero cuando iba a abrirla alguien tiró de su sudadera por la espalda.

— ¿Quién…?
— Sssh, podrían oírte —escuchó detrás. El tirón volvió a repetirse, aunque ya había llamado su atención.

Se giró, molesta porque hubiesen interrumpido su persecución del muchacho, además de por la advertencia tan misteriosa que no había terminado de comprender. ¿Quiénes no tenían que oírla? Allí no había nadie.

La persona que le había detenido se trataba de una niña de unos once u doce años, cuatro menor que ella como mínimo. Tenía el pelo corto y de un color parecido al de Dimitri, aunque más apagado que el de éste. Llevaba un vestido verde y corto, el tipo de prenda que desagradaba ponerse Anthea, y unos pantalones piratas debajo. No le llegaba ni al cuello, pero aún así no se dejó intimidar por la mirada envenenada y enojada de la aprendiza.

La niña le hizo una seña para que le siguiera y se dirigió al portal más cercano, desde el que podrían observar el local sin ser vistas. Anthea suspiró, resignada, y obedeció.

Cuando llegó a su lado, la tenacidad de la niña se esfumó y sin ser capaz de aguantar la mirada de Anthea, agachó la cabeza, para pasar a contemplar la llave espada que ésta aún portaba.

— Hace poco que yo he aprendido a convocarla —comentó, señalando la llave—. Aunque aún hay veces que no aparece cuando se lo ordeno.
— No es que no me interesen tus encantadoras historias, pero por si no te has dado cuenta, tengo prisa —contestó de mal humor—. ¿Eres también una portadora? ¿Por qué me has detenido y a quiénes te referías antes?
— Sí, lo soy al igual que tú. Mi Maestro se ha marchado a una misión importantísima y me ha dejado un encargo —explicó, orgullosa—. Te he parado porque he visto que ibas a entrar al bar y no me ha parecido que fuera una buena idea.
— ¿Y eso por qué? —Preguntó, empezando a exasperarse. Cada vez se sentía más tonta teniendo que formular preguntas concretas para que la niña le aclarara sus razones de una vez.
— Porque es el lugar donde se reúnen los oscuros —susurró, mirando con nerviosismo la puerta del bar—. Ya sabes, ellos… Nuestros contrarios. Nuestros enemigos.

Anthea comprendió al instante. Aquellos que prefirieron luchar del lado de la oscuridad, seducidos por ella, como los había descrito el Maestro Eleazar. Lo que significaba que sus sospechas no eran infundadas. Aquel chico debía ser portador de una Llave Espada de la Oscuridad, por lo tanto, ella tendría que acabar con él. Era su deber. Su misión.

Puede que se estuviese precipitando y ni siquiera fuera un portador. O quizá había logrado infiltrarse en las líneas enemigas. Anthea intentaba pensar en todas las posibilidades, aunque su anterior teoría le atraía con más fuerza que las demás. Y tenía el presentimiento de que era la correcta.

Hasta aquel momento, no se había detenido a meditar las consecuencias de sus actos. Seguramente por eso se había enfadado al principio con la niña. No había querido pensar, sólo continuar con la búsqueda del intruso. Y eso era así porque, en el fondo, hacía rato que se había dado cuenta de que su temeridad le costaría mucho más que una buena reprimenda: no tenía modo de regresar a casa.

Agitó la cabeza, confusa. ¿Qué debía hacer? Seguía sin querer pensar en sus opciones. En ese momento, sólo existían el intruso y la niña.

— ¿Y qué haces tú aquí? ¿Cuál es ese encargo? —Se interesó Anthea. Ningún Maestro en su sano juicio habría dejado a un aprendiz desprotegido cerca de un lugar tan peligroso como aquel.
— Mi Maestro me ha ordenado vigilar el bar —explicó. Por su expresión optimista, o no se enteraba del riesgo que corría, o no tenía miedo—. Estamos siguiendo a un tipo que, bueno, entra y sale muy a menudo, así que mi misión es observar todos sus movimientos mientras el Maestro esté fuera.
— ¿Sabes adónde ha ido?

La niña se encogió de hombros, repentinamente incómoda.

— No lo sé, no me lo dijo. Sólo me aclaró que volvería pronto, aunque ya han pasado un par de días…

Anthea no insistió. En varias ocasiones, alguno de sus Maestros también se había marchado, aunque siempre se habían quedado uno o dos para vigilarles y cuidarles. A pesar de su aparente indiferencia, Anthea intuyó que la niña se sentía sola y preocupada.

— ¿Y qué hay del muchacho? Él que ha entrado antes de que llegara yo. ¿Le has visto alguna vez?
— Sí, pero muy poco —contestó, tras meditar un rato la respuesta—. Viene y va, pero nunca se queda mucho tiempo. Creo que mi Maestro dijo algo sobre él, pero ahora no lo recuerdo.
— No importa, ahora tendrás tiempo para pensarlo, porque sino más te vale que no sea demasiado importante —. Anthea se mordió la lengua, después de que sus palabras acabaran por transformarse en una amenaza. ¿Qué le pasaba? Sólo era una niña, aunque ésta no parecía muy afectada por el comentario. A partir de ese momento, intentó suavizar la voz para sonar más agradable —. ¿Cómo te llamas?
— Thais.
— Yo soy Anthea. Y voy a entrar ahí.
— ¿Ahí? —Se escandalizó Thais, mirando de reojo el local—. ¡Es muy peligroso!
— Eso da igual, tengo que entrar y encontrar al chico —insistió Anthea—. ¿Conoces alguna manera para colarse dentro?
— No la hay, salvo la puerta principal —aseguró—. ¿Por qué no esperas a que salga? Si alguien de dentro es capaz de sentir la luz de tu interior, como he hecho yo, estarás perdida.
— Entonces, ¿no todo el mundo tiene esa habilidad? —Meditó Anthea, ignorando su propuesta.
— Algunos no; otros, simplemente, necesitan concentrarse para intuirlo en cada persona. Pero entre tanta oscuridad, tu luz se hará más fuerte.
— Tendré que arriesgarme. Sólo escucha: saldré en cuánto pueda, así que escóndete aquí mientras tanto. E intenta acordarte de lo que te dijo tu Maestro, porque puede darme más pistas sobre ese chico.

Sin esperar respuesta, Anthea echó a andar de nuevo hacia el bar. Ahora que se encontraba más calmada, pudo observar detenidamente su aspecto. Como ya había notado antes, su decoración desentonaba con las del resto de la calle. La pared de diferente color era gris y los cristales tintados no dejaban ver nada de su interior. Por último, el cartel del bar rezaba “Taberna DTD”.

Anthea hizo desaparecer su llave espada, para dejar de llamar tanto la atención. Luego, se subió la capucha de la sudadera para ocultar su rostro, tomó aire fresco por última vez y entró.

Mentiría si no confesara que al principio tuvo miedo. Pero no podía fallar. Llevaba toda la vida entrenándose para ese momento. Tenía que averiguar quién era ese chico y porqué se había colado en la mansión de sus Maestros antes de cumplir con su deber como defensora de la luz. Con su misión.



Por primera vez desde que se conocían, el Maestro Eleazar le observó durante largo rato, con una extraña expresión en el rostro entre la seriedad y la tristeza.

— Presiento que la guerra toca su fin, Anthea. Y mucho me temo, tendréis que afrontarla junto a nosotros. Sólo espero, niña, que estés preparada para lo que se avecina.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Naxid » Mié Ene 19, 2011 9:52 pm

Me gusta bastante Nell, he leído solo el prólogo, luego leo más e_è
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Narel » Jue Ene 20, 2011 8:47 pm

Sigue asi que creo que ya tienes una lectora.Esperare hasta el marte siguiente para el proximo capitulo.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Ene 25, 2011 10:55 pm

Gracias por los comentarios ^^ (Me repito u.u).

En fin, martes, toca estreno ;) Creo que este es mi mejor capítulo hasta el momento, aunque ha quedado algo más largo de lo habitual (¿bueno o malo?). Espero que os guste y cumpla con las expectativas ^^

Capítulo 2

Errores


El bar estaba ricamente iluminado por varias velas negras que había dispersas por la sala, como en la barra, en las mesas o colgando del techo para funcionar de lámparas. Anthea esperaba encontrarse con un antro oscuro y escalofriante, pero presentaba un aspecto tan normal como el de cualquier otra taberna, salvo quizá, por la suciedad y el polvo del suelo y las esquinas. El dueño no se molestaba mucho en limpiar, desde luego.

Anthea esperaba llamar la atención de la clientela, pero nadie le hizo caso. Algunos, como ella, también ocultaban su rostro, por lo que el camarero no se extrañó cuando se fijó en su nuevo huésped.

Aparte de la distribución de las mesas, a su izquierda se situaba la barra y para alegría de Anthea, pudo distinguir sentado en ésta al chico que buscaba, acompañado por un hombre al que no pudo verle la cara. El local no estaba muy lleno, cuatro clientes más aparte de ellos que conversaban en la misma mesa entre susurros malhumorados. Sin fijarse mucho en ellos, Anthea se sentó también en la barra, a una distancia prudencial del muchacho, pero lo suficiente cerca como para escuchar lo que le decía el hombre.

—… no fueron ningún problema —contaba su acompañante, con una voz tan ronca que estremeció a Anthea—. Sólo había viejos. Ni un solo aprendiz.
— ¿Ninguno? —Se extrañó el muchacho.
— Es bastante habitual. Prefieren dejarlos aparte, ya sabes, asegurarse de que no sufren daños, para que retomen con su trabajo en el fututo. Estúpidos —escupió, al parecer, molesto.
— Esa será su perdición. Si los aprendices no participan…
— ¿Qué te pongo? —Preguntó el camarero, desviando la atención de Anthea.
— Lo que sea —respondió con brusquedad. Luego, rectificó—. Un vaso de sidra.

El camarero la observó con desconfianza, antes de preguntar.

— ¿Eres mayor de edad?
— Claro.

Se encogió de hombros ante la respuesta y se marchó al otro lado de la barra para preparárselo. Anthea supo que no le había creído, pero que tampoco le importaba. Nadie se lo reprocharía mientras durara la guerra y los portadores tuvieran mejores cosas que atender.

Aprovechó la ocasión para observar de reojo al acompañante del muchacho. Era un hombre de mediana edad y corpulento, por lo que parecía un temible adversario en un combate cuerpo a cuerpo. Llevaba el pelo rapado y una barba de varios días que no se molestaba en afeitar. Al igual que el muchacho, vestía una capa negra, pero no ocultaba su rostro con la capucha.

— ¿Qué más da? —Decía entonces el chico, con tanta tranquilidad que exasperaba a Anthea—. Todos acabaran igual, Urian. La guerra está a nuestro favor.
— Sí, sobre todo gracias a vosotros —sonrió Urian, rascándose la barba—. Aún no me puedo creer que esa vieja bruja…
— Cuida tus modales —advirtió de manera tajante—. Recuerda a quien debes que continúes con vida.
— Saldé mi cuenta hace mucho tiempo, mocoso. Si sigo con vosotros, es porque estoy seguro de la victoria. No me interesan las cuestiones morales.

El camarero regresó con una copa de sidra. Burbujeaba y a Anthea no le dio buena espina, pero dejó unos cuantos platines en la barra y dio un trago. Al instante, le repugnó el sabor, pero no podía escupir la horrible bebida sin que nadie se diera cuenta. «¿Cómo podrá tomarse la Maestra Kyra un vaso cada noche?», se preguntó Anthea, recordando el mueble bar donde guardaba sus preciadas botellas la Maestra. Aguantando el mal trago, siguió escuchando.

—... siempre que esté seguro de que puedo confiar en ti. Pero no te desvíes del tema, ¿alguna novedad más?
— Le siguen buscando por todas partes, y sin resultados, se enfrentan unos contra otros. Matan por una información que luego resulta ser falsa. Deberías pasarte por Tebas, aquello sí es un campo de minas. Hay luchas constantemente y los nervios están a flor de piel —resumió Urian.
— ¿Qué hay de la Maestra? ¿La has visto?
— Bueno, bueno, antes me gustaría saber un par de cosas a las que no dudo que podrás responderme —. Ante el silencio del chico, prosiguió—. ¿Cuál es vuestro objetivo?
— Ganar la guerra —contestó automáticamente.
— ¿La guerra? —Urian rió—. Os conozco lo suficiente a los dos: no os importa quién gane o quién pierda siempre que vuestros planes no se vean afectados. Así que dime, ¿qué pretendéis realmente?

El chico tardó un rato en responder, pensativo. Finalmente, dijo:

— Kingdom Hearts.
— ¿Cómo?
— Nuestra meta final. Alcanzar lo inalcanzable. El resto son sólo los pasos que forman el camino.

¿Kingdom Hearts? Era la primera vez que Anthea oía aquel nombre. Si no fuera por la seriedad del muchacho, creería que le estaba tomando el pelo al hombre.

— Si lo buscáis, es porque tiene que ser algo realmente maravilloso —comentó, incómodo. Acto seguido, respondió a su anterior pregunta—. Aún no he tenido el placer de encontrarme con ella, pero anoche recibí un mensaje suyo. Nos reuniremos mañana al mediodía, en la estación de Zurg. ¿Quieres que le dé algún recado de tu parte?
— Sólo que he ido a mirar lo que me pidió. Y que sigo esperando órdenes.

El muchacho se levantó, dejando algunos platines a su acompañante para pagar al camarero. Sin comentar nada más, se dijeron unas pocas palabras de despedida y el joven salió del local. Anthea esperó varios segundos y aún sabiendo que era una imprudencia, apuró algo más su bebida y se levantó también, marchándose de inmediato.

Nada más salir, lamentó su error. El tal Urian también había abandonado el bar tras ella, por lo que no podía ir a buscar a Thais. Por si eso fuera poco, había vuelto a perder el rastro del chico, aunque confiaba con que la niña hubiese visto hacia donde se dirigía. Respiró hondo, miró de reojo el portal donde estaba escondida Thais y echó a andar calle arriba, buscando algún callejón para dar una vuelta a la manzana y no levantar sospechas. Sin embargo, empezó a recorrer varias calles, a girar esquinas, a atravesar plazas, incluso llegó hasta la estación de trenes y más, pero el hombre no se despegó en ningún momento de su espalda.

«¡Mierda! No sólo sospecha, sino que desperdicia su tiempo en seguirme», pensó Anthea. Le había dicho al muchacho que tenía una cita prevista para el día siguiente en otro lugar y aún así, no parecía muy preocupado por llegar tarde.

Harta de dar vueltas y sabiendo que acabaría por descubrirla desde el momento en el que regresara a una zona por la que ya hubiese pasado, buscó un callejón solitario y se aventuró en él. Cada vez las calles estaban más llenas y no quería que nadie interviniera. Aunque cuando comprobó que no tenía salida, lamentó no haber buscado otro con más de una vía de escape.

Llegó hasta el final y se dio la vuelta, para encararse con el hombre.

— ¿Por qué me sigues? —Le increpó.
— ¿Por qué espiabas tú nuestra conversación? —Sonrió Urian—. No me gustan los entrometidos.
— ¿Y a ti qué te importa? A mí no me interesas tú, sólo él.
— ¿Nicanor? —Se sorprendió—. ¿Qué te ha hecho?

«Así que se llama Nicanor…». Anthea sonrió, satisfecha. Resultaba bastante incómodo buscar a alguien sin saber siquiera su nombre, aunque en realidad, no estaba muy segura de si conocerlo cambiaría algo. Aprovechó para bajarse la capucha, sabiendo que ya no le servía de nada. Urian no le dejaría marchar sin más. Ni ella a él.

— Tampoco te importa. Sólo dime qué sabes de él antes de que me enfade de verdad.
— ¿Quién eres tú y quién es tu Maestro? —Preguntó Urian, desviando bruscamente el tema.
— Ya sabes que no te lo voy a decir. ¿Qué tal si me voy y ya quedamos otro día para charlar en ese bar tan encantador? Creo que ambos tenemos prisa.
— De eso nada, monada. Sería un incompetente si te dejara marchar. No, no, tú de aquí no sales.
— ¿Un incompetente? ¿Más de lo que pareces?

Y se lanzó al ataque. El Maestro Eleazar siempre le había advertido de su error al ser siempre la primera en atacar, sin importar la situación o el oponente. Pero le resultaba más cómodo poner a prueba a su rival antes de planear algún modo de vencer. Su llave espada se materializó en su mano con la misma rapidez que la de Urian, pues aunque no esperaba el ataque, hacía rato que se encontraba preparado. El hombre sonrió, divertido, y haciendo gala de una imprudencia comparable a la de ella, utilizó la otra mano para desabrocharse la capa y dejarla caer al suelo. Debajo, llevaba un conjunto oscuro ideal para el combate.

Bloqueó la estocada. Y la siguiente. Y la que le sucedió. Por fin, Anthea retrocedió. Su primera impresión de Urian había sido acertada: era fuerte, muy fuerte. Casi temible. Le bastaron dos golpes para saber que no podría bloquear sus ataques agarrando la llave espada con una mano. Puede que ni siquiera con dos. Aún así, debía intentarlo.

Fue Urian quién se abalanzó en el próximo choque. Anthea agarró su llave espada con las dos manos en el último segundo, bloqueó el ataque y retrocedió rápidamente. Aunque había impedido el golpe, también había notado que la gran fuerza de Urian podría haberla desequilibrado enseguida si seguía manteniendo la posición, por lo que había optado por alejarse. El combate cuerpo a cuerpo estaba descartado.

Gruñó por lo bajo, enojada. Odiaba recurrir únicamente a la magia, pero no tenía ninguna otra alternativa. Cuando vio como de nuevo Urian se lanzaba para una nueva arremetida, disparó varios Piro para que intentaran acertarle en la cara, la cual estaba desprotegida. Sin embargo, interpuso a tiempo su llave espada, aunque el inesperado ataque le hizo frenar.

— Ja, ja, ja. ¿Eso es todo, muñequita? Me vas a durar muy poco —se burló, molestando aún más a Anthea. Si algo odiaba, era aquel tipo de motes.
— ¿Y qué me dices de ti? La fuerza bruta frente a la inteligencia no tiene nada que hacer, subnormal.

Pero necesitaría algo más que inteligencia para derrotarle. Muy probablemente, se trataba de un Maestro de la Llave Espada, por lo que su título ya le ponía por encima de ella. Y si bien había demostrado poseer una fuerza admirable, el resto de sus habilidades tampoco se quedaban cortas. Anthea volvió a lamentar no tener una ruta por la que escapar si las cosas se ponían más feas.

— ¡Eh, tú! —Escucharon gritar desde la boca del callejón.

Urian se giró para comprobar de quién se trataba y Anthea no desaprovechó la ocasión. Golpeó con todas sus fuerzas por la espalda, para comprobar con horror la resistencia del hombre. Logró hacerle una herida bastante fea y un gemido de dolor, que llegó acompañado por un aullido enojado. Urian se volvió rápidamente y en apenas unos segundos, congeló la parte superior de la llave espada de Anthea, sin que ésta pudiera evitarlo.

El hielo se empezó a expandir rápidamente por la hoja y escandalizada, Anthea intentó retroceder y alejarse de Urian, pero éste se lo impidió con una nueva estocada que sólo pudo esquivar y que casi le costó un brazo. Tras perder el contacto con la llave espada de su rival, el hielo paró de propagarse.

Habría recibido otro nuevo ataque de Urian, uno mucho peor, sino fuera porque algo lo golpeó por detrás de nuevo. Se retorció de dolor y retrocedió hacia la pared que tenía a su lado derecho, para observar a ambas enemigas.

La persona del grito no era otra que Thais, quien había seguido a Anthea y a Urian desde que los vio salir del local. Había lanzado un Piro a la herida que tenía el hombretón en la espalda, lo que le había debilitado más.

Desde su posición se encaró con él, visiblemente enfadada, aunque al principio Anthea no comprendió porqué.

— ¡Tú! —Gritó—. ¿Qué sabes del Maestro Janick?

Urian se mostró sorprendido, aunque no tardó en soltar una sonora carcajada que le puso los pelos de punta a la niña.

— ¿El viejo Janick? —Volvió a reír, regodeándose de Thais—. ¡Olvídate de él, es historia! ¡Acabé con su patética vida ayer mismo, en el enfrentamiento que hubo en Lustrand!
— ¡Mientes! —Exclamó Thais.

Arremetió con tanto ímpetu que Anthea creyó por un momento que sería capaz de derribar al temible adversario. Tuvo que reponerse con rapidez ante tal absurdo pensamiento, ya que eso no sería posible para una niña tan débil como ella, por lo que acudió en su ayuda. No obstante, Urian fue más rápido. Varios rayos cayeron a su alrededor y con la agilidad que le caracterizaba, Anthea pudo esquivarlos. Aunque ese no fue el caso de Thais. Uno de ellos impactó en su hombro derecho; el otro, en la muñeca izquierda.

La descarga provocó que soltara su llave espada con tanta fuerza que ésta chocó contra la pared del callejón. Aún dolorida y desconcertada, no pudo defenderse contra el golpe que Urian le propinó con la llave espada. Thais cayó al suelo, mientras se llevaba la mano a la cara y sufría por las heridas que le habían ocasionado en tan poco tiempo. Aún así, hizo varios gestos con la otra mano que dieron a entender lo peor de la situación: su llave espada no respondía a su llamada.

— Maté a tu Maestro y te mataré a ti. ¿No es bonita la historia? —Dijo Urian, dispuesto a rematar el trabajo. Tan indefensa no le supondría ningún problema.

Sin embargo, no volvió a tocar a Thais. Aprovechando que Urian se había olvidado de ella, Anthea le atacó nuevamente por la espalda, aunque en esta ocasión no le bastó con una estocada vertical, sino que atravesó el cuerpo del guerrero.

Había actuado sin pensar, con la intención de salvar a Thais del mismo destino que sufrió su Maestro Janick. Era la primera vez que mataba a alguien. Anthea intentó recordar la razón, pero en aquel momento, sólo podía observar la escena que ella misma había causado con incredulidad. Ni siquiera había imaginado que tuviera tanta fuerza.

Y tan rápido como se había horrorizado, se serenó. Debía recordar que era una portadora de la Llave Espada de la Luz. Su misión consistía en acabar con el mal. Y estaban en guerra. Aquel hombre no habría dudado en matarla. Y había salvado la vida de Thais. ¿No eran suficientes motivos? Urian seguía respirando, por lo que aún podría serle de utilidad.

— Preciosa. Lástima que haya acabado siendo una típica historia de venganza —dijo Anthea, tan fríamente que no se reconocía a sí misma—. Y ahora vas a decirme todo lo que quiero saber. ¿Quién es Nicanor? ¿De qué lo conoces? ¿Con quién tienes que reunirte mañana? ¿Y… qué es Kingdom Hearts?
— ¡Tendría que estar loco para contártelo después de…!
— No-me-has-entendido —vocalizó lentamente, retorciendo la llave espada. Urian gritó de dolor—. ¿Quieres que tus últimos momentos sean los peores de tu vida? ¡Escupe todo lo que sepas, necio!
— ¡No-No lo sé! —Aulló Urian, repentinamente asustado—. ¡Era la primera vez que lo oía! Si-Si no pregunté fue porque sabía que Nicanor no me explicaría nada, pensaba preguntárselo a… —. Y calló, mordiéndose la lengua.
— ¿¡A quién!?
— ¡Compruébalo por ti misma mañana a mediodía, en la estación de Zurg! —Exclamó Urian, repitiendo los mismos datos que le había dado a Nicanor—. ¡Puede que yo muera hoy, pero tú no tardarás en seguirme! ¡Ella jamás te perdonará que me hayas matado, porque yo…!

Esta vez, calló para siempre. Anthea retiró su espada y se apartó a tiempo, antes de que Urian se desplomara, aunque el portador no llegó a tocar el suelo. Su cuerpo desapareció y su corazón ascendió hacia el cielo. Era la primera vez que Anthea veía morir a alguien, pero no lamentó la pérdida. Vio cómo el corazón se perdía de vista y, acto seguido, se acercó a Thais.

— Déjame ver —le exigió, más sosegada. Thais negó con la cabeza, ocultando aún la herida con la mano. Al final, Anthea tuvo que retirársela por las malas—. No tiene tan mala pinta como parece, pero te quedará cicatriz —sentenció, tras observar durante un rato el corte que le había hecho Urian desde la mandíbula hasta la nariz.

Anthea ayudó a Thais a incorporarse y le acercó su llave espada. Luego, observó la capa oscura que Urian se había quitado al comenzar el combate. Sin vacilar, la recogió del suelo y obligó a Thais a ponérsela.

— No te quejes. A partir de ahora, fingiremos ser portadoras de una Llave Espada de la Oscuridad. Ponte la capucha cuando yo te lo diga y obedece a cualquier orden, te guste o no. Y ahora venga, vamos a buscar una tienda donde haya vendas y medicinas para curarte. Tenemos un tren que coger.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Narel » Sab Ene 29, 2011 6:29 pm

el ultimo capitulo ha estado bastante bien.¡sigue asi!
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Lavanda » Lun Ene 31, 2011 1:33 am

Está bien, me gusta :3
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¿Quieres que te lave la ropa?


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Gracias Shosho~


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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Feb 01, 2011 11:12 pm

¡Y siguiente capítulo! Gracias por vuestros comentarios, me animan mucho ^^
Actualizado también el primer post.

Capítulo 3

Apariencias engañosas


Anthea observó como el paisaje pasaba rápidamente por la ventanilla mientras dejaban atrás la ciudad. Y recordó como apenas horas antes había estado en la misma posición, mirando el mar desde su habitación, aburrida y sola. Nunca hubiese imaginado que pudieran complicarse tanto las cosas.

Después de abandonar el callejón, buscaron la tienda apropiada y compraron medicinas para Thais. Incluso el dependiente les ayudó a vendarle la muñeca, el hombro y la herida de la cara que le había producido Urian a la joven. La indiferencia del vendedor ante la situación dejó claro a Anthea que no eran las primeras que llegaban lastimadas a su tienda.

Pasaron también por la casa de Janick y Thais, donde la niña tenía varias pertenencias que no quería dejar atrás. Anthea aprovechó para rebuscar en la habitación de Janick cualquier cosa que pudiera servirle, información sobre Portadores de la Oscuridad especiales, cartas de otros Maestros, datos sobre su búsqueda, etcétera. Sin embargo, no encontró nada que le fuera de utilidad. Como mucho, rescataron unas tijeras con las que Anthea cortó lo que le sobraba de capa a Thais, sin molestarse en remendar.

Y por último, se dirigieron a la Estación de Villè, situada en lo más alto de la ciudad, como le fue indicando Thais por el camino. El tren tardaría cuatro horas en llegar, entre paradas y desvíos, por lo que atrancarían en Zurg bien entrada la noche. Anthea costeó con toda la cuenta del dinero que en secreto había encontrado en uno de los cajones de Janick. Puede que no fuera un acto moralmente correcto y que en el caso de que se lo contara a Thais, a ésta no le gustara, pero ella no llevaba suficientes platines encima.

El tren estaba más lleno de lo que esperaba Anthea para las horas tan tardías que eran. Aunque no al completo, sí se podían observar pasajeros con tanto equipaje como si estuvieran de mudanza. Éstos abandonaban la ciudad para siempre y a la aprendiza no le costó hacerse una idea de la razón.

Thais no había dicho nada desde que se subieron al tren. Ni siquiera se resistió cuando Anthea decidió por ella que la acompañaría. La aprendiza podía ser individualista e imprudente, pero se negaba a dejar abandonada a una niña indefensa en una ciudad donde sería el blanco de todos los oscuros, como los llamaba Thais. Aunque eso significara tener que cuidarla y aguantarla durante su búsqueda.

Una búsqueda que cada vez le parecía más disparatada. Había perdido el rastro del chico y su única pista era la mujer con la que se hubiese encontrado Urian si ella no hubiese acabado con él. En sus últimos momentos de vida, el deseo de su enemigo había sido que se reunieran con la Maestra en su lugar, por lo que Anthea tenía claro de que se trataba de una trampa. Probablemente, Urian esperaba que la Maestra las asesinara en cuanto se enterara de su muerte. Sin embargo, a Anthea no le quedaba otra alternativa si quería averiguar quién era Nicanor y porqué se había colado en la mansión de sus Maestros. Una cuestión que cada vez le parecía más trivial, dada su situación.

Era la primera vez que tenía tiempo para pensar seriamente sobre lo que estaba haciendo. Había abandonado la residencia sin el consentimiento de sus Maestros, ni siquiera dejando una pequeña explicación. Simplemente, no había tenido oportunidad, aunque eso no la eximía de su culpabilidad. Cuando regresara, si lo hacía, no esperaba que la perdonaran con facilidad.

No van a volver, había afirmado Nicanor, segundos antes de marcharse. Lo comprenderás por ti misma cuando vuestros queridos Maestros no regresen jamás y entiendas que os habéis quedado solos. Pero, ¿y si tenía razón? ¿Y si Eleazar, Kyra y Almira habían muerto durante la batalla, como el Maestro de Thais? Entonces, muy a su pesar, lamentaría no recibir el castigo que le correspondía por saltarse las normas.

Debía encontrar a Nicanor y averiguar qué sabía. Por la conversación que había escuchado en el bar, se traía algo entre manos, algo gordo. Kingdom Hearts. El nombre seguía sin decirle nada.

También tenía otro gran problema que tratar: el regreso. Sólo los Maestros de la Llave Espada eran capaces de conjurar portales para transportarlos a sitios ya visitados. Y aunque el muchacho tuviera ese poder, y por alguna razón Anthea estaba segura de que no se trataba más que de un aprendiz, no conocía a nadie que lo poseyera y pudiera enviarle de vuelta a casa. La otra forma era hacerlo a pie o en tren, el medio de transporte más común en su mundo, aunque lo único que sabía sobre la localización de su residencia era que estaba próxima a un pequeño poblado llamado Insel.

— Anthea —le llamó de repente Thais. Al igual que ella, también observaba el paisaje desde el asiento de enfrente—. Lo he estado pensando mucho y… creo que mi Maestro no está muerto. A pesar de lo que dijera ese tipo.

Anthea calló. En su lugar, puede que no le resultara difícil hacerse a la idea, pero también tenía que considerar la postura de Thais. Sólo era una niña. Y si sólo le había criado su Maestro, resultaba normal que se aferrara a cualquier esperanza antes que enfrentarse a la realidad.

— Lo digo en serio. En el fondo, Urian no era tan fuerte. El Maestro Janick lo es mucho más. Y si tú has podido vencerle, él también lo haría —insistió.
— Basta, Thais. Si le vencí fue por su estupidez, no porque fuera más débil que yo. Y no vas a convencerme de regresar a Villè.

En efecto, Anthea tampoco podía dejar de darle vueltas al asunto. Urian podría haberle vencido, quizá se resistiera un poco más, pero ella habría caído tarde o temprano. Su gran error había sido no tener presente que la situación cambió para él cuando Thais se presentó: ya no luchaba contra una adversaria, sino contra dos, fueran cuales fuesen sus niveles de combate. Llegó un momento en el que se centró únicamente en Thais y eso le costó la vida.

«Al final, la inteligencia importó mucho más que la fuerza», meditó Anthea, aunque no era su inteligencia la que desequilibró la balanza a su favor. La aprendiza tampoco se arrepentía por el asesinato que había cometido. Estaban en guerra.

— No tenía intención de convencerte. Para nada —le aseguró la niña—. Si mi Maestro está vivo, me buscará y acabaremos por encontrarnos. Estoy segura. Mientras tanto, iré contigo.
— ¿Nunca te dio instrucciones por si llegara el caso de que no regresara?
— No —negó con la cabeza—. En realidad, jamás se había marchado. Nos movíamos juntos en busca de ese tipo, hasta que él comenzó a visitar esa taberna a menudo y el Maestro Janick decidió que nos asentaríamos allí.

Thais se encogió de hombros, deseando cambiar de tema. Incluso negándose la verdad, evitaba mucho hablar sobre las actividades de Janick.

— Te agradezco que acabaras con Urian, no sólo por salvarme la vida, sino porque así cuando mi Maestro regrese no tendrá que perseguirlo más.
— Pero, ¿por qué le seguíais? —Se interesó Anthea.
— No lo sé. Aunque preguntaba, nunca me respondió. Pero a veces se le escapaban algunos comentarios… Creo que lo seguía porque sospechaba de él. Sobre algo en concreto, pero no me acuerdo.
— Es igual, ahora ya no importa. Pero me gustaría saber qué decía sobre Nicanor. Ya sabes, el chico al que busco.
— ¡Ah sí! Él estaba relacionado con ese tipo y con otra persona… Alguien importante, pero tampoco recuerdo su nombre. Lo siento.
— Da igual —suspiró finalmente Anthea—. Tú tan sólo tómate tu tiempo. Y come. No has probado bocado —señaló, fijándose en el plato intacto que tenía delante Thais. Sin necesitar que se lo dijeran dos veces, la niña obedeció.

Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de que durante su espionaje en el bar había escuchado, sin darse cuenta, la versión de Urian sobre el asesinato de Janick. No podría haberlo relacionado de no ser por la información de que era él a quien buscaba el Maestro de Thais. Lo habían hablado con tanta familiaridad que Anthea sospechaba que el muchacho debía de saber más sobre el tema. Otra nueva razón para encontrarle.

De repente, el tren dio un frenazo y Thais estuvo a punto de caer sobre su propio plato. Anthea se agarró a la cortina y tras sentir como paraba por completo, se levantó y echó un vistazo al pasillo, como otros tantos pasajeros sorprendidos.

— ¿Qué pasa? —Preguntó Thais.
— Estate quieta —le advirtió Anthea, volviéndose a sentar, pero sin dejar de observar el resto del vagón.
— ¿Quieres que me ponga la capucha?
— No. Eso sólo llamaría más la atención ahora mismo.

Nadie se movió, ni siquiera para averiguar qué había ocurrido. Sin embargo, al rato, un chico llegó al vagón. Tenía el pelo oscuro, engominado hacia arriba y se cubría con una capa parecida a la que habían arrebatado a Urian, salvo por su color, de un blanco inmaculado. Casi parecía predicar a los cuatro vientos a qué bando pertenecía, sobre todo por la llave espada que portaba en su mano izquierda.

— ¿Algún problema por aquí? ¿Alguien herido? —Vociferó, sobresaltando a muchos.

Sin esperar respuesta de nadie, empezó a avanzar entre los asientos de los pasajeros. Cruzaba rápidamente y se fijaba muy de vez en cuando en alguien en concreto, por lo que Anthea confiaba en que pasaría de largo y no tendrían ningún problema.

Pero incluso en eso se equivocó. Apenas estaba a tres metros de distancia, el joven paró abruptamente y se fijó en su sitio. Thais evitó su mirada. Anthea, por el contrario, fingió un interés que no sentía hacia él, buscando imitar al resto de los pasajeros. Pensaba que con eso, desviaría su atención de ellas.

Y segundos después, el muchacho se abalanzó hacia la aprendiza con la llave espada en ristre. Anthea vio venir el ataque e hizo aparecer su propia arma, bloqueando el golpe. Recordando el combate contra Urian, se mantuvo alerta, pero pronto se dio cuenta de que, a primera vista, su adversario no tenía una fuerza superior a la suya como el anterior.

— ¿¡Por qué has detenido el tren!? —Exclamó el joven, claramente enfadado.
— ¿De qué demonios me estás hablando? —Preguntó Anthea, confusa.

El muchacho presionó con más fuerza, buscando quebrar el bloqueo de Anthea, pero ésta no se dejó. No podía saber la diferencia de niveles que había entre ambos, aunque por el momento resistía bastante bien.

— ¡No te hagas la tonta!
— Aquí el único estúpido que hay eres tú. ¿Por qué iba a parar un tren en el que voy montada? —Se molestó.
— Anthea… —Susurró Thais, manteniendo las distancias. Se sentía incómoda al percatarse de que todo el vagón estaba pendiente de ellos, pero eso a Anthea le traía sin cuidado por el momento.
— Calla, Thais.
— Eso tendrás que explicármelo tú. ¿Cómo quieres que entienda vuestros maquiavélicos planes? —Continuó el joven.

Sin esperar respuesta, retrocedió y volvió a arremeter contra Anthea. En esta ocasión, la joven no se dejó acorralar. Esquivó el ataque y aprovechando la mala posición de su rival, golpeó en la empuñadura de la otra llave espada, por donde la sujetaba. El joven soltó un quejido de dolor y dejó caer su arma.

Anthea pisó la llave espada para mantenerla en el suelo y le amenazó con la suya. Había sido tan rápido que no podía creer que hubiese ganado, ni el perdedor ni la vencedora.

— No sé de dónde has sacado la idea de que soy la culpable, pero más te vale abandonarla e irte por donde has venido —le advirtió Anthea—. ¿Y qué haces yendo por ahí exhibiendo tu llave espada, idiota?
— Por si aparecían más criaturas de ésas, claro…

Con un brusco movimiento, el tren volvió a ponerse en marcha. Anthea mantuvo su posición y logró no balancearse, sin perder tampoco de vista en ningún momento al muchacho. Éste, por el contrario, estuvo a punto de perder el equilibrio y caer al suelo.

Aún después de que la situación hubiese vuelto a la normalidad, sólo se oían murmullos en su vagón. El joven no parecía tener la intención de retroceder y todos seguían pendientes de la llave espada de Anthea. Por primera vez, la aprendiza lamentó haber llamado tanto la atención.

— Anthea… —Volvió a susurrar Thais—. Déjale y vuelve a sentarte. Recuerda de qué lado estás.

A regañadientes, y sorprendentemente, obedeció. Sin quitarle el ojo encima al muchacho, tomó asiento e hizo desaparecer su llave espada. Thais tenía razón. Si viajaban de incógnito, aquel había sido un movimiento muy imprudente.

— ¿Qué haces aún aquí? Vete antes de que cambie de opinión —dijo Anthea, dirigiéndose al chico, con los brazos cruzados.
— Entonces, ¿no sois Portadoras de la Oscuridad? —Preguntó.
— Claro que no. Estamos en el mismo bando —le aseguró Thais.
— Menos mal —suspiró—. Por un momento pensé que estaba muerto. Siento la confusión —se disculpó—. Me llamo Ryan. Anthea y Thais, ¿verdad?
— ¿Y a ti qué te importa? — Murmuró Anthea.
— Sí, esos son nuestros nombres —contestó la niña—. ¿Qué hacías revisando el tren? ¿Buscabas al culpable?
— Sí, junto a… —Ryan se golpeó la frente con la palma de la mano, adoptando un divertido gesto de asombro—. ¡Oh, vaya! Tenía que reunirme con ellos. Bueno, un placer chicas, pero me tengo que ir.

Y sin más explicaciones, se dio la vuelta y corrió de vuelta por donde había llegado. Thais, estupefacta, se volvió hacia Anthea.

— Qué raro, ¿no?
— Molesto, diría yo —refunfuñó Anthea.
— Me refería al hecho de que te identificara como la culpable. ¿Por qué llegó a esa conclusión?
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Feb 08, 2011 11:35 pm

Nuevo capi =P Y ahora sí, actualizo el primer post, que la última vez lo dije pero olvidé hacerlo ^^U

Capítulo 4

«¿Qué eliges?»


Anthea tampoco lo comprendía, pero no le importaba. Prefería olvidarse cuanto antes de Ryan y centrarse en su búsqueda.

— ¿No te parece extraño? —Insistió Thais—. Soy yo quien lleva una capa oscura, no tú.
— ¿Qué más da? Ya le has visto: es un atontado, seguramente ha intentado atacar a más de un pasajero durante su travesía por el tren. La única diferencia es que yo he contraatacado. Fin de la historia.
— No me lo creo —sentenció la niña. Sin embargo, Anthea lo dejó pasar.

Fueron cuatro horas bastante aburridas. Hablaron poco y como no tenían ningún otro modo de diversión, tuvieron que sumergirse en sus propios pensamientos. Sólo cuando estaban a punto de llegar a Zurg, Thais se sobresaltó de repente y llamó la atención de Anthea, la cual estaba adormecida.

— ¿Qué? —Preguntó con brusquedad.
— Es él.
— ¿Quién?
— Yo —sonrió Ryan, sentándose al lado de Thais.

Anthea se despertó enseguida y miró enfurecida a Ryan. La joven esperaba no tener que encontrarse nunca más con él y por si fuera poco, había aparecido en un momento de lo más inoportuno. Desde luego, deseaba que se esfumara cuanto antes y que le dejara de nuevo tranquila.

— ¿Qué quieres?
— Eh, no te pongas a la defensiva —pidió Ryan—. Ya me he disculpado antes. Te confundí con una Portadora de la Oscuridad, ¿vale? Y me equivoqué.
— ¿Averiguaste por qué se detuvo el tren? —Intervino Thais, interesada.
— El maquinista paró debido a esas criaturas —les explicó vagamente.
— ¿De qué criaturas hablas? —Se extrañó la niña.
— No lo sé, no las he visto. Sólo me han hablado de ellas. Son oscuras, como sombras, y surgen en los sitios más inesperados. Ni siquiera sé de dónde vienen.
— Serían imaginaciones suyas —dijo Anthea—. O un Portador de la Oscuridad buscando armar jaleo.
— Yo también lo pensé y creí que ése eras tú. Perdona de nuevo —repitió Ryan, buscando que la chica dejara de ser tan borde con él.
— Pero, ¿por qué ella? —Se extrañó Thais.
— Porque cuando rastreé el tren en busca de oscuridad, sentí varios brotes por aquí. —Ryan se encogió de hombros—. Ahora me doy cuenta de que me precipité un poco.

Thais quiso replicar, pero una mirada de advertencia por parte de Anthea le hizo cambiar de opinión. La explicación del chico era convincente, así que no debían darle más vueltas.

— ¿Por qué has regresado? —Preguntó Anthea
— Porque me extrañó veros a las dos solas. ¿Eres una Maestra?
— No, sólo una aprendiza.
— Espera, ¿no lo eres? —Exclamó Thais, sorprendida.
— No —repitió—. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿A ti no te estaban esperando?
— Como bien has dicho, “estaban”. Mi Maestro y mis dos compañeros. En cuanto se detuvo el tren, nos dividimos para buscar al culpable y ayudar a quien lo necesitase. Volví con ellos después de hablar con vosotras. Íbamos hacia Nibelheim, pero se podría decir que les he hecho creer que bajaba en nuestra parada, cuando en realidad me he quedado en el tren.
— ¿A quién se le ocurre hacer semejante estupidez? —Anthea puso los ojos en blanco.
— A mí —sonrió Ryan—. No les he dicho nada sobre el incidente, por si te interesa saberlo, quería hablar primero con vosotras. Además, no me apetecía ir a Nibelheim.

El tren paró, en esta ocasión, porque finalmente habían llegado al último destino: Zurg. Anthea se levantó inmediatamente y Thais la imitó.

— Por fin —suspiró Anthea. Luego, se giró hacia el muchacho—. Nos ha encantado hablar contigo, pero no nos interesan tus problemas personales, gracias. Y ahora, si no te importa, nos vamos antes de que empieces a contarnos tu vida.
— ¡Esperad! Voy con vosotras —Sentenció Ryan.
— ¿Qué parte de “no nos interesan tus problemas personales” no has comprendido?

Anthea no esperó a que Ryan respondiera, sino que cogió de la mano a Thais y se dirigió hacia la salida. Supo enseguida que el muchacho les seguía, pero intentó ignorarlo todo lo que pudo. La estación estaba prácticamente vacía, y aunque bien iluminada, se podía observar a través de las ventanas que fuera estaba tan oscuro como la boca del lobo.

— No podéis dejarme tirado —insistió Ryan, poniéndose a su altura.
— Claro que podemos. Acabamos de hacerlo.
— ¿Ni siquiera piensas escucharme?
— Espera, Anthea —le frenó Thais. Aunque ella soportaba bien el humor de la aprendiza, no era el caso de Ryan, el cual cada vez se sentía más ofendido—. Al menos, déjale que se explique.

La aprendiza paró, suspiró y ante su silencio, Ryan supo que le daba la oportunidad de hablar. Al menos, por el momento.

— Veréis, nos dirigíamos a Nibelheim porque mi Maestro tiene allí una guarida donde pretendía ocultarnos. Las calles se hacen más peligrosas cada día y ni puedes plantearte viajar en solitario por algún camino. Además, mi Maestro escuchó un rumor y decidió resguardarnos en un lugar seguro. No sé qué oyó, pero no es mi estilo esperar sentado mientras se juega la vida fuera.
— Me alegro mucho pero, ¿qué tiene eso que ver con nosotras? —Preguntó Anthea, cruzándose de brazos.
— Si les seguía, mi Maestro encontraría la forma de encerrarnos en la guarida e impedir que escapáramos. En cambio, como me he huido antes de que pueda hacerlo, tendrá que buscarme y no podrá negarse a dejarme participar.
— ¡Tu Maestro quería lo mejor para ti! —Exclamó de repente Thais—. Ahora, le pondrás en un compromiso. ¿No has pensado en él?
— Claro que he pensado en él. Por eso precisamente, le ayudaré en la guerra. Pero tendré que esquivarle durante un tiempo, hasta que sea demasiado tarde para ocultarme como a un niño. Mientras tanto, iré con vosotras. Ya lo he dicho: las calles son muy peligrosas. Sería un suicidio pasear solo.

Thais suspiró, resignada. Luego, se volvió hacia Anthea, quien seguía observando al muchacho con el entrecejo fruncido.

— Tiene razón. Mejor tres que dos, ¿no te parece? —Le persuadió Thais.
— Porfis —suplicó Ryan, secundando a la niña.
— Está bien —consintió Anthea—. Pero tendrás que seguir mis normas. La primera y única es que yo mando. Si digo que me sigas, me sigues. Si digo que te marches, te marchas. ¿Entendido?
— Entendidísimo. Oye, ¿eres siempre tan mandona?
— Lo es —sonrió Thais.
— Bueno, basta ya los dos, que me vais a sacar los colores —dijo Anthea, observando durante varios segundos la vestimenta de Ryan—. En cuanto a eso…

Se acercó al muchacho, tan cerca que al principio éste retrocedió e incluso se sonrojó. Luego, observó como la chica se agachaba y tiraba de la capa hacia arriba para arrebatársela.

— ¿No-No estás yendo demasiado deprisa?
— Cállate, idiota. Tu capa es demasiado llamativa —explicó Anthea, una vez dejó al descubierto la ropa que llevaba debajo el chico—. No nos conviene.

Se dirigió hacia la papelera más cercana y la tiró dentro. Ryan observó su gesto estupefacto, pero recordando las normas que acababa de imponerle, decidió no quejarse. Incluso intuyó que podría haber sido mucho peor.

— Venga, vamos. Tenemos que buscar un sitio para pasar la noche.

[…]

Tener a Ryan con ellas no fue tan malo como Anthea imaginaba. El muchacho ya había estado con anterioridad en Zurg, por lo que sabía dónde se encontraba la posada y algunos datos extra sobre la ciudad. Como por ejemplo, que era un sitio pacífico y tranquilo, donde los Portadores de la Oscuridad raras veces se dejaban ver. Y por llamarlo de alguna forma, se trataba de una zona neutral, pues nunca había peleas.

Ryan esperaba que alguna de las dos supiera algo sobre la noticia que había puesto en alerta a su Maestro, pero se llevó una decepción. Thais le explicó por la noche su pequeña historia y como le interesó bastante, sobre todo el misterioso chico con el que tanto afán perseguía Anthea, insistió aún más en seguirlas hasta que resolvieran el enigma. Anthea sabía que lo haría, les gustase o no, así que no se molestó en responderle.

Esa misma noche, Anthea soñó con Dimitri. Si bien sólo hacía unas horas que estaban separados, se le hacía extraño no tenerle cerca aguantando su nerviosismo y sus preocupaciones. Seguramente, en el caso de que hubieran seguido juntos a Nicanor, su amigo habría acabado por insistir en la idea de abandonar la búsqueda y encontrar el modo de regresar a casa. Olvidarse por completo de la intromisión. Y Anthea se hubiera negado, claro.

En el sueño, estaban en la habitación de Dimitri, el sitio donde había visto por última vez a su amigo. Hablaban, o mejor dicho, discutían sobre algo, algo que al despertar, la aprendiza olvidó. Sin embargo, llegó un momento en el que Dimitri desapareció y el cuarto con él. Sola, reapareció en la Sala de Reuniones, frente al tapiz en el que Nicanor parecía estar tan interesado. Sin saber qué hacía, agarró el tapiz y lo arrancó de cuajo. Detrás…

— Despierta, Anthea —le agitó Thais en sueños—. O llegaremos tarde.

Tampoco pudo recordar qué había detrás del tapiz. Aún así, lo olvidó rápidamente. Al fin y al cabo, no era más que un sueño. Y aquel día tenía cosas mejores en las que centrarse.

Anthea hubiese preferido ir sola, pero Ryan y Thais insistieron en acompañarla, por lo que tomó varias medidas. En primer lugar, no podía consentir que estuvieran cerca de la Maestra, así que les hizo prometer que se mantendrían lejos y no intervendrían a menos de que se produjera un enfrentamiento. Tendrían más posibilidades de vencer si luchaban juntos, sobre todo contra una Maestra de la Llave Espada. En segundo lugar, debía ocultarlos de su vista. Fueron a la estación con media hora de antelación para buscar un sitio desde donde pudieran observar todo lo que sucediera sin ser interceptados. Hallaron varios escondites vacíos, aunque como no sabían dónde aparecería ella, decidieron finalmente prescindir de uno y que se mantuviesen a una prudente distancia, sin llamar la atención ni fijarse demasiado en ellas.

— Recuerda, haz la señal en caso de que…
— ¿Te crees que soy tonta, Ryan? —Saltó Anthea—. Quedaos aquí y no os mováis. ¿Entendido? No sé cómo reaccionará si descubre que no estoy sola, pero tampoco quiero averiguarlo.

En realidad, ni siquiera sabía cómo reaccionaría al verla aparecer. Tenía una ligera idea para engatusarla, aunque no estaba segura de que funcionara. De todas formas, llegados a ese punto, no podía echarse atrás.

A las doce en punto, Anthea se encontraba en la entrada de la estación, observando a la gente ir y venir, buscando o cogiendo un tren. Pensó que quizá la Maestra se demoraría unos minutos, pero a la hora exacta, vislumbró una figura oscura sentada en uno de los bancos que había dentro. La aprendiza habría jurado que segundos antes allí no había nadie.

Se acercó sin pensar, segura de que se trataba de su objetivo, hasta situarse frente de ella. No vestía una capa negra como le había parecido al principio, sino un vestido largo y gris, abrigada sólo con una chaqueta oscura. Se trataba de una mujer pelirroja, mayor y con algunas arrugas que ya se dejaban traslucir en su piel. Pese a su edad, era bella, aunque algo en su expresión hizo desconfiar aún más a Anthea. Antes de que se hubiese acercado del todo, la Maestra ya le sonreía.

— ¿Con quién tengo el placer de encontrarme? —Preguntó amablemente la Maestra. Anthea no se amilanó. Al fin y al cabo, era una Portadora de la Oscuridad.
— ¿Por qué no se presenta usted primero para dar ejemplo, Maestra? —Inquirió Anthea, poniendo especial énfasis en la última palabra.

La mujer se encogió de hombros, algo desencantada.

— Como quieras, tesoro. No me importa —sonrió de nuevo—. Mi nombre es Morgana. ¿Y el tuyo?
— Anthea.
— ¿Y qué haces aquí, Anthea? No es contigo con quien tengo una cita pendiente —comentó, sin darle aparentemente mucha importancia, aunque la aprendiza pudo notar el peligroso timbre de su voz.
— Tu peón no estaba en condiciones de acudir. Digamos que se enfrentó al bando equivocado —respondió despacio, vigilando la reacción de la Maestra.

Para su sorpresa, Morgana soltó una carcajada, como si la noticia le hiciera gracia.

— ¿Urian, derrotado? Oh, tampoco es tan impresionante. Siempre fue demasiado estúpido y arrogante. No, querida, no lamento su pérdida. Me fue de utilidad en otro tiempo, sí, pero ahora resultaba ser más un estorbo —sonrió—. ¿Sabes? Se creía indispensable para cualquiera de nuestros planes. Pero ya contaba con que nos fallaría algún día. ¿Lo hiciste tú, pequeña?
— Sí —mintió. Aunque su victoria fuera compartida con Thais, no pensaba dejar traslucir el dato de que era más débil que él.
— Maravilloso. ¿Y cuál es el motivo de tu visita, cariño?
— Nicanor —respondió Anthea—. Sé que le conoces. Quiero que me digas cómo encontrarle.
— Mi aprendiz, Nicanor —le corrigió amablemente Morgana—. ¿Qué interés puede tener una preciosidad como tú en un chico como él?
— Ninguno en el que estés pensando. Si es tu aprendiz, entonces tú misma podrás explicarme qué hacía ayer en la mansión de mis Maestros.

Morgana volvió a sonreír, de una forma que a Anthea no le dio buena espina. Cada vez veía más cerca el enfrentamiento, pese a la actitud aparentemente sincera de la Maestra. Ni siquiera podía imaginar cómo se le había ocurrido creer que obtendría la información sobre su paradero tan fácilmente.

— Claro que lo sé, querida, pero eso deberías preguntárselo tú misma, ¿no te parece? Aunque, ¿de verdad es ése el lugar donde debes estar ahora?
— ¿Qué estás insinuando? —Preguntó la aprendiza, frunciendo el ceño. Aquella mujer le ponía cada vez más nerviosa, sobre todo por su manera de dirigirse a ella.
— Dime, pequeña, ¿cuántos portadores hay ahora mismo en Insel, o más concretamente, en la residencia de tus Maestros?

Anthea se quedó petrificada, intuyendo horrorizada adónde quería llegar a parar Morgana. No contestó. No quería darle ningún dato concreto que pudiera servirle, fuera cual fuese su propósito. La Maestra lo interpretó de la peor manera posible.

— Estamos en guerra. En una guerra donde cualquier baja en el bando contrario supone un nuevo desequilibrio en la balanza. Vuestra misión como peones es resistir hasta que las piezas más fuertes decidan la partida. Y el momento ha llegado. Sin embargo, nada impide que se sigan eliminando las piezas más débiles para debilitar al adversario. ¿Lo entiendes, Anthea? La información es oro en épocas como ésta, ¿no te parece?

La Maestra se levantó del banco, a lo que Anthea reaccionó retrocediendo unos pasos para alejarse de ella. Podía estar marcándose un farol, pero la aprendiza tenía la intuición de que no era así. Y si Insel, tanto el pueblo como la mansión, estaba en peligro, ¿qué hacía ella allí perdiendo el tiempo?

— Por otro lado —continuó hablando—, no deberías dejar escapar a tu presa. Quizá él también haya movido ficha. Una ficha mucho más importante que la destrucción de un nido de aprendices. ¿Qué son ellos en comparación con los poderosos Maestros? Son el futuro. Pero, ¿de qué sirven si el futuro se extingue?

De repente, apareció un portal a unos pasos de Anthea, surgido de la nada. Era idéntico al que creó Nicanor para escapar de ella la primera vez, por lo que no le cupo la menor duda de que era obra de Morgana. Sin embargo, anonada aún, no entendía las intenciones de la mujer.

— Ha llegado la hora de que escojas tu siguiente movimiento. ¿Qué eliges? ¿Proteger a los aprendices o averiguar la verdad sobre Nicanor?
— ¿¡Qué pretendes con esto!? —Exclamó Anthea, fuera de quicio.
— Sólo muevo mi ficha —sonrió Morgana. Acto seguido, unas sombras surgieron del suelo y se la tragaron, desapareciendo de su vista tan rápidamente como si hubiera utilizado un portal. No quedó ni rastro de ella, salvo el agujero oscuro que había creado para la aprendiza.

A unos cuantos metros, Thais y Ryan se acercaban a ella corriendo. No obstante, Anthea sabía que no tenía tiempo para contarles todo lo acontecido. El portal no dudaría eternamente.

«Nada impide que se sigan eliminando las piezas más débiles para debilitar al adversario», había dicho. «Quizá él también haya movido ficha». ¿Qué le ocultaba Morgana? ¿Por qué era tan importante aquel chico?

Y por fin, se decidió.

— ¡Thais, Ryan! —Gritó con todas sus fuerzas en su dirección—. ¡Debéis ir a Insel! ¡Avisad a todo el mundo, va a haber un ataque! ¡Me da igual cómo lo hagáis, simplemente hacedme caso!

No se molestó en dar más explicaciones. Confiaba en que recordaran claramente sus normas. Sin perder más tiempo, Anthea corrió hacia el portal y desapareció tras él, como la primera vez.

Y el portal desapareció antes de que nadie más pudiera alcanzarlo.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Narel » Sab Feb 12, 2011 10:13 pm

¡Sigue así que vas muy bien!
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Feb 15, 2011 9:24 pm

Muchas gracias, spirit. Continuo con la historia.
Y bueno, recuerdo para cualquiera que se pase que acepto críticas constructivas, sean buenas o malas.


Capítulo 5

Nuevas respuestas, nuevas preguntas


Anthea apareció en un frondoso bosque de altos árboles y suelo húmedo, como si acabara de terminar de llover. Había un sendero poco marcado bajo sus pies y más allá, siguiéndolo, se podía observar una montaña que irrumpía en mitad de la arboleda.

Había sido tan precipitado que aún no se había hecho a la idea de que se hubiera marchado de la estación realmente. Y resultaba mucho más confuso que hubiese ido a parar a un bosque cuando, según Morgana, el portal le llevaría hasta Nicanor.

Observó más atentamente a su alrededor, pero no había nada fuera de lo normal en aquel bosque. Aún así, hizo aparecer su llave espada, agudizó sus sentidos y se preparó para cualquier ataque sorpresa que pudiera pillarle desprevenida. No debía olvidar que había sido Morgana, una Maestra de la Llave Espada de la Oscuridad, quien le había guiado hasta allí.

Sin otra dirección que tomar, siguió el camino hasta llegar al pie de la montaña, donde éste se interrumpió bruscamente. Averiguó la razón al examinar con atención las rocas que había en la base: estaban apiñadas, tapando algo.

Anthea se acercó para comprobar los huecos que había entre éstas e intentar vislumbrar el interior, sin embargo, estaba tan oscuro que no se podía ver nada. La aprendiza utilizó su poder mágico sobre el aire para elevar suavemente las más cercanas y apartarlas y, como había imaginado, tras ellas había un agujero que conducía, con seguridad, a un escondite secreto.

Separó el resto de piedras con el mismo procedimiento, sin molestarse en usar la fuerza física. La entrada no estaba muy bien escondida y cualquiera que pasara por allí sospecharía del montón de rocas amontonado de manera indudablemente artificial, así que Anthea esperaba que hubiese algún motivo por el que lo hubieran colocado tan visiblemente, ya fuera una trampa o una forma de aviso para los que estuviesen en el interior.

El agujero era mucho más pequeño de lo que Anthea esperaba. Tuvo que agacharse para pasar por un túnel que había excavado antes de llegar al escondite y encontró algunos problemas al intentar introducir a la vez la llave espada, pues se negaba a hacerla desaparecer, sabiendo que el peligro podía ser inminente.

Al otro lado, encontró una sala redonda y amueblada, aunque decorada de manera muy simple y rústica. Había un par de camas, y escritorios por doquier, donde se habían colocado libros y papeles en un desorden total. Algunos folios estaban emborronados por la tinta y otros tantos tirados por el suelo o arrugados. Los volúmenes no estaban en mejores condiciones.

No obstante, Anthea no se fijó en ninguna de aquellas cosas. Su vista se concentró en el muchacho de cabellos largos y negros, recogidos en una coleta cuidadosamente arreglada, y vestido con una capa negra igual a la de Urian.

Nicanor.

Hasta aquel momento, había estado examinando algunos documentos que tenía en el escritorio de enfrente, o quizá escribiendo. Anthea no podía saberlo, ya que el ruido que había provocado debía de haberlo alertado. El sonido al intentar hacer entrar la llave espada, pues había tenido especial cuidado al mover las rocas.

El joven estaba sorprendido, sobre todo cuando finalmente la reconoció.

— ¿Qué haces tú aquí?
— Hacerte una visita, ¿no lo ves? —Sonrió Anthea, regocijándose de la confusión del muchacho. Por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de saber más que su contrincante, como él en su anterior encuentro.
— ¿Y a qué se debe tu visita? —Inquirió.
— La última vez no tuvimos tiempo para las presentaciones. Nicanor, ¿verdad? Mi nombre es Anthea, encantada. ¿Vives aquí?

Nicanor se cruzó de brazos, tranquilo. Contando que Anthea acababa de colarse en su refugio, la aprendiza no comprendía cómo podía seguir con aquella actitud que tan nerviosa le ponía.

— Podría decirse así. ¿Alguna razón más por la que hayas interrumpido en mi hogar?
— Sí. ¿Por qué te colaste tú en el mío? —Anthea comenzaba a enfadarse de nuevo. Sin saber muy bien porqué, Nicanor le exasperaba—. ¿Qué es lo que tramas? ¿De qué te escondes?
— Sólo cumplía órdenes —explicó sin contemplaciones Nicanor—. Poco me importaba quien viviese en él. Y ya hice lo que me mandaron.
— ¿El qué?
— He respondido a tu pregunta. Por educación, tú deberías responder a la siguiente mía. ¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí?
— Andando, ¿de qué otra forma si no? —Le vaciló Anthea—. Tú sabrás a quien le confías tus escondrijos.

El muchacho entrecerró los ojos, como si empezara a molestarse de los comentarios de la joven o, más bien, de las respuestas no tan directas como le gustaría que recibía de ella.

— Antes has preguntado qué tramo… ¿Y qué hay de ti?
— Al principio, sólo quería encontrarte para averiguar porqué husmeabas en la mansión de mis Maestros —reconoció—. Sin embargo, este asunto va más allá, ¿verdad? ¿Qué es Kingdom Hearts?
— ¿Dónde has oído eso? —Se sorprendió Nicanor.
— ¿No me tocaría a mí preguntar?

Nicanor se calló, observando bien por primera vez a Anthea. Sus ojos se posaron en la llave espada por unos segundos, aunque no pareció intimidado por la visión.

— ¿Sabes algo sobre la guerra? —Preguntó Nicanor.
— No intentes confundirme…
— Dicen que la oscuridad nació cuando los hombres empezaron a anhelar más luz para ellos —comenzó a relatar—. Pero, ¿y si no fue así? ¿Y si la oscuridad siempre ha existido, pero hemos estado tan ciegos que nunca hemos podido notarla en nuestros corazones?
— Eso es una idiotez. La luz es un bien natural, mientras que la oscuridad surgió a raíz de un mal uso de esa luz. Es culpa nuestra que exista.
— Ni siquiera eres capaz de entender los conceptos básicos —. Nicanor movió la cabeza negativamente, como si le decepcionara de verdad—. La oscuridad ha estado mucho tiempo oprimida por vuestra luz. Para restaurar de nuevo la balanza, es necesario que cambien los papeles. Y Kingdom Hearts nos ayudará a lograr el equilibrio.
— ¡No dices más que estupideces! Esa balanza no existe. La oscuridad debe ser erradicada, no buscar que predomine sobre la luz.

Por alguna razón, Nicanor no insistió, aunque seguramente tendría otros tantos argumentos para apoyar su manera de pensar. En cambio, observó algo que había sobre el escritorio que tenía detrás y se volvió de nuevo hacia ella.

— Dime, Anthea. ¿Qué pasaría si, en mitad de una guerra, se encontrara una solución para que ésta se acabe? ¿Y si la solución valiese para la victoria de ambos bandos?
— ¿Qué intentas decir?
— Imagínate una fórmula única capaz de crear el arma definitiva.
— No…
— Sí —. Nicanor sonrió—. Una llave espada superior e inimaginable. Ninguna otra podrá compararse con su poder.
— Imposible —le interrumpió Anthea—. Nada así existe.
— Por ahora. Anthea, ¿sabes la noticia que corre de boca en boca por todos los portadores desde hace semanas?

Anthea paró en seco. Una noticia tan importante que había hecho que sus Maestros se marcharan. Lo suficiente para alejar a Janick de Thais y para que el Maestro de Ryan decidiera ocultar a sus aprendices. ¿Cómo podía estar él relacionado con todo eso?

— Te lo diré —dijo Nicanor—. Dicen que la Maestra Morgana, oculta durante años y famosa por “hazañas” pasadas, ha desarrollado la fórmula de la Llave Espada X. El arma cuyo portador podrá decidir el resultado de la guerra.
— ¿La Maestra Morgana? —Exclamó Anthea. Si eso era cierto, había estado muy cerca de la causante de todos sus problemas sin saberlo. Empuñó con fuerza su llave espada y frunció el ceño—. ¡Pues no os lo permitiré!

Y se abalanzó hacia Nicanor, algo que llevaba deseando desde que entró en la gruta. El joven esquivó el ataque y bloqueó el siguiente con su propia llave. Al contrario que la de Anthea, ésta era blanca y tenía una forma mecánica y simple.

Nicanor retrocedió e hizo desaparecer su arma. Suspiró y no se dejó amedrentar por la llave espada de su rival.

— Tranquila. Aún no ha llegado el momento —explicó Nicanor—. Pero por lo que parece, cada vez está más cerca.

Y al igual que Morgana, unas sombras surgieron del suelo hasta cubrirle y hacerle desaparecer. Anthea intentó alcanzarle, pero cuando llegó ya era demasiado tarde. Había vuelto a perderle.

— ¡Maldita sea! —Exclamó frustrada Anthea. Furiosa, lanzó su llave espada con violencia hacia la pared. Ésta rebotó y golpeó una de las mesas, derribando todo el trabajo que había en ella.

El revuelo de papeles recordó a la aprendiza que si bien volvía a desconocer dónde estaba Nicanor, se hallaba en su guarida y ésta se encontraba a su entera disposición. Anthea se olvidó de su llave espada y se dirigió al sitio donde había encontrado al muchacho cuando llegó. Sobre el escritorio, había un cuaderno abierto y en esa misma página, pintado recientemente, un gigantesco corazón tachado por una X. A su vez, bajo él había dos corazones más pequeños, uno blanco y otro negro, entrelazados como anillos. Luz y Oscuridad. Anthea no comprendió ninguno de los dibujos y le decepcionó que no fuera nada importante.

Revisó minuciosamente cada uno de los manuscritos que encontró en la habitación. La mayoría era pura basura, escritos tachados o demasiado corregidos para leerlos con claridad. El resto, eran dibujos o símbolos indescifrables para la aprendiza. La revisión no sirvió para nada y Anthea pudo comprender cómo Nicanor podía haberse marchado sin preocuparse por lo que dejaba atrás.

También investigó cajones y posibles escondites y escondrijos donde se pudieran haber guardado más cosas. Pero tampoco consiguió nada. Aquella guarida ya había sido vaciada tiempo atrás de documentos importantes, quizá, por seguridad o por mudanza a una nueva.

Y sin nuevas pistas ni sitios en los que buscar, sólo había un lugar adonde Anthea podía ir.

El lugar donde debía estar.


[…]



— Solamente tú sabías donde estaba —le recriminó el joven.
— Y no sólo se lo dije —sonrió—. También la guié hasta ti.
— ¿A qué viene este cambio de planes?
— ¿Cambio? No, querido. Todo está saliendo fabulosamente. Demasiado bien, diría yo.
— ¿Pretendes…? —No terminó la pregunta, sino que empezó con otra—. ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora?
— Porque es la única capaz. Ha aparecido mucho antes de lo esperado, por eso quizá te haya pillado por sorpresa.
— No. Estoy listo.
— Eso espero, mi aprendiz. Ella será nuestro ingrediente, pero tú…
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Narel » Sab Feb 19, 2011 6:31 pm

¡Dios el final me ha dejado con intriga! Que llegue el siguiente capitulo.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Feb 22, 2011 10:51 pm

Pues siguiente ^^

Capítulo 6

Regreso a casa


Cuando contempló las enormes puertas doradas de la mansión, Anthea casi ni podía creer que finalmente hubiese llegado.

Habían pasado tres días desde que salió del escondite de Nicanor y buscó la civilización más cercana para, más tarde, averiguar la vía más rápida para llegar a Insel. El pueblo costero no tenía estación de tren, por lo que había tenido que viajar a pie durante la mayor parte del tiempo. Y así comprobó que Ryan había dicho la verdad: los caminos no eran seguros. Sin embargo, sólo se encontró con bandidos y ladrones que pretendían aprovecharse de los solitarios viajeros para ganarse el pan. Ningún portador, ni de un bando ni de otro.

Al divisar la residencia desde la distancia, no se molestó en pasar primero por el pueblo, sino que fue directamente a la mansión. Debido a su decisión, no pudo saber cómo estaba la situación allí, aunque sí estuvo tentada en cambiar de opinión. ¿Había sido atacado Insel ya o había podido llegar a tiempo para defenderlo?

Anthea había tenido mucho tiempo para pensar durante su viaje y estaba harta de las cavilaciones sobre el futuro, así que no se entretuvo más y llamó al timbre. La mansión tenía un tamaño considerable, por lo que los nudillos no servían para que te escucharan desde el interior. Si hubiese podido escoger, Anthea habría elegido la segunda opción, mucho más discreta.

Escuchó cómo los cerrojos se descorrían antes de contemplar, tras cuatro días fuera, un rostro tan conocido que Anthea se dio cuenta de que no lo había olvidado en absoluto. Ninguno de aquellos rasgos tan familiares podría borrarse de su memoria. Dimitri, por el contrario, pegó un brinco de la sorpresa, antes de abalanzarse sobre Anthea.

— ¡Eh! —Exclamó desprevenida, antes de percatarse de que se trataba de un abrazo.
— ¡Eres tú! ¡Has vuelto de verdad! —Gritaba Dimitri, fuera de sí.
— Pues claro que he vuelto. ¿Qué te pensabas? Como si alguno de esos patéticos portadores pudiese conmigo —se mofó Anthea—. No os libraréis de mí tan fácilmente.
— Eres tan…
— ¿Encantadora?
— No has cambiado nada —sonrió Dimitri, separándose por fin del abrazo de oso.

Dimitri le condujo dentro, hacia el despacho del Maestro Eleazar. No se encontraron con ningún otro aprendiz, pero Anthea no pudo evitar sentir que estaba todo demasiado tranquilo.

— Cuéntame, Dimitri. ¿Qué ha pasado durante mi ausencia?
— Bueno —empezó a decir, algo avergonzado—. Al principio ninguno notó tu desaparición. Pero tras el regreso de los Maestros, nos reunieron a los aprendices y resultó obvio que no estabas. Te buscamos por todas partes, sin embargo seguías sin aparecer, así que el Maestro Eleazar salió a buscarte, por si se te había ocurrido marcharte durante su salida.
» Entre tú y yo —prosiguió—. Algunos pensaron que nos habías traicionado y te habías cambiado de bando. Pero eso es una estupidez, no tienes ningún motivo para hacerlo.

— ¿Me dejas adivinar los nombres de esos desconfiados?
— Claro, aunque tendrás que perderte el emocionante relato…
— Continúa, por favor.
— El caso es que hace un par de días llegaron Thais y Ryan. Nos explicaron todo lo que había sucedido y cómo te perdieron de vista en Zurg. No pensábamos que regresarías tan pronto…
— ¿Cómo no iba a hacerlo?
— Espera, ¿qué?

Anthea se detuvo en seco, confusa. Durante un momento, tuvo la horrible sensación de que había actuado erróneamente al regresar, por mucho que se alegrara de ver nuevamente a Dimitri.

— ¿Y el ataque?
— ¿Qué ataque?
— ¡El ataque que iba a producirse a Insel! —Exclamó la aprendiza—. No me digas que…
— Thais y Ryan nos advirtieron, pero no ha habido ningún movimiento sospechoso por los alrededores. El Maestro Eleazar nos explicó que Insel siempre ha sido un pueblo apartado y tranquilo, como Zurg. Por eso, en parte, escogieron este lugar para asentarse.

La joven comprendió que Morgana le había engañado. Por alguna razón, había querido llevarla de vuelta a Insel. Pero seguía sin entender porqué entonces le había planteado la opción de escoger entre regresar o buscar a Nicanor. Pensaba que encontraría nuevas respuestas a partir de su encuentro con el muchacho, pero hasta aquel momento, sólo se habían multiplicado las preguntas.

— Sigamos —insistió Dimitri.

Alcanzaron el despacho de Eleazar enseguida. Después de llamar tímidamente con los nudillos, escucharon la potente voz del hombre concediéndoles permiso para entrar. Nada más ver a Anthea, el Maestro se levantó anonado de su silla y se acercó a la aprendiza, como si no pudiera creer lo que contemplaba.

Repuesto de la sorpresa, ordenó a Anthea que le explicara todo lo que había sucedido, incluyendo los sucesos que ya habían narrado Thais y Ryan, para comparar las versiones. La aprendiza suspiró y comenzó el relato. Aunque corto, había sido bastante intenso, y aún no podía entenderlo todo, tal y como confesó al Maestro.

Una vez finalizó, Eleazar le miró severamente.

— Han pasado muchas cosas —resumió—. Pero ya tendremos otro momento mejor para hablar. Ahora que estás aquí, sana y salva, debes descansar. Retírate a tu cuarto y reponte. Es una orden.

Anthea no le contradijo. Nunca había sido partidaria de obedecer a los demás, pero se dio cuenta de que estaba cansada y añoraba una cama desde hacía días. Durante el viaje, había tenido que descansar al raso y tener un ojo siempre abierto y atento a posibles bandidos. Sería un alivio para ella dormir sin preocupaciones.

Dimitri había escuchado el relato junto al Maestro Eleazar, salvo que al contrario que éste, sus emociones se dejaban traslucir más. Estaba preocupado. Sin embargo, acompañó a su amiga hasta la habitación. Por el camino, se encontraron con varios aprendices que la observaron igual de asombrados que Eleazar, pero ninguno de los dos se molestó en intentar conversar con alguno. Ya se enterarían por sus propios medios de toda, o al menos, de gran parte de la historia.

En cuanto llegó a su cuarto, Anthea se desplomó sobre la cama, agotada. Dimitri había empezado a decirle algo, pero la joven no pudo escuchar nada más de su amigo. Se quedó dormida al instante.

[…]

Despertó al sentir una presencia al lado, un cuerpo cercano en su propia cama. En cualquier otra situación se habría sobresaltado, pero por fin descansada, se volvió y con absoluta tranquilidad comprobó quién era: Thais. Estaba profundamente dormida, pero parecía que acabara de llegar hacía poco tiempo.

Sin querer despertarla, se levantó, se aseó y se cambió de ropa, uno de los placeres que más había echado de menos. Tras arreglarse, salió de la habitación con cuidado para no hacer ruido.

Y fuera, ya había alguien esperándola. Se trataba de Lilian, una de las aprendiza con la que menos contacto había tenido Anthea. Era una chica tímida y silenciosa, pero eso no le había impedido entablar relación con los demás aprendices. Con todos, menos con Anthea.

— La Maestra Almira me ha ordenado venir a buscarte —le informó Lilian, sin saludarle ni mostrar signos de interés por su desaparición—. Quiere que te reúnas con ella.
— ¿Dónde?
— En… En la Sala de Reuniones.
— Vale —respondió secamente Anthea. Luego, añadió—. Gracias por el aviso.

Lilian pareció querer decir algo más, pero Anthea no le dio tiempo. Se marchó rápidamente, antes de que surgiera la conversación incómoda que no había esperado que se produjera cuando decidió agradecerle el gesto. Quizá Lilian no lo supiese, pero era la primera vez que le decía algo parecido a un aprendiz con el que no tenía ningún tipo de confianza.

La Sala de Reuniones estaba prohibida para los aprendices. Eso lo sabían todos y Anthea no podía evitar preguntarse la razón por la que Almira le había citado allí. ¿Sabría ella que ya había estado en la habitación antes? Imposible.

Llegó frente a la puerta y llamó con fuerza, hasta escuchar la dulce voz Almira al otro lado. Anthea obedeció y pasó. Dentro, la Maestra estaba sentada en una de las sillas, inclinada sobre unos documentos que había sobre la mesa. Al verla, sonrió y le ofreció sitio a su lado.

— ¿Me habías llamado? —Pregunto Anthea, tomando asiento.
— Así es —volvió a sonreír—. Eleazar ya me ha puesto al corriente de tu pequeña aventura, pero me gustaría volver a oírla de tus propios labios.

Anthea suspiró, pero no se negó a la petición. Empezó desde el principio, desde el momento en el que descubrió la presencia de un intruso en la residencia. Al contrario que cuando se lo contó al Maestro Eleazar, no omitió el hecho de que había sido en aquella misma habitación prohibida. Tenía la impresión de que Almira lo sabía, o que quizá lo intuyera.

Al contrario que Eleazar, la Maestra Almira era mucho más paciente y permisiva. Dejaba que sus alumnos aprendieran por sí mismos el alcance de sus posibilidades e intervenía para respaldarlos cuando se equivocaban, sobre todo ante Eleazar. Amable y compasiva, era la persona que mejor comprendía a Anthea después de Dimitri.

Una vez acabó el relato, calló. La Maestra Almira también mantuvo el silencio, pensativa. Pasado un rato, Anthea se impacientó y decidió romperlo.

— ¿Qué sucede, Maestra?
— Morgana… —Susurró. Luego, agitó la cabeza y se volvió hacia su aprendiza—. Hace mucho, mucho tiempo, fue una gran amiga de la Maestra Kyra. Pertenecía a nuestro bando, por supuesto. Pero un día se marchó y la siguiente noticia que tuvimos de ella fue que había sido seducida por la oscuridad. Nunca imaginé que alcanzaría tanto poder.
— Es… extraño —reconoció Anthea, materializando sus pensamientos—. Morgana me dio a elegir. Si quería que volviera aquí, ¿por qué me abrió el camino hacia Nicanor, en vez de engañarme? Y si lo que deseaba es que fuera tras el chico, ¿entonces por qué me mintió acerca del ataque a Insel?
— Creo que te estaba poniendo a prueba. Conozco a Morgana, o al menos, la conocía —respondió Almira—. Quizá quería comprobar tu cariño hacia Insel. Es posible que tenga la intención de atraerte a su bando.
— Maestra, yo nunca…
— Confío en cada uno de vosotros. También en ti. Eso me recuerda…

Almira calló durante un breve momento, adoptando una actitud austera. Finalmente, puso toda su atención en la aprendiza y murmuró:

— Hace algún tiempo también… Kyra y Morgana volvieron e encontrarse. Lucharon y Morgana perdió, pero se las arregló para escapar. Y en su guarida… —Almira tragó saliva, incómoda—. En su guarida encontró a una niña pequeña. Podría haberla abandonado, pero finalmente escogió traerla aquí. Y pasado un tiempo, entre los tres decidimos que la acogeríamos como aprendiza, junto a los demás. Ella…
— No.
— Anthea…
— No quiero saberlo —sentenció, decidida.
— Como quieras.

Volvieron a sumirse en el silencio, salvo que éste resultaba más incómodo que el anterior. Sin embargo, Anthea deseaba olvidar cuanto antes las últimas insinuaciones de su Maestra, así que nuevamente intervino ella.

— Nicanor dijo algo… —dudó Anthea—. ¿Existe de verdad una llave espada más fuerte que las demás?
— La Llave Espada X, sí —asintió la Maestra—. No es más que una leyenda. ¿Llegó alguna vez a contároslo Kyra? Todo empieza con ese tapiz —dijo, señalando el mismo que había estado observando Nicanor días atrás.
» Ella os contó que reflejaba la imagen de un portador frente a una tormenta mortal, mientras ofrece su llave espada al mar. La leyenda que inspiró el tapiz trata sobre un portador particular que lo tenía todo: poder, riqueza, amor… Su felicidad era absoluta y nada le faltaba. Sin embargo, un día, un viejo amigo suyo le reveló que tenía la fórmula para obtener el mejor trofeo del mundo. El portador, aunque no supiera de qué se trataba, se rió de su compañero. Si de verdad existía ese trofeo, él podría comprarlo con todos sus platines. Pero al escucharle hablar sobre su próxima adquisición, nacieron en él sentimientos negativos de codicia, ira, celos y una envidia incontrolable. ¿Cómo podía su propio amigo jactarse de estar a punto de poseer algo que el portador no tenía? Gracias a un intenso interrogatorio, logró que le desvelara la fórmula. Y loco por descubrir el secreto, mató a su amigo.
» Después del cruel asesinato, salió al exterior y frente al mar, lanzó su llave espada al agua. Ésta regresó a sus manos, pero ya no era la misma. Se trataba de la Llave Espada X, la más poderosa de todas. Sacrificando su propia arma, había dado con la definitiva. Por fin, aquel portador tenía todo lo que las personas pueden desear. No había nadie que pudiera compararse a él, sobre todo después de conseguir el preciado y único botín.
» Y desapareció. Como si el mar se lo hubiese tragado, nadie pudo contemplar la valiosa arma que había obtenido. Tampoco supieron más de él.
— Entonces, ¿Morgana afirma que ha conseguido esa fórmula de la que habla la leyenda? —Preguntó Anthea, boquiabierta por el relato. Almira era muy buena cuentacuentos.
— Según los rumores que trae consigo la guerra, sí. Por eso mismo partimos Kyra, Eleazar y yo. Teníamos que averiguar qué planeaba Morgana. Aunque no es la primera en asegurarlo, una noticia de ese estilo en un periodo de guerra resulta… catastrófica —resumió—. Ambos bandos se han vuelto locos. Todo el mundo la busca.
— Porque con la Llave Espada X, se podría decidir el resultado de la guerra. Lo comprendo.

Anthea observó atentamente el tapiz que había colgado de la pared. Nunca le había prestado mucha atención, pero durante los últimos días había cobrado tanta importancia que hasta había tenido pesadillas con él.

— El sueño… —. Anthea se levantó y se acercó al tapiz, pensativa. Luego, se volvió hacia Almira, que la contemplaba con curiosidad—. ¿Puedo?

Almira asintió despacio. A la aprendiza no le cabía la menor duda de que la Maestra sabía qué planeaba hacer.

Y tal y como había sucedido en su sueño, Anthea arrancó el tapiz de la pared, tirándolo a un lado, salvo que en esta ocasión pudo ver lo que había detrás. Una cerradura. Reluciente, como si estuviera esperando la llave idónea, pese a que no estaba en ninguna puerta, sino en mitad de la pared, por lo que a simple vista no parecía que se pudiera abrir nada con ella.

— ¿Qué es? —Preguntó Anthea.
— No lo sé con certeza —admitió Almira—. A la Maestra Kyra siempre le gustó investigar. Ese es uno de sus experimentos. Por lo que nos contó ella, sirve para proteger la residencia en caso de peligro, pero no sabemos cómo funciona. Le he prestado a Dimitri los informes que Kyra nos dejó para que intente resolver el enigma.
— ¿Por qué no se lo preguntas a ella?

Por primera vez desde que entró, la Maestra Almira se mostró sorprendida. Sin embargo, se repuso rápidamente y adoptó una expresión entristecida. Antes incluso de escuchar la noticia, Anthea ya había empezado a temer la respuesta.

— Porque la Maestra Kyra ha muerto.
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Re: [Fic Kingdom Hearts] Shadows in the Dawn

Notapor Nell » Mar Mar 01, 2011 11:57 pm

Por razones de falta de tiempo y estudios, tendré que retrasar el capítulo de la semana que viene por la siguiente. Tan cerca del final de la historia (confirmo que serán nueve capítulos más un epílogo), espero que no tenga que volver a tomar esta medida ^^U

Capítulo 7

«Será nuestra promesa»


Esperaba que la noticia de la muerte de Kyra le afectara más, pero a pesar del vacío y la pena que sentía ante la pérdida, Anthea sabía que podría superarlo. Su Maestra había combatido hasta el último aliento y había protegido a sus compañeros incluso en el final. Ese pensamiento le ayudaba a afrontar la realidad.

Cuando regresó a su habitación, descubrió a Thais despierta, sentada en la silla de su escritorio. Nada más verla entrar, se abalanzó a sus brazos.

— ¡Pensé que no volvería a verte! —Exclamó, casi sollozando.
— Sólo fue un desvío temporal, Thais —le explicó Anthea, separándose de ella—. Deberías saber que nada puede detenerme. Yo siempre regreso.
— Pero te fuiste tan rápido que no sabíamos qué pensar… —Se justificó la niña—. ¿Qué ocurrió?

Anthea suspiró, cansada, y lamentando haber vuelto a la habitación. Le hizo un breve resumen a Thais, ya que se lo merecía. Al fin y al cabo, había descubierto la razón por la que se había marchado el Maestro Janick del lado de su aprendiz.

— Urian debió de prever su movimiento e intentó aprovecharse —dedujo Thais, emocionada—. Tendría alguna cuenta pendiente con el Maestro Janick, pero no le sirvió para nada, es imposible que pudiera derrotarle.
— Thais…
— Él seguirá por ahí, investigando. He hablado con tus Maestros y me han permitido quedarme hasta que regrese a por mí. No creo que tarde mucho, porque siempre ha sido muy bueno informándose…
— Está bien, está bien —dijo Anthea. No quería seguir oyendo las razones ilusas de Thais para justificar que la muerte de su Maestro no era factible—. Oye, ¿dónde está ese idiota?
— ¿Qué idiota?
— Ryan.
— ¡Ah! Bueno, estuvo hablando con tus Maestros y Eleazar le convenció para regresar con sus compañeros. Partieron ellos dos hace algunas horas. Supongo que los andarán buscando.
— Perfecto —sonrió Anthea—. Un dolor de cabeza menos.
— En realidad te caía bien, ¿verdad?
— No, qué va.

Thais no insistió, pero sonrió maliciosamente, dando a entender que no creía nada de lo que decía.

— ¿Y qué hay del otro?
— ¿Qué otro?
— Dimitri.
— Ah, ya. Me dijo que estabas aquí y vine enseguida —sonrió con picardía—. ¿Le has echado de menos?
— ¿Pero qué dices, renacuaja? Sólo han sido cuatro días.
— Pues él estaba desesperado por volver a verte, ¿sabes?
— No me digas —. Anthea puso los ojos en blanco.
— Entonces, ¿sois novios?
— ¿Qué? ¡Claro que no! Somos amigos.
— Ya, ya.
— ¿Y qué sabrás tú, mocosa? —Le soltó Anthea, por alguna razón, molesta—. ¿Sabes dónde está o no?
— En su habitación, supongo. ¿Quieres que vaya a buscarle?

Anthea se encogió de hombros. Pensaba ir a buscarle ella misma, pero se dio cuenta de que Thais estaba inquieta. Si se marchaba, seguramente ella le seguiría y no podría hablar con su amigo a solas y en paz.

— Como quieras…
— ¡Vuelvo enseguida! —Gritó, dando un portazo nada más salir.

Probablemente, Thais haría un interrogatorio similar a Dimitri antes de llevarle a la habitación, por lo que Anthea dudó que fuera a regresar tan pronto. Se sentó en el escritorio y abrió el último cajón, con la intención de sacar su bloc de dibujo. Parecía que llevara siglos sin coger un lápiz y estaba deseando pintar algo, cualquier cosa. Sin embargo, bajo carpetas y papeles, vislumbró un pequeño cuaderno viejo y recordó qué era. Se olvidó del bloc y lo sacó.

Se trataba de un cuaderno desgastado y llevaba en su habitación mucho más que ella misma. Eleazar le explicó, cuando preguntó por él, que había pertenecido al anterior propietario del cuarto. Los tres Maestros lo habían leído y revisado multitud de veces, pero parecían las anotaciones de un fanático carentes de sentido, así que perdieron el interés rápidamente. Y como Anthea de niña no había entendido nada de lo que ponía al ojearlo con curiosidad, se quedó allí olvidado.

No esperaba entender palabra alguna de lo que el antiguo Maestro había escrito. La mayor parte de su contenido eran garabatos, tachones y páginas arrugadas e incluso rotas de la fuerza que hizo al escribir en ellas. Sin embargo, lo abrió por varias páginas para examinarlo por encima mientras hacía tiempo.

Hasta que se detuvo en un dibujo en particular, claro y vistoso, que ya había observado antes. Dos corazones, uno blanco y otro negro, entrelazados como dos anillos. Luz y Oscuridad. El mismo boceto que había en los papeles del escondite de Nicanor.

Revisó el cuaderno varias veces, interesada por primera vez en él, sin embargo, no encontró ninguna coincidencia más. Aun sin comprender muchas de las palabras del autor, pudo descifrar una en particular que se repetía bastantes veces: Kingdom Hearts.

— ¿Anthea? —Preguntó tímidamente Dimitri, antes de pasar, y sobresaltando a su amiga.
— ¡Ah, tú!

Cerró el cuaderno y se levantó de la silla con rapidez. Aunque no le habría importado que Dimitri le echara un ojo, por si él podía sacar algo en claro del diario, prefirió consultárselo en otra ocasión. No le apetecía explicar cómo lo había conseguido, ni porqué había estado secretamente guardado en su escritorio. Anthea tenía la impresión de que, últimamente, no hacía otra cosa que contar lo que sucedía en su vida.

— ¿A quién esperabas? ¿Acaso no me habías llamado?
— Claro que sí, idiota. Pero no pensé que fueras a llegar tan rápido.
— Thais, ya. Me entretuvo un poco, pero tampoco tanto —respondió Dimitri, incómodo—. Y… ¿qué querías?
— ¿Cómo que qué quería? ¡Saber cómo estás, capullo! ¿A ti qué te parece? —. Anthea se cruzó de brazos, enojada—. Creía que no hacía falta explicarte estas cosas.
— Y normalmente, no es necesario. Pero… —Se encogió de hombros—. Últimamente estoy un poco espeso.
— ¿Problemas de sueño?
— Bastantes.
— Déjame adivinarlo —. Anthea puso cara de concentración—. Horas nocturnas aprovechadas para la lectura, ¿correcto?
— Premio.
— ¿Los informes que dejó la Maestra Kyra, quizá? —Dimitri puso un gesto de desagrado—. ¿Qué?
— Nada. Es que no me gusta mucho pensar en ella, porque entonces me acuerdo de que…
— De que está muerta, ya —le cortó Anthea—. Pero algún día tendremos que hacernos a la idea. ¿Qué escribió?
— Tenía ideas muy buenas para plantarle cara a la oscuridad —describió Dimitri, claramente emocionado y satisfecho de que le preguntaran por el tema—. Formas para asegurar un lugar de su corrupción, e incluso una armadura para portadores capaz de protegerlos de ésta por completo. Aunque sus diseños aún estaban muy lejos de cumplir sus propósitos: los prototipos tuvieron numerosos fallos, bastantes experimentos que realizó en secreto con resultados nefastos… Es una pena que nunca tuviera tiempo para perfeccionar nada de eso.
— Ya que no pudo hacerlo ella, otro podría ocupar su lugar —sentenció Anthea—. Y ése podrías ser tú.
— No creas que no lo he pensado. Lo intentaré, aunque ahora mismo…
— ¿Qué?
— Tengo demasiadas cosas en la cabeza.

Desvió la mirada, claramente preocupado por algo. Anthea podía hacerse una idea de lo que se trataba. Al fin y al cabo, su amigo había estado presente durante el relato de su aventura al Maestro Eleazar. Y como siempre que sucedía algo malo, Dimitri no podía evitar preocuparse y darle muchas vueltas al asunto. Tal y como había hecho cuando se marcharon sus Maestros.

— ¿Morgana o Nicanor? —Preguntó con simpleza Anthea.
— Ambos —admitió—. ¿Qué traman? Si existe una llave espada más fuerte que todas las demás, ¿por qué nunca hemos oído hablar de ella? ¿Por qué si tienen una “fórmula” para crearla lo predican a los cuatro vientos? Ha dejado de ser un secreto para todos los participantes de esta guerra que ellos son la solución para la victoria de su bando. En cuanto a Morgana… Ella tenía todas las respuestas que tú querías. ¿Por qué entonces quiso que te encontraras con Nicanor? Nada tiene sentido.
— Si te sirve de consuelo, yo tampoco lo comprendo. Aunque la Maestra Almira tiene la teoría de que Morgana pretende llevarme al lado de la oscuridad.
— También lo he pensado. Pero tengo la sensación de que se nos escapa algo…
— Dimitri, ¿tú confías en mí? —Saltó de pronto Anthea.
— Me duele que preguntes eso.
— ¿Y crees de verdad que podría caer en la oscuridad?
— Creo que todos, seamos portadores o no, puede fascinarnos en alguna ocasión —explicó Dimitri—. No se trata de las veces que puedas dudar entre la luz y la oscuridad, sino la protección que tengas contra esa confusión. Si recuerdas en todo momento la razón por la cual luchas, no tendrás que temer nunca a la tentación. Pase lo que pase, ese deseo te protegerá.
— ¿Y si eso no es suficiente? Quiero convertirme en una Maestra de la Llave Espada y que la Luz gane la guerra. Pero, ¿y si olvido todo lo que me importa y sucumbo a la oscuridad?
— Por eso no debes de preocuparte —sonrió Dimitri—. Ya he pensado en algo.

Rebuscó en su bolsillo y sacó dos llaveros idénticos, pequeños y con forma de paopu, una peculiar fruta de los árboles más cercanos a la costa. Varios de ellos podían verse desde la ventana de Anthea.

— Los fabriqué cuando te marchaste. Uno es para ti —le explicó, mientras se lo entregaba—. Lo he leído en el libro culpable de que no pudiera detenerte para que te quedaras. No sabes hasta qué punto me arrepiento de no haberte seguido —reconoció Dimitri—. Se trata de un hechizo de conexión entre dos objetos, capaz de entrelazar el destino de dos corazones. Así, pase lo que pase, siempre nos volveremos a encontrar. Y si tú caes en la oscuridad, yo estaré ahí para salvarte. Lo mismo sucederá en caso contrario.

Anthea examinó de cerca el llavero. Había sido cuidadosamente fabricado, con la viva imagen de la fruta. No era una coincidencia que hubiese elegido esa forma: Dimitri sabía que a Anthea le encantaban, a pesar de su aspecto de estrella. Y por lo que le había explicado, no era imprescindible para el hechizo, sólo un medio para que funcionara.

— Así que si no me separo de esto, no tendré que preocuparme, ¿eh?

Convocó su llave espada y sin mediar más palabra, colgó el llavero del extremo del arma. Dimitri, con una sonrisa de alivio al ver su regalo aceptado, hizo lo mismo.

— Nunca me separo de la llave espada, por lo que aquí es donde estará más seguro —explicó Anthea, aunque no hiciese falta—. Tú mismo lo has dicho. Pase lo que pase, nos volveremos a encontrar.
— ¿Es una promesa?
— Yo lo llamaría afirmación. Las promesas pueden incumplirse, en cambio, me niego a que eso no sea verdad.
— Precisamente, por ser promesas, también deberían considerarse afirmaciones. Tienen que ser cumplidas, cueste lo que cueste.
— Está bien, cerebrito —suspiró Anthea—. Tú mandas. Será nuestra promesa.

[…]

Bien entrada la noche, Anthea no podía dormir. Pensaba en todo lo que había sucedido en el día y aunque estaba contenta por haber regresado, después de haber visto el mundo exterior se sentía encerrada. Como un pájaro en una jaula al que le conceden la libertad para, más tarde, devolverle a su prisión.

Además, no podía dejar de darle vueltas a todo lo que había ocurrido. Sobre todo a la historia que no había dejado seguir relatando a la Maestra Almira. Había creído que no quería saberlo, pero más sosegada, se daba cuenta de que la curiosidad por sus orígenes era más fuerte de lo que pensaba. ¿Y si de verdad había sido una potencial discípula de la Oscuridad, hasta que Morgana se vio obligada a dejarla atrás? Entonces, su bando por nacimiento habría sido la Oscuridad. ¿Qué hacía combatiendo del lado de la Luz?

La imagen del llavero que le había regalado Dimitri le ayudaba a recordar la razón. Aunque no lo había dejado traslucir, le encantaban aquel tipo de detalles por parte de su amigo.

— ¿Estás despierta? —Susurró una vocecilla, procedente de la puerta.

Anthea se incorporó para ver, entre la oscuridad, la clara silueta de Thais. La niña, en pijama y bien despierta, se acercó a su cama.

— Es que, verás… —Empezó a decir, claramente avergonzada por algo.
— ¿No puedes dormir?
— Sí y no. Es que… durante tu ausencia me permitieron dormir en tu cama y… ¿Puedo pasar la noche aquí contigo? Me traeré un saco…
— Cállate, ven y métete en la cama. Aquí cabemos las dos.

Agradeciendo con simpleza el gesto, Thais obedeció y Anthea le hizo sitio. Una vez acopladas ambas, la joven cerró los ojos e intentó dormir de nuevo, pero la niña volvió a interrumpir sus pensamientos.

— Oye Anthea…
— Dime.
— Lo he estado pensando y… ¿Recuerdas nuestro encuentro con Ryan en el tren?

Antes de responder, Anthea no pudo evitar darse cuenta de que la gente a su alrededor reflexionaba irremediablemente sobre todo lo que ocurría en su vida, para luego acudir a contárselo a ella. Ya empezaba a dudar de la veracidad de Thais al afirmar que no había podido conciliar el sueño en la cama que le habían asignado.

— Como para olvidarlo.
— Él dijo que sintió varios brotes de oscuridad por nuestra zona. Y creo que tenía razón —explicó Thais—. Creo… Creo que he sentido retazos de ella en ti.
— Está bien.
— ¿Lo sabías?
— Lo suponía. Pero no tengo miedo. Ya no.
— Ten mucho cuidado —suplicó Thais—. Tengo un presentimiento. Pero uno malo. Como si algo horrible fuera a pasar pronto.
— Será que tienes sueño —simplificó Anthea—. Duérmete. Te vendrá bien descansar.

Y sin embargo, y a pesar de sus palabras, Anthea no pudo evitar, en silencio y cuando estuvo segura de que Thais se había dormido, darle la razón a la niña.

[…]

Tuvieron que pasar tres días para que llegaran las nefastas noticias que más temían: el siguiente movimiento de Morgana y Nicanor. Y mucho antes de lo que esperaban, todo estaba a punto de cambiar.
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