El ocaso del alba

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Mié Ago 31, 2011 3:16 am

Respuestas a mis queridos lectores

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melodia: Gracias por leer y comentar. Si, estoy de acuerdo en que esta parte sea un poco más sosa que otras, pero era un capítulo necesario, en algún lugar tenía que meter las explicaciones sobre las reglas del universo, mas no te preocupes amiga mía, a partir del próximo cap llegan la dosis de acción e interés 8D


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Y si, finalmente he regresado de tierras americanas a mi querida península para traeros, después de haber descansado dos días del viaje, la segunda parte del cap 4, que me gusta más que la primera, espero que a vosotros también. Tenemos el fin del entrenamiento, una bonita reunión de amigos (con guiño a Habimaru incluído e.e) y una sorpresa interesante al final que tendrá especial importancia en los próximos capítulos. No les entretengo más. Disfruten de los desquicios de mi mente vertidos sobre su computadora.

Capítulo 4 - Entrenamiento - Parte 2
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Pronto llegó el mediodía, y el anciano decidió detener el entrenamiento con el fin de que recuperaran energías y disfrutaran de una buena comida. Tras dejarle unos minutos de descanso a Abraham para que digiriera los alimentos, le ordenó bajar de nuevo para reanudar el adiestramiento.

—Se me olvidó mencionártelo antes —dijo una vez se volvieron a encontrar en el extenso gimnasio—, pero obviamente, al igual que la energía de un humano se agota según la vaya empleando este, lo mismo ocurre con nuestra Atzmunt, por lo que es conveniente saber racionalizarla para no encontrarnos en una situación de agotamiento en la que estaríamos en desventaja.

—Entendido —respondió Abraham. El joven aún seguía bastante temeroso de la realidad con la que se acababa de topar, pero Alem le prometiera que si le hacía caso podría recuperar su vida, por lo que se estaba esmerando al máximo.

—Otra forma muy interesante de canalizar la Atzmunt —prosiguió el antiguo Supremo Sanador con el entrenamiento—, es mediante la aplicación de esta a la materia. Es decir, yo puedo agarrar esta espada por su mango y pasar la palma de mi otra mano por su filo y… —explicaba el anciano a la vez que realizaba tal acción. Tras hacerlo, el filo cobró una luminosidad intensa—.

>>Esta espada normal y corriente ahora se ha convertido en una espada de luz, capaz de herir a cualquier ser de oscuridad. De la misma forma puedes usar cualquier otra herramienta o material de lucha y conferirle parte de tu Atzmunt. También puedes concentrarla en partes de tu cuerpo como tus puños o pies para golpear directamente al adversario.

>>Pero basta de chácharas —Alem cogió otra de las espadas de su colección y se la lanzó a Abraham. El joven atrapó torpemente el arma al vuelo—. ¡Luchemos! —le desafío.

El muchacho intentó realizar con la espada que había recibido lo mismo que hiciera Alem con la suya, y la dotó de Atzmunt oscura, aunque todavía no fuera quién de controlar perfectamente el cuándo usar cada una.

Las armas chocaron y resonaron por toda la casa. Alem se mostraba muy diestro en el manejo de la suya, a pesar de su avanzada edad. Abraham tampoco se quedaba demasiado atrás, tenía ciertos conocimientos derivados de
algunas clases ocasionales de artes marciales que su abuelo le impartiera.

Eventualmente, ambos contendientes fueron desarmados, y entonces la lucha paso a ser mano a mano. Así avanzó el reloj hasta que sus agujas marcaron las seis de la tarde, y ambos adversarios cayeron exhaustos al suelo.

—No está nada mal para ser el primer día, Abraham —le felicitó el anciano—. Cuándo yo era parte de la corte en Edén, me encargaba de adiestrar a los soldados más prometedores, y te puedo asegurar que ninguno de ellos hizo tantos progresos como tú en tan poco tiempo. Claro que ninguno de ellos poseía tus habilidades —mencionó con una sonrisa.

“Es cierto.” Recordó el muchacho. “Alem fue Supremo Sanador en Edén. Entonces…”

—Oye Alem… ¿Tú no me odias? —preguntó, provocando la sorpresa de su interlocutor.

—No, ¿porque debería odiarte?

—¿Tú no perdiste nada cuándo yo…? Bueno, ¿cuándo eso que habita en mí destruyó Edén?

El anciano se quedó un rato mirando al muchacho, su voz adoptó un tono nostálgico al hablar.

—Se llamaba Lamec. Su madre murió al dar a luz. Fue una suerte para mí haberle tenido. Se parecía a ti, era muy imaginativo y con baja autoestima, pero con una gran fuerza de voluntad para proteger lo que más quería. Yo intenté educarlo para que fuera sanador, pero él se empeñaba en ser soldado, decía que quería defender y luchar por su especie. Entró al ejército cuándo cumplió 18 años.

>>Dos años después fue cuándo se produjo el ataque del Rashá. Él fue enviado junto a un escuadrón de novatos a detenerlo. Miguel, el Supremo Caballero de aquel entonces, se negó a poner en peligro a los soldados de élite, mandando a una muerte segura a los menos experimentados.

Abraham observó la tristeza en la mirada del anciano, y no pudo evitar sentir cierta empatía por él y cierto odio hacía lo que guardaba dentro.

—No te odio, aunque si que es cierto que tengo algún resentimiento hacia lo que portas. Pero que tú lo portes es culpa mía, ¿qué clase de hipócrita sería si odiara algo que yo “cree” voluntariamente? —opinó Alem—. Se lo prometí a tus padres, que te protegería y cuidaría. Eso es lo que he hecho durante todo este tiempo.

El timbre de la casa interrumpió la conversación. Alem, preocupado, le ordenó a Abraham replegar y guardar las Knafáims, a la vez que él hacia lo mismo. Cogió la espada con la que combatiera antes contra su nieto y subió las escaleras. Se acercó sigilosamente hacia la puerta, temiendo haber sido descubierto. Con rápidos movimientos, la abrió con la mano derecha a la vez que lanzaba el arma hacia delante con la izquierda.

La espada quedó a unos milímetros del cuello de un esbelto chico de cabellos de oro y ojos del color del cielo. Asustado, retrocedió inmediatamente hacia atrás.

—¡Abuelo! —vociferó—. ¿Te has vuelto loco? —dijo mientras se agarraba la garganta con ambas manos.

El anciano borró la seriedad de su rostro, cambiándola por una amable sonrisa, a la vez que colocaba la espada en una posición menos agresiva.

—A mi edad, es normal ser atacado a menudo por astutos vendedores de puerta en puerta y otros tipos de molestias que pueden llegar a incomodarte hasta límites insospechados. Así que hay que estar preparado para combatirlos —comentó sonriente, y luego dejo escapar una larga risotada. El rubio chico le observó aún temeroso—. ¿Por qué no pasáis a tomar algo? Abraham estará encantado de veros. Carlos —Alem giró la cabeza hacia su derecha—. Sandra.

La hermosa pelirroja de largos cabellos, a diferencia de su amigo, observara la escena desde una perspectiva más humorística. Ahora no podía evitar dejar escapar una pequeña risa por lo bajo.

El anciano los instó a pasar al interior de la casa. Después de que entraran, cerró la puerta con suavidad.
—¡Abraham! —gritó—. ¡Carlos y Sandra han venido a verte!

El chico escuchó la llamada de su abuelo sorprendido desde el gimnasio. “Sandra y Carlos”. Pensó. “Con todo lo sucedido, olvidé por completo contactar con ellos”. Subió las escaleras raudamente, alegre de poder reunirse con sus amigos.

—¡Hola chicos! —les saludó sonriente.

—¿Vienes del sótano? —preguntó asombrado Carlos—. ¿Qué has estado haciendo?

—Aprovechando el día libre he querido enseñarle un poco de defensa personal —explicó Alem mientras sonreía—. Pasad a la cocina, allí estaréis más cómodos y podréis tomar algo.

Reunidos entorno a la pequeña mesa de la estancia, los tres amigos compartían unos refrescos de cola con gas junto a unos apetitosos bocatas cortesía del amable anciano. Los de Sandra y Carlos eran de jamón, producto muy típico en la zona, mientras que el de Abraham era de chocolate, alimento que encantaba al joven.

—Así que defensa personal… No creo que la necesites ya… —comentó Carlos.

—Eso parece —respondió Abraham.

Un silencio incómodo se apoderó de la sala.

—¿Te duele…? —mencionó la pelirroja—. ¿Te duele algo que hayan muerto?

El muchacho se pensó un poco su respuesta, sorprendido por tal cuestión.

—No lo sé. Desde luego que no les tenía ningún tipo de estima, pero no me creo capaz de desearle la muerte a nadie —sonrió irónicamente al recordar que en cierto modo él era su asesino y que, momentos antes de matarles, tal destino les deseara.

—Mañana es el entierro —apuntó su rubio amigo—. ¿Vendrás?

—Supongo que es lo mínimo que debo hacer.

—Bien, pues deberíamos quedar juntos para coger el bus —propuso Carlos—. Supongo que también irán el director y el resto del instituto, puede que incluso vaya hasta el alcalde.

El silencio se volvió a apoderar del ambiente.

—Deberíamos hacer algo este fin de semana —saltó Sandra—. No volveremos a tener clase hasta el lunes, y ya nos queda poco para comenzar los exámenes finales.

—No me nombres ahora los exámenes —le reprochó Carlos—. ¿No os parece increíble? ya estamos a punto de terminar la secundaria, ya era hora.

—Sobretodo para ti —apuntó Abraham—. Ya eres bastante mayorcito para seguir en el instituto —comentó al recordar la avanzada edad de su amigo, 19 años, frente a los 16 de él y Sandra.

—¡Oye! Es cierto que hasta hace poco no he hecho nada, pero me estoy poniendo las pilas, ¿vale? Pienso estudiar el bachillerato, e incluso sacarme una carrera —contestó indignado.

Sus amigos se limitaron a reír. Aunque a Carlos no le hizo mucha gracia al principio, al final terminó uniéndose a la risotada colectiva.

—Voy al baño un momento si me disculpáis chicos —mencionó la pelirroja mientras abandonaba la estancia.

—Oye Carlos —Abraham comprobó que su amiga se había alejado lo suficiente como para no oírles— ¿Tu crees que él le ha vuelto a…? —preguntó en referencia a las gafas de Sol que portaba la muchacha. Era cierto que hacía un día soleado, impropio de un mes tan lluvioso como era Abril, pero al muchacho no dejaba de inquietarle que ni siquiera en el interior de la casa las quitara.

—¿Que si el viejo volvió a pegarle? —terminó el rubio la frase— ¿Cómo saberlo, Abraham? Bien sabes que cuando intentamos sacar el tema enseguida lo evade, esa parte de su vida está claro que la quiere mantener oculta.

—¡Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados! —replicó furioso.

—¿Y qué haremos? ¿Iremos a dónde su padre y le pegaremos una paliza? Esa noche le pegará el doble. ¿Lo denunciaremos ante la justicia? Ella se negará a reconocerlo, y si no es ella la que lo denuncia no nos harán ni caso. Es horrible, pero no podemos hacer nada por el momento —Abraham apretó su puño fuertemente, lleno de rabia al observar su impotencia—. Pero no me extrañaría que la hubiese maltratado, ella tuvo que pasar toda la tarde de ayer en su casa.

>>¿No lo supiste? —preguntó al ver la sorpresiva reacción de su amigo—. Ayer hubo una especie de toque de queda que se prolongó hasta esta mañana. Tras descubrir los cuerpos lo impusieron como medida preventiva hasta dar con el asesino. De todas maneras hoy ya han sido algo más permisivos y por eso hemos podido venir a visitarte. Por cierto —Carlos cambió su tono— ¿dónde te metiste ayer?

—¿Cómo que dónde me metí ayer? —dijo el pelirrojo para ganar tiempo, en busca de una excusa convincente.

—Si, Sandra y yo estuvimos esperándote un buen rato, pero no apareciste, al final nos tuvimos que ir sin ti.

—¡Ah! Es que… no me encontraba bien —contestó al no encontrar una mejor cuartada.

—De todas maneras, ayer te llamé varias veces y en ninguna ocasión me cogiste el teléfono.

“¡El móvil!” Se dio cuenta alarmado. Seguramente lo hubiera perdido durante el lapso de tiempo que no podía recordar, junto a todas las demás pertenencias que llevaba consigo aquel día.

—Eso… eso seguramente fue que mi abuelo lo debió poner en silencio para evitar que alguien me molestara mientras me recuperaba, debió ser eso —ni siquiera él mismo estaba convencido de sus pobres excusas—. Seguro que cuando le eche un vistazo aparecen todas tus llamadas perdidas.

—Entiendo —Carlos le dio un gran sorbo a su refresco—. ¿Sabes qué? Ayer, cuándo te estábamos esperando, al poco rato, oímos unos fuertes gritos. Asustados, nos largamos inmediatamente hacia el instituto. Luego, cuando apareció en las noticias lo de que habían localizado aquellos tres cuerpos en el callejón, te juro que un escalofrío recorrió mi espalda, y estoy seguro de que a Sandra le ocurrió lo mismo.

>>Por un momento pensé que tu fueras uno de esos cuerpos, y me preocupé muchísimo, por eso intenté localizarte desesperadamente. No fue hasta que se realizó la identificación de los cuerpos, que pude respirar tranquilo al comprobar que se trataba de esos tres bastardos y no de ti.

—¡Hola de nuevo chicos! —la dulce voz de la pelirroja cortó la conversación—. ¿De qué habláis?

—De cosas de hombres —respondió sarcásticamente Carlos.

—¿Ya estamos con secretitos? —contestó molesta—. Creía que no había de eso entre nosotros.

—Compréndenos, hay cosas nuestras que tú no entenderías —puntualizó Abraham.

—Hombres —susurró mientras suspiraba derrotada. Los tres se unieron entonces en una gran carcajada colectiva.

Pasaron el resto de la tarde debatiendo acerca de lo que les depararía el futuro. Del cercano, pensando en planes del verano. Y del lejano, pensando en qué es lo que harían con sus vidas.

—Ya lo he dicho antes —comentó en una ocasión Carlos—. Quiero estudiar una carrera, y ¿sabéis qué? Me encantaría estudiar telecomunicaciones, debe ser muy bonita.

—¡Anda ya! Eso es para auténticos suicidas —le informó Abraham—, uno de los chicos de 1º de bachillerato que conozco tiene un primo en el sur que la está haciendo y no para de quejarse de ello. Y estoy seguro de que es mucho más listo que tú —mencionó con una burlona sonrisita.

—¡Abraham, si te digo que la hago es que la hago! ¡Y además con matrículas de honor! —respondió el rubio enérgicamente.

Pronto se hizo tarde y llegó el momento de ponerle fin a la amable reunión de amigos. Sandra y Carlos se despidieron de Abraham y de Alem, quedando con el joven al día siguiente con el objetivo de ir al entierro. Tras que este cerrase la puerta, el anciano le dirigió una preocupada mirada.

—Quizás… —balbuceó—. Quizás no debieras juntarte mucho con ellos hasta que solucionemos todo esto. No sabemos que puede hacer el enemigo con tal de encontrarte.

—Alem, ellos lo son todo para mí —mencionó el joven con una confianza inusitada en él—. Antes te dije que no quería matar a nadie. Pero, me da igual Kardinuta que Butzina, si alguno de esos seres alados le pone una sola mano encima a mis amigos, juro que lo pagará caro.

***


—¡Adiós Sara!

—¡Hasta mañana Carlos!

Los dos amigos se despidieron en el lugar donde siempre se reunían y separaban: aquella esquina enfrente a la estación de autobuses, aquel borde en el que terminaba la calle del callejón. Aquel callejón en donde se dieran lugar los terribles sucesos del día anterior.

Sobre esos sucesos cavilaba Carlos de camino hacia su casa. Entre los últimos rayos del ocaso, andaba a paso ligero, aunque nadie le esperara, por las vacías calles de la ciudad. De pronto se percató de una sombra que se alzaba sobre la avenida, proveniente de un pequeño callejón. Hizo caso omiso a ello y siguió su camino.

—¿A dónde vas? —dijo la voz proveniente del callejón, cuando Carlos ya lo había sobrepasado.

—A casa —respondió el muchacho.

—Pero tu casa no está aquí —le hizo ver el ser oculto entre las sombras.

—Si te soy sincero, no sé si mi hogar ya está más aquí que allí —le contestó el chico.

—Has pasado demasiado tiempo entre los humanos —le rebatió la voz—. ¿No me digas que les has cogido cariño?
—comentó irónicamente.

—Es posible —apuntó con indiferencia Carlos.

El ser salió de entre las sombras, dejando ver bajo la luz del ocaso su rubia barba y sus blancas alas.

—Tienes trabajo, ¿lo sabes, no? —le informó.

—Lo sé —afirmó el muchacho—. Aquello para lo que me he estado preparando desde hace años. La razón de todo
este duro entrenamiento. Mi única meta en la vida —hizo una pequeña pausa—: La destrucción del Rashá.

—Efectivamente —le confirmó sonriente el Butzina—. Así que no me defraudes.

—No lo haré —Carlos se dio la vuelta, mirando fijamente al Ser Supremo de los seres de la luz—. No te defraudaré, padre.


Adelanto capi 5
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Las campanas suenan rotundas desde lo alto de la iglesia.
Pero, ¿acaso suenan por la muerte de los tres chicos o por el fin de la antigua vida del muchacho?
En el próximo capítulo de "El ocaso del alba":

Capítulo 5 - ¿Por quién doblan las campanas?

Todo fin es el principio de algo nuevo.


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International News:

- Lo primero, he de agradecer al blog Viviendo Libros el que le haya dedicado una entrada a esta, mi querida obra, "El ocaso del alba". Mis más sinceros agradecimientos ^^

- Pronto, prometo que muy pronto, estará la obra dispuesta para descargar, en serio que lo prometo.

- He decidido dividir la obra final en dos partes por así decirlo, la que estáis leyendo se titula "Alba", durará sobre 9 capítulos, terminará de publicarse a primeros de Noviembre y tendrá su propio tomo recopilatorio para Navidades.

Nada más por mi parte, disfruten de sus vidas y gracias por dedicar tiempo a la lectura que produce un servidor.

Saludos desde la cloaca.

Atentamente: Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor melodia » Jue Sep 08, 2011 3:05 am

hola mcikael ,he leído el ultimo capitulo que colocaste en el foro , y la verdad me a agradado mucho , el final me lo esperaba , no se como pero de cierta manera lo esperaba
no tengo mucho que decir acerca de este capitulo solo queda por decirte que
espero con ansias el siguiente .
de ante mano tu historia , es muy interesante y buena
sin mas que decir
me despido cordialmente
una de tus mas grandes lectoras
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melodia
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Dom Sep 18, 2011 8:43 pm

Respuestas a mis queridos lectores
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melodia: Si, es uno de mis grandes miedos, el que las grandes sorpresas de la historia resulten previsibles o cantadas, esperemos que de aquí en adelante sean mas inesperadas.


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Mis disculpas, reiteradas por supuesto, por este retraso de una semana. La explicación es sencilla, recientemente me acabo de mudar a mi nuevo piso universitario, y hasta hace poco no me han puesto el internete, que ha furrulado mal hasta hoy, día en el que por fin puedo publicar. Para compensar la semana de retraso, esta os traigo, no uno, sino dos capítulos, para que disfruten sus ojos ávidos de más EODA. Disfruten de los desquicios de mi mente vertidos sobre la pantalla de su computadora.

Capítulo 5 - ¿Por quién doblan las campanas? - Parte 1
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Talán, Talán, Talán.

Doblaban las campanas.

Talán, Talán, Talán.

La lluvia caía sobre todos los asistentes al entierro. Desde los familiares y amigos de los fallecidos, que rompían en llanto, que mezclaban sus lágrimas con las gotas de lluvia, hasta las más altas autoridades de la ciudad, que daban su pésame y prometían atrapar al criminal de tan horrible asesinato.

De entre toda la multitud allí reunida, el único que sabía toda la verdad sobre los sucesos que condujeran a la muerte de aquellos tres chicos, era aquel joven pelirrojo oculto bajo un par de paraguas junto a otra chica de su misma tonalidad de cabello y a otro rubio muchacho.

Los tres se reunieran unas horas antes en la esquina de siempre, en frente a la estación de autobuses. Allí cogieron uno hacia el cementerio en el que ahora se encontraban, cuyo emplazamiento se situaba a las afueras de la ciudad. Llegaran al entierro justo a tiempo, pudiendo escuchar la misa completa en honor a los tres fallecidos. No es que Abraham fuera muy católico, de hecho siempre le aburrieran los sermones eclesiásticos, mas sabía que era lo mínimo que debía hacer.

Así pues, allí estaban los tres, amparados bajo los paraguas, resguardándose del imparable aguacero que las nubes vertían sobre ellos. Doblaban las campanas mientras confinaban los tres ataúdes de mármol bajo tierra y el cura erigía su último rezo al cielo. El llanto de los padres de los fallecidos resonaba por toda la zona. Para el híbrido cada lágrima era como una punzada en el corazón.

Cuando llegó el momento de dar el pésame, no fue quien de mirarles a los ojos, avanzó rápidamente delante de cada uno de los familiares, susurrándoles las palabras de empatía características de tal ritual, con la cabeza agachada, sintiéndose culpable de un crimen del que en cierto modo era culpable.

Los presentes al funeral empezaron a abandonar el lugar, las inclemencias meteorológicas del día les animaban a irse antes de lo habitual. Carlos y Sandra intentaron convencer a Abraham de que ya no pintaban nada allí, pero el muchacho pelirrojo sabía que aún tenía algo que hacer. No queriendo obligarles a quedarse, les animó a que se fueran cuanto antes para no perder el autobús, asegurándoles que él cogería el siguiente.

Se separó de ellos, avanzando hacía las sepulturas, colocándose la capucha de su sudadera violeta, la misma que llevara el día del asesinato, ahora ya completamente limpia de cualquier rastro incriminatorio. Una voz reclamó su atención a sus espaldas. Cuando se giró, tuvo que agarrar rápidamente el paraguas que le lanzaron.

—Por lo menos quédatelo. No nos haría ninguna gracia que volvieras a enfermarte —le aconsejó dulcemente la pelirroja—. Ya me lo devolverás otro día.

—Gracias —se limitó a responder Abraham.

—¿Seguro que no quieres volver ya? —preguntó Carlos.

—No. Ahí una última cosa que debo hacer. Por favor, id yendo sin mí.

Observó la mano alzada de sus amigos despidiéndose de él hasta que abandonaron el recinto. Después, volvió su vista
nuevamente a las sepulturas, y hacia ellas se dirigió. Se agacho para poder leer los mensajes inscritos.

<<Aquí yacen los restos de Roberto, joven vecino de nuestra ciudad que falleció trágicamente el 8 de Abril de 2011 a los 16 años de edad. Sus padres, hermanos, familiares y amigos ruegan una oración por su alma>>.
Las otras dos rezaban mensajes parecidos, sólo cambiando el nombre por los de Borja y Rubén. Abraham se colocó enfrente a la que se encontraba en el medio y se arrodilló ante ellas.

—Es cierto, nunca nos llevamos bien. Bueno, quizás eso fuera más culpa vuestra que mía, pues siempre decidisteis tomarla conmigo y hacerme la vida imposible. Siempre me hubiera gustado preguntaros el por qué… Me temo que ya no podré. Pero ese es un tema que no viene a cuento, eso ya no importa, porque la cuestión es que estáis muertos y en parte es por mi culpa.

>>Veréis, aquello que seguramente visteis antes de morir y que debió aterraros profundamente es el Rashá. Es una bestia de oscuridad que fue confinada en mi interior hace 15 años, una maldición que he de portar. Debido a mi incapacidad para controlarla, aquel día fue liberada y causó vuestras muertes. No puedo hacer más que pediros perdón por ello. Lo siento.

>>He decidido que si he de vivir con esto en mi interior, por lo menos haré todo lo que esté en mis manos para evitar que algo como lo vuestro se repita. Aprenderé a controlar mis poderes, me haré más fuerte y dominaré al Rashá. Seguiré con mi vida como hasta ahora, como si nada hubiera pasado, y si los seres de la luz y los seres de la oscuridad tratan de alterarla se tendrán que enfrentar a mí. Siento tanto que hayáis tenido que sufrir este destino como víctimas inocentes de una guerra ajena a vosotros. Me pregunto… ¿Yo podría hacer algo para terminar también con eso?

Se levantó y dirigió una última mirada en señal de perdón hacia las tres tumbas. Antes de que si quiera se diera la vuelta con intención de abandonar el recinto, una extraña presencia se situó a su lado.

—Eres Abraham, ¿me equivoco?

Era un hombre alto, de más de un metro noventa seguramente. Vestía una larga gabardina marrón que lo debía proteger bastante bien del frío. Como resguardo ante la lluvia sólo contaba con un sombrero del mismo color. Bajo él, se distinguían algunos mechones de pelo, unas cuantas arrugas y un grueso bigote negro, estos últimos detalles dejaban entrever su madura edad. El muchacho lo observó extrañado, un tipo así hubiera llamado su atención sin ninguna duda, mas no recordaba haberlo visto durante el entierro.

—Si, lo soy.

—Mi nombre es Ricardo. Soy el inspector jefe de la policía local —comentaba el hombre mientras enseñaba su placa identificativa que lo acreditaba como quien decía ser.

—¿Hay algún problema, agente? —preguntó Abraham confuso.

—Acompáñame al exterior del recinto y te comentaré los detalles.

El híbrido, aún sorprendido, hizo caso al servidor de la ley y le siguió hacia la salida del cementerio, hacia una zona en la cual nadie podría verlos. Allí estaban esperando dos policías uniformados que nada mas ver al chico lo inmovilizaron, colocándole las esposas reglamentarias.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó asustado al verse en semejante situación.

—Abraham, estás detenido. Se te acusa de haber cometido el asesinato de los tres jóvenes a los cuales se les ha dado entierro hoy. ¿Supongo que ya sabrás que tienes derecho a un abogado y todas esas cosas?

—¿No estará hablando en serio? —antes de que le pudieran responder fue violentamente arrastrado hacia el coche patrulla.

Su cara palideció de repente. “¿Cómo saben que fui yo? ¿Qué pruebas tienen? ¿Cómo he acabado metido en este lío?”. Se
preguntaba, nervioso y atemorizado ante lo que le estaba sucediendo.

—Mira chico, es muy sencillo, te vamos a llevar a comisaría y te vamos a hacer unas cuantas preguntas. Sé sincero, pórtate bien y todo saldrá como debe —le consolaba el inspector.

El camino hacia la comisaría, situada en el centro de la ciudad, se hizo largo y agotador para el pelirrojo muchacho, que iba sumido en un profundo pánico. “Puedo salir de esta, puedo usar mis poderes de híbrido para escapar. Pero… ¿y si no logro controlarme y les mató? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? Soy muy joven como para pasar el resto de mi vida entre el correccional y la cárcel. ¡Tranquilízate, coño!”

Finalmente llegaron a su destino. El chico rezaba para que ningún conocido lo viera entrando a la comisaría. Por suerte, en los alrededores de esta no había nadie. Recordaba Abraham en esos momentos a los asesinos que aparecían por televisión entrando a los juicios, siendo abucheados por toda la gente de la zona. Se preguntaba si él se vería en la misma situación, odiado por los que antes lo querían.

Nuevamente, las formas para llevarlo desde el coche al interior del cuartel no fueron muy corteses. Con rápida brusquedad, el pelirrojo muchacho fue llevado hacia la sala de interrogatorios, situada al fondo de la comisaría. Era una pequeña estancia escasamente iluminada por una lámpara de reducido tamaño que colgaba del techo, y que apenas permitía ver el pobre inmobiliario de la estancia, compuesto por una mesa y una silla. Allí lo obligaron a sentarse.

Los dos policías salieron al exterior de la sala, supuestamente para vigilar el que nadie entrara, cerrando la puerta con brusquedad. Abraham se quedó a solas con el inspector, quien golpeó con fuerza la mesa y le dirigió una furtiva mirada.

—Abraham… cuéntame, ¿de qué conocías a las víctimas?

—Eran compañeros en el instituto.

—¿Sólo compañeros de instituto? —el muchacho permaneció callado— No lo creo, tenemos informaciones que apuntan a que no tenías muy buena relación con ellos… ¿me equivoco?

—No, es cierto. Ellos siempre abusaban de mi y se metían conmigo cuando tenían la oportunidad.

—Por lo que se podría decir que te hacían la vida imposible.

—Efectivamente.

—Suficiente razón como para desearle la muerte de alguien —dijo con tono acusativo.

—Puede —respondió en un tono de indiferencia el pelirrojo.

El inspector Ricardo se encontraba en parte desconcertado; desde que habían entrado a la sala de interrogatorios, la actitud del muchacho había cambiado drásticamente: aquella débil, temblorosa y atemorizada criatura que palidecía al verse sospechosa de asesinato se había convertido en la más dura de las rocas. El chico no vacilaba al contestar, parecía como si todo ese miedo se hubiese convertido en valor. Esto incómodo en sobremanera al agente.

—¿Dónde te encontrabas el día del crimen en el momento en que este se produjo? —continuó con el interrogatorio.

—Enfermo, en casa. Mis amigos y mi abuelo pueden corroborarlo —Añadió ante la mirada desconfiada de su interlocutor.

—¿En serio? Tenemos testigos que afirman haberte visto corriendo por la ciudad, en dirección a tu casa… con la ropa llena de sangre.

El inspector sonrió levemente al observar un pequeño desajuste en el serio rostro del chico, mas en seguida recupero su firme mueca.

—¿Faltan muchas preguntas más, señor agente? —quiso saber.

—Unas cuántas, ¿por qué? ¿Ya te declaras culpable?

—¿Declararme culpable? ¿Yo? —Abraham dejó escapar una sarcástica sonrisa. El inspector Ricardo seguía sin comprender el brusco cambio de comportamiento del muchacho—. Dígame, inspector, ¿a caso es esto realmente para lo que me quiere? ¿Por qué pierde el tiempo de esta forma? ¿Por qué no deja toda esta pantomima ya de una vez?
Ricardo se quedó observándolo pensativo durante unos segundos, después le preguntó:

—¿Por qué piensas eso?

—Porque aquí huele a oscuridad —Abraham desplegó sus Knafáims y con una fuerza inusitada rompió las esposas que lo aprisionaban. Se levantó de su asiento, dedicándole una desafiante mirada al inspector.



Capítulo 5 - ¿Por quién doblan las campanas? – Parte 2
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—Si, es cierto que el inspector Jefe de la policía local se llama Ricardo, pero es un hombre mucho más amable que usted, de estatura media y con una característica que no puede imitar: él es calvo —comentó mientras le quitaba el sombrero al inspector, dejando descubierta su negra cabellera. Este respondió sorprendido e indignado al mismo tiempo—. Si, como ve, en una pequeña ciudad como esta las figuras más importantes son conocidas por todos. Además, si la policía hubiera tenido algún sospechoso ya se hubiera filtrado a los medios. Un crimen de estas características, del que se ha hecho eco toda la nación, teniendo en cuenta lo reciente del asunto, es seguido con lupa.

>> Eso, por supuesto, por no mencionar lo casual de elegir un día tan poco luminoso para actuar y los oscuros emplazamientos por los que se mueven usted y sus hombres. ¡Ah! Y ya la pista definitiva es que tengo una especial sensibilidad ante los seres de la luz y de la oscuridad que se acercan a mí. Desde el principio tuve una extraña sensación… lo dicho, aquí huele a oscuridad señor inspector.

Tras unos instantes de silencio absoluto, el inspector comenzó a aplaudir lentamente, aumentando el ritmo paulatinamente, mientras no paraba de reír.

—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Bravo, bravo, bravo! ¡Fantástico! Todos nuestros reportes e informaciones eran correctos.

Efectivamente, tal y como sospechábamos, tú eres Abraham, el príncipe híbrido, el hijo de Adán y Eva, la aberración, el portador del monstruo de oscuridad, aquel a quien se le ha otorgado el Rashá —Abraham se mostró incómodo al recibir aquellos “halagos”. El inspector Ricardo le dirigió una siniestra mueca—.

>>Efectivamente, nos has pillado. Hemos montado todo este tinglado con el único fin de corroborar nuestras sospechas, sólo para comprobar que en efecto tú eras la aberración. Visto lo visto, creo que nos ha salido el plan a pedir de boca.

—¿Qué habéis hecho con el inspector Ricardo?

—Está muerto —el rostro del muchacho palideció momentáneamente—. ¿A qué viene esa cara? No era más que un humano, ¿en serio le das importancia a la vida de un ser tan inferior? Humanos, lo cierto es que me dan bastante asco.

Se creen los reyes de la creación, los señores del universo, y no son más que hormigas que viven orgullosos y absortos en su propia mentira. Los aplastaría a todos si pudiera.

A la mente de Abraham vinieron las imágenes de sus amigos humanos. Enfurecido por las palabras del falso inspector, comenzó a acumular Atzmunt lumínica en la palma de su mano. Nada más percibir sus intenciones, el falso amigo de la ley chasqueó los dedos. Antes de que el pelirrojo pudiese atacarle, la energía que había estado concentrando desapareció.
Se observó preso, siendo sus alas atrapadas por dos seres de alas negras que vestían uniforme policial. En seguida los identifico como los dos policías que con tan poca delicadeza lo trataran durante el trayecto hacia la comisaría.

—Lo siento, pero no tenemos la más mínima intención de luchar, se nos ha ordenado que no se te dañe. Así que pórtate bien y ambas partes saldremos ganando.

—No creo que ningún tipo de trato con vosotros me sea beneficioso —respondió indignado—. Contestadme, ¿quiénes sois y qué queréis de mí?

—¡Oh! Cierto, ¿dónde están nuestros modales, muchachos? Bueno, obviamente, como sabrás, somos Kardinutas, hijos de la oscuridad, pero no creo que eso satisfaga tu cuestión. Mi nombre es Kasbeel, guerrero de la élite Kardinuta durante más de treinta años —alardeó mientras desplegaba sus Knafáims oscuras—. Y estos dos aguerridos caballeros que me acompañan son mis vástagos: Olivier y Nefilím. Por el momento apenas son unos jóvenes soldados novatos, pero algún día se convertirán en parte de la guardia real, tenlo por seguro.

>>Y en cuanto a qué queremos, habría que especificar primero qué es lo que se nos ha ordenado y qué es lo que vamos a hacer. Su Suprema Señora Kardinuta Lilith nos ha ordenado a todos los seres oscuros el dar con el portador del Rashá y entregárselo cuanto antes con el fin de usarlo para aniquilar a los Butzinas y poner fin a la guerra que ambas especies libran desde tiempos inmemoriables. Lo que vamos a hacer es capturarte, bueno, de hecho, ya lo hemos hecho, y valernos de tu ayuda para derrocar a esa vieja furcia y al Adonis que tiene por Caballero Supremo.

—Un ser de oscuridad no puede dañar a otro ser de oscuridad —apuntó el chico.

—¡Eureka muchacho! En verdad eres inteligente, pero como bien he dicho, vamos a valernos de tu ayuda, no sólo como el monstruo que guardas en tu interior, sino como la aberración que eres. He observado que tus poderes de híbrido sobrepasan por mucho a los de cualquier Kardinuta o Butzina, pues están mucho más afinados, de hecho, eres capaz de percibir la presencia de un ser de oscuridad como yo aún cuando su aura está en su mínima manifestación, es decir, con las Knafáims plegadas y guardadas.

>>Nos valdremos de ese tipo de habilidades para consumar la primera parte de nuestro plan. Después, una vez mis hijos y yo controlemos todo el reino Kardinuta, usaremos al Rashá para exterminar a todos los Butzinas, empezando por ese bravucón de Miguel. De ese modo me erigiré como Señor Supremo del Universo —afirmó con un brillo en su mirada.

—¡Menuda locura! —respondió el muchacho al escuchar el plan, provocando una airada mirada por parte de Kasbeel—. Y… ¿por qué crees que iba yo a ayudarte?

—Bueno, he aprendido durante mi vida que todo ser: humano, Kardinuta, Butzina o de cualquier otra especie, guarda en su interior algún deseo de poder y gloria. No creo que tú seas menos.

—Me temo que aún te queda demasiado por aprender —le reprochó.

—En ese caso… ¿qué me dices sobre no extinguir a la raza humana? —respondió con una siniestra sonrisa el guerrero oscuro—. Antes te has ofendido cuando he hablado de ellos como si de insectos se trataran, por lo que entiendo que en cierto modo los valoras. No es de extrañar si, como he podido saber, has vivido como un humano durante todo este tiempo. Seguro que has entablado interesantes relaciones con humanos, hasta el punto de cogerles cierto afecto. ¿No usaste antes la palabra amigos?

Abraham pensó en Sandra y Carlos, y no pudo evitar que la sangre le hirviese ante la posibilidad de que aquel tipo les pusiera la mano encima. Intentó zafarse de sus opresores, mas estos le tenían bien agarrado, y tuvo que contener la ira ante el miedo de despertar al monstruo.

—Este es el trato —le propuso el Kardinuta—, tú nos ayudas a dominar el universo, y yo les perdono la vida a tus seres queridos y a todos los humanos que habitan este planeta. Mas si te niegas, nos dedicaremos a exterminar a todo aquel humano que se mueva sobre él, empezando por los pobladores de esta ciudad.

A cada palabra que pronunciaba, la ira incrementaba en el híbrido.

—¡Cállate! —gritó—. ¡No permitiré que les pongas una mano encima!

—Pues en ese caso ya sabes que es lo que tienes que hacer —apuntó sonriente el oscuro ser.

—Me niego —respondió el pelirrojo—. Es cierto que estimo en sobremanera a los habitantes de este planeta, pero tampoco tengo nada en contra de los Butzinas o los Kardinutas, sólo en contra de aquellos que interfieren en mi vida, y créeme que vosotros estáis metiendo las narices hasta el fondo.

—¡¿Qué no tienes nada en contra de los Butzinas?! —reaccionó gritando Nefilím, quien sujetaba las Knafáims izquierdas del muchacho.

—Dinos pues, ¿quién te convirtió en lo que eres? —añadió su gemelo Olivier, que sujetaba las Knafáims del lado contrario.

—No sé de qué me habláis —se limitó a responder Abraham, aún airado.

—No te hagas el sueco, mi querida aberración —intervino Kasbeel—. ¿De verdad te agrada el tener semejante poder en tu interior? A la mayoría de seres les parecería una bendición, lo usarían para egoístas propósitos y terminarían siendo consumidos por él. Pero tú has afirmado no poseer ese tipo de deseos, no puedo evitar pensar que vives aterrado ante lo que habita dentro de ti, aún más tras la muerte de esos chicos. ¡Oh! ¿He dado en el clavo? —comentó al observar la reacción del chico, en el cual se había extinguido la furia que le acompañaba hace tan solo unos instantes.

—Hemos podido saber que has estado viviendo como un humano durante todo este tiempo, ignorante de todo lo que te rodeaba —continuó Olivier con el juego psicológico—. Tras saberlo, ¿acaso no guardas ningún odio hacia Alem?

—¿Odio contra Alem? —repitió el pelirrojo.

—Aquel al que llamas abuelo —tomó el relevo Nefilím—. Alem fue quien introdujo al Rashá en tu interior, el culpable de que tengas que soportar semejante carga. ¿Cómo no puedes odiar al causante de tu desdicha?

—No puedo odiarle, no fue su culpa… Él ha cuidado de mi todo este tiempo… —explicó Abraham.

—Ha cuidado de ti mientras has vivido como un humano —puntualizó Kasbeel—. No olvides que es un Butzina, no olvides que lo que posees es su enemigo. Quizás creyó que podría contenerlo dentro de ti… pero ahora que ha despertado, lo lógico para él sería enmendar su error… En el momento en que te descuides, te matará.

—¡Él no hará eso! —respondió furioso el híbrido— ¡Hizo una promesa a mis padres!

—Tus padres están muertos —repuso fríamente el guerrero Kardinuta—. Una promesa a los muertos es una promesa vacía. Además, Eva y Adán son hoy por hoy considerados traidores a sus razas. Alem también es considerado un traidor por ayudarles… pero quizás su raza le perdone si borra de la faz del universo el peligro que les amenaza. Lo mires por donde lo mires, la mejor opción es que vengas con nosotros —zanjó el ser oscuro.

—No… no es cierto… —trataba de auto-convencerse Abraham, confuso por las palabras de sus captores—. ¡Nada de lo que decís es cierto! —Sentenció el híbrido, furioso, a la vez que desplegaba todas sus fuerzas para deshacerse de los dos gemelos que bloqueaban sus Knafáims y con ello su Atzmunt—. ¡Yo os haré tragar toda esa sarta de mentiras! —les amenazó una vez consiguió liberarse.

—No lo entiendes aberración, da igual que no seas quien de aceptarlo. Vendrás con nosotros, por las buenas… o por las malas. ¡Olivier! —El oscuro ser se levantó tras ser lanzado por el muchacho, desenvainando una espada cuyo filo rezumaba oscuridad, y se lanzó hacía el híbrido.

En el instante en el que se disponía a herir a Abraham, la pared que se encontraba detrás de este se derrumbó, dejando entrar la claridad del Sol, que ahora se erguía entre la marabunta de nubes. Sin previo aviso, el pecho de Olivier fue atravesado por una impactante, a la vez que rauda luz.

—¡Hermano! —gritó desesperadamente Nefilím al observar caer al suelo a su gemelo moribundo. Antes de que pudiera acudir a socorrerlo, otra luz de igual intensidad le deparó el mismo destino.

—¡¿Qué demonios?! —Kasbeel intentaba encontrar una explicación a la muerte de sus hijos—. No puede ser que nos hayan encontrado —repentinamente tuvo que cubrirse los ojos para no ser deslumbrado por una potente luminosidad que acababa de acceder a la estancia. La luz rebotó por las paredes de esta para finalmente orientarse hacia el guerrero Kardinuta—. Este poder… ¡Imposible! Sólo puede ser… —antes de que pudiese si quiera terminar de hablar la luz le alcanzó, abatiéndolo.

Finalmente, se detuvo al otro lado del cuarto, enfrente a Abraham, que había observado el combate de apenas unos segundos totalmente perplejo. La luz se fue definiendo, dejando ver dos blancas y radiantes Knafáims que sobresalían de la espalda de un larguirucho muchacho de dorada cabellera y ojos marinos. En su mano izquierda portaba una fulgurante espada, manchada por la sangre de sus recientes adversarios, con la hoja inclinada cara el suelo. Su brazo izquierdo se erguía apuntando al híbrido.

Abraham no era quien de asimilar lo que sus ojos contemplaban… Aquel Butzina que con tan pasmosa facilidad se librara de aquellos Kardinutas de alto rango le resultaba demasiado familiar. Cuando la excesiva luminosidad se disipó finalmente, fue quien de corroborar sus más temerosas sospechas: era Carlos.
En la palma izquierda del príncipe comenzó a aglutinarse Atzmunt, dispuesto a eliminar a su objetivo.

—Adiós… amigo… —una lágrima se escapó de su lagrimal, resbalándole por la mejilla.


Adelanto capi 6
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Cuando la soledad te inunda, ¿qué camino has de escoger? Cuando las dudas renacen ¿cómo debes actuar? Cuando todo aquello en lo que creías ya no sirve de nada, ¿qué debes hacer?

En el próximo capítulo de "El ocaso del alba"

Capítulo 6 - Sin razón de ser

¿Qué hacer cuando pierdes la fe?


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Noticias atrasadas:

- Ya está la obra a disposición para descargar, todos los que ponían inconvenientes ya no tienen excusas para leersela muahahahahha

- Ya teneis disponibles en mi blog los primeros fan arts de EODA. Vale, solo son unos bocetos mal hechos, pero son mejor que nada, echénle un vistazo si así lo desean.

- Lo último es decir que ya termino el plan de equiparación de la publicación de la historia, por lo que volvemos a la publicación semanal en el foro 8D

Nada más por mi parte.

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Re: El ocaso del alba

Notapor melodia » Vie Sep 23, 2011 8:40 pm

he de admitirlo que esta vez si me dejaste con una gran sorpresa mickael
también he de admitirlo que me has hecho emocionar con la segunda parte en el final
en si el capitulo 5 completo me impresiono , me dejo sin palabra alguna
sobre todo la segunda parte
definitivamente es ta historia , en mi opinión , se merece un premio o algo
pero el mejor premio que puedes tener mickael , es la satisfacción de saber que a la gente le
gusta leer tu historia

no tengo mas que decir así que solo dejo mi comentario positivo
para un gran amigo , me despido hasta pronto
att. Mel
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Re: El ocaso del alba

Notapor MySweetf » Sab Sep 24, 2011 9:07 am

sólo te puedo decir que escribes fenomenal y que me ha encantado. Ya me gustaría a mí escribir así de bien. Sobretodo me gusta la manera en que describes en todo un párrafo que el chico estaba manchando sangre..
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Sep 26, 2011 4:21 am

Respuestas a mis queridos lectores
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melodia: Me alegro de haberte sorprendido, aunque no comprendo con qué.
El hecho de que te emocionarás con el final del capi significa que ya estás tan metida en la historia como yo, y para tu información te haré saber que esperan más escenas emotivas en los próximos ^^
Y por último, como bien dices, el mayor premio es que vosotros me leáis.

MySweetf: ¿Has copiado parte del comentario de Roxas!!? Por lo menos currate tu propio comentario. Igualmente, gracias por leer, si es que has leído algo.


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Capítulo 6 - Sin razón de ser – Parte 1
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Allí estaba, de pie frente a él, alzando sus majestuosas Knafáims, apuntándole con su mano izquierda, dispuesto a matarle. Carlos, el mismo muchacho con el que compartiera tan buenos momentos en el pasado, al que considerara un amigo hasta ese día, ahora demostraba ser otro enemigo.

Abraham había vivido muchos cambios en su vida en los últimos días, soportara el cargar con el poder de su interior, el ser objetivo de dos razas extraterrestres, el tener que luchar para poder conservar su vida. Pero que su mejor amigo se convirtiera en su enemigo era algo que destrozo al pelirrojo, quien se mantuvo inmóvil, no siendo quien de asimilarlo.

—Adiós… amigo… —pronunció el príncipe con seriedad, antes de enviar contra el híbrido, que siguió sin reaccionar, aún en peligro de muerte, un poderoso rayo de luz mientras una lágrima se le escapaba.

Antes de que el rayo alcanzara su objetivo, fue repentinamente detenido por el filo oscuro de una espada.

—Pensé que ya había terminado contigo —reaccionó Carlos.

—Bastante suerte has tenido de ser quien de asesinar a mis hijos, asqueroso Butzina —respondió furioso Kasbeel, mientras blandía su espada, dispuesto para el combate—. Pero a un guerrero de élite de mi experiencia no se le elimina tan fácilmente. Antes de que insertaras tu espada en mi pecho, pude colocar una pequeña, aunque resistente, barrera de oscuridad alrededor de mi corazón. Si, tengo ciertos órganos dañados, pero el motor que me hace vivir permanece intacto.

—Entiendo, muy astuto —reconoció el príncipe—. En ese caso, ¿le protegerás? —preguntó dirigiendo su mirada hacia Abraham.

—Mas bien te mataré —dijo, mientras formaba dos esferas oscuras que lanzó al aire, tiñendo toda la estancia de oscuridad. Raudo, se lanzó hacia su adversario, dispuesto a asestarle un golpe con su espada que fue bien detenido por la del Butzina, a pesar de encontrarse en una situación de desventaja.

Las armas chocaron, rezumando luz y oscuridad por toda la sala. Abraham permanecía aún inmóvil, sin prestar demasiada atención al combate que se desenvolvía ante sus ojos. Él continuaba sumergido en un mar de dudas, pues, ahora que su mejor amigo se había convertido en su enemigo, ¿qué sentido tenía seguir luchando por mantener la vida que llevaba hasta ahora? De estos pensamientos fue obligado a despertar al sentir un rayo de luz rozando sus Knafáims.

—¡Ey, aberración! —escuchó gritar a Kasbeel, quien forcejeaba con Carlos—. Será mejor que te largues por el momento, muerto no me sirves de nada. Pero recuerda, que una vez mate a este hijo de puta, volveré a buscarte. Tómate esto como un pequeño descanso.

No supo por qué, pero en ese momento le hizo caso. El híbrido puso pies en polvorosa, escapando por la salida que se había formado al ser derribado el muro, corriendo por los callejones a los que conducía No pudo evitar sentir una fuerte sensación de dejavú, pues la situación era idéntica al día en el que empezara todo: otra vez atacado por un Butzina, salvado por un Kardinuta, y huyendo de sus problemas, como siempre hacía. Otra vez su vida daba un vuelco, mas esta vez le resultaba mucho más duro, pues aunque la otra vez se le abriera un nuevo mundo, fuera quien de soportarlo; la traición de Carlos era algo que si que no podía soportar, aún mas después de haber jurado protegerlo.

—¿A dónde crees que vas? —escuchó una voz a sus espaldas.

El pelirrojo muchacho hizo caso omiso, siguiendo su camino. De repente se topó de bruces con una esbelta figura portadora de alas blancas y un largo y rubio cabello recogido en una también larga coleta.

—Repito: ¿A dónde crees que vas, monstruo?

***


En el interior de la ruinosa sala de interrogatorios, continuaba la ardua lucha entre Kasbeel y el príncipe Butzina. El choque de las espadas se repetía cada vez con más frecuencia, sin que ninguno de los contendientes cediera ante el otro.

—Enviando a su propio hijo —comentó el Kardinuta—. ¿He de dar por hecho que a ese bastardo de Miguel se le han terminado las cartas tan pronto?

—Mas bien es que mi padre desea terminar con esto cuanto antes —contestó el príncipe.

—Pues ha cometido un grave error, arriesgarlo todo a una sola jugada puede dejarlo sólo y destrozado. Pagaría por verle en ese estado, sufriendo como nunca ha sufrido.

—En verdad me han hablado del odio que sientes hacia mi padre, aunque no soy quien de comprenderlo.

—Ni falta que hace —le respondió—, basta con saber que tus días terminan aquí, Supremo Príncipe Caín —y tomando distancias se dispuso a ensartarle la espada en el vientre.

A Caín le bastó con realizar un leve giro de cintura para esquivar el ataque de su rival y con un rápido movimiento de brazo segarle una de sus negras Knafáims. Kasbeel cayó al suelo, dolorido, profiriendo un agudo grito.

—¡Maldito! —dijo—. No solo es que seas hijo de tu padre, sino que también asesinas a mi descendencia y me humillas de esta forma. ¡Oh, realmente disfrutaré matándote! Es una pena que no esté tu hermano aquí también.

Al oír estas últimas palabras del Kardinuta, la respuesta del príncipe fue breve y clara: con gran rapidez formó una bola lumínica que hizo impactar contra el vientre del guerrero oscuro. La potencia con la que fue dado el golpe arrastró a este hasta el callejón trasero y lo dejo empotrado contra un muro, con un gran agujero bajo el torso. Caín avanzó lentamente hacia el bravo caballero que ahora se retorcía de dolor en el suelo. Cuando llegó a su altura, lo agarró con la mano izquierda por el cuello, volviéndolo a empotrar contra el muro.

—No permitiré que le pongas una sola mano encima a mi hermano —aseguró, mientras clavaba la espada de radiación dorada en su corazón.

***


La reacción de Abraham fue inmediata, lanzando rayos de oscuridad hacia su contrincante, quien se los devolvió demostrando un gran manejo con su espada. El chico logró esquivar a duras penas sus propios ataques, consciente de que aquello que le daba una ventaja, el poder dominar los dos tipos de Atzmunts, también le hacía débil a ambas. Su contrincante se lanzó a la velocidad de la luz sobre él, haciendo descender su espada en vertical contra el muchacho, que pudo detener con sus propias manos todos los golpes. Tras que terminara la acometida, ambos combatientes tomaron distancias. En ese momento, las manos del pelirrojo rezumaron sangre, descubriéndose cortes en varios lugares, causándole un gran dolor.

—Por muy desarrolladas que tengas tus habilidades, no posees el entrenamiento necesario para dominarlas —le informó su contrincante—. Alem es bueno, créeme. Pero no puede conseguir en un par de días contigo lo que logró en 10 años conmigo.

—Así que también fuiste adiestrado por Alem —se interesó el híbrido.

—Efectivamente. Una de las ventajas de conocer a tu madre era el poder recibir entrenamiento por parte del Supremo Sanador Butzina.

—¿A mi madre? —preguntó extrañado el muchacho.

—Si, a Eva, mi querida hermana —respondió, causando la sorpresa en el pelirrojo—. Yo era muy joven cuando ella ascendió al poder, pero fui obligado junto a mis hermanos a protegerla y dar mi vida por ella… y resulta que nos traicionó a todos.

—¡Mi madre no traicionó a nadie! —saltó Abraham indignado—. Solo quería la paz, ¿qué tiene eso de malo?

—La paz… nada más que una mera utopía, un sueño que sólo nos llevará a la extinción. Por eso ya no consideramos a Eva parte de la familia.

El pelirrojo muchacho no aguantó más al oír aquellos insultos a la memoria de su progenitora y salto colerizado dispuesto a agredir al guerrero Butzina. Mas este supo leer bien sus movimientos, llegando a inmovilizarlo fácil y rápidamente para después propinarle un brutal rodillazo en el estómago que hizo a Abraham escupir sangre por la boca y caer dolorido al suelo.

—Cuán irónica es la vida —suspiró el guerrero—. Yo, quien prometí cuidar y proteger a Eva hasta el último de mis alientos, me veo obligado por causas del destino a matar a su hijo —comentó mientras sujetaba la espada, dispuesto a acabar con su objetivo.

—Si crees que es tan sencillo, vas listo —susurró el príncipe híbrido mientras se levantaba del suelo a duras penas—. Mi madre no os traicionó, pero tú… ¡Tú has traicionado a mi madre!

Tras pronunciar estas palabras, el híbrido sintió correr la ira por su cuerpo. El guerrero Butzina pudo observarlo, una aura visible de Atzmunt oscura empezaba a recubrir su cuerpo y un brillo rojizo se captaba en sus ojos. Un cierto temor le recorrió ante la posibilidad de que el chico liberara a la bestia, mas no dio un paso atrás, era su deber acabar con ella.

El pelirrojo se abalanzó hacia él, el guerrero respondió lanzando su espada, con gráciles y efectivos movimientos, provocando varios cortes en la anatomía de su adversario, incluidas sus Knafáims. Pero el muchacho, más bestia que muchacho por momentos, no cesaba en su frenético ataque, que a duras penas conseguía esquivar y parar el Butzina. La transformación avanzaba a ritmo tan vertiginoso que sus manos ya se convirtieran en firmes garras que, de un vertiginoso movimiento, arrancaron el ojo izquierdo del ser de luz, que a pesar del dolor, continúo defendiéndose, hasta tropezar y caer de costado, a merced de su enemigo.

Mas, cuando todo parecía perdido para el valiente guerrero, la bestia profirió un agudo grito de dolor, cayendo hacia él, desplomándose sobre el suelo. La oscuridad comenzó a regresar al lugar del que emanó con anterioridad, devolviéndole su forma antropomórfica al híbrido. El guerrero de la luz dirigió una mirada hacia el alrededor, buscando a quien había inutilizado a la bestia. Sus ojos pronto se toparon con unas viejas y desgastadas pupilas.

—¿Maestro? —preguntó dubitativo—. No, algo no marcha bien…

—¡Rafael! —gritó el anciano—. Ni se te ocurra tocar al muchacho, o lo pagarás caro —aseguró mientras desenvainaba su espada.


--------------------------------------------------------------

Y, no habiendo novedades ni noticias con respecto a la saga, sólo puedo despedirme hasta la semana, esperando que estéis ahí en busca del próximo capítulo.

Saludos desde la cloaca.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 03, 2011 1:09 am

Respuesta a mis queridos lectores
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¡Leedme insensatos, leedme!

y si no es mucha molestia comentad :3


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Capítulo 6 - Sin razón de ser – Parte 2
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Allí dejó el cuerpo inerte del Kardinuta, observándolo con desprecio. Con el buen hacer de un asesino que no deja ni el más mínimo rastro de haber cometido su crimen, arranco cuidadosamente las Knafáims del guerrero, y se sentó a observar aquel espectáculo: la vuelta al estado primitivo de los seres de energía. Del universo venían, al universo volvían. “Que ironía”. Reflexionaba el príncipe al observar aquello. Probablemente algún día también le tocaría a él volver a convertirse en energía, pero por el momento debía cumplir con su objetivo.

Una vez el cuerpo de su víctima despareció totalmente, desintegró las Knafáims y se levantó, miró a ambos lados intentando adivinar en qué dirección se fugara la presa, para finalmente intuir que seguramente su compañero ya estaría dando cuenta de ella, y a su encuentro se dirigió.

Siguiendo el rastro del aura de luz, se topó con una curiosa imagen: el príncipe híbrido, Abraham, yacía inconsciente a pies de su tío y compañero en esta peligrosa misión, Rafael. Mas este parecía absorto en otras cuestiones, con la mirada dirigida hacia el otro lado del callejón. Buscando la fuente del interés de su compañero, Caín también encontró al desgastado aunque poderoso anciano. “¿Alem?”. Se preguntó.

Casi sin mediar palabras, este se lanzó a combatir contra el Supremo Caballero Butzina. Caín no intervino, no fue capaz, el comportamiento que desarrolló el anciano en la batalla no coincidía con el que se le conocía, y sus técnicas eran impropias. Así pues, no sabiendo a que se enfrentaba y paralizado por el desconocimiento, comprobó absorto el combate hasta que Rafael, totalmente ciego y con graves heridas por todo el cuerpo, se vio obligado a abandonar la misión.

Abraham abrió los ojos, sintiéndose muy débil, medio muerto, de hecho, se llegó a preguntar si lo estaba. Poco le importaba, ya no tenía nada que lo agarrara a la vida, o eso pensaba, por esa cuestión el estar muerto o no era algo que en ese momento le resultaba indiferente. Pero no estaba muerto, respiraba, a duras penas, pero respiraba; su corazón latía, también con esfuerzo, pero latía; y sus Knafáims aunque severamente dañadas las cuatro, aún seguían adheridas a su cuerpo. Si, aún estaba vivo.

¿Qué había pasado? Otra vez sólo recordaba oscuridad, sintió miedo de haber sido controlado por la bestia de su interior nuevamente, de repetir eventos trágicos que lo traumatizaran anteriormente. Abrió los ojos a duras penas, aun costándole ajustarlos al entorno, pudo percibir y distinguir el anciano rostro que le sonreía.

—Tranquilo pequeño, ya estoy aquí.

—Alem… —susurró el chico—. ¿Qué ha pasado abuelo? ¿He vuelto a matar a alguien? —preguntó preocupado.

—No —dijo el anciano para tranquilidad del muchacho—, pero casi.

El chico le dirigió una mirada asustada.

—Sabes Abraham —comentó mientras se levantaba—, en cierto modo yo te creé, yo di vida a lo que eres ahora, tú eres quién eres por lo que posees. Tus habilidades están incrementadas gracias a la Atzmunt que emana del ser de tu interior. Pero a la vez… —hizo una pausa—, cometí un error al crearte, pues no eres quien de dominar lo que posees, y cuando se desboca te vuelves agresivo, conflictivo, destructor, te conviertes en la bestia en sí misma.

>>Yo quería crear el contenedor perfecto, que sellara al Rashá para siempre, que no le permitiera realizar la más mínima acción… Quizás me equivoqué —el pelirrojo mostró una sorpresiva expresión—. Quizás esta no fue la mejor opción. Así pues, la única forma de enmendar mi error es esta —sentenció mientras elevaba una espada de luz para hacerla caer contra el pecho del pelirrojo, quien reflejaba en su rostro el desconcierto que le producía la situación actual.

Cuando el arma estaba a punto de atravesarle el pecho, una potente luz hirió la mano del anciano, causando que soltase el arma y esta chocara contra el suelo, resonando al chocar el metal contra el cemento. Sin saber muy bien qué sucediera, como si sólo fuera un sueño, el híbrido volvió a perder la consciencia.

Despertó de nuevo tiempo más tarde, desorientado, dudoso otra vez de la realidad en la que se encontraba, si estaba vivo, muerto, soñando o despierto. Pero esta vez había algo diferente, se encontraba mucho mejor que antes: en el anterior despertar notara el peso del cansancio y la debilidad sobre su cuerpo, ahora se sentía vigoroso y recuperado, capaz de moverse sin problema. Así se levantó y pudo comprobar para su sorpresa que todas las heridas que sintiera anteriormente habían sido curadas, así como que sus Knafáims lucían esplendorosas de nuevo. No había nadie más a su alrededor, se encontraba totalmente sólo.

Los recuerdos le volvieron repentinamente; todas las traiciones que sucedieran en el día. ¿Cómo debía sentirse él ahora que todo el apoyo que tenía se había vuelto en su contra, ahora que aquello por lo que luchaba carecía de sentido? Al final aquellos Kardinutas tenían razón, ¿debería entonces entregarse a su causa? Nunca, la idea de provocar el holocausto que le ofrecían le aterrorizaba.

Quizás debería poner fin a su vida, ya no tenía razón de ser el seguir viviendo, pero no arreglaría nada, la guerra se seguiría sucediendo, quizás incluso su muerte supusiera un desnivel en esta. “¿Qué debo hacer ahora?” se preguntaba el chico, mas era incapaz de responderse. De su cabeza no podía quitarse los hechos ocurridos durante la jornada: aquel amigo al que jurara proteger se había convertido en su enemigo, llegando a intentar matarle; Alem resultara ser un vil traidor a la promesa que hiciera a sus padres, aunque esto último aún le resultara muy inverosímil. Pero así quedara demostrado cuando el anciano intentó matarle aprovechando su debilidad en aquel momento.

“¿Qué debo hacer? Más bien… ¿Qué puedo hacer?” Se preguntaba el pelirrojo. Finalmente llegó a la conclusión que le resultó más satisfactoria en aquel momento: “Quizás lo único que he hecho toda mi vida: huir, huir de todo hasta que me encuentre en paz y pueda pensar con claridad. Quizás eso sea lo mejor por el momento”. Y con la mirada en el horizonte, replegó y guardo sus Knafáims y comenzó a andar, en dirección a la salida de la ciudad, dejándose llevar, huyendo, como hacía siempre, de los problemas que lo atormentaban.

***


Entró, a duras penas, malherido por la batalla y agotado debido a la energía gastada en el viaje. Se arrodilló, aunque su cuerpo le pidiera desplomarse, y se dirigió a su superior:

—Hermano…

—Para ti Señor Supremo —le cortó tajantemente Miguel provocando el desconcierto en su hermano menor.

—Traigo nuevas noticias de la situación, pero antes he de pedirte que me ofrezcas un poco de ayuda —continúo Rafael haciendo caso omiso al tono de su hermano.

—¿Eliminaste al monstruo? —preguntó el Señor Supremo sin escucharle.

—No… pero fue porque…

—¡Nada de excusas Rafael! Sé de muy buena mano que eres un traidor a la causa.

—No sé de qué me hablas hermano.

—Ya no soy tu hermano, ni siquiera soy tu Señor Supremo, quedas desterrado de por vida. Fuera de mi vista —sentenció de esta cruel manera Miguel.

Rafael no se creyó lo que su hermano le decía, no entendía el por qué de la situación. Intento saberlo, mas acabó con la paciencia del Señor Supremo, quien tuvo que recurrir a su guardia personal para echarlo de allí. Una vez fue expulsado, una rubia y esbelta figura femenina hizo acto de presencia en la estancia.

—¿Puedo fiarme de ti, no? —preguntó Miguel.

—Sabes que sí, viste las imágenes que mis ojos captaron: Rafael es un traidor, aun cuando ha estado a punto de morir por culpa de la bestia, ha salvado al monstruo. Yo le arranqué de los brazos de la muerte, y cuando iba a rematar al Rashá, él y Caín me lo impidieron y me forzaron a retirarme. Por cierto, ¿no vas a hacer lo mismo con tu hijo?

—Caín es la semilla de luz que he dejado en este universo, aun cuando me hayas dado pruebas, me resulta muy complicado asimilar su traición. Rafael siempre tuvo un gran apego por Eva… pero Caín me idolatra, no puedo aceptar esas acusaciones que viertes sobre él tan fácilmente.

La Butzina hizo un gesto de reproche.

—¿Qué hay sobre lo que hablamos? —le recordó al Señor Supremo.

—El puesto está vacante, además, has sobrevivido a una emboscada Kardinuta y has demostrado ser capaz de enfrentarte al mismo Rashá. Supongo que eres la más idónea para ello. Así pues, yo te nombro Suprema Caballera Butzina, Pahalia, que la luz te acompañé en tu travesía y nos guíe hacia la victoria.

—Así sea —asintió con una aviesa sonrisa.

***


Dos vueltas, como siempre, dio a la llave para conseguir que la cerradura cediese, permitiéndole entrar a aquel pequeño piso, que buenamente satisfacía sus pocas necesidades. Cansado, agotado, derrotado por la dura jornada, se postró sobre el sofá del salón, con la cabeza aún inmersa en los sucesos ocurridos en las horas anteriores.

Si, lo sabía… bueno, quizás no totalmente, pero si que tenía ciertas dudas que pudo confirmar al hallarlo ante sus ojos: aquel humano con el que compartiera tan buenos momentos de diversión y jolgorio resultara ser el objetivo a abatir, el enemigo al que debía enfrentarse, aquello a lo que debía eliminar, pues la finalidad de todo su entrenamiento no era otra.

“Has pasado demasiado tiempo entre los humanos” le dijera su padre. Quizás tenía razón, quizás él se había olvidado de sus deberes como miembro de la realeza, quizás el engaño de aquella sencilla vida le había apartado de sus verdaderos objetivos.

—Le perdonaste la vida —sonó a sus espaldas una débil voz—. ¿Por qué lo hiciste?

El príncipe se mantuvo en silencio.

—No sólo eso, sino que le salvaste de la muerte y le curaste de sus heridas, por eso estás ahora tan cansado, has sacrificado parte de tu energía por salvarle —siguió acusándole la voz—. Y mi pregunta es: ¿Por qué?

—No lo sé —fue lo máximo que pudo responder el ser de luz.

—Claro que lo sabes. La razón es muy sencilla: has empatizado con el monstruo, no eres capaz de verlo como un monstruo, sino como un humano, aquel humano al que llamas amigo. Y pensar que nuestro Señor Supremo Miguel confío en ti —silencio—. No puedo creer que aun sabiendo todo el riesgo de que esas emociones te afectasen te encomendara tal misión. Estaba clarísimo que la fallarías. Lo vi todo, fue un espectáculo patético.

—Haberlo hecho tú —le recriminó Caín.

—Sabes que no tengo su permiso. Por alguna extraña razón el te estima demasiado. Siempre lo ha hecho —un cierto rencor se percibía en sus palabras.

—Sabes que eso no es cierto —respondió fugaz el príncipe.

—Por supuesto que lo es —remarcó su interlocutor—. Pero ahora has fallado en tu misión. Dime, ¿debería informarle de todo esto y que te consideren como un traidor, o callármelo para que guardes tu posición actual?

—Haz lo que quieras Abel —respondió el heredero Butzina mientras se levantaba claramente molesto en dirección a sus aposentos.

—No hay quien te entienda Caín —susurró en la lejanía su interlocutor—. Has cambiado, tú antes no eras así hermano.


Adelanto capi 7
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Hubo un tiempo en el que eran felices. Las cenizas de aquel fuego que era la amistad en sus corazones aún pervive en ellos y sueñan con regresar a él.

En el próximo capítulo de "El ocaso del Alba"

Capítulo 7 - Lo que fuimos

Porque ya sólo quedan recuerdos.


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Sin novedades, solamente apuntar que hay cierta artista dibujando bocetos que espero tener pronto en mi mano para subirlos al blog. Reitero mis agradecimientos a su desinteresada labor.

Saludos atentos desde La Cloaca.

Mickael Vavrinec
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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 10, 2011 2:02 am

Respuesta a mis queridos lectores
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¿Dónde os habéis metido?


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Capítulo 7 - Lo que fuimos – Parte 1
Spoiler: Mostrar
—¡ Papá! ¿Dónde estás papá? Tengo miedo.

Un pequeño niño asustado buscaba a su padre entre la marabunta de gente que corría alarmada. En medio de la confusión fue empujado y consecuentemente cayó al suelo. Se protegió la cabeza con las manos ante el miedo de ser pisoteado por la multitud. Una vez dejo de escuchar ruido, se levantó… y se encontró totalmente sólo. Alzó la vista al cielo y allí las encontró: dos esferas rojas, relucientes, que lo miraron fijamente provocándole el mayor de los terrores posibles.

—¡Aaaahhhh! —se despertó sudoroso y nervioso—. Otra vez esa pesadilla —dedujo mientras atusaba su rubia cabellera—.
Cada vez se repite con más frecuencia.

Movió la cabeza bruscamente, intentando olvidarse de lo que acababa de soñar. Cuando se disponía a volver a rendirse en brazos de Morfeo, se incorporó bruscamente al observar una extraña figura al fondo de la habitación. No pudiendo definir su presencia se colocó en guardia.

—¿Quién anda ahí? —pregunto a la vez que desplegaba sus blancas Knafáims, dispuesto a luchar si fuera necesario.
No hubo respuesta verbal, la figura únicamente avanzó hacia el muchacho para hacerse más visible. Con una mueca sonriente elevó sus manos para mostrar lo que cargaba consigo ante la sorpresa del chico: dos Knafáims negras.

***


El frío de la noche no lo cogiera por sorpresa. Aunque no se esperaba tal adversión metereológica en una época tan cálida como la veraniega, su escasa ropa, compuesta por un largo pantalón de chándal, una camiseta rota, un sucio abrigo y un viejo sombrero, le protegiera de ello.

Acurrucado contra la pared de uno de aquellos estrechos callejones que inundaban el centro de la ciudad en la que pasara la práctica totalidad de su vida y en los que tantas cosas viviera en los últimos tiempos, intentó conciliar el sueño, sintiéndose seguro.

—Mierda —susurró—. Parece que no equilibré correctamente mi Atzmunt.

Una oscura figura se dirigía a su encuentro velozmente.

—Tú —pronunció la desconocida voz—. Tú eres… —antes de que pudiera terminar la frase su pecho fue atravesado por el puño del muchacho, que irradiaba una luz cegadora. Con una sádica maniobra, reventó el corazón de su contrincante raudamente.

—¡Dejad de tocarme los cojones de una puta vez! —sentenció rabioso el híbrido.

Una vez asesinó a su contrincante, meticulosamente arrancó las Knafáims del cuerpo de este y las desintegró. Mientras observaba como el ser desaparecía, se paro a pensar en la deshumanización que había sufrido en los últimos dos meses, pues ahora era capaz de matar sin tener el más mínimo remordimiento de ello.

Se preguntó en un par de ocasiones si esa transformación moral se pudiera deber a que el Rashá cada vez tomaba mayor control de su cuerpo, pero desde la batalla contra Rafael, no volviera a sucumbir ante la bestia. No, era simplemente la ley de la naturaleza, el matar o morir, así de sencilla era la explicación.

Recordaba la primera vez que se viera obligado a segar la vida de uno de ellos, fuera durante los primeros compases de su huida. Casi fuera un accidente, a los pocos días de escapar, fue interceptado por un ser de luz, seguramente la razón por la cual fue descubierto se debió a la estúpida idea de usar sus Knafáims como medio de transporte para huir más rápido. Este hecho posibilito que fuera más perceptible y permitió al enemigo localizarle.

Casi sin darse cuenta, se viera inmerso en una repentina batalla contra su perseguidor, y, producto de una intuición de no querer ser descubierto por más seres, no fue quien de controlar sus fuerzas y atravesó el corazón de su adversario. Recordaba perfectamente lo mal que lo pasara en las horas siguientes, aquel sentimiento de culpabilidad que le destrozaba el alma y lo hacía aterrarse ante la acción que cometiera. Solo fue una vez pasado el pánico, que recordó la forma de eliminar los cuerpos de los seres de energía y procedió a ello.

Más tarde siguió sintiendo el acoso de los seres de luz y de oscuridad, y se fue acostumbrando a asesinarlos a todos y cada uno de ellos, fueran uno sólo, o, como se dio en un par de ocasiones, un grupo más numeroso. Pero con el tiempo entendería que aquello no servía para nada más que para aumentar su agresividad.

—Así que finalmente te has dignado a regresar —le sorprendió una voz familiar en medio de sus divagaciones.

Abraham reaccionó rápidamente al observar el rostro de su interlocutor y se lanzó hacía él, dispuesto a no darle una sola oportunidad de atacar. Caín respondió raudamente y, con una agilidad extraordinaria para la poca luz que iluminaba el lugar, logró inmovilizar a su amigo, agarrándole por las Knafáims.

—Veo que te has acostumbrado a rendir tributo a la muerte —comentó el príncipe al observar el cuerpo en proceso de desaparición de la última víctima del híbrido.

—Yo le ofrezco seres de energía, todos aquellos que me tocan las pelotas yo se los envío. Es lo único que he hecho en los últimos dos meses, así que no me supone nada enviarle alguno más. El pasado ya no importa —concluyó.

El príncipe de los seres de la luz le dirigió una fría mirada.

—No lo creo —contestó simple, pero contundentemente—. De todas maneras, quien sólo ofrece muerte, sólo acabara recibiendo muerte.

—¿Y serás tú quien me la dé? —preguntó en tono bravucón.

Caín dejo escapar una ligera sonrisa.

—No… Al menos no hoy —comentó, y entonces soltó al híbrido, quien moría de rabia al ver como el príncipe se reía de él de aquel modo.

—¿Quién coño te crees que eres? Sólo un arrogante y mezquino ser que se limita a seguir las órdenes que le dictan, eso es lo que eres.

—Puede ser —respondió provocando la sorpresa del pelirrojo—. Pero, sólo por hoy, sólo por esta noche, déjame volver a ser Carlos, simplemente tu amigo. Así que, por favor, repliega y guarda tus Knafáims y acompáñame si no es mucha molestia.

Las palabras de su amigo desconcertaron al muchacho, que a su vez notó en ellas el detonante necesario para despertar la poca humanidad que le podía quedar. Así pues, le hizo caso y le siguió, alejándose de la pequeña protección de aquellos callejones.

—De verdad te ves horrible —comentó Carlos al salir a las calles principales—. ¿En dónde has encontrado esa ropa de mendigo?

—No quieras saberlo, realmente he cometido alguna ilegalidad humana para poder arroparme tras que mis ropas quedaran rasgadas y rotas tras cada batalla. No me mires así, no he matado, sólo he robado, no tenía otra opción —aclaró ante la mirada acusadora del rubio chico—. Mis ropas actuales son producto de mis últimos hurtos.

—No todas —aclaró el príncipe de la luz—, ese sombrero me resulta demasiado familiar.

Abraham calló un momento antes de proceder a explicarse:

—¿Quieres decir que es el sombrero de Alem? Lo desconozco, pero si es cierto que se parece mucho al que mi abuelo solía llevar. Lo encontré justo antes de partir, tirado por los callejones. El intentó matarme, entre eso y que tú también lo intentarás, fue por lo que hui. Me llevé esto como recuerdo, como una especie de recordatorio de que algún día hubo quien se preocupo por mi, es lo único que he conservado desde el principio hasta el fin del viaje.

—¿Qué Alem intentó matarte? —preguntó extrañado Carlos al recordar aquella situación—. Bueno, eso no es del todo… —antes de que terminara de hablar, se sorprendió al agarrar el sombrero con el fin de observarlo—. ¡¿Qué le has hecho a tu pelo?!

—Antes de volver me lo he rapado, al cero, aunque aún conserva su tono anaranjado.

—¿Por qué?

—Para no ser identificado por los humanos, entre eso y las vestimentas creí que sería difícil, de hecho estoy seguro de que tú me encontraste por mi aura.

—¿Humanos? —repitió su amigo—. Apuesto a que desde que eres consciente de tu naturaleza nunca los has llamado así, incluso hasta hace poco aun te has sentido parte de ellos, ¿a qué viene esa postura arrogante?

—Me he dado cuenta de que realmente los únicos humanos a los que he conocido no han sido más que estúpidas y
denigrantes criaturas.

—Así los calificas —le reprochó—. ¿Qué hay de Sandra?

El pelirrojo enmudeció al escuchar el nombre de su amiga, a la cual parecía haber prácticamente olvidado desde su huída.

—Por eso te escondes en los callejones y te vistes de esa manera, ¿no? No es porque te encuentren aquellos a los que conociste en el pasado e indirectamente te descubran, no, la razón es mucho más simple: te escondes de Sandra.

—Eso no es cierto —se limitó a rebatir el híbrido.

—Sólo hay que pensarlo un poco, ¿qué es lo que más teme Sandra? La oscuridad. ¿Dónde acostumbra a estar más oscuro en esta ciudad? En los callejones. ¿Por qué Sandra siempre se niega a usar sus atajos aun cuando llegaríamos más pronto a muchísimos sitios? Porque les teme.

>>Por lo tanto, te escondes en los callejones porque sabes que ella no te encontrara allí, y que en el último caso de que lo haga, no te reconocerá debido a tus pintas estrafalarias, pero sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte.

—Deliras —respondió Abraham, aunque en realidad se daba cuenta de la verdad que guardaban las palabras de su amigo y que él mismo no había reconocido para sí hasta ese momento.

—Y sólo hay una razón por la cual te escondes de ella: tienes miedo de que te vea en tu estado actual, en el cual eres mas híbrido de Butzina y Kardinuta que humano, temes que ella no te acepte, que la última persona a la que quieres también acabe repudiándote, a eso le temes. Pero estás aquí, por lo que te das cuenta de que con tu ausencia también le has causado daño.

—Te equivocas —le cortó—. La única razón por la que he vuelto es porque me he dado cuenta de que mi huida no tenía ningún sentido. Por más que huía de mis problemas, ellos me perseguían y me obligaban a enfrentarlos, así que llegó un momento en el cual no tenía sentido seguir huyendo y decidí dejar de huir. Por eso he vuelto, para afrontar y eliminar mis problemas —sentenció dirigiendo una afilada mirada a Carlos que pareció romper el ambiente de cordialidad que había hasta el momento.

Mas el rubio muchacho, lejos de entender aquella declaración como una amenaza, observó que la huida que había realizado su amigo si sirviera para algo: había vuelto mucho más maduro de lo que se fuera.

—Dime… ¿Cómo está ella? —preguntó Abraham inconscientemente, rompiendo el silencio que se produjera entre ellos desde hacía un rato.


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Seguimos con la sequía de noticias, así pues, esperen pacientes a por la próxima entrega de "EODA", mis queridos lectores.

Saludos atentos desde las alcantarillas.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 17, 2011 2:18 am

Capítulo 7 - Lo que fuimos – Parte 2
Spoiler: Mostrar
—Mal. Ella está mal. Su estado de ánimo ha ido decayendo en los últimos meses. Desapareciste de la noche a la mañana, sin dejar rastro, sin avisar, como si fueras un fantasma. ¿Si fuera al revés que sentirías? Un extraño desconcierto, alguien a quien quieres de repente se esfuma y no tienes ni la menor idea de donde puede estar. Buscas a sus familiares para preguntarles, pero también han desaparecido…

—¿Alem también desapareció? —le cortó el híbrido.

—Desconozco sus razones, pero así es. Continuando con Sandra, realmente sufrió con tu desaparición, la que más sin lugar a dudas, a la semana de que desaparecieras logró ella solita movilizar a la ciudad entera para que iniciara tu búsqueda, ¡hasta vino la televisión y todo! Pero ya sabes cómo son estas cosas, si al poco tiempo no hay resultados, la gente lo olvida —Abraham afirmó con la cabeza, era una situación muy típica en los medios de información—. Pero ella nunca desistió, siguió pegando carteles con tu foto por ahí e incluso organizando pequeñas batidas de búsqueda a los montes de alrededor.

>>Dedicó tanto tiempo a buscarte que descuidó su preparación académica. Sus notas han bajado, casi rozan el suspenso. Estamos en exámenes finales a punto de sacarnos secundaria y ella pende de un hilo. Sufre de depresión últimamente. Apuesto a que cuando te fuiste, no pensaste en que pudieras ocasionar esto.

El pelirrojo se quedó mudo, recibió cada información como una pedrada en la cabeza, ¿cómo podía haber sido tan desconsiderado?

—No, nunca lo pensé —fue lo máximo que pudo articular.

—Debiste haberlo hecho —le recriminó—. Igualmente, deberías visitarla o algo, aunque sea sólo para decirle que estás bien y darle cualquier excusa que la satisfaga del que porque te fuiste sin avisar.

—No puedo… No puedo verla en mi estado actual. Ya no soy un humano.

—No es lo que eres Abraham, es lo que sientes ser.

—¿Acaso tú te sientes humano? —preguntó curioso.

—Hoy en día ya no tanto… pero hubo una época en la que me sentí completamente humano, no sé si la recuerdas.

Los dos amigos comenzaron a rememorar al unísono el comienzo de su amistad:

—Así que esto es una escuela terrícola, el lugar donde se educa a los humanos… Realmente luce aburrida… No debería poner pegas, fui yo quien le pidió a Padre el poder insertarme en el sistema educativo de este planeta y aprender de los conocimientos que han recogido acerca del universo desde su punto de vista.

>>Veamos, ya he estado estudiando por mi cuenta y, según los informes, el nivel educativo que tengo actualmente se corresponde al nivel 3 de la educación secundaria, en el cual suelen estar los humanos de… ¡¿15 años?! ¡Pero si yo tengo 18! A ver, según la información adquirida ciertos humanos de mayor edad acostumbran a tener que repetir el mismo nivel debido a que no son capaces de superarlo… ¡Oh, genial! Ahora resulta que he de hacerme pasar por un imbécil… lo que me faltaba.

Con una larga melena rubia y unos azulados iris, caminaba un esbelto muchacho por el instituto local de aquella ciudad de provincias a la que había ido a parar por mero azar. Por sus movimientos y su clara desorientación, era fácil adivinar que se trataba de un nuevo alumno. Así recibió las miradas acusadoras de los estudiantes que lo tachaban de nuevo con ellas
el primer día de clase.

—Mi nombre es Carlos, tengo 18 años y me encuentro repitiendo tercero de la ESO. Acabo de mudarme recientemente a esta ciudad por decisión propia con el fin de acabar de una vez mis estudios —fue lo que dijo para presentarse ante la muchedumbre reticente que le recibió.

Durante el transcurso de la mañana intentó contactar con aquellos seres con los que le tocara convivir, mas no recibió el trato esperado. Ante cualquier intención de comenzar una conversación, la respuesta era un “piérdete nuevo” o un simple silencio en señal de descortesía. Ni siquiera parecía que aquellos chavales le respetaran por el mero hecho de aventajarles en edad. Eso sí, el trato hacia su persona no paso más allá de una mera indiferencia o ignorancia, lo cual prefería a un continuo acoso en el que estaba claro que por su condición de seres inferiores, tal y como le enseñaran, saldrían perdiendo. Pero prefería evitar ese tipo de situaciones; Caín no era una persona violenta cuando la situación no lo requería, incluso odiaba el hecho de que unos seres usaran su superioridad para aprovecharse de otros. Así fue que con esta ideología cambiaría su vida en La Tierra.

Después de llevar un par de semanas integrado en el sistema educativo terráqueo, ya había descartado totalmente la posibilidad de entablar cualquier tipo de relación con sus compañeros, por lo que se dedicaba únicamente al estudio, razón por la que se encontraba allí, en compaginación con la misión que se le había asignado. Pero, en uno de esos días extraordinarios, en los que en vez de usar el tiempo de recreo que los humanos utilizaban como descanso entre las clases para ir a la biblioteca a avanzar en sus estudios y subir de nivel lo más raudo posible a uno en el que no se sintiera tan incómodo, decidió darse un paseo por el patio para tomar un poco de aire y observar los modos de entretenimiento de los humanos.

Después de ver un partido de un deporte muy popular denominado fútbol, consistente en introducir un balón en un área delimitado por una estructura con forma de prisma tetraédrico llamada portería, el cual le resultó ciertamente tedioso y simple, se dirigía a retomar las clases cuando de repente escuchó unas voces cerca de la salida del instituto que le llamaron la atención. Siguiéndolas se encontró en escena a tres chicos de curiosos estilos de vestimenta a su parecer, los cuales parecían atosigar a otro de cabello rizo anaranjado y a una chica del mismo tono de color de pelo.

—Venga, zanahoria, danos el dinero de hoy. Ya sabes que debes pagar una cuota diaria a cambio de que no te molestemos —decía el más obeso de los acosadores.

—Te juro que no tengo nada, hoy se me olvido el dinero del almuerzo en la mesa de la cocina, por favor, dejadnos marchar a clase —suplicaba el chico.

—Dice la verdad, por favor, déjalo Roberto —defendió la pelirroja a su amigo.

—Calla guapa —le respondió groseramente—. Aunque, quizás pudiéramos resolver esto de una forma en la que nadie salga perjudicado. Ten una cita conmigo y le dejaré en paz.

—¿Contigo? —contestó la chica asqueada—. Ni en tus mejores sueños. Déjanos irnos ya —y la chica le escupió en la cara al obeso acosador.

—¿Pero quién coño te has creído que eres, niñata? Ahora tu amigo recibirá el doble por tu culpa. Borja, Rubén, agarradla y no dejéis que escape —los dos compañeros de trifulcas de Roberto, que eran fácilmente identificables por sus peinados al estilo punk y metalero respectivamente, agarraron a la pelirroja fuertemente, resistiendo sus intentos de fuga. Luego el cabecilla dirigió su mirada a Abraham—. En cuanto a ti, no habiendo dinero ni chicas, sólo te queda pagar de otra forma.
Lo agarró fuertemente por el cuello de la sudadera y lo empotró contra el muro de la escuela. Apretó el puño y lo levantó hacia atrás, cogiendo impulso para soltarlo con todas sus fuerzas contra el muchacho. Antes de que realizara el fatídico movimiento, alguien le agarró el brazo, impidiéndole ejecutarlo.

—¿Pero qué coj…? —se quejó Roberto al verse impedido, a la vez que giraba la cabeza para encontrarse con las azules pupilas de quien lo detenía.

—Déjalo en paz —dijo este con contundencia.

Así pues, Caín finalmente decidiera intervenir tras observar detenidamente la situación. Sus principios le llevaban a hacerlo, no podía permitir que un ser abusara de otro solamente porque fuera superior, la superioridad no implicaba aprovecharse del inferior, sino ayudarlo. Entonces comprendió que no debía seguir despreciando a aquellos seres inferiores, sino ayudarles y aprender de ellos. Y el que fue víctima de tal dicha fue el joven Abraham, que observo con ojos de admiración a su salvador.

—¿Quién coño eres? Apártate —ordenaba enfurecido el abusador al Butzina.

—¿Le vas a dejar en paz?

—No es asunto tuyo rubito, ¿por qué te preocupas por unos renacuajos como nosotros?

—Porque alguien debe enseñaros que es lo que está bien y que es lo que está mal gordinflón —respondió a la vez que le retorcía el brazo, colocándose a su espalda.

—¡Ahhhh! —se quejaba dolorido—, ¡Suéltame capullo! Chavales, ayudadme —les ordenaba.

Rubén y Borja dejaron sus quehaceres con la pelirroja para ir en rescate de su líder, mas, aun estando en ventaja, dos contra uno, y pudiendo Caín solo usar un brazo, la destreza e inteligencia que mostró este usando al acosador principal como escudo y midiendo bien sus golpes, tal y como le enseñaran durante su preparación militar, le sirvió para dar buena cuenta de los abusones, quienes terminaron por ceder, marchándose en retirada.

—Eso es, corred como las gallinas que sois —se reía el príncipe. Después se dio la vuelta para atender al chico.
Este estaba siendo ayudado por su amiga para incorporarse, y no paraba de mirarle con unos ojos de gratitud que en cierto modo incomodaban al Butzina.

—¿Estás bien chaval? Creo que esos zoquetes no te molestarán en un tiempo —dijo sonriendo para acabar con esa sensación de molestia.

—Muchas gracias —fue todo lo que le respondió.

—No hay de qué —dijo Caín mientras eludia la mirada, verdaderamente le molestaba la situación. Estaba a punto de regresar a las clases cuando el muchacho volvió a dirigirle la palabra.

—Perdona, ¿cómo te llamas?

—Carlos, mi nombre es Carlos.

—Carlos… Mi amiga se llama Sandra, y yo soy Abraham. Si algún día pudiera hacer algo por ti… seguramente este sea tu último año, pero si puedo hacer algo por ti, sólo pídemelo —ofreció el pelirrojo.

—No lo creas, aún voy en tercero, si, ya sé lo que piensas… —pero contrario a lo que Caín pensaba el chico pareció restarle importancia a ese dato.

—¡Perfecto! Yo también voy en ese curso, si algún día necesitaras los deberes o un trabajo o cualquier cosa, sólo pídemelo, por favor.

Carlos sabía que aquello le era innecesario, pero vio al chico tan ilusionado que acabo cediendo en cierto modo.

—No quiero tus deberes ni tus trabajos… pero si lo deseas, quizás podamos quedar algún día para estudiar —ofreció como compensación.

—Por supuesto —afirmó eufórico el pelirrojo, y los dos muchachos se chocaron las manos en lo que sería el comienzo de una gran amistad.

Así fue, lo que empezaron siendo quedadas para jornadas de estudio más por cortesía que por necesidad, acabaron convirtiéndose en reuniones meramente ociosas para realizar cualquier tipo de actividad que incluyera diversión.

Después de aquel encuentro, los tres abusones volvieron a meterse con Abraham un par de veces más, hasta que observaron que mientras contara con la amistad de Carlos, nada sacarían bueno de allí. Poco a poco, los abusos fueron decreciendo, habiendo largas épocas de paz para el pelirrojo. Abraham agradecía en sobremanera la protección que le ofrecía su amigo, y Carlos fue correspondido conociendo lo que era la amistad y la diversión en La Tierra. Fueron tiempos felices para los tres chicos. Pero tiempos que ya no volverían.

—¿Lo recuerdas, verdad? —cortó de esta manera Caín el hilo de recuerdos que mantenía a ambos ensimismados.

—Si, lo recuerdo —afirmó Abraham con una nostalgia en la mirada y una pequeña sonrisa en el rostro.

El resto del camino fue dominado por un silencio atronador que dejaba a los dos amigos a merced de sus pensamientos y cavilaciones. Finalmente, el príncie Butzina le índico a su amigo que habían llegado a su destino.

El gran bosque a las afueras de la ciudad, situado al pié de las grandes colinas, presentaba un aspecto lúgubre al ser bañado por la luna llena, las ramas movidas a merced del viento y el sonido de la corriente del río que lo atravesaba. Fuera un lugar de aventuras y diversión en la infancia del pelirrojo, y un buen lugar donde retirarse en busca de paz en tiempos más recientes, un lugar en el que ambos habían estado incontables veces juntos en el pasado y al cual guardaban un especial cariño.

—¿Por qué me has traído aquí? —se aventuró a preguntar el híbrido.

—Siéntate, sólo quiero que hablemos un rato —respondió.

—¿Sobre qué? —preguntó intrigado.

—Sobre lo que somos.


Adelanto capi 8
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El pasado es el pasado por más felices que nos haga recordarlo. El futuro puede ser un nido de esperanzas o de desesperanzas dependiendo de como lo afrontemos.

En el próximo capítulo de "El ocaso del alba"

Capítulo 8 - Lo que somos

Lo único que realmente importa es el presente.



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No hay noticias ni lectores.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 24, 2011 3:29 am

And other week more, here you have a new episode:

Capítulo 8 - Lo que somos
Spoiler: Mostrar
—¿Sobre lo que somos? —repitió confuso el híbrido.

—Si, sobre lo que somos.

—Y, ¿qué somos? —preguntó.

—Enemigos —un fuerte silencio se adueñó del tiempo durante unos segundos—. Relájate, ya te he dicho que no tengo intención de dañarte en estos instantes. Por favor, sé tan amable de sentarte —le pidió mientras se acomodaba entre la tierra.

El pelirrojo acabó cediendo a la petición de su amigo.

—De todas formas sigo sin acabar de entender por qué me has traído a este lugar. Sabes que tengo muy buenos recuerdos de él.

—Lo sé, yo también —hizo una pausa—. Siempre me ha gustado este lugar, sabes que muchas veces era yo quien decidía venir. Había una razón tras aquella insistencia, una razón que ahora entenderás —el muchacho lo observó curioso—. Verás, la razón de que ame este lugar es simple: Me recuerda a Edén.

Abraham recordó lo poco que le había hablado Alem sobre aquel astro, observó su alrededor, dudando de si realmente era tan similar al planeta natal de Caín.

—Edén… apenas era yo un crío, pero el recuerdo de cada elemento que formaba su precioso
paisaje permanece imborrable en mi memoria —dijo con nostalgia en sus ojos—. Cada árbol, cada río, cada ápice de naturaleza se alineaban conjuntamente para formal aquel vergel radiante de vida. Mis primeros años de existencia y mis primeros recuerdos se encuentran inundados por aquella belleza.

>>Por eso me encanta este lugar, porque me trae recuerdos de mi niñez, porque me hace sentir que vuelvo allí aunque ya no exista, por eso estoy tan a gusto aquí, como si estuviera en casa. Y en verdad, La Tierra en su conjunto es un planeta muy similar a Edén… pero sólo lugares como estos son similares a mi planeta natal. Supongo que algún día, hace muchos milenios, La Tierra si fue un planeta gemelo de Edén, pero los humanos no entendieron que debían conservar esa belleza.

>>Lo primero que sentí al llegar aquí fue un cierto odio hacia la raza humana que tuve que saber contener para evitar causar demasiados problemas. Imagina como se siente que te hayan arrancado el lugar donde naciste y creciste y el cual añoras todos los días de tu vida, llegar a un sitio muy similar y descubrir que sus habitantes lo han deteriorado de la manera en que está deteriorado este. Cualquiera en mi posición se sentiría sumamente ofendido y enfadado.

Abraham escuchaba en silencio, se sentía totalmente identificado con los pensamientos de su amigo. Él también gustaba de lugares como aquel, y en varias ocasiones había sentido cierta repugnancia por la raza a la que creía pertenecer cada vez que leía noticias de contaminaciones de ríos o de talas de bosques para ampliar el espacio urbano.

—De donde yo vengo, sabíamos aprovechar el planeta sin necesidad de destruirlo —continúo Caín—. Es verdad que nuestra raza está mucho más avanzada que la humana, pero aun así después de estudiar los conocimientos que tienen, sigo pensando que esta es la peor alternativa que podían haber escogido.

>>Nosotros no teníamos gigantes de cemento, usábamos materiales de la naturaleza, les dábamos forma y no causábamos ningún tipo de impacto perjudicial. El palacio en el que yo vivía estaba hecho de nubes, era realmente precioso observarlo como se erguía sobre el planeta y coronaba aquel esplendor. Pero ya nunca volveré a ver aquello —pronunció mientras le dirigía una acosadora mirada al híbrido—.

>>Recordaré aquel día por el resto de mi vida, aun cuando sólo era un niño. Aquel día descubrí lo que era el terror, lo que era la tristeza, lo que era perder un hogar. Un día como otro cualquiera, pero con algo distinto, con aquella endemoniada criatura cerniéndose sobre nosotros, tapando y extinguiendo nuestra luz. El pánico cundió enseguida, se podría decir que soy un suertudo, pues mi posición social me permitió ser de los primeros evacuados. Lo vi todo desde otra estrella, el recuerdo de aquel planeta que fuera mi hogar desde que nací convirtiéndose en polvo permanece imborrable en mi memoria. El como aquella criatura destruía lo que yo llamaba hogar y aquella belleza que yo tanto admiraba y veneraba fue sin duda, la peor experiencia que he podido vivir.

>>Todo cambió desde aquel día, tuvimos que vivir como nómadas, de un astro a otro, pero ninguno era como Edén, ninguno era capaz de siquiera imitar su grandeza. La semilla de odio que fue plantada en el comienzo de los tiempos contra los Kardinutas, creció hasta convertirse en un árbol de rencor. Mi entrenamiento estaba predestinado a ser duro, pero pienso que tras aquel trágico evento, se volvió aún más duro de lo que podría haber sido.

>>Se me enseñó a matar, destruir y eliminar cualquier tipo de entidad de oscuridad con el fin de que algún día fuera quien de destruir al monstruo. Se suponía que había una tregua, pero, misteriosamente, en mis entrenamientos se me proporcionaron seres de oscuridad, Kardinutas vivos, con el fin de que expresara el odio que guardaba hacia ellos y que asesinarlos se convirtiera en algo natural para mí. Desconozco como mi padre consiguió realizar aquello sin recibir represalias.

>>La cuestión es que aquellos duros entrenamientos en los que se me obligaba a responder cada vez con más rapidez y eficacia a cualquier signo de Atzmunt oscura, fueron curtiéndome y convirtiéndome en lo que se supone debía ser al llegar a este planeta: En el Butzina suficientemente poderoso y aguerrido como para destruir al Rashá, y el recuerdo de la destrucción de Edén, acrecentaba mis deseos de cumplir con la misión que se me asignara.

El sol comenzó a alzarse en el horizonte, dejando entrever la llegada del alba. Un silencio violento se apoderó del lugar, sólo cortado por el ruido de la corriente. Ninguno de los dos sabía cómo actuar en ese momento. Abraham entendía a su amigo, pero a la vez no comprendía porque no era capaz de empatizar con su situación. Cuando más temía que aquella reunión amigable en un comienzo fuera a terminar en una lucha encarnizada, Carlos volvió a abrir la boca:

—Por eso, no puedo olvidar que en cierto modo eres el causante de mi dolor y el ser al que debo destruir para evitar la desaparición de mi especie. Pero… no puedo olvidar tampoco todos los momentos buenos que he pasado contigo y todo lo que me has enseñado.

Acto seguido se levantó.

—Por favor, Abraham —comentó sin mirarle—. Cuídate —mencionó antes de desaparecer entre los primeros rayos de luz.
Abraham quedó sólo, apenas acompañado por la leve brisa matutina. Seguía sin tener muy claro que era lo que debía hacer, y las palabras de Carlos lo dejaban más desconcertado, ¿era realmente un enemigo o un aliado? “¿Cómo saberlo?” pensó a la vez que suspiraba.

—Caín es un misterio hasta para su propia familia —habló una voz entre los árboles.

Abraham se giró inmediatamente, colocándose en guardia al observar la esbelta figura que se ocultaba bajo un gran abrigo blanco, con la capucha puesta, cubriéndole el rostro hasta la altura de los ojos. No la percibiera antes. ¿No era Butzina ni Kardinuta? ¿Acaso podía ser un simple humano?

Abraham la reconoció, aquella vestimenta daba demasiado el cante. El chico se llamaba Alberto, iba a su clase desde el
año pasado, era un viejo repetidor como Carlos. Siempre se sentaba en algún rincón de la clase, sumergido en sus libros, cubierto por aquella blanca manta en su totalidad, que no apeaba de si en ninguna época del año, ni por mucho calor que hiciera.

El pelirrojo nunca mantuviera una conversación con él dada su fama de poco amistoso y misántropo, pero le llamara la atención desde que un día lo observara leyendo “Alas negras” de Laura Gallego, autora que el idolatraba desde que devorara la trilogía de “Memorias de Idhún”.

—Yo te conozco… Alberto, ¿no? —preguntó el muchacho.

—¿Alberto? —repitió la figura—. ¡Ah! te refieres a mi nombre humano. En ese caso supongo que sí, que soy Alberto, pero a la vez no lo soy.

—Entonces, ¿quién eres? —quiso saber amenazante mientras se preparaba para un posible combate.

—Mi nombre es Abel, hijo del Supremo Señor Miguel y hermano del príncipe Caín. Tercero en la línea de sucesión al trono Butzina.

—En ese caso supongo que vienes a por mí —adivinó a la vez que sacaba sus Knafáims y lanzaba rápidamente un rayo de luz que su contrincante esquivo sin demasiados problemas.

—Detente. Mis intenciones no son hostiles, no tienes ninguna necesidad de gastar tu Atzmunt.

—¿Me harás creer que como Butzina que eres no tienes órdenes ni deseos de eliminarme?

—No —respondió provocando la extrañeza del híbrido—. Se me ha ordenado no intervenir, y si lo hiciera probablemente sería juzgado por desacato.

—Entonces, ¿por qué has venido?

—Otras razones son las que me traen a tu encuentro —se acercó ligeramente a él—. Tengo una curiosidad, dime, ¿qué se siente cuando llevas la destrucción contigo allá dónde vas?

Abraham no acabó de entender el fin de la pregunta.

—Dime —repitió Abel—, ¿Qué se siente cuando podrías eliminar todo lo que tú quisieras con la sencillez con la que matas a una mosca? ¿Qué se siente cuando eres quién de convertirte en la destrucción encarnada?

El tono con el que pronunciaba cada una de las preguntas despertó la ira del pelirrojo.

—¡Cállate! —gritó— ¡Deja de hacer preguntas estúpidas! Tú lo has mencionado antes, no puedes tocarme, podría acabar contigo fácilmente, así que no te conviene provocarme.

—Que no pueda tocarte no significa que vaya a dejarme atrapar fácilmente —le cortó secamente para después desaparecer con una velocidad pasmosa.

—He venido a enfrentar a mis problemas, pero estos se multiplican y no sé por dónde cogerlos —se dijo alicaído el híbrido.

Observó el cielo anaranjado y la salida del sol le dio fuerzas renovadas. Decidió volver a la ciudad con la esperanza de que la nueva jornada le deparara respuestas.

***


—Mi Supremo Señor, Abel solicita una conexión inmediata con usted.

—¿Abel? Dile que no tengo tiempo para sus tonterías.

—Si me permite una opinión, trae información muy importante en forma de imágenes… y también dice saber dónde se encuentra el monstruo —dijo, despertando esta vez sí, la atención de Miguel—, pero se niega a desvelarla si no tiene contacto directo con usted.

—Está bien, le daré contacto mental inmediato —acabó cediendo—. Abel, dime la posición actual del monstruo.

—No tan rápido, mi Señor Supremo, antes deseo que observe estas imágenes —dijo prácticamente obligándole.

Así, Miguel tuvo que tragarse las imágenes del compañerismo que compartió su hijo predilecto con el ser que amenazaba la supervivencia de la especie.

—Ya he aguantado tu parafernalia, dime dónde está el monstruo —ordenó tras terminar el visionado.

—Con los debidos respetos mi Señor Supremo, creo que las pruebas que Abel y yo le hemos proporcionado son más que suficientes. Abra los ojos —le insistió Pahalia.

—¡Cállate! ¡Dime dónde está el monstruo Abel, dímelo o te quito todos los privilegios de los que has gozado hasta ahora!
—le amenazó Miguel enfurecido.

—Esas no son formas —resonó la voz del príncipe en su mente—. No tengo por qué decíroslo si no estáis dispuesto a razonar. ¿Habláis de privilegios? Nunca los he tenido, vuestras amenazas no suponen nada para mí. Si no sois capaz de reconocer la traición de Caín a nuestro pueblo no tenéis las facultades necesarias para dirigir esta misión.

—¡Deja de decir sandeces!

—Mi Señor Supremo, no hay necesidad de airarse —intentó tranquilizarlo Pahaliah—. Si Abel no desea rebelar la posición del monstruo, sólo debéis ordenarle que lo capture y dejarle el resto a él.

Miguel la miró, juzgando como una idiotez su idea, pero ante la cabezonería de su hijo, no le quedaba otra opción que hacer lo que su Suprema Caballera le aconsejaba. De ese modo terminó cediendo:

—Vosotros ganáis —dijo exasperado—. Abel, como guerrero Butzina que eres, se te ordena buscar y dar muerte al Rashá.

Una sonrisa se dibujó en el rostro del príncipe.

—Será un placer.


Saludos atentos desde las alcantarillas.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Oct 31, 2011 3:14 am

Capítulo 9 - El encanto de la lluvia – Parte 1
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La lluvia caía intensamente desde hacía unas horas sin dar tregua alguna. La noche se había puesto totalmente y los tenues rayos de la luna iluminaban a duras penas aquellos callejones en los que Abraham viviera tantas experiencias en los últimos meses. El joven permanecía ahora acurrucado en una esquina, sin demasiados problemas para soportar el frío y el intempestivo diluvio debido a sus oportunos ropajes.

Pasó la mayor parte del día sin hacer gran cosa, pensando en la conversación que mantuviera con Carlos, en el papel que adoptaría su amigo en esta batalla, en lo que debía hacer a pesar de estar solo. Pero sus cavilaciones apenas le resolvían sus infinitas dudas y el cansancio le acababa envolviendo y caía víctima del sueño. En esas se encontraba, a punto de ser víctima de Morfeo, cuando una curiosa y conocida melodía llegó hasta sus oídos.

Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare


—Imposible —murmuró.

Aoi kaze ga ima
Mune no door wo tataitemo


Inmediatamente se dispuso a correr hacia el lugar del cual procedía la música. Siguiéndola, llegó hasta unos contenedores de basura. Debido a que la provenía del interior, el pelirrojo los abrió y comenzó a hurgar en su contenido, en busca de aquello que ansiaba. Finalmente lo encontró, allí estaba, no sabía cómo ni por qué, pero allí estaba: su teléfono móvil, aquel que perdiera descuidadamente el día que tuviera su primer contacto consciente con seres de energía. No podía comprender cómo podía seguir con batería después de tanto tiempo, pero la cuestión es que lo encontrara. Entonces se fijó en que estaba siendo llamado por un número desconocido, presa de la curiosidad de saber si alguien más se acordaba de él, contestó:

—Dígame.

—…

—Sí, ¿Quién es?

—¡Pi, pi, pi!

Extrañado en un comienzo porque nadie contestara, concluyó que se trataría de una equivocación. Guardó el móvil consigo, aunque sabía que debido a su actual clandestinidad su lista de contactos no le sería de gran utilidad. De todas formas, era una preciada posesión para él.

Entonces escuchó unos pasos, cada vez más próximos, a una rápida frecuencia; alguien que corría como alma que lleva el diablo, que extrañamente eligiera aquellos callejones tan poco transitados, aún menos en días como aquel, quizás buscando un camino que le permitiera empaparse lo más mínimo. No detectaba ningún tipo de Atzmunt, por lo que el sujeto en si no debía de ser peligroso. Temiendo que fuera alguien conocido, se escondió rápidamente tras unos contenedores de basura. “¡Ay!” Oyó quejarse a una femenina voz tras lo que pareciera ser una aparatosa caída.

Fuese como fuese, Abraham no pudo evitar sentir curiosidad, pues le resultaba demasiado familiar aquel tono. Alzó un poco la vista, quedándose perplejo al observar aquella pelirroja melena elevándose a duras penas del suelo. De alguna manera sentía la necesidad de correr a ayudarla, de buscar cualquier excusa sólo para verla, para saber que estaba bien.

Pero no podía dejar que ella lo descubriera, no en su estado, no como en lo que se había convertido. Incapaz de aguantar sus impulsos, se colocó correctamente el sombrero, intentando taparse el rostro lo máximo posible, y salió de su escondite, corriendo a ayudarla.

—¿Estás bien? —dijo mientras le ofrecía la mano, intentando poner una voz lo más grave posible.

—Sí, gracias —respondió la chica, y en cuanto alzó la mirada sus ojos se pusieron llorosos y un tremendo temblor le recorrió todo el cuerpo. Movida por el instinto, se lanzó a abrazarle— Tú, tú… has vuelto —susurraba entre lágrimas.

Abraham no se lo podía creer. “Sabes una cosa, yo pienso que aun vestido así, ella sería quien de reconocerte”. Carlos tenía razón, de algún modo, de alguna manera, parecía que la pelirroja lo reconociera sin dudar en ningún momento, nada más mirarlo a los ojos, a pesar de su cambiado aspecto, a pesar del empeño del híbrido por pasar desapercibido.

—Sí, Sandra. He vuelto —y en un afán irrefrenable, le devolvió el abrazo.

—¿Por qué te fuiste? ¿Dónde has estado? Todos hemos estado muy preocupados por ti —mencionó mientras sollozaba.

—Lo sé.

La chica se separó de él, siendo agarrada por los hombros por el pelirrojo.

—Supongo que lo importante es que estás bien —dijo mientras mostraba una cálida sonrisa.

Entonces el híbrido observó algo en lo que, seguramente debido a la emoción del reencuentro, no se percatara antes: la cara de la chica estaba llena de magulladuras. Su ojo izquierdo se encontraba hinchado y morado. El resto de la cara presentaba claros signos de maltrato. Se fijó en sus piernas, también llenas de moratones que no podían haber sido provocados por simples caídas.

—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido él otra vez, verdad? —comenzó a preguntarle el pelirrojo nervioso.

Sandra lo miró asustado. Sus ojos vertieron lágrimas en señal de respuesta, y se echó a su pecho, llorando desconsolada.

—Abraham, yo… me he escapado de casa.

—¡¿Cómo?! —respondió sorprendido, más bien porque le costaba creer que su amiga realizara un acto así que porque fuera una mala idea, al contrario, hacía mucho tiempo que pensaba que Sandra debería haber abandonado aquel hogar.

—No me culpes por ello. Me siento mal por irme, pero es que… ¡Ya no puedo más! —gritó— ¡Ya no puedo seguir aguantándole cuando llega borracho a casa, ni cuando me trata como una esclava, ni cuando me insulta o pega por hacer algo mal! —se quejaba llorosa la chica—-. Pero hoy, ha pasado del límite, lo de hoy ha sido la gota que colma el vaso. Abraham, hoy, él… hoy ha intentado… —y volvió a hundir la cabeza en el pecho del híbrido, llorando, incapaz de terminar la frase.

No era necesario, Abraham ya se diera cuenta de lo que la pelirroja le intentaba decir, los moratones en las piernas eran suficiente prueba. Abraham apretó dientes y puños con furia, aquel capullo se atreviera a intentar abusar sexualmente de ella. Le repugnaba ese comportamiento.

Desde que conociera a Sandra, siempre fuera consciente del maltrato que esta recibía por parte de su padre. Siempre lo tolerara en cierto modo porque él nunca había podido hacer nada, Sandra no parecía querer hablar de ello nunca, y por muy mal que lo pasara, siempre se la veía sonriendo. Pero aquella noche él se pasara, cruzara una línea que nunca debía ser cruzada, había hecho llorar a la chica. Verla en aquel estado le apenó e hirió profundamente el corazón.

—¡Sandra! —se escuchó una voz a lo lejos—. ¡Sandra! ¡Hip! ¿Dónde te has metido?

—¿Papá? —preguntó aterrorizada, temblando como lo hace un cervatillo rodeado de una manada de leones.

—¡Sandra! —la figura se empezó a hacer más visible. El fornido hombre de barba de vagabundo, calva y aspecto descuidado se movía a duras penas hacia ellos con un tono de alegría en la voz. Sus mejillas sonrosadas y sus torpes movimientos denotaban su estado ebrio. ¿Cómo podía haber seguido a la chica en esas condiciones?—. ¡Sandra! ¡Aquí estás! ¡Hip! Perdóname, me he portado mal contigo. ¿Me disculpas? Volvamos a casa —le propuso.

La temerosa muchacha no se movía del lado del híbrido, temblorosa, sin saber qué hacer, aún con miedo por los recientes acontecimientos vividos.

—¡Sandra!¿Qué haces? Te he pedido perdón, ¿no es suficiente? Venga, te prometo que no volverá a pasar. Vámonos a casa —ordenó mientras la agarraba bruscamente por el brazo y la intentaba arrastrar. La pelirroja miró a Abraham con una mirada medio de súplica y medio de disculpa. Este no aguantaba más, aquello ya era demasiado.

—No tienes por qué soportarlo —le susurró el muchacho.

Sandra, como dándole la razón, se soltó a duras penas, provocando la rabia de su progenitor.

—¿Qué? ¿Te niegas, puta? ¿Quién te crees que eres? ¿Quién te crees que te ha dado cobijo y comida desde que eras una cría? ¡Yo! Me debes muchísimo. No te consiento que me hagas esto —dijo mientras alzaba el brazo dispuesto a pegarle.

Abraham rápidamente se interpuso, deteniendo el golpe, agarrándole el brazo.

—¡Quieto viejo verde! Sandra no se va a ningún lugar.

—¿Quién es este? ¿Tu novio? —preguntó en tono de guasa—. Mira chico, Sandra es mi hija, es de mi propiedad, haré con ella lo que yo quiera —aseguró, irritando aún más al híbrido.

Abraham le retorció el brazo instintivamente.

—¿Qué has dicho? —preguntó amenazador.

—¡Suéltame! Lo único que quieres hacer es follártela tú. Mírala, va por ahí vistiendo como una puta, y la culpa luego es mía, se merece que le den una paliza. ¡Suéltame, cabrón!

Abraham lo obedeció, soltándole y empujándole unos metros. El hombre cayó al suelo y se levantó a duras penas, airado.

Abraham lo observó con una mirada sombría, llena de furia.

—A mí me llaman monstruo… ¡pero aquí el único monstruo que ahí eres tú! —gritó, a la vez que sacaba y desplegaba sus Knafáims. Movido por la ira, formó una bola de oscuridad que lanzó con rapidez contra el hombre. Atravesándole el pecho y abrasándole el corazón.

Cayó de espaldas contra el suelo, ya sin vida. El pelirrojo lo observó con furia, asqueado, aún preso de la ira del momento. No había sido poseído por el Rashá, lo que probaba que en los últimos meses se había vuelto lo suficientemente fuerte como para contenerlo en esas condiciones de desestabilidad emocional.

Sandra se separó de su lado y corrió a agacharse al lado del hombre que decía ser su padre. Esto logró despertar al híbrido de su temporal estado de abstracción. Por un momento se replanteó lo que acababa de hacer. Había matado a un ser humano, era el primer ser de aquella especie al que robaba la vida, mas esto no era lo que realmente le preocupaba.

A Abraham le inquietaba el haber hecho sufrir con aquello a su amiga, pues por muy monstruo e inhumano que fuera aquel hombre, no dejaba de ser su padre.

Se acercó cuidadosamente hacia la pelirroja, que observaba el cadáver de su progenitor en silencio, ni siquiera se la oía sollozar, ni la más mínima muestra de emoción alguna.

—Sandra… Yo… —intentó decir.

—Es extraño —le cortó—. Se supone que debería estar triste, se supone que debería llorar desconsoladamente, gritar su nombre y maldecir el que esté muerto, ¿no? Pero en cambio, estoy aquí sentada, viendo lo que queda de él, y no siento absolutamente nada, ni la más mínima tristeza. En cambio, sí que noto una cierta libertad. Debo ser una persona horrible…

—Al menos eres una persona —respondió el híbrido, llamando la atención de la muchacha—. Sandra, yo no soy quien tú crees que soy, yo no soy humano, para muchos ni siquiera soy algo que merezca estar vivo. Ya lo has visto, yo sólo soy un monstruo.


Atentos saludos desde la cloaca.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 07, 2011 2:36 am

Capítulo 9 - El encanto de la lluvia – Parte 2
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La pelirroja se quedó mirándolo, perpleja, sin decir nada, quizás no sabiendo qué decir. Abraham ya se esperaba una reacción de ese tipo, aunque había temido que fuera una reacción más del estilo de gritar y salir huyendo despavorida. Quizás tan sólo estaba siendo presa del pánico y este la obligaba a permanecer quieta, petrificada.

Desvío su atención al cuerpo inerte, se preguntó si habría alguna manera de hacerlo desaparecer. No era un ser de energía, por lo que no había manera de hacer fluir hacia el exterior su Atzmunt. Pero, ¿y si fuera quién de convertir su materia en energía? ¿o cómo mínimo de desintegrarla? Se acercó al cadáver, ignorando la mirada de la pelirroja, que lo seguía absorta.

Agarró el cuerpo por los hombros e intentó aplicarle una pequeña cantidad de Atzmunt. Apenas desintegró algún trozo de la clavícula. Aplicó mayor cantidad, y poco a poco los brazos fueron desapareciendo. Realizó la misma acción en el resto de su anatomía. Era un proceso muy laborioso, que precisaba de paciencia y de un gasto de Atzmunt que sería innecesario si se tratase de un ser de energía; esperaba no tener que volver a realizar aquel trabajo.

Habiendo eliminado cualquier tipo de rastro, volvió a fijarse en su amiga, que en esta ocasión se hallaba de pie, observándole. Viendo que no huía y que ni tan si quiera mostraba signos de temor, decidió que al menos le debía una explicación.

—Mi nombre es Abraham, hijo de Adán y Eva, híbrido de Butzina y Kardinuta, el huésped del Rashá y por lo tanto, en cierto modo, el monstruo que destruyó Edén —inició de esta manera su relato.

Y comenzando de esa forma, continúo hablándole de los seres de energía, de las guerras entre ellos, de su historia, de cómo había nacido él, de toda aquella información de leyenda que le contara Alem aquel confuso día en el que iniciara su nueva vida, y de los últimos acontecimientos que viviera. Se lo contó todo, pero omitió el papel de Carlos en la historia, pues veía innecesario condicionar la opinión que la chica tuviera sobre el rubio muchacho de alguna manera.

—Impresionante —murmuró la pelirroja nada más el híbrido terminó—. Es impresionante. Pero, ¿sabes una cosa? —le preguntó mientras se acercaba a él—. No estoy segura de si eres un monstruo, un híbrido de seres de energía o un ser humano, pero sí sé una cosa, seas lo que seas, tú eres Abraham —dijo mientras le acariciaba la mejilla, y luego lo abrazó tiernamente.

Aquel abrazo hizo rememorar al muchacho uno muy similar que también se dieran ambos hacía ya tanto tiempo… Lo recordaba perfectamente, fuera el día que andaba perdido en la biblioteca del instituto en busca de un buen libro cuando aquella amable chiquilla le habló.

—¡Hola! ¿Buscas algo?

Durante su corta vida hasta aquel momento, el pelirrojo había tenido una conducta más que reservada hacia la gente que le rodeaba, especialmente hacia las chicas. Lo cierto es que su nivel de timidez le llevaba al punto de nunca haber tenido un amigo ni nada semejante. No era de extrañar, por lo tanto, que Abraham se pusiera rojo como un tomate en cuanto escuchó aquella dulce voz.

—Estás buscando un libro, ¿verdad? Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa si no podrías encontrar aquí? —sonrió la pelirroja—.

Estoy como voluntaria para ayudar en la biblioteca del insti, así que, si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo.

—N-no bu-busco na-nada en en es-especial —tartamudeó a duras penas.

—Ya veo. Puedo aconsejarte si lo deseas. Veamos, ¿qué género te gusta más?

—L-la fan-fantasía.

—¡¿La fantasía?! ¡Genial, también es mi género favorito! A ver que tenemos por aquí que te pueda recomendar… ¡Oh, ya sé! Este te encantará —la pelirroja muchacha cogió inmediatamente una de las pequeñas escaleras y la usó para acceder a la zona más alta de una estantería cuyo letrero rezaba “Fantasía”.

La chica procedió a coger un libro de cubierta blanca y negra y entregárselo al muchacho.

—“Memorias de Idhún: La Resistencia”, es el comienzo de una trilogía. Yo actualmente estoy por el segundo libro y te puedo asegurar que el primero es fantástico —le recomendó alegremente.

El muchacho, aún cohibido, agarró el ejemplar que le entregaba la chica y la acompañó hasta el mostrador para rellenar lo necesario con el fin de formalizar el préstamo. Mientras estaba ocupado en ello, la muchacha no paraba de mirarlo, aparentemente curiosa, lo que ponía nervioso al pelirrojo. Cuando terminó con su tarea, se atrevió a preguntarle:

—¿P-pasa al-algo? —preguntó, causando la rojez en las mejillas de la pelirroja.

—No, es sólo que… bueno, eres la primera persona que veo que tiene el pelo como yo... y eso me resulta curioso.

Era cierto, el hablar con alguien del sexo opuesto en tanto tiempo no le permitiera fijarse en ello, pero la coloración de sus cabellos era idéntica para sorpresa de ambos.

—S-si, yo tampoco co-conociera nunca a na-nadie con este co-color de pelo.

—Ya veo… ¡Oh, creo que no me he presentado! Yo soy Sandra, ¿y tú?

—A-Abraham. M-me llamo Abraham.

—Encantada. Bueno, casi es hora de almorzar, ¿no? ¿Qué te parece si lo hacemos juntos? —le ofreció mostrando una sonrisa con la que le resultó imposible negarse al muchacho.

Se desplazaron hacía un rincón del patio, al lado del jardín, solitario y acogedor, en el que disfrutar de su almuerzo.
Sandra no paraba de curiosear el libro y comentarle lo mucho que le iba a gustar, todo lo que iba a encontrar en él o lo que disfrutó leyéndolo.

—¿Qué hacéis aquí tan solos, zanahorias? —oyeron una voz a su espalda.

En cuanto se dieron la vuelta, el chico que les hablara, un obeso muchacho un poco mayor que ellos, agarró el libro que sostenía la pelirroja.

—¡Devuélvemelo, no es mío!—le pidió la chica instantáneamente.

—¿Lo quieres? Entonces intenta cogerlo —dijo a la vez que elevaba el brazo lo más alto posible para que le fuera inviable la labor a la pelirroja.

—¡Basta!¡Devuélveselo! —gritó Abraham al acosador, y en un ataque de valentía lo empujó, haciendo que cayese al suelo y que soltara el libro.

El muchacho, herido en su orgullo se levantó y fue contra el pelirrojo, quien perdió inmediatamente la poca valentía que había hecho brotar antes. Aquel día fue el primero en el que Roberto le metió una paliza, pero al menos había recuperado el libro. Cuando el obeso chico se marchó, dándose por satisfecho, Sandra se acercó a Abraham y lo abrazó tiernamente.

—Gracias. Muchas gracias —susurró.

Aquel primer abrazo y este último trascendieron el tiempo y el espacio para sobreponerse uno al otro, para hacer que sus corazones recordaran de nuevo todo lo vivido y para que Abraham volviese a sentirse nuevamente querido y recordara quién era. Porque como la chica dijera, no importaba lo que fuera por fuera, en su corazón y en el de sus seres queridos seguía siendo Abraham.

Anegados por la incesante lluvia que caía sobre la ciudad, los dos amigos resolvieron moverse a un lugar en el que resguardarse. Así, se asentaron en la zona más seca que encontraron dentro de aquellos callejones, siendo protegidos de la lluvia por las Knafáims que extendió sobre ellos el híbrido.

—¿Tienes frío? —preguntó al observar tiritar a Sandra. No le extrañaba, pues se notaba que la chica había escapado de casa sin demasiadas preparaciones, apenas abrigada por una ligera chaqueta que no cubría más allá de su cintura y menos aún las piernas expuestas al gélido viento por culpa de su corta falda.

—Lo cierto es que un poco —y Abraham la rodeo con sus brazos, intentando proporcionarle el calor corporal suficiente.

Un silencio se produjo, pero no fue un silencio incómodo, sino un silencio totalmente oportuno y necesario. Ocasionalmente, las miradas se encontraron, tímidas, fijas la una en la otra, con sus verdes pupilas examinándose mutuamente. De repente, los labios sufrieron una intensa necesidad de encontrarse, aún mojados por la intempestiva lluvia, buscaban encontrarse por todos los medios posibles. Como si hubieran sido imantados con cargas opuestas, ambos deseaban firmemente juntarse el uno con el otro. Sin importar lo que hubiera alrededor, él y ella sólo querían fundirse en uno, los dos lo habían estado deseando durante demasiado tiempo. Y ya casi lo conseguían, a punto de rozarse, a punto de unirse…

Zankoku na tenshi no youni
Shounen yo shinwa ni nare


La melodía sonó, como endiablada, como si buscase el momento justo en el que molestar, avisando a Abraham de que alguien requería su atención, provocando un efecto instantáneo en ambos jóvenes, que se separaron el uno del otro lo más rápido que pudieron, avergonzados de lo que estuvo a punto de ocurrir. El híbrido respondió rápidamente a la llamada, con el nerviosismo que la situación le había dejado:

—Di-Diga.

—…

—¿Hola?¿Hay alguien?

—Oh Abraham, siento estropear un momento tan bonito e importante para ti como debía ser este, pero hay algo que debes hacer y no puede esperar —el interlocutor hizo una breve pausa—: morir.

Un haz de luz se dirigió hacia el lugar donde se encontraban ambos amigos, con la intención de sellar su destino y no dejarles ninguna oportunidad de felicidad. Antes de que este triste final se cumpliera, una luz mucho más brillante y rauda se sitúo en la trayectoria, desviando el ataque hacía otro lugar.

Cuando Abraham logró ver la escena con claridad se encontró con la mojada melena de Caín, que sujetaba su espada de luz en posición de defensa. Al fondo observó un distinguible abrigo blanco que cubría a su portador.

—Otra vez más Caín, ¿Cuántas veces piensas seguir traicionandonos? —le acusó Abel.

—No estoy realizando ningún tipo de traición hermano, al menos no a mi corazón —se justificó, mirando de reojo a sus amigos.

—¿No me vas a dejar otra opción, verdad? —Caín realizo un gesto de afirmación con la cabeza—. Es una auténtica pena —aseguró mientras desenvainaba una espada de luz.

Ambos hermanos corrieron el uno hacia el otro, chocando sus armas al cruzarse, despidiendo una energía que los devolvió a su situación de inicio. Sandra observaba expectante; Abraham, en un arrebato, se levantó, dispuesto a unirse a su amigo en la lucha, pero se encontró con el acero de éste cerrándole el paso.

—Mantente alejado Abraham, no permitiré que os toqué.

—Pero, Carlos… —intentó quejarse el híbrido.

—No te preocupes —le cortó—. Abel es sangre de mi sangre, no puede herirme, yo tampoco puedo herirlo a él, pero si puedo detenerlo y manteneros a salvo.

—Tan seguro estás, ¿querido hermano? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Acaso crees conocerme tan bien? —dijo mientras se despojaba de su atuendo blanco, revelando la coloración pelirroja que había adquirido su cabello, así como sus penetrantes iris verdes. Mas la sorpresa fue mayúscula cuando desplegó las cuatro Knafáims que de su espalda surgían: dos blancas superiores y dos negras inferiores.

—¿Qué demonios? —murmuró Abraham, sorprendido y aterrado a la vez.

—¡Imposible! ¡Ese no es Abel! ¡Ese no puede ser mi hermano! —intentaba convencerse Caín, cuyas pupilas azules se mostraban temblorosas ante lo que observaba.

—Será mejor que dejes de engañarte hermano —le respondió el recién descubierto híbrido arrogantemente—. El Abel que has conocido durante los últimos 19 años no ha sido más que una débil sombra. Este es mi verdadero aspecto, este es mi verdadero yo, aquel que cumplirá con la misión que el Señor Supremo nos asignó, y no dudaré en deshacerme de toda oposición que se cruce en mi camino.


Breve noticia: Acercándonos ya al último capítulo de la primera parte de EODA: Alba, es necesario anunciar que tras que terminé esta parte, habrá un parón de un mes con el fin de que pueda preparar adecuadamente la segunda parte. Disculpen las molestias ~~

Y hablando de eso, me pensaré lo de publicar EODA: Ocaso en el foro, vista la gran acogida que ha tenido la primera.

Saludos atentos desde las alcantarillas.

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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 14, 2011 3:27 am

Y aquí comienza el último capi de "EODA: Alba"

Capítulo 10 - El sueño de Caín - Parte 1
Spoiler: Mostrar
En la oscura estancia Lilith se aposentaba cómodamente sobre su trono, satisfecha tras el recital de lujuria que le ofreciera el Kardinuta que ahora se disponía a marchar, aunque en seguida se detuvo.

—Mi Suprema Señora…—murmuró.

—¿Deseas algo más Eblis? ¿Aún no estás satisfecho? —río burlona.

—No es eso —negó vergonzoso—. Verá, los soldados se han estado quejando de que hace mucho tiempo que no se da ningún tipo de orden, y eso junto a la falta de resultados y los avances del enemigo provoca una cierta incertidumbre en ellos.

Lilith no pudo evitar estallar en una fuerte risotada que primero desoriento a Eblis y después acabó molestándolo.

—Mi Suprema Señora, no entiendo ese comportamiento, sabe lo importante que es esta misión para la supervivencia de la raza —alzó la voz cortando en seco la risa de la reina de los seres de oscuridad.

—¿Qué no hemos hecho nada Eblis? —preguntó en tono seco—. Hemos estado haciendo mucho más de lo que crees. Por desgracia ha sido un tema que he tenido que llevar en el más absoluto de mis secretos, espero me puedas perdonar.

—Y, ¿puedo saber ahora que me lo habéis confesado, de qué trata ese secreto?

—Bueno, en resumidas cuentas consiste en vencer al enemigo usando su misma arma.

—No comprendo.

—Tranquilo, sé de alguien que te podrá dar más detalles, pues él ha sido el artífice de este plan, ¿no es así, mi Supremo
Sanador Matus? —le preguntó al anciano que emergía de la profunda oscuridad de la estancia.

—¡¿Matus?! —reaccionó instantáneamente Eblis, llegando a blandir su lanza de oscuridad—. Mi Suprema Señora, ese hombre fue desterrado hace años por el Supremo Señor Adán, es considerado un peligro para nuestra raza. Además, ¿cuánto tiempo se supone que lleva aquí?

—Tranquilo Eblis, acaba de llegar —le aclaró tras reír levemente—. También soy consciente de los cargos impuestos por mi hermano, pero con mi poder actual no es ningún problema el hacerles caso omiso. Es una pieza fundamental en esta misión cómo he dicho antes.

—Bien, ¿podríais decirme entonces en que consiste vuestro plan?

—Es muy sencillo, joven —intervino Matus—, cuando el enemigo posee un arma superior a la tuya, ¿qué debes hacer?

—Supongo que crear una de igual o mayor potencia.

—¡Exacto! —exclamó—. Y nos hemos aprovechado del pasado para ello.

—Verás —intervino Lilith ante la expresión confusa de su Supremo Caballero—, hace muchos años cometí un error, un error muy grave. Pero lo cierto es que ese error que cometí, hoy lo puedo enmendar gracias al poder de Matus, que ha hallado con la clave para resolver este conflicto.

—¿Qué clave? Sigo sin comprenderlo —insistió nuevamente el guerrero Kardinuta.

—¿Pero aún no lo has entendido mi querido Eblis? Ya te lo hemos dicho…

—El fuego se combate con fuego —terminó Matus la frase mientras esbozaba una siniestra sonrisa.

***


—¿Cómo puede ser posible? —se cuestionaba Abraham todavía confuso—. Se… ¡se suponía que yo era el único! Pero… ¡pero hay más híbridos! ¿Porque es un híbrido, no? Pero se suponía que era un Butzina… No lo entiendo… ¡No lo entiendo!

A las palabras de desesperación del pelirrojo le acompañaban el silencio incrédulo de Caín, el desorientado de Sandra y el burlón de Abel, que tras descubrirse como quien realmente era sonreía demoniacamente.

—¿Y bien hermano? —preguntó, rompiendo la ausencia de sonido—. Esta es tu última oportunidad, ¿Estás con nosotros o con ellos?

El Butzina pareció despertar de su estado de perplejidad, intentando mantener la compostura, respondió desafiante:

—No…—trago saliva—, no sé si realmente eres mi hermano o no. Ya no sé qué eres. No deseo ni quiero hacerte daño, pero aún menos deseo que aquellos que me han enseñado a vivir mueran. Por eso, les protegeré aunque lleve las de perder.

—Ya veo… —una enorme sonrisa decoró su rostro—. Lo cierto es que disfrutaré con esto —mencionó mientras le otorgaba Atzmunt oscura a su espada.

De nuevo los dos hermanos hicieron resonar sus espadas, chocando la una contra la otra una y otra vez. No podían evitar que se les viniera a la memoria recuerdos de un pasado no muy lejano en el que realizaban ese tipo de contiendas en las que reinaba una gran rivalidad entre ambos y en las que el Butzina se erguía vencedor siempre. Pero en esta ocasión muchas cosas habían cambiado, no luchaban por el mero orgullo, ambos tenían algo que defender y por lo que realmente luchar.

Los choques se repetían, una y otra vez, también las habilidades de esquive se hacían patentes y ambos demostraban conocerse muy bien, no en vano, habían entrenado juntos de pequeños. En aquel tiempo probablemente nunca se hubieran imaginado que llegarían a enfrentarse de esa forma, siendo enemigos reales. Se preguntaba Caín durante cuánto tiempo habría estado su hermano ocultando su auténtica naturaleza, pero de nada servía cuestionarse por ello, ahora tenía un objetivo que realizar: proteger a sus amigos, aun cuando debiera pelear contra su propio hermano, al que tanto quiso durante su vida como Butzina y al que ahora no era capaz de reconocer.

—¿Sabes, hermano? —comentó Abel durante uno más de los múltiples choques entre ambos—. Él siempre te tuve un
enorme aprecio, tanto aprecio como desprecio me tuvo a mí.

—Eso no es cierto —respondía Caín mientras deshacía el choque para enzarzarse en otro seguidamente—. Padre siempre nos ha dado un gran cariño a los dos.

—No, tu sabes que no Caín. Hasta hace poco, nunca comprendí el por qué, pero ahora lo entiendo: el Señor Supremo me odiaba porque conocía mi verdadera naturaleza. Él siempre lo ha sabido y me lo ha mantenido oculto, guardando un gran resentimiento hacía mí solo por ser como soy. Por eso te ama tanto, porque tú eres puro, no como yo —Caín se mantenía escéptico ante lo que le contaba su hermano, aunque su corazón reconocía como verdad el hecho de que su padre le prestara más atención a él que a Abel, eso era algo para lo que siempre había querido estar ciego—. Pero eso cambiará, cuando cumpla la misión en la que tú has fallado, él tendrá que reconocer tu traición y mostrar un mínimo de respeto hacia mí. Obtendré aquello que me ha faltado durante todo este tiempo y que tú me has robado.

Ambos se desplazaron hacía direcciones opuestas, y realizaron un intercambio de ráfagas de luz y oscuridad que desviaban con sus armas. El príncipe Butzina estaba impactado por todo lo que le acababa de escuchar decir a Abel, no tenía idea de que su hermano le guardara tanto rencor.

—¡Dime Caín! ¡Tú que eres el heredero al trono Butzina! ¿Tan dispuesto estás a proteger a tus amigos? ¿Tanto significan ellos para ti que traicionas a tu raza y enfrentas a la sangre de tu sangre? ¿Para qué los quieres Caín? —le increpó mientras desviaba una esfera de luz y contratacaba con otra de oscuridad—. Lo tienes todo, podrías dominar el universo si tú quisieras. Y en cambio, lo desperdicias todo porque has hecho “amigos” ¡Me das asco!

—Ellos… ¡ellos lo son todos para mí! —contestó meintras se esforzaba en evitar ser golpeado por los ataques del híbrido—. Antes de llegar a La Tierra… antes de conocerlos, mi vida estaba vacía, apenas era una máquina, preparada concienzudamente para cumplir con un único objetivo y para sustituir a padre en el futuro, pero aquello no era vida.
Cuando llegué a este planeta y conocí a Sandra y a Abraham, mi vida cambió, conocí lo que es realmente estar vivo, el disfrutar de las pequeñas cosas, conocí lo que era la amistad.

>>Todo lo que he vivido con ellos, todo lo que me han enseñado, vale mucho más que todos aquellos años de duro entrenamiento e insoportable presión. Por eso… por eso estoy tan dispuesto a protegerlos Abel. Puede que a tus ojos sea la mayor tontería del universo y no signifique nada, pero para mí, ahora mismo, lo significa todo —afirmó con decisión en la mirada.

—Entiendo —respondió fríamente—. Entonces, supongo que lo que más dolor te causaría sería que desaparecieran, ¿no? —preguntó con una burlona sonrisa mientras elevaba su brazo libre.

Caín se giró inmediatamente, comprobando que Abraham y Sandra continuaban en el mismo lugar, observando la batalla petrificados y sin saber qué hacer. Fue un error suyo el no haberles mandado huir mientras se enfrentaba a su hermano. Volvió a observar a este y comprobó con horror que apuntaba con el dedo al lugar donde se situaban sus amigos mientras un destello de luz se formaba en él.

Nuevamente tuvo que aprovecharse de la poca y escasa luz que había en el lugar y realizar un esfuerzo para interceptar a tiempo el rayo que mortalmente se dirigía a acabar con la vida de sus distraídos amigos. Otra vez consiguió desviarlo con su espada de luz, no sin reparar en el hecho de que el rayo fuera finalmente de oscuridad para su conmoción.

—Dime Abel —se dirigió al híbrido—. ¿Sabías que yo me interpondría entre el rayo y ellos, no? —como respuesta solo obtuvo una maquiavélica sonrisa—. Ya veo, así que llevarás esto hasta las últimas consecuencias, hasta mi muerte si fuera necesario —dijo mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, confundiéndose con las gotas de lluvia.

—Ya te lo he dicho Caín, lo que más ansío es ocupar tu lugar —comentó impasible.

El príncipe Butzina entendiendo la situación, le dirigió una fulminante mirada y se preparó para continuar con el combate. Abraham, quien había despertado de su ensimismamiento, hizo el gesto de levantarse, cruzándose de nuevo con el acero de Caín cortándole el paso.

—Coge a Sandra y marchaos de aquí —ordenó.

—Pero…

—¡Cógela y marchaos de aquí! ¡Lo más lejos posible! ¡Yo os protegeré! Aunque tenga que acabar con la vida de mi hermano…

El pelirrojo dudó unos segundos, y estaba decidido a hacerle caso cuando se dio cuenta de algo: estaba a punto de huir de nuevo y eso no se lo podía volver a permitir.

—¡No! —le respondió a su amigo.

—¿Qué? —contestó sorprendido, apartando la mirada de su enemigo para atender al híbrido.

—No me iré a ninguna parte —dijo con una seguridad impropia en él—. No dejaré a un amigo tirado —Caín lo observaba estupefacto.

—Lo agradezco profundamente —aseguró con una mueca de agradecimiento—, pero no es necesario. Huye de aquí y llévate a Sandra contigo —insistió.

—¡Dije que no! —repitió Abraham mientras desplegaba sus Knafáims—. No huiré más. No tienes por qué hacer esto sólo.

—Abraham… —murmuró—.

—Yo tampoco huiré —les interrumpió la pelirroja—. Quizás yo no tenga ningún poder y no pueda ayudaros de ninguna
forma, pero no pienso dejarlos solos.

—Aunque no huyas, prométenos que te mantendrás a salvo mientras arreglamos esto —le pidió el híbrido. La pelirroja asintió.

—Chicos… —comentó emocionado el príncipe Butzina, llegando a tener que secarse las lágrimas de los ojos—. Gracias, muchas gracias. Sois los mejores, en serio —dirigió su mirada nuevamente a su hermano—. ¿Ves, Abel? Esto es a lo que me refiero, esto es por lo que lucho, esto es por lo que creo que merece la pena vivir.

—Realmente emotivo —respondió sarcásticamente el híbrido—, pero creo que ya he aguantado suficientes lecciones de moralidad por hoy. Vayáis de uno en uno o los dos a la vez dá igual. De hecho, me estáis facilitando el trabajo.
¡Empecemos ya con la auténtica fiesta! —aseguró mientras sacaba del interior de su vestimenta una nueva espada a la que dotó de Atzmunt lumínica, portando armas con ambos tipos de energía.


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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 21, 2011 3:14 am

Capítulo 10 - El sueño de Caín – Parte 2
Spoiler: Mostrar
Ambos amigos se miraron el uno al otro y asintieron como si supieran qué hacer de forma innata. Avanzaron hacia su contrincante raudamente y comenzaron su ofensiva, alternándose: Caín lanzaba mandobles con su espada y Abraham acumulaba Atzmunt en sus puños. De forma veloz uno otro intentaban batir al enemigo, quien se defendía sin problemas ante estos ataques, cruzando su acero siempre en el momento justo para evitar sufrir si quiera un rasguño.

Observando lo inútil de la ofensiva, se retrasaron unos cuantos metros en direcciones opuestas y comenzaron a lanzar algunos rayos de luz y oscuridad. Abel apenas parecía pasar demasiados apuros mientras se protegía con sus espadas de todas las tentativas de derrotarle. Sus dos adversarios comenzaron a aumentar la frecuencia de sus ataques, obligándole a poner mayor esfuerzo en su defensa. Extrañamente, al cabo de un rato, la ofensiva sólo se mantuvo por el lado de Caín; Abel intentó observar la razón por la que el otro híbrido cesara mientras seguía frustrando los ataques a larga distancia de su hermano.

Entonces observó que el pelirrojo acumulaba una gran cantidad de Atzmunt para lanzar contra él, pero no se preocupó por ello, incluso dejó que el Butzina preparara también un gran ataque de Atzmunt lumínica. Aquella compenetración era inverosímil, tenían que estar usando una conexión mental, pero era demasiado fuerte como para que el híbrido pudiese romperla.

Una vez ambos acumularon suficiente energía, la lanzaron al unísono contra su enemigo. La sorpresa fue mayúscula cuando alrededor de Abel se lavantaron dos gigantescas barreras de distinta Atzmunt, deteniendo el superrayo de luz de Caín y el de oscuridad de Abraham durante el largo tiempo en el que estos impactaron contra sus muros.

Los dos amigos terminaron agotados después de tan grande gasto, pero no se rindieron y para evitar la respuesta del híbrido, se lanzaron de nuevo contra él a luchar en las distancias cortas, pero en esta ocasión sus movimientos eran más lentos y torpes. El recién descubierto híbrido se aprovechó de esta condición y, en el momento justo, en vez de detener uno de los puñetazos cargados de Atzmunt oscura de Abraham, se agachó propiciando que Caín recibiera un severo golpe que a punto estuvo de noquearlo, tirándolo al suelo. Seguidamente Abel agarró a su otro oponente, levantándolo totalmente en el aire y lanzándolo contra su amigo, como si de un combate de lucha libre se tratase.

Con sus dos enemigos derrotados y vulnerables en ese momento, se acercó hacia ellos dispuesto a terminar el combate.

—Sois demasiado lentos, sois demasiado débiles. ¡Ni los dos juntos sois si quiera rivales para mí! —alardeó—. Me habéis decepcionado, me temo que tendré que poner el punto y final… ¡Ay!

Notó un ligero impacto en su cabeza y cuando se pasó la mano notó la sangre y corroboró tal sospecha cuando la observó: una pequeña brecha se había abierto. Furioso, volteó para encontrarse con la pelirroja, quien incluso se atrevía a juguetear amenazante con otra piedrecilla, sin retroceder ante el peligro que sin duda suponía el príncipe.

—¡Tú! ¿Por qué cavas tu propia tumba, preciosa? Podrías incluso haber salido viva de aquí si te hubieras comportado —le aseguró mientras avanzaba hacia ella.

—¡Ahora! —gritaron entonces al unísono los dos amigos.

Raudamente, Abraham logró aprisionar las 4 Knafáims de Abel, quien sorprendido, propicio el despiste necesario para que Caín lo desarmara totalmente con dos ligeros movimientos. Totalmente indefenso y a merced de sus enemigos, el final llegará para él, su hermano retiró su espada hacia atrás para coger impulso, apuntándole al corazón, con la intención de poner fin a su vida.

—¿También vas a quitármela? —resonó una voz fuertemente en su cabeza cuando el príncipe Butzina se disponía a clavarle su arma—, ¿No te llegó con robármela?

Caín observó a su hermano y en su expresión sólo halló una brutal indiferencia, pero no había duda de que esas palabras procedían de él.

—¡Vamos Carlos! ¿A qué esperas? —le apresuraba Abraham, quien se esforzaba por mantener al híbrido inmóvil y no entendía porque su amigo dudaba.

Este intentaba hacerle caso, pero no podía, no era quien de realizar el movimiento necesario, su cuerpo, no, su mente, tampoco, su corazón no le dejaba, no le permitía matar a su hermano por mucho que supiera que si se revirtieran los papeles él no lo dudaría un momento.

—¿Lo harás? —seguía confundiéndole mediante telepatía—. ¿Me matarás? ¿Y podrás vivir con ello? ¿Sabiendo todo lo que he sufrido por tu culpa? —las inexpresivas facciones de Abel se clavaban junto a estas palabras en la mente de Caín, quien seguía inmóvil, incapaz de decidirse.

Intuitivamente, el híbrido sonrió. Agarró con un rápido movimiento la espada que sujetaba su hermano y fácilmente se hizo con ella. De un certero golpe le produjo un importante corte en el estómago ante el que no pudo reaccionar, cayendo al suelo dolorido. Acto seguido la empujó hacia atrás, buscando apuñalar al pelirrojo que a duras penas fue capaz de apartarse, propiciando la liberación de su enemigo.

—Y este es el Butzina de quien el Señor Supremo está tan orgulloso, incapaz de matar a su propio hermano —se burló—. Demasiado débil para ostentar el cargo que se le asignó. Permíteme liberarte de tantas preocupaciones —se ofreció mientras inclinaba su acero hacía él.

Un choque se produjo antes de que el arma se ensangrentara. Abel se topó con la mirada furiosa de Abraham, quien recogiera las espadas que antes portaba el nuevo híbrido, con las cuales evitara el fatal destino de su amigo.

—Ni se te ocurra tocarle —le amenazó—. Yo soy tu enemigo, es a mí a quien buscas. Enfréntate a mí entonces —dijo mientras obligaba a su enemigo a retroceder.

—Abraham, déja… déjame ayudarte —pidió a duras penas Caín, quien se levantaba con esfuerzo del suelo, sujetándose la herida por la que se vertía la sangre incansablemente.

—Ya te has esforzado suficiente —le consoló—. Ahora deja que sea yo quien os proteja.

—Pero aún puedo… aún puedo luchar —dijo para acto seguido volver a caer, preso del dolor. La pelirroja, que se desplazara para ayudar a su amigo, lo recogió antes de que chocara contra el suelo.

—Primero encárgate de curar bien esa herida y luego podrás ayudarme. Si luchas así, sólo serás un estorbo —dijo con una pícara sonrisa, luego volvió a dirigir la mirada a Abel—. Tú y yo, híbrido contra híbrido, a muerte.

—Sólo adelantas lo inevitable monstruo. El producto será el mismo por mucho que alteres el orden de los factores. ¡Adelante entonces! —respondió mientras se situaba en posición de combate.

“No puedo ponerlos más en peligro, luchar aquí además de limitarme es demasiado riesgo”. Cavilaba el pelirrojo, buscando una alternativa mientras miraba hacia el cielo, del cual la inagotable tromba de agua seguía cayendo. “¡El cielo! Eso es”. Desplegó sus Knafáims y con gran velocidad fue al encuentro de la espada del enemigo, quien se defendió como
bien pudo, para después ascender hacia las nubes, gesto que imitó Abel.

El cielo teñido de negro oscureció aún más y a la incesante caída de la lluvia se le juntaron los relámpagos, descargas eléctricas que las nubes comenzaron a desatar sobre la ciudad, otorgándole una atmosfera perfecta para la batalla que estaba a punto de suceder. Ambos híbridos se encontraban ya a varios metros del suelo, siendo observables por el resto del mundo, pero a Abraham ya no le importaba ser reconocido, prefería mantener a salvo a sus amigos.

—Da igual lo que hagas, así solo retrasas su muerte —le recordó su enemigo.

—¿Qué tienes contra ellos? Yo soy tu objetivo, ven a por mí y déjalos en paz.

—La chica se ha metido donde no debía —se justificó—, y en cuanto a Abel, simplemente le odio.

—¿Por qué? Se supone que es tu hermano, tu familia.

—Tú no lo entenderías —le cortó secamente—. Has tenido a ese vejestorio cuidando de ti y dándote cariño durante todo este tiempo, yo nunca he tenido nada parecido. Sí, quizás no hayas conocido nunca a tus padres, pero tampoco has sentido su rechazo. ¿Sabes lo duro que resulta eso?

>>No tienes ni idea de lo que es esforzarte al máximo día tras día solo por querer oír un “bien hecho”, ni si quiera un “te quiero”, no, sólo un “lo has hecho bien” y que otro con mucho menos se gane todo el respeto que tú nunca has obtenido.
Cuando veo que el Señor Supremo se vuelve ciego ante las evidencias de que su hijo es un traidor me dan nauseas, hasta tal punto llega su amor por él que no le deja ver la realidad. Realmente envidio eso, ojalá alguien sintiera algo tan fuerte por mí. No, nunca sabrás como me siento.

—Quizás fuera duro, pero culpar a Carlos me parece propio de un cobarde —opinó Abraham.

—¡Y como no culparle! —estalló el híbrido—. Él ha obtenido todo lo que me pertenecía a mí, yo soy el primogénito, yo nací antes. Si él nunca hubiera nacido por mucho que el Señor Supremo odiara lo que soy no tendría más remedio que amarme, sería su único hijo. Todo el calor y el amor me los ha robado él. Por lo tanto, si él desaparece, si yo ocupo su lugar, todo cambiará, tiene que cambiar, es lo único a lo que me puedo agarrar ahora mismo.

>>El Señor Supremo… me abandonó una vez —fue inevitable el que se le escaparan un par de lágrimas—, porque decidió salvarlo a él, y a mí me dejó sólo. Fue el día en que los vi por primera vez, aquellos ojos rojos, esos que duermen en tu interior, que representan la más profunda de las oscuridades. Era pequeño, estaba muerto de miedo, iba a morir en ese instante, sino fuera por Eva…

—¿Mi madre? —se sorprendió el híbrido.

—Sí, Eva, la Señora Suprema de los Butzinas, de las pocas personas que me ofrecieron su amor. Ella retrocedió entre la multitud sólo para recojerme y ponerme a salvo con el resto de palacio. Quizás no supiera nada sobre lo que yo era, pero me salvó la vida.

—¿Y aun así lucharás contra mí?

—Que seas su hijo no tiene importancia, si recuerdo el terror que me causaron aquellos ojos rojos no puedo evitar querer destruirlos, y para ello he de matarte.

—Así que matarás al hijo de tu salvadora y a tu hermano echándole la culpa de hacerte un príncipe destronado. ¡Date cuenta Abel! Estás cogiendo la salida equivocada, hay muchas otras —intentó convencerlo.

—Lo siento, pero ya está decidido —dijo con malévola sonrisa

Hizo unos cortes al aire y de su espada salieron emitidos haces de luz que sorprendieron a su contendiente, quien tuvo que esquivarlos, rápidamente intentó contraatacar con una ráfaga de rayos de ambas Atzmunts, pero su adversario se rodeó de una barrera circular que le protegió sin problemas del ataque. Abel se lanzó hacía su adversario a velocidad desorbitada, chocando los aceros y desplazando a Abraham unos cuantos metros de su posición inicial.

A partir de ahí comenzó una intensa y veloz batalla entre los híbridos, quienes cruzaban sus espadas una y otra vez moviéndose raudamente camuflados en la oscuridad de la noche. A pesar de que Abraham dominaba ahora dos armas con distinta Atzmunt, el otro pelirrojo demostraba ser capaz de valerse en desventaja con una sola.

—No puedes vencerme Abraham, da igual lo mucho que lo intentes, da igual lo que te esfuerces. Apenas un par de días con el vejestorio de Alem y tus experiencias personales durante aquellos dos meses no se pueden comparar al entrenamiento progresivo de mis habilidades que he obtenido del mejor de los maestros.

—Alardea lo que quieras. No importa lo poderoso que seas, lo fuerte que te hayas vuelto, no puedo perder; tengo algo por lo que luchar.

—¿Y acaso aún dudas de que yo no? —respondió fríamente.

Acto seguido, volvió a acometer a gran velocidad contra su oponente, consiguiendo cogerlo por sorpresa le realizó un ligero corte en la muñeca derecha provocando que soltara una de sus espadas, la cual recogió su enemigo al instante para realizar un rápido y eficaz golpe. La Knafáim inferior diestra fue arrancada limpia y dolorosamente con un haz de luz emitido por la espada.

—Jaque mate.

Abraham estalló en un grito al sentir aquel dolor profundo, como ningún otro que se pudiera imaginar. Sin poder evitarlo perdió el equilibrio e, incapaz de seguir manteniendo el vuelo, cayó sin remedio hacia el interior de la red de callejones. Abel, como si de un ave rapaz que después de divisar a su presa se dispusiera a cazarla, se lanzó en picado hacia el híbrido, con las espadas cruzadas en torno a su pecho.

—¡Muere, monstruo! —profirió.

Hizo un ligero movimiento con ambos brazos, terminando estos extendidos hacia lados opuestos, terminando los aceros ligeramente manchados de sangre. Dos cortes rápidos, precisos, limpios, segaron dos Knafáims sin demasiada dificultad.


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Re: El ocaso del alba

Notapor Mickael » Lun Nov 28, 2011 2:53 am

Al final allé hemos llegado, al ecuador de la historia, al punto intermedio, ¡que emoción, que nervios! Mejor será no retrasarse más, con todos ustedes, el epílogo de "Alba", la primera parte de EODA.


Epílogo I - El sueño de Caín – Parte 3
Spoiler: Mostrar
El brillo oscuro se percibía claramente en ambos aceros, Abel cambiara la configuración de la Atzmunt concienzudamente. Caín chocó contra el duro cemento, aguantó el dolor, no gritó, pero no pudo contener las lágrimas. Aun así no se arrepentía, había hecho lo que debía.

—Lo sabía ¡Ja, ja, ja, ja! —río Abel mientras se posaba grácilmente—. ¡Tan débil! ¡Tan predecible!
Abraham, quien apenas se hiciera algún rasguño tras la caída, posó su mirada incrédula sobre su amigo, quien yacía más que malherido.

—Ca-carlos… —balbuceó—. ¡Carlos! —Y corrió hacía él.

Al grito de dolor también se unió la pelirroja, que llegó corriendo, asfixiada tras mantener a duras penas el ritmo del príncipe Butzina, quien quiso seguir en todo momento el desarrollo de la batalla aérea y que en última instancia decidiera intervenir.

—Yo… yo… ¡no pude detenerlo! —sollozaba Sandra arrodillada ante el cuerpo moribundo de su amigo.

—Carlos… ¿Por qué? —preguntaba Abraham, incrédulo por lo que acababa de suceder.

—¿Por qué? —escupió un poco de sangre por la boca. Sus amigos le ayudaron a incorporarse—. Esa es una pregunta un poco estúpida, ¿no crees Abraham?

Este respondió con una mueca de extrañeza. Carlos se limitó a sonreír.

—Yo nací hace 19 años en el planeta Edén, en la galaxia Maljut de Ein Sof. Era un lugar fantástico, un gran vergel radiante de esplendor y vida. Nosotros, los Butzinas, realmente apreciábamos y cuidábamos aquel planeta. Parecía respirarse una alegría en el ambiente, pero bajo aquella felicidad se escondía un poderoso odio. Nadie sabe realmente como comenzaron las guerras con los Kardinutas, pero con el paso del tiempo estas fueron cada vez más crueles y sangrientas.

>>Una bola de odio es así, cuánto más rueda más grande se hace. Y de tanto rodar, acabó siendo tan gigante que aplastó nuestros corazones. Supongo que fue en ese momento, en ese fatídico momento, cuando aquella bestia oscura de ojos rojos se abalanzó sobre nosotros y nos quitó nuestro dulce hogar —recordaba con dolor—. Yo pude escapar debido a mi condición de príncipe, pero muchos Butzinas perdieron la vida en aquella ocasión.

>>A partir de entonces la mía fue una implacable y exigente carrera a contrarreloj por volverme más fuerte. Fui adiestrado como el más fiero de los guerreros de la luz, toda mi raza depositó sus esperanzas en mí, me convirtieron en un ser cruel y despiadado, sólo dedicado a un único fin: destruir al Rashá. Me convirtieron en un cascarón relleno de odio. Y entonces, fue cuando vi la luz.

>>Fue cuando os conocí que mi vida realmente comenzó a tener sentido, cuando te salvé, Abraham, de aquellos abusones, que todo cambió para mí. Aprendí lo que era la amistad y me despreocupé de mis obligaciones y deberes reales, disfruté todo lo que pude y por primera vez en mucho tiempo me sentí realmente vivo. Antes estaba muerto, sólo que no lo sabía. Cuando descubrí que tú eras mi objetivo y padre me dio la orden definitiva de acabar contigo mi corazón colapsó y se dividió en dos. Tuve que elegir entre cumplir mis obligaciones y decir adiós a mi nueva vida o traicionar a todos los que confiaban en mí a cambio de conservarla.

>>Al principio me dejé llevar por el miedo y casi cometo un error, pero durante aquellos dos meses en los que despareciste, querido amigo, me di cuenta de qué era lo realmente importante para mí, y hoy estoy totalmente orgulloso de elegir este camino, aun cuando me cueste la vida.

>>¿Sabéis? Realmente no me importa morir si es protegiendo aquello que valoro y aprecio —decía mientras su cuerpo comenzaba lentamente a desvanecerse—. La verdad es que esto no es tan malo, lo he visto tantas veces, me horrorizaba pensar que llegaría el día en el que yo lo sufriera, pero… se siente uno en paz… Igual que durante aquellos años que pasé con vosotros.

>>Si volviera a nacer en algún otro lugar del universo, me gustaría nacer en un planeta bello y hermoso como Edén, en un universo lleno de paz, donde las especies que lo pueblan se entiendan las unas a las otras. Y me gustaría disfrutar de una larga y plena vida con vosotros, tal y como lo he hecho durante mis últimos años. Ese es mi sueño.

>>Apuesto que hasta mi hermano, que acaba de quitarme la vida también desea algo así. Al fin y al cabo todo lo que le ha pasado no ha sido más que otra consecuencia de esta horrible guerra. ¿Sabes Abel? —se dirigió hacía el híbrido, quien en un último acto de misericordia dejara a su hermano despedirse—. Realmente estuve ciego durante mucho tiempo y no me di cuenta de todo lo que sufriste. Lo siento.

Abel emitió una mueca de sorpresa ante las últimas palabras de su hermano, para luego mostrarse irritado.

—¿Lo siento? ¿Crees que eso arregla algo? No arregla nada Caín.

—¿Caín? Me temo que te equivocas hermano. Caín murió hace mucho tiempo. Yo soy Carlos —aseguró sonriente.

—¡Deja de decir eso! Lo tenías todo Caín. ¡Todo! Y ahora me vienes con que prefieres tu mierda de vida en La Tierra a la que yo siempre he envidiado. No sabes nada. ¡No entiendes nada!

—Eres tú el que no lo entiende, hermano. Pero no puedo culparte, este universo violento te ha hecho así.

—¡Cállate! —gritó iracundo el híbrido mientras lanzaba desde su dedo un fino rayo de oscuridad que atravesó el corazón de su hermano.

El Butzina exhaló un último suspiro para después caer inerte, manteniendo la sonrisa, en brazos de sus amigos, quienes quedaron perplejos mientras los últimos restos de este se desvanecían aceleradamente. Abel estalló en una gran risotada.

—¡Ja, ja, ja, ja! Me pregunto cómo pudo ser que aguantara tanto, ese imbécil deseaba realmente alargar sus últimos momentos con vosotros todo lo que pudiera. Pero ya se estaba haciendo insoportable su resistencia. Al fin murió, al fin podré reclamar lo que me pertenece. ¡Ja, ja, ja, ja!

Abraham observó sus manos, el lugar en el que antes reposaba su amigo, quizás el único que había tenido, aquel que traicionó a su propia raza y eludió sus propios deberes y obligaciones sólo por su amistad, aquel que incluso había dado la vida por él. De fondo sonaba la fuerte tormenta unida al llanto de dolor de Sandra, dolida también por la pérdida. En contraste, Abel reía y reía estruendosamente, clavando esta risotada en el tímpano del pelirrojo, que elevó la mirada hacía él.

Abel, el ser que resultara ser quien no era, que por envidia, por rencor, por cobardía había terminado con la vida de su propio hermano, que les acababa de causar ese gran dolor a él y a a la muchacha. Algo despertó en el interior del híbrido, un poder que hacía mucho tiempo que no se liberaba, que en otras ocasiones había conseguido retener. Pero esta vez no había forma, él mismo deseaba liberarlo.

Sus rojos ojos ya anunciaban lo inevitable, y un aura de oscuridad rodeó al muchacho, que se lanzó con sus recién formadas garras sin previo aviso hacia el ser que más odiaba en ese momento. Abel reaccionó poco antes de recibir la embestida, que cortó de inmediato su regocijo. Interpuso sus dos espadas entre las furiosas garras y él una y otra vez mientras retrocedía, asediado por el monstruo.

—¡Esos ojos rojos! Esos malditos ojos rojos que me han atormentado durante años. Ahora que te has transformado no sólo cumpliré la voluntad de mi Señor Supremo, sino que pondré fin a mis pesadillas —dijo justo antes de realizar un brusco movimiento con el cuál fue capaz de colocarse en la espalda de su terrorífico adversario mientras formaba una gran bola de luz—. Tranquilo Abraham, pronto te reunirás con tu querido amigo.

El híbrido, totalmente controlado por el Rashá, pareció responder furioso a estas palabras.

—¡Carlooooooooos! —gritó una voz gutural procedente de esa masa oscura con forma humanoide. Instantáneamente, comenzó a crecer en tamaño, perdiendo su forma y haciendo retroceder a su enemigo, que creía ya tener la batalla ganada.

Sandra se había agazapado en un rincón, aterrada por ver en lo que se había convertido su amigo, pero sin querer escapar por abandonarlo. Abel intentó volar hacía él, pero en seguida un tentáculo de oscuridad emergió de aquella masa amorfa, golpeando al híbrido y tirándolo al suelo, causándole dolorosas heridas. Se levantó de nuevo y se lanzó nuevamente hacía la bestia, esta vez sin las armas, pérdidas en el anterior intento. Otro tentáculo de oscuridad le atravesó una de sus blancas Knafáims, con un ligero tirón, esta fue arrancada de cuajo.

Abel volvió a caer al suelo entre alaridos de dolor, esta vez no se levantó, sino que fue el monstruo quien lo recogió, apresándolo fuertemente. Un nuevo tentáculo se dispuso a jugar sádicamente con su presa, arrancándole una Knafáim negra, haciendo que ésta gimiera nuevamente. “Me da igual el dolor”. Pensaba Abel para sí. “No he llegado tan lejos para morir aquí. Aún tengo que reclamar lo que es mío”.

—¿Me escuchas monstruo? —se dirgió hacía él—. Yo soy Abel, el príncipe destronado, y no dejaré que tú me impidas recuperar mi gloria perdida —anunció para acto seguido con extrema fuerza lograr liberarse de su apresamiento y comenzar a aglutinar Atzmunt lumínica entre sus manos.

La bestia respondió agarrándolo por el brazo izquierdo, arrancándoselo de cuajo y obligando al híbrido a lanzar la gran esfera con su brazo diestro, que había alcanzado un tamaño considerable en poco tiempo, antes de lo previsto. La bola colisionó con el monstruo, logrando que volviera a su forma original. Abraham y Abel se precipitaron hacia el suelo, cayendo dolorosamente.

—¡Abraham! ¡Abraham! —corrió rápidamente Sandra hacia su lado, preocupada—. ¡Aún respira! —gritó con alegría al comprobarlo.

Abel en cambio reaccionó airado.

—¡¿Aún sigue vivo?! Eso significa que aún no he terminado mi trabajo —se levantó a duras penas y comenzó a repetir el mismo proceso con el cual venció a la bestia. Cuando consiguió suficiente Atzmunt la lanzó contra el inconsciente pelirrojo y su amiga—. ¡Muere!

—¡No!

Sandra reaccionó rápidamente, levantándose y colocándose entre la esfera y Abraham, con los brazos abiertos, dispuesta a evitar la muerte de este. Para sorpresa de todos los presentes, la esfera chocó antes de que llegara a matar a los dos amigos. Una gran barrera de luz se había alzado en frente de la muchacha, que mostraba unos decididos y penetrantes ojos azules.

—¡No puede ser! —se sorprendió Abel—. El sujeto β…

—¡Abel! —resonó fuertemente una voz en su cabeza—. ¡Vuelve ahora mismo!

—Pero mi señor supremo, estaba a punto de…

—¡Vuelve de inmediato! ¡Es una orden!

El híbrido rechistó entre dientes mientras desaparecía envuelto en la oscuridad de la noche. Mientras tanto, la barrera había absorbido a la esfera, Sandra cayó mareada al suelo; no tenía ni idea de lo que acababa de pasar. Tras recobrar la compostura, se acercó de nuevo hacía su inconsciente amigo, preocupándose por él.

—¡Abraham! Abraham, ¿puedes escucharme? ¿estás bien? ¡Ah! —la pelirroja enmudeció cuando sorprendentemente el muchacho abrió los ojos, unos endemoniados y terroríficos ojos rojos que se clavaron inmediatamente en las pupilas de la muchacha. Sandra comenzó a notar que le faltaba el aire mientras unas negras y afiladas garras apretaban su garganta.


Y con esto y un pimiento verde, hasta diciembre!

Saludos atentos desde las alcantarillas.

Mickael Vavrinec
Evangelio según San Mickael 3, 9-11
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