Esta historia salió de que en lengua me mandaron escribir una redacción con descripciones y diálogo. Y bueno, más que nada la cuelgo para que me digáis en qué he fallado y tal.
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Se encontraba apoyado justo delante de la estatua del histórico perro.
Frente a él, cientos de personas caminaban sin parar, cada una con su propia historia. La plaza se le hacía muy grande, ya que había estado pocas veces en esta. El suelo, de color grisáceo, combinaba perfectamente con el color blanquecino de los edificios que la rodeaban. A su derecha tenía la estación de autobuses, la cual estaba abarrotada de gente que iba a trabajar. A mano izquierda, en la salida de la plaza, el cruce peatonal seguía, como siempre, a rebosar de personas. El verde de los árboles y plantas marcaban perfectamente los bordes de la glorieta.
Había estado esperando durante media hora, pero justo cuando iba a marcharse sus dos amigos aparecieron. Eran un chico y una chica. El primero tenía el típico físico: pelo corto rubio, unos ojos muy azules y profundos, esbelto y se le notaban los músculos de brazos y piernas. Vestía unos pantalones cortos beis con una cadena, camiseta de tirantes blanca y un gorro de lana largo con una calavera blanca dibujada.
Su amiga, sin embargo, no era nada del otro mundo: bajita, pelo liso hasta donde empieza el cuello, ojos marrones, llevaba gafas. Ese día vestía una chaqueta verde y unos pantalones tejanos negros.
Él empezó la conversación.
- Llegáis tarde.
- Lo sé, lo sé, pero mis padres han salido de improviso de casa y he tenido que hacerle la comida a mi hermana. – Contestó el chico rubio con un tono de excusa informal.
- Se te ve muy bien, V. ¿Has estado haciendo ejercicio?
- Sip. Desde hace unos meses me entreno cada mañana. ¿Y qué es de vosotros?
- Yo sigo con lo de siempre, y aquí Mr. Calavera se ha puesto a trabajar en un restaurante de curri. Por cierto, ¿hoy no llevas tus cascos? – Preguntó la joven soltando una leve risa amigable.
- Vosotros sois algo más importante que mis cascos, pero sólo un poquito. – El chico respondió haciendo un gesto de dedos y con una sonrisa en la cara.
- Tíos, ya basta de charla, no he pillado un bus hasta Shibuya para nada. V, ¿qué tenias pensado hacer?
Fue en ese momento, cuando él iba a contarles sus planes para aquel sábado, cuando sucedió todo. Primero empezó con un temblor de tierra y al poco tiempo, de la admirada estatua surgió una inmensa luz blanca que les cegó. Cuando todo volvió a la normalidad se quedaron boquiabiertos. Hachiko ya no estaba.
Frente a él, cientos de personas caminaban sin parar, cada una con su propia historia. La plaza se le hacía muy grande, ya que había estado pocas veces en esta. El suelo, de color grisáceo, combinaba perfectamente con el color blanquecino de los edificios que la rodeaban. A su derecha tenía la estación de autobuses, la cual estaba abarrotada de gente que iba a trabajar. A mano izquierda, en la salida de la plaza, el cruce peatonal seguía, como siempre, a rebosar de personas. El verde de los árboles y plantas marcaban perfectamente los bordes de la glorieta.
Había estado esperando durante media hora, pero justo cuando iba a marcharse sus dos amigos aparecieron. Eran un chico y una chica. El primero tenía el típico físico: pelo corto rubio, unos ojos muy azules y profundos, esbelto y se le notaban los músculos de brazos y piernas. Vestía unos pantalones cortos beis con una cadena, camiseta de tirantes blanca y un gorro de lana largo con una calavera blanca dibujada.
Su amiga, sin embargo, no era nada del otro mundo: bajita, pelo liso hasta donde empieza el cuello, ojos marrones, llevaba gafas. Ese día vestía una chaqueta verde y unos pantalones tejanos negros.
Él empezó la conversación.
- Llegáis tarde.
- Lo sé, lo sé, pero mis padres han salido de improviso de casa y he tenido que hacerle la comida a mi hermana. – Contestó el chico rubio con un tono de excusa informal.
- Se te ve muy bien, V. ¿Has estado haciendo ejercicio?
- Sip. Desde hace unos meses me entreno cada mañana. ¿Y qué es de vosotros?
- Yo sigo con lo de siempre, y aquí Mr. Calavera se ha puesto a trabajar en un restaurante de curri. Por cierto, ¿hoy no llevas tus cascos? – Preguntó la joven soltando una leve risa amigable.
- Vosotros sois algo más importante que mis cascos, pero sólo un poquito. – El chico respondió haciendo un gesto de dedos y con una sonrisa en la cara.
- Tíos, ya basta de charla, no he pillado un bus hasta Shibuya para nada. V, ¿qué tenias pensado hacer?
Fue en ese momento, cuando él iba a contarles sus planes para aquel sábado, cuando sucedió todo. Primero empezó con un temblor de tierra y al poco tiempo, de la admirada estatua surgió una inmensa luz blanca que les cegó. Cuando todo volvió a la normalidad se quedaron boquiabiertos. Hachiko ya no estaba.
