Canción de Hielo y Fuego

Relatos

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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Dom Abr 13, 2014 1:23 am

Kevan Lannister. Un poco soso el hombre, pero el relato está bien :D
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Dom Abr 13, 2014 6:36 pm

Y aquí está el relato de Edmure Tully (no hay karma porque elegiste el personaje en el sorteo).
Espero que os agrade, de lo contrario lamento las molestias. ¡Muchas gracias por leer!

Cuando dices adiós - Edmure Tully


Spoiler: Choque de Reyes.
Relevancia: Alta.

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Le habían desnudado entre risas, la ropa volando a su alrededor, sonrisas joviales, pícaras. La música sólo era una confusión de notas. Sus ojos claros la buscaban a ella, a su esposa. Quería decirle que no debía llorar, que él la cuidaría, que era hermosa, mucho más de lo que jamás iba a esperar.

La tenía entre sus brazos, un alboroto descontrolado de besos y lágrimas, y la melodía que se fundía por la puerta de la habitación. Demasiado alta, demasiado descontrolada, caótica, sin razón. “Las lluvias de Castamere” no deberían de sonar en el día de su boda. Y, por encima de las notas dispares el aullar de mil almas, gritos de espanto, de horror, de sangre cayendo sobre las losas del salón, cuchillos danzando entre tambores y flautas.

Los chillidos de su hermana rasgaron el cielo, lacerantes, llenos de un dolor que dejaba señales, que arañaba la piel. Y, de repente, el silencio lo inundó todo, dejando tras de sí un adiós que no se había podido pronunciar.
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Dom Abr 13, 2014 6:59 pm

El relato es bastante simple y escueto, pero la verdad es que la elección del tema es genial y el conjunto acaba quedando bastante bien; incluso te deja con ganas de más. xD
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Mar Abr 15, 2014 1:40 am

Nuevo relato. ¡Karma para quien acierte!
Espero que sea de vuestro agrado, de lo contrario lamento las molestias. ¡Gracias por leer!

Desde el Puerto - Edric Tormenta


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas / Choque de Reyes.
Relevancia: Baja.

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Le estaban esperando. Por sus rostros preocupados adivinó que algo sucedía, que había hecho algo mal, ¿qué otro motivo tendrían para llevárselo a la fuerza de aquel lugar?

Rocadragón no le gustaba, era una isla lúgubre y apartada, fría e inhóspita, pero allí estaba su familia, su nuevo hogar. Los muros altos y el bramar del mar contra la fortaleza quedaban lejos ya, casi olvidadas. Bastión de Tormentas no era más que un recuerdo, dulce y reconfortante, pero tras la desaparición de su tío sabía que no podía volver.

También de allí lo habían arrastrado, pero ahora la tenía a ella, la chica de ojos siameses, del mismo color del mar. Su sangre corría por sus venas, su mirada triste se iluminaba con su presencia, compartía con él las risas y la tenía para poder jugar. No le importaba que su rostro estuviera esculpido en piedra, era dulce y buena y su prima pequeña.

Pero ahora la marea se lo llevaba lejos, como madera desvaía que las olas lamen y tratan de ahogar. Y, desde el puerto pudo verla, diminuta y borrosa entre la niebla y la oscuridad, pero era ella, su única amiga, su otra mitad.


¡Muchas gracias por leer y, cualquier comentario es bien recibido!
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Mar Abr 15, 2014 1:54 am

Edric Tormenta. Me suena que ya escribiste sobre él, ¿no? ¿O era Shireen? No me acuerdo XD Igualmente, está bien; sólo tengo una pequeña sugerencia:
ita escribió:...pero ahora la tenía a ella, la chica de ojos siameses...

En este caso parece más natural unos dos puntos que una coma, aunque supongo que es cuestión de gustos.
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Mié Abr 16, 2014 6:48 pm

Nuevos relatos sobre CdHyF que espero sea de vuestro agrado.
¡Muchas gracias por leer y comentar!

In the mourning - Lyanna Stark

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[*]Spoiler: Juego de Tronos.
Relevancia: Alta.

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Sentía cómo la sangre escapaba de su ser, fluyendo sobre su piel, cálida y resbaladiza. La habitación estaba impregnada con el suave aroma de las rosas invernales, pequeños témpanos de hielo brillando en la oscuridad, de un azul intenso, como sus propios ojos.

Notaba cómo se hacía pequeña, sus fuerzas mermando en su interior; vulnerable y sola, con el dolor latiendo muy adentro, profundo en sus entrañas devastadas. Estaba cansada, pero sus pupilas se resistían a cerrarse; no, aún no... debía esperar, sentía que estaba cerca, presto a llegar.

Cuando sus manos se entrelazaron el peso de su pecho se desvaneció, aligerando la carga que arrastraba en su interior. El carmín pintaba su rostro pálido, expirando entre sus labios rasgados, rotos de tanto llorar. Cerró los ojos, respirando quedamente. “Prométemelo”, susurró en el silencio de un amanecer lejano. Y, con una última sonrisa aleteando en su boca, dejó de respirar.


Black & Yellow - Renly Baratheon


[*]Spoiler: Choque de Reyes.
Relevancia: Media.

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Aún sentía el dulce aroma fluir por sus labios, cayendo por su mejilla, cálido, agradable; el último melocotón del verano, suave y delicado, delicado perfume de doncellas, el recuerdo de él.

La armadura pesaba sobre su pecho, frío hierro contra su piel. No deseaba llegar a aquello, pero no había otro modo; debía demostrar su valía, su orgullo, su poder. Y sabía que ganaría.

En el campamento, a sus espaldas, miles de espadas restallarían pronto para defender su nombre, su posición. Centenares de hombres le rendían pleitesía, le habían coronado; “el mejor rey”, decían. Y no se equivocaban. Nadie quería a su hermano mayor, demasiado serio, demasiado altivo. Y Robert había muerto, su cadáver envestido por un jabalí.

Su reflejo se oscurecía, la luz mortecina de las velas temblaba al amanecer, creando sombras ilusorias, reflectando imágenes de terror. Y la sangre borboteaba en su cuello, manchando de carmín el negro y amarillo de su jubón.


Start a Fire - Aerys II Thargaryen (El Rey Loco)


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas / Danza de Dragones.
Relevancia: Baja.
Historia.

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Los norteños exigían a su hijo, acusándolo de traición y secuestro, cuando los únicos desleales eran ellos.
¿Acaso pensaban que no lo sabía? Les había oído murmurar, conspirando a sus espaldas para derrocarlo, para usurparle el trono, su lugar, acabar con su legado y con su familia. Querían destituirlo, enviarle al exilio o clavar su cabeza en una pica, pero no lo pensaba permitir. Jamás. La sangre de dragones ardía por sus venas, latía en su interior.
Le habían pedido un juicio por combate, y ahí lo tenían. Las llamas chisporroteaban sobre su piel, lamiéndole hasta secar sus huesos, robando de sus labios gritos agónicos que sonaban a música en su mente. Las brasas brillaban en sus ojos violáceos, fulgor de rubíes, joyas que jamás se podrían poseer.
Y las conspiraciones expiraban como la vida de aquellos que las habían tramado, hasta que sólo quedaban cenizas que el viento arremolinaba a su alrededor, haciéndolas bailar a su antojo, y el recuerdo de sus almas escapando de sus cuerpos quebrados para volverse humo y nada.


Thanatos - Ramsay Nieve/Bolton


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas.
Relevancia: Baja.

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Entre la bruma la podía ver correr. Las perras ladraban, frenéticas, con ansias, con la esperanza de ser recompensadas por su labor. Y lo serían si lograban darle caza.

Sus gritos desgarraban el cielo, delatando su posición. Así no era divertido. Frunció el ceño y masculló, espoleando a su caballo, iniciando la persecución. Sentía la adrenalina vibrando sobre su piel, el tambor que era su corazón embargado por la emoción de la partida, del recuerdo que prometía su final. El éxtasis le hacía perder la cabeza, deleitándolo con imágenes de sangre y dolor, de ojos rasgados por un miedo primitivo, de sollozos y peticiones de piedad. Su boca trazó una leve sonrisa mientras el viento azotaba su cabello negro.

La encontró tendida en el suelo. Sobre su cuerpo desnudo, blanco sobre el verde del musgo y hojas caídas, sus perras se retorcían, arrancando pedazos de ella, relamiendo el rojo que emanaba de sus heridas. Sus pupilas le buscaban, súplicas calladas que su voz no alcanzaba. Y allí, en la espesura del bosque, en la inmensidad de la nada, la tomó hasta quebrarla, hasta que sus piernas se doblaron y su vida expiró entre sus manos.


¡Gracias por su tiempo!
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Sab Abr 26, 2014 2:16 am

Hacía muchos relatos que no comentaba XD Sobre los tres primeros ya te dije más o menos por Twitter así que paso a comentar Thanatos.

El personaje está bien elegido y la temática también. La única pega que le encuentro es que se me hace corto, aunque supongo que es lo lógico al tratarse de un relato breve; pero igualmente, creo que Ramsay daba para más. Sin embargo, lo poco que hay está bien redactado y expresado, desde mi punto de vista.

Creo que no tengo nada más que comentar, espero el próximo relato. :)
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Dom Abr 27, 2014 2:04 am

¡Nuevo relato!

Conspiracy - Margaery Tyrell


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas.
Relevancia: Alta.

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Con el doblar de las campanas su reino comenzaba. La nueva corona se ceñía entorno a sus rizos claros, que caían en ondas hasta el mar de su espalda, castaño sobre jade. Sus manos menudas y cálidas sostenían las suyas, mezquinas e infames, unidas en sagrado matrimonio, ante los ojos de los dioses y de los hombres. Hasta la muerte.

Alzó el cáliz frente a todos, el vino rojo teñía de bermejo los emblemas tallados, bañando a los invitados con sus reflejos. Brindaron por los novios, por su próspero reinado, por el vínculo que se creaba entre ellos. El tinto fluía como un río escarlata, escapando de sus labios gruesos, regando su piel clara, pero nada parecía importarle hasta que ya fue demasiado tarde. Las convulsiones sacudían su elegante cuerpo, empujándolo como un muñeco, sin control, sin poder. Las mejillas se volvían púrpuras mientras luchaba por exhalar una bocanada de aire, por respirar. Poco a poco la vida se diluía entre el vino, una muerte dolorosamente cruel que pintaba su antaño hermoso rostro de violeta y ceniza.

Y ahora su féretro descansaba ya entre las sombras y el olvido, dejando tras de sí un gobierno déspota y tiránico con el que debería lidiar si quería conservar la corona que una vez él colocó sobre sus rizos suaves e impedir que la conspira no se fuese a revelar.


Sometron, tienes razón, debería haberlo alargado, pero cuesta lo suyo escribir sobre un ser tan sádico. ¡Espero que este también te guste! Aunque tengo mis dudas por tratar sobre quien trata.
¡Gracias por leer!
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Dom Abr 27, 2014 2:30 am

Bueno, no tengo mucho que decir sobre este relato pero allá voy igualmente. Al principio se me hizo algo complicado de entender y me costó llegar a pensar en Margaery y seguiría pensando si no me lo hubieras dicho tú; quizá aconsejaría dar menos información o diluirla un poco más en el texto.

Y a ver si el próximo relato toca sobre algún personaje que me guste más (?)
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Mié Abr 30, 2014 2:57 am

Aquí dejo un nuevo relato. No hay spoiler, es todo producto de mi inventiva.
Espero que les guste y, ¡gracias por leer!

Shout&Bites


[*]Personajes: Sansa Stark y Ramsay Bolton.
Fanfic.

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Sobre su piel capullos escarlatas brollaban, breves manantiales que la crueldad hacía crecer. Su cuerpo no era más que un lienzo en el que, castigos y deshonras, componían una trama de heridas y cicatrices confundidas que confluían en todo su ser. La sangre cálida escapaba de entre sus labios partidos, manchando su rostro de marfil con el color del sufrimiento, rojo y borgoña, resbalando por la comisura de una sonrisa muerta tiempo atrás, hasta convertirse en pequeñas gotitas de granate dispuestas a su fin.

Pero aún recordaba su nombre, aquél que su padre le había otorgado, aquél que le era tan preciado. No era el auténtico, pero valía más, a él le debía su propia vida, y no pensaba renunciar a ello otra vez.

Sus ojos claros la miraban, dos pupilas de hielo, témpanos tan fríos como el hastío, sádicos, dagas que se clavan en la mente, retorciéndose en silencioso tormento. Y su sonrisa salvaje iluminaba su rostro haciéndola estremecer. Podía sentir el miedo latiendo en su interior, su corazón tratando de huir, escapar de su cárcel de huesos para alejarse del dolor, pero no le daría tal placer. No, al menos, hasta que no suplicase por su vida miserable. Quería oírla gritar, arrodillada en el suelo, pidiendo perdón, implorando misericordia con aquellos ojos azules, dos mares en calma que le miraban sin ver. Quería ser la tormenta que la abatiera, quien quebrase su alma para poseerla completamente; que fuese suya irremediablemente, anularla, convertir su cuerpo en su juguete, muñeca de porcelana a su total merced.
Pero nada perturbaba su mirar de lapislázuli, sereno y tranquilo, estanques en paz, por mucho que arañase su piel, por más que la hiriera, ella se mostraba impasible, como si no le temiera, desafiando su furia, revelándose silenciosamente contra él, contra su dominio y poder. Quería destruirla, eliminarla, borrar esos ojos que le acusaban, que susurraban las monstruosidades que realizaba, reflejos de su vileza, de su miserable existencia de maldad e infamia, como su propio engendramiento. Aquellas retinas bastardas le mostraban quién era en verdad, le recordaban su origen, su propia falsedad.

Su naturaleza maligna le inspiraba torturas de crueldad inimaginables; a veces soñaba que convertía ese blanco tan puro que envolvía su cuerpo en una capa nívea y cálida, pero su padre no se lo dejaba hacer. Pero anhelaba sentirla cerca, rozar su piel, lastimarla hasta dejarle señales, un atroz recuerdo que jamás se borrara. Lacerar su tez hasta que los huesos quedaran expuestos, ver de qué se componía su interior.

Odiaba aquél azul tan límpido que no se dejaba mancillar, corromperlo con el estallido del suplicio, del pánico irreverente que debería traslucir al verle llegar. Deseaba volver a sentir el placer insano de saberla vulnerable, rota, piezas hermosas con las que jugar. Quería que sus ojos llorosos le mirasen, alcanzar el éxtasis y forzarla, obligarla a sentirle dentro de ella, una y otra vez, hasta que gimiera, hasta que sus gritos alcanzasen los muros derruidos de Invernalia, dejarla igual que la ciudad de hielo, resquebrajada y fracturada, incapaz de levantarse de nuevo y que no quedara nada.

Su vestido no era más que jirones de papel mojado pegándose a su piel, desharrapado y sucio. El cabello fluía como una maraña de hilos caoba oscuro, un atardecer improvisado derramándose sobre su cabeza, cayendo hasta sus caderas, ocultando a la vista las partes más íntimas de su anatomía. El frío lamía su piel, un amante persistente escudriñando su figura, penetrando en su interior. Pero no le importaba sentir la escarcha formarse pues aún seguía viva. Y lo seguiría mientras no se doblegase susurrando al viento su nombre. A lo lejos el rumor de pasos la alcanzaba y una tenue luz iba creciendo en fuerza e intensidad, hasta abrumarla, disipando la oscuridad que escapaba como retazos de vida pasada. Examinó su cuerpo, palpando con manos firmes, manos capaces de ser mortales, impasibles, viles. Tocó cada centímetro, deshaciéndose de los bordados que se interponían en su camino, dejándola expuesta y desnuda, como el día de su nombre. El sudor perlaba su frente. Su corazón latía desesperado, pero sus ojos se mantenían impasibles, lejanos y distantes, como si hubieran muerto y él no fuera capaz de alcanzarla. Apoyó sus manos en sus caderas, generosas y perfectas, de mujer, deslizándose dolorosamente hacia adentro, clavándose como dagas que arañasen su piel, tejiendo redes carmesíes de cálida liquidez. Y el frío mordió su espalda, profundo y sanguinario, para rasgar su piel, para desnudar su alma, hasta hacerla enloquecer. Pero sus labios no se separaron, callada y constelada, mientras él seguía desgarrando, tomando lo que ella no le iba a entregar.

Y su boca consumió su piel, despedazando trocitos de ella, saboreando el dulce sabor del miedo mezclado con el sudor y el éxtasis que le embargaba, que le devoraba. Entre sus labios tenía sus pechos al fuego marcados, rojos como la muerte. Los lamía con ferocidad, con gula canina, los succionaba y los dejaba estar para atacarlos nuevamente, para torturarla más. Y sus manos se perdían en el entramado de cicatrices y piel, resbalando, buscando su intimidad, su mayor secreto mientras los gemidos de fundían con la excitación. La deseaba, no había visto una chica como ella, tan insumisa, tan rebelde. Era tan dulce tenerla ahí, caprichosamente delirante, desnuda y orgullosa, como si nada lograse lastimarla, pero la tenía, ¿qué más daba si no gritaba? Sus sollozos no serían más que molestias, en el silencio podía oír el tamborilear de su corazón. Y en la penumbra de la cámara, entre humedad y desolación, tomó lo que le pertenecía, aquello que en vano protegía entre sus piernas separadas. Estrelló su cuerpo contra el muro, aferrándola tan fuerte que pintó el blanco de púrpura. Cada vez se internaba más adentro, más profundamente, hasta golpear el fondo de ella, hasta que sus labios se desellaron para chillar de dolor. Y su tormento era música que regaba sus oídos, volviéndolo avaricioso, deseoso de más, de profanar cada parte de su cuerpo corrompido, de saciarse hasta embriagarse.

Y una vez usada y rota la abandonó a su destino, muñeca de trapo cuya vida escapaba, mezclada con sangre, sudor y lágrimas.


Mi vida sin ti - Ellaria Arena


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas.
Relevancia: Alta.

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El sol arrancaba destellos de obsidiana a su cabello de noche cerrada mientras avanzaba por las cálidas arenas, de regreso a su hogar. A su lado la comitiva proseguía el camino, grabando en la tierra áspera sus pasos lentos, cenizas del mismo color que el oro que decoraba los astros del cofre que contenía sus restos.

Recordaba sus últimas palabras, cómo sus pupilas reían, descaradas, la danza de Lanza del Sol, su último baile, el entrechocar de las estocadas. Jamás lo podría olvidar, lo tenía marcado a fuego, un tatuaje que ni el tiempo ni la soledad lograrían desdibujar. Y las lágrimas bañaban sus ojos oscuros mientras acariciaba al féretro de aquel quien le había entregado su vida, su felicidad.

Ya no despertaría a su lado, sonriendo, apasionado, lleno de orgullo. No volvería a seducirla con sus manos sobre su piel, deslizándolas hasta el olvido, hasta perderlas bajo su cuerpo, enredadas en su cabello. No habría más besos robados, dulces como el veneno, pasión dormida que con su simple roce despertaban, delirantes, asfixiantes, ni palabras ronroneadas en su oído que la hacían reír. Oberyn había muerto y las campanas resonaban por ello.


¡Muchas gracias por leer y comentar!
Última edición por ita el Vie Oct 03, 2014 6:22 pm, editado 2 veces en total
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Lun May 05, 2014 6:37 pm

Mi vida sin ti: Me encanta *^* Aunque...
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ME HA RECORDADO QUE OBERYN ESTÁ MUERTO Y ;_;


Nada más que decir (?)
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Lun May 12, 2014 2:01 am

Este relato participa en un reto donde se sorteaban diferentes categorías de relatos. A mi me tocó Romance y Horror. Espero que ambos géneros se muestren debidamente. ¡Muchas gracias por leer!

Amaranth


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas / Festín de Cuervos / Danza de Dragones.
Personaje: Lady Cateryn Stark.
Relevancia: Media.

I.
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Dolía, dolía y ardía, ríos de infierno surcando su piel. Y, a lo lejos, entre sombras y lágrimas, borroso y difuso, en la confusión de cuerpos en movimiento y el abrumador resonar de la música descompasada y cacofónica, su hijo.
Se retorció, chilló y trató de alcanzarle, pero alguien llegó antes. La larga espada brillaba bajo las llamas, negra. Por un instante pensó que le protegería, que podría salvarlo, pero el filo penetró en el cuerpo del joven Rey. La sangre brollaba de su pecho, dejando un surco carmín sobre la túnica blanca, rojo como la traición, como el delirio, como el dolor que latía en su pecho enloquecido, apretando su corazón desolado, vacío y helado.

Los gritos se confundieron con la música, enturbiándola. De sus mejillas la sal y el borgoña formaban riachuelos que resbalaban hasta morir. Y se dejó llevar, mecida por el frío de la desesperación. Hundió en el cuello del muchacho el cuchillo que alguien había olvidado, manchando sus pálidas manos con la cálida sangre que emanaba del cuello, catarata escarlata que fluían hasta estancarse sobre las losas grises.

Las campanillas resonaron con alegría mientras el cuello se doblaba sobre su peso, rajado hasta dejar expuesto los huesos de su interior. De sus manos trémulas el filo calló mientras un torrente brotaba de sus ojos claros y tormentosos. Sentía sus mejillas en llamas mientras el sabor de la vida discurría por entre sus labios secos de tanto gritar, agrietados por el dolor, consumidos entre mordiscos de impotencia. La piel se desprendía de su rostro, tiras de carmín que dejaban ver partes de ella que nadie había visto antes, pero no le importaba, nada tenía sentido, había perdido a su hijo, a su niño…

Su rostro se disolvía, se borraba entre manchas de intenso corinto, sus rasgos mezclándose, sus ojos profundos de mar perdiéndose en las marismas del dolor. De aquello que tantos habían querido nada quedaba, sólo una máscara fúnebre, un recuerdo vago y lejano de quien alguna vez fue, de quien jamás volvería a ser. Y las cuchillas se retorcían sobre su alma, atormentándola tanto como para enajenarla, para quebrarse por dentro. La sangre de ella y de otros fluía, enhebrando hilos de fuego sobre su piel. Y la risa afloró, loca, histérica, demente, hasta convertirse en chillidos de horror.

- Se ha vuelto loca – alcanzó a oír, entre el retumbar de la música y su propia voz que resonaba en su cabeza como un tambor, un nuevo corazón que latía en sus sienes.

- Acabemos con esto – una mano la sujetó, estirando su cabello colorado. El filo estaba cerca, lo podía percibir.

“No, no me cortéis el pelo – se vio pensando – a Ned le gusta mucho mi pelo.” Pero la cuchilla besó su cuello, esbelto y orgulloso, pálido, de un blanco estelar. Sonrió, estúpida, confiada, una última muestra de valor antes de que el mundo desapareciera bajo sus pies.

Podía verle, sus ojos de humo, su sonrisa sombría, de medio lado, sus manos se alzaban para tocar su rostro. Como en un sueño su corazón callaba, muerto tal vez, pero no importaba; él estaba a su lado, sostenía su mirada, sonreía con orgullo, acercándola a su pecho, estrechándola hasta fundir el rocío de su alma, devolviéndole el calor a su vida, a su pecho devastado y vacio. Sus dedos recorrían cicatrices invisibles, mariposa en arrullo aleteando sobre su ser.

Imágenes de su vida pasaban ante ella, instantes fugaces, luces que palpitaban con la fuerza de la vida, con la energía del deseo, la pasión, el amor que sentía, que emanaba de ella. Y Ned, su marido, su mejor amigo, quién más la conocía. ¡Cómo le había extrañado! Y ahora lo tenía delante, a un paso de distancia, tan cerca… Sentía cómo la llamaba, con fría ternura, la misma a la que ya se había acostumbrado. Parecía tan feliz… Y caía de nuevo al abismo de oscuridad y sufrimiento, quería gritar que le quería, que las palabras le arañasen, resquebrajando su ser, abrazarle fuerte hasta fundirse con él, que dejase de doler, olvidarse de todo y desaparecer, marcharse junto a él.


II

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Sumida en la oscuridad oía su nombre, un susurro lastimero lanzado al viento para acariciar su oído. Pequeñas flores de amaranto brotaban, cubriendo su semblante. Sentía las lágrimas blancas, copos de nieve helada que nacían en sus ojos de escarcha, impidiéndole ver, volviendo distorsionada la realidad, confundiéndola con una pesadilla presta a terminar. Y la voz ya no la alcanzaba, perdida en el olvido, en la profundidad de la inconsciencia.
El viento cortaba su piel, frío y furioso, inclemente. Durante unos segundos se sintió volar, cayendo en una noche sin estrellas, callada y constelada, tan tranquila que daba miedo. Su cuerpo se mecía entre las aguas revueltas del río, surcando a la deriva, náufrago sin navío. La negrura la cercaba, el rumor del agua correr le acompañaba en esa solitaria travesía hasta los confines de la eternidad.

En sueños le veía, ¿o era en la realidad? No lo sabía, todo era caótico, sin sentido. La única verdad era que estaban muertos todos aquellos a los que alguna vez había querido. Y ahora también ella.

Se reuniría con Ned, su amor, sus pequeños; Bran treparía por los muros lamidos por el fuego de Invernalia, Rickon tiraría de sus faldas para que le arropase. Robb sonreiría como su padre, medio orgulloso, rey sin vida y sin corona. Pero estarían juntos. También su padre, y Arya, la pequeña dama salvaje, indómita y rebelde, revoltosa como nadie. Sí, estaría bien, todos estarían bien, era cálido, era feliz. Podría volver a amarle, como la primera vez que le vio; le temía pero en sus ojos grises pudo ver que él también estaba asustado. Eran demasiado jóvenes, demasiado apurados, él necesitaba a su ejército, ella cumplir con su deber. Pero en él había encontrado algo más que un marido. Había costado derribar los muros gélidos de aquél que compartía su lecho, pero bajo la fría corteza emergía la calidez, la amabilidad que sus ojos se negaban a reflejar. Y había llegado a quererle, a entregarle su alma solitaria. Ya no le tenía miedo al frío invierno pues él estaba a su lado, protegiéndola, señor de la ciudad de hielo. Sólo le faltaba su niñita, ahora señora del león, casada a la fuerza con un enano retorcido y pérfido, que había jurado devolvérsela.

Le quería tanto que dolía. Cuando había llegado la funesta noticia se le había detenido el corazón. Y juró que jamás amaría de nuevo, que nadie suplantaría a su señor. Había hecho los votos, para siempre, frente los Dioses y los hombres. Y no los rompería: familia, deber, honor; Ned lo representaba todo. Cuando regresó de la guerra a penas le conocía, sólo era una niña asustada con un bebé entre sus brazos, pequeño y precioso, un reflejo de ella misma en sus ojos. Y él no era más que un muchacho obligado a ser mayor, a crecer rápido para ocupar su lugar, su posición. ¡Pero cuánto le había amado! Aún recordaba los besos robados, secretos y sigilosos entre los arcianos, bajo las hojas escarlata y los rostros de alabastro tallados siglos atrás. Eran cálidos, suaves, miel derramándose por sus labios. Si cerraba los ojos lo podía sentir acariciando su boca, besándola despacio, deteniendo el tiempo, relamiendo su cuerpo de mujer entre las sábanas de su cómoda.

Había estado a su lado tanto tiempo que ya no sabía qué era estar sola. Y el frío helaba sus entrañas perdida en la inmensidad acuosa y apacible, a la deriva.

Unos brazos la envolvieron y unos labios la besaron. “Ned”, pensó, “ha venido a buscarme.” Pero sus ojos de mar se abrieron al mundo al tiempo que él se desplomaba a su lado, cayendo entre la melaza. Contempló su rostro lechoso en el cauce cristalino. Su piel colgaba, algas blancas, mortecinas. Su cabello, antaño rojo como llamas, palidecía, como una ligera nevada de otoño. Las arrugas trazaban caminos disparejos sobre su rostro decrépito y amargado. En su cuello pintado a fuego una sonrisa cruel que se burlaba de ella, mostrando huesos podridos. De ella no quedaba nada, sólo el suspiro de una memoria lejana en sus ojos claros.

Y ya no sentía nada, sólo un dolor supurante por algo que no alcanzaba, y la venganza latiendo por todo su ser.


II Versión Extendida:

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Sumida en la oscuridad oía su nombre, un susurro lastimero lanzado al viento para acariciar su oído. Pequeñas flores de amaranto brotaban, cubriendo su semblante. Sentía las lágrimas blancas, copos de nieve helada que nacían en sus ojos de escarcha, impidiéndole ver, volviendo distorsionada la realidad, confundiéndola con una pesadilla presta a terminar. Y la voz ya no la alcanzaba, perdida en el olvido, en la profundidad de la inconsciencia.

El viento cortaba su piel, frío y furioso, inclemente. Durante unos segundos se sintió volar, cayendo en una noche sin estrellas, callada y constelada, tan tranquila que daba miedo. Su cuerpo se mecía entre las aguas revueltas del río, surcando a la deriva, náufrago sin navío. La negrura la cercaba, el rumor del agua correr le acompañaba en esa solitaria travesía hasta los confines de la eternidad.

En sueños le veía, ¿o era en la realidad? No lo sabía. La única verdad era que estaban muertos todos aquellos a los que alguna vez había querido. Y ahora también ella.

Se reuniría con Ned, su amor, sus pequeños, pensó; Bran treparía por los muros lamidos por el fuego de Invernalia, Rickon tiraría de sus faldas para que le arropase. Robb sonreiría como su padre, medio orgulloso, rey sin corona, ni reino ni gloria. Pero estarían juntos. También su padre, y Arya, la pequeña dama salvaje, indómita y rebelde, revoltosa como nadie. Sí, estaría bien, todos estarían bien, era cálido, era feliz.

Podría volver a amarle, como la primera vez que le vio; le temía pero en sus ojos grises pudo ver que él también estaba asustado. Eran demasiado jóvenes, demasiado apurados, él necesitaba a su ejército, ella cumplir con su deber. Pero en él había encontrado algo más que un marido. Había costado derribar los muros gélidos de aquél que compartía su lecho, pero bajo la fría corteza emergía la calidez, la amabilidad que sus ojos se negaban a reflejar. Y había llegado a quererle, a entregarle su alma solitaria. Ya no le tenía miedo al frío invierno pues él estaba a su lado, protegiéndola, señor de la ciudad de hielo.

Le quería tanto que dolía. Cuando había llegado la funesta noticia se le había detenido el corazón. Y juró que jamás amaría de nuevo, que nadie suplantaría a su señor. Había hecho los votos, para siempre, frente los Dioses y los hombres. Y no los rompería: familia, deber, honor; Ned lo representaba todo.

Cuando regresó de la guerra a penas le conocía, sólo era una niña asustada con un bebé entre sus brazos, pequeño y precioso, un reflejo de ella misma en sus ojos. Y él no era más que un muchacho obligado a ser mayor, a crecer rápido para ocupar su lugar, su posición. ¡Pero cuánto le había amado! Aún recordaba los besos robados, secretos y sigilosos entre los arcianos, bajo las hojas escarlata y los rostros de alabastro tallados siglos atrás. Eran cálidos, suaves, miel derramándose por sus labios. Si cerraba los ojos lo podía sentir acariciando su boca, besándola despacio, deteniendo el tiempo, relamiendo su cuerpo de mujer entre las sábanas de su cómoda.

Había estado a su lado tanto tiempo que ya no sabía qué era estar sola. Y el frío helaba sus entrañas perdida en la inmensidad acuosa y apacible, a la deriva, a la espera del final.

“Ned”, pensó, “ha venido a buscarme”, cuando unos brazos la arroparon y unos labios de fuego se posaron sobre los suyos.

Sentía la vida fluir por sus venas, la confusión latir dentro de ella cuando vio su reflejo en las profundidades del lecho del río. Yaciendo a su lado un hombre moría, con un ojo vuelto hacia un cielo puro, la sonrisa aleteando en su rostro maltrecho.

La mirada que el río le devolvió era oscura, profunda y siniestra. No quedaba nada de lo que ella era, de lo que había sido. En su lugar una triste desolación habitaba su ser. Su piel palidecía bajo el sol, lechosa y decrépita, cayendo, marchitada, escarcha y corteza rugosa. Su cabello, antaño cobrizo como el deseo, palidecía y se quebraba, hebras de un albar sin par, nieve que se derretía sobre su carne arrugada y pútrida, macilenta, cubierta por brotes de verde y violeta. Y la sonrisa carmín brillaba sobre su cuello, como pintado sobre un lienzo, un retrato cruel que rememoraba los horrores sufridos. Grotesca, esperpéntica, muñeca rota y extenuada, torturada.

De quien había sido no quedaba nada. Se sentía extraña, vacía, alienada, de recuerdos borrados, instantáneas de una realidad que perdía su color, disolviéndose hasta desaparecer, hasta expirar. En su cabeza resonaban palabras inconexas mezcladas con un ruido atronador, el rechinar de los tambores, flautas desafinadas, una profusión de voces dispares y el silbar de las saetas, surcando el aire hasta atravesar su alma. “Jaime Lannister os manda saludos” oía a lo lejos, una letanía que se repetía y el dibujo de dos torres gemelas sorteando el cauce de un río rebelde. Y el odio latía como otro corazón, lleno de emociones turbias, emponzoñadas, pérfidas. Venganza, venganza, venganza. Muerte, muerte, muerte, insistía, letras escarlatas tatuadas en su piel.

No podía nada más que odiar, sentir ese resentimiento primitivo invadiendo su ser, corroyéndole por la sangre corrompida, envilecida por un cúmulo de cosas que no alcanzaba a entender, que no quería recordar. Fluía por sus venas, nutría su espíritu, resarcir a los que murieron, acabar con todos. Y cada nuevo cadáver pendido grotescamente de un árbol la llenaba de satisfacción, hacía brotar esa horrenda sonrisa enjuta, iluminar esos ojos viejos, agotados de mirar.

Y nadie escapaba a ella; la mujer del corazón de piedra.


Winter Sleep

[*]Personajes: Sansa Stark / Jon Nieve.
Fanfic.

(Will you hold me now my frozen heart?)


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La nieve caía, revoloteando, perezosa, en el aire, fundiéndose sobre la calidez de su piel. Tras de sí podía sentir los oscuros muros besados por las llamas, alzándose de nuevo, con orgullo, la fortaleza de sus ancestros, el recuerdo de su hogar. El castillo había sido reducido a cenizas y polvo, presa de un fuego devastador y terco que había consumido su infancia, a su familia. Menos a ella.

Sus ojos pálidos le miraban, los sentía en lo profundo de sus pupilas grises. Su cabello se perdía al viento, danzando, desordenado, llenando ese vasto mundo blanco de color, de un cobrizo brillante, resplandeciendo al sol.

Se había convertido en una doncella alta y hermosa. Ya no quedaba nada de la niña que había partido hacia lo desconocido, hacia un mundo lleno de vida, de magia, de amor y pureza, de sueños vibrantes e inocencia. Distante y dolorosa, como si hubiera muerto, le miraba con timidez, recatada, lejana como si no le conociera. Sus labios sonreían pero sus ojos no brillaban como antaño, con ese azul prístino capaz de opacar al mismo mar. La muchacha que se alzaba frente suyo era un desvaído recuerdo de quien su hermana era, pero pese a cambiar su nombre la reconocía, jamás olvidaría el color de aquellos ojos, aquel mirar que vagaba por los confines del infinito, en los que podía navegar hasta convertirse en náufrago, ahogado y perdido. Aunque disimulara, era su hermana, la única que tenía, la última que le quedaba.

Se había presentado como Lady Alayne Stone, hija bastarda del Lord Protector del Valle, arrodillándose ante él, dejando señales en el manto níveo que cubría la tierra. Y durante unos instantes le miró, no con fría cortesía, sino con curiosidad, divertida, para luego llenar sus mejillas de rosa y blanco. Había soñado con aquel momento, el reencuentro con ella, en su mente lo había recreado, en las frías horas de guardias, en la soledad de su cuarto, evocaba su rostro claro, sus ojos de cobalto, su piel cálida, sus labios prohibidos, le daba calor y fuerza, energía para continuar en esa desesperante vida vacía que había dejado al marcharse, al elegir separarse de su lado. Por ella había hecho del negro su vida. Y volvía a verla, a saborear el dulce aroma que desprendía su cuerpo, la calidez del hogar perdido. Ella era todo lo que anhelaba, el único consuelo que tenía, la luz que disipaba la oscuridad que se cernía sobre él, pero también era el delicioso peligro que amenazaba con torturarle, convertir su existencia en una lenta agonía, veneno de caramelo que le llevaría a la extenuación.

*********

Alayne la protegía, siendo ella se sentía segura, más audaz, más adulta. Nadie reparaba en una bastarda, pero ella se fijaba en todo. Notaba lo mucho que Jon había crecido, en su cabello oscuro, de noche, acariciando su cuello, en el brillo extasiado de sus pupilas grises. Y ahora ambos eran iguales, dos niños sin padres, extraviados; ella ya no era la dama perfecta ni él el hijo ilegítimo al que despreciaba. Le miró directo a los ojos, por primera vez y se percató de lo hermosos que eran. Su rostro sombrío estaba surcado por profundas cicatrices que se fundían bajo su piel, bañadas por los tímidos rayos de un lejano sol. La guerra le había vuelto más fuerte, más valiente, pero también habían sembrado de sombras sus sueños y esperanzas, el violeta que oscurecía sus párpados lo evidenciaba. Lucía cansado, pero aún así, sonreía; por ella, para ella. Un gesto amable, cálido, la promesa de una bienvenida, de una reconciliación, el sello que finalizaría aquella guerra silenciosa que entre ellos se había desatado cuando ambos corrían, jugando, por los pasillos de Invernalia. Pero ya no eran niños, ya no se desairaban, pero ella aún no podía dar el último paso, el que la llevaría a su lado.

- Lady Alayne entonces – susurró para sus adentros, mientras sentía el peso de aquel secreto clavarse en sus entrañas. Sansa estaba terriblemente hermosa con las mejillas sonrosadas y los ojos vueltos al cielo, opacados por los trémulos copos. No sabía quién fingía ser, pero no importaba, se dijo, estaba ahí. Fuese quien fuese, siempre sería su hermana. Hermosa y brillante, cubierta con un vestido pardo de enredaderas pálidas, mechones danzando al viento, creando la ilusión de un amanecer.

- Lord Stark – murmuró ella mientras traspasaba la fortaleza que se alzaba de nuevo. Jon caminó a su lado y el silencio cayó entre ambos mientras paseaban por los recuerdos de su vida pasada.

La noche giraba sobre ellos y caía, fría e indómita, envolviendo el castillo. Ella vagaba, recorriendo las memorias que aún le quedaban. Era la sonrisa rota, el corazón de hielo, más frío que la oscuridad en la que su vida transcurría, plácida, indolente, como si no fuera ella. Avanzaba a tientas, guiada por la infancia quebrada que aún habitaba en su interior. Y las lágrimas resbalaban, cuajadas, por su piel, pequeños diamantes resplandeciendo en la oscuridad. Sobre su hombro reposaba una larga trenza que, con cada nuevo paso, se agitaba.

Las pesadillas habían asaltado sus sueños, desvelándolo. Salió de su habitación, pesadumbroso, con la reminiscencia de la zozobra aún palpitando en la sien. Ella moría en sus brazos, con la tez pintada de carmín y bermejo, los ojos claros perdidos en el cielo, fría como el acero. Había gritado, rasgando el mundo con su dolor, desgarrado su corazón, pero sólo era una fantasía tortuosa; ella estaría bien. Y allí estaba, recortada en la distancia, surgiendo de las tinieblas de las sombras, plateada, bañada por la luna.

Corrió, corrió hasta alcanzarla, hasta tenerla envuelta en sus brazos, sintiendo el frío que emanaba. La estrechó con fuerza, su corazón junto al suyo, latiendo al compás, fundiendo la escarcha y el hielo que la paralizaba, que la ataba y no le dejaba avanzar. Sus labios buscaban los suyos, desesperados, con ahínco, con deseo. Sus dedos recorrieron su rostro, borrando las lágrimas de hielo, llenándola de calor, desterrando el dolor, despertándola de aquel sueño de invierno, con su corazón bajo su mano y sus labios juntados en un primer beso.


¡Gracias por su tiempo, por leer y comentar! Espero haya sido de su agrado, de lo contrario lamento las molestias.
Última edición por ita el Vie Oct 03, 2014 6:27 pm, editado 2 veces en total
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor Sometron » Mié May 14, 2014 5:05 pm

Poco que comentar a parte de lo que ya te dije en Twitter sobre la temática y demás (?) Lo que sí veo es que los últimos párrafos —especialmente el cuarto contando desde el final— tienen demasiadas comas y se hace algo incómodo de leer, al menos a mí.
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^¡Gracias a ita y Nebula por las firmas de Railgun, Ygritte y Kurisu! n.n^

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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Dom May 18, 2014 2:09 am

Aquí un reto que me lanzaron: escribir un Sansa/Ramsay.
Es un poco parecido al anterior (una mezcla entre Thanatos y Shout&Bites), pero espero que os agrade. ¡Gracias por leer!


Please - Elí, mujer de Craster


[*]Spoiler: Tormenta de Espadas.
Relevancia: Baja.

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Dolía, dolía hasta el delirio, hasta la extenuación. Los jadeos brotaban, dispares, escapando de su boca clara. Suspiros lastimeros y lágrimas bañaban su rostro surcado de tizna, llevándose la negrura a su paso.
Era mujer e hija, las dos a la vez, desde que había nacido sabía que ese era su destino, no había escapatoria, era la única opción que tenía, como todas ellas.

Y su bebé creía, sumido en sus entrañas, ajeno a la crueldad que el mundo otorgaba. Y rezaba cada noche, perdida entre la bruma, para que fuese una niña, para que no le arrebatasen a su pequeño y lo entregasen a los dioses. Pero sus rezos eran en vano, lo sabía, pues el mundo era cruel y él acabaría por despojarla de su hijo.


Calm after storm


[*]Personajes: Sansa Stark y Ramsay Bolton.
Fanfic.

#1

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Había corrido, pero no lo suficiente. Sus pisadas se perdían en la nieve, difusas, borrosas. Sus jadeos se disipaban en el viento que azotaba su cabello, haciéndolo volar, azul contra negro.

Podía imaginarla, huyendo, perseguida por sus perras, tratando de escapar de lo inevitable. Ella le pertenecía, los dioses podían dar fe de ello, Hediondo se la había entregado; no podía irse, era de su propiedad.

Su jauría ladraba, dementes, apasionadas, entre la espesor del bosque, sobre el manto níveo que cubría el mundo, abandonándolos a su suerte. Azuzó a su montura para darles alcance, para disfrutar de su rostro vulnerable, de aquellos ojos brillantes a punto de estallar en lágrimas. El sólo recuerdo de su cuerpo le hacía enloquecer, llenando de deseo cada parte de su mente. Era cautivadora, hermosa, tan frágil, tan delicada. Su piel de porcelana se mezclaba con la nieve, pálida, casi cubriéndola, tratando de protegerla.

Sus ojos de mar le buscaban, suplicantes y orgullosas. No iba a quebrarse, no iba a doblegarse a él, a su voluntad, aunque las perras lamieran el escarlata que fluía, cálido, disipándose como la bruma en la mañana temprana. Podía sentir la sangre escapar de entre sus labios, deleitándole más, agrandado su sonrisa perversa de medio lado, haciendo resplandecer con anhelo sus pupilas de hielo. Y un miedo primitivo agitó su cuerpo, latiendo desde su corazón acelerado, loco y desesperado.

Estaba a sus pies, tirada sobre la nieve, desnuda, a su merced. Deliciosamente expuesta, con el cabello de fuego diseminado sobre el suelo, hilos de cobre que se entretejían en un fondo blanco, ininterrumpido e inmaculado, sólo bañado por pequeñas motas de un carmín intenso que brollaban de sus piernas lastimadas, rasgadas, mancilladas. Lucía tan pura olvidada bajo la nieve que dolía, con aquellos ojos infinitos fijos en él, rogando su ayuda, pidiendo en silencio terminar. Y no podía permitirlo, no debía perderla, dejarla escapar. Era suya, se lo había demostrado, lo había escrito en su piel, en cada centímetro de ella había grabado su nombre a fuego y sangre, hasta hacerla enloquecer, retorcerse entre las sábanas manchadas. Le pertenecía, en cuerpo y alma y verla sufriendo le hacía recordar los votos, las vanas promesas pronunciadas ante el arciano, cuyos ojos furiosos le habían atravesado, cuchillos en la oscuridad.

Apartó a las perras bruscamente, alejándolas de su presa, de su recompensa, mientras ladraban furiosas. Tendió su mano hacia ella y la ayudó a levantarse. Estrechó su menudo cuerpo entre sus brazos, sintiendo el frío que emanaba de su piel azulada. Su cabello acariciaba su rostro, mariposas aleteando en arrullo, delicadamente, como susurrando un secreto. Y su aliento fluía con el suyo, creando un vahó, pequeña nube pálida que el viento despejaba, haciéndolo desaparecer. Y con su corazón bajo su palma y sus ojos extraviados en aquel mar en calma, supo que algo había cambiado.

Pero las cicatrices aún siguen tatuadas en su interior, atormentándola en noches de sueños tenebrosos y grotescos. Sus gritos aún resuenan entre las paredes de Fuerte Terror, desvaneciéndose ya en el tiempo, pero persistiendo en su tormentoso lamento.


# 2

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Las risas resonaban entre los muros, canciones lejanas que, lentamente, se desvanecían, a la espera del final, de su llegada. Y su corazón latía, atronador, aleteando como un pajarillo asustado, tratando de escapar, huir de esa jaula de carne y huesos que oprimía su alma.

El corsé descansaba en el suelo, olvidado. Sobre la colcha, un recuerdo de quién había sido, blanco y gris, sombrío, su vestido de novia. Había soñado tantas veces con aquel momento y, ahora que se había vuelto realidad no era más que una triste pesadilla, el inicio de algo que temía, que la hacía palidecer y asustarse, temerosa de lo que fuese a suceder. Su mundo había colapsado, estallado en diminutos fragmentos de cristal. La pieza central de su vida desaparecía en el horizonte sin que lo pudiera evitar, desmoronándose, adentrándose en una espiral de desesperación y hielo que la aturdía, triste y desprotegida, sola.

La calidez se evanecía, dejando escarcha sobre su pálida piel. Hilos cobrizos se fundían sobre las almohadas que, tiempo atrás habían pertenecido a sus progenitores. Y ahora ella estaba desnuda, estirada en aquella misma cama que tantos secretos guardaba, que tantas palabras había silenciado, en la que tantos sueños habían muerto. Olía a humo y fuego, al recuerdo de guerras perdidas, de batallas por comenzar.

Ya no era nadie, su nombre se perdía entre la bruma, sus orígenes se difuminaban, el color de su familia borrado entre lágrimas, sal y humedad. No quedaba de ella nada, sólo unos ojos cansados de mirar, de un azul profundo, de amanecer, de esperanzas rotas y sueños partidos.

Y entonces él llegó.

Era hermosa, blanca y pura, cubierta de hebras de cobre que recorrían su piel, interminable, infinita. Toda ella era suya, le pertenecía y se lo haría saber.

Sentía su respiración entremezclarse con sus sollozos, cálido, especiado. Sus manos recorrían la inmensidad de su cuerpo, caricias frías, de acero, que arañaban, que marcaban su piel a sangre, que resbalaba, fluyendo como tinto sobre ella, escapando hacia lugares secretos. Su lengua áspera lamía el sudor que brotaba de su miedo, deslizándose por sus muslos, por sus eternas piernas de satén, oscuras como el deseo, prohibidas. Y sus gemidos se fundían son sus lágrimas que, tímidas, huían de sus ojos claros. Sus pupilas desnudaban su alma, rasgando la superficie, clavándose, retorciéndose, pedazos de hielo que helaban su sangre, haciéndola tiritar.

Quería morir. Estaba dentro de ella, tan adentro que podía sentirle azotar su interior, una y otra vez, con más fuerza, con más intensidad. Dolía, tanto como para olvidarlo todo y desear que aquél tormento cesase, aunque aquello implicase que su corazón detuviera sus latidos, no le importaba. Estaba sobre ella, a horcajadas, sacudiéndola, aferrándose de sus hombros, dejando señales, tratando de romperla, de reducirla a pedazos, de anularla, convertirla en su juguete. Iba a divertirse con ella, lo sabía; tan débil, tan sola, tan abandonada… Haría con ella lo que se le antojase hasta el hartazgo, hasta que sus ojos se volteasen para dejar de mirarle.

Cuando terminó con ella, salió de su interior y la dejó, exhausta, agotada, sobre la cama, arrebatándole la ropa y las mantas. Y, sentado en la silla, contempló, extasiado, la maravilla de su cuerpo expuesto, herido y sangrante, mientras pensaba en otras maneras de hacerla suya, de rubricar su nombre sobre su piel, para siempre.


Winter Sleep

[*]Personajes: Sansa Stark y Jon Nieve.
Fanfic.

(Will you hold me now my frozen heart?)


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La nieve caía, revoloteando, perezosa, en el aire, fundiéndose sobre la calidez de su piel. Tras de sí podía sentir los oscuros muros besados por las llamas, alzándose de nuevo, con orgullo, la fortaleza de sus ancestros, el recuerdo de su hogar. El castillo había sido reducido a cenizas y polvo, presa de un fuego devastador y terco que había consumido su infancia, a su familia. Menos a ella.

Sus ojos pálidos le miraban, los sentía en lo profundo de sus pupilas grises. Su cabello se perdía al viento, danzando, desordenado, llenando ese vasto mundo blanco de color, de un cobrizo brillante, resplandeciendo al sol.
Se había convertido en una doncella alta y hermosa. Ya no quedaba nada de la niña que había partido hacia lo desconocido, hacia un mundo lleno de vida, de magia, de amor y pureza, de sueños vibrantes e inocencia. Distante y dolorosa, como si hubiera muerto, le miraba con timidez, recatada, lejana como si no le conociera. Sus labios sonreían pero sus ojos no brillaban como antaño, con ese azul prístino capaz de opacar al mismo mar. La muchacha que se alzaba frente suyo era un desvaído recuerdo de quien su hermana era, pero pese a cambiar su nombre la reconocía, jamás olvidaría el color de aquellos ojos, aquel mirar que vagaba por los confines del infinito, en los que podía navegar hasta convertirse en náufrago, ahogado y perdido. Aunque disimulara, era su hermana, la única que tenía, la última que le quedaba.

Se había presentado como Lady Alayne Stone, hija bastarda del Lord Protector del Valle, arrodillándose ante él, dejando señales en el manto níveo que cubría la tierra. Y durante unos instantes le miró, no con fría cortesía, sino con curiosidad, divertida, para luego llenar sus mejillas de rosa y blanco. Había soñado con aquel momento, el reencuentro con ella, en su mente lo había recreado, en las frías horas de guardias, en la soledad de su cuarto, evocaba su rostro claro, sus ojos de cobalto, su piel cálida, sus labios prohibidos, le daba calor y fuerza, energía para continuar en esa desesperante vida vacía que había dejado al marcharse, al elegir separarse de su lado. Por ella había hecho del negro su vida. Y volvía a verla, a saborear el dulce aroma que desprendía su cuerpo, la calidez del hogar perdido. Ella era todo lo que anhelaba, el único consuelo que tenía, la luz que disipaba la oscuridad que se cernía sobre él, pero también era el delicioso peligro que amenazaba con torturarle, convertir su existencia en una lenta agonía, veneno de caramelo que le llevaría a la extenuación.

*********


Alayne la protegía, siendo ella se sentía segura, más audaz, más adulta. Nadie reparaba en una bastarda, pero ella se fijaba en todo. Notaba lo mucho que Jon había crecido, en su cabello oscuro, de noche, acariciando su cuello, en el brillo extasiado de sus pupilas grises. Y ahora ambos eran iguales, dos niños sin padres, extraviados; ella ya no era la dama perfecta ni él el hijo ilegítimo al que despreciaba. Le miró directo a los ojos, por primera vez y se percató de lo hermosos que eran. Su rostro sombrío estaba surcado por profundas cicatrices que se fundían bajo su piel, bañadas por los tímidos rayos de un lejano sol. La guerra le había vuelto más fuerte, más valiente, pero también habían sembrado de sombras sus sueños y esperanzas, el violeta que oscurecía sus párpados lo evidenciaba. Lucía cansado, pero aún así, sonreía; por ella, para ella. Un gesto amable, cálido, la promesa de una bienvenida, de una reconciliación, el sello que finalizaría aquella guerra silenciosa que entre ellos se había desatado cuando ambos corrían, jugando, por los pasillos de Invernalia. Pero ya no eran niños, ya no se desairaban, pero ella aún no podía dar el último paso, el que la llevaría a su lado.

- Lady Alayne entonces – susurró para sus adentros, mientras sentía el peso de aquel secreto clavarse en sus entrañas. Sansa estaba terriblemente hermosa con las mejillas sonrosadas y los ojos vueltos al cielo, opacados por los trémulos copos. No sabía quién fingía ser, pero no importaba, se dijo, estaba ahí. Fuese quien fuese, siempre sería su hermana. Hermosa y brillante, cubierta con un vestido pardo de enredaderas pálidas, mechones danzando al viento, creando la ilusión de un amanecer.

- Lord Stark – murmuró ella mientras traspasaba la fortaleza que se alzaba de nuevo. Jon caminó a su lado y el silencio cayó entre ambos mientras paseaban por los recuerdos de su vida pasada.

La noche giraba sobre ellos y caía, fría e indómita, envolviendo el castillo. Ella vagaba, recorriendo las memorias que aún le quedaban. Era la sonrisa rota, el corazón de hielo, más frío que la oscuridad en la que su vida transcurría, plácida, indolente, como si no fuera ella. Avanzaba a tientas, guiada por la infancia quebrada que aún habitaba en su interior. Y las lágrimas resbalaban, cuajadas, por su piel, pequeños diamantes resplandeciendo en la oscuridad. Sobre su hombro reposaba una larga trenza que, con cada nuevo paso, se agitaba.

Las pesadillas habían asaltado sus sueños, desvelándolo. Salió de su habitación, pesadumbroso, con la reminiscencia de la zozobra aún palpitando en la sien. Ella moría en sus brazos, con la tez pintada de carmín y bermejo, los ojos claros perdidos en el cielo, fría como el acero. Había gritado, rasgando el mundo con su dolor, desgarrado su corazón, pero sólo era una fantasía tortuosa; ella estaría bien. Y allí estaba, recortada en la distancia, surgiendo de las tinieblas de las sombras, plateada, bañada por la luna.

Corrió, corrió hasta alcanzarla, hasta tenerla envuelta en sus brazos, sintiendo el frío que emanaba. La estrechó con fuerza, su corazón junto al suyo, latiendo al compás, fundiendo la escarcha y el hielo que la paralizaba, que la ataba y no le dejaba avanzar. Sus labios buscaban los suyos, desesperados, con ahínco, con deseo. Sus dedos recorrieron su rostro, borrando las lágrimas de hielo, llenándola de calor, desterrando el dolor, despertándola de aquel sueño de invierno, con su corazón bajo su mano y sus labios juntados en un primer beso.


Este es un reto en el cual elegí una lista a partir de la cual se debe construir los relatos. Consta de: soberbia, vino y Lanza del Sol. Espero que sea de vuestro agrado y el texto cumpla con los requisitos del reto. ¡Gracias por leer!

Under Dorne's Sun


Spoiler: Tormenta de Espadas / Festín de Cuervos.
Personajes: Oberyn Martell, Ellaria Arena, Arianne Martell.
Relevancia: Muy Alta.

Soberbia: Revenge.
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- ¡Elia! ¡Di su nombre! - la voz retronaba, poderosa, llena de rabia, rasgando el cielo. La lanza doblaba el aire, veloz, feroz, mientras él danzaba a su alrededor, combinando estocadas y pasos, escenificando el baile de la muerte. Era mortífero, letal, la serpiente oculta en la arena, presta a atacar. El sol rescataba destellos de su coraza de bronce, su emblema sobre el corazón.

Llevaba años esperando aquél momento, oír su confesión, poder tomar venganza por todo el daño que le habían hecho, por todas las traiciones que quedaban por confesar. Y haría que todos lo oyeran, que sus crímenes se grabasen a fuego, que pagara por ellos. Y después la lenta agonía para llevarle a suplicar, como lo había hecho su hermana querida. Le haría recitar su nombre, que lo gritase frente a toda la corte. Después le mataría, poniendo fin a su sufrimiento, aunque no lo merecía.

Sabía que ganaría; era el mejor, nadie le igualaba con el manejo de la alabarda, era letal, peligroso, certero. La punta iba a donde él quería, sin fallar. El orgullo se filtraba en sus ojos, brillantes de deseo, ansiosos. Sus pasos le acercaban al enemigo, mordía su piel y retrocedía, danzando, con agilidad felina. Y la sonrisa acudía a su rostro al penar en el final, cuando la Montaña durmiese a sus pies, exhalando con un último suspiro sus propios pecados, recitando el nombre de su Elia, a quien había matado y violado, y de su pequeño hijo, a quien había agarrado con aquellas manos inhumanas para darle muerte contra la pared. Y, después, el resto: Lord Tywin, quien había ordenado las muertes, la reina regente, hasta el último Lannister, hasta eliminar de la faz del mundo aquel apellido despreciable.

Sí, no podía perder; el honor de su familia estaba en juego. Rió con presunción, con la arrogancia de quien se sabe vencedor, mientras domaba a la bestia contra la que competía. El acero había lamido su piel, el veneno ya fluía por sus venas, adormeciendo sus sentidos, mermando sus fuerzas, ya estaba cerca, unos movimientos más y todo terminaría.

- La violaste. La asesinaste. Mataste a sus hijos – siseó bajo la mirada furiosa de su oponente. Bajo sus pies el suelo temblaba con su peso.

- ¿Has venido a charlar? - recriminó, y sus palabras restallaron en su cabeza.

- No, he venido a hacer que confieses – y de nuevo aquella sonrisa fanfarrona, que no podía ocultar, porque estaba seguro de su victoria.

El tiempo pasaba, entre estocadas y giros; el entrechocar del acero componía canciones que luego los bardos cantarían. El príncipe se deslizaba, silencioso, mortífero, la Montaña respondía con su mandoble, girando pesadamente a un lado, descargando su peso, haciendo estremecer el estrado. Y el baile proseguía, lento, ominoso, espectáculo dantesco del rechinar de las armas, del sudor de sus frentes.

Su enemigo estaba cubierto de sangre, grotesco y cruel, pero no le importaba, él era el sol de Dorne, ninguna montaña lograría aplastarle. Con habilidad e ingenio logró que trastabillase. Y su emblema brilló tanto que cegó a su contrario, momento en el que clavó su lanza, profunda, penetrando la piel, hasta resquebrajar el hueso. Y siguió atacando, asestando golpes fieros, girando con su alabarda en alto, gritando el nombre de su hermana, instándole a la confesión.

- ¡Di su nombre! - exigió, con el mandoble entre sus manos, alzado sobre su pecho caído. Y sus brazos se enroscaron en su torso, yedras crueles que le acercaban a su rostro.

- Elia de Dorne. - replicó en un susurro quedo.- Yo maté a esa mocosa llorosa. - y sus dedos se clavaron en los ojos negros brillantes de miedo. -. Fue después que la violé. - su puño destrozó los dientes del príncipe, llenando el suelo de sangre y dolor -. Y al final le reventé la puta cabeza. Así.

Y el grito desgarrador de Ellaria Arena fue lo último que oyó.


Vino: Justice.


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La calavera sonreía, contemplando desde las alturas el banquete, escuchando las palabras susurradas, presidiendo el evento. Grande y blanca, las cuencas vacías, inexpresivas, y aquella sonrisa perversa que en vida nadie logró atisbar.

El vino era fuerte, amargo y potente, del mismo rojo que el deseo. Su sabor evocaba besos perdidos, robados al tiempo. En sus labios el tinto se mezclaba con la sal que resbalaba por sus mejillas, endulzando la sensación de tristeza que paladeaba en su boca, cosquilleando en su interior.

Sus ojos lucían cansados, desvaídos. Sus ojos de gato palidecían, perdiendo su brillo, su fuego, la pasión que antaño emanaba de ellos cada vez que su mirada encontraba la suya, cómplice, silenciosa, llena de ternura y amor. Pero sus ojos oscuros se habían apagado frente a ella, estallando en diminutos fragmentos de rubí que habían bañado su rostro pardo, manchándola con la deshonra, la desolación.

Y frente a ella, grande y grotesca, la cabeza del asesino de su amante, descansaba solitaria y sonriente. La justicia se había hecho, aunque hubiese pagado un precio muy elevado.

Bebió otro sorbo de ese vino especiado de Dorne, con el regusto de las lágrimas aún inundando su paladar. Miró a los comensales desde su lugar de honor, cerca de Doran Martell. Todos escudriñaban aquel incómodo invitado blanco, hecho de hueso y pintado de cal, lanzaban miradas curiosas, acusadoras, furiosas, entre bocados y comentarios. Planeaban venganza, deseaban la guerra, los comentarios llegaban a ella, sumida en su pesar.

Y ahora su propia familia hablaba de aquello; venganza por su padre, justicia para su tía. Querían sangrar Poniente, rajarlo por la mitad para dejar expuestos los huesos que lo formaban. Deseaban la guerra, que la sangre volviera a correr por su tierra, cálida y seca, traer más muerte y sufrimiento, lágrimas en los ojos de las mujeres, adornar cada salón con cráneos pálidos de sonrisas perturbadas.

Oberyn sólo quería vengar a Elia, no llevar la guerra hasta Dorne. Y ya no quedaban enemigos para batir, a nadie a quien culpar. Y sólo quería que todo aquello acabara, enterrar su hermoso rostro entre las manos y llorar, porque él ya no estaba a su lado y ninguna calavera la consolaría ni le devolvería el brillo a sus ojos. Para Ellaria la justicia se había servido aunque no lograse consolar a su corazón quebrado, desconsolado; había visto su última sonrisa pintar su rostro de alegría justo antes de estallar. Y aquello jamás lo olvidaría, ni mil cabezas se lo harían olvidar.


Lanza del Sol: Fire&Blood


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El calor sofocante de la ciudad llegaba hasta ella. Desde las alturas podía contemplar la maraña de callejuelas que se extendían por toda Lanza del Sol, un mar de arena y adoquines, de colores de tierra. Incluso el olor inundaba sus fosas nasales, olía a azufre y guindilla, a especies, a picante, al sabor del sol abrasando su lengua.

En Dorne la tierra era cálida, y su gente emanaba pasión; se decía que las mujeres eran lujuriosas y los hombres vengativos, que se escondían tras la arena y atacaban a traición, aunque no era del todo verdad. Sí que era cierto que las mujeres gozaban de más libertad que en otros lugares, y que eran mucho más abiertas; el calor las hacía vestir de sedas tan transparentes que sus pieles podían verse, no les importaba exponerse, no se reprimían y podían gobernar. Pero sólo dentro de sus fronteras, donde la ley dorniense imperaba.

Y era por ello que estaba enjaulada en una torre de marfil y plata, tan alta que podía acariciar la luna desde la ventana. Había quebrantado la lealtad buscando justicia, planeando la venganza, y sólo había logrado ser encerrada. La muerte de su hermoso caballero blanco planeaba sobre su conciencia, a veces dolía el recuerdo de sus suaves labios inexpertos. También le apenaba recordad cómo la sangre brollaba del bonito rostro de la princesa dorada, cómo sus ojos claros, del mismo color de la hierba, se llenaban de tiernas lágrimas. Pero, sobre todo, lo que más le dolía era la traición. Alguien había confesado y, por ello, ahora estaba en aquella situación, pensando en sus amigos, desterrados, condenados ya para siempre.

No le importaba tanto su destino, era una Martell, pero no la dejaban hablar. Los días se sucedían, todos iguales, del mismo modo en que empezaban se consumían, sin que ella supiera nada, sin que pudiera escapar, huir y enfrentarse a su suerte, poder hablar con su padre, explicarle la verdad, que sus amigos habían actuado por el amor que le tenían, por cariño y aprecio, lealtad. Quería suplicar el perdón para aquellos a los que tanto estimaba, pero ni aquello se le permitía hacer. Podía dedicar su tiempo ociosamente, la lavaban y le daban de comer. Pero el silencio en que la tenían sumida la mataba, era más ponzoñoso que el veneno, le hacía sentir perdida, aislada. Y cada hora era un tormento, un instante más en vilo, esperando el momento en que la condena fuese sentenciada y la librasen de ese sufrimiento.

No sabía cuánto tiempo había sucedido cuando voló de nuevo. Corrió por las escaleras, sintiendo el calor del viento. Y por primera vez se enfrentó a su padre. Le arrojó todo aquello que su corazón albergaba, dando rienda a su indignación, ignorando lo mucho que su padre había velado por ella, lo mucho que significaba, lo importante que era. Había tenido que humillarle para darse cuenta de la verdad que tanto tiempo llevaba enterrada.

Y se lo había prometido, la venganza llegaría, se haría por fin justicia. Por sangre y fuego.


¡Gracias por leer y comentar!
Última edición por ita el Vie Oct 03, 2014 6:31 pm, editado 2 veces en total
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Re: Canción de Hielo y Fuego

Notapor ita » Vie Jun 27, 2014 3:43 am

Nuevo reto, esta vez sobre parejas no consolidadas. Elegí Ned Stark/Ashara Dayne.
Espero que sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias. ¡Gracias por leer!

A little pain.


[*]Personaje: Eddark Stark y Ashara Dayne.
Fanfic.

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Su mundo estaba lleno de ella; de sus ojos hechiceros, de un violeta infinito, de su piel de plata bajo la luna, de sus labios de fresa, de su cabello oscuro, del deseo que emanaba de su ser, que embriagaba y que le hacía enloquecer.

La melancolía se disipaba cuando ella estaba cerca y sus pupilas se iluminaban, como plata fundida, derramándose sobre aquel cuerpo de dama perfecta, de calidez desconocida, hacía brotar sonrisas en aquella boca regia y seca. Y el mundo vibraba cuando ella se movía.

Alta y esbelta se alzaba a la deriva, a la espera de que él la viera. Sus pasos les acercaban pero las palabras no fluían; con la mirada oculta se contemplaban en un silencio que caía sobre una noche brillante. La música se apagaba, callándose a su vereda, ajenos.

Ella no bailaba y él no se lo pedía; el lobo solitario y silencioso, la doncella de Campoestrella. Sus ojos se buscaban y huían, se escondían entre la multitud, escapando de la vergüenza de ser descubiertos, temerosos de reconocer la verdad.
De regreso a sus aposentos su hermano se había burlado de ellos y, entre risas sinceras y camaradería casi olvidada le explicó cosas que a él se le escapaban, demasiado honor latiendo en su corazón como para atreverse a mancillarla. Y las carcajadas se desvanecían, dejando tras de sí un sabor dulce, de ánimos, de seguridad, porque Brandon confiaba en él y le apoyaba.

Y a la noche siguiente, bailaron. Y, más tarde, siguieron bailando ocultos entre sábanas abandonadas. Entre las sombras su piel brillaba, surcada por perlas saladas que resbalaban y caían, extraviadas entre el deseo de sus cuerpos. Entre besos se mecían, suspiros escapaban de sus labios sellados, extasiados por ese amor que nacía, que les arrullaba.
Desnuda se recostaba sobre su pecho; parecía imposible no amarla, medio adormilada, sus brazos enredados en su cintura, su cabello esparcido, acariciando su piel como un leve aleteo, mil mariposas sobre él.

La había deshonrado, arrebatado su doncellez; la prenda más preciada. No había nada que hacer, la había humillado, resquebrajado las normas. Y dolía recordar la calidez que emanaba de ella, el éxtasis de poseerla, de sentirla suya, de abrazarla por un instante y abandonarse al placer. Había despedazado su honor, el orgullo de su casa, le había arrebatado su virtud, su doncellez. Y amaneció con la vergüenza pintando su rostro y pesar en su corazón.

Enredada entre sábanas recordaba el último beso que sobre su piel caía, dulce y suave. En sus ojos aún brillaban las llamas del deseo, hogueras en brasas, cenizas que al viento volaban. Las palabras morían exhaladas en silencios hoscos llenos de ternura, luchando por alcanzarla, para que le oyera. Pero tampoco las necesitaban, pues sus cuerpos decían lo que ellos callaban.

Amparado por la pálida luz del albor recorrió los terrenos, sorteando carpas descoloridas bajo el velo del lejano sol. El ronroneo de los sueños poblaba aquella calma clara. El viento ondeaba los estandartes que trataban de rozar el cielo. A su mente acudían imágenes que teñían de borgoña sus mejillas y que emborronaban su pensamiento, como veneno discurriendo por sus venas para enturbiar la realidad, haciéndola desaparecer. Ya no había tiendas acampadas, sólo estaba ella, tan perfecta, infinita y el deseo corroyéndolo, atraiéndolo de nuevo a su cuerpo, al sabor de su piel. Sólo había una cosa que podía hacer para reparar su error, para poder perderse entre sus curvas suaves, delirantes, sin sentir esa opresión, esa culpabilidad que acabaría por matarlo. Quería tenerla, cada día, siempre, remendar las heridas causadas, devolverle la honra; lo juraba por su honor de Stark.
Última edición por ita el Vie Oct 03, 2014 6:32 pm, editado 1 vez en total
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