Shadowhunters Tales

Relatos

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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Jue Jun 04, 2015 11:24 pm

Aquí dejo un relato Wessastairs. ¡Espero que sea de vuestro agrado! Como siempre, todo comentario es bien recibido.
¡Gracias por leer!

Little things


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El sol se derramaba sobre la palidez que bañaba su piel clara, los ojos entrecerrados, luchando entre el sueño y el deber; las sábanas enredadas, aferrando su cuerpo, amarrándolo a ella, de vuelta a su pecho ligeramente insinuado bajo la seda y los lazos. Sus brazos la buscaban a tientas, la calidez que emanaba de cada parte de ella; sus labios inquietos se torcían en el deseo de besarla de nuevo, de besarla para siempre, sellando sus bocas en ese pequeño gesto de amor. Su figura se desdibujaba, enterrada entre mantas y oscuridad, pero él podía verla, trazar con los ojos vueltos su perfil, recorrer la calidez que emanaba de ella, de ese extraño amor que ambos compartían, que no tenía medida ni final, que no se podía comparar porque era único en su maravilla, especial. La contempló revolverse ligeramente en sueños, volteándose, huyendo de los primerizos rayos de sol que luchaban por filtrarse y llegar a ella, despertarla de la placidez en la que se envolvía.

Esos eran instantes felices, momentos en los que podía olvidarse de todo y sentir la dicha de tenerla, de amanecer junto a ella, de tocarla y sentirla suya, de compartir todo el amor que ambos se entregaban. Pero, aún la felicidad desbordante que Tessa le producía, poder estar con ella le había arrebatado a su mejor amigo, a quien le había robado la vida que se había construido.

Jem era el reflejo en el que se veía, sus ojos de plata fundida le decían la verdad; él había sido su mayor pecado, él había sido la única persona que había dejado que le quisiera, a la que había querido en mucho tiempo. Había agrietado el muro con el que se defendía, hasta acariciar su corazón, hasta volverle vulnerable; y no le importaba. Por él lo habría dado todo. Por él se habría sacrificado, no importaba el precio; por él había luchado por ser mejor, por ser digno de estar a su lado, poder salvarle. Pero al final le había perdido; lo mejor que tenía se había marchitado entre sus manos, polvo y olvido, cenizas para llenar su boca de sombras y dolor. Y, a cambio de todo lo bueno que él le había dado, él sólo le había podido ofrecer traición. Porque había deseado a la misma mujer que él había amado, porque había sufrido por culpa de ese amor que ambos compartían y que no podía tener. Porque había soñado que Tessa le quería, que le elegía a él en lugar de aquel con quien se había prometido, a quien de verdad amaba. Había deseado poder tenerla tan desesperadamente que sólo las noches conocían su sufrimiento, la agonía de sentirse dividido, de darse a dos personas a las que, invariablemente, defraudaría.

Jem había entregado su vida para que ambos pudieran ser libres de quererse, de había sacrificado, luchando contra su propia voluntad, contra la propia muerte que había ido a recogerle y a quien ansiaba entregarse. Si Jem hubiera muerto, quizás sería peor, si es que peor podía ser ese sentimiento perenne que se había instalado, frío e inhóspito, en un recóndito lugar de su corazón. Sabía que estaba bien, pero en lo más hondo, cuando no le veía el lugar donde ambos habían firmado su amistad para siempre se sentía vacío; donde antes latía con su vida otra vida igual ahora su pecho se agitaba a solas. Tenía a Tessa, gracias al ángel que no se había ido, pero aun así era como vivir con el corazón dividido, unido por una franja glacial que sólo se derretía a su lado, cuando ella sonreía, cuando le tocaba, cuando la veía perdida entre páginas. Pero la otra parte añoraba a su Parabatai con tanta fuerza que se podía romper; las notas distantes del violín, sus ojos brillantes, como ascuas bailando sobre plata, las risas que habían compartido, su destino entretejido que sólo la muerte podría separar. Y, por unos días, creyó que le había perdido. Su runa había llorado sangre y humo mientras Jem se volvía un desconocido incluso para sí mismo, convirtiéndose en algo distinto, algo que aún no lograba entender. La agonía de la separación le había llevado a la locura, a un acto que no tenía perdón y del que no se arrepentía. Las estrellas serían para siempre testigos de lo que en aquella noche había acontecido, del dolor que ambos habían compartido, de la certeza de que, pronto, todos morirían y de que ya nada tenía sentido.

Y, aunque él les había bendecido, seguía sintiéndose incorrecto, como si robase esos momentos a otra persona, alguien que sí merecía todo ese amor que Tessa tenía. Pero ahí estaba, sentado a su lado, su cabello revuelto bajo la palma de su mano, sus labios surcando su piel, buscando los suyos, piel contra piel, tan íntimo como la runa que una vez le permitió compartir la vida más hermosa que jamás había conocido, aquella que para siempre pertenecería a Jem, a su mejor amigo, la tercera alma que le completaba y le hacía ser más fuerte, más valiente, mejor.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Jue Jun 04, 2015 11:39 pm

Wessastairs *^*

Me he dado cuenta que empiezo todos mis mensajes con "nombre x *^*" xD.

Me ha encantado. Pobrecito Will, nunca se permite ser feliz ): . Cuando llegue The Last Hours creo que voy a morir de exceso de feels.

Sigue escribiendo, y que Hodge y Meñique te protejan~
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Jue Jun 11, 2015 12:44 am

Aquí dejo un nuevo relato. Forma parte del reto "Academia de ShadowHunters", que tenía que ser protagonizada por un alumno. En este caso se trata de Mathew Fairchild. Espero que os guste, de lo contrario, lamento las molestias.
Como siempre, los personajes son propiedad intelectual de Cassandra Clare; el fanart es de Cassandra Jean. Espero sea de vuestro agrado.
¡Gracias por leer!


Great Expectations

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"All art is quite useless”
[Oscar Wilde]


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Ya desde el camino se adivinaba el perfil del edificio; se bosquejaban ladrillos tristes superpuestos, tapizando toda la estructura de un tedioso color gris, monótono y aburrido, una estructura que se alzaba entre colinas pardas y prados olvidados. Vigilante, casi rozando el cielo desde su altura inconmensurable, sonreía un ángel de cristal, guardián de todos los secretos oscuros que ahí dentro acontecían, de cómo la beldad se perdía entre esa violencia que tanto detestaba, entre el sombrío devenir de los nefilims que ahí iban a entrenar.

Conforme más se acercaba, más detalles se dejaban ver y más horrorizado estaba. Era como si al mundo le hubieran arrebatado todo su esplendor; una cárcel donde moría el buen gusto y toda la belleza se marchitaba, apresada entre grises y sombras. Ahí era donde él fallecería pronto, si nadie le rescataba, rodeado por esos aburridos chicos con los que tendría que compartir cada día. Ya no habría luz y color en su vida, sólo tediosa mediocridad, lejos de los destellos y las fiestas, del buen gusto que él destilaba, del que se hacía rodear. Lejos de su padre, de toda la realidad que realmente apreciaba, del hogar que tanto iba a añorar.

Los cálidos rayos de sol derretían el dorado de su cabello, derramando sobre él la dulzura de una tenue mañana recién estrenada. El otoño de su vida se fundía con las hojas castañas que caían, pintando el verdor de los campos de naranja y fuego; el último atisbo de belleza; la antesala de las crónicas de una muerte anunciada.

Sólo quería irse a casa, hacerles dar media vuelta a los caballos y regresar con su padre, a su lugar. Nunca había deseado algo con tanta intensidad pero, aun así, ahí estaba, a medio camino de la nada, en el lugar más recóndito que alguien jamás pudiera imaginar. Y pronto su vida no sería más que una adaptación barata de una de las peores obras de Oscar Wilde si no hacía nada para remediarlo, para evitar que tal aberración pasara.

Al llegar, pero, compuso su mejor sonrisa mientras se acercaba a sus nuevos compañeros; ellos también parecían tan fuera de lugar como el resto de recién llegados, uno al lado del otro, los primos Lightwood. Thomas miraba, avergonzadamente aburrido, el suelo, mientras que Christopher tenía la mirada soñadora perdida en la distancia. A veces se preguntaba qué veían esos ojos capaces de capturar una realidad lejana, siempre pensando en algún invento o en algo que explotar; era igual que su padre, su sombra, el legado que su sangre le había negado. Les envidiaba, pues ellos podían capturar el alma de las cosas y crear, hacer el mundo más fácil para aquellos que se dedicaban a matar demonios. Él, por mucho que pretendiera o se esforzara, luchar era lo único que podía hacer, la única certeza que tenía de su vida apesadumbrada, y se avergonzaba de aquello; despreciaba esa sangre angelical que le distanciaba de ese otro mundo que tanto amaba, de las letras que componían las palabras de amor jamás contadas, de todas las cosas que eran hermosas y podían ser pintadas, de las representaciones que dejaban sus ojos castaños sin lágrimas. Ese era el mundo al que desearía pertenecer, el que tenía vetado porque por sus venas corría un poder diferente, la capacidad de ver más allá de los límites, la oscura realidad que les acechaba, la que tenían que luchar y combatir.

Su interés se vio súbitamente incrementado cuando una voz reconoció sus palabras. No podía creer que hubiera alguien más en esa academia para soldados que apreciara la belleza de Oscar Wilde, pero ahí estaba James para sorprenderle, para alegrarle un poco la tristeza de esa nueva vida que ya se bosquejaba en el horizonte. Quizás no fuera tan horrible como esperaba. Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió esperanzas en que la vida fuera un poco mejor, a encontrar alguien con quien compartir las horas hablando de sus sueños o del fluir de las cosas bellas. Quizás ese fuera James. O quizás sólo estaba terriblemente equivocado.


¡Gracias por leer! Y, como siempre, cualquier crítica es bien recibida.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Dom Sep 20, 2015 2:27 pm

Aquí traigo un nuevo relato (después de bastante tiempo). Participa en el reto OTPs y, como siempre, todos los personajes y situaciones son propiedad intelectual de Cassandra Clare. El maravilloso fanart es de Cassandra Jean. Espero que os guste y, si es así (y si no también), dejéis un comentario. ¡Gracias por leer!

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Little White Lies

“El amor, el amor verdadero es ser visto. Ser conocido. Reconocer las partes feas de alguien y, aun así, amarlas. […] Como crear un universo entero sólo para los dos. Sois los dioses en vuestro propio mundo.” [The Evil We Love – Tales 5, Tales from the Shadow hunter Academy, Cassandra Clare].


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El mundo estaba sumido en una eterna primavera. El sol enrojecía en el infinito, languideciendo mientras moría en el occidente. A lo lejos el horizonte se confundía con el azul de sus ojos, mientras que el dorado de su cabello seguía ensombrecido en lo alto.

Con él a su lado lo tenía todo, incluso si el cielo se abriese ante ellos para dar paso a la oscuridad, sería feliz de morir junto a Robert. Llevaba mucho tiempo amándolo en silencio, enterrando los sentimientos, muy adentro de su corazón, donde nadie pudiera verlos, donde nadie los pudiera encontrar por error. Pero ya no lo podía controlar; atisbos de su afecto por él se asomaban a sus ojos cuando le miraba distraído, la sonrisa afloraba cuando su voz rozaba su oído y no podía contener las ganas de acariciar con sus labios su boca, de olvidar que todo aquello estaba prohibido, romper las barreras que alguna vez se habían establecido.

Lo había intentado ese día en el bosque, justo antes de que las cosas cambiasen para siempre, antes de que la sombra de la certeza se asentase en Robert, antes de que Valentine terminara de poseer sus opiniones, su criterio, volviéndolo casi un muñeco en sus manos, atado para siempre.

Habían estado hablando de amor y, por primera vez en mucho tiempo sus palabras habían sido sinceras; había puesto todo lo que tenía con la vana esperanza de que, quizás, él lo viera, lo lograse comprender. Entonces Robert le miró como si eso significase algo más, algo profundo, piezas encajando en su corazón, como si, tal vez, él también pudiera corresponderle, compartir ese amor a medias. Pero un instante después el valor y el coraje se perdieron entre el susurro del viento, entre las plácidas hojas que revoloteaban bajo la luna a su alrededor. Simplemente no lo podía hacer, porque sus ojos oscurecían y tenía miedo, porque era noche oscura y el amor necesita calor para florecer, para salir adelante. Y la expresión de alivio que mostró Robert le hizo saber que había tomado el camino correcto, que era mejor el silencio que soportar su odio, su desprecio. Y después de aquella noche nada había vuelto a ser igual; después de lo que fuera que hiciera con Valentine y esos hombres lobos…

Todo era diferente, sutil pero palpable. Lo podía notar en la manera en que Robert esquivaba mirarle, ocultándole algo cuando antes sólo había honestidad. Parecía nervioso, tan esquivo como si huyera del pasado, de una mala experiencia. Y Valentine parecía poseerle más cada día. A menudo se preguntaba qué estaba sucediendo, por qué Robert se estaba entregando casi por completo al Círculo, a una causa en la que, hasta entonces, apenas había mostrado gran interés. Ni los subterráneos ni los Acuerdos obsoletos ni la corrupción de la Clave le decían nada; tal vez sólo querían formar parte de algo más grande, quizás sólo estaban equivocados, posiblemente todo aquello no era más que un error, las fantasías de unos adolescentes fanáticos con ansias de probarse ante el mundo. Y pronto, de ellos, de su unión, no quedaría nada cuando el Círculo finalmente se separase. Entonces volverían a ser sólo ellos dos, Michael y Robert, como siempre había sido, como siempre esperaba que fuera.

Michael estaba actuando raro. No es que su comportamiento habitual fuera exactamente corriente (era un Wayland, ellos no eran normales), pero más extraño de lo habitual y eso le hacía pensar que pasaba algo. Le había preguntado por lo que había sucedido aquella noche, tan lejana en su memoria como presente sobre su piel, que aún guardaba la aspereza de su primera mentira, el peso de un secreto que no podía revelarse, de cómo había unido su vida a la de Valentine para descargarse de su propia conciencia. Y no se lo podía contar a Michael, a su parabatai y mejor amigo, porque lo había jurado por el ángel y eso, para él, era sagrado. Lo peor era que Michael podía leer su alma y sabía que estaba mintiendo y se lo estaba diciendo. Y Michael… había tristeza en su voz, pero también la promesa de un adiós; era más de lo que Robert podía soportar; siempre habían estado unidos, había sido su primer amigo, el único en tenderle la mano, el que había estado a su lado, devolviéndole la diversión a la vida, haciéndole brillar, ser mejor. Y le estaba mintiendo, ambos lo estaban haciendo y sabía que su amistad no podría soportar aquello. Podía sentir su corazón galopando en su pecho, tan fuerte que dolía, tan intenso que el ruido del bosque no lo podía opacar.

“- ¿Y tengo que suponer que tú nunca me has mentido? – fue un disparo, una flecha directa para devolverle el daño, para hacerle sentir el pánico que se estaba apoderando de su cabeza. Porque sabía que él también le estaba ocultando algo, algo que no se atrevía a decirle pero que todo el mundo conocía. Y saberlo por otros se sentía sucio, traicionero, como si no confiara en él, quien era más que un hermano.

- Te miento cada día – y no, no fue un corte profundo, fueron miles de puñaladas directas a su corazón. No era una sola mentira, eran miles, a cada segundo… no se trataba entonces de una chica, de que no se atreviera a confesarle a él que la amaba (por miedo a las burlas, seguramente, había pensado), sino algo profundo y venenoso, algo tan denso y oscuro que no podía ser dicho. Algo inmenso. Algo tan terrible que, quizás lo mejor fuera olvidarlo. O quizás sólo lo estaba provocando; Michael podía ser así, después de tanto tiempo aún era capaz de sorprenderle, de pillarle desprevenido. Sí, pensó suspirando, debía ser eso. Lo deseaba de todo corazón.

Se detuvo y se volteó hacia Michael, incrédulo.

- Si intentas asustarme para que te diga algo... – comentó Robert deseando que fuera cierto.

- No estoy intentando asustarte. Sólo... Sólo intento decirte la verdad. Finalmente. Y sé que me estás ocultando algo, algo importante. – le atajó. Y no lo decía para forzarle a hablar, sino como un hecho, una simple exposición de la verdad. Una verdad que quería borrar de su mente, dejar atrás, entre los sueños y el olvido.

- No es cierto - Robert siguió insistiendo, obcecado. No podía hacerle cargar con el peso de sus secretos, de su debilidad, del hecho que tenía miedo, contantemente, y que, con su silencio, Valentine le podría salvar.

- Lo haces - dijo Michael – y duele. Y si me duele a mí de este modo…, entonces no puedo imaginar...– se detuvo, tomando una bocanada de aire, obligándose a continuar –, no podría soportarlo…, si te hubiera herido así durante todos estos años. Aunque ni tú ni yo lo supiéramos…

- Michael, nada de todo esto tiene sentido – dijo, con el miedo pintando su voz.

Entonces alcanzaron un leño caído medio enterrado en la maleza del bosque, cubierto de musgo, en el que Michael se sentó, viéndose repentinamente agotado; como si hubiera envejecido cientos de años en un minuto. Robert se dejó caer junto a él y le puso una mano en su hombro, apoyándolo, reconfortándolo.

- ¿De qué se trata? – le golpeó cariñosamente la cabeza, intentando sonreír, intentando convencerse de que sólo se trataba de Michael siendo él mismo. Extraño e intrascendente, alocado e inocente – ¿Qué hay en ese majadero al que te obcecas en llamar cabeza?

Michael ocultó su rostro entre las sombras. Se veía tan vulnerable, tan desnudo y expuesto que Robert no podía soportarlo.

- Estoy enamorado - susurró Michael. Y Robert rió, aliviado, sintiendo el peso de su pecho desaparecer, cayendo como arena, gotas de rocío tras el deshielo.

- ¿Era eso?, ¿no crees que ya me lo había imaginado, idiota? Te lo dije, Eliza es genial... – Pero no era eso porque entonces Michael dijo algo más. Algo que Robert debía haber malentendido.- ¿Qué?- dijo, pese a no querer oírlo de nuevo, pese a que el mundo estaba girando vertiginosamente y sólo quería detenerle, impedirle que lo dijera otra vez.
Esta vez Michael volteó su rostro para enfrentarse a él, a sus ojos azules, respondiéndole firmemente.

- Estoy enamorado de ti.

Robert se había levantado antes de ser siquiera consciente de ello, antes de haber comprendido las palabras de Michael, lo que significaban. Pero repentinamente parecía vital obtener un espacio propio, lejos de él, de lo que fuera que había dicho.

- ¿Que tú qué? - no había querido gritar, las palabras salían a borbotones por sí mismas, demasiado altas, demasiado duras -. No es divertido - añadió, intentando sonar desenfadado, tranquilo. Michael a veces podía ser así.

- No es una broma. Yo estoy...

- No lo digas de nuevo. Nunca jamás vuelvas a decirlo.

Michael palideció, perdiendo todo el color de su rostro, la calidez de su cuerpo. Sus ojos se veían desesperados, buscando quizás la manera de arreglarlo, de volver atrás en el tiempo y no empezar esa conversación.

- Sé que tú probablemente... Sé que tú no te sientes de la misma manera, que tú no podrías... (…) Nada tiene por qué cambiar - siguió Michael y Robert podía haber reído si no se hubiera sentido tan enfermo -. Sigo siendo la misma persona. No estoy pidiéndote nada. Sólo estoy siendo honesto. Sólo necesitaba que lo supieras.

Y esto era lo que Robert sabía; Michael era su mejor amigo, el único que tenía, y probablemente el alma más pura que jamás conocería. Que debería quedarse a su lado, prometerle que todo estaba bien, que no había nada que tuviera que cambiar, que el juramento que se habían hecho era verdadero, para siempre. No había nada que temer (….).

Sabía que debería decirle algo tranquilizador a su amigo, algo como “Lo siento pero no puedo corresponderte de este modo, pero voy a quererte siempre”. Pero también sabía lo que los demás pensarían. Lo que sabrían de Michael y, entonces, lo que asumirían que era Robert por asociación. Hablarían, cotillearían, sospecharían y llegarían a conclusiones, conclusiones que asustaban a Robert más allá de lo imaginable. Ojalá fuera más fuerte, más valeroso, tener el coraje para que aquello no le importase; que sólo fueran rumores y que no le afectara lo que los demás pudieran decir de él. Pero se había esforzado tanto para llegar donde estaba ahora, para volverse en la clase de hombre que era que… no podía. No podría soportarlo; sólo de pensarlo se rompía. Porque era débil, porque era inconstante, porque no era bueno… Y tampoco podría soportar ver a Michael viéndole de ese modo porque… ¿qué pasaría si empezaba a dudar?

- No vuelvas a decirlo jamás en tu vida – le dijo fríamente, dejando que la ira y la vergüenza se apoderasen de él –, y si insistes en ello, esto será lo último que me habrás dicho. ¿Lo entiendes? – Michael le miró embobado, confundido –. Y nunca se lo dirás a nadie. No quiero que haya gente pensando sobre nosotros… sobre ti. – Michael entonces dijo algo en un murmullo que le resultó incomprensible - ¿qué dices?

- He dicho que qué pensarán.

- Pensarán que eres asqueroso. – y se arrepintió al instante por decirlo. ¿Por qué deberían pensar eso de Michael? Él era una de las mejores personas, entregada y desinteresada, alguien que siempre sonreía sin importar, alguien que no merecía que le pagasen todo ese amor con odio y desprecio y malicia. Pero también sabía cómo eran los demás, la manera en la que le mirarían, en cómo sospecharían, en cómo lo dejarían de lado a él también sólo por ser su parabatai.

- ¿Piensas lo mismo? – preguntó él, desafiante. Quería decirle que no, que nada de aquello importaba, que estaban unidos bajo juramento, que su vida era la suya. Una voz dentro de su cabeza le gritaba que era su última oportunidad para salvar su amistad, para no perder a Michael para siempre, para no ver el dolor brillando en su alma. Pero no fue suficiente. Nunca lo sería y, desde ese instante para el resto de sus días se arrepentiría.

- Sí – y aunque su voz flaqueaba, no dejaba ninguna duda – pienso que eres un degenerado. Te hice un juramento y le seguiré haciendo honor. Pero no te confundas; las cosas entre nosotros nunca volverán a ser como eran. De hecho, de ahora en adelante no hay nada entre nosotros, punto.

Michael no discutió. No dijo nada, sólo desapareció entre los árboles dejando a Robert a solas consigo mismo, con el sentimiento de pérdida, el peso de nuevo sobre él, el sabor del error en su boca que siempre le acompañaría.”(*)


Las piezas de su vida caían, convirtiéndose en polvo, dagas clavadas en su pecho. Podía ver cómo Michael se marchaba, la sonrisa muriendo en sus labios, las palabras ya dichas que no podían volver a ser guardadas y cómo se arrepentía, cada célula de su ser deseando volver atrás, un segundo solamente, poder borrarlo, callar el sufrimiento, silenciar su despecho con un beso al que ambos pudieran corresponder, la sinceridad que siempre había sido su bandera, un amor libre, que no necesitaba de nombres o unión. Había roto algo puro que habían creado entre ambos sólo por miedo, porque era incapaz de amar o ser leal o ser una buena persona. Valentine tenía razón. Había creído sinceramente que Michael era la excepción, pero ¿cómo podía amar a alguien y hacerle ese daño? Porque podía sentir la pena instalarse en el pecho de Michael, en ese lugar donde siempre había brillado la ilusión y desde donde la calidez del mundo se desprendía. Había apagado la llama de su vida, apartándolo de su lado; la única persona que se había preocupado, la única que sinceramente le quería. Y ya era demasiado tarde para retractarse, aunque pudiera, aunque se levantara y corriera, no había nada que decir, nada que pudiera reparar lo que ya estaba hecho, de unir los fragmentos quebrados de sus almas desatadas, grises, solitarias de nuevo.

Y dejó que Valentine tomase las riendas de su vida, porque ya nada importaba, salvo que le había perdido y que hasta que la muerte se lo llevase se arrepentiría por lo que le había hecho a su parabatai.


(*) Esta parte consiste en una traducción liberal del relato original de Cassandra Clare “The Evil We Love”, perteneciente a la saga “Tales From Shadow hunter Academy”, con algunos añadidos propios.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Mié Oct 28, 2015 3:54 pm

Aquí dejo otro Jessa; esta vez escrito a placer para una amiga. ¡Espero que os guste! Como siempre, todos los cometnarios son bien recibidos.
¡Gracias por leer!

Look after you


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Su tiempo se estaba agotando; podía sentirlo en la piel, en la manera en que su sangre escapaba en secreto, en cómo la fuerza se iba, dejando sólo dolor y agonía, la certeza de que se iría y la dejaría sola. Partiría sin poder decirle adiós, en el silencio de la muerte, la soledad de la angustia de saberse sin respuestas, de no poder verla una última vez, decirle lo que las palabras no podían expresar, tocar para ella la balada de sus vidas, un recuerdo que la consolase, que le hiciera llorar de felicidad. Quería tan desesperadamente poder despedirse, no tener que irse y sentir el peso de la decepción, que la locura y el dolor enturbiaron su mente, nubes de tormenta cubriendo la sensatez con rostros de monstruos cosidos de silencio y sombras, huesos y pergamino. No era lo que quería, lo que tenía pensado pero… la muerte sonaba tan extraña como propia le era, una vieja amiga a la que no quería volver a ver pero a la que no podía negar su consuelo, el hecho de que ella podía ponerle punto final a todo su sufrimiento, acallando para siempre todo dolor. Pero aquel ya no era su camino, no entonces, no cuando la sabía perdida en su destino, lejos de donde pudiera verla, protegerla. Y no podía irse así, dejarla en las tinieblas, marcharse sin saber que ella estaba bien, que aún estaba viva, que su partida no fuera la de los dos, que sus almas no se harían compañía más allá de donde los sueños se fundían para desaparecer. No quería ser la pesadilla que empañase sus alegrías, no quería ser el negro que pintase su corazón; quería ser aquel que hiciera nacer todas sus sonrisas, aliviar cualquier peso que cargase su pecho, la persona que la acompañara, con la que creciera y se hiciera mayor, más sabia y hermosa, aunque siempre supo y siempre sabría que eso era imposible para los dos. Él no viviría y ella sería eterna, una constante en el tiempo. Y que, por mucho que la amase, su tiempo finito se estaba acortando tanto que no podría tocar sus manos y dormir entre ellas de nuevo, o despertar con su voz en su oído. Su vida se escapaba como arena entre los dedos, cayendo de nuevo, la rueda del olvido girando sobre sí misma, alejándolo de ellos, de todo lo que quería. Y no podía.

El dolor se disolvía en dolor mientras tallaban runas en su piel pálida, agrietada de tanta tensión, de tantas heridas que no eran vistas y que cada nuevo gesto abría de nuevo. Gritó con la voz partida, la sangre en su boca pintando sus labios de leche de rojo amapola, la vida saliendo y entrando de su cuerpo, meciéndolo como un barco en la orilla y Tessa era la única luz que le guiaba en el camino, de vuelta al latir de su corazón, el faro que le haría llegar a puerto, que le convertiría en alguien mejor.


Y otro relato más, también para una amiga.

Safe and Sound


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Todos pensaban que era diferente, especial; podía hacer cosas sorprendentes, su habilidad no tenía rival. Sabía que esperaban cosas de él, que le admiraban en secreto, que querían ser como él, valerosos guerreros sin miedo, entregados a algo superior, a algo más grande que corría por sus venas, fuego del cielo que le volvía letal, imparable, un ángel guerrero. Todos menos Alec. Él era la única persona que le miraba como se mira a un amigo, sin envidias ni secretos, como a un hermano pequeño al que cuidar y proteger, al que se le debe asir de la mano para que no caiga de nuevo.

Nunca nadie se había preocupado por él de la manera en la que Alec lo hacía, con sinceridad, con amor, como se quiere a alguien a quien se quiere querer. Siempre estaba para curarle las heridas, para cubrirle las espaldas, para poner sensatez a su locura, para que nada malo le pasara.

Nunca había pensado en que pudiera necesitar a alguien, pero nunca antes había conocido a alguien como Alec; sincero y sin reservas, entregado, valiente en su reserva, siempre temiendo por los demás antes que de por él, listo para interponerse entre el mal para salvarles, para protegerles. Y supo entonces que tenía que ser él o nadie, que tenía que ser Alec su lugar seguro, el ancla que le mantendría con vida, su mejor amigo y hermano, su parabatai. Tenía que ser él o nadie, y ahora nadie les podría separar.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Jue Nov 26, 2015 3:45 am

Aquí traigo un nuevo relato. Es un masivo spoiler de "The Angel Twice Descending" de "Tales from Shadowhunter Academy".
Como siempre, ninguno de los personajes es mío, todo es propiedad intelectual de Cassandra Clare.
¡Gracias por leer!

HEY ANGEL


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Mientras le contemplaba beber de la copa el mundo pareció contraerse sobre sí mismo, casi deteniendo el tiempo. Expectación, emoción, ilusión. Unos segundos más y ambos volverían a ser lo mismo, un instante más y George volvería a su lado, a reír juntos, a ser lo que siempre habían sido, más que compañeros, hermanos.
El silencio arrebató a su corazón sus latidos. Los nervios y la espera se quebraron en sus manos, inútiles mientras George caía hacia el suelo. Su piel, pálida y perfecta, se arrugaba como pergamino, oscurecida, del mismo color que la sangre bajo una noche sin estrellas. Y los gritos lo llenaron todo. Agonía, dolor, tormento. Sufrimiento compartido. Palabras que no podían ser dichas, miradas que no podían hablar, manos que no podían detener esa pesadilla de cuerpo convulso, de giros sobre las baldosas frías, incontrolados, dementes, cargados de espasmos, de sacudidas que no parecían terminar, que se llevaban cada instante de vida de él hasta dejarle seco, sin nada más que un cuerpo vacío.
George gritó una última vez y Simon sintió cada punzada de su dolor en su pecho, antes de correr sin pensamientos, antes de arrastrarse y abrazar ese cuerpo, de cerrar sus ojos con sus manos, de darle el descanso merecido, de darle el último adiós. Pero manos firmes le detuvieron, le llevaron fuera, le hicieron retroceder. No había nada que pudiera hacer, nada para salvarle, nada para evitar el vacío que George le dejaba, su legado, su último regalo.

Sabía que a George le haría feliz saber que, aún sin haber llegado a ser un nefilim, le habían aceptado en el Instituto de Londres. Y, aunque jamás pudiera ir, ahí descansaba su cuerpo. “Aquí son bienvenidos todos los Lovelace” le habían dicho y había estado tan contento… todo su rostro se contraía en una sonrisa eterna, más brillante que la luna y las estrellas. Por lo menos le había dado aquello, su único consuelo.

Las flores esparcían sus colores sobre el blanco de su lápida. Blanco por el duelo, era la costumbre de los nefilims. George no había sido considerado como uno, sus cenizas no formarían parte de la Ciudad de Huesos, sino que descansaría entre las planicies verdes de Londres, bajo la mirada atenta de los ángeles que custodiaban el lugar. Y entre las enredaderas y las colinas lo vio. Los contornos indefinidos, casi desdibujados, esbozados en carboncillo, la piel más clara, translúcida y del mismo color que la leche, como siempre había sido, como había vuelto a ser en sus recuerdos que habían tapado las imágenes de su cuerpo frío y ajeno. Y sonreía mientras aferraba la mano a una muchacha hermosa y rubia mientras se perdían en el firmamento, los guardianes de ese pequeño rincón del mundo, el lugar al que regresaría siempre que le quisiera saludar una vez más, donde él le esperaría, su amigo, su hermano. George Lovelace.


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