Cuando Saeko le devolvió aquella sonrisa nada más verle, el tiempo para Nikolai se ralentizó. Aún tenía reciente el recuerdo de aquella chica temperamental que conoció en el baile, distante al principio, pero con un lado tierno que le enamoró. Allí la tenía, y si no hubiese sido por el dichoso frío que hacía, se habría quedado embobado, contemplándola.
—Hola… —dijo con un hilillo de voz—. Ya lo creo.
La aprendiza se le acercó con paso lento, sosteniendo entre sus dedos un objeto con forma de aro con el que jugueteaba.
—Te lo quería entregar antes, pero he estado muy ocupada. Toma. —Niko tomo con delicadeza el objeto que le tendió Saeko: un brazalete de color azul marino—. Hace poco fui a una misión en París, y lo compré allí pensando en ti. Aunque no sé si el color te gusta.
Examinó concienzudamente el accesorio de arriba abajo, rotándolo por todas partes. Bonito, sencillo y de un color al que ya estaba acostumbrado. Pero lo de verdad importaba no era el aspecto, si no el hecho de que se trataba de un regalo de su amiga. Si hasta le entraban cosquilleos en el estómago de pensar que se había acordado de él en una misión.
—El color es perfecto, me encanta. —Procedió a colocárselo en la muñeca izquierda y se lo mostró, gozoso—. ¿Me queda bien?
Saeko asintió, contenta con el resultado. La chica se le quedó mirando, con cara de estar pensándose que decir a continuación.
>Ese día fui con el maestro Ryota.
Ryota, tenía entendido que era el mandamás de Bastión Hueco. Para cuando llegó a la Orden, el Maestro se encontraba indispuesto debido a una herida grave. Pocos detalles consiguió al respecto, ya que el tema entre los aprendices parecía ser tabú, evitando hacer mención del susodicho lo menos posible.
—¿Ya se ha recuperado? —preguntó, llevándose los dedos a la barbilla—. Entonces la misión por allí debió ir bien, ¿no?