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Y como un día normal me levanté, miré el día que era y pude notar que justo era el día que puse hace tiempo, cuando compré el calendario, un corazón en el día 14. Un corazón rodeando ese día como si anunciara algo genial, hermoso y lleno de... amor.

Suspiré mientras pensaba si quedarme llorando a la almohada o encerrarme a leer novelas de amor que acababan en fracasos para consolarme. Happy se quedó dormido en mi regazo, quizá se hubiese decidido a bajar mientras estaba dormida y se quedó dormido entre mis brazos, sonreí al verle. Él debería quizá estar alegre...



Cuando se despertó me miró y miró el calendario, con una cara de alegría subió a donde estaba su cama que colgué en el techo y cogió un paquete de galletas para gatos, quizá robado de mi escritorio y se bajó a darme una galleta...

—¡Aye! Tu regalo de San Valentín, espero que te anime...

—Ojalá lo hiciera... En verdad si salgo afuera quizá hasta me ponga tristona...

—¿Más de lo que estás ahora, aye?

—Quizá.

—¡Se acabó, hoy se lo dices! Aye, tienes que decírselo y punto, si te rechaza o lo ignora, peor para él, aye...

—¿Cómo que peor para él?

—Perderá a la chica humana más bonita que conozco, aye.

Me ruboricé mientras Happy andaba por la ventana, mientras llevaba en la boca la bolsa de galletas... La dejó antes de abrir la ventana y se giró a verme. En verdad quería animarme hoy...

—Yo voy a ver si conozco a alguna gatita que esté por aquí, si va bien quizá la invite a una lata de atún, aye. Tu sal y díselo, si va mal pues te vuelves a encerrar, punto y final, aye.

—¿Pero como voy a decírselo a Xefil sin...?

Se fue el gato volando, quizá a buscar a su gatita para compartir una lata, quizá es que es muy alegre y optimista, yo en el amor soy un fracaso...

¿No estará mal declararme hoy a Xefil? Quizá así me quite la carga de las ganas que siempre tuve de decírselo... Si las indirectas no sirven, tocará ser directa con él. ¡Aunque ella esté delante lo diré!

¡Le diré lo que siento!

<<Que no esté todo de rosa. Que no esté todo de rosa. Que no esté todo de rosa. Que no esté todo de rosa...>>

Xayim, todo lo despacio que podía, se acercaba temblando hacia las cerradas ventanas de su habitación. No, el calendario era imposible que se equivocara: Era San Valentín. Aunque la última vez, Saxor se volvió a dormir tan pronto como se quejó al Señor Carcajadas, ese año era distinto: No tenía ni una pizca de sueño. No podría usar la misma excusa, y ese día también se conoció para la posteridad como "el día de Yami". Aún recordaba cuándo la maestra convirtió toda Tierra de Partida en un mundo completamente rosa. Y, había que reconocerlo: Esa Maestra estaba más para allá que para acá. Da igual que estuviera en Bastión Hueco: Con Yami cualquier cosa era posible.

Y finalmente, abrió las ventanas, para poder ver el exterior... Y se quitó un gran peso de encima. El exterior del mundo estaba completamente normal. Yami no había pasado por allí, y eso era motivo suficiente para salir de aquella habitación con alegría. Era San Valentín, día de los enamorados. A diferencia de Saxor, quien no puede estar al lado de una chica por más de cinco segundos, Xayim era un ligón (independientemente de todas las calabazas que le habían tirado hasta entonces), y ese día era perfecto para buscar a su media naranja por un día... o quizá por media hora, si veía otra chica de mejor ver. ¿El problema? Xayim, al igual que Saxor, odia el chocolate.

¿Cómo podría ligar bien si una chica le regalaba chocolates? Era muy posible que fuera incapaz de tragárselos, pero debería dar el esfuerzo... Si no quería recibir calabazas. Cogió las llaves de su nueva nave gumi (que ni sabía a ciencia cierta de dónde narices la había sacado), y salió del castillo. Tenía todo un día por delante.

—¡Fiesta! ¡Fiesta! ¡Fiestaaa~!

Ban no podía estar más feliz. Ante él se presentaba todo un día libre de entrenamientos, libros, estudios, y cualquier otra cosa que supusiera salir de su habitación. Y el pequeño Oswald planeaba disfrutarlo al máximo: iba a pegarse todo el día jugando a videojuegos y comiendo comida basura. El plan ideal.

¿El motivo del día libre? Era 14 de febrero, San Valentín, el día de los enamorados. Una excusa bastante absurda para que la gente se gastase dinero en regalos, pero Ban no pensaba quejarse: le daba la oportunidad perfecta para no pisar el pasillo en todo el día.

Sin ni siquiera quitarse el pijama, el chico se sentó en su cama rodeado de chocolatinas, bolsas de patatas, todo tipo de chucherías y su inseparable consola portátil. Para hacer honor a la fecha, los juegos de aquel día serían del tipo bishōjo: ligar con chicas virtuales hasta conseguir que se enamorasen de ti. Todo un reto.

¡A jugar!

—¡Por todos los espíritus! ¿dónde lo he dejado?

Como todas las mañanas, Kai se había levantado temprano para su sesión matutina de entrenamiento, una costumbre que se había traído a Tierra de Partida. No quería dejar abandonado el entrenamiento del clan Sheng con el que se había estado instruyendo todos estos años, por lo que se trajo de su hogar un ninjato de madera con el que practicar. El problema es que el arma tallada no aparecía por ninguna parte y su dueño se estaba volviendo loco buscándola.

—¡Ajá! ¡te encontré! —Kai sacó de debajo se su cama la susodicha arma que buscaba. Un ninjato de entrenamiento bastante desgastado de los múltiples usos que le había dado.

El aprendiz salió de su cuarto con un aire victorioso y arma en mano, dispuesto a aprovechar el día para repartir espadazos. Por el camino, notó que el ambiente estaba un poco… acaramelado. Las chicas corrían de un lado a con varias cartas y riéndose entre ellas ¿Acaso se trataba de una festividad de otros mundos que Kai no conocía?

—Algo me dice que hoy los espíritus están un poco traviesos…

Sin darle más importancia, el joven atravesó los pasillos del castillo para salir finalmente a los jardines. Hoy tenía pensado comenzar su entrenamiento por las cercanías del lago.

Y allí me encontraba yo, en el vestíbulo del castillo, concentrada en mi espada junto a la fuente. Coloqué el objeto en el suelo con la mayor delicadeza posible y mojé el paño, sucio, en el agua que emanaba del muro.

—Entonces, hoy es San Valentín... —Dije en voz baja, pensando en aquella fiesta donde parejas de felices enamorados se regalaban chocolate y flores

Yo no tenía a nadie con quien pasarlo, y como los Maestros nos habían dejado el día libre, decidí madrugar para hacer cosas de provecho. Tenía mi arma bastante descuidada, tanto entrenamiento y estudios no me dejaba apenas tiempo para limpiarla como era debido, y pensaba seguir así un par de horas más.

Suspiré, pensando en la remota posibilidad de que alguien se me declarase ese día. Los únicos chicos que conocía de Bastión Hueco eran...

¿Xayim? No, ni por asomo. Me caía mal, y me resultaba asqueroso y desagradable.

¿Ragun? ¡Por el amor de Dios! Nunca me plantearía algo con él, era demasiado serio y aburrido.

¿Saito? ¡Jamás! Ni en mis peores sueños me atrevería a salir con él; era soso y tonto.

Y así, otro día de mi vida comenzaba.

—La semana más tranquila que podía desear —sonreí tomando un sorbo de té.

Y es que por aquella semana iba a estar libre de cuidar a Ilana debido a que la pobre había enfermado y viendo que ninguno de los habitantes del castillo sabía que le podía pasar, mi mejor opción fue el dejarla con mi madre en Ciudad de Halloween y disfrutar de toda una semana de pura libertad y tranquilidad.

—Bueno, veamos por donde dejé esto la última vez —hablé para mi mismo abriendo el libro que había bajado para leer en la cafetería.

Había bastante ruido y jaleo tanto dentro de la cafetería como por los pasillos, pero tras convivir con una gata mimosa por mas de quince años, un poco de barullo no iba a impedir que terminara de leerme las aventuras de Jim Hawkins y la tripulación de piratas que lo seguía.

—No puede empezar mejor este magnifico día —volví a alegrarme dando otro sorbo a la taza y centrándome después en la narración.

Edge Lemmons se encontraba en su habitación, preparándose para ir a entrenar. Su dormitorio era un lugar simple pero acogedor, limpio y ordenado. No obstante, apenas contaba con decoración alguna, cuando el muchacho había abandonado Port Royal no se había llevado nada más que lo que tenía encima en aquel momento, y hasta entonces no había vuelto a su mundo de origen para recoger ningún tipo de equipaje. Todo lo que tenía en su cuarto era posterior. Todo excepto…

El peliazul se acercó a la mesa y cogió lo último que le faltaba para marchar. Un grillete antiguo y oxidado con una marca. Todavía mantenía unos cuantos eslabones de una cadena rota, la cual seguramente lo había unido a otra manilla en el pasado, ahora desaparecida. Edge conservaba aquello como una especie de amuleto, no era alguien supersticioso pero como siempre lo había llevado consigo mantenía la costumbre, pese a que no recordara de donde había salido.

Una vez listo se dirigió al gimnasio para entrenar.

- Awawawawawawawawawawawa...

Kairi se despertó algo sobresaltada por unos extraños movimientos en su cama. Awa-chan estaba dando saltitos encima.

- Ugh... Buenos días Awa-chan... - lo recibió desperezándose. Como el día de Navidad, olía a churros y chocolate. Debía de ser alguna fiesta importante. Kairi miró el calendario: era 14 de Febrero, Día de San Valentín.

- Ah, es eso... - no le importaba mucho esa fiesta, pues aún no tenía pareja. Hasta entonces seguiría siendo una chica soltera con un gato. Se vistio y se dirigió al comedor a comer los deliciosos churros con chocolate.

Por el camino se fijó en que la decoración no estaba tan cargada como la otra vez que la Maestra Yami se volvió loca con tanto rojo y rosa y corazones y perfume. Era de agradecer el detalle, así no se sentiría tan fuera de lugar.

En el comedor había bastante ajetreo. Los Moguris iban llevando comida a sus correspondientes mesas y el olor del chocolate era más intenso. Kairi, hambrienta y contenta, se sentó en una mesa libre con Awa-chan debajo de la mesa esperando su cuenco de leche.

- Buenos días, kupó ¿Qué desea para desayunar? - un Moguri camarero la atendió rápidamente.

- Quiero churros con chocolate y un cuenco de leche para mi gato - pidió Kairi ansiosa. Estaba deseando saborear ese chocolate.

—Cuídate !y no vuelvas a escaparte por ahí!

—No, no lo haré. Perdón por las molestias Mogara.

Esa mañana había despertado temprano para ir a uno de los controles en la enfermería. Las heridas y moretones estaban deshinchando y la recuperación se hacía cada vez más rápida. Pero a pesar de esto había algo que me ponía triste en ese día... mi libro no le encontraba por ningún sitio.

—Tal vez FyK sepa donde esté… —pensé.

Primero había pensado en ir a entrenar y recobrar la agilidad con la llave espada, pero la enfermera me tenía amenazado a muerte si me pillaba haciendo algún tipo de fuerza en el gimnasio. Por lo que opté caminar en los pasillos y merodear por donde pillara alguna cosa que curiosear.

Fue así que mi camino tuvo su final en un lugar que no había visitado, estaba lejos del castillo casi llegando a sus pies. Un sitio donde había un lago y la luz era tenue en aquel día de sol. Estaba tranquilo y era muy temprano.
No tenía mi libro para pasar el rato y solo estaba esperar lo que dirían los moguris encargados des orden, que confiaba en ellos.

Así me quedé recostado en el pasto esperando pasar el día, tarareando algunas canciones que nos habían enseñado en el orfanato... sin saber que esperaba el día.

De repente, tanto en Tierra de Partida como en Bastión Hueco se produjo un fenómeno meteorológico... inusual. El cielo de ambos mundos tornó de un color rosa que haría vomitar arcoiris al aprendiz más sensible y las nubes se concentraron, dando forma a peculiares formas pomposas. Quienes estuvieran en los jardines y las terrazas de respectivos mundos comprobarían que, tras aquello, una lluvia de estrellas fugaces cruzaría el firmamento. De un rosado más chillón incluso que el que había pintado el cielo, aquellas bonitas estrellas tendrían que desaparecer tarde o temprano en la lejanía.

Sin embargo, inesperadamente cambiaron de rumbo. Antes de que los aprendices que se encontraban en el exterior de ambos castillos pudieran reaccionar y ponerse a cubierto, las flechas de luz que habían confundido con estrellas atravesaron sus pechos y los dejaron medio inconscientes en el suelo.

Pero no acabó ahí: algunas de aquellas flechas, traviesas, lograron entrar en los castillos, rompiendo tras de sí las vidrieras y alcanzando a los aprendices que se encontraban dentro: ya fuese en la biblioteca, en la cafetería, o en el gremio. No había escapatoria.

Eros había sido liberado.

*****



Hola, pequeña alma perdida en la soledad. Hoy es un día muy especial, sí. ¿Que por qué lo sé? ¿Quién soy? No importa, tú sólo presta atención. Escucha atentamente a tu corazón. ¿Oyes sus latidos? Ahora bien... piensa en esa persona. Bum, bum. Bum, bum. Lo sientes, ¿no es así? Late frenético con tan sólo recordar sus ojos. ¡Y qué sonrisa! Bum, bum. Bum, bum. ¿Que quién es, me preguntas?

Es la persona más Bum, bum. Bum, bum. importante para ti, aquella que te hace cometer grandes locuras. ¡Por esos labios matarías! Bum, bum. Bum, bum. ¡Por su corazón lucharías!

¿Crees que es un amor imposible? ¡Por supuesto que no! Todo es posible. Y yo te ayudaré, con mi pequeño obsequio, amigo mío: valor. ¡Sal ahí, y da la cara por esa persona! Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? ¡Yo estaré contigo, no tengas miedo! ¡Ánimo, casanova! ¡Tú puedes! ¡Lucha por la persona que amas!

¿Me fallan mis oídos? ¿Aún no sabes quién es? ¡Tranquilo, te lo repetiré!

Cuando varias flechas doradas atravesaron la biblioteca directas a mí no pude hacer otra cosa más que volcar la mesa con la esperanza de utilizarla de barricada, pero nada pude hacer para ocultarme.

—¿Flechas teleridigidas? —me di cuenta demasiado tarde.

Entrecerré los ojos extrañado, algo había ocurrido, ¿pero que?

No tenía heridas, ni marca de haber recibido una flecha, sin embargo. Solo se me ocurría una persona capaz de utilizar una magia que tenía que ver con flechas.

Nadhia.

Pero no la veía en ningún sitio. ¿Había sido una ilusión?

Doki doki

En mi mente se materializó una imagen. No lo había visto nunca ni había escuchado hablar de él, pero lo sentía.

Oh sí, era como aquella sensación que despertaba Diana. Pero mucho más fuerte y agradable.

—Estos son mis sentimientos, debo confesarselos —pensé muy serio mientras apretaba mi puño seguro de mí mismo.

Olvidé por completo las flechas y todos los demás, tan solo un nombre acudía a mi cabeza. Deseaba verlo con todas mis fuerzas pese a que sabía que lo nuestro era imposible.

—Ich liebe dich —suspiré con los ojos cerrados pensando en él con intensidad—.Está decidido. Me voy a Tierra de Partida.

Entró furtivamente en la biblioteca, temiendo ser reconocida y catalogada como adicta a esas cosas con hojas y un montón de cosas sinsentido escritas. Se deslizó por varias estanterías, incapaz de comprender cómo se organizaba, y buscó el tema que le interesaba. ¿Tendrían algo sobre los incorpóreos…?

De repente, la ventana que tenía al lado estalló en miles de fragmentos de cristal. Hana, sorprendida, pensó que le había alcanzado uno cuando sintió que algo le atravesaba el pecho.

Sin embargo, en vez de dolor, algo nuevo afloró en su interior. Se sintió volar, en un mundo lleno de luces y colores, hasta entonces ocultos, asomándose por la ventana rota para apreciar la belleza que tan rutinariamente había ignorado.

¡Qué bonito era vivir! ¡Qué adorable era… todo!

Y suspiró, melancólica sin saber por qué. Ese paisaje, repleto de insoportables aprendices también alcanzados por flechas de felicidad, tenía una belleza absoluta e inimaginable, pero estaba incompleto. Le faltaba algo. Alguien.

Una cara apareció en su mente. Sí, la recordaba vagamente. Diana. La chica con la que había intentado ligar Xefil. ¿Ésta había correspondido a sus sentimientos? ¡No había prestado la debida atención! ¿Y si se habían enrollado? Estaba rabiosa de envidia. ¡Aprendiz idiota! ¡Él no sabía apreciarla como ella! ¡Y si le había puesto la mano encima…!

Volvió a suspirar. Ignorando los bordes afilados de lo que quedaba de cristal, se encorvó para coger una flor del exterior y comenzó a quitarle pétalos, uno por uno. «Le gusto, no le gusto, le gusto, no le gusto…».

Y al final, ¡la respuesta salió negativa! Hana arrugó la nariz, aún más enrabietada porque la flora no la ayudaba. Decidió partir ella misma hacia Bastión Hueco para preguntárselo. ¡Ninguna flor iba a separarla de su amor verdadero!

Durante el viaje, ni siquiera pensó demasiado en ello. ¡Estaba enamorada y era todo lo que contaba! ¿Para qué reflexionar que ni siquiera debería ser capaz de tener semejante sentimiento? ¡Había que vivir el momento!

Se plantó a las puertas del castillo e, intrépida como nunca, se internó en su interior, recorriéndolo con el presentimiento de que un milagro la haría hallar a su amada en la esquina más inesperada. Después de varias horas, se dio por vencida y empezó a preguntar hasta que le dieron la dirección de su habitación.

Tocó la puerta con los nudillos. Tenía el corazón en un puño, ¡pero nada sería capaz de frenarla! En cuanto ésta se abrió, hincó una rodilla en el suelo, mientras intentaba agarrar las manos de quien le había robado el corazón para juntarlas con las suyas.

―¡Eres más hermosa en vida que en sueños! ―quiso expresar todo lo que sentía allí mismo, pero le faltaban las palabras, por lo que recurrió a copiar las que había escuchado en otras partes―. Entraste en mi corazón como la daga con la que rebano el gaznate de mis enemigos; como la camarera que me sirve siempre las cervezas y que a cada ronda le desaparecen más forúnculos de la cara; o como la prostituta que llena mis noches de soledad con compañía y pasión. ¡Eres ese mundo de éxtasis e ilusiones en el que las sirenas existen y tú eres una de ellas!

Tal vez los burdos intentos de cortejo de los bajos fondos de Port Royal no fueran los mejores, pero Hana tuvo la firme convicción de que Diana había captado el mensaje.

Enok seguía devorando la comida de su plato. Cada vez hacía mas ruido por lo que comenzaba a ser un punto de atención en la sala. De repente, paró y miró al frente casi en un espasmo. No se dio cuenta de que todo el mundo le observaba. Solo recordaba aquel olor. A unas cuantas mesas de distancia estaba aquella joven que había conocido meses atrás. Había olvidado el nombre por completo pero aun recordaba el aroma que desprendía. Suspiró y volvió de nuevo la vista al plato. En realidad no tenía tanta hambre, solo había sido una mala pasada de su cuerpo. Se levantó y arrastró la bandeja junto a él hasta depositarla en un pequeño contenedor. Volvió a resoplar y de repente sintió las miradas y logró escuchar los murmullos de muchos de los aprendices, lo que hizo que el chico cayera en la cuenta que había montado un espectáculo. Agachó la cabeza turbado y se dispuso a salir corriendo cuando la atmósfera cambió sus aires en apenas unos instantes. Aquello pilló por sorpresa al joven, que nunca había experimentado aquella brisa. Parecía que el viento transportase granos de azúcar que quedaban impregnados en la piel. Enok comenzó a sentirse extraño y empezó a temer lo peor. Tras unos segundos de tensión, un estruendoso sonido de cristales destrozándose alertó prácticamente a todo el alumnado. Antes de que pudiesen reaccionar, una serie de extraños objetos muy veloces irrumpieron en la habitación. El aprendiz se quedó plantado sin saber que hacer mientras aquellas extravagantes formas revoloteaban y chispeaban. Deseaba huir pero una especie de miedo se apoderó de él y le impidió cualquier reacción. Solo pudo entornar la vista, dándose cuenta que aquello era una especie de flechas, de un color rosáceo. Antes de que pudiese darse cuenta de que aquellas formas voladoras parecían golpear a todas las personas allí presentes, el chico cayó al suelo con una extraña aunque embelesadora sonrisa en sus labios.

Por extraño que pareciese, Enok no sentía dolor alguno ante el golpe que se dio contra una silla. Solo podía degustar una dulce y agradable sensación, mayor incluso que la que había experimentado al despertar. La atmósfera ahora era bella e increíblemente melodiosa. El chico miró al frente. No veía nada, solo una pantalla teñida de color, corazones de un rojo chillón y estelas arcoiris. La sonrisa aun continuaba en su rostro aunque ahora resultaba mas estúpida. Sin previo aviso, Enok comenzó a avanzar hacía el frente sin desviar en un solo momento la mirada de un punto vacío en el espacio. Apuntó estuvo de chocar con una mesa repleta de aprendices en un estado muy similar al suyo, aunque desvió la trayectoria casi de forma mecánica.

Los jardines de Tierra de Partido estaban iluminados por un cielo rosáceo. No era aquel color melancólico de Villa Crepúsculo sino un tono artificial y muy chillón, similar a las alucinaciones que el chico estaba visualizando en el ambiente. Sin embargo, poco importaba aquello al aprendiz. Él únicamente seguía su camino, siempre hacía el frente y con la mirada perdida.

Y allí estaba. Portaba una pequeña arma acorde con su estatura. Y unos ropajes que ondeaban al viento. Sus trenzas de un color puro se desligaban y volvían a unirse tras cada una de sus latidos. Era joven, pero aquello no importaba ahora.

Enok avanzó cada vez mas deprisa pero sus visiones se habían descontrolado ya. Era demasiado tarde para pensar y darse cuenta de lo que hacía. El destino, al fin y al cabo, era el destino. El chico no calculó correctamente que pie correspondía y en un ridículo gesto calló de bruces al suelo mientras gritaba a pleno pulmón:

— ¡Te quiero!

Bavol caminaba apaciblemente por los pasillos cuando de pronto escuchó el ruido de montones de cristales rompiéndose. No sabía qué es lo que estaba ocurriendo, entró en estado de alerta y se preparó para lo que estuviese pasando. Quizás sólo se tratase de las travesuras de algunos aprendices… o quizás estaban atacando el castillo.

Entonces, el niño giró la cabeza y observó como una brillante flecha iba disparada justo hacia él. Correr no le sirvió de nada, la flecha atravesó su pecho. Bavol se tiró al suelo creyendo que había sido herido letalmente.

Sin embargo, un nuevo sentimiento estaba comenzando a florecer en su interior… ¡Qué tonterías estaba pensando sobre Chloé! En aquel momento en el que se había visto tan cerca de la muerte había descubierto la verdad. ¡Había estado tan cegado en sus propios pensamientos que no se había dado cuenta de quien había sido el que, sin saberlo, le había robado el corazón!

— ¡Tengo que decirle que le amo!

Se sentía un chico nuevo, infundado con una nueva valentía, capaz de hacer cualquier cosa por el objeto de su deseo…

***





Se sentía desatado, una nueva pasión en su interior le invitaba a comportarse como nunca lo había hecho.

Y allí estaba su amado. Debía ser porque no se había fijado bien hasta aquel día, pero estaba mucho más guapo que de costumbre.



— Hola, Derhe, cariño — le saludó Bavol.

Bavol se acercó más de lo normal a Derhe, le agarró atrevidamente la mano y se la olisqueó.

— Hueles muy bien, amor. ¿Quieres olerme tú a mí?

No le importó lo que pudiera decirle Derhe, Bavol continuó allí sonriendo traviesamente a aquel atractivo Aprendiz.

— Eh, Derhe, sé que me deseas. Nuestros corazones laten más fuertes cuando estamos juntos. Sí, cariño, no te preocupes, yo también te quiero. Eres mi principio, eres mi fin, eres mi mundo entero. Vamos, Derhe, ríndete al amor.

Mientras soltaba toda aquella palabrería Bavol no paraba de acercarse peligrosamente a Derhe hasta arrinconarle en la pared. No le iba dejar a escapar. Si fuera necesario lo perseguiría por toda Tierra de Partida y por todos los mundos que hicieran falta. Acababa de descubrir el verdadero amor.

—¡PEMA! —grité en cuento puse un pie en los terrenos frente al castillo de Tierra de Partida.

Avancé con paso firme abriendo de un empujón las grandes puertas de entrada al castillo. Tenía que encontrar a Xefil primero para luego encontrar a aquella hermosa criatura que había robado mi corazón.

Subí las escaleras y giré hacia la torre que servía de dormitorio para los aprendices.

Necesitaba expresarle mis emociones, decirle todo lo que sentía.

—Ich es brauche, la necesito conmigo —murmuré en cuanto quedé frente a la puerta de la habitación de Xefil.

Él me llevaría con Pema, la musa de mis sueños.