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Miré detenidamente lo que había en su interior, pero no encontré nada peligroso ni nada por el estilo. Era nada más que una simple pulsera de cuentas, cada cuenta de un color diferente. Miré extrañado la pulsera, ¿seguro que no se habían equivocado con el nombre? Aunque no sabía por qué, pero tenía la sensación de que emanaba una extraña energía de él. Alzando los hombros por un segundo como el que no sabe la respuesta a una pregunta, me guardé la pulsera en el bolsillo.

— A caballo regalado no le mires el diente, supongo...

La verdad, no sabía qué hacer con él más que guardármelo con el resto de cosas, ya que no era de los que se ponían accesorios de ese tipo.

Light desgarró el papel de regalo hasta quitar el envoltorio por completo. Por el tamaño del paquete ya se había imaginado que se trataba de algo muy grande; y en efecto lo era, un enorme escudo de metal que podría utilizar para protegerse. Nunca se había replanteado equiparse uno para el combate, pues resultaba demasiado pesado para llevar por ahí y él se bastaba con la espada.

«Debe haber valido una fortuna», si su memoria no le fallaba era uno de los objetos más caros de la tienda moguri. Podía sentirse muy afortunado de haberlo recibido.

Acto seguido, se acercó a sus compañeros para comparar su regalo con los suyos.

Nada más abrir la tapa del regalo, algo salio de su interior y se pegó a la cara de Kairi, mordiéndole la nariz.

- ¡AAAAAAAHHHH! ¿PERO QUÉ ES ESTO? - gritó quitándoselo rápidamente. Awa-chan comenzó a perseguir al atacante, que resultó ser una ardilla, por todo el comedor.

- ¡SI es una broma no tiene ninguna gracia! - exclamó enfadada frotándose la nariz. Esperaba que Awa-chan le diera un buen escarmiento.

Acto seguido, fue a por su ración de churros con chocolate sin fijarse en los regalos de los demás.

Dentro del pequeño paquetito, halló un anillo y, literalmente, le brillaron los ojos. ¡Aquellos tres le habían dejado joyas! Lástima que no hubiera más. Lo miró desde todos los ángulos, evaluando su precio y sin sospechar que escondía alguna que otra sorpresa. Al final, decidió que no lo vendería, a pesar de perder con ello dinero. Era muy bonito y se lo habían regalado, al fin y al cabo. Además, nunca había llevado joyas.

—Y me sienta bien —se dijo en voz alta.

Feliz como una perdiz, y canturreando, volvió a retomar el camino para comer. A su espalda, aún había gente acercándose para mirar el regalo que habían dejado para ellos. Ay, porque era Navidad, que sino le habría tentado dejar a muchos sin el suyo...

Bavol abrió entusiasmado el regalo envuelto con papel de color chocolate y de su interior brotó un vaso de agua que le empapó toda la cara.

—No puede ser... —musitó Bavol demasiado calmado—. ¡¿PERO QUÉ ES ESTO?!

El gitano miró en el interior del regalo, pero no se encontró con nada más. No fue su único intento, pues le dio la vuelta a la caja y la agitó intentado que saliera algo, además de que también le dio numerosos golpes, pero nada, no consiguió nada más.

—¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? —se lamentó Bavol mientras los demás Aprendices se divertían con sus nuevos regalos.

Parecía que si quería regalo el año que viene quería regalo, no tendría que volver a hacer algo semejante. El gitano suspiró, si por lo menos le hubiese podido empapar la cara a aquel chico... Ahora solo tenía ganas de empapar la cara de Santa Claus o de los tres Reyes Magos o de quien le hubiese traído ese maldito regalo.

Keiko cogió su regalo y empezó a abrirlo muy entusiasmada. Se preguntaba que sería lo que contendría el paquete. ¿Sería dinero, un arma poderosa que la ayudase a conseguir su objetivo, una invocación de esas que había leido en un libro de la biblioteca? Desde luego una invocación de un ser poderoso no estaría nada mal.

—¿Pero qué...?— preguntó una extrañada Keiko al abrir su regalo.

Eran unas garras. ¡Unas garras! ¿Para qué quería ella unas garras, si no peleaba cuerpo a cuerpo? Aquello era el colmo. Aunque... pensándolo mejor... quizás le viniera bien en un futuro

—Gracias.

Colibritany por fin logró observar el interior del regalo. Lo que había era... un papel. Algo decepcionada, decidió desplegarlo para ver de qué se trataba.

Vale en la Tienda Moguri de 25.000 platines
—Qué... bien

Jamás había estado en la Tienda Moguri por lo que no tenía ni la más ligera idea de qué podía comprar ahí. ¿Comida, quizás? Al menos eso esperaba ella.

<<Ya me pasaré por ahí un día de estos>>

Sin nada más que hacer con su regalo en esos momentos, decidió irse a comer junto a los demás y disfrutar de la mañana.

Nada más se hizo con el paquete Myxa se sentó en el suelo, cruzando las piernas, para proceder a descubrir lo que había en su interior. Trozos de papel de embalar volaron alrededor suya mientras lo desgarraba con la misma ilusión que ¿una niña con un regalo en Navidad? nunca mejor empleada la expresión.

—¡¡WALAAAAAAAAAAAAA!! ¡QUÉ CHULADAAAAAA!

Alzó por encima de su cabeza un precioso monopatín, parecido a los que había en las calles de Villa Crepúsculo y con los que jugaba en los ratos libres que su compañero no estaba ojo avizor. Le salió del alma gritar a pleno pulmón, pero por fortuna se camufló entre el griterío de la sala. Estaba salvada de dar un buen espectáculo.

Y, mientras nadie se daba cuenta, fue a estrenar su nuevo vehículo por todo el comedor con la mayor de las sonrisas.

Mis ojos se abrieron como platos mientras sacaba con ambas manos mi regalo... Una pistola.

—Pero... ¿Qué tipo de regalo es este?

Miré la pistola, girándola con cuidado y observando lentamente todo su mecanismo. Nunca había visto una en directo y además no sabía si quiera si estaba cargada. Era un arma... por dios, tal vez fuera tan mortal como la llave espada pero, no sé. Estaba flipando.

—D-disculpad... ¿Alguien sabe como se maneja esto? —Pregunté en voz alta para el resto de compañeros.

Aix... Gracias Reyes Magos.

Malik abrió sus regalo por las zonas pegadas con celo, para por si acaso alguien o él mismo quería reutilizar el papel. La cajita no le dio ninguna pista sobre el contenido de su interior, así que, en lugar de agitarla un poco para intentar adivinarlo, abrió la tapa. Y al ver su interior alzó las cejas, un poco.

«Wow... ».



Protectores oculares nuevos. Ya tenía unos, desde hace bastante tiempo, pero no los había llegado a usar fuera de Tierra de Partida. Aún así estos eran diferentes a los suyos y el diseño le gustaba más. Decidió que aunque el objeto en sí no le hiciera falta, cambiaría los viejos por estos nuevos. Era un regalo después de todo, y no iba a despreciarlo.

Con esa idea en la cabeza, guardó el papel de regalo en la caja, se colocó los googles nuevos al cuello y se dispuso a desayunar, mientras observaba la euforia de los demás aprendices con sus regalos.

Jamás habría imaginado el contenido de la caja. Era... una tarta. Una tarta que tenía buena pinta, la verdad. Era de color morado, llena de elementos decorativos, como purpurina y flores de jazmín. No había que ser un lince para descubrir que era cosa de Yami. Cerré la caja para que no se estropeara. Ya la llevaría a mi cuarto cuando acabara de desayunar. Un buen regalo, sin duda.

—¿Y a ti que te ha tocado? —le pregunté a River, que se había sentado junto a mí.

Me supo mal por Bavol, el pobrecito no parecía demasiado contento. Aunque no pude disimular una sonrisa por mi suerte.

Cuando abrí la caja lo único que encontré dentro fueron unas llaves y una hoja de papel. Alcé la ceja al ver aquello ya que era bastante poca cosa, siquiera se para que podrían servir unas llaves solas. Pensando que igual aquello era para algún tesoro o sala especial, cogí la hoja de papel donde pude leer las siguientes palabras:

"Sal al patio del castillo"

Miré al resto de los habitantes del lugar, los cuales estaban disfrutando de sus nuevos regalos. Había tanto barullo que si me iba de la habitación nadie se daría cuenta. Y así lo hice, bajé hasta el patio esperando encontrarme a la persona que me hubiese dado esas llaves, o al menos al que pertenecían. Vaya sorpresa me llevé cuando mis ojos se encontraron con una motocicleta de color morado oscuro envuelta en un lazo rojo gigantesco, supongo que para hacer más bonito el regalo, porque se notaba que era una moto.

—No puedo decir que siempre quise una de estas, las escobas eran más rápidas, pero vaya —solté asombrado por el regalo empezando a quitarle el lazo —. Me pregunto si ahora tendré popularidad entre las féminas del castillo —reí montándome para ver como funcionaba —. Acelerando.

Introduciendo la llave y arrancando motores, a punto estuve de destrozar la puerta principal del castillo. Iba a necesitar un tiempo para acostumbrarme...y también para saber como llevármela a otros mundos.

Mientras apartaba los jirones de papel aguamarina, River destapó la caja con ilusión. Dentro había...

—¿Un frasco?

Estaba lleno de un líquido verdoso. La bruja quitó el tapón para olerlo, y apartó inmediatamente la cara. Parecía que algo se había podrido ahí dentro. Pero en sus prácticas con tía Goccia, había aprendido que las mejores pociones eran las que peor olían (y sabían).

—¿Y a ti que te ha tocado?—le preguntó Jeanne.

—Una Poción, o algo parecido—le explicó la adolescente—. ¿Me darás algo de tarta, verdad? —Sonrió.

Parecía que iba a ser un gran día.

¿Qué escondía aquel regalo? Deseaba con toda mi alma que fuese algo bonito. Dado que la caja ya no era de por si excesivamente grande, supuse que por lo menos sería por lo menos práctico.

Cuando abrí la caja, mi cara era un poema. Había una linterna. Una sencilla y bonita linterna. La cogí con cuidado y la volteé varias veces para observarla con curiosidad. Era un regalo bastante irónico, contando con que no me asustaba demasiado la oscuridad.

Pero me valía. ¿Quién sabe cuándo podría llegar a utilizarla?

Abrí el regalo, y no parecía haber nada a simple vista. Sin embargo, me negaba a creer que me hubiese tocado el único regalo vacío. Mirando mejor, vi algo que brillaba al fondo de este. Conseguí sacarlo de aquella caja, una pequeña aguja de color dorado. Miré dentro de la caja, pero no había nada más en esta. Me quedé mirando un rato aquella aguja. Resultaba un poco fascinante, incluso me quedé empanado durante un tiempo hasta que salí de aquel trance. Podría serme útil en un futuro, y que cojones, me había salido gratis.