[Votaciones] Rolea y Crea

Votos por mensaje privado

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[Votaciones] Rolea y Crea

Notapor LightHelco » Dom Ene 17, 2016 4:09 pm

Pues ya están aquí las obras de los participantes. Voy a intentar ser breve con la explicación ya que esto no es nuevo para la gran mayoría.

Tendréis que enviarme un mensaje privado diciéndome cuantos puntos le dais a cada obra entre 3, 2 y 1, de esta forma:

ejemplo escribió:-3 puntos: Participante A
-2 puntos: Participante Z
-1 punto: Participante P


Podeis mandarlo con otras palabras, pero tiene que leerse lo mismo que en este ejemplo. Recordad que tenéis que enviar tanto los de dibujo como los de escrito y separarmelos de forma que sepa para quienes van que puntos.

Todos los participantes del concurso y que han entregado una obra están obligados a votar. Tampoco podéis votaros a vosotros mismos, hacerlo conllevara la perdida de todo premio posible, incluyendo los 5px de la participación.


Pues con esto dicho, pasemos a lo que os interesa. Aquí estan los trabajos presentados:

DIBUJO

A
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B
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C
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D
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ESCRITO

No os fallaré
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¡Abre y lucha si tienes huevos! —gritó tras el portazo. Ojalá aquella provocación funcionara.

Hana fue ignorada. El pirata que la había empujado al interior de aquel pequeño camarote para encerrarla no respondió ni siquiera. La puerta de madera, cerrada, no cedió ni un milímetro.

No podía estar más irritada. Fue toda una casualidad que se encontrara a ese grupo numeroso de piratas en la selva. Maldijo su curiosidad: no debió haberles espiado; o mejor dicho, debió haberles espiado con más cuidado. Les escuchó decir algo de Peter Pan y al segundo… ¡Pum! En un abrir y cerrar de ojos la habían dejado inconsciente de un fuerte golpe en la cabeza.

Y ahora estaba atada de brazos, en frente de una puerta que no cedía, y era incapaz de emplear su Llave Espada. Genial.

Se le pasó rápido el enfado cuando se imaginó todas las riquezas que debía guardar aquel galeón pirata (más valía que las hubiera). Porque, oh sí, iba a escapar de allí de alguna manera y se lo llevaría todo. Todo lo que cupiera en su mochila, al menos. Ese estúpido manco se arrepentiría de haberla tomado como rehén.

Y después proseguiría con la búsqueda del famoso tesoro de Nunca Jamás. Iba a ser suyo y de nadie más.

Así que a ti también te han capturado… —Hana se giró dubitativa hacia el origen de la voz.

Que no era otro que un muchacho de su edad más o menos, de cabello azabache y ojos claros. Hasta ese momento se había dedicado a observarla en silencio, analítico, desde una pila de barriles que le ocultaba.

La cara del chico, algo pálida, estaba llena de magulladuras y sus ropas presentaban varios cortes.

Eso parece, y por lo que veo a ti también. —Se encaró de nuevo a la puerta y permaneció pensativa unos segundos—. Pero, ¿sabes? No estoy dispuesta a quedarme mucho más tiempo —aseguró tras la pausa, bastante confiada.

Yo tampoco. —Mostró una pequeña sonrisa.

Perfecto. Veo que no te han atado. Rápido, ¿puedes sacar el cuchillo que tengo en mi bolsillo y cortar estas cuerdas? —Giró sobre sus talones, mostrándole sus extremidades atadas—. Hazlo y me aseguraré de que salimos de este camarote.

El chico capturado al principio se mostró desconfiado y pensativo, pero al final cedió. Se acercó a la aprendiza, sacó su cuchillo y la liberó. Hana se sintió mucho mejor a partir de ese momento, al fin podía mover con normalidad sus extremidades.

Gracias... Por cierto, ¿tu nombre…?

Saito.

Hana. —No veía demasiada necesidad en decir un nombre falso (una costumbre suya), por lo que no lo hizo.

La puerta seguía sin ceder un ápice, por lo que tuvo que recurrir a su Llave Espada, qué remedio. La materializó, emitiendo su destello característico. Saito se quedó enmudecido y abrió lentamente los ojos al verla.

La chica recién liberada fue capaz de sostener la llave y orientar la punta hacia la cerradura. En un abrir y cerrar de ojos había logrado abrirla, ya no estaban encerrados.

¿Cómo… lo has hecho? —preguntó Saito.

No hay tiempo para explicaciones, ¡rápido!

Así fue como comenzó su aventura por el galeón del Capitán Garfio.

Ambos aprendices, desorientados, vagaron por el barco. Tuvieron que evadir a múltiples piratas y tumbar a unos cuantos que les salieron al paso.

También destruyeron a los molestos Sincorazón que se pusieron en su camino. Hana se percató en ese momento de que su acompañante no era alguien normal y corriente, puede que fuera incluso más diestro en combate que ella. Después de todo empleaba su guadaña con bastante habilidad.

Al final acabaron en una habitación bastante especial. Los ojos de la codiciosa Hana se abrieron. Había deseado tanto que llegara aquel momento…

Mira, estamos de suerte. Aquí guardan los tesoros. —Los cofres, las monedas y las joyas desparramadas por el suelo indicaban que se trataba de la sala del tesoro—. A servirse.

Ella no se cortó un pelo y comenzó a pasearse por la estancia como si fuera su propia casa. Debía seleccionar qué se llevaría, porque desgraciadamente su mochila y sus bolsillos tenían un límite. Cuando se convirtiera en Maestra (¿sería capaz?) y aprendiera a invocar esos portales todo sería distinto: podría trasladar en un santiamén gigantescos botines a Tierra de Partida gracias a la magia.

«En ese caso tengo que convertirme en Maestra pronto», y de tener aprendices a su cargo podría ordenarles que consiguieran riquezas para ella. Sonaba genial, ¡cuánto dinero iba a ganar en cuanto se hiciera con el título! Aunque… ascender implicaba tener más responsabilidades, ¿estaría dispuesta a promocionar?

¿No existía una manera de aprender a invocar esos portales sin el odioso título de Maestro…? Seguro que la había.

Optó por guardarse casi todas las joyas preciosas, pues las podía transportar con mayor facilidad que los montones de oro. Además debían valer lo suyo.

En cuanto puso a punto su botín se acercó a Saito por la espalda, con disimulo, y captó el pergamino que tenía el chico entre manos: un mapa del tesoro. Había dibujada una X roja sobre el símbolo de una calavera (¡la Isla de la Calavera!).

«Interesante», pensó Hana, acariciándose el mentón.

Saito guardó rápidamente el mapa al ver que la chica lo estaba mirando, sin mediar palabra, y apretó los dientes. ¿Acaso se había puesto en tensión?

En ese preciso momento las escucharon: unas pisadas apresuradas que provenían del piso superior. Eran muchas, demasiadas.

Seguro que ya se han dado cuenta de nuestra huida, debemos irnos —insistió, algo nervioso.

Hana no iba a contrariarle. Ahora que su mochila y sus bolsillos estaban llenos (o casi llenos, todavía disponía de espacio para el tesoro de cierta isla) podía abandonar la embarcación del pirata. Además lo tenía muy claro: iría a la Isla de la Calavera y la investigaría.

Quizás… se hallaba allí el tesoro que Tierra de Partida estaba buscando con tanto empeño. El motivo de su presencia en aquel mundo. Ojalá no, porque si le gustaba lo que encontraba lo querría para ella sola y nadie más.

A veces se preguntaba si valía la pena seguir siendo aprendiza de Tierra de Partida.

Así que, en resumen, tenía que ser más rápida que Saito, en el caso de que estuviera interesado en el tesoro, y conseguirlo… ¿Hasta cuándo duraría aquella alianza? Intuía que poco tiempo.

Ambos jóvenes abandonaron la habitación y no tardaron en escuchar más pisadas y voces. Aparentemente los piratas, furiosos, corrían de un lado para otro, desesperados por darles caza. Por suerte no había corsario alguno a la vista, pero si se quedaban ahí quietos como pasmarotes se verían las caras con ellos tarde o temprano. A ninguno de los dos le apetecía, así que se alejaron de los ruidos.

Subieron escaleras, atravesaron múltiples puertas y corrieron mucho para alejarse de sus perseguidores y alcanzar la deseada cubierta. Al fin, respiraron aire libre. A Hana le hubiera gustado pararse a descansar porque estaba exhausta, pero no había tiempo que perder.

Corrió hacia el borde de la cubierta, decidida a escapar cuanto antes de allí. Saito, por su parte, se limitó a seguir a la joven.

¡SMEE! —Una voz estruendosa de hombre rompió el breve silencio. Hana y Saito fueron incapaces de verle en un primer momento, pero intuyeron que aquel individuo se encontraba en una parte superior de la cubierta—. ¿¡No los habéis encontrado aún!? ¿¡A qué demonios estáis esperando para atraparles!? ¡Los necesitamos para atrapar a Peter Pan! —Se podía deducir con facilidad que estaba furioso por sus gritos.

Pero capitán…

¡Ahí están! —Orientó su garfio plateado hacia ellos.

Ambos chicos se giraron y comprobaron que se trataban de dos piratas, muy diferentes el uno del otro, por cierto. Uno de ellos, el hombre alto del bigote, llevaba prendas rojizas y tenía un garfio por mano; el restante, un esbirro del primero, era regordete y más bajito.

Garfio y Smee habían descubierto a los aprendices. Al primero se le salían los ojos de las órbitas, estaba enloquecido. Smee, en cambio, les observaba con cierta prudencia.

Y, aparte de aquellos piratas, muchos Sincorazón aéreos les rodeaban. La idea de salir huyendo con el glider estaba descartada para Hana teniendo en cuenta que disponía de una vía de escape más segura.

¿¡A dónde os creéis que vais, merluzos!? ¡Nadie abandona este barco sin mi permiso y vive para contarlo! —Cortó el aire con su garfio, violento, antes de salir corriendo hacia ellos.

Smee, quien manifestaba claro nerviosismo, sacó una pistola y les apuntó. Aquello no pintaba nada bien.

Pues yo sí —contestó Hana, con tono desafiante (no les tomaba en serio), mientras se acercaba aún más a los límites de la cubierta. Aquel ridículo pirata no la atraparía otra vez.

Y se arrojó por la borda. Tanto Saito como los otros dos abrieron los ojos por la sorpresa, en especial los piratas, quienes eran incapaces de creer lo que acababan de presenciar. Por muy buena nadadora que fuera los cocodrilos de la zona se la zamparían en un santiamén.

Claro que ellos no sabían que Hana era sirena, una que podía nadar muy rápido.

No se arrepintió de dejar allí a ese muchacho prácticamente desconocido para ella. No era una heroína y mucho menos pretendía serlo. Además solo le había prometido que le sacaría de aquel camarote, no le había dicho nada de ayudarle a escapar del barco.

Además, había un tesoro que la reclamaba.

Sorteó el mar repleto de caimanes con relativa facilidad, gracias a la velocidad que adquiría al transformarse en sirena. Un par de aquellos reptiles estuvieron a punto de atraparla entre sus fauces, pero no lo consiguieron por suerte: ella era más rápida.

Durante el viaje no pudo evitar pensar en el chico que había abandonado en la cubierta. ¿Para qué le querrían Garfio y sus esbirros? Si no recordaba mal, el capitán había dicho que les necesitaban para capturar a ese idiota de Peter Pan (¿sería amigo suyo?), por lo que no le matarían…

«¿Por qué estoy pensando en esto?», se preguntó, algo irritada, sin dejar de aletear.

La sirena Hana alcanzó en un periquete su destino: la Isla de la Calavera. Abandonó el agua y se posó encima de una roca de la orilla. Allí esperó un par de minutos, hasta secarse y revertir la transformación.

Recuperadas sus piernas, se adentró con determinación en la cueva, donde le esperaba su ansiado tesoro. Curiosa, miraba todos los rincones de aquella rocosa y fría estancia, esperando dar pronto con su objetivo. De momento solo podía confirmar que allí no se veía ni un alma, estaba sola.

Alzó y agudizó la vista. Al final dio con un cofre diminuto que se hallaba en la parte superior de la cueva, sobre una alta y extensa elevación rocosa. Subir ahí arriba sería tan sencillo como convocar su vehículo glider y alzarse.

Y así hizo. Ya estaba a escasos metros del cofre, ya casi era suyo. La habían dejado inconsciente, la habían secuestrado unos piratas, había tenido que patear Sincorazón y esquivar reptiles gigantes… ¡pero todo había valido la pena!

Se agachó, al lado del cofre, posó sus manos sobre éste y entonces… vino la brutal estocada.

Abrió la boca y los ojos. Y vio el arma… que le salía del vientre en ese preciso momento. Una Llave Espada prolongada con oscuridad empalaba a la chica.

Su propietario, situado tras su espalda, la retiró de manera brusca, desgarrando sus entrañas y provocando que la muchacha chillara de dolor. De la enorme y fea herida se escapó un chorro de sangre.

La pobre e indefensa Hana se retorcía en el suelo. Sentía un dolor insoportable, pero estaba viva. De momento.

Trató de taponarse la herida con las manos, a duras penas porque era demasiado grave, mientras observaba a su atacante entre quejidos.

Saito, el muchacho atrapado en el barco de Garfio. Antes de abrir el cofre y sacar su contenido, el joven le dedicó una mirada de lo más fría, formando una línea con los labios.

No es nada personal. Bueno… quizás sí. —Le temblaba un poco la voz. Desvió rápidamente la mirada de la muchacha lívida.

«Hijo de puta…», de tener energías suficientes se hubiera aplicado un hechizo curativo con rapidez y hubiera contraatacado. Perdía sangre y fuerzas por momentos, sentía que se le iba la vida. Estaba al borde de la inconsciencia.

Sin darle la espalda a Hana, su atacante abrió el cofre y cogió el famoso tesoro: un pequeño libro cuya portada estaba en un estado lamentable. A saber qué guardaba en su interior. Saito lo metió en un zurrón de cuero, satisfecho: seguro que Nanashi le felicitaba por su éxito en la misión.

Grave error el de mostrarme tu Llave espada, eso supuso tu fin, ya que deduje de inmediato que eras de Tierra de Partida —elucidó, bastante tranquilo, o al menos eso aparentaba—. Me hice el sorprendido, como si fuera la primera vez que veía la Llave Espada, para que no sospecharas de mi identidad de Portador y no me dieras problemas. Pero en realidad la conozco muy bien… como ves. —Miró un momento su arma ensangrentada—. Me pregunto qué hubiera pasado si yo hubiera revelado antes mi llave.

»Así que sí, podría haber escapado por mi cuenta de allí.
—Se alejó un poco de la muchacha—. Estaba esperando a que sanaran las heridas que me produjeron esos piratas al capturarme. Y justo cuando me disponía a irme… te encerraron conmigo en aquel camarote. Y luego me viste con ese mapa. Tuviste muy mala suerte.

Y él no tanta, ya que había sido capaz de escapar de los piratas y pillarla desprevenida. Seguramente había empleado su propio glider para huir del galeón. Tenía mérito, porque un ejército enorme de Sincorazón voladores rodeó el barco en aquel momento.

Saito apretó los puños y cogió aire.

Qué casualidad, ¿verdad? Apuñalada cobardemente, como mi Maestro. ¡Lo dije ese día, la sangre del Maestro Ryota no será la única derramada! —exclamó, bastante alterado y nervioso, realizando un gesto violento con la mano. Había puro odio en su mirada—. ¡Si guerra es lo que queríais la tendréis! —sentenció.

Hana no le prestó demasiada atención, ya que estaba entre la vida y la muerte. Se le cerraban los párpados y apenas podía escucharle. Iba a morir, sí, su descuido le costaría la vida. Y su curiosidad, la maldita curiosidad que le había impulsado a buscar aquel tesoro.

Incluso en ese momento crítico fue capaz de rememorar lo último que le había dicho su hermana sirena. Guardó aquel recuerdo hasta el final.

Hazte fuerte, Hana. Y vive. Ese fue el deseo nuestra madre”.

«Lo siento, hermana, hermanas que nunca conoceré, Raymond, madre…».

Se le cerraron los párpados y todo se volvió oscuro. Y frío, muy frío, tenía el cuerpo gélido. La aprendiza estaba a punto de perder por completo la conciencia cuando escuchó una voz que le resultó familiar.

«Hija mía. Mi querida hija», la voz más hermosa que había oído en su vida resonó en su cabeza. Y no era la primera vez, pues la conocía, sin duda.

Era igual que aquella vez, cuando se convirtió en sirena.

«¿Madre?», le hablaba Galatea, su madre sirena. El corazón le dio un vuelco, y es que era su voz indudablemente. Pero sabía que estaba muerta por culpa de Zande, ¿acaso se trataba de una ensoñación?

«No te rindas. No te puedes morir ahora. Tus hermanas te están esperando, lucha por ellas y por mí».

Ignoraba si su madre difunta estaba hablando con ella de verdad o era una mera alucinación. Pero aquella voz… de alguna manera le daba fuerzas, impedía que su mente se apagara y se sumergiera en la oscuridad: la mantenía despierta.

«Madre…», abrió un poco los ojos y se topó con la dura realidad: ella no estaba por ninguna parte.

«Confío en ti. Vive. Eres una de nosotras y sé que puedes hacerlo. Estoy siempre contigo, hija».

Aunque se hallaba muerta, aunque ya no estuviera en el mundo físico… quizás alguna clase de vínculo las unía. Y por eso podía oírla en aquellos críticos momentos, porque era su madre, porque le había dado la vida en una ocasión, convirtiéndola en sirena.

Y ahora le había vuelto a dar la vida, las ganas de luchar. Porque no, no podía rendirse, no podía caer tan fácilmente sin haber conocido antes a sus hermanas. Su madre se sacrificó para salvarla en una ocasión y no iba a desaprovechar la vida que le había otorgado. ¡De ninguna manera!

«No os fallaré», se le escapó una pequeña lágrima y apretó los dientes, emocionada. Reprimió lo mejor que pudo el sollozo: no había tiempo para llorar.

Ya había reaccionado. Sintió un potente fuego en su interior: su cuerpo ya no estaba tan frío y podía moverse un poco, podía luchar. Intentó concentrarse lo suficiente como para lanzar un conjuro de bajo nivel. Pronunció el hechizo múltiples veces (unas diez) en balde, hasta que…

Cura —musitó de nuevo.

Al fin, un aura verdosa la rodeó y la magia consiguió cerrar un poco la fea herida producida por su enemigo.

Saito ya se había alejado hasta situarse cerca de una salida, un "ojo" de la calavera. Se viró hacia la chica y manifestó sorpresa al ver su hechizo. Ella, sin dejar de taponar su herida, se levantó a duras penas del suelo. Estaba muy mareada y pálida por la pérdida de sangre, pero logró mantenerse en pie.

Debí haberte rematado. —Se puso en guardia, con la llave todavía materializada. Hana también invocó la suya—. No dejaré que una escoria de Tierra de Partida salga viva de aquí.

»¡Esto es por Bastión Hueco!


Y se dirigió con rapidez hacia la débil Hana, dispuesto a acabar con su vida. Definitivamente la guerra sacaba lo peor de las personas.

Pero aquel no era el caso de la aprendiza, no le importaban los bandos. Ella tenía otros motivos para luchar...

«Por mi madre y mis seres queridos, no perderé».

Hana volvió a sanarse con un Cura y se arrojó a su homólogo también, con arma en ristre. El choque entre ambos aprendices era inevitable; su determinación era absoluta.

¿Quién sería el vencedor? Puede que Hana. O quizás Saito. Eso os lo dejo a vosotros, a vuestra imaginación.


Un alto en el camino
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Notre Dame, 1213

Light se sentó en los bancos de madera, fríos e incómodos, de la galería de Notre Dame. Había escuchado por boca de Nadhia que la religión de aquel mundo incluía a los ángeles, sobre los que quería averiguar todo lo posible antes de ir a Ciudad de Paso, hablar con su abuela y decirle que lo sabía. Antes de pedirle explicaciones. No se lo iba a echar en cara. Podía imaginar por qué no le había dicho nada. No necesitaba hacer un esfuerzo muy grande, porque tenía el ejemplo de un ángel verdadero, que había acabado solo, confuso y cansado por ser diferente.

Visto así, debería dar las gracias a su abuela.

«Nefilim.»

Eso le había dicho Nithael que era.

Cuando mi maestro me dejó ya no quedaban más ángeles aparte de mí, que yo sepa, pero me habló de algunos que se relacionaron con otras especies. De la unión de un ángel y un ser humano nace un nefilim —dijo Nithael, curándole los moratones tras una sesión de vuelo de Light—. Vivirás mucho más que cualquier otra persona, pero no eres por completo un ángel. De ahí que no tengas alas como las mías.

Nithael no tenía ni idea de quién podría haber sido su progenitor angélico. Al fin y al cabo, había pasado mil años durmiendo y, además, antes no es que tuviera mucha libertad de movimiento.

Me habría encantado conocer a otro ángel —había reconocido Nithael, con la mirada ausente.

Light respiró hondo y alzó la vista hacia las hermosas vidrieras que adornaban las ventanas de la catedral. Transformaban la luz en un hermoso abanico de colores fríos y cálidos, en los que representaba personajes religiosos… y ángeles. Había incluso estatuas en el exterior de la catedral.

Aunque predispuestos a hablar de los ángeles, ningún cura ni párroco quería hacerlo de los nefilim. Los pocos que reconocían el nombre torcían el gesto y farfullaban «demonios», «hijos de los gigantes»… Nada que se aproximara a lo que él habría esperado de los hijos de los ángeles. Suponía que no tenía mucha importancia, ya que, según esa religión los ángeles no tenían cuerpo. Sonrió al imaginar lo que dirían si pudieran ver a Nithael.

Light se estiró, cansado. Había acudido a aquel mundo para purgar a unos cuantos Sincorazón y, como lo consiguió relativamente rápido, había pasado el resto del día arriba y abajo persiguiendo curas. Estaba destrozado. Una mujer carraspeó tras él, lanzándole una mirada de reproche. El joven se apresuró a adoptar una actitud más reverente.

«¿Y ahora, qué?»

Quería averiguar cosas antes de hablar con su abuela, quería prepararse antes de escuchar la verdad. También era posible que Ágatha no supiera decirle mucho de los ángeles. No tenía ni idea de lo que le esperaba, pero debía estar preparado.

Desde que aceptó la Llave Espada que le tendió Ronin, Light sentía que se había precipitado por una cuesta abajo sin ser capaz de frenar ni, mucho menos, controlar su caída. La mayoría de las veces no había tenido la menor idea de lo que estaba sucediendo. El enfrentamiento con Bastión Hueco, la muerte de Hisa Wix, la de Kazuki, enemigos que no podían ver ni sabían de dónde venían, la destrucción de su hogar… La mirada se le tiñó de dolor al pensar en Villa Crepúsculo, en su cielo cálido, en las conocidas calles donde había jugado desde que tenía uso de conciencia.

Todo había desaparecido, porque no habían estado listos, ni habían podido sobreponerse a los acontecimientos.

Nunca más.

Hasta entonces se había conformado con seguir el camino que le habían marcado, con hacerse más fuerte. Ahora que había perdido a gente a la que respetaba y admiraba, a amigos y enemigos, sabía que jamás sería tan sencillo, que no valía con eso.

Quería ser un Maestro, saber más y no volver a ser la marioneta de nadie. Creía estar preparado, tener las cosas lo suficiente claras, aunque imaginaba que en cuanto consiguiera el título se abrirían toda clase de nuevos problemas para él. No sabía si lograría sortearlos, pero nunca lo sabría si no se enfrentaba a ellos.

Quería cambiar, esta vez por propia voluntad y no por lo que le impusieran los demás.

No importaba que fuera un ángel, un nefilim o un humano. Eso lo tenía claro. No se sentía diferente y, aun así, su vida había dado un vuelco. Tenía alas. Tenía nuevos poderes.

Había que averiguar hasta qué extremo era capaz de llegar antes de marcarse un próximo objetivo.

El silencio de Gaomon le irritó un poco. Siempre estaba ahí para aconsejarle y guiarle.

Suponía que había cosas que debía hacer solo.

Una sombra pasó por su lado y un hombre joven, con una capa verde, se sentó a su lado. Light le echó una ojeada y se dio cuenta de que su rostro le resultaba familiar. Le miró con más atención y se sorprendió al reconocer al muchacho.

*


Simbad estaba de mal humor. No había esperado un reencuentro tan violento con la gente de la Corte, aunque ni se habían acercado a las manos. Si lo pensaba, tenía sentido: durante el último año casi no había tenido tiempo para pasarse. ¿Y qué excusa iba a darles? ¿Que luchaba para una Orden contra monstruos que devoraban el corazón de la gente? ¿Que lo sentía en el alma pero sus Maestros habían declarado la guerra al otro bando y que había tenido que cuidarse de que no lo asesinaran en cada misión que realizaba? Suspiró. Le hubiera encantado poder ser franco. Se imaginaba la cantidad de canciones que habrían podido cantar o las obras de teatro que habrían podido representar con sus aventuras en Tierras del Reino, Port Royal o el Castillo del Olvido. Ojalá pudiera decirles que no estaba perdiendo el tiempo, que estaba aprendiendo muchas cosas, que había luchado contra gente mucho peor a los guardias parisinos, contra monstruos peores que la Inquisición. Que no tenían ni idea de lo que un grupo de niños estaba haciendo por ellos.

Pero había hecho un juramento.

Acabó marchándose de la Corte lleno de frustración y sin haber visto a Gédéon o a Yerai, lo cual le provocó una tormenta de sentimientos encontrados. Pensó que con un paseo se le aclararían las ideas, pero no pudo haber estado más equivocado. El sentimiento de familiaridad se había contaminado con una sensación de extrañeza. Siempre había sabido que las calles eran sucias, pero no tanto, y no las recordaba tan estrechas y pequeñas, tan claustrofóbicas.

Al final terminó recurriendo al único lugar donde sabía que podría pensar sin que ningún guardia entrometido lo interrumpiera.

Notre Dame era el santuario de todos y cada uno de los habitantes de esa ciudad, el único lugar donde daba igual su piel, su estatus o dónde hubieran nacido. Nada más cruzar la puerta y sentir el peso de sus altos y gruesos muros lo invadió el alivio. Los murmullos de los rezos, de las susurradas conversaciones de los niños a los que habían obligado a ir con sus padres, o la lejana y tenue música de los curas lo relajaron de inmediato.

Algo que no había cambiado.

Pasó entre la fila de bancos mirando las cristaleras con la misma admiración que le habían causado de niño. La incomodidad se fue desvaneciendo, pero permaneció un pequeño poso que no fue capaz de quitarse de encima. Tomó asiento y se miró las manos callosas de los entrenamientos.

«Non, el que ha cambiado soy yo.»

No había estado con su gente cuando más lo habían necesitado, como cuando Frollo quemó a toda aquella gente en la hoguera. Se estremeció y se dijo que no había podido saberlo, que no debía culparse por ello y que, aún de haberlo sabido, no habría podido hacer nada. No como Caballero. Pero las cosas no eran tan sencillas. La amargura de saber que quizá podría haber hecho algo por esa gente perduraría durante mucho tiempo, quizá para siempre, porque ya no volvería a verlos por la Corte, a cantar en la calle o intercambiar comida con ellos. Porque su vida había dado un paso más allá y ahora estaba con Bastión Hueco. Sonrió con cansancio. No era de extrañar que la gente de la Corte lo mirara con cierta hostilidad. Sabían que, aunque no dejara de ser uno de ellos, se había alejado e iba por libre, que no volvería a ayudarlos en los asuntos que más importaban, porque su juramento de Caballero se lo había prohibido, y eso era una gran traición en una comunidad donde se apoyaban los unos a los otros, ya que el resto del mundo era su enemigo.

Pensó en Gédéon. Una parte de él quería sentarse a su lado, como en los viejos tiempos, y soltarlo todo hasta quedarse vacío, convencido de que Gédéon lo comprendería. La otra le preguntaba «¿estás seguro? Gédéon comprendía al antiguo Simbad. No a la persona que eres ahora». Además, él mismo le dijo que no sabía si volvería y le pidió que no llorara.

Con un creciente malestar, Simbad miró a su alrededor y entonces se encontró con un aprendiz de Tierra de Partida, Light, con el que había vivido la pesadilla del nuevo Reaper’s Game de Andrei.

*


Se quedaron mirándose, sin saber cómo reaccionar, durante unos instantes. La guerra había terminado y sus dos Órdenes volvían a ser aliadas, ambos lo sabían, pero no podían borrar un año de hostilidades como si nunca hubieran existido. Contuvieron el aliento y aguardaron a ver qué hacía el otro.

Al final fue Simbad quien dio el primer paso.

¿Ha pasado algo con los Sincorazón? —cuchicheó.

Light, visiblemente aliviado, aunque todavía tenso, meneó la cabeza.

No, no. Que yo sepa todo está bien. Estaba haciendo… turismo.

Simbad miró al frente. Cuando se unió a la Orden no habría tenido ni idea de qué estaba hablando.

Light no supo qué más decir y también se volvió hacia el coro de la iglesia. Había algo en aquel lugar que invitaba a guardar silencio y respeto por las oraciones de los creyentes. Además de la misma mujer que le había chistado antes y que había levantado la vista para fulminarles a los dos.

Ninguno había imaginado que acabarían viviendo una situación tan incómoda. No sabían si cambiarse de sitio, si quedarse o marcharse. Light estaba cansado y no le apetecía levantarse, aparte de que disfrutaba del murmullo y la música de los monjes, y Simbad quería reflexionar y sentirse a salvo un rato. Que hubiera un aprendiz del bando contrario no entraba en la ecuación de Light o Simbad pero, al fin y al cabo, Notre Dame era un santuario.

Se convencieron de que el otro iba a hacer una locura y, al cabo de unos minutos, pudieron relajarse. Si les hubieran dicho que les pasaría esto hacía dos meses, se habrían reído en la cara de la persona, a la que parecería que le faltaban un par de tornillos.

Sin duda, eran muy diferentes el uno del otro, pensaron mientras se estudiaban de reojo, fingiendo desinterés e indiferencia. Simbad en seguida se dio cuenta de que Light no era de aquel mundo y que no estaba acostumbrado a ponerse ropa del lugar, porque la elección había sido pésima, y Light dedujo precisamente que Simbad debía estar acostumbrado a mundos como París o que debía venir de allí, ya que sus rasgos eran claramente de gitano. También lo delataba el laúd, que Light había visto llevar a algún que otro artista itinerante de la ciudad.

Al final, Simbad preguntó:

¿Cómo va la reconstrucción de Tierra de Partida?

Light, sorprendido, se volvió un poco hacia él.

¿Cómo va la reconstrucción de Tierra de Partida?

No comentó nada sobre el ataque de Bastión Hueco, ni tampoco lo hizo Simbad.

¿Y el ángel?

Light contuvo un pequeño respingo.

Vive con nosotros, de momento. Nos hace las veces de Maestro. —Light pensó en Iwashi, que había pasado de estar en Bastión Hueco a Tierra de Partida, y sonrió ligeramente.

Simbad arqueó las cejas.

Qué envidia, también me gustaría que me diera clases un ángel.

Se dirigieron sonrisas incómodas, aunque no hostiles.

¿Sabes algo sobre los ángeles?

No mucho. Lo que enseñaban en la église. Miguel, Gabriel, Rafael y todo eso. No tienen nada que ver con el que conocemos.

No —suspiró Light. Ya se imaginaba que Simbad tampoco sabría nada, pero tenía que intentarlo.

Se quedaron callados hasta que se terminó la ceremonia y la gente comenzó a salir. Tras vacilar un poco, se pusieron de pie y se dirigieron hacia la salida, aunque habrían podido quedarse, pero no les apetecía ahora que la catedral comenzaba a quedarse vacía y a parecer más grande y menos acogedora.

Fuera, la luz del sol los cegó por un momento. Hacía un radiante día de otoño y todavía no hacía demasiado frío. La plaza estaba llena de los olores de los puestos de comida, que les abrieron el apetito de inmediato. Se miraron. Quizás fue por estar todavía en el vano del santuario o puede que porque no les apetecía demasiado estar solos, pero cuando Light ofreció comer juntos, no muy seguro de si aceptaría, Simbad aceptó sin poner objeciones.

****


La taberna no estaba muy llena y olía a cerrado, a grasa y a cerveza, pero había la suficiente gente como para que cuando entraran se quedaran mirando a Simbad. Este hizo como si nada, se dirigió al posadero, puso su laúd por delante y antes de que este pudiera ni abrir la boca se ofreció a tocar alguna canción gratis para su clientela. Tras pensárselo un poco, el posadero asintió y les dio una mesa.

Light dio un sorbo a la cerveza, que le hizo arrugar la nariz porque estaba mucho más fuerte incluso que la de Port Royal, que ya le había parecido fuerte, y tuvo que reprimirse para no toser.

Simbad se acomodó, tomó el laúd y empezó a tocar una tonadilla alegre que, por lo visto, era popular: a pesar de que durante unos segundos hizo el silencio en el local, logró que los hombres comenzaran a animarse, a dar palmadas o pisotones, e incluso golpes en sus mesas, y a cantar la letra. Light, que no se la sabía, se limitó a escuchar y sonreír —en algún momento tuvo que apartarse para evitar que alguien que sacudía demasiado fuerte su pinta le volcara cerveza encima— viendo cómo los dedos de Simbad volaban sobre las cuerdas. El joven manejó a su público con habilidad, levantándose y acelerando el ritmo cuando era el momento preciso, logrando que el corazón de Light latiera al compás y finalizando con un tono estridente que arrancó gritos de jolgorio y peticiones de una nueva canción.

Simbad miró a Light, arqueando las cejas, como diciendo «qué se le va a hacer» y empezó otra canción, esta vez que se arrastraba en el inicio con una lentitud perezosa y frustrante. Una sonrisilla asomó a los labios de Simbad con cada acorde, que sacaba risas o maldiciones a los parroquianos. Light se inclinaba hacia delante intentando seguir el ritmo mientras su cerveza se derramaba con los golpes que daba a la mesa. Tampoco importaba demasiado, porque estaba muy sucia y no estaba seguro de querer saber de qué.

Durante una hora y media, Simbad tocó sin parar para satisfacer a la gente, hasta que al final hizo una graciosa reverencia, quitándose el sombrero:

Lamento mucho tener que dejar de encantar vuestros oídos, mis seigneurs, pero estoy famélico y necesito recuperar fuerzas.

Recibió palmadas en los hombros, felicitaciones y agradecimientos. La mejor fue la del posadero, que les redujo a la mitad el precio de la comida por haber atraído a todavía más clientes.

Ha sido impresionante, ¿desde cuándo tocas?—preguntó Light, al que el pulso todavía le latía acelerado después de tantas canciones.

Desde niño —respondió Simbad con una pequeña sonrisa mientras sazonaba la comida. Al probarla se dio cuenta de lo mucho que se había acostumbrado a la cocina de Bastión Hueco y torció la boca a su pesar—. Tocaba en las calles con mi hermana y mi mejor amigo.

Simbad, que se había quedado bastante conforme con lo que había hecho durante aquella hora y pico, notó una punzada de dolor en el pecho. La ignoró y continuó comiendo, pensando en que era increíble el vuelco que había dado su vida el día que aceptó la Llave Espada. Los juglares nunca eran los protagonistas de las historias, ni mucho menos aparecían en ellas excepto como narradores.

Su caso era muy distinto.

Light, por su parte, que no quitaba ojo al laúd se preguntaba qué sabía hacer aparte de pelear. Su abuela lo había preparado desde que era un niño para convertirse en un Caballero y sus mayores entretenimientos habían sido siempre el struggle y el entrenamiento. Toda su vida se había dirigido a obtener algún día el título de Maestro.

¿Cuántas cosas se había perdido por el camino? No pudo evitar preguntarse cuán diferentes habrían sido las cosas si hubiera sabido que era un nefilim o de haber podido volar o… De haber conocido a sus padres. Se dejó llevar un rato por la fantasía, pero sin demasiados sentimentalismos; era difícil echar de menos algo que nunca se había tenido y se sentía muy cómodo con la infancia que había tenido. No dudaba de lo que quería obtener, sino de cómo había llegado trastabillando hasta donde se encontraba.

Se reprimió para no encogerse de hombros. No tenía ni idea de tocar, ni tampoco de muchas cosas que fueran más allá de la espada o las habilidades de combate —también de cuidar bebés extraterrestres y servir bebidas a piratas, pero no estaba seguro de querer pregonarlo muy alto—, pero era a lo que quería dedicarse. En cambio, otras personas habían acabado casi por la fuerza en la Orden, ya fuera Tierra de Partida o Bastión Hueco, sin saber a lo que iban a enfrentarse o lo que les esperaba.

Se preguntó si aquel chico, cuyo nombre no conocía, sería del primer o del segundo grupo.

¿Quién es tu Maestro?

Ariasu —respondió y sonrió al ver cómo Light torcía el gesto—. ¿Y el tuyo?

Ronin.

Esta vez fue el turno de Simbad de reprimir una mueca, sobre todo porque ahora sabían que no había sido Ronin quien apuñaló a Ryota.

¿Cómo entraste a la Orden?

Pues…

Simbad empezó a rememorar. Tuvo que recortar aquí y allá detalles que no creía que le interesaran al otro aprendiz —como la mención de Yerai, que tantos quebraderos de cabeza les había dado y al que no sabía cómo decirle que su hermano era… un monstruo— y lo adornó con un poco más de drama de lo que había sucedido en realidad. Cuando quiso darse cuenta, estaba charlando tan tranquilamente con Light, que sonreía al recordar cuánto había esperado a alguien como Ronin que le ofreciera la oportunidad de hacer lo que más deseaba en el mundo.

Al final, la conversación los llevó, entre cerveza y cerveza, hacia el Juego, por supuesto.

Andrei anda de nuevo suelto —dictaminó Simbad con un nudo en la garganta.

—la expresión de Light se ensombreció—. Y colabora con esa mujer y con Aaron… Es irónico, dejamos que se lo llevara la Federación porque creímos que sería más justo y allí estaría mejor vigilado, pero al final se ha escapado igual.

Cayeron en un silencio meditabundo. No querían mencionar la palabra «matar», una de las posibilidades más claras que se les pasaba por la cabeza, sobre todo después de ver lo loco que estaba Andrei. Simbad se preguntó si los de Tierra de Partida no podrían recurrir a un método tan radical y, a su vez, Light hubiera querido saber si Bastión Hueco por fin se movería para intentar detener al monstruo que había salido de sus propias filas. Al final no abrieron la boca, notando cómo la tensión crecía entre ellos y Light se apresuró a cambiar de tema hacia un lugar que consideraba más seguro:

¿Y en qué te especializas?

Simbad contuvo una sonrisa y se rascó la perilla. Por la constitución de Light parecía evidente que se dedicaba ante todo al físico —también había tenido una oportunidad de verlo cuando se enfrentaron a Andrei— y seguramente era una de esas personas que se pasaba la vida entrenando.

Durante otro buen rato charlaron de esto y de aquello, sin entrar en temas concretos, hasta que Light levantó la vista cuando escuchó un sonido metálico y sintió cierto déjà vu antes de que una mano se le apoyara en el hombro. Un soldado le dedicó una sonrisa que prometía muchos problemas y miró a Simbad.

Había escuchado que había un gitano intentando timar a la gente de esta taberna, pero no pensaba que habría alguien tan descarado como para sentarse con él.

Simbad apretó los labios, consciente de que nadie les ayudaría, y que hablar sólo empeoraría la situación. Preparó una mano por debajo de la mesa, dispuesto a lanzarle una bola de fuego pequeña —cuanto más teatral mejor. No podía esperar a ver los brincos que daría el soldadito— y aprovechar el desconcierto para salir corriendo, pero Light se le adelantó. Cogió la muñeca del hombre y la apartó con firmeza.

Me siento con quien quiero, señor.

Por supuesto, por supuesto, y también eres un amigo de los gitanos, ¿verdad? ¿A lo mejor les ayudas a robar un poco de aquí y otro de allá? —El tono del guardia se volvió amenazador.

Light se quedó inmóvil y, de pronto, le estampó la jarra en la cara. El hombre cayó hacia atrás, gritando de dolor.

¡Vamos! —exclamó.

Simbad saltó por encima de la mesa, sorteó al guardia, y salió corriendo tras Light mientras la clientela les jaleaba y animaba, aunque ninguno movió un dedo por ellos.

¡Estoy maldito! ¡No puedo meterme en una taberna sin que pase algo! —gritó Light, aunque no parecía enfadado.

¿Sueles estampar vasos contra los oficiales?

Bueno, si puedo evitarlo no.

Se detuvieron en un callejón, asegurándose de que nadie les seguía, e intercambiaron una sonrisa. Simbad no pudo evitar regodearse al pensar en cómo se le quedaría la cara al hombre y no pudo menos que admirar la resolución de Light —aunque no le extrañaba que se metiera en líos—.

Merci beaucoup.

Ah, no ha sido nada. Tenía unas ganas horribles de hacerlo. —Amplió su sonrisa y entonces le tendió la mano—.Tendría que ir marchándome, todavía tengo varias cosas que hacer.

Simbad asintió. Él también. Se la estrechó.

Buena suerte. —Qué extraño le resultaba decírselo a alguien de Tierra de Partida.

Light le dio un buen apretón, pensando lo mismo, y que era una suerte que no se hubieran encontrado antes. No sabían mucho el uno del otro, pero quería pensar que Simbad no era como los peores de Bastión Hueco.

Lo mismo digo.

Cada uno tomó un camino distinto, pero Light miró hacia atrás y gracias a eso se dio cuenta de que había un par de hombres mirando a Simbad y cuchicheando entre ellos. Se pusieron a seguirle sin que el joven se diera cuenta. Light reprimió el impulso de gritar una advertencia; estaban en medio de la ciudad y había comprobado que no era difícil cruzarse con una patrulla de guardias; los hombres no tendrían más que pedir ayuda. Se pasó una mano por la nuca, respiró hondo y fue tras ellos.

****


Hacía mucho que Simbad no visitaba la tumba de su familia. Bueno, decir tumba era ir demasiado lejos. Sus padres habían sido quemados en la hoguera, así que la iglesia no permitía que fueran enterrados en tierra santa, pero su hermana, arriesgándose mucho, había conseguido recuperar un puñado de cenizas de la hoguera antes de que la limpiaran. No sabían si pertenecía a sus padres, si era una mezcla de toda la pobre gente que ardió aquella noche o si sólo eran los restos de otro desdichado, pero daba igual. Les había servido para enterrar una pequeña jarra en un rincón del cementerio. Cuando su hermana murió, la Corte reunió el suficiente dinero para permitirle un entierro triste y sin lápida. Simbad se aseguró de que las cenizas estuvieran con ella.

No le gustaba el cementerio. Pensar que podía estar pisando la tumba de alguien le ponía la piel de gallina, pero allí era donde reposaban los restos de su familia.

No recordaba bien a sus padres. Sí que su madre le besó en las mejillas antes de hacer que él y su hermana salieran corriendo cuando llegaron los inquisidores. Sí que era parisina, pero en parte lo sabía porque su hermana era una mezcla de ambos. Él, en cambio, había salido más a su padre. Otro rostro que también se aparecía borroso en sus recuerdos. Si hubiera venido de otro mundo, quizás habría podido conservar alguna foto de ellos, pero hasta el recuerdo se lo estaba arrebatando el tiempo. ¿Olvidaría también la cara de su hermana?

Se sentó frente a la tumba sin nombre. Alguien le había traído flores. Sonrió al pensar en Gédéon y la incomodidad lo asaltó, pero Simbad la rechazó con firmeza. Si era capaz de sentarse a tomar algo con una persona de Tierra de Partida y de enfrentarse a un Sincorazón titánico, ¿cómo no iba a poder ir a hacer frente a su amigo?

Rasgueó las cuerdas del laúd y tocó con delicadeza una de las primeras piezas que había aprendido a tocar con su hermana. Recordó con una que ella era demasiado torpe para tocar, pero que sabía lo suficiente para tirarle de la oreja y obligarle a repetir una y otra vez hasta saberse bien la tonada.

«Somos demasiado pequeños y si queremos ganar dinero tenemos que hacerlo extraordinariamente bien.»

Ahora ya no eran niños, Léa había muerto y él tenía una nueva vida por delante.

A veces se preguntaba qué habría pasado si se hubiera hecho Caballero antes de los dieciséis. ¿Habría podido salvar a su hermana? Sabía que no tenía sentido hacerse daño de esa manera, que debía atesorar sus recuerdos y seguir adelante, pero era tan duro saber que en otros lugares con una medicina podría haberse…

Suspiró y cambió de canción. Tocó una de despedida, que a Léa le encantaba escuchar antes de que se fueran a la cama.

Quizás París ya no era su hogar o puede que lo fuera, pero que ya fuera demasiado mayor para permanecer en el nido. Tenía que volar más allá. Los gitanos no soportaban las ataduras ¿verdad? No valía la pena intentar forzarse.

Había cambiado y no dejaría de hacerlo. Esperaba que para mejor. Para convertirse en alguien que no tuviera que ver morir a sus seres queridos sin poder hacer nada para evitarlo. Y ya había dado el primer paso. Nunca podría decirle a la gente de la Corte que había luchado en el Castillo del Olvido y evitado que ese mundo se viniera abajo, pero era algo que no iba a olvidar con facilidad.

La próxima vez os traeré nuevas chansons—prometió, cambiando a una cancioncilla que le recordaba a Tierras del Reino, con sus animales salvajes y su hermosa sabana—. Os hablaré de los Caballeros y de nuestra guerra. De los monstruos que tenemos que destruir y de la gente que he perdido por el camino.

»Pero también de la que he ganado y de todo lo que he visto. De Bastión Hueco, de mis Maestros, de mis amigos. De la gente digna e indigna que vive en los diferentes mundos. De las cosas que he hecho bien y mal. De Andrei y puede que de Yerai.


Seguramente no pudiera volver en bastante tiempo. Quizás muriera, ahora que sabían que tenían enemigos terribles esperándolos dispuestos a destruirlos. Cada vez había más y más.

Tanto daba. Una canción no importaba por su final, sino por lo que había en medio, por los estribillos y las estrofas, por su capacidad de arrancar gemidos o risas a la gente. No podía escribirse un buen final si no había un camino digno de por medio.

Cuando terminara, iría a ver a Gédéon. Puede que no hablara con él o quizás lograra reunir el valor necesario para hacerlo. Todo dependería del momento. También iría a la Corte. No podía marcharse sin más y sin intentar arreglar las cosas. Había visto lo que las malinterpretaciones y la falta de información podía causar y lo había vivido en su propia piel.

En cualquier caso, París ya no era su hogar. Había pensado que al regresar se sentiría en casa, pero no era así. En vez de entristecerse, trató de alegrarse. En su momento decidió dejarlo todo atrás, quizás no de la mejor forma, y al menos había conseguido algo.

Pertenecer a un lugar donde sí lo necesitaban.

Sus dedos bailaban con las cuerdas y Simbad sonrió, preguntándose si su familia podría escucharle allá donde estuviera.

****


Light se sacudió las manos mientras la música, dulce y alegre, llenaba el triste cementerio de vida. Los hombres yacían a sus pies; no habían sido muy complicados de noquear y tampoco le habían dado problemas. Decían algo de encontrar la «Corte de los Milagros» y no estaba seguro de si querían hacer daño a Simbad, pero era mejor prevenir que curar. Estaba convencido de que el chico podría haberse ocupado de ellos, era un aprendiz de Caballero después de todo, pero cuando vio que se dirigía al cementerio decidió que no podía permitir que lo interrumpieran en un momento tan íntimo.

Arrastró a los tipos por los pies, alejándolos del muro y luego se permitió un pequeño descanso, escuchando la melodía. Se preguntó a quién estaría visitando. Recordó todas las tumbas vacías a las que él tendría que presentar sus respetos con el paso del tiempo y respiró hondo.

No volvería a perder a nadie más.

«¿Estás listo?» preguntó la voz de Gaomon.

«Así que ahí estás» respondió Light con una sonrisa. «Creo que buscaré un poco más antes de ir a ver a la abuela, pero no quiero hacerla esperar mucho más.»

Gaomon aceptó su decisión y Light se alejó con las manos en los bolsillos y la cabeza bien alta. Había sido un día extraño, pero solían pasar y no se arrepentía de haber invitado a comer al chico. No le gustaba Bastión Hueco, ni sus métodos, pero ahora necesitaban aliados.

Él tenía que aprender a mirar más allá.

Porque no todo valía con ser fuerte.

Puede que no encontrar información sobre los ángeles o sus padres, pero no importaba. Cuando se sentara a hablar con Ágatha estaría preparado para lo que tuviera que venir.

Y después de ese alto en el camino, continuaría luchando para convertirse en un Maestro y defender la Luz. Era para lo que se había entrenado desde pequeño y no importaba lo que se interpusiera en su camino, aprendería a superarlo. No volvería a dejarse arrastrar.

El paso que iba a dar iba a ser por su propia voluntad y no la de alguien más.


El imperio de los Ocus
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En una realidad muy, muy lejana, más allá incluso del espacio y el tiempo, en cierto momento de la historia, se erigió en las ruinas de la antigua Tierra de Partida el Imperio de los Ocus. Un nuevo sistema se estableció entre los pocos mundos existentes, y la Federación Galáctica pasó a estar bajo su mando por igual. El glorioso imperio, con los avances tan importantes que tenía día a día, no veía que los días de su posible cataclismo estaban cada vez más cerca. Estaban cegados por el poder y la prosperidad que habían creado en su propia burbuja.

Su emperador, Alec, tampoco fue consciente de ello.

La historia empezó en lo que iba a ser un día como cualquier otro, muy temprano por la mañana, todavía bajo la luz de las estrellas y con la capital imperial bajo el poder de Morfeo. En los mismos salones reales, donde algo inesperado sucedía...

E-esto... Esto debe tratarse de un error —argumentó el Emperador, sentado desde su majestuoso y brillante trono de color púrpura.—. ¿Me estás diciendo que el Imperio que he creado, el que ha traído la paz y la prosperidad al universo: el mismísimo Imperio de los Ocus, va a ser destruído para siempre?

En efecto, mi señor. No por nada soy la tan famosa Cazadora de Fantasmas. Entre mis excepcionales habilidades se encuentra la capacidad de ver el destino y las profecías. Y hasta la fecha no me he equivocado nunca.

La Cazadora de Fantasmas... se trataba de una famosa pitonisa, de cabello púrpura y tez nívea, decían que poseía la capacidad de comunicarse con los muertos, de ver y predecir los malos augurios, e incluso el destino. En ese instante se hallaba inclinada ante el Emperador Ocus, que acariciaba con amor a la Princesa Ilana, sentada sobre sus piernas.

Tiene razón, mi señor —susurró un miembro de la Guardia Real a su majestad, Light Hikari—. Nunca se ha equivocado en nada.

¿De verdad estás tan segura? ¿No tienes más detalles de cómo podría suceder?

No, mi señor. Solo sé que, en el día de hoy, alguien traicionará su confianza y acabará con el Imperio. Es posible que se deba a muchas cosas: un golpe de estado, un asesinato silencioso, un ataque Sincorazón... No soy conocedora de esos detalles, su majestad. Solo tengo la certeza de que usted debería saberlo mejor que nadie. ¿No tiene ningún enemigo?

El Emperador Ocus gruñó sobre su trono, incómodo. Invocó una vara en su mano derecha con la que empezó a juguetear entre sus dedos, reflexionando acerca de la profecía de la mujer. Se encontraba muy preocupado.

Mi señor, ¡debemos hacer algo! —susurró la maga de la corte, Ariasu.

El Emperador meditó por unos instantes, preocupado y analizando la información que le había sido entregada. Al cabo de medio minuto en silencio, se pronunció.

Es posible que sepa de quién se trata. Un antiguo miembro de la Casa Real, bajo las órdenes directas del juez Ryota en su día, y mi archienemigo personal —varios murmullos agitados rompieron el silencio del enorme salón—. Nunca me cayó bien, y yo mismo le sentencié a prisión de por vida. Es por ello que yo, el Emperador Ocus, aquí y ahora, los sentenciaré a muerte. Tanto a él como a su antiguo aliado, ambos prisioneros por el crimen de alta traición contra su majestad.

Incluso la Princesa Ilana lo sintió, algo estaba a punto de suceder... Algo que, quizá, pudiese cambiar el glorioso Imperio de los Ocus para siempre.

*


En el mismo instante en el que el Emperador Ocus ejecutaba la sentencia de muerte de su mayor enemigo hasta la fecha, éste se encontraba en la prisión, ignorante de todo, como todos esos años que había pasado encerrado. Era joven, y pese a haber perdido en su día su amada baraja de tarot, todavía le quedaba una última carta. Él lo sabía, estaba convencido de ello, era la carta que le daría la victoria. Su último As bajo la manga: la que le permitiría vencer al Joker para siempre.

Sonrió.

¿Es que nunca te cansas de reír como un payaso? No entiendo a qué le ves tanta gracia.

Y precisamente le tocó la misma celda que a su compañero de armas: Ragun, antiguamente conocido como Alexander Fürst von Wiedererinnerung y príncipe heredero de un antiguo imperio perdido en el cosmos. Hasta aquel fatídico día en el que fue capturado por la Guardia Real había sido un simple mercenario, un cazarrecompensas sin recuerdos de su pasado que buscaba información del ahora traidor del Imperio Ocus. Lo que no sabía es que aquella información era falsa y le terminó guiando a una trampa. Ragun fue tachado de cómplice del traidor, aun sin serlo y sin pruebas para demostrar lo contrario, y estaba atrapado con él. Le había tenido que ver la cara y su retorcida sonrisa todos los malditos días de su vida después de aquello. El sufrimiento era terrible.

Ey, te estoy preguntando, bufón.

Me vengaré, mi último As me lo permitirá. Guardo esa esperanza, compañero. —le dedicó una mirada pícara a Ragun desde su posición, sonriente como él.

¿Y cómo pretentes salir y hacerlo, eh? Si no fuese por estos grilletes, te habría matado desde hace muchísimo tiempo, gusano asqueroso. Mira que llamarme compañero...

Lo eres... y lo serás siempre. Así lo dictó el destino aquella noche, ¿no te acuerdas?

Mas no fueron capaces de continuar con tan interesante conversación. Un guardia armado de pies a cabeza les interrumpió, alegando que iban a ser ejecutados en el Coliseo oficial del Imperio ante los ojos de toda la población. A Ragun se le empalideció la piel, pero él, el auténtico traidor, no borró de su rostro su venenosa sonrisa.

*


Los preparativos estaban listos. El Emperador Ocus, aterrado por la profecía que vaticinaba el final de su Imperio, salió ante el público desde el palco real. Vestía atuendos propios de un brujo, parecía que las viejas costumbres nunca cambiaban. Los vítores del público llenó el terreno de batalla y se pudieron escuchar a lo largo de toda la capital imperial. El ruido se acrecentó cuando salieron a la arena los dos mayores enemigos del Imperio.

¡En el día de hoy, yo, el Emperador Ocus, ajusticiaré a aquellos que han osado oponerse contra todos los ciudadanos que forman nuestro Imperio! El cazarrecompensas Ragun, y el antiguo miembro de la Casa Real: Andrei Saavedra.

¡Todo esto es un error, yo no soy culpable de nada! —gritó Ragun, aunque nadie le escuchó.

¿Ves ahora? Esta es la verdadera cara del Imperio. Solo desean la sangre y la violencia. Una sociedad hipócrita que ha infectado todos los mundos del Reino de la Luz.

Dada la extensión del Coliseo nadie se percató de ello, pero Andrei empezó su plan. Sacó de entre su ropa su último As y... ¡Zas! Se liberó de los grilletes ante la vista de todos. Los habitantes del Imperio gritaron aterrados, y el villano alzó su última carta al cielo.

Y tú, simple idiota, morirás con ella. ¡¡Juré aquel día que crearía una utopía, y mientras viva habrá esperanza!!

Espera, ¿qué estás haciendo? ¡Quítame los grilletes a mí también, pedazo de cabrón! ¡Yo no quiero nada contigo ni con este Imperio de pacotilla!

El cielo se empezó a nublar, el viento se agitó, y los truenos comenzaron a resonar desde los cielos. El poder de Saavedra era mayor del que hubiesen llegado a imaginar, pues todavía poseía parte de aquel poder que le permitía crear y destruir todo lo que deseara. La última vez había intentado destruir el mundo y recrearlo de nuevo a su manera, pero fue el Emperador Ocus quién le arrebató el Corazón. Ahora la venganza le guiaba, y no descansaría hasta asesinar hasta el último súbdito del Imperio Ocus.

¿Imperio de pacotilla? Deberías cuidar más tu lengua, traidor.

El mismísimo Emperador saltó desde el palco real hasta la arena de combate, encarando a los dos mayores enemigos de su historia. La Guardia Real se había empezado a desplegar, una parte para salvar a los civiles, y la otra para acudir cuanto antes al escenario de batalla. Ragun protestó, atrapado todavía por los grilletes. Se estaba formando la mayor batalla de la historia a su lado, y él no podía hacer nada.

¡Joder! ¡Que a mí me importa un pimiento el Imperio, soltadme de una vez!

¿Cómo puedo creerte, después de lo que hiciste?

La Guardia Real acudió apresurada y, apoyando al Emperador Ocus, rodeó a los dos villanos. Apuntaron con armas, cetros, pistolas... Era imposible escapar de la Guardia de élite, pues se decía que eran los mayores guerreros de la historia. Entretanto, Andrei todavía sostenía la carta en el cielo. Se veía rodeado de energía, de viento, levitaba en el aire y los truenos estallaban desde las oscuras nubes que cubrían la ciudad.

¡Silencio, insectos! ¡¡El nuevo Emperador reclama su Reino prometido!!

Una explosión de energía se expandió a través de todo el Coliseo. La Guardia Real salió despedida por los aires y la arena se elevó hacia los cielos, creando un remolino de arena que se llevaba todo por delante.

¡Basta! No te permitiré seguir, protegeré este lugar y los liberaré de tus garras —exclamó Alec, lleno de furia—. ¡Soy el Emperador Ocus y no pienso dejar que gente como tú invada mi mundo! —Mas no recibió ninguna respuesta por parte de su archienemigo, sino una risa funesta.

¿Es que no me escuchas? ¡Libérame y te ayudaré a vencer a este chiflado! ¡Menudo emperador de pacotilla estás hecho si no ves lo que tienes delante de tus ojos!

Eso sí era cierto... Ragun había estado todo aquel tiempo pidiéndole la libertad, asegurando que nada tenía que ver con Saavedra, el traidor, y parecía que iba a terminar siendo eliminado por el mismo si no hacía algo. Como gobernante, Alec no podía permitirlo. Asintió con firmeza y le liberó de los grilletes.

Y dime, musculitos, ¿qué eres capaz de hacer aparte de protestar?

Ragun sonrió con arrogancia y encaró al imponente Saavedra.

Je. ¿Que qué soy capaz de hacer? ¡Soy el personaje con más Resistencia de todo el rol! ¡No me subestimes!

¿Cómo que de...? Bah, da igual. ¡Princesa Ilana!

La mayor batalla de la historia dio comienzo. Ragun se lanzó a por Andrei, protegido por ambos brazos para combatir el poderoso torbellino que ahora le rodeaba, y de la oscuridad de las gradas apareció la Princesa Ilana, acudiendo a la llamada de su dueño. Pero la pequeña gatita no apareció sola, sino que iba seguida de su batallón privado, un ejército de adorables gatitos preparados en cuerpo y alma para la más dura de las adversidades.

Bien hecho, mi pequeña.

La Princesa Ilana y su batallón de gatitos achuchables se lanzó a por Andrei, a la par que varios miembros de la Guardia Real, como Light, Ariasu o el Capitán Ronin atacaron sin cuartel al archienemigo de los Ocus. Pero todo terminó en desastre. Andrei, con un simple movimiento de mano, envió decenas de ráfagas y truenos que explotaron a lo largo del estadio, sin dejar a nadie en pie, todos cayeron inconscientes al instante. Ragun sobrevivió al impacto por ser el personaje con más resistencia de todo el rol, por supuesto, pero no se pudo decir lo mismo de los demás.

La Princesa Ilana saltó en el último momento, protegiendo a su dueño de una muerte segura. La gatita cayó sobre la arena manchada de carmesí, saboreando sus últimos alientos de vida.

No... Ilana, yo... Esto no tenía que estar sucediendo... —decía el pobre, dolorido como nunca por el fuerte nexo familiar que los unía a ambos—. Es todo culpa mía, otra vez, pero solo hay un camino que puedo tomar. Puedes estar tranquila, ¡PORQUE VOY A ACABAR CON ESE MALNACIDO DE UNA VEZ!

¿Has terminado ya?

Los únicos supervivientes: Ragun y Alec, se adelantaron hasta la posición de Andrei. El joven sacó de nuevo su última carta, victorioso.

¡Sí, crearé mi mundo, la última utopía! ¡El mundo definitivo! Y vosotros, gusanos, vais a saborear TODO mi poder.

¿Cómo es posible que terminara encerrado por culpa de este tonto tantos años? ¿Y quién se inventó el guión de esta historia?

La carta de Saavedra brilló. La arena del Coliseo se evaporó, y en su lugar surgió una superficie metálica que se alzó en el aire a toda velocidad, como un ascensor que llevó a los tres hasta los cielos, al núcleo del caos y la destrucción. Desde allí lo podían ver: el Imperio Ocus estaba cayendo ante el poder del gitano, cientos de meteoritos caían desde las estrellas dispuestos a aniquilar toda forma de vida.

Un trono dorado, imponente y gigante apareció a espaldas de Saavedra. El gitano se sentó, mientras invocaba una mesilla al lado con un vaso de agua, del que tomó un sorbo con gusto.

¿Estás contento, Saavedra? ¡Espero que lo estés, porque estos van a ser tus últimos momentos!

¿Ah, de verdad? ¿Y con qué pretendes conseguirlo? ¿Con tu gatita muerta?

Pese a la crueldad del villano, El Emperador Ocus se mantuvo firme con gran esfuerzo. Aguantó las lágrimas y apretó los puños, lleno de rabia.

Saavedra... Siempre fuiste mi mayor enemigo. Un traidor del Imperio Ocus, y el mayor peligro que el universo haya conocido jamás. En nombre de la Princesa... y de todas tus anteriores víctimas, me cobraré mi venganza. ¡As de Corazones!

Alec lanzó una lluvia de fuego a Saavedra, que desde su trono omnipotente no hizo más que carcajearse del pobre diablo. Todos los hechizos ígneos rebotaron, y entonces le mostró de nuevo su carta, su As de la victoria.

¿As de Corazones? Yo cuento con mi As de la Victoria, y con mi Auto-Espejo. Lo sé, todos ponen la misma cara, nadie se lo espera nunca. Nadie cree en las cartas.

¡Pues a mí por fin me aceptaron una habilidad de nivel cuarenta, gitanillo de tres al cuarto!

¡Ragun! El muchacho invocó su Llave Espada, haciendo uso de su estilo Dark Side, y se enfrentó a Saavedra con uñas y dientes. El gitano, desde su trono digno de un Dios movió la mano, y cientos de fragmentos de hielo punzantes se clavaron en la piel del chico, mientras seguía avanzando contra la mayor ráfaga de viento que hubiese visto jamás. Andrei, junto al viento y el hielo, invocó decenas de espadas que envió volando hasta el cuerpo de Ragun. Aquella era la escena más dolorosa que el Emperador Ocus había presenciado en su larga e interminable vida, pero él continuaba. Ragun seguía caminando, mientras que cientos de rayos, lenguas de fuego, piedras ardientes, espadas... Y todo tipo de ataques imaginables impactaban en él, que caminaba y caminaba directo al trono.

¿¡Pero por qué no te mueres de una vez!?

Ya lo dije antes... Soy el personaje con más resistencia de todo el rol. Nadie ha conseguido matarme nunca.

Andrei se levantó de la silla con Ragun justo a unos metros de él, enfurecido como nunca.

¡Eso que dices no tiene sentido!

Ya creo yo que sí...

Pero en lugar de atacar a Saavedra, se limitó a coger el vaso de agua ubicado sobre la mesilla.

¿Y qué pretendes hacer? ¿Lanzarme un vaso de agua? —se burló.

¡Alto Ragun, vas a morir! ¡Tu poder no es suficiente para derrotarlo!

¿Querías un poco de agua, Saavedra? ¡Pues toma agua! —y Ragun, con gran habilidad y rapidez, vertió el agua sobre el rostro del gitano—. Es la habilidad de nivel cuarenta: el agua te desintegrará, idiota.

Andrei retrocedió, molesto y muy pero que muy enfadado. Pero no pudo hacer más. Todo su cuerpo se estremeció, el corazón le bombeó de forma frenética y tan veloz como un rayo, su poder se desvaneció.

¿Q-Qué demonios es esto...? —lograba decir, tambaleándose hacia el borde de la plataforma—. ¿Una habilidad...? ¿Nivel cuarenta...? ¿Quién demonios le dio el visto bueno a...?

Y cayó. El cuerpo de Saavedra cayó en picado hasta la tierra y no volvió a levantarse. Las oscuras nubes, los truenos y los meteoritos desaparecieron para dejar tras de sí un cielo brillante, un sol sonriente y mariposas volando por todos lados. La gente aplaudía al Emperador Ocus, que sorprendido, se asomó al borde de la plataforma.

Queridos habitantes, no debéis darme las gracias a mí. Sino a este inesperado aliado. Ragun, ¿te gustaría unirse a la Guardia Real? Podrías saber sobre tu pasado si lo haces, y te pagaríamos muy bien...

Ragun, todavía con duda, se rascó la nuca. Y dio su decisión.

Nah, creo que paso. Solo quería ser libre, y ese loco se interponía en mi camino, eso es todo. El día de hoy ha sido muy raro... Y siento lo de tu gata.

Princesa Ila...

El muchacho oscuro, el héroe que había derrotado al mayor enemigo de la historia con un vaso de agua, golpeó al Emperador en un hombro como muestra de afecto, y ambos sonrieron, con dificultad, pero lo hicieron. Sí, era el final de una bonita historia. El Imperio Ocus no fue aniquilado ese día, y la Princesa Ilana logró sobrevivir después de muchos sustos. Pero todos le echaron en falta.

A partir de ese día todos extrañaron al héroe legendario, a Alexander Fürst von Wiedererinnerung.


Y esto son todos. Los votos me los tendréis que enviar a mí por Mensaje Privado, recogeré votos hasta el día 22 de Enero.
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Re: [Votaciones] Rolea y Crea

Notapor Tanis » Dom Ene 17, 2016 10:17 pm

Quiero usar el dibujo C como firma (?) y como fondo de algo, LO QUE SEA
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Re: [Votaciones] Rolea y Crea

Notapor Aru » Lun Ene 18, 2016 12:38 am

¡ME ENCANTAN! XD ¡todos los dibujos, son geniales! Ha habido bastante nivel >v<, me alegra mucho poder participar en este eventillo y muchas gracias a nuestra anfitriona la señorita Helco, por haberme dado la oportunidad de participar (ya sabemos lo ausente que estoy respecto al foro y al rol, así que era bastante entendible que no se pudiera o algo por el estilo) PERO BUENO, es grandisimo el talento y obviamente no solo a los dibujantes, sino también felicito a los que participaron en los relatos :)
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Re: [Votaciones] Rolea y Crea

Notapor xXOrbOOkXx » Lun Ene 18, 2016 12:52 am

*Croquetea de emoción*


OMG Simbad en un relato *^*. Que ilusión me ha hecho por favor. Debería haberle dado un puñetazo a Light por ser tan tsundere con Freya/ ¿Para cuando el canon?. Por no decir que todos absolutamente todos los malditos relatos y dibujos son una pasada, de verdad, hacía muchísimo que no disfrutaba tanto en participar en esta clase de concursos.

*Babea*

Bien, resumiendo: La historia de Hana y Saito me ha provocado feels (¿por qué Saito? WHY?), esa y la segunda (sí. He llorado. Silencio, ¿vale? Soy muy emotiva), supongo que hay cosas que están mal en referente a la historia en mi personaje, pero bueh, da igual, son cosas que son imposibles que supieras XD. Y en la tercera también he llorado... PERO DE LA RISA. El vaso de agua me ha llegado a la patata y lo sabéis.

En cuanto a los dibujos todos me gustan bastante, tampoco voy a ponerme tiquismiquis porque tampoco tengo yo un nivelazo que lo flipas XD. El gif me ha... traumatizado un poco (?). Nah, es coña, está de puta madre.


(?)
~Un cuarto de hora de risa, equivale a un año más de vida...~


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Tercera Saga:

Prólogo de Simbad
"Bastión Hueco" Choque de culturas (Encuentro)
"Bastión Hueco" Novatos bajo la lluvia (Primer encuentro - Saga Novatos)
"Tierras del Reino" El nacimiento de un príncipe (Trama)
"Islas del Destino" ¡Buscad a mi perro! (Misión)
"Castillo de Bestia" Solos entre lobos (Primer encuentro - Saga Délaissé)
"La Cité des Cloches" Los miserables (Encuentro)
"Villa Crepúsculo" Una visita guiada (Encuentro)
"Selva Profunda" Día de monos (Encuentro)
"Port Royal" Los muertos no cuentan cuentos (Trama)
"Tierra de Dragones" Linda Flor (Misión)
"Bastión Hueco" Novatos bajo el amanecer (Segundo encuentro - Saga Novatos)
"Ciudad de Paso" Lo que vale la pena (Encuentro)
"Ciudad de Paso" The Game Never Ends (Trama)
"Torre de los Misterios" Orden en la Biblioteca (Misión)
"Evento Global" El esclavo del olvido
"Evento Global" Ruta de los perdidos

Evento Halloween 2014
"Especial libre" El laberinto de los corazones
"Especial libre" San Valentín III
"Islas del Destino" Yincana veraniega
"Evento libre" La Mansión Encantada II: La Venganza

Cuarta Saga:


"Ciudad Inexistente" Dos velas para el diablo (Encuentro)
"Port Royal" De copas con la muerte (Encuentro)
"Bastión Hueco" De magdalenas y vicios franceses (Encuentro)
"La Cité des Cloches" Insomnia (Primer encuentro - Saga La Musique du Silence)
"La Cité des Cloches" Somnia (Segundo encuentro - Saga La musique du Silence)
-"Port Royal" El barco que desaparece en la niebla (Misión)
"Tierras del Reino" Donde duermen los gigantes (Trama)
"País de los Mosqueteros" Todos Para Uno (Trama)
"Ciudad de Paso" Un nuevo Crepúsculo (Trama)
"Ciudad de Halloween" El ataque de Boogieman (Trama)
"La Cité des Clochés" Fuego Infernal (Trama)
"Espacio Profundo" Planta 313 (Encuentro)
"Mundo Inexistente" Pasajes Oscuros (Trama)
"Tierra de Partida" Penúltima Parada (Encuentro)
"Evento Global" El principio del fin
"Atlántica" Perdona pero quiero casarme contigo (Encuentro)

"Especial libre" El laberinto de los corazones II: Escape
"Especial libre" World War Christmas
"Especial libre" El San Valentín está aquí
"Especial libre" ¡Exámenes finales
"Especial libre" La inocencia perdida
"Especial libre" Misión: Salvar la Navidad

Timeskip (Finales 1013-1017)

"Tierra de Partida" Examen de Maestría (30 Diciembre 1013)
"Jardines de Tierra de Partida" Doomsnight (Libre) (31 Diciembre 2013)
"País de las Maravillas" El último regalo (Minitrama) (Julio 1014)
"Jardines de Tierra de Partida" El Regreso (Libre) (Finales de Marzo de 1017)

Saga final:

"La Cité des Clochés" Santuario (Trama)
"La Cité des Clochés" La última noche en París (Libre)
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Re: [Votaciones] Rolea y Crea

Notapor Sito » Jue Ene 21, 2016 2:18 pm

Me da mucha rabia que sólo se pueda votar a 3 dibujos porque no creo que ninguno merezca quedarse fuera en cualquier votación >_> Todos me han gustado mucho y se puede apreciar el esfuerzo que hay detrás con sólo mirar. Me va a resultar super difícil votar aquí ;_;

Los relatos también me han gustado bastante, diría que el nivel es similar en todos pero bueno, como aquí los tres se van a llevar punticos si o si me da menos culpabilidad que el otro (?)
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v. Ficha de Nicoxa .v
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