Las cosas habían cambiado mucho en Ciudad de Paso. Nikolai se había criado en un mundo acostumbrado a recibir a los extranjeros con los brazos abiertos, a que los vecinos fueran parte de la vida cotidiana y a la amabilidad de los amigos y conocidos que te rodeaban. La mayoría, al igual que él, se habían visto expulsados de sus hogares y arrojados a aquel nuevo sitio que acogía a todos por igual. Por dicha empatía, profesaban el mismo trato a los recién llegados.
Era el mundo en el que había crecido. El mismo que no había variado incluso después de la muerte de su padre. El que nadie esperaba que lo hiciera nunca.
Hasta que llegó el toque de queda.
El joven y su madre recibirían una mañana, como todos sus conciudadanos, el siguiente circular informativo en el correo matutino:
Megumi Kitaniji, actual alcalde electo de Ciudad de Paso,
INFORMA:
Con el objetivo de esclarecer los últimos acontecimientos acaecidos en nuestro mundo, hago llegar el presente circular a cada hogar de nuestra ciudad para notificar de los principales problemas a los que nos enfrentamos:
1. La invasión masiva y descontrolada de los sincorazón. PERMANEZCAN TRANQUILOS. Estamos centrando todos nuestros esfuerzos en contactar con la Orden para que erradiquen la amenaza.
2. La aparición de fuertes individuos que amenazan con tomar el control de la ciudad. NOTIFIQUEN DEL AVISTAMIENTO DE CUALQUIER EXTRAÑO Y NO SE ACERQUEN A ÉL.
Por lo tanto, con la única intención de brindar la mayor seguridad posible a los ciudadanos, declaro un TOQUE DE QUEDA de tiempo completo, con los siguientes puntos:
1. Queda prohibido permanecer fuera de sus hogares sin una escolta. No nos responsabilizamos de las consecuencias para quienes desoigan la advertencia.
2. NO DEJEN ENTRAR A NADIE EN SUS HOGARES. Notifiquen de inmediato cualquier intento al Sr. Leonhart.
3. Los individuos antes citados son MUY PELIGROSOS. NO trate de enfrentarse a ellos.
Que así conste, de ahora en adelante, hasta el fin de la amenaza.
Fdo: El Alcalde,
Megumi Kitaniji.
A partir de entonces y, cómo no, todo había cambiado. Nikolai y su madre, a raíz de dicha orden, habían tenido que recluirse en casa, entre sus libros y el aburrimiento. Algunas veces acudían escoltas para llevarles alimentos, que el alcalde estaba repartiendo entre los ciudadanos confinados, pero su estilo de vida había entrado en una exasperante monotonía de la que era incapaz de salir.
No podía hablar con los vecinos. La única persona con que la que estaba las veinticuatro horas del día los siete días de la semana era su madre. Y ahora, los extranjeros eran vistos con lupa y arrestados cada día frente a su ventana. La desconfianza se había adueñado de las calles.
El día en que oyó unos fuertes golpes en su puerta llovía a cántaros fuera. Enseguida comprendió que no era una llamada normal de los escoltas, pues estos solían vociferar directamente para hacerle saber que no se trataban de sincorazón (que a veces rasgaban o arañaban la puerta).
Los golpes continuaron hasta que vinieron acompañados por una voz desconocida para Nikolai:
―Déjame entrar…