—¡Te tengo! —proclamé, triunfante.
Mi plan había salido a la perfección. El amago para engañarle permitió que le golpeara en la rodilla, obligándole a agacharse. Ahora le tenía a tiro para un golpe directo a la cara con el puño del disco para rematar la faena. Sólo un movimiento más, y ya no tendría que preocuparme de que intentara matarme de nuevo.
...Pero algo no salió bien. Toda la fuerza que tenía en el guantelete desapareció de golpe, y con ella la energía que empujaba mi cuerpo. Fue como un bajón total, como si acabaran de quitarme las pilas. Me tambaleé, algo mareado, mientras mi arma desaparecía y el disco se soltaba de mi mano y caía al suelo.
¡¿Por qué tenía que pasar esto justo ahora?! ¡Mierda!
Antes de que pudiera reaccionar, el gigantón albino me agarró la cara con fuerza para estrellarme contra el suelo con brutalidad. Apreté los dientes con fuerza, intentando zafarme como podía, pero era inútil. Entre el bajón del disco y el golpe que acababa de llevarme, todo mi cuerpo me fallaba.
—No... —intenté decirle—. Para...
No sirvió para nada. Lo peor fue observar cómo el "Número 7" volvía a crear la pica en su disco y se preparaba para darme el golpe final, ahora de verdad. ¿Todo iba a acabar aquí...?
¡No! Me negaba a creerlo, no podía morir así. En un estúpido laberinto, obligado a jugar a un estúpido juego, por un estúpido disco que había encontrado en un mundo al azar. Era ridículo. Me quedaba tanto por ver, tanto por explorar, tanto por descubrir... Oh, dios, Victoria. No podía dejarla sola.
Haciendo acopio de todas las fuerzas que me quedasen, o incluso de las que no tuviera, intenté arrastrarme por el suelo para esquivar su arma, desesperado. Era consciente de que no serviría para nada, pero no me rendiría sin luchar.
—Menudo aburrimiento de combate. Ya me estaba cansando de tanto esperar.
Aquella voz me desconcertó. Al girarme, pude ver cómo el albino se desplomaba, inconsciente. Detrás de él, una jovencita con un peculiar vestido y unos grandes ojos azules me miraba con curiosidad.
Spoiler: Mostrar
—¿Qué coño...? —Parpadeé repetidas veces, sin terminar de creerme lo que había pasado—. ¿Quién eres tú?
¿Aquella chica acababa de salvarme? ¿Pero cómo...? ¿Y por qué? ¿Sería otra jugadora? Las preguntas se amontaban sin parar en mi cabeza.
—Atención: entrada ilegal en el Laberinto detectada. Intrusa, identifícate. ¿Cómo has sobrepasado la seguridad del recinto? —interrogó la voz de la mujer robótica. Ahora ya no sonaba tan segura como antes.
Pero ella ni caso. Cogió el disco del Número 7 del suelo y lo examinó con detenimiento, como si estuviese buscando algo en concreto en el objeto. Una mueca de desagrado pareció indicar que no había tenido suerte, y lo dejó caer como si nada.
—Tu disco —dijo de pronto, acercándose a mí con la mano extendida—. ¡Vamos, no tengo todo el día! ¡Pásame tu disco!
—¿Qué? ¡No! —Aunque me negué, ella me lo quitó de sopetón, volviendo a inspeccionarlo como el otro—. ¡Eh, devuélvemelo!
Parecía que mis músculos y huesos poco a poco iban reaccionando y podía moverme más, aunque no demasiado. Cuando intenté lanzarme sobre ella de golpe para recuperar lo que era mío, acabé cayéndome de cabeza contra el suelo yo solo. Auch.
—Hoy es tu día de suerte: tengo una oferta para ti —La sonrisa en su rostro indicaba que había encontrado lo que buscaba—. Quieres largarte de este sitio, ¿verdad?
—¿Tú que crees? —gruñí, sentándome en el suelo entre muecas de dolor.
—Ya te lo estoy viendo yo en la cara. Pues bien, lo único que tienes que hacer es venirte conmigo con esto —señaló el disco—, y hacer todo lo que yo te diga.
—¿Puedes ayu...?
—Número 13, no lo hagas —interrumpió la jefa del lugar, amenazándome—. Aléjate de la intrusa, o las consecuencias serán terribles.
—¡A callar! Métete en tus asuntos. —protestó la joven.
Me quedé mirándola durante un momento, considerando mis opciones. Para empezar, no me fiaba de ella, pero tenía que reconocer que me había salvado el culo con el albino psicópata. Por otra parte, la sala seguía sellada, así que no tenía otro sitio al que ir. Y entre hacerle caso a la chica del vestido y hacerle caso a la mujer robótica... La respuesta estaba clara.
—De acuerdo... Voy contigo. —accedí, levantándome con cuidado del suelo—. Me llamo Nathan.
»Sácame de aquí.