Todo para, a simple vista, nada. No había nadie allí, ni siquiera rastros de que lo hubieran estado hacía poco. Lo único destacable fue un cofre roto del que pudo sacar un frasco lleno de un llamativo líquido verde. ¿Una poción, tal vez? Recordaba que una vez un mercader intentó convencerle de que le comprase una, que eran una maravilla que curaban cualquier herida, pero al enterarse del precio el mercenario se largó corriendo.
—¿La quieres? —le preguntó a Vaan. Tenía más pinta de tener que acabar utilizándola que él.
Se le daría tan tranquilo si la pedía, y si no se mostraba interesado se la quedaría para él. Examinaron un poco más la zona, pero al no encontrar nada se decantaron por subir un piso más. Y si la primera planta ya había sido un suplicio para el grandullón, la segunda era todavía peor. A cada paso parecía que el suelo de madera estaba a punto de romperse. Y otra vez para nada, pero todo cambió cuando unos ojos amarillos relucieron entre la oscuridad.
Los monstruos negros.
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Vaan fue más rápido, atacando a uno de los pequeños con lo que parecía un abanico de metálico. Extraña arma, pero efectiva. El segundo monstruo pequeño atacó al flacucho por el lateral y Alaric, tenso y en guardia, se interpuso para bloquear el ataque y de paso partirlo por la mitad con su espadón.
Pero no funcionó.
Fue como si cortase el aire, y la sombra, intacta, aprovechó para engancharse a la pierna de Alaric con todas sus fuerzas. Reprimió un grito al sentir las garras clavándose sobre su piel, e intentó zafarse golpeando la cabeza del monstruo con el mango del espadón. Si no servía, probaría a darle una patada a la pared por la parte donde estaba enganchada la sombra. Todo con tal de que se soltase.
—¡Hay que largarse, ya! —gritó.
Asegurándose de que Vaan iba con él, echaría a correr lo más rápido que pudiera escaleras abajo. Debían salir de la iglesia: si ya era complicado luchar contra esos monstruos, hacerlo en un espacio tan cerrado resultaba imposible. Y tampoco era que pudieran luchar mucho, debían huir.
Si los ojos amarillos se les acercaban demasiado, Alaric probaría a golpear alguna parte del edificio con su espadón, intentando provocar un pequeño derrumbamiento que aplastase a los monstruos. Procurando que no aplastase a los dos mercenarios ni que la iglesia se les cayese encima, claro. Si conseguían salir, votaría por volver con el duque y reagruparse.