[Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Trama de Nikolai, Victoria, Ban, Saito + Celeste y Aleyn

Aquí es donde verdaderamente vas a trazar el rumbo de tus acciones, donde vas a determinar tu destino, donde va a escribirse tu historia

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

Re: Ronda 9

Notapor Sally » Sab Jun 11, 2016 3:22 am

No tiene sentido malgastar el polvo en la espinas en sí. Hay que acercarse a las raíces. Si las cortamos ahí no deberían poder seguir creciendo. A menos que la magia funcione de otra forma.

Atacar el origen de la oscuridad tiene sentido —asintió Aleyn. El plan podía funcionar o no, pero al menos tenían uno. Por algo se empezaba.

Usaron su capa como transporte para el polvo. No era una tarea grata el tener que recogerlo, y menos sabiendo de lo que era capaz, y aun así Aleyn dedicó toda su atención a ello. Cuanto más ocupada estuviera su mente, menos pensaría en Aurora y en el cada vez más cercano atardecer.

Aquello sirvió para calmar sus nervios… hasta que llegó la hora de descender por el pasadizo. Tal vez era porque sabía con exactitud qué les esperaba al final de las escaleras, o porque la oscuridad, de alguna forma, percibía sus intenciones; el caso es que empezó a sentir una creciente inquietud, como un latido que procedía de la luz. Aleyn seguía deseando acabar con las espinas que corrompían el corazón, pero la sensación era diferente. Deseó poder acelerar el proceso para acabar con aquello de una vez, regresar con Freyja y Aurora, asegurar que la princesa estuviera a salvo y regresar con el resto del equipo.

Abel debía estar afectado por la misma sensación de urgencia que él, puesto que intentó acelerar el proceso. Aleyn buscó con la mirada algo con lo que el capitán pudiera producir fuego antes de que este sacara un pedernal. Debía haberlo supuesto, se dijo con una sonrisa, mientras Abel explicaba cómo era que lo llevaba consigo. Era un hombre que parecía preparado para enfrentarse a todo lo que le echaran encima.

Dejó que se ocupara de situar el polvo y producir el fuego mientras él se dedicaba a limpiar el pasadizo lo mejor que pudo. Contaba con la ayuda de Ygraine, que apartaba los pedazos a un lado, pero aun así era un trabajo agotador, y sabía que no lograría despejarlo por completo. Con un poco de suerte, el fuego acabaría con todo aquello y no tendrían que preocuparse por las espinas que quedaran.

Con un poco de suerte, como si eso existiera cuando Maléfica estaba involucrada.

Abel pareció terminar entonces, salvándole de aquellos pensamientos negativos, y le indicó que sujetara a Ygraine y sujetara el Escudo.

«Ha llegado el momento» pensó, algo nervioso, mientras intentaba que las manos no le temblaran «Ahora comprobaremos si la estrategia ha funcionado»

¿Y si no lo hacía? Aleyn no tuvo tiempo para pensarlo, puesto que Abel arrojó la antorcha que había hecho con madera y parte de su capa contra el polvo. Durante un instante, un instante agonizantemente eterno, creyó que el capitán no lograría ponerse a salvo detrás del Escudo antes de que aquello volara por los aires.

Por fortuna, aquel no fue el caso, y Abel además fue quien se aseguró de que no salieran despedidos por culpa de la fuerza de la explosión, puesto que Aleyn no habría sido capaz de aguantar la presión ejercida contra el Escudo él solo. Una vez más, tuvo que admirar la fuerza del capitán. Sin ella, probablemente habría dejado caer el Escudo al sentir cómo las llamas chocaban contra él.

Las llamas… el fuego estaba muy cerca. Casi podía oler la carne quemada, escuchar los gritos, respirar aquel humo tan denso.

«Solo son recuerdos. Los recuerdos no pueden dañarte» se dijo, mientras creía sentir de nuevo la mordedura del fuego en su piel.

Sn embargo, no todo eran meros recuerdos. El humo era muy real. Y no se asemejaba ni remotamente al que había producido la explosión anterior. Era demasiado denso, de una forma antinatural. Pero había algo más aún antinatural: el que aquella explosión pareciera haber provocado frío, y que ¿se estuviera arremolinando?

Entre toses, tratando de quitarse el regusto asqueroso que el humo le había dejado en el paladar, Aleyn observó cómo algunas espinas ardían, y otras… otras estaban fusionándose para formar una figura.

No. No nonononono.

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Si alguien le hubiera preguntado a Aleyn cómo se imaginaba a la Muerte antes de acudir a aquella misión, la respuesta habría sido probablemente ambigua, una figura con rasgos similares quizás a los de Maléfica, pero al mismo tiempo sin forma definida.

Ahora estaba seguro —si es que su mente aterrada pudiera hilar más de un pensamiento— de que aquella era la viva imagen de la Muerte. Maléfica había dejado a la Muerte como guardiana de su hechizo.

Aquel ser, aquella criatura que solo podía haber sido fruto de la mixtura de las peores pesadillas imaginables estaba allí, a unos meros pasos de distancia. Estaba allí por ellos. Ellos la habían despertado.

Ygraine se revolvió, gruñendo y alejándose de la figura. Su instinto le habría hecho huir, esconderse, y sin embargo se quedó cerca de ellos, mostrando los colmillos, pelaje erizado.

Aleyn, que estaba todavía recuperándose del shock que había supuesto ver a la guardiana —y dándose cuenta, admitiendo por primera vez, que su muerte estaba ahí, respirando sobre su nuca, rozándole las costillas de camino al corazón—, solo pudo sostener el Escudo tenso, agarrotado por el miedo, mientras la figura avanzaba hacia ellos.

Apenas registró cómo Abel intentaba detener su guadaña y acababa siendo arrojado contra una de las columnas. Apenas registró cómo el monstruo, la Muerte, se dirigía entonces hacia él.

Fue el grito de Abel, atacando a la guardiana por la espalda, lo que terminó de devolverle a la realidad del combate, y vio cómo estaban surgiendo más espinas del Corazón. Tenían que hacer algo. Y él estaba empuñando las que debían ser las mejores armas contra criaturas como aquella, surgidas de la pura maldad.

¡Abel, es probable que también sea débil ante el fuego! ¡Id a buscar más polvo, yo me enfrentaré a ella mientras tanto!

Aleyn no sabía, no recordaba, si quedaba el suficiente polvo en la cripta. Quizás aquella Muerte no compartía siquiera aquella debilidad con las espinas. Quizás solo la Espada podía dañarla.

Apretó la empuñadura con fuerza. Se abalanzaría contra la guardiana, intentando distraerla para que Abel pudiera subir por las escaleras, usando el Escudo para defenderse de aquella maldita guadaña, y tratando de hallar algún punto débil con la Espada.

¡Ygraine, las espinas! —le gritaría al zorro, gesticulando hacia el Corazón.

Ygraine intentaría destrozar las espinas que continuaban surgiendo con garras y dientes. Si no podía, el animal se volvería hacia la guardiana, presto a servir como distracción o como atacante, la lealtad predominando sobre el instinto de supervivencia.
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Ronda 10

Notapor Suzume Mizuno » Jue Jun 23, 2016 4:17 pm

Aleyn



Abel maldijo e intentó levantarse al tiempo que Aleyn, armado con la espada y el escudo mágicos, cual príncipe sacado de un cuento de hadas, se encaraba al monstruo. Cuando ella se acercó, vio que tenía un símbolo de Sincorazón en el pecho. Quizás eso no lo tranquilizaría demasiado.

Al fin y al cabo, no importaba que fuera Sincorazón o no: lo más probable era que significara su muerte.

El hombre cargó contra la criatura y contó con la ayuda de su zorro, ya que el pobre estuvo a punto de dejarse los dientes y las garras intentando partir las Espinas. El monstruo alzó su guadaña y él no tendría duda alguna de que, con su tamaño y su fuerza, podría barrerlo sin problemas. Sin embargo, cuando el arma chocó contra el Escudo, tanto esta como su dueña salieron disparadas para atrás. Una suerte para Aleyn, ya que sus habilidades con las armas blancas no eran precisamente destacables y no consiguió acertar con la espada.

Entre tanto, Abel corrió escaleras arriba lo más rápido que pudo.

Aleyn e Ygraine se quedaron solos mientras la Sincorazón se acercaba a ellos ahora con más cuidado, analizando la situación. Rodeó a ambos y, cuando Ygraine la atacó, estuvo a punto de cortarle en dos. Luego, aprovechando su altura, la criatura decidió que iba a hacer lo más sencillo de todo: atacar desde arriba.

La guadaña cayó de forma monstruosa sobre Aleyn, que apenas sí tuvo un instante para interponer su escudo. Entonces, aunque la guadaña salió disparada de las manos del monstruo, este metió la enorme mano por debajo del escudo y atrapó a Aleyn por el torso para levantarlo con brusquedad.

¡Atrás!

Algo llovió sobre la espalda de la Sincorazón y, de pronto, estalló en llamas y la explosión los arrojó a ambos hacia delante. Aunque el golpe fue tremendo, sirvió para que Aleyn se librara de aquella zarpa.

¡Córtala! ¡Ahora!—rugió el capitán, que estaba demasiado lejos para alcanzar al Sincorazón.

Seguramente sería la única oportunidad de Aleyn. Sin embargo, había una duda: ¿debía destruirlo con la Espada, a pesar de que solo la Llave Espada podía liberar los corazones? Y ¿dónde debía golpear? ¿En el pecho, en la cabeza?



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Aleyn
VIT : 15/32
PH : 5/11






****
Nikolai y Saito



¿Pero por qué no dejamos a mi maestra aparte y volvemos a eso de que ibas a devorar mis entrañas?

Ronna le dedicó una sonrisa elocuente y burlona.

Y bien, ¿no habías venido a por mí? Yo al menos te aportaré más entretenimiento que ella.Y mejores gritos, pero para eso vas a tener que cazarme primero.


Cuánta autoestima para tan poca cosa.

Pero se apartó de la puerta de Nanashi, arma en mano y, entonces, cargó contra Nikolai. Su espada era lo suficiente grande como para que confiara en que no iba a poder esquivarla.

Entonces se puso en marcha el ataque de Saic.

Ronna cayó en la trampa. No se imaginó que el chico de pronto usaría tan descaradamente magia. O quizás estaba demasiado irritada o dispuesta a reventarle la cabeza como si fuera una sandía. La espada se hundió en la puerta. Nikolai, detrás de ella, atacó contra la parte posterior de sus rodillas aprovechando que la desconcertada mujer orco forcejeaba con su espada para sacarla de la puerta. Le arrancó un grito de dolor y la hizo caer sobre una rodilla. Luego consiguió darle un golpe en la cabeza antes de que recordara que ella era un orco bastante más fuerte que él y que podía soltar sin problemas la espada para defenderse.

Nikolai se llevó un violento cabezazo contra la nariz que por poco se la hundió en la cara y lo dejó sangrando y sin aliento. En el momento en que se dio la vuelta, trastabillando, para cogerlo del cuello, la puerta se abrió de golpe y apareció Saito.

El plan de este había funcionado bastante bien. Su magia de oscuridad había desconcertado a los goblins el tiempo suficiente para que pudiera saltarlos por encima. Allí intentaron perseguirlo al reconocerlo como uno de los humanos a los que tenían que capturar, pero el Aqua les hizo rodar escaleras abajo. Eso sí, Saito se llevó una desagradable sorpresa cuando uno de los goblins, antes de caer, le lanzó un cuchillo que por poco le sesgó el cuello. No era una herida demasiado grave, pero dolía y escocía bastante y además dejaría un rastro importante para aquellas criaturas y, probablemente, Ahren.

Ronna maldijo y estampó con facilidad a Saito contra una de las paredes del pasillo en lo que parecía una retirada. Pero, entonces, para desesperación de Nikolai, vio que lo que estaba haciendo era coger espacio, llevándose una mano a la túnica y sacando algo que se parecía sospechosamente a una poción.

Entonces pasó un fogonazo entre ambos aprendices que acertó a Ronna en el pecho y, como estaba en las escaleras, perdió el equilibrio.

¡¡Cerrad la puerta!! ¡Atrancadla!

Primavera estaba en el pasillo y había salido de… la celda de Nanashi. Tras ella, tan pálida que casi daba asco mirarla, se tambaleó Nanashi, aferrándose a los vanos de la puerta sin fuerza. Allá donde las espinas se habían hundido en su cuerpo había extrañas marcas negras, como si una tinta negra quisiera extenderse por sus venas. La Maestra intentó decir algo, pero no tenía fuerzas y cayó de rodillas, a punto de desvanecerse.

Parecía que Primavera había conseguido llegar hasta Nanashi en algún momento de la pelea entre Nikolai y Ronna y, probablemente, había pasado desapercibida gracias a su tamaño. Quizás se había colado por una ventana. El caso es que ya tenían lo que querían.

Mejor poner pies en polvorosa.

La puerta de la celda de Joana se entreabrió y la mujer se asomó. Tras echar un vistazo, preguntó con ligera curiosidad:

¿Cómo vamos a salir de aquí?


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Las opciones son, aparte de las que se os ocurran, estas tres:

—Saito usa la ventana de la celda de Joana (lo que implica una caída en picado antes de usar el glider porque estos no caben por la ventana) y carga con los tres. Evidentemente no puedo hacerlo en un solo viaje y es muy arriesgado porque, al cabo de un rato, lo descubrirán y empezarán a disparar (y muy probablemente acertarán). Puede arriesgarse a reducirlo todo a dos viajes, cargando con dos pasajeros en uno de ellos, pero eso le reducirá mucho la capacidad de movimiento y ni Joana ni Nanashi están en disposición de detener balas. Primavera puede echaros una mano, claro, pero ella tampoco está al máximo y, por muchos éteres que le deis, no va a detener todas las flechas.

—Intentáis enfrentaros a Ronna y a los goblins antes de que llegue Ahren, bajando hacia las celdas inferiores, por donde entrasteis la primera vez. Es una zona que huele muy mal así que no podrían seguiros el rastro; pero Nanashi está muy débil, Joana no es muy rápida, que ya tiene una edad, y Primavera puede ayudaros con ello encogiéndolas o con lo que le pidáis pero, tras eso, no servirá de mucho más apoyo. Claro que también podéis pedir que intente hechizar a los goblins y a Ronna. No durará mucho pero os abrirá paso durante un rato.

—Separaros. Si Saito se va con Nanashi, podrá dirigirse hacia el Castillo de Huberto (recordad que vuestros personajes no saben qué está pasando allí), ya que es el único punto de referencia que conoce, para pedir auxilio mientras Nikolai busca cómo salir de la Montaña Prohibida a patita.

Si tenéis dudas o se os ocurre alguna otra opción (tened en cuenta que Nanashi tiene la magia bloqueada: no puede abrir un Portal de Luz)

P.D.: también hay un detalle. Quizás Tristan y compañía no consigan llevar el antídoto completo. Pero en el parcial que han hecho Primavera y Saito queda un poco. Quizás Nikolai quiera arriesgarse a beberlo (entrando en la celda de Nanashi, sin miedo, que no se va a cerrar la puerta) y probar a ver si consigue liberarle parte de la magia o es posible que prefiera guardárselo por si acaso Nanashi recae.


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Nikolai
VIT: 25/30
PH: 8/28 [Bloqueado]

Saic
VIT : 22/22
PH: 6/12

Saito
VIT: 65/70
PH: 5/32


****
Victoria y Tristan


E-el ángel está muerto, mi s-señora. —dijo Tristan, atrayendo la atención de Maléfica, que apartó sus fríos ojos de la inmóvil Victoria—. Aceptar su ayuda f-fue una patraña para ganarme su confianza y p-poder acabar con él.Mi lealtad está con vos.

Una sonrisa burlona apareció en los ojos del Hada. Esta desapareció, sin embargo, al ver los tesoros y pareció crecer unos cuantos centímetros de pura satisfacción. Tristan se daría cuenta de que Melkor contenía ligeramente el aliento, al igual que Felipe.

El problema fue que Victoria no estaba arrodillada y también guardaba un extraño silencio.

Maléfica se percató de aquel curioso clima y apartó la mirada de los tesoros.

¿A qué estás esperando?

Tras un instante, Melkor recorrió en dos pasos la distancia que lo separaba de Victoria, la agarró bruscamente por el pelo y la obligó a arrodillarse con una fuerza irresistible. Parecía un maldito tanque.

Ese fue el momento que Tristan decidió aprovechar.

El problema fue atacar de frente. Lo bueno, que Maléfica no terminaba de esperarlo. Los tesoros se esparcieron por el suelo cuando el Hada soltó una pequeña exclamación de sorpresa e interpuso una mano en el último instante. La Espina se hundió un poco en su piel al mismo tiempo que Ban salía escopetado hacia las cajas y las abría. En una vio varios botecitos de cristal. Como no tenía tiempo para decidir cuál era el correcto, tendría que cogerlos todos o llevarse la caja entera. Tampoco era muy grande así que no supondría un gran problema.

Entonces fue cuando Maléfica soltó un aullido de rabia que los hizo detenerse a todos, incluido a Felipe —que luchaba por deshacerse de las enredaderas y casi lo había conseguido— y a Melkor, que todavía sujetaba con firmeza a Victoria y ni ella ni Tristan tendrían muy claro lo que pretendía hacer, ya que parecía haberse llevado una mano a la espada…

Furiosa, con los ojos de un terrible amarillo, se arrancó la Espina y la tiró al suelo. Se volvió hacia Tristan.

¡GUSANO!

Garuda se arrojó sobre ella antes de que pudiera dar ni un paso hacia Tristan y Maléfica gritó, esta vez de dolor, cuando el ave fue a picotearle la cara. Entonces hubo un estallido de fuego y oscuridad que arrojó a todos los presentes contra las paredes de la tienda, que ardieron rápidamente y comenzaron a caerles encima. Felipe gritaba de dolor: el fuego había quemado las enredaderas, sí, pero el golpe había sido tan brutal que parecía haberle roto una pierna al arrancarlo del suelo.

Por otra parte, Garuda yacía en el suelo, deshaciéndose entre jirones de luz, aunque luchaba por incorporarse.

Gusanos. ¿Os atrevéis a volver la Oscuridad contra mí?

Maléfica soltó una risa grave y desagradable, pero sus ojos eran fríos, terriblemente fríos. Su cuerpo entero estaba envuelto en un aura negra y verde sucio. Melkor se incorporó, maldijo, dio media vuelta y echó a correr.

Maléfica dejó caer su cayado.

Entonces tendréis fuego… y sangre.

Extendió los brazos a los lados y estalló un volcán de fuego verde que deshizo por completo a Garuda y lanzó a Victoria, Tristan —ya invisible— y al príncipe por los aires, junto a un buen montón de goblins. El golpe fue tremendo y todavía rodaron unos metros antes de poder ver qué era lo que estaba sucediendo.

Sobre ellos se elevaba una inmensa sombra que parecía comerse el sol poniente.


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Negra y violeta, excepto en los ojos, la boca y las fosas nasales, de un siniestro verde claro… Y por cuyas fauces escapaban vaharadas de humo. Tenía alas, pero parecían atrofiadas y eran demasiado pequeñas como para que pudieran levantar un cuerpo tan titánico. Pero, realmente, no importaba: el dragón era lo suficiente grande como para poder barrer con su cola a una parte de su ejército.

La estampida empezó de inmediato entre alaridos y aullidos de terror. Golpearon a Victoria y también a Tristan —sobre todo a este, ya que nadie lo veía y no podían esquivarlo— y se encontrarían con que huir en una u otra dirección era casi imposible por culpa de la marea de goblins. Perdieron de vista a Felipe, aunque si lo buscaban ahora, quizás podrían encontrarlo.

Maléfica bramó y alzó la testa al cielo, abriendo muchísimo las mandíbulas, antes de vomitar un chorro de fuego verde sobre su propio ejército, buscando a los Portadores. Los alaridos de dolor brotaron por todas partes. No alcanzó a los aprendices por muy poco.

Estaban en problemas. En muy graves problemas.


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Las opciones son varias y podéis escoger la que queráis… Excepto que no os recomiendo la primera:

—Intentar luchar contra Maléfica para despistarla y dar tiempo a la gente del castillo a escapar.

—Huir a la muralla, tanto a pie como en glider. En ese caso podréis reuniros con Celeste. Si vais en glider, Maléfica os verá con claridad gracias a su capacidad de descubrir la magia pero, a cambio, os moveréis bastante más rápido. Quiero aclarar que, para subir la muralla, tendréis que usarlo sí o sí. A menos que deis un rodeo todo hasta la puerta sur, por donde va a escapar la gente.

—Buscar y salvar a Felipe (pase lo que pase no morirá). Usando el glider será más rápido, pero está el problema de Maléfica gigante y lanzallamas. Cargarlo en un glider ralentizará bastante vuestra escapada, en caso de que podáis alcanzarle, y tendréis que tener en cuenta que Maléfica estará prácticamente sobre vosotros, así que tendréis que buscar una forma de que no os convierta en pinchos a la brasa.

—Mezclaros entre la multitud y huir hacia el bosque a pie. En este caso tendréis la oportunidad de deteneros un poquito, muy poquito, a intentar recuperar el Cuerno. La perla es demasiado pequeña para que la descubráis en medio de tal caos.

Y si se os ocurre alguna otra, por supuesto, adelante con ella. Lo que debéis tener claro es que, si huís, Maléfica avanzará más rápido contra el Castillo del rey Huberto.

¡Dudas, como de costumbre, por privado!



****
Celeste


¿Creéis que puede funcionar? No es que se haya puesto a dar saltos de la emoción al oír que iban a rescatarla —preguntó Celeste—. Yo sólo espero que no les traicione. Por su bien.

Depende de lo que hagan tus compañeros. Melkor es una víbora y hará lo que sea por sobrevivir, incluso si tiene que sacrificar su orgullo o su libertad. Pero… no sabía… que su madre…—La capitana frunció el ceño y decidió callar, confusa.

¿Sabéis algo del ángel, por cierto? ¿Estaba... mejor cuando lo visteis por última vez?

Heike apretó los labios y meneó la cabeza.

No. Estaba peor. Esa… oscuridad se le estaba extendiendo muy rápido por las alas.

Luego la capitana decidió pedirle su último favor a Celeste y no pudo evitar sonreír de lado ante su reacción.

¡¿Estás casada?!

Abel es mi marido, sí.

¡E-e-estáis! Quiero decir... no pretendía... No es asunto mío, lo siento mucho.

¿Tan raro es que una marimacho como yo esté casada?—se burló Heike, aunque sin mala intención.

Celeste se recuperó de la impresión y carraspeó:

Tened fe en mis compañeros, capitana. Pero si sale mal, pondré a salvo a vuestro hijo. Os prometo que haré todo lo que esté en mi mano. —Heike pareció sorprendida ante la reverencia de la chica—. Sólo decidme su nombre y cómo es para que le reconozca.

Levanta la cabeza, no seas tonta. Mi casa está al lado del palacio.—Señaló el techo marrón de una pequeña mansión—. Mi hijo tiene cuatro años, el pelo negro muy largo y desarreglado. No hay forma de que se lo peine como es debido—dijo con una sonrisa rota—. Llévale esto y dile que vienes de mi parte. Te hará caso. De mayor será un buen soldado.—Se sacó un collar de debajo de la armadura que tenía la forma de una luna y se lo puso en la mano—. Gracias.

Justo en ese momento empezaron los problemas. Contemplaron cómo la tienda se venía abajo y, luego, la aparición del dragón. Hubo gritos de pavor entre los soldados. Hasta Heike se quedó congelada. Cuando el dragón comenzó a escupir fuego, murmuró:

No podemos ganar a eso.—Se volvió hacia sus hombres y, forzando al máximo sus pulmones, rugió—: ¡¡RETIRADA!! ACUDID A LA PUERTA DEL SUR. SACAD A LOS REFUGIADOS.

La mayoría de los soldados obedecieron pero hubo un buen grupo que, simplemente, escapó. Heike no se molestó en mandar que los persiguieran. Cogió a Celeste por el brazo y exclamó:

¡¡Rápido, llévame en tu trasto hasta mi hogar y déjame allí!! ¡Tengo que salvar al rey!—Y añadiría con severidad—: ¡Tus amigos están muertos, nadie puede vencer a un dragón! ¡Vamos! ¡Salvaré a tu ángel también, pero tienes que llevarme al palacio!

El problema era que la salvación de Nithael estaba en manos de sus compañeros.

¿Qué elegiría, obedecer a Heike y darlo todo por perdido o ir a buscar en medio de la oleada de goblins a Victoria, Tristan y al príncipe… antes de que el dragón decidiera ir a por las murallas?

Y, mientras tanto, el sol estaba a punto de hundirse en el horizonte.

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Victoria
VIT: 35/40 [+1 Acc]
PH: 20/20

Celeste
VIT: 20/20
PH: 15/22

Tristan
VIT: 15/30
PH: 4/22



Fecha límite: jueves 30 de junio.
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Re: Ronda 10

Notapor H.S Sora » Jue Jun 30, 2016 8:50 pm

Me llevé la mano al cuello un momento mientras lanzaba una maldición y miraba de reojo al goblin que por poco me había rebanado el cuello. No podía pensar en eso ya que si me detenía ahora para curarme perdería la poca ventaja que había obtenido al tirarlo por las escaleras con el hechizo acuático. Abrí la primera puerta con la que me topé, el ruido que hiciese poco podía importar a aquellas alturas.

¿Ésa es la que me iba a cortar los tendones para impedirme escapar?

La respuesta se presentó en forma de porrazo contra una de las paredes del pasillo en el que me encontraba. Pude ver a Nikolai y no tenía un aspecto mucho mejor que el mío precisamente, por suerte la mujer orco estaba huyen…

ESPERA. ESO NO ES ESCAPAR.

La muy tramposa estaba llevándose una mano a la ropa en busca de algo y, aunque aún no lo había sacado, podía imaginarme que sería algo curativo. Maldije por lo bajo mientras me levantaba con la guadaña en mano y trataba de abalanzarme sobre ella, pero algo se interpuso en mi camino e impactó contra nuestra enemiga, mandándola escaleras abajo.

Ya había visto un resplandor así antes…

¿Primavera? —logré articular mientras seguía la dirección por la que había venido el ataque.

¡¡Cerrad la puerta!! ¡Atrancadla!

Miré a Nikolai, a la espera de alguna ayuda por parte del que se suponía que había estado luchando por allí hasta mi llegada. Ante su falta de consejos, miré el arma clavada en la puerta, no muy seguro de si funcionaría utilizar aquel mandoble, pero era mucho mejor que nada…

Me detuve en seco al verla.

Se arrastraba como si fuese una pordiosera cualquiera. Ella, la Dama de Hierro. Mujer a la que admiraba y a la que no le había visto doblegarse ante nada. Ahora se presentaba frente a mí en un estado deplorable, estaba tan pálida que parecía muerta.

Me temblaba el cuerpo, verla así era devastador. Estuve a punto de gritar al verla desfallecer, y me apresuré en pedirle a Primavera que la sostuviese ya que Nikolai y yo debíamos atrancar la entrada.

Cura —musité en dirección a la Maestra. No podía hacer nada más por ahora.

Con los ojos casi anegados, seguí a Nikolai e hice acoplo de toda la fuerza que pude para desencajar la espada de la puerta. Si tenía que reventar el resto del marco a puñetazos o a espadazos lo haría, o lo que hiciese falta.

Nanashi no podía quedarse en la maldita fortaleza por un segundo más.

Tras usar el arma del orco para impedir el acceso a la puerta, me fijé en que una señora algo mayor nos observaba desde la que parecía ser su celda. Por acto reflejo agarré la guadaña, pero no me parecía alguien peligroso… ¿qué hacía allí?

¿Cómo vamos a salir de aquí?

¿”Vamos”? —repetí mientras enarcaba una ceja, mirando al Aprendiz de Tierra de Partida—. Y bien, ¿algo que se te haya olvidado mencionarme?

El muchacho respondió que volando. Lo miré intrigado, pensando en si respirar el mugriento aroma de aquella fortaleza habría hecho que se volviese majara en cuestión de horas. Le seguí, con temor a que hiciese una locura digna de un acólito de Tierra de Partida. Con la Maestra Nanashi cerca de él.

Mientras nos metíamos en la celda de la señora y la atrancábamos con una estantería, Nikolai me puso al corriente: se trataba de nada más y nada menos que la madre de uno de los orcos más despiadados del ejército de Maléfica, con el que ahora nuestros compañeros del castillo estaban aliados.

Al menos por ahora, y si conseguíamos sacar a su madre de allí con vida.

Vale, somos cinco personas y dos Gli…

Escúchame, ahora mismo eres el único que tiene un medio de transporte para salir volando de aquí; Maléfica ha sellado mi magia y no puedo invocar el glider.

Ah, que ni eso. Cinco personas y un Glider.

Estar jodidos era una expresión que se nos quedaba corta. Tras asegurar por tercera vez la celda, me bebí una Poción mientras intentaba pensar cómo podíamos hacerlo para salir por la ventana que tenía delante. Dejar a Nikolai era muy pero que muy tentador, pero aún así me sería imposible hacerlo todo en un viaje.

Seguí la mirada del Aprendiz, en dirección a Primavera, y tuve la misma idea que él. Le dejé compartirla primero.

Tendrás que cargar con todos, pero no con el peso de los cuatro si Primavera nos echa una mano. ¿Te queda magia para encoger a Nanashi y a Joana?

Sería más prudente encoger a las tres, así Primavera podría recuperarse del gasto de magia sin muchos problemas. Mientras que tú y yo iríamos en el Glider a tamaño normal... ¿Qué os parece a las demás?

Esperé la respuesta de los presentes y me acerqué a la Maestra Nanashi, a la cual ayudé a beberse un Elixir. Esperaba que al menos eso la ayudase a sentirse un poco mejor... Verla así me estremecía de dolor, y no poder hacer nada más era aún peor.

Suspiré, rasgando una parte mi ropa para cubrirme la herida del cuello. Aún con la pócima, quería asegurarme de no dejar ningún rastro. Miré con impaciencia en dirección a la puerta atrancada, si la líder orco volvía con refuerzos nuestras dos barricadas nos durarían un suspiro. Teníamos que salir de allí cagando leches.

¿Ha quedado algo del antídoto? —le preguntaría a Primavera. De ser así, le pediría al hada que continuase guardándoselo por si la Maestra tenía una recaída.

>>Deberíamos partir ya. Por favor, Primavera, haz el hechizo para encogeros...

Nikolai se dirigió entonces hacia mí, le miré exasperado. ¿Qué quería ahora?

En cuanto remontes el vuelo, sube todo lo que puedas. Nada más den la voz de alarma vamos a tener flechas por doquier sobre nuestras cabezas, pero no tendrán tanta potencia si no cogen inercia al descender

Sé como funciona una huida, aunque no lo creas en Bastión Hueco también nos han preparado para situaciones así.

Intentaré bloquear las flechas que pueda con la espada. ¿Tienes algún hechizo que también sirva para protegernos?

Sí. —Pensé en cierta habilidad que serviría para desviar las flechas y que incluso podría usar varias veces si era necesario—. Pero ten en cuenta que usar magia y conducir no es demasiado compatible en estos casos.

No contento con mi respuesta, rebuscó en su chaqueta hasta tenderme un Éter. Lo miré con recelo, ¿esperaba que lo cogiese?

Yo no puedo usar magia en estos momentos. Te es más útil a ti que a mí.

Estuve a punto de protestar, pero recordé que no teníamos tiempo para discutir. Lo cogí y bebí de un trago, notando como la magia volvía de nuevo a mi.

Te lo devolveré en cuanto todos estemos a salvo.

Haría ademán de cargar con Nanashi encogida, poniéndola en uno de mis bolsillos al igual que lo haría con Primavera si no le importaba. Nikolai podría cargar con Joana si le parecía bien, yo seguía sin estar seguro de que aquello fuese una buena idea.

Una vez todos encogidos salvo Nikolai y yo, invoqué la armadura para más seguridad y me acerqué a la ventana.

Espera unos segundos desde que yo baje, y salta.

Dicho esto tiraría mi Llave Espada al aire y me precipitaría al vació saltando por la ventana, el vacío me aterraba pero confiaba en la velocidad de mi vehículo. Era lo único que podíamos hacer y si había sobrevivido a caer por la Catedral de Notre Dame podría con esto.

Una vez dentro, empezaría a coger altura y esperaría a que Nikolai saltase sobre mi vehículo, le tendiría la mano a regañadientes si veía que no podía apañárselas por él mismo, y ascendería todo lo que pudiese mientras hacia que la guadaña rotase por uno de nuestros flancos para protegerlo de futuras flechas.

Tú cuida del otro, intentaré bastarme con esto y la magia —le diría mientras cogía más altura.

Si los orcos empezaban a atacar antes de haber cogido la suficiente altura como para que sus flechas apenas llegasen, no dudaría en utilizar Aerlevsedi las veces que hiciese falta con tal de desviar los ataques. Ahren no era el único que podía dominar el viento, aunque en mi caso fuese sólo una habilidad.

Una vez estuviésemos en una posición favorable, despegaría a toda velocidad hacia el único sitio en el que Nanashi podía ser curada: el Castillo de Huberto, en el que nuestros compañeros seguirían luchando por impedir que los orcos lo conquistasen.

Pensé en la gente del castillo, pero sobre todo en Celeste. Ojalá estuviese bien… pero caí en la cuenta de que la cuidaba Nithael. No podría estar más protegida en ningún otro lugar.

Aceleré aún más. Salvaríamos a la Maestra Nanashi, ahora estaba más seguro que nunca.

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Cura (HM) [Nivel 5] [Requiere Poder Mágico: 7]. Cura las heridas más leves y alivia un poco la fatiga.

Gasto una Poción en mí y un Elixir en Nanashi.

▪Rotación-Suspensión de la guadaña.

Aerlevsedi (HM) [Nivel 4] [Requiere Poder Mágico: 9] El usuario invoca una ráfaga "penumbras" que actúan como una especie viento oscuro. Éste ataca al adversario, pudiendo provocarle desde arañazos hasta cortes. Bajas probabilidades de hacer retroceder a un rival.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Drazham » Jue Jun 30, 2016 10:29 pm

No vio venir el testarazo de Ronna. La nariz de Nikolai crujió ante la presión de su frente, sacándole un graznido de dolor. La visión le centelleó una milésima de segundo tras el golpe y siseó entre dientes, notando la sangre fresca manar al llevarse la mano. La muy hija de su madre no se la había roto de milagro, pero dolía. Como mil demonios.

Para cuando los ojos se le esclarecieron de las lágrimas que saltaron, la garganta se le cerró de pánico nada más ver la mano de Ronna, amenazante, a escasos centímetros de su cuello para cerrarse sobre este.

Justo cuando pensaba que su brazo no llegaría a enarbolar la espada a tiempo, la puerta se abrió con fuerza y alguien salió de ella. Los ojos de Nikolai se abrieron como platos de alivio, era irónico que por una vez se alegrase tanto de ver a Saito aparecer.

A Ronna, en cambio, ya no le hizo tanta gracia estar en inferioridad y tuvo que salir por patas. Nikolai chasqueó la lengua y se incorporó, pero el dolor le hizo sufrir un vahído y no pudo correr tras ellas, y Saito tampoco es que tuviese mejor suerte al llevarse un empujón sorpresa. No le gustaba para nada la idea de que se les escapara y diese la voz de alarma.

Pero esa fue la menor de sus preocupaciones en cuanto la mujer orco se detuvo a las puertas y sacó de su ropa un frasco. A Nikolai se le tensaron las facciones de la cara, le bastó un simple vistazo para reconocer el líquido tan familiar que contenía y lo jodidos que iban a estar como se lo bebiese.

¡Detenla! ¡No se lo pe…!

Una llamarada surgida de la nada le pasó por un costado y ahogó una exclamación. No le dio por muy poco… o tal vez no estaba dirigida a él o a Saito, ya que fue Ronna quien se la comió de lleno y acabó escaleras abajo. Frunció el ceño y fue a girarse, llegando a ver de refilón una figura de un azul chillón.

¡¡Cerrad la puerta!! ¡Atrancadla!

Pero reconoció de inmediato la voz de Primavera, siendo más que suficiente, y se movió por la fuerza de sus palabras al mandoble que Ronna encajó en una de las puertas para arrancarlo y atrancar con este la que conectaba con las escaleras. Si no era capaz de sacarla por su propia fuerza, le pegaría un grito a Saito para que le echase una mano.

En cuanto se aseguró de que estaba bien atorada, Nikolai giró sobre sus talones y sintió como el corazón se le encogía de súbito.

¡Maestra!

Encontró a Nanashi justo detrás de Primavera, tambaleante, débil. Sin Espinas que la apresasen y torturasen más. Pero, oh, dios mío, la luz del pasillo le permitió apreciar con mayor lujo de detalles los cardenales, los rastros de sangre, las heridas que dejaron las púas de la planta… Su aspecto en general era tan agónico que a Niko le resultaba casi imposible sentir alivio de que estuviese libre.

Nanashi tuvo un momento de flaqueza en el que se resbaló del vano de la puerta y Nikolai, asustado, corrió hacia ella cual caballero protector. Se acuclilló para ponerse a su altura y extendió sus manos hacia ella, sin llegar a rozarla, con el miedo de que fuese a desmayarse de un momento a otro.

No lo hizo, gracias a dios. Apretó los labios al fijarse mejor en las vetas negras marcadas en las zonas donde antes yacían las Espinas. Supo en ese instante que la pesadilla aún no había terminado, que todavía no estaba curada y el antídoto provisional no les proporcionó más que unas escasas horas.

«Demonios…No pienso permitirlo. No después de haber llegado tan lejos.»

Oyó el chirriar de una puerta a sus espaldas y se levantó de un salto, agarrando la empuñadura de la espada. Luego se acordó de que la salida a las escaleras no se habría abierto con tanta facilidad y terminó de tranquilizarse al ver a Joana asomarse desde su celda. Les hizo un gesto a Saito y a Primavera para que no actuasen premeditadamente y le comunicó a la mujer:

Es seguro salir, doña Joana. Son mis compañeros.

Pero Joana parecía más preocupada por otra cosa, mirando de un lado a otro. Entonces, dejo escapar la pregunta que le rondaba por su mente. La gran pregunta.

¿Cómo vamos a salir de aquí?

¿”Vamos”? Y bien, ¿algo que se te haya olvidado mencionarme?

Ignorando el tonito impertinente con el que le vino Saito (él no era quien para recriminarle nada después de que pretendiese llevarse por el castillo a un pobre hombre decrépito), la expresión de Nikolai se tornó áspera, inmutable, y entrecerró los ojos. Para ser francos, aquello no le pilló tan desprevenido cuando sabía que tarde o temprano tendría que plantearse un modo de escapar de la Fortaleza Negra en cuanto rescatasen a Nanashi. Quizás fue más temprano de lo que se esperaba, pero lo tomó como un aliciente para pensar cuanto antes.

Entonces su mirada repasó a los cuatro presentes en el pasillo, parándose un poco en Primavera y Saito.

Ya tenía la forma de salir.

Volaremos —se aventuró a pronunciar con decisión. Tomó el brazo de Nanashi con suma delicadeza para ayudarla a incorporarse y ladeó la cabeza hacia la celda de Joana—. Adentro, ¡vamos!

Aprovechó el momento de movimiento para explicarles a los demás que Joana era ni más ni menos que la madre de Melkor, prisionera en las celdas del castillo para que Maléfica tuviese a un general fiel y sumiso. Les abrevió en pocas palabras que los que estaban en el castillo les convenía que saliese sana y salva de allí.

Una vez estuvieran todos dentro, siendo él el último en pasar, cerró la puerta y dejó que Nanashi se sentara en la cama mientras él, siguiendo los pasos que su cerebro tenía pautados al milímetro, se dirigió a la estantería.

Ayúdame con esto —alentó a Saito a que empujase con él la estantería del cuarto hacia la puerta. Una vez bloqueasen la entrada, se dirigió al aprendiz con expresión seria y le señaló la ventana—. Escúchame, ahora mismo eres el único que tiene un medio de transporte para salir volando de aquí; Maléfica ha sellado mi magia y no puedo invocar el glider. Tendrás que cargar con todos, pero no con el peso de los cuatro si Primavera nos echa una mano. —Posó unos ojos evaluadores en el hada. A simple vista, no se la veía tan exhausta como en las catacumbas, por lo que tal vez podían contar con ella—. ¿Te queda magia para encoger a Nanashi y a Joana?

Luego miró a Joana, esperando su opinión al respecto del plan y le dijo con una mueca:

Perdonad si es demasiado precipitado, pero no se me ocurría otra forma más segura. ¿Creéis que podréis aguantar el viaje?

Sí, podía funcionar. Nanashi estaba tan débil que apenas podría hacer esfuerzos, y a una anciana como Joana no le podía (vamos, ni se le pasaba por la cabeza) pedir semejantes trotes. Reducidas al tamaño de un ratón serían fáciles de transportar y el glider de Saito no tendría que soportar nada más que su peso extra. El quien llevaría a quien encima se lo dejo a su elección.

Pasó a observar la ventana y el cielo anaranjado del atardecer que se vislumbraba desde esta. Y en la luz que todavía proporcionaba el sol. Se mordió el labio inferior al pensar el blanco fácil que serían desde las alturas, con todos los goblins del castillo al corriente de los prófugos a los que masacrar a flechazos.

En cuanto remontes el vuelo, sube todo lo que puedas. Nada más den la voz de alarma vamos a tener flechas por doquier sobre nuestras cabezas, pero no tendrán tanta potencia si no cogen inercia al descender —le explicó a Saito de corrida con un tono cuasi mecánico, gesticulando brevemente con los dedos. Por dios, que no se le estuviese pasando nada por alto…—. Intentaré bloquear las flechas que pueda con la espada. ¿Tienes algún hechizo que también sirva para protegernos? —De darle una respuesta afirmativa, se sacaría de la chaqueta un éter y se lo tendería. Si vacilaba en cogerlo o se negaba, le lanzaría una mirada severa y le forzaría—: Yo no puedo usar magia en estos momentos. Te es más útil a ti que a mí.

Con todas las ideas y acciones repasadas al milímetro, se acercó a la ventana con Saito y con las mujeres a buen recudo. Le dio por asomarse para comprobar a que altura estaban y no tardó en arrepentirse de aquello. ¡Joder, no se veía ni el fondo!

No se lo pensó dos veces para imitar a Saito y embutirse en su armadura.

Espera unos segundos desde que yo baje, y salta.

Bien, ya no podía echarse atrás después de que la ocurrencia fuese suya. Tomó una bocanada de aire que le supo a poco para lo que le esperaba a continuación y se subió a la repisa después de que Saito saltase.

Y cuando le llegó su turno, dio un paso hacia el vacío.

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Nikolai le entrega un éter a Saito.
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Ronda #10 - Espinas Negras (II)

Notapor Astro » Jue Jun 30, 2016 11:45 pm

El corazón se le iba a salir por la boca. El tenso silencio, mientras Maléfica se regodeaba de la "lealtad" de Ban y de los tesoros al alcance de su mano, le estaba matando. Para empeorarlo, Victoria se había quedado quieta como una estatua, sin reacción alguna a las palabras de la Señora Oscura.

Lo cual iba a ser muy malo para ella.

¿A qué estás esperando?

Melkor reaccionó entonces, agarrando a Victoria y obligándola a arrodillarse. Los ojos de Ban se abrieron como platos, percatándose de que toda la atención de la hada estaba en Victoria.

«¡Ahora!»

Sin pensarlo, se lanzó hacia delante mientras estiraba el brazo. Maléfica interpuso una mano para pararle, reaccionando más rápido de lo que Ban habría pensado, pero sirvió. La espina se clavó en la piel de la bruja, y en cuanto Ban sintió que ya no la llevaba encima, salió escopeteado a mirar en las cajas. ¡Y bingo! Allí estaban unos botecitos de cristal que gritaban la palabra "antídoto", pero como era difícil saber cuál de todos sería el correcto, decidió coger la caja entera.

Quiso marcharse en cuanto la tuvo en su poder, pero un grito de Maléfica le dejó helado en el sitio. A él y a todos los demás, que contemplaron paralizados cómo se arrancaba la espina mientras los ojos le brillaban con un fuerte tono amarillo.

¡GUSANO! —rugió, dirigiéndose a Ban. El chico tuvo que esforzarse para no hacérselo encima por el miedo que le invadió.

Por suerte para él, Garuda vino al rescate lanzándose sobre la hada y picoteándole la cara. Ban intentó salir corriendo de nuevo, pero un fuerte estallido le lanzó contra la pare de la tienda. Había sido fuego: ¡la tela estaba ardiendo! Se la quitó de encima como bien pudo, a toda prisa, al mismo tiempo que se percataba de que los demás habían corrido la misma suerte. O incluso peor, porque Felipe yacía en el suelo gritando de dolor y Garuda se deshacía entre hilos de luz. A Ban le hubiera gustado agradecerle al eidolón que le hubiera salvado, pero la voz de la villana le puso en alerta.

Gusanos. ¿Os atrevéis a volver la Oscuridad contra mí?

La cosa pintaba mal. Muy mal. Maléfica estaba envuelta en un aura de color negro y verde oscuro, y sus ojos inspiraban terror. ¡Incluso Melkor salió corriendo nada más verla! Ban también retrocedió, volviéndose invisible, y mirando a la mujer con pavor.

Entonces tendréis fuego… y sangre.

Su cayado cayó al suelo. Levantó los brazos y otra oleada de llamas verdes la envolvieron, mandando a todos los que todavía estaban cerca de ella por los aires. Ban gimió al caer, pero por suerte cayó de espaldas y pudo proteger la caja de la caída. Rezó por dentro porque ninguno de los frascos se hubiese roto. Agitó la cabeza, aturdido, y al levantar la mirada... Deseó que nunca lo hubiera hecho.

Un dragón. Maléfica se había convertido en un dragón, negro y enorme. ¡¿La espina le había hecho eso?! ¡Se suponía que debía debilitarla!

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La estampida no se hizo esperar. Las propias tropas de Maléfica huían de su señora, ahora enorme, y no era de extrañar el motivo: al poco escupió una bola de fuego contra el suelo, abrasando a los desafortunados que no pudieron esquivarla. La dragona buscaba a los portadores, y Ban sabía que tenía que salir de allí cuanto antes.

Aunque entre tanto empujón estaba difícil. Protegiendo la caja como bien pudo, en su mente solo tenía una idea: volver al castillo para llevarle el antídoto a Nithael. Si alguien podía tener aunque fuese una posibilidad de detener aquella locura, ese era el ángel. Si no moría antes, claro.

Ban dio un salto para apartarse de la marabunta e invocó su glider, saliendo disparado hacia el castillo lo más deprisa que le permitiese el aparato. Deshizo su invisibilidad al hacerlo: Maléfica le podía ver igualmente gracias a su capacidad de ver las auras, y necesitaba que las tropas de Humberto le vieran llegar para que le dejasen pasar o que no le derribasen al ver un glider flotando sin nadie encima hacia ellos.

Sabía que la dragona no tardaría en perseguirle, o en atacarle. ¡O ambas cosas! Intentaría hacer zig-zag en cuanto pudiera para esquivar posibles bolas de fuego o colmillos que vinieran por detrás, sin pararse en ningún momento y sujetando con todas sus fuerzas la caja de madera. Si conseguía llegar al castillo, iría directo a la habitación donde estuviera Nithael (preguntando si era necesario). En cuanto llegase, esperaba que Flora estuviera con él y le dijera qué frasco era el correcto. Si no había nadie para ayudarle, le daría primero uno y si veía que no hacía efecto, probaría con otro y así hasta que no quedara ninguno (con un poco de suerte, no le terminaría de matar al equivocarse, esperaba).
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Ronda Dragón

Notapor Soul Artist » Vie Jul 01, 2016 2:03 am

Las cosas se fueron de madre muy rápido. No pintaba bien para nadie... Ni siquiera para el propio ejército.

Mientras yo me dejaba machacar por Melkor, el cual no estaba segura de en qué bando se había posicionado a la hora de la verdad, Tristan hizo su movimiento: atacó a la bruja con la espina y consiguió clavársela, aunque no muy profundamente. No pude evitar mostrar una sonrisa de victoria al ver que el pequeñajo de verdad no nos estaba traicionando.

¡GUSANO!

Me sentí más segura cuando el hada se mostró tan disgustada, aunque su voz fuera aterradora: si reaccionaba así era que no lo esperaba y que le había hecho daño. Tristan buscó el remedio para Nithael, y yo intenté zafarme del grandullón.

No hizo mucha falta. Un estallido de fuego nos envió a todos por los aires, liberándome de Melkor. La bruja cogió la espina y la tiró al suelo; fue entonces cuando supe cuánto la habíamos jodido. Un aura de llamas verdes y oscuridad la envolvía, semejante a la invocación de un demonio del mismísimo infierno. Tragué saliva y me quedé clavada en mi sitio al entrar en contacto con sus ojos, fríos y cargados de fuerza.

Gusanos. ¿Os atrevéis a volver la Oscuridad contra mí?

Su risa no ayudó a que pudiera pensar con mayor claridad. Melkor se levantó y, tras maldecir, salió de escena corriendo en dirección contraria a la bruja. No lo hizo como un cobarde, sino por su propia seguridad, como si supiese lo que vendría a continuación. Y es que eso era una de las tantas cosas que me asustaban: que el propio Melkor, uno de los hombres más temibles que había conocido, se diera la retirada tan rápido.

Entonces tendréis fuego… y sangre.

Una explosión nos envió a volar por los aires una vez más. Desplegué las alas por instinto para intentar no rodar en el suelo, pero fue inútil; acabé haciéndome tanto como Tristan. Y a continuación vino mi confusión.

La bruja había desaparecido. No quedaba nada en su lugar, excepto un gigantesco y temible dragón del mismo color negro y violeta que las vestimentas del hada. Tardé unos en atar cabos y en darme cuenta de dónde había salido la criatura.

Oh, dios...

El ejército no se regodeó sobre tener una criatura de semejantes proporciones de su lado, sino que se batió en retirada nada más surgir de la nada. El monstruo era tan grande que podría acabar con todos ellos con apenas unos pocos coletazos, y desde luego no parecía importarle eliminar a algunos de sus vasallos si con eso se cobraba su venganza. A ese nivel la habíamos enfadado.

Tristan se largó en cuanto Maléfica bramó al cielo. Se perdió, sin embargo, la vomitona de fuego verde que echó sobre el ejército intentando alcanzarnos a ambos. De inmediato pensé en Felipe, y me di cuenta de que no podíamos irnos. ¡No podía huir tan fácilmente!

¡Señor! ¡Príncipe, señor!

Por lo que había contado Tristan era inútil usar la magia, y para bien o por desgracia no tenía de aquello. No me atrevería, ni de lejos, a invocar el Glider ni llamar a la Llave Espada; si había vomitado sobre sus propios soldados era que no sabía muy bien nuestra localización, o al menos la mía. Y pasara lo que pasara tenía que cumplir mi palabra de proteger a Felipe, al que me había parecido verle con una pierna rota.

Iba a usar el caos todo lo posible. Buscaría al príncipe y le llevaría a cuestas si hacía falta, o si podía caminar un mínimo le agarraría bien para que viajara a mi lado. El castillo me parecía el lugar más inseguro al que viajar, porque Maléfica iba a dirigirse allí muy probablemente, así que intentaría llegar al bosque usando el caos de los goblins y después ocultarle entre los árboles. También estaría bien atenta en el suelo por si veía la Perla o algo semejante, pero veía imposible encontrar alguno de los tesoros de camino. Lo primero era poner al príncipe a salvo.

Si lo conseguía le apoyaría a un árbol y miraría desde la distancia cómo había actuado Maléfica. No sabía qué hacer: aquella era una situación fuera de toda imaginación. Me habían entrenado para cazar Sincorazón, pero un dragón... Con ese tamaño, además... No podía.

Mi prioridad sobre todas las cosas era proteger a Felipe. Pero, en el fondo, sentía que lo hacía porque era lo más fácil: huir como una cobarde.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Denna » Vie Jul 01, 2016 2:06 am

Levanta la cabeza, no seas tonta —gruñó Heike.

Obedecí enseguida, invadida por una mezcla de vergüenza y curiosidad.

Mi casa está al lado del palacio. Mi hijo tiene cuatro años, el pelo negro muy largo y desarreglado. No hay forma de que se lo peine como es debido.—Seguí su mirada hacia la casa del techo marrón. Era grande, fácil de reconocer y no creía que fuera a costarme encontrar el camino desde el palacio. Heike se llevó las manos al cuello y me tendió un collar que no le había visto hasta entonces—. Llévale esto y dile que vienes de mi parte. Te hará caso.

Apreté con fuerza el colgante antes de guardarlo. Tenía forma de media luna.

Sí, señora.

De mayor será un buen soldado. Gracias.

No es nada —dije en voz más baja—. Capitana...

Un fulgor verde me interrumpió. Provenía de la tienda de Maléfica, o de lo que había sido su tienda. Horrorizada, contemplé cómo el fuego devoraba todo a su paso y una silueta negra, gigantesca, se alzaba por encima del incendio. Durante un instante, no entendí lo que de verdad estaba viendo. Al parecer nadie lo hizo; un silencio sobrecogedor se apoderó de la muralla. Pero enseguida vinieron los gritos.

Oh, Madre de Dios... No...

No podemos ganar a eso.

Oí a Heike gritar las órdenes, pero no podía apartar los ojos del dragón ni del fuego. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿De dónde había salido? La bestia escupió una llamarada hacia el suelo. Hacia...

Todas mis alarmas se dispararon, y habría saltado de la muralla si Heike no me hubiese agarrado antes. La miré, implorante, aunque no me salieron las palabras.

¡¡Rápido, llévame en tu trasto hasta mi hogar y déjame allí!! ¡Tengo que salvar al rey!

¡Pero..!

¡Tus amigos están muertos, nadie puede vencer a un dragón! —Sus palabras me golpearon como un mazo. «Muertos». «Muertos, muertos, muertos...»—. ¡Vamos! —volvió a gritar—. ¡Salvaré a tu ángel también, pero tienes que llevarme al palacio!

¡Es que la única cura que existe iban a buscarla ellos! —chillé, perdiendo definitivamente los estribos—. ¡No hay otra forma de salverle!

Me llevé las manos a la cara, mis uñas hundiéndose con fuerza en la piel. La voz de Heike seguía resonando en mi cabeza, como un eco. «Muertos». Me aferré al sonido, no a la idea, desesperada, en un intento de no volverme loca. «¡Reacciona!».

Volví a invocar el glider con un gesto, sin atreverme a mirarla.

Vamos. Agarraos fuerte. Conduzco deprisa.

Dudaba que Heike estuviese muy acostumbrada a volar, pero no iba a frenar ni un poco hasta llegar a su casa. Poco después de arrancar, un recuerdo fugaz cruzó mi mente.

«Piensa las enormes distancias que hay entre cada mundo y el poco tiempo que nos lleva atravesar el Intersticio. Por poder, podríamos recorrer todo el mundo en menos de un segundo, pero eso podría causar una catástrofe. Por eso el uso del Glider está limitado».


De haber sido una situación un poco menos crítica, habría roto a reír.

***


Una vez llegáramos al palacio, tras pasar por casa de Heike, descendí lo suficiente como para que Heike pudiese bajar de un salto, pero yo me quedé en el glider.

Tengo que ir con ellos. Si hay una posibilidad de que estén vivos... Lo comprendéis, ¿verdad? —Cambié el peso de un pie a otro—. Volveré enseguida, ocurra lo que ocurra. Pienso cumplir esa promesa.

Cogí altura.

Aún no está todo perdido. Un dragón también puede morir.

Salí disparada de vuelta a las murallas, tan rápido como me atrevía. En dirección al fuego verde y al monstruo que lo escupía. Mantendría los ojos bien abiertos por si veía a Victoria o a Tristan y trataría de ayudarles a escapar atrayendo la atención de Maléfica sobre mí. Si es que todavía no eran cenizas.

Hora de poner a prueba mis habilidades con el glider.

Haría cualquier cosa para que no se acercara al castillo. Cualquier cosa...

Me llevé la mano al bolsillo. Todavía tenía el polvo explosivo. Explosivo o corrosivo, ¿qué más daba después de todo? Pero tenía que ir con cuidado. Con mucho, mucho cuidado. Si veía que era imposible acercarse a Maléfica lo suficiente como para echarle el ácido en, por ejemplo, los ojos —¿en serio estaba considerándolo de verdad?— intentaría al menos hacerlo estallar con un Piro.

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Piro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Fuego. Proyectil ígneo lineal, con muy pocas posibilidades de producir quemaduras en el enemigo.
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Notapor Sally » Vie Jul 01, 2016 4:46 am


Al acercarse a la criatura, buscando el mejor punto que atacar, Aleyn se percató de que era algo más que espinas y maldad. En el pecho, sin posibilidad de duda, llevaba un símbolo que había grabado a fuego en su memoria: el símbolo de los Sincorazón.

Una parte de su mente procesó aquella información, deduciendo que sería probable que necesitase la Llave Espada para más que sellar el Corazón.

Al resto le dio bastante igual reconocer aquel símbolo. No veía realmente escapatoria ante aquella Muerte, resultaba indiferente morir por el ataque de un acólito de Maléfica hecho solo de espinas que por un Sincorazón.

Así que igualmente se lanzó hacia la criatura, agradeciendo el contar con Ygraine a su lado. Se concentró tanto en sus ataques, en evitar su muerte por el mayor tiempo posible, que ni siquiera llegó a sentir frustración cuando su escaso entrenamiento con las armas hizo evidentes sus carencias. Aunque se hubiese dedicado más atención y tiempo a las armas blancas, la superioridad de la Muerte seguiría siendo aplastante.

Por suerte, no estaba luchando con armas normales. Cualquier otro escudo se habría roto —junto con su brazo y muy posiblemente la mitad de su cuerpo— al intentar detener aquella enorme guadaña que producía escalofríos con solo mirarla. El Escudo, sin embargo, aguantó el golpe, a pesar de que Aleyn no estuviera acostumbrado a defenderse con uno, y, no solo eso, sino que su magia rechazó a la Muerte, lanzándola hacia atrás.

Aleyn vio por el rabillo del ojo cómo Abel salía del santuario, pero no pudo dedicarle más atención que esa. La Muerte —o la Sincorazón, ¿qué más daba?— no había sido derrotada, ni mucho menos.

La criatura se había dado cuenta de que no iba a poder hacerle pedazos de cualquier manera mientras tuviera Aleyn tuviera el Escudo por lo que, en vez de volver a atacar de inmediato, se paró a pensar su siguiente movimiento. Por supuesto que Maléfica no habría dejado en un puesto tan importante a un ser que atacara sin más. Y, sin embargo, Aleyn agradeció aquella breve tregua, en la que pudo agarrar mejor la Espada. La sangre de la herida y el sudor hacían que se le resbalara la empuñadura.

La Muerte se movió, y antes de que Aleyn decidiera cómo actuar en consecuencia, si esperar su ataque o actuar él primero, Ygraine se decantó por la segunda opción y se lanzó contra la criatura. La guadaña no le acertó por un suspiro y, ya fuera por ese ataque o porque había terminado sus cálculos, la Muerte pareció haber encontrado la estrategia a seguir.

El cuerpo de Aleyn reaccionó interponiendo el Escudo antes de que su mente terminara de asimilar la imagen de la guadaña cayendo sobre él como un rayo. La potencia del golpe le hizo estremecer, y su brazo protestó, indicando que no podría aguantar muchos envites más.

Al menos la Muerte quedó desarmada, puesto que de nuevo la magia del Escudo repelió su guadaña con fuerza. No obstante, había aprendido de la última vez, y para cuando Aleyn intentó apartar el Escudo para atacarla, ella coló una de sus manos por debajo del mismo y apresó al Aprendiz, levantándolo como si fuera un simple muñeco.

Ygraine gruñó, intentando morder el brazo de la criatura para que esta soltara a Aleyn. Él, por su parte, estaba demasiado concentrado en tratar de desasirse como para darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. No escuchó la voz de Abel, ni vio cómo el capitán arrojaba el polvo verde sobre la Muerte. La explosión le pilló del todo desprevenido y, una vez más, se vio arrojado hacia delante, su cuerpo protestando por haber sufrido tantos zarandeos.

Por suerte, su enemiga también había acusado la explosión, y Aleyn logró liberarse de su presa.

¡Córtala! ¡Ahora!

Quizás lo más lógico, dado el símbolo de Sincorazón, sería atacarla con la Llave Espada. Sin embargo, Freyja le había dicho que la Espada resultaría muy útil contra las criaturas que guardaran el Corazón. Así que Aleyn llegó a la conclusión evidente: usaría las dos. Tal vez la combinación de ambas supliera su falta de destreza. Tal vez no. Pero no había tiempo para idear una mejor estrategia.

Soltó el Escudo al tiempo que invocaba la Llave Espada, y al instante siguiente ya estaba abalanzándose sobre la Sincorazón, intentando atravesar con ambas armas el pecho de la criatura. Ygraine se arrojó contra el enemigo con fiereza,

A pesar de todo, la mente de Aleyn estaba curiosamente serena. Había hecho las paces con su destino. ¿Y qué si aquella terminaba siendo su muerte? Moriría luchando. Por la Orden. Por Reino Encantado.

Por Aurora.

Porque no importaba que parte de su Juramento como Aprendiz fuera el no interferir en asuntos internos de otros mundos. Al embarcarse en aquella misión había tenido claro que pensaba darlo todo por Aurora. Si eso incluía su vida, que así fuera.
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Ronda 11

Notapor Suzume Mizuno » Dom Jul 03, 2016 1:27 am



Aleyn


Aleyn dejó caer el Escudo y lo sustituyó por su Llave Espada. No se permitió ni un intante de descanso. Él e Ygraine atacaron con todas sus fuerzas al gigantesco Sincorazón.

Y, quizás para su sorpresa, ambas armas se hundieron en el pecho de la criatura como quien corta mantequilla. Hubo un segundo de silencio total. Luego el Sincorazón comenzó a deshacerse entre jirones de oscuridad.

Pero no había sido su último golpe. Con un violento movimiento, el Sincorazón materializó su guadaña en la mano y cortó el aire. El hombre sintió cómo la hoja se introducía por su espalda y lo atravesaba sin más. Pudo ver la punta asomar por debajo de su esternón. Lo invadió un frío insoportable, indescriptible, tanto que casi desdibujó el dolor que le recorrió todo el cuerpo.

Luego, tanto el Sincorazón como la guadaña se desvanecieron y un corazón rojo ascendió hacia el cielo.

O lo intentó.

Para Aleyn sonidos se alejaron y también el mundo pareció empezar a moverse a cámara lenta. Aun así, escuchó con claridad un grave latido. Cuando cayó al suelo, pudo ver cómo las Espinas que asomaban desde el Corazón se agitaban y empezaban a inflamarse cada vez más rápido. La oscuridad que había liberado el Sincorazón había quedado atrapada en el aire, como el humo en una habitación cerrada, y comenzó a envolver al corazón y a arrastrarlo… Hacia las Espinas.

Maldiciendo, Abel corrió a su lado. Sus pasos parecían increíblemente lentos y pesados. El capitán se arrodilló a su lado, resollando de cansancio, lo puso boca arriba y apretó los labios al ver la herida de Aleyn.

« ¡Marchaos de ahí! ¡Rápido!»


La luz de la cerradura se estremeció y casi le pareció escuchar un aullido de puro dolor.

Entonces las Espinas comenzaron a salir, lentas pero interminables, del corazón de aquel mundo. Treparon por las columnas, agrietándolas, y se extendieron por el techo y el suelo al tiempo que dejaban crecer pequeñas ramificaciones que se hundían en la piedra. Pero, sobre todo, parecían dirigirse hacia Aleyn, como si pudieran percibir su presencia. Quizás les atraía su corazón.

« ¡Tenéis que huir! ¡El sol va a ponerse, no podré contener las Espinas mucho más tiempo!»


Maldiciendo, Abel levantó en vilo a Aleyn, se pasó uno de sus brazos por los hombros y se agachó a recoger, entre resoplidos, la Espada y el Escudo. La Espada, sin embargo, le dio un chispazo que le arrancó un quejido de dolor. Aleyn no estaba en condiciones de cogerla, su conciencia se escurría cada vez más rápido.

Abel tenía que decidir. Más cuando las Espinas, rodeando el Escudo y la Espada como si quemaran, avanzaron más y más rápido hacia ellos. Casi parecían ansiosas por atrapar a Aleyn.

Mierda.

Abel empezó a retroceder y se dio la vuelta. No daba por perdido a Aleyn. Este sentía cómo su corazón se debilitaba y se envolvía en una fría e indolora oscuridad. El Sincorazón no había conseguido arrebatárselo, pero sí infectarlo. Y no le quedaba mucho tiempo. Pero quizás, si Abel echaba a correr y renunciaba a la Espada y el Escudo, quizás entonces…

Tuviera una oportunidad.



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Aleyn
VIT : 1/32
PH : 5/11





****
Nikolai y Saito


Perdonad si es demasiado precipitado, pero no se me ocurría otra forma más segura. ¿Creéis que podréis aguantar el viaje?

Joana se encogió graciosamente de hombros, como si pensara «qué remedio». Entonces Primavera, haciendo un gran esfuerzo tras mirar a Saito preguntándose si el plan iba a funcionar, agitó su varita. Ella, Nanashi y Joana —que soltó un pequeño gritito de sorpresa— encogieron de golpe. Lo suficiente para que los aprendices pudieran llevarlas en la mano o en un bolsillo sin problemas.

Mientras Saito y Nikolai hablaban apresuradamente de su plan, escucharon con claridad un estallido, seguido de gritos de Ronna y gruñidos de goblins: habían reventado la puerta del pasillo. Casi de inmediato empezaron a cargar contra la puerta de la celda de Joana. Por suerte, era resistente para evitar que los prisioneros escaparan. Pero no tardarían mucho en echarla abajo.

¡Vamos, daos prisa!—gritó Primavera, que se había quedado con quien llevara a Nanashi para poder sujetarla bien y atenderla.

Joana murmuraba:

Oh, dioses. Oh, dioses. ¡Dioses!

Nikolai saltó al glider de Saito en el mismo momento en que la astillada puerta de la celda reventaba y entraba una tropa de goblins. Aterrizó como pudo en el transporte y ascendieron a toda velocidad. La primera flecha cogió desprevenida a ambos aprendices y alcanzó a Saito en una pierna. Suerte que llevaba la armadura y que no se le hincó en la carne, aunque hizo bastante daño. Tuvo que empezar a esquivar, entre los gritos indignados de Primavera, para evitar que los convirtieran en pequeños puercoespines. Los goblins tenían un rango bastante amplio para atacar y estaban furiosos. No era de extrañar: ¿qué les haría Maléfica cuando regresaran?

Pero ellos lo habían conseguido. ¡Por fin habían dejado atrás la Montaña Prohibida!

Así, pudieron ver que ya era casi de noche una vez más. No, en realidad… Ya era de noche: los últimos rayos de luz del sol fueron tragados por el horizonte.

Y, tras unos minutos, la Oscuridad creció.

El aire se estremeció y se volvió opresivo, tanto que de pronto se volvió más difícil respirar. La luz de las primeras estrellas empezó a apagarse antes incluso de que hubieran tenido tiempo de brillar.

Desde el aire, Nanashi se estremeció. A pesar de las atenciones de Saito, no había mejorado mucho; el veneno de oscuridad se comía rápidamente toda su magia, así como su salud, y, además, estaba tan cansada que había cerrado los ojos. Era difícil saber si estaba consciente o no. Primavera exclamó con horror:

¡La Oscuridad…! ¡La Oscuridad se está extendiendo!

Entonces vieron cómo un punto negro estallaba a lo lejos, desde el castillo del rey Estéfano. Una ola de oscuridad, fina y delicada, creció como un hongo y lo abarcó todo, barriendo tierra y aire en una feroz y rápida pasada. Cuando alcanzó a los aprendices, los dejó sin aire y, por un momento, perdieron el control del glider, que cayó en picado unos cuantos metros.

La Oscuridad siguió de largo para terminar de envolver en su garra al reino.

No muy lejos, un rugido imposible acuchilló el aire y un fuego verde iluminó el horizonte.

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Cuando llegáis os encontráis la situación ya de Celeste enfrentándose a Maléfica, justo después de que lance los polvos. Tenéis la opción de ir al castillo de Huberto, de ayudar a Celeste o de ir hacia el bosque.



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Nikolai
VIT: 25/30
PH: 8/28 [Bloqueado]

Saic
VIT : 22/22
PH: 6/12

Saito
VIT: 67/70
PH: 24/32


****
Victoria


El sol se ocultó en el horizonte.

Todos lo sintieron, sin importar dónde estuvieran. Un rugido silencioso, un temblor ínfimo que sacudió toda la tierra del Reino Encantado. El aire, de pronto, se volvió mucho más pesado y difícil de respirar.

Maléfica, aun en su forma de dragón, se detuvo y giró el largo cuello. Sus fosas nasales desprendieron unas pequeñas llamaradas y los labios se le curvaron en una siniestra sonrisa.

Y su voz, a pesar de que el dragón no abrió las mandíbulas, resonó por todo el castillo:

«¡Idiotas! ¡Creíais que podíais vencerme! ¡Ahora comprenderéis lo que significa haberme desafiado! ¡Este mundo ME PERTENECE!»


Se sucedió el temblor, seguido de la capa de Oscuridad. La mano de Tristan, resentida, dolió más que nunca. La luz de las antorchas y de las estrellas se apagó, sin llegar a desaparecer del todo.

¿Qué era lo que acababa de suceder?

Maléfica, pletórica, empezó a escupir unas llamaras de fuego tan monstruosas que barrieron en un instante la muralla. Para horror de los que contemplaban el espectáculo, se encontraron con que la piedra ya no sólo ardía, sino que se derretía como si la hubieran bañado en ácido. Los aprendices se percatarían de que la magia de Maléfica parecía haberse multiplicado, pues las llamas que brotaban de su boca estaban casi fuera de control. Lo raro era que el dragón no hubiera caído calcinado por su propio ataque.

Pero poco importaba como o por qué, porque Maléfica, con pasos pesados, empezó a trepar por la muralla, cogió aliento y volvió a disparar. La torre superior del castillo del rey Huberto estalló literalmente y se convirtió en una llameante tea verde.


«¡Cogedlos! ¡Cogedlos a todos!»


Y, a pesar del miedo que los orcos que le tenían a aquel gigantesco dragón, obedecieron y empezaron a saltar la muralla, quizás todavía más temerosos de lo que ella pudiera hacerles si intentaban escapar.

Mientras Tristan salía disparado hacia el castillo, Victoria fue a buscar a Felipe. Lo encontró medio aplastado bajo el cadáver de un orco, intentando quitárselo de encima entre resoplidos de dolor. Victoria tuvo que ayudarle a salir de debajo y entonces se encontró con el gran problema de la pierna rota de Felipe y que no había tiempo para darle a beber nada, no con Maléfica barriendo los alrededores con su enorme cola y el fuego, que parecía derretir todo lo que tocaba. Con eso, los empujones de los gigantescos orcos y los cadáveres, fue casi imposible avanzar. Victoria tuvo que cargar con todo el peso del príncipe, que se esforzaba por no quejarse a pesar de estar lívido y que parecía a punto de desmayarse ahí mismo.

¡El cuerno! —resolló entonces el príncipe.

Estaba hundido en la tierra por culpa de varios pisotones, pero lo pudieron sacar sin demasiados problemas. Sorprendentemente, no estaba roto. No había ni rastro de la perla.

Cuando Maléfica empezó a rugir por lo que parecía ser rabia, Victoria y el príncipe por fin alcanzaron el linde del bosque tras un camino interminable. Felipe descansó contra un árbol mientras Victoria veía, para su sorpresa, que un glider revoloteaba alrededor de la cabeza de Maléfica. ¿Quién sería? Desde esa distancia no podía decirlo.

Buena la habéis hecho.

Felipe soltó una exclamación ahogada. Melkor había aparecido entre unos árboles. Parecía ileso y, al menos a primera vista, no venía acompañado. Los orcos habían continuado corriendo.

¿Qué venía a hacer? ¿Seguía de su parte o había vuelto a Maléfica tras aquel increíble fracaso? El semi-orco miró a lo alto, a un cielo donde las estrellas se estaban apagando.

Ahora Maléfica ha vencido—informó—. La princesa debe estar muerta y se ha liberado la Oscuridad sobre este mundo. Resistirse es absurdo.

Nunca lo es.—Felipe se había quedado pálido al escuchar lo de la princesa. Probablemente, con todo aquel caos, ni le había dedicado un pensamiento a Aurora. Ahora pareció que fuera a romper a llorar—. ¿Cómo podéis servir a una criatura tan despreciable…?

La Señora Oscura es como nosotros.—Melkor se encogió de hombros, como si con eso lo dijera todo—. Pero tenéis razón. Todavía queda una esperanza. Las Ciénagas, ¿verdad?

Felipe miró a Victoria de reojo, sin saber bien qué hacer. ¿Estaba Melkor jugando con ellos o de verdad estaba insinuando que todavía estaba de su lado…? Pero ¿por qué iba a hacerlo? Maléfica había vencido. Él mismo lo había dicho.



****
Tristan


Tristan no dudó en abandonar el campo de batalla y probablemente fue una buena opción en cuanto la Oscuridad llegó y vio que solo incrementaba los poderes de Maléfica. ¿Por qué? ¿Cómo había podido pasar? ¿No se suponía que la Espina le haría daño?

Quizás el problema había sido que no había golpeado en un punto vital. Maléfica dominaba la oscuridad, pero nadie podía resistir una puñalada en el corazón.

En cualquier caso, no importaba ahora. Tristan tenía muy claro lo que debía hacer y sabía que era una locura volver atrás. Puede que por eso al cruzarse con Celeste, que volaba directa hacia la dragona, se quedara a cuadros. Pero no importaba porque él iba a solucionar lo que había provocado de una vez por todas.

Aterrizó en la entrada del castillo, que se había vaciado. La gente había huido en estampida al aparecer el dragón. Quizás se habían llevado a Nithael pero, como no había nadie a quién preguntar, tenía que asegurarse antes de marcharse. Por suerte, solo tenía que seguir unas escaleras sin desvíos. Arriba encontró una serie de habitaciones donde habían dejado las puertas abiertas. Las recorrió y entonces dio con el lugar donde habían dejado a Nithael, tumbado bocabajo en una especie de apañado jergón de abrigos.

Tristan comprendió por qué lo habían dejado atrás: parecía muerto.

Sus alas estaban casi completamente negras y sólo unos pocos palmos de los extremos mantenían un color blanco puro. El ángel no se movía y tenía los labios casi blancos, se le habían formado profundas ojeras y parecía que se le hubieran chupado las mejillas hacia dentro. Su aspecto era cadavérico.

Pero, al acercarse, Tristan comprobó que respiraba. Muy débilmente pero lo hacía.

La caja había sobrevivido a los trotes a los que la había sometido Tristan, aunque dentro había un par de botecitos rotos cuyo contenido se había desparramado. Solo quedaban dos enteros.

De fuera le llegó el furioso rugido de Maléfica, que hizo retemblar las paredes. Debía darse prisa pero ¿cuánto debía darle? ¿Los dos frascos enteros, solo uno…?

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Puedes pedir ayuda para sacar a Nithael, porque no podrás con él, o llamar a tus compañeros y quedarte dentro si lo consideras más seguro. No es recomendable usar el glider… Porque Nithael pesa bastante y te va a desequilibrar. Pero puedes intentarlo si decides marcharte por tu cuenta.
El antídoto no será inmediato, así que Nithael permanecerá inconsciente.


****
Celeste



Heike del glider. Era una curiosa mezcla de ella y el hombre, Abel, que Celeste habría visto hacía dos días. Hacía una eternidad. El niño estaba vestido y mirando por una ventana cuando lo encontraron, con los ojos muy abiertos por el miedo, pero que no dudó en escuchar las órdenes de su madre en cuanto ella apareció por la puerta y le dio un abrazo. Heike había ordenado a los sirvientes que quedaban que marcharan hacia los bosques antes de que fuera demasiado tarde.

Ahora el niño, agarrado a la pierna de Celeste, frunció el ceño cuando esta no hizo amago de bajar.

¿Qué haces?—espetó Heike.

Tengo que ir con ellos. Si hay una posibilidad de que estén vivos... Lo comprendéis, ¿verdad? —Heike abrió mucho los ojos y, por su expresión de indignación, Celeste comprendió que no, no lo entendía—. Volveré enseguida, ocurra lo que ocurra. Pienso cumplir esa promesa.

¿Eres idiota? ¿De qué estás hablando?

Pero como Celeste estaba decidida, Heike contuvo un grito de frustración y tendió los brazos a su hijo, que saltó obediente. Su mundo entero estaba viniéndose abajo, estaba dejando de lado a sus hombres y al pueblo para salvar a su hijo, y ahora la persona en la que había confiado le hacía esto. Quizás podría haber intentado negociar con ella, pero por la forma que abrazaba a su hijo estaba claro quién tenía prioridad. A Celeste no le habría extrañado si hubiera intentado atacarla con la espada. Se veía que se moría por hacerlo.

No hay ninguna promesa—siseó la mujer, dándole la espalda y alejándose de ella sin mirar atrás, mientras el niño le clavaba a Celeste sus grandes ojos castaño, llenos de desconcierto.

*


Celeste reconoció a Tristan cuando se cruzaron, durante un instante, volando rápidamente con sus glider. Parecía que alguien no iba a necesitar su ayuda. Pero no veía que Victoria siguiera al niño, así que continuó acercándose al dragón, que parecía cada vez más y más grande…

El dragón miró en su dirección cuando todavía le quedaban más de 50 metros para llegar. Le dio la impresión de que Maléfica sonreía en su dirección antes de apuntar y soltar una tormenta de fuego verde tan veloz que, si Celeste no hubiera estado más o menos preparada, la habría reducido a cenizas. El golpe de viento que vino después la hizo dar varias vueltas de campana y le costó lo suyo recuperar el control del glider.

Rápidamente comprobaría que no era tan fácil como parecía acercarse a Maléfica. El dragón nunca la perdía de vista y parecía dispuesto a destruirla en cuanto tuviera la oportunidad, aunque no por ello dejaba de avanzar, hundiendo tejados bajo el peso de sus patas.

Entonces Celeste decidió jugársela. De su bolsillo extrajo el polvo explosivo, que arrojó al aire cuando consiguió acercarse a unos metros de Maléfica. Luego lanzó un Piro.

La explosión fue brutal, lo suficiente para que la onda expansiva arrojara a la muchacha hacia arriba y que torciera por un momento el cuello de Maléfica, que vomitó fuego sobre una plaza donde los arbolillos que la decoraban quedaron reducidos a la nada.

Entonces, Celeste escuchó el terrible chasquido de unas mandíbulas y por poco acabó siendo comida de dragon. Las fauces de una furiosa Maléfica estuvieron a punto de atraparla y tuvo que maniobrar rápido, muy rápido, para evitar que la cortara en dos. Pero vio su final cuando una lengua de fuego se interpuso en su camino y la sombra de Maléfica la cubrió.


¡Atrás!

Una falda de color rojo pasó por delante de ella y Flora agitó su varita, arrojando contra Maléfica una especie de viento lleno de brillitos. Algo debió hacerle en los ojos, porque Maléfica retrocedió con brusquedad. Sólo entonces pudo ver Celeste que tenía parte de cráneo herido por la explosión del polvo.

Flora se volvió hacia ella y gritó:

¡Corre! ¡Ahora!

Sí, mejor irse cuanto antes porque Maléfica se estaba recuperando de los golpes y le dirigía una mirada que prometía mucho sufrimiento mientras hinchaba el pecho, dispuesta a disparar una tormenta de fuego. Pero ¿a dónde? ¿Al castillo? Heike todavía debía estar allí con su hijo, por no hablar de Nithael. Pero entonces sólo atraería a Maléfica. ¿Y hacia el bosque? Podía ser un camino demasiado largo pero si Maléfica no la seguía —o si lo hacía, que, al fin y al cabo, era lo que había estado buscando— entonces estaría a salvo… Quizás, ya que muchos orcos habían huido en esa dirección. También podía intentar reunirse con los habitantes que trataban de huir por otra de las puertas y protegerlos.

En cualquier caso, debía decidirlo ya.





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Victoria
VIT: 35/40 [+1 Acc]
PH: 20/20

Celeste
VIT: 15/20
PH: 13/22

Tristan
VIT: 12/30
PH: 4/22



Fecha límite: viernes 8 de julio.
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¡Gracias por las firmas, Sally!


Awards~

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Re: Ronda 11

Notapor H.S Sora » Vie Jul 08, 2016 9:16 pm

El descontrol se hizo en menos de un minuto. La intromisión del grupo de goblins, el inesperado flechazo, el peso extra de Nikolai que me hizo desestabilizar por un segundo, los gritos de Primavera…

¡Agárrate fuerte! —chillé, mientras ascendía en el aire.

La pierna dolía, pero podría esperar. Si no salíamos de ahí seríamos puré para orco, y por lo menos quería asegurarme de que Nanashi llegaba a salvo. Suficiente había sufrido ya. Esbocé una sonrisa de puro alivio cuando la Montaña Prohibida quedó más allá de nuestras espaldas.

Miré a la Maestra. A pesar del Elixir y el Cura no había mejorado, en absoluto. Incluso tenía los ojos cerrados, ignoraba si estaba o no consciente pero teníamos que llevarla ante Nithael: sólo él sería capaz de hacer algo con la maldición de manera definitiva. Tenía que resistir un poco más…

¿Aguantará?… —Me atreví a preguntarle a Primavera, necesitaba una esperanza a la que aferrarme. Aunque fuese mentira.

Me estremecí al comprobar que ya se había hecho de noche. Pero aquella era una noche extraña en Reino Encantado, ni una sola estrella bañaba el firmamento. Era una sensación rara, totalmente distinta a la que había tenido al salir del reino de Huberto.

Cogí una bocanada de aire, y me sorprendió tener dificultades para respirar. Eso no podía ser normal, no llevaba tanto tiempo encerrado como para que el aire limpio se me antojase distinto. Era como si estuviese contaminado, como si...

¡La Oscuridad…! ¡La Oscuridad se está extendiendo!

¿Oscuridad?

Algo estalló, venía del otro castillo que existía en Reino Encantado. El caso era que se acercaba a una velocidad alarmante; aceleré, pero lo que fuera eso se movía mucho más deprisa. Nos acabó envolviendo, y la sensación que sentí fue de total aversión. Esa Oscuridad no era como la mía, iba mucho más allá del término. Era maligna a gran escala.

Traté de recuperar el aire que había perdido de golpe, y fue entonces cuando vi que caíamos en picado. Traté de recuperar el control, consciente que desde esa altura el choque sería fatal; al volver la vista hacia el horizonte, pude ver como seguía extendiéndose y me temí lo peor.

Pero peor fue comprobar cómo el fuego verde nos marcaba el camino que debíamos seguir. Nunca había visto uno, pero había leído lo suficiente como para saber lo que significaba el fuego de ese color. El tomo que Maléfica guardaba en sus aposentos ayudó a evocar el nombre de la criatura, casi en un susurro, en medio de la nada en la que nos encontrábamos.

U-Un dragón...

La mano me temblaba mientras dirigía el Glider hacia el castillo, consciente de que nuestros problemas no habían hecho más que empezar.

***


Mientras llegábamos, tuve que virar con brusquedad ante la onda expansiva que sacudió el vehículo. Miré a Nikolai con gravedad al ver a la criatura, mucho más feroz y espantosa de lo que hubiese podido imaginar jamás.

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Era un enemigo titánico, y por algún motivo tenía la seguridad de que nada le impediría acabar con nosotros. El fuego amenazaba con fundir un Glider que volaba a escasos centímetros de la boca de la bestia. Abrí los ojos de par en par al reconocer de quién era.

¿¡CELESTE!?

El corazón se me encogió de golpe, y todo mi alrededor pareció detenerse. Sólo pude mantener en mi retina la imagen del dragón que acababa con ella, sentí que la historia se repetía. Por un momento pensé que perdía la consciencia mientras el pecho no dejaba de oprimirme.

¡Atrás!

Estaba a salvo. Una de las hadas que se habían presentado en el castillo de Huberto, desconocía si era Flora o Fauna, el caso era que con un movimiento de varita consiguió cegar al monstruo y evitar que acabase con la vida de mi amiga. Sentí que envejecía diez años de golpe, pero al menos no había muerto.

No podía dejarla pelear sola… ¿dónde estaban Nithael y Victoria? ¿Cuándo se habían complicado tanto las cosas? Miré con seriedad a Nikolai tras tomar una decisión y mientras la otra hada se dirigía a Celeste.

Voy a luchar —me apresuré a añadir—, pero os llevaré hasta el Castillo.

>>Por favor lleva a Nanashi hasta Nithael y revisad esto. —Le tendí el diario que todavía guardaba a Nikolai, aunque también le hablaba a Primavera—. Pertenece a Maléfica, y quizá en él haya algo que pueda ayudarnos… pero primero necesitamos la luz del ángel para curar a la Maestra.

Esperé que me hubiese entendido, y dirigí una rápida mirada a Celeste sin saber muy bien qué pretendía hacer ella contra un dragón, o incluso pensé en que podríamos hacer los dos juntos contra una bestia así.

Aguanta.

Aceleré mientras volaba más bajo, tratando de evitar la mirada del dragón —que parecía más ocupado en Celeste y su salvadora que en nosotros— y me daría toda la prisa que pudiese para llegar hasta la entrada del castillo si la veía vacía o en su defecto alguna de las torres que restasen intactas, ya que parte del castillo parecía haberse derretido.

Al aterrizar, ayudaría a Nikolai a cargar con Nanashi y le pediría a Primavera que le ayudase a descifrar también si en el diario encontraban algo que tuviese relevancia ahora mismo. Volvería a subirme al Glider y diría:

Suerte.

Tragué saliva, mientras seguía volando bajo para evitar la mirada del enemigo. ¿Cómo iba a enfrentarme a eso? Cuánto más me acercaba más miedo tenía, y temía que de un momento a otro escupiese otra retahíla de fuego que me redujese a cenizas si no maniobraba con la destreza suficiente el Glider. Quizá aún estaba a tiempo de volver...

No abandonaré a Celeste.

Con todo, el dragón parecía querer dirigirse hacia el castillo, si no podíamos matarlo al menos que no llegase… no cuando Nanashi y mucha más gente seguían dentro. Aceleraría aún más en dirección a sus patas, esperando que todavía pudiese pasar desapercibido, necesitaba acertar aquel golpe a toda costa.

Agarraría la guadaña con más fuerza y sin bajarme del vehículo utilizaría un Profanus tratando de dañar lo suficiente alguna de sus patas. Tanto si el ataque surgía con éxito como si veía que por ahora no podía acercarme, emplearía una Explosión de Oscuridad para tratar de dañarla.

Me tomaría un Éter si había llegado a usar Profanus, y trataría de serpentear para esquivar lo que tuviese que lanzarme. No podría centrarse en Celeste y en mí a la vez, por lo que alguno de los dos tendría alguna oportunidad de dañarla.

Fuesen cuales fuesen las consecuencias para el otro.

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Profanus (HC) [Nivel 15] [Requiere afinidad a Oscuridad, Poder Mágico: 20, Combate con armas blancas: 15, Fuerza: 20]: El Usuario imbuye su Llave Espada o Arma Blanca con Oscuridad en el filo y este se expande y crece dos metros de largo. Tras esto una aura de oscuridad rodea al usuario y ataca de 3 a 5 veces golpeando a todos los enemigos que entren en su radio de alcance e infligiéndoles bastante daño. Dura un turno.

Explosión de Oscuridad (HM) [Nivel 9] [Requiere Afinidad a Oscuridad; Poder Mágico: 13] Crea una bola de oscuridad de tamaño medio, la cual se divide en otros 3 orbes más pequeños que explotan simultáneamente.

▪Y se toma un Éter en caso de que llegue a usar Profanus.
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Muchas grácias por el avatar Mepi ^^
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Drazham » Sab Jul 09, 2016 12:06 am

Oh, dioses. Oh, dioses. ¡Dioses!

«Mierdamierdamierda… ¡MIERDAJODER!»

La adrenalina se le disparó a niveles astronómicos. Su corazón amenazaba por bloquearse de súbito con las constantes ráfagas de viento que le golpeaban en la cara, el crujir de la puerta de la celda a unos pocos segundos de que saltase…

Y la impresionante caída que le aguardaba como aquello no funcionase.

Ya fuese o no tener tino, Nikolai consiguió poner pie en el glider de Saito y aferrarse a su hombro antes de que el bamboleo del vehículo le hiciese perder el equilibrio. Tomó una bocanada de aire que le costó aspirar por culpa del casco y aseguró su agarre nada más empezaron a ascender en el aire. El plan de huida se ponía en marcha.

Y con ello, los problemas llegaron en forma de silbidos fugaces. Nikolai ahogó una exclamación cuando la primera flecha le pasó cerquísima y atinó en la pierna de Saito. Miró por encima de su hombro con urgencia para comprobar que los goblins no habían tardado en movilizarse y levantar un mar de flechas sobre ellos. Se cubrió como mejor pudo la zona en donde portaba a Joana, haciendo un esfuerzo colosal para que las maniobras de desquiciado que se sacó Saito no lo arrojasen al vacío.

«¡Y parecían poco espabilados esos monstruitos!»

Bueno, también estaba el aliciente de que la ira de Maléfica caería sobre ellos como fallasen en darles caza. De todas formas, no sentiría ni un ápice de lástima por ellos.

Con todo, llegó el ansiado punto en el que dejaron atrás la última de las flechas que les llovían. Escuchó los silbidos más lejanos hasta que lo único que oía rasgar el aire era el propio glider. A punto de vomitar el corazón por la boca, Niko se volteó una vez más y vio el castillo de la bruja hacerse más y más pequeño por momentos.

La Montaña prohibida se perdió en el horizonte. Nikolai desinvocó su casco y, empapado en sudor frío, retiró la cabeza hacia uno de sus costados para coger y expulsar aire con ansiedad y por temor a que fuese a vomitar de verdad. Seguía sin tenerle mucha estima a Saito, pero con todo lo ocurrido, el chaval no se merecía que le echase encima lo poco que contenía su estómago.

Soltó una risa débil y cansada. El plan había funcionado. Dejaban atrás la Fortaleza Negra. Dejaban atrás las horas y horas de frustración y sufrimiento para escapar de allí.

Dejaba atrás la Corona. La sonrisa se le borró al pensar en que se marchaban sin lo que venían buscando desde un principio por su culpa y que lo único que se llevaban era el susto y la puñetera magia negra de Maléfica dentro de Nanashi.

«Pero la tienes, ¿no? Agradece que os lleváis a una prisionera importante y que seguís con vida.»

Nikolai se recompuso y alzó la vista al cielo nocturno, arrugando el ceño. ¿Tan tarde se había hecho? Juraría que el sol apenas se ocultaba cuando salieron volando del castillo. La luz de las estrellas se dejó ver… durante unos escasos segundos. Sin venir a cuento, el destello que emitían se apagó.

Qué demonios… —masculló, mirando en derredor con desconcierto.

Entonces, por muy extraño e incomprensible que se le hizo, tuvo la sensación de que el mundo enteró se ensombreció más.

¡La Oscuridad…! ¡La Oscuridad se está extendiendo!

Sin llegar a comprender lo que quiso decir Primavera con su grito, acabó por tragarse su pregunta cuando algo estalló en la lejanía con una explosión negruzca y le hizo pegar un bote en el asiento del glider. Algo similar a una onda oscura y repulsiva se expandió desde el foco a gran velocidad, y en cuanto les alcanzó, Nikolai sintió una fuerza golpearle en el pecho, sacándole el aire de los pulmones. El estupor no le duró mucho, ya que el espanto de que el glider cayese en picado de sopetón fue suficiente para que reaccionase.

¡¡Asciende!! ¡Asciende, vamos! —le espoleó a Saito, zarandeándole del hombro.

Una vez remontaron el vuelo de nuevo, contempló con el corazón en un puño aquel miasma pasar de largo y expandirse por toda la tierra que tuviese a su alcance. ¿Qué diantres era eso? ¿Y de dónde había salido?

Al rato, un rugido atronador retumbó en sus tímpanos y le erizó los pelos de la nuca, al mismo tiempo que vislumbro por el rabillo del ojo un fulgor verdoso en la lejanía, justo en donde se encontraba el castillo de Huberto.

Nikolai apretó los dientes según volaban hasta la zona de peligro. ¿Cuánto habían empeorado las cosas desde su ausencia?

***


Dios mío…

El rostro se le empalideció tanto que parecía un fantasma. Quería creer que lo que estaba viendo con sus propios ojos fuese producto del cansancio o de algún efecto colateral de la onda oscura que les azotó antes. Pero la cara de Saito le confirmo que aquella cosa, aquella monstruosidad, era tan real como el escalofrío que le recorrió por la espalda.

U-Un dragón...

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Un dragón. Un negro, gigantesco y amenazante dragón al que se le escapaban rescoldos de llamas verdosas por las comisuras. Reconoció con temor el color de la magia de esa maldita bruja y la que seguramente invocó a esa cosa. Con todo, no había ni rastro de Maléfica. ¿Tan segura estaba de su victoria que se podía permitir el lujo de dejar campar a su monstruo y desaparecer?

Lo estuviese o no, Nikolai aceptó la cruda realidad de que ellos no eran rival para algo así.

Pero, al parecer, uno de sus camaradas no pensaba igual: vio un glider sobrevolar la testa del dragón y boqueó al reconocer a la chica que lo montaba.

¿¡CELESTE!?

¿Se puede saber qué demonios pretende? —voceó, escandalizado.

Para suerte de la aprendiza, algo de un tono rojizo detuvo al dragón de partirla por la mitad. ¿Un hada? Sí, debía de ser una de las “tías” de Aurora. Nikolai resopló entre dientes; la magia del hada le habría dado a Celeste algo de tiempo, pero sabía que no sería suficiente. ¿Y por qué estaba ella sola haciendo frente a la criatura? ¿Dónde estaban Victoria y Tristan?

¿Dónde estaba Nithael en un momento así?

Un pitido resonó por dentro de su armadura y se llevó la mano al pecho, asustado. La voz de Saic resonó a través del metal:

¡Señor Niko, mensaje urgente! ¡Tenemos problemas!

El asistente no tardó en recitar el mensaje de texto que le había llegado al móvil, comunicándole las graves noticias.

ESTOY EN EL CASTILLO ENCIMA DEL VESTÍBULO, NECESITO AYUDA PARA SACAR A NITHAEL DE AQUÍ, ESTÁ ENVENENADO POR OSCURIDAD. LE HE DADO EL ANTÍDOTO PERO TODAVÍA NO DESPIERTA

QUIEN SEA QUE ME AYUDE


¡¡Qué!!

El corazón le dio un vuelco de solo pensarlo: Nithael estaba fuera de combate. Esa arpía del demonio había conseguido cazarlo con su magia y…

«¿Antídoto?»

Los ojos se le abrieron de par en par. ¿Tenían un antídoto? ¿Uno capaz de neutralizar la magia de Maléfica?

Antes de llegar por sí mismo a lo que eso significaba, Saito le dedicó una mirada decidida, al mismo tiempo que le lanzaba otra a Celeste y comprendía la idea que le rondaba por la cabeza.

Voy a luchar —Nikolai tensó las facciones de su cara. Le habría escupido en la cara que iba a cometer una soberana locura. Sin embargo, Celeste ya la estaba cometiendo de antemano, y no podía negar que iba a necesitar toda la ayuda que pudiese. Fuera de quien fuese—, pero os llevaré hasta el Castillo.

>>Por favor lleva a Nanashi hasta Nithael y revisad esto.—Saito le acercó un libro con las tapas negras que Niko tomó con aires de duda—. Pertenece a Maléfica, y quizá en él haya algo que pueda ayudarnos… pero primero necesitamos la luz del ángel para curar a la Maestra.

Nikolai miró por un par de segundos el tomo y desmaterializó su armadura para guardárselo en la chaqueta. Le asintió al muchacho, la prioridad era llegar hasta Nith e impedir de cualquier forma que tanto él como Nanashi cayesen ante el veneno. Era una labor que incluso podría, no, debía hacer pese a que no tuviese acceso a su magia.

En cuanto llegasen a las cercanías del castillo, cogería con cuidado a Nanashi y la colocaría en el bolsillo más amplio que tuviese, junto a Joana, para que Primavera tuviese espacio y pudiese atenderla. Llevaría ahí también el remedio provisional para que tuviese acceso a este.

Suerte.

Suerte a ti también. —Para ser francos, Saito la iba a necesitar más que él.

Tras que el muchacho despegase en pos de socorrer a su compañera, Nikolai echaría a correr como nunca lo había hecho antes al interior del castillo. Aun notaba que parte de la adrenalina le quedaba de la fuga, y no vio mejor momento para aprovecharla.

¡Saic, mándale un mensaje a Tristan y rastrea la señal desde la que se mandó el suyo! —le ordenó al asistente sin detenerse.

Seguiría cualquiera de las indicaciones que Saic le diese para dar cuanto antes con la ubicación de Nith y Tristan, mientras este se ponía manos a la obra con un mensaje tan críptico y mecánico (obra de un programa informático tenía que ser) que parecía absurdo en una situación tan desesperada como la que estaban viviendo.

AYUDA EN CAMINO. IMPORTANTE: LA MAESTRA NANASHI ES VÍCTIMA DE LA HECHICERÍA DE MALÉFICA. URGE ADMINISTRARLE UN REMEDIO DE INMEDIATO. GUARDAD UNA DOSIS DEL ANTÍDOTO.

REPITO: GUARDAD UNA DOSIS DEL ANTÍDOTO.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Denna » Sab Jul 09, 2016 12:44 am

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Era mucho peor de lo que había temido. El dragón atacaba demasiado deprisa, con demasiada fuerza, y era imposible acercarse sin que un mar de fuego verde se interpusiese en mi camino. Y lo peor de todo: no se detenía. No dejaba de avanzar hacia el castillo.

Tenía que frenarla como fuera. Volver atrás, pensé apesadumbrada, ya no era una opción.

Pegué un acelerón, con la bolsita bien sujeta dentro de mi mano. En cuanto vi un hueco la lancé en dirección a la cabeza de la bestia. Por suerte, su tamaño jugaba a mi favor —al menos para esto—, y es que ni siquiera mi nefasta puntería me permitía fallar un blanco tan grande. El Piro la siguió, directo, e impactó cuando estaba cerca de su cuello.

La onda expansiva me empujó hacia arriba y cerca estuve de perder el control del glider. Otra vez. Me recuperé justo a tiempo de ver unos dientes gigantescos y sin duda muy afilados abalanzarse sobre mí, y propulsé el vehículo hacia abajo al tiempo que se cerraban. No me alcanzaron de puro milagro.

¡Atrás!

«¿Quién..?».

¡Corre! ¡Ahora!

No iba a tener que decírmelo dos veces. Viré con el glider, aprovechando el camino que el hada Flora me había abierto entre el fuego y el dragón. Salí disparada en dirección al bosque y, sólo cuando consideré que estaba a salvo de más ataques, me volví de nuevo. Si el dragón decidía seguirme, bajaría y me internaría más. Pero si por el contrario veía que continuaba hacia el castillo... quizás tras ese nuevo glider que había aparecido...

Respiraba con dificultad. En un principio creía que era a causa del humo, del estrés y el miedo —pero había algo más. Algo había cambiado. Preparé un Éter en caso de necesidad, a sabiendas de que no tenía otra opción que quedarme y luchar. «¡Sólo quería un poco de tiempo, mierda! ¿De verdad es tanto pedir?»

Volvería atrás y usaría una Estela de chispas para recuperar su atención si Flora estaba en peligro. Si de verdad iba a pelear contra eso, intentaría atacar hacia el lado herido de la cabeza de ahora en adelante.

No puedo irme —le diría al hada—. ¡Ya lo sé, he perdido la cabeza! ¿Y qué? Tenemos que impedir que siga. ¿Cómo te ayudo?

Quizás el hada tuviera algún hechizo de utilidad, algo que potenciara mis armas, por ejemplo. No tenía ni idea, pero sabía que era poderosa. Me bastaba con eso.

Con ayuda o no, me mantendría bien atenta a los movimientos del dragón. Intentaría alejarlo del castillo y de sus puertas retrocediendo hacia el bosque. Tanto servía como si no, repondría fuerzas con el Éter y probaría una táctica más agresiva: Centella y Aturdidor, justo en la cabeza. Debería bastar para hacerle algo de daño extra, y quizás lo primero bastaría para sorprenderla y esquivar las lenguas de fuego.

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Estela de chispas (HC) [Nivel 7] [Requiere afinidad a Rayo; Combate con armas blancas: 10]. Blandiendo un arma blanca, desata el poder del Rayo en un corte en zigzag con pocas probabilidades de causar parálisis a los enemigos. (+Éter)

Centella (HC) [Nivel 9] [Requiere Elasticidad 9; Velocidad: 12]. El usuario, usando el poder del Rayo, se impulsa rápidamente hasta quedar detrás de un enemigo y le asesta una estocada. La habilidad carece de efecto si los Reflejos del enemigo son superiores a su velocidad.

Aturdidor (HC) [Nivel 8] (Fuerza: 12) Aturde a los enemigos cercanos con un solo golpe, impidiéndoles lanzar ataques físicos.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Soul Artist » Sab Jul 09, 2016 2:19 am

Cuando me hablaron de Maléfica la imagen que tenía de ella me provocaba algo de miedo. Cuando la vi de cerca, mis sentimientos se volvieron más fuertes al comprobar su seguridad y firmeza, mayores aún que las de Melkor. Pero nada se podía comparar a cuando tomó aquella bestial forma.

Logré salvar al príncipe, logré el cuerno, logré muchas cosas. Pero nada de aquello me sabía bien: Maléfica había ganado. No sólo oscureció el cielo antes de que los primeros rayos de luz me dieran esperanzas de una posible victoria, sino que el dragón gigante no dudó en atacar las murallas del castillo y tomarlo como si se tratase de una construcción de juguete. Tiró abajo las paredes, hizo explotar torres con sus llamaradas verdes.

No estábamos preparados para eso. Nunca me habían enseñado cómo hacer frente a un... Demonios, había sido capaz de enfrentarme a vampiros y zombis, pero no se comparaban ni por asomo a eso. No creía que ni mi Maestra fuese capaz de hacerle frente...

Cuando llegamos al bosque volví la mirada y la clavé en el glider que revoloteaba alrededor de la inmunda bestia. Alguno de mis compañeros intentaba hacer algo, pero pensé que no serviría para nada. Era hora de la retirada, no de la lucha. ¡Iban a acabar muertos, si es que...!

Noté cómo mi corazón se rompía al darme cuenta del mayor de mis miedos. Si es que no lo estaban todos ya. Quizás era la única superviviente de aquella pesadilla...

Buena la habéis hecho.

Invoqué la Llave Espada por instinto y apunté su filo hacia la voz. A Felipe también le sorprendió encontrar entre los árboles a Melkor, tan seguro de sí mismo como siempre. Dudé sobre si bajar el arma o no al ver que no estaba acompañado, pero su aspecto fuerte me obligó a continuar con la espada en alto. ¿Vendría a por el príncipe?

No parecía interesado en ello. Tragué saliva mientras ignoraba mis infantiles amenazas.

Ahora Maléfica ha vencido. La princesa debe estar muerta y se ha liberado la Oscuridad sobre este mundo. Resistirse es absurdo.

¿Lo es...? —pregunté en voz baja mientras dejaba que el peso de mi arma cediera a mí. Bajé lentamente la llave, derrotada.

Nunca lo es.

Las palabras de Felipe me sonaron igual que un saco roto aterrizando en el suelo. El príncipe estaba malherido, pálido como la leche y con una voz falta de firmeza y fuerza. Su princesa había muerto; su reino, arrasado. Aquella frase sonaba a un intento desesperado por agarrarse a una última esperanza, un clavo ardiendo que terminaría por arrastrarnos al infierno a todos.

¿Cómo podéis servir a una criatura tan despreciable…?

La Señora Oscura es como nosotros. Pero tenéis razón. Todavía queda una esperanza.

Bajé ligeramente la Llave Espada, sin saber a qué se refería. Su actitud pasiva me tenía confusa.

Las Ciénagas, ¿verdad?

Felipe y yo intercambiamos una mirada de incertidumbre. No tenía claro qué estaba intentando; ¿intentaba ayudarnos? Me lo tragaría si no fuera porque habíamos amenazado la vida de su madre minutos antes. Pero no tenía muchas opciones entre manos; ¿qué podíamos hacer? No podía llevar a Felipe de nuevo al castillo. Y las Ciénagas parecía la única opción lógica...

Tragué saliva y fijé mi mirada en los ojos de Melkor. Aquello me sonaba a trampa, pero... ¿Tenía otra opción? Y si hubiese querido tendernos una trampa, ¿no habría traído consigo a algunos soldados de su ejército, los cuales no habían dudado en largarse al ver al dragón?

Príncipe Felipe... —susurré al prometido de la princesa—. ¿Sabe cómo llegas a las Ciénagas?

Me contestase sí o no transformé mi Llave Espada en Glider y me acerqué al príncipe para ayudarle a levantarse sin apartar mis ojos de Melkor. Lo llevé hasta el vehículo y le entregué una poción para que, aunque no se recuperara, tuviese fuerzas suficientes para aguantar el viaje. Teníamos que darnos prisa, antes de que Maléfica se diese cuenta de que había activado mi magia.

N-no nos sigas. —mi aviso a Melkor sonaba inútil—. A partir de aquí nos separamos. Espero n-no volver a verte.

Quise burlarme de él, de su madre, su pelo o su cara, pero de mi garganta no salía nada de seguridad. En caso de que Felipe supiera llegar a las Ciénagas volaríamos hacia donde me indicase; en caso contrario, volaría simplemente lejos hasta otro punto lejano donde pudiese proteger al príncipe con certeza. En ningún caso aceptaría seguir a Melkor.
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Ronda 11

Notapor Sally » Sab Jul 09, 2016 6:42 am

A pesar de que la Sincorazón hubiera perdido su guadaña, Aleyn esperaba alguna clase de defensa por su parte —quizás un muro de espinas o simplemente interponiendo sus brazos— por lo que, cuando sus dos espadas atravesaron el pecho de la criatura sin resistencia.

Había sido… ¿demasiado fácil? Aleyn estaba tan sorprendido que ni siquiera sintió una chispa de triunfo cuando la Muerte empezó a disolverse ante sus ojos. ¿Acaso tenían una oportunidad? ¿La habían derrotado, podían sellar el Corazón?

La Fortuna, como siempre, quiso ser la última en reír.

Ygraine lanzó un gruñido de aviso, y la mente de Aleyn procesó el movimiento, pero nada pudo hacer para impedir que la guadaña que la Sincorazón había invocado con sus últimas fuerzas le atravesara.

Esta vez, fue su cuerpo el que no pareció ofrecer resistencia. Los ojos se le abrieron de incredulidad al ver cómo la hoja ensangrentada le salía del pecho. Pero aquello no fue lo peor. Lo peor fue lo que acompañaba a dicha hoja. Una sensación totalmente opuesta a la que había sentido cuando, décadas atrás, el fuego se había vuelto en su contra y le había mordido. Aquel frío era tan insoportable, tan intenso, casi hasta el punto de que la herida en sí no dolía en comparación, que pensó que sería capaz de arrojarse a una hoguera si con ello lograba escapar de él.

La Muerte y su guadaña desaparecieron, y con ellas la única cosa que taponaba algo aquel tajo. Se llevó las manos al pecho, tratando de contener la sangre. Era demasiada, escurriéndose entre sus dedos y aun así no pudo evitar el macabro pensamiento de que necesitaba que se derramase más, porque era cálida y aquel frío se le calaba tanto en los huesos que notaba lágrimas en los ojos.

¿O era por el dolor? Aleyn no lo sabía.

Como tampoco estuvo seguro de ver un corazón rojo queriendo elevarse hacia el cielo, las espinas truncando sus intenciones. Notaba a Ygraine a su lado, pero el resto estaba comenzando a desdibujarse, a emborronarse a su alrededor. Las formas, los sonidos. Hasta el golpe que se dio al caer al suelo lo percibió de forma amortiguada, a causa del frío, del dolor, del miedo y de la oscuridad. Porque creía estar respirando oscuridad, la que la Muerte había dejado a su paso, y la que estaba alimentando a las espinas.

Notó, también, cómo Abel llegó a su lado, y supo con lo que el capitán se iba a encontrar. Había visto la hoja de la guadaña saliéndole del pecho; no era una herida bonita.

« ¡Marchaos de ahí! ¡Rápido!»


Como si hubieran estado esperando a Freyja, las espinas despertaron del todo, extendiéndose por todas partes, atacando la piedra. En otras circunstancias, Aleyn habría temido que el techo se les viniera encima al ver cómo se resquebrajaban las columnas.

« ¡Tenéis que huir! ¡El sol va a ponerse, no podré contener las Espinas mucho más tiempo!»


«¿Huir? ¿A qué lugar podemos huir en el que la Oscuridad no nos alcance?» Aleyn estuvo a punto de reírse ante la idea —una risa histérica. Viendo el caos que se estaba desatando a su alrededor y con aquella herida agujerándole el pecho, la mera idea de huir le parecía ridícula. Él no iba a ir a ninguna parte.

Abel, sin embargo, aún no se había rendido. A la mente de Aleyn le costó procesar que el capitán estaba intentando ayudarlo, medio cargando con él. El capitán intentó hacerse también con la Espada y el Escudo, sin éxito. Aleyn ni siquiera se planteó por qué el arma produjo aquel rechazo, y tampoco intentó cogerla. Su mente estaba demasiado ocupada intentando no desmayarse y pensando que Abel no iba a poder salir de allí. No llevándose consigo aquellos artefactos.

No llevándolo a él.

Dejadme, Abel. Dejadme aquí —su voz apenas era un murmullo; a través de la oscuridad que le embotaba la mente pudo percibir que la boca le sabía a sangre. Los dientes le castañeteaban—. Salvaos vos. Debéis encontrar a mis compañeros, contarles… lo que hemos descubierto. Deben… deben saber de la existencia de… la Espada y el Escudo. Por favor —añadiría si Abel seguía mostrándose reticente a abandonarlo—. Los Príncipes os necesitarán.

»Llevaos… a Ygraine y corred.


Aleyn no hablaría más. Si Abel se negaba a su petición, no se resistiría. Lo que menos necesitaba el capitán eran trabas para huir de allí.

Si Abel escapaba, Aleyn intentaría hacerse con el Escudo.

Moverse le resultaba casi imposible, como si estuviera intentando manejar un cuerpo que no era el suyo. Buscó con manos torpes la poción que antes le había ofrecido a Abel, y se la tomó. No hacía falta ser un experto curandero para saber que su herida era demasiado grave como para que aquello le ayudara a sobrevivir; Aleyn sabía que ya estaba muerto. Solo pretendía retrasar lo inevitable unos suspiros más, rascar todos los segundos posibles para intentar cumplir la misión que lo había llevado hasta allí.

Intentaría invocar de nuevo la Llave Espada. Sabía que el Sincorazón no le había arrebatado el corazón, puesto que seguía siendo él mismo, así como sabía que su ataque había hecho más que abrirle un agujero en el pecho. Quizás había dejado de ser digno de la Llave Espada y moriría sin la dignidad de haber estado luchando hasta el último momento.

Si lograba invocarla, armado con ella y con el Escudo para repeler las espinas, se dirigiría hacia el corazón rojo para intentar salvarlo. No sabía si era posible, o si era ya demasiado tarde y cualquier gesto que pudiera hacer, si es que llegaba hasta él, era del todo inútil.

Pero incluso en su estado había visto cómo las espinas parecían interesarse solo en él, igual que antes lo habían hecho con Aurora. No tenía ninguna duda acerca de que le perseguirían pasadizo arriba, tal vez incluso por toda la cripta y el resto del castillo. Abel no podía cargar con él y al mismo tiempo llevar el Escudo que repeliera a las espinas lo bastante como para poder salir de su área de influencia. Al menos de aquella manera, se dijo, les concedería la oportunidad de escapar a Abel e Ygraine.

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Aleyn usa una Poción si Abel escapa sin él.
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Ronda #11 - Espinas Negras (II)

Notapor Astro » Sab Jul 09, 2016 6:31 pm

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La suerte debía de estar dándole un respiro, porque Ban consiguió alcanzar el castillo sin que la dragona enfadada le aplastara o incinerara por el camino. Por el camino se cruzó con Celeste, que iba en dirección contraria, pero ninguno se detuvo. Si ella quería ir a suicidarse, allá ella.

Una vez en el castillo, tuvo que apañárselas para encontrar dónde habían dejado a Nithael. Encima del vestíbulo había un montón de puertas, y tras abrir unas cuantas a toda prisa, por fin dio con la adecuada: allí estaba el ángel, tumbado bocabajo... Casi parecía muerto.

Casi, porque por suerte para Ban todavía respiraba. El joven paró un momento, sudado de tanto correr y tantas emociones en poco tiempo. Abrió la caja de madera con cuidado, y se le cayó el alma a los pies al ver que varios botes se habían roto por el camino. Casi daba todo por perdido, pero al rebuscar un poco consiguió encontrar dos intactos. ¡Menos mal!

Sin pensarlo dos veces, destapó uno y se acercó corriendo hasta el ángel, girándole como pudo y haciéndole tragar con mucho cuidado el contenido de un frasco, asegurándose de que se tragaba todo lo posible y que nada cayera fuera. Cuando terminó, se quedó quieto, esperando que por arte de magia sus alas volvieran a ser blancas en un segundo y se recuperase, pero... No iba a ser tan bonito. Seguro que necesitaba tiempo para recuperarse, e incluso tenía la duda de si debía de darle también el segundo frasco...

El sonido de fuera le hizo darse cuenta de que tenía que salir de allí. Sin embargo, él no iba a poder cargar con Nithael solo. A no ser... Sacó el móvil a toda prisa y seleccionó todos los contactos de la gente de la misión, enviándoles el mismo mensaje a todos:

ESTOY EN EL CASTILLO ENCIMA DEL VESTÍBULO, NECESITO AYUDA PARA SACAR A NITHAEL DE AQUÍ, ESTÁ ENVENENADO POR OSCURIDAD. LE HE DADO EL ANTÍDOTO PERO TODAVÍA NO DESPIERTA

QUIEN SEA QUE ME AYUDE


Tuvo que esperar a que respondieran, mientras daba vueltas por la habitación, nervioso. Pensaba en maneras de sacarle por su cuenta si no acudía nadie a ayudar, pero las alas de Nithael pesaban demasiado. ¿Y si se las cortaba...? Igual le volvían a crecer o podía recuperarlas luego. Sacudió la cabeza, negando. Qué idea más tonta.

El móvil pitó: tenía una respuesta de Nikolai.

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REPITO: GUARDAD UNA DOSIS DEL ANTÍDOTO.


Este es idiota —murmuró Ban, poniendo los ojos en blanco.

Pero al menos le ayudarían. Además, lo de la maestra... ¿Serviría el frasco que todavía tenía para ella? Lo guardó con cuidado en el bolsillo interior de su camisa, y preparó como pudo a Nithael para cargarlo entre dos gliders. Cuando Nikolai llegó, le sacarían de allí entre los dos. Rumbo: lo más lejos de Maléfica-dragón que pudiran.
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57. Ferrocustodio I
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