[Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Trama de Nikolai, Victoria, Ban, Saito + Celeste y Aleyn

Aquí es donde verdaderamente vas a trazar el rumbo de tus acciones, donde vas a determinar tu destino, donde va a escribirse tu historia

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Denna » Mié Abr 27, 2016 11:33 pm

Solté un quejido al chocar contra la pared, pero había recibido golpes peores y enseguida volví a ponerme en guardia, esta vez delante de Victoria. Intentando protegerme, se había llevado la peor parte de los ataques; lo mínimo que podía hacer era cubrirle las espaldas mientras se recuperaba.

«Lo siento, lo siento...»

Y cada vez veía menos. A Nithael ya no lo divisaba y, de mientras, Charlotte seguía en pie. Atacarla ya no era una opción, lo único que parecía conseguir con eso era hacer daño a la niña, no a lo que la controlaba. Y el tiempo jugaba en nuestra contra.

Las piernas me flaquearon cuando oí el grito. El hecho de que fuera invisible en la oscuridad sólo agravó el timbre alarmado de mi voz.

¡Nithael! ¡Nithael, ¿qué ocurre?! —chillé, desesperada.

Nanashi se había ido. Quizás no volvería. Heike no estaba y la guardia había sido eliminada de un plumazo. No podíamos perder a Nithael también. Ya no sólo por ser lo único que nos quedaba sino porque... porque era Nithael. Era un ángel. No podía morirse.

Vacilé. Quería ayudarle, pero eso implicaría abandonar no sólo a Victoria, sino también a Charlotte. Me aferré con fuerza a la Llave Espada, como si así fuese a ocurrírseme antes la idea brillante que nos sacaría a todos con vida.

La ayuda cayó del cielo: un pájaro blanco, precioso, se arrojó contra Charlotte. No me planteé ni de dónde salía, era un aliado y con eso bastaba. La oscuridad de la niña se volvió contra el animal.

¡Usa el… colgante de espina! —bramó entonces la niña con una voz que no era la suya.

«El... ¿qué?»

¿Con quién hablaba? No... no con el pájaro, ¿verdad?

A juzgar por cómo Charlotte volvía la cabeza hacia las tinieblas, sí, había alguien más ahí aparte de Nithael. Alguien hostil. La oscuridad se había disipado un poco, lo suficiente como para ver el collar que Charlotte se sacaba del cuello.

Tenía que hacerme con él. Ya.

Cúbreme desde el aire, por favor —le pedí al ave—. Y ataca a cualquiera que intente arrebatarle ese collar.

Crucé los dedos para que el hechizo Magneto funcionara, a la par que me acercaba tanto cómo podía por si las cosas se torcían. Lo más probable era que tocar el objeto me hiciese daño, e intentaría romperlo o bien con mis manos o con la Llave Espada, pero no podría arriesgarme a soltarlo sin saber qué o quién aguardaba ayudando a Charlotte. A Maléfica. Ya era tarde para que aquella voz se me olvidara, me produciría pesadillas durante meses.

En caso de no conseguir hacerme con el collar, alertaría a gritos a Nithael y a Victoria y ordenaría al pájaro que derribara a quien lo tuviera y tratara de inmovilizarlo. Por mi parte, trataría de defenderme a mí y a los demás de cualquier atacante a base de Electro o a espadazos.

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Resumen rápido~ Celeste intenta hacerse con el colgante:

Magneto (HM) [Nivel 6] [Requiere Poder Mágico: 8]. El usuario es capaz de atraer a enemigos de poco peso mediante una fuerza magnética.


Si lo consigue, intenta romperlo o bien con las manos o con la Llave Espada. Si Tristan se lo lleva antes, ordena a Garuda que se lance a por él y le inmovilice como pueda. Ataca/se defiende con Electros:

▪ Electro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Rayo. Pequeño relámpago lineal, con muy pocas posibilidades de paralizar al enemigo.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Denna » Jue Abr 28, 2016 12:12 am

Solté un quejido al chocar contra la pared, pero había recibido golpes peores y enseguida volví a ponerme en guardia, esta vez delante de Victoria. Intentando protegerme, se había llevado la peor parte de los ataques; lo mínimo que podía hacer era cubrirle las espaldas mientras se recuperaba.

«Lo siento, lo siento...»

Y cada vez veía menos. A Nithael ya no lo divisaba y, de mientras, Charlotte seguía en pie. Atacarla ya no era una opción, lo único que parecía conseguir con eso era hacer daño a la niña, no a lo que la controlaba. Y el tiempo jugaba en nuestra contra.

Las piernas me flaquearon cuando oí el grito. El hecho de que fuera invisible en la oscuridad sólo agravó el timbre alarmado de mi voz.

¡Nithael! ¡Nithael, ¿qué ocurre?! —chillé, desesperada.

Nanashi se había ido. Quizás no volvería. Heike no estaba y la guardia había sido eliminada de un plumazo. No podíamos perder a Nithael también. Ya no sólo por ser lo único que nos quedaba sino porque... porque era Nithael. Era un ángel. No podía morirse.

Vacilé. Quería ayudarle, pero eso implicaría abandonar no sólo a Victoria, sino también a Charlotte. Me aferré con fuerza a la Llave Espada, como si así fuese a ocurrírseme antes la idea brillante que nos sacaría a todos con vida.

La ayuda cayó del cielo: un pájaro blanco, precioso, se arrojó contra Charlotte. No me planteé ni de dónde salía, era un aliado y con eso bastaba. La oscuridad de la niña se volvió contra el animal.

¡Usa el… colgante de espina! —bramó entonces la niña con una voz que no era la suya.

«El... ¿qué?»

¿Con quién hablaba? No... no con el pájaro, ¿verdad?

A juzgar por cómo Charlotte volvía la cabeza hacia las tinieblas, sí, había alguien más ahí aparte de Nithael. Alguien hostil. La oscuridad se había disipado un poco, lo suficiente como para ver el collar que Charlotte se sacaba del cuello.

Tenía que hacerme con él. Ya.

Cúbreme desde el aire, por favor —le pedí al ave—. Y ataca a cualquiera que intente arrebatarle ese collar.

Crucé los dedos para que el hechizo Magneto funcionara, a la par que me acercaba tanto cómo podía por si las cosas se torcían. Lo más probable era que tocar el objeto me hiciese daño, e intentaría romperlo o bien con mis manos o con la Llave Espada, pero no podría arriesgarme a soltarlo sin saber qué o quién aguardaba ayudando a Charlotte. A Maléfica. Ya era tarde para que aquella voz se me olvidara, me produciría pesadillas durante meses.

En caso de no conseguir hacerme con el collar, alertaría a gritos a Nithael y a Victoria y ordenaría al pájaro que derribara a quien lo tuviera y tratara de inmovilizarlo. Por mi parte, trataría de defenderme a mí y a los demás de cualquier atacante a base de Electro o a espadazos.

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Edit para poner las habilidades o/ Magneto para quitarle el collar a Charlotte (y luego romperlo si puede) y Electro y Llave Espada para defenderse lo consiga o no~

Magneto (HM) [Nivel 6] [Requiere Poder Mágico: 8]. El usuario es capaz de atraer a enemigos de poco peso mediante una fuerza magnética.


Electro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Rayo. Pequeño relámpago lineal, con muy pocas posibilidades de paralizar al enemigo
Última edición por Denna el Jue Abr 28, 2016 7:55 pm, editado 1 vez en total
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Drazham » Jue Abr 28, 2016 12:19 am

—En la celda del final… Si es que llegas a verla entera.

La mueca de recochineo que esbozó el goblin desató una pequeña explosión de furia en Nikolai, moviendo de manera casi inconsciente su brazo y descargándole un golpe contundente en la sien. Fulminó con la mirada al inconsciente esbirro durante unos escasos segundos hasta que gruñó entre dientes y se la apartó; su pequeño arrebato le había costado no poder sonsacarle más información.

De todas formas, ya tenía lo que quería. Se guardó la espada en el cinto y giró sobre sus talones.

Vámonos de aquí —le comunicó a Saic con voz lúgubre.

Se asomó con cautela por la puerta de la celda y, tras asegurarse de que no había más goblins a la vista, marchó por el pasillo con paso rápido hasta la puerta del final. Fuese con intención de provocarle o no, la preocupación por Nanashi no hizo más que aumentar a causa de las palabras de ese cretino. Necesitaba encontrarla y verla con sus propios ojos.

Con el portón de la celda en frente, fue probando las llaves hasta que la más delgada del conjunto encajó (ni llave ni pomo se asemejaban. ¡Como para probar suerte con los goblins de antes!) y pudo girarla. Entonces, notó entre sus dedos que la llave estaba gélida y tensó los músculos, intranquilo.

Tomando eso como un aviso de lo que se podía encontrar, cogió aire y abrió la puerta despacio con suma cautela. Ni con esas consiguió evitar que el aura repulsiva y agobiante que se escapó de la abertura le revolviese el estómago.

Mis lecturas de esa habitación se salen de los gráficos —advirtió Saic, azorado.

No le hizo falta un análisis para comprender a qué clase de magia se enfrentaban. Oh, la conocía muy bien: aquella sensación, la pesadez, las náuseas… Era idéntico a cuando se metió en el pozo con la Corona. Bajó la vista a su mano llena de cortes, un buen recordatorio de lo que era capaz la magia de Maléfica, y se mordió el labio.

Se apropió de una de las antorchas y se internó en las tinieblas de la celda. Con el corazón en un puño y arrugando la nariz por ese extraño aroma que había en el ambiente (¿juraría haber olido algo como hierba fresca?), fue alumbrando en derredor, hasta que…

¡¡Maestra!!

Nikolai estuvo a punto de caérsele la antorcha nada más dirigirla al fondo del sobresalto de espanto que dio.

La encontró. Y era peor, mucho peor, de lo que se imaginaba.

«Dios mío… ¿Qué le han…?»

El rostro del joven se descompuso en horror de solo mirar el lamentable estado en el que habían dejado a Nanashi. Cada rastro de sangre, cada cardenal que descubría en su cuerpo era como un puñetazo que se le hundía hasta el fondo del estómago. Las piernas le empezaron a temblar, y no fue hasta un par de segundos de angustia que halló algo más heridas de tortura.

Espinas. Nikolai abrió mucho los ojos al dar cuenta de que alrededor de Nanashi sobresalían dos enormes ramas negras como el carbón de la que sobresalían unas largas púas que se le clavaban en la carne. El olor de cuando entró… eran esas monstruosidades.

¿A qué clase de mente enfermiza se le ocurrió aquello?

Nanashi alzó la cabeza, y a Nikolai se le secó la garganta de golpe nada más ver su consumido rostro. Nunca, jamás, la había visto tan desamparada como estaba ahora. Era horrible… Dio un paso hacia adelante, acongojado, pero no más. Nanashi le detuvo con una voz fúnebre que le erizó los pelos.

No te acerques demasiado o te atraparán a ti también. Dile a tu…mascota… que coja mi móvil. Habla con Saito y marchaos de aquí.

Nikolai boqueó, lívido, y negó lentamente con la cabeza.

No, no… ¡NO! —bramó, fuera de sí—. ¡Ni hablar! ¡No pienso…!

Esto es magia avanzada, solo alguien con el nivel de un Maestro podría romper las Espinas. —Nanashi le calló de inmediato. Nikolai se encogió sobre sí mismo y apretó los labios, no se vio capaz de protestar—. Eso o un hada y no veo que… Primavera esté contigo.

El joven apartó la mirada y bajó la cabeza en señal de derrota. Por no decir, ni tenía magia para abrir una miserable puerta.

Maléfica pretende algo grave, Nikolai. Va a ir a por Nithael y todos tus compañeros. Debes volver cuanto antes y advertirles del peligro.

«¿Qué?»

Eso terminó por desconcertarle. El objetivo de esa bruja era arrasar con el reino de Huberto, sí, pero… ¿Qué quería de ellos? ¿Y de Nith? Salvo el mero hecho de quitarse molestias de en medio, no entendía nada. Quiso preguntarle a qué venía el interés de Maléfica por el ángel y los Caballeros, pero…

¿Tienes la… corona?

Nikolai perdió el hilo de sus pensamientos y se quedó mirando de hito en hito a la Maestra.

»Escóndela bien, dásela a Ryota. Él sabrá qué hacer…

El joven empalideció y sufrió un vahído. Las últimas palabras de la mujer le llegaron como dolorosos latigazos de culpabilidad. De repente fue como si el malestar general que le producía la magia de la celda se multiplicase. De repente fue como si el mundo entero se le viniese encima.

La Corona. Ese maldito trozo de metal por el que se sacrificó Nanashi para encomendárselo. Le dio un voto de confianza a pesar de todo lo ocurrido y a exponerse a caer en las garras de Maléfica por salvarle… Y él la había perdido.

Nikolai se llevó la mano al pecho, con el corazón desbocado y costándole horrores el respirar a causa de las ansias. No podía aguantarlo más: necesitaba alejarse de allí, de lo que le habían hecho a su ex tutora por su culpa. Necesitaba salir de allí.

Saic, coge el móvil —espetó con un hilillo de voz.

Pero…

¡Cógelo!

El asistente se agazapó y le dedicó una mirada de preocupación. Saltaba a la vista que a su dueño le pasaba algo por su respiración entrecortada y los sudores que le empapaban la frente. Aun así, acató la orden y se apropió del móvil de Nanashi siendo lo más rápido posible.

Ya en su poder, el aprendiz tuvo la imperiosa necesidad de escapar de la celda y de no atreverse a mirar al despojo en el que habían convertido a Nanashi. Pero cuando fue a atravesar la puerta, su mano se aferró a la pared y le impidió continuar.

La culpabilidad acabó por ganar.

La Corona… Yo no… —compuso entre gimoteos. Las palabras se le apelmazaban en la garganta sin querer salir—. Maléfica me encontró y… yo…

»Lo siento…

Y conteniendo un sollozo, abandonó la celda.

***


«Imbécil.»

Nikolai se desplomó de cara a la pared del pasillo. Sus manos fueron a parar a la superficie de piedra y se puso a arañarla de pura frustración.

«Imbécil, imbécil, imbécil.»

Se contuvo ganas de gritar a pleno pulmón, de golpear la pared una y otra vez y dejarse los nudillos. Se sentía como la cosa más inútil del mundo. No podía sacar a Nanashi de la celda por sus medios. No tenía la Corona. No tenía nada. El Hada Oscura le pilló justo en la salida de su pequeño rincón secreto. Volver allí para buscar lo que dejo atrás sería en vano.

«Ni siquiera puedes cumplir su última petición. Tan solo presentarte ante Ryota con las manos vacías y decirle que Nanashi se sacrificó para nada.»

Entrecerró los ojos y retiró la cara de la pared para apoyar la espalda. No, habrían tirado por la borda el cometido de la misión, pero aun así era incapaz de abandonarla después de llegar tan lejos. Trató de calmarse, respirando hondo, recordando que todavía contaba con una última carta: Primavera.

Tardó en pisparse de que Saic seguía ahí, flotando y tendiéndole el móvil de la Maestra. Escrutó el aparato con una mueca y, tras meditar que no perdía nada por intentarlo, lo cogió. Lo primero en lo que se fijó fue el mensaje de un tal “T”. Enarcó una ceja. ¿”T”? ¿Quién se llamaba…?

«¡¿Tristan?!»

Ah, sí, fue un buen momento para acordarse de que vinieron con alguien más del que no se sabía nada desde hace un rato.

Maléfica está en el castillo del rey Huberto, ha dado dos horas para que el príncipe se entregue con unos objetos antes de invadirlo todo.

Lo siento.


Nikolai puso los ojos en blanco y cerró el mensaje. No estaba en condiciones para enfadarse y preguntarse qué puñetas hacía Tristan en el castillo de Huberto. Lo importante era que Maléfica ya estaba allí y tenía que avisar a los demás. Buscó en su propio móvil el número de Victoria para ponerla en aviso.

Maléfica os ha marcado como objetivo a vosotros y a Nithael. No sé lo que pretende, pero tened cuidado.

Nanashi, Saito y yo acudiremos de inmediato en cuanto salgamos de la Fortaleza.


Apenas se dio cuenta de que en el mensaje incluyó también a Nanashi. Solo entonces comprendió que una parte de él no se quería dar por vencido en rescatarla. Tenía que regresar al castillo, pero lo iba a hacer con su Maestra.

«”Tú” Maestra, ¿eh?», resopló y se rascó la sien. Fuese o no un desertor, no estaría aquí de no ser porque aún le tuviese un poco de apego a quien le entregó la Llave Espada. Eso tenía que reconocerlo.

Con eso hecho, queda por ponerse en contacto con Saito, rezando para que no los hubiesen cazado ni a él ni a Primavera. Mientras le indicaba a Saic que vigilase los alrededores por si venía alguien, buscó el número del aprendiz en la agenda y tecleó en la pantalla para informarle de las nuevas.

He encontrado a Nanashi. Maléfica ha usado un conjuro para retenerla con unas espinas negras. Por lo que sé, solo puede romperlo un conjurador avanzado o un hada. ¿Dónde estáis? ¿Sigue Primavera contigo?


No tuvo que esperar mucho. Fue mandarlo y recibir una respuesta del chico en menos de un minuto.

Para Nikolai:

Ambos estamos bien, pero Primavera no está en condiciones de hacer magia. De todos modos ahora voy para allá,

No la dejes sola.


Genial, Primavera seguía débil. Se pasó la mano por la cara y pensó en lo arriesgado que era esperar a que recuperase parte de sus facultades mágicas. ¿Qué otra opción tenían? Como no se sacasen de la manga a un hechicero o a otra hada…

Los ojos de Nikolai se iluminaron: ¡Oh, demonios, si estaban en los dominios de un hada! Justo la culpable de que estuviesen en esa situación. Volvió a pegar la cara al móvil con un nuevo mensaje en mente.

¿Habéis estado en los aposentos de Maléfica? ¿Encontrasteis algo de interés?


Y al rato, su correspondiente contestación.

Para Nikolai:

Intentaré buscar algo ahí que nos sirva de ayuda. Tanto si lo encuentro como sino, te avisaré antes de dirigirme a vuestra posición.

Si no digo nada puedes imaginarte lo peor.


Lo que significaba que aun contaban con esa posibilidad. Si Maléfica quería mantener sus posesiones seguras, las guardaría a buen recaudo en su alcoba… o en un pozo inmundo. El caso es que también les serviría para ganar tiempo y dejar que Primavera se recuperase, siempre y cuando el propio tiempo no se volviese en su contra.

Y ahora, ¿qué hacía él? No pensaba dejar sola a Nanashi por encima de todo, pero quedarse como un pasmarote en las celdas era ponérselo demasiado fácil a los goblins o a ese crío endemoniado. Mientras planeaba su siguiente jugada, miró en derredor el pasillo y, solo entonces, se percató de cierto detalle.

A parte de la habitación de Nanashi, otras dos más estaban cerradas a cal y canto. Al final iba a resultar que Maléfica hacía más prisioneros de guerra de los que pensaba.

Se le ocurrió una idea: lo primero que hizo fue pedirle a Saic que se metiese en su móvil y acto seguido, fue alumbrando una por una las cerraduras de ambas puertas. Con la luz que emitía la pantalla, Saic sería capaz de vislumbrar que había ahí dentro. El resto ya solo dependía de lo que le confirmase el asistente y usar las llaves en caso de hubiese alguien o algo que pareciese peligroso.

De llevarse un chasco, tendría que arriesgarse a deambular a escondidas por la torre sin alejarse mucho. No quería perder de vista a Nanashi, pero si le cazaban de nuevo, se acabó.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Soul Artist » Jue Abr 28, 2016 12:21 am

La oscuridad sólo me trajo frío y dolor. Me quedé trastocada por un momento, mientras mis rodillas caían al suelo tras el ataque a mis alas.

Cuando el caos había comenzado actué sin pensar en mis acciones, algo que rara vez podía salir bien. Desplegué mis alas y defendí a Celeste de los inminentes ataques de Charlotte. Creí que la resistencia del metal de mis extensiones sería suficiente para evitar cualquier daño severo, pero como siempre, las cosas no eran tan sencillas. Era magia lo que me había alcanzado, y si algo detestaba en el reino entero tenía que ser la puñetera magia.

Me abracé a mí misma con las alas mientras soportaba como podía el dolor del ataque mágico. Apreté los dientes para contener un grito de rabia y frustración: quise levantarme y seguir ayudando a Celeste, pero desgraciadamente el mundo tenía otros planes para mí. Un ataque de energía oscura me alcanzó, probablemente desencadenado por Charlotte, y me lanzó contra la pared. Tuve la desgracia de golpearla con la cabeza, dejándome totalmente atontada.

La visión se me nubló por unos instantes. Cuando me recuperé la situación había empeorado bastante más de lo que me hubiese gustado: Nithael había sido atacado y el pájaro había comenzado a atacar a algo en el suelo, lleno de rabia y mala baba. Noté algo húmedo en mi pelo, y al llevarme la mano a la cabeza noté el contacto con algo fresco y desagradable. No hizo falta que me pusiera la mano por delante de los ojos para saber que era sangre.

Maldije y me levanté algo trastabilleante. Me acerqué a la barrera y extendí las alas lo máximo que pude. Cargué mi puño ensangrentado contra la otra mano y apreté con fuerza. El labio había comenzado a temblarme de la rabia: allí había alguien. Me aguanté las ganas de escupir al suelo y mis ojos se desviaron al ángel, contemplando su herida. Mal asunto.

¿Es Maléfica? ¿Te está controlando a ti también? —Nithael extendió el brazo con el que no se apretaba el pecho. Miré en dirección adonde apuntaba, pero no llegué a ver a nadie—. No. Tú no… tienes esa oscuridad… Todavía. No sé qué está pasando pero déjame ayudarte. Créeme, Tristan, no soy tu enemigo.

Dio un paso hacia adelante y reaccioné de inmediato diendo un puñetazo a la barrera, aunque no sirviera de nada. Tristan... ¿Estaba allí? ¿Qué pintaba en todo aquello? Si era el que había provocado aquello ya podía esconder su cabeza debajo de la piedra más lejana posible, porque jamás permitiría que saliese vivo de aquel mundo.

Nithael continuó bramando y Charlotte invocó una voz de ultratumba que en absoluto era suya. Intenté no pensar mucho en aquello: lo primero era socorrer a Nithael. Intenté atravesar la barrera como pudiese, fuese a golpes, pasando por ella aunque fuera sufriendo daño o aleteando con las alas para ver si lograba disiparla aunque fuese un poco. Si lograba algo, mi objetivo sería sacar una poción y correr hacia Nithael para protegerle, agarrarle y dársela.
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Ronda #3 - Espinas Negras (II)

Notapor Astro » Jue Abr 28, 2016 1:11 am

Funcionó. Ban abrió mucho los ojos cuando sintió que su Llave Espada atravesaba el pecho del ángel, siendo consciente de la realidad tras aquel arrebato. ¿Lo había conseguido...? ¿Qué había hecho?

Un impacto de luz le derribó unos metros detrás, cayendo con brusquedad sobre el suelo con un quejido. Suerte que no cayó sobre el brazo malo, o habría roto a gritar. Intentó levantarse con cuidado, pero de pronto un chillido seguido de unos arañazos en el hombro le sobresaltaron. Garuda había vuelto hasta él, pero en esta ocasión no tenía intenciones tan amistosas como antes, todo lo contrario. Ban tuvo que taparse la cara con el brazo para protegerse de los picotazos feroces del fénix.

¡No...! ¡Para!

¿Tris…tan? —Poco a poco, el hechizo de invisibilidad iba desapareciendo, por lo que el ángel pudo verle—. ¡No, apártate…! ¡Ayúdalas a ellas!

Por un momento pensó que le estaba hablando a él, que no se había dado cuenta por el Tenue de que había sido él su atacante, pero cuando Garuda alzó el vuelo (tras un último picotazo) entendió que le hablaba al ave. Ban siguió con la mirada cómo el fénix se marchaba, sintiendo un vacío en su interior. El único que se había mostrado amable con él, también le dejaba... por su culpa. Siempre fastidiaba todo lo que tocaba.

Cuando Nithael se puso en pie, Ban hizo lo mismo a toda prisa, asustado, pensando que le devolvería el ataque. El ángel mantenía una mano en el pecho, conteniendo una especie de luz que se escapaba de su interior. ¿Hasta qué profundidad le había herido...? Se le veía pálido y débil. Vulnerable.

¿Es Maléfica? ¿Te está controlando a ti también? —Ban no dijo nada, a pesar de que Nithael se mostró tranquilo y desarmado, dejando claro que no iba a atacar—. No. Tú no… tienes esa oscuridad… Todavía. No sé qué está pasando pero déjame ayudarte. Créeme, Tristan, no soy tu enemigo.

Cuando el ángel dio un paso hacia él, Ban lo dio también, alejándose.

T-te equivocas... ¡Yo también tengo oscuridad dentro de mí! Y Maléfica...

Justo su voz, al mismo tiempo que la nombraba, sonó en la sala.

¡Usa el… colgante de espina!

Giró la cabeza para fijarse en la niña y su colgante. Emanaba una aura aterradora, mucho más negra que cualquier cosa que hubiera mirado con su recién adquirida habilidad. Entendió rápido el mensaje: lo necesitaba si quería acabar con Nithael. Si quería cumplir con la misión de Maléfica. Si quería...

¡No la escuches! ¿Crees que no se volverá contra ti? ¿Crees que de verdad puedes confiar en ella? ¡Tristan, escúchame!

Ban abrió la boca, sin saber qué decir. Vaciló. Sus instintos más básicos le decían que se lanzara a por Nithael, que acabara con él y cumpliera con la misión de Maléfica. Pero era su oscuridad la que hablaba... Y él quería dejar de permitir que le dominase. Quería empezar a compensar por sus errores, aunque fuese tarde.

A-ayúdame...

Dejó caer su llave espada al suelo, que resonó con fuerza antes de desaparecer en un haz de luz.

»Por favor...

Se dejó caer de rodillas, con la cabeza gacha, inmóvil. Por una vez, aceptaría la ayuda de alguien que se la ofrecía, en lugar de intentar buscarla por su cuenta. Por una vez, intentaría hacer lo correcto.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Sally » Jue Abr 28, 2016 2:20 am

Por supuesto, sus esperanzas fueron vanas, y aunque la Espada cumplió su deber mejor de lo que esperaba, el polvo por sí solo no llegó a explotar. Estaba convencido de que tendría que emplearse a fondo contra las espinas —y la mano herida ya le estaba protestando—, pero Abel traía consigo la antorcha,

La explosión fue tan fuerte que Aleyn no pudo evitar soltar a Aurora. El golpe contra la pared lo dejó aturdido, aunque no lo bastante como para evitar pensar que había salido volando por los aires demasiadas veces durante aquella misión. Su cuerpo empezaba a parecerse a uno de aquellos muñecos que se usaban para entrenar: no hacía más que ser vapuleado, se dijo con amargura.

¿Os encontráis bien? —El humo no le dejaba ver a sus compañeros. Escuchaba a Ygraine gañir.

Entonces el humo terminó de despejarse, y mientras se acercaba a Aurora, se fijó en el estado en el que había quedado la tumba.

Destrozada.

Su corazón, que ya latía con rapidez por culpa de la adrenalina, se aceleró todavía más al pensar que habían perturbado el sueño de los muertos. Eso nunca podía ser un buen augurio.


Sin embargo, al atreverse a mirar al destrozo provocado, se dio cuenta de que sus temores eran infundados. No tenía que enfrentarse a la visión de un esqueleto mancillado por la explosión, porque no había esqueleto, ni ningún otro rastro de que allí hubiera reposado el cuerpo de la reina alguna vez. La grandiosa estatua había estado ocultando la entrada a unas escaleras.

¿Adónde conducirá ese pasaje? —murmuró, aunque no esperaba una respuesta.

Aurora era quien mejor conocía el castillo, y no había mencionado nada acerca de una cámara oculta. Por otro lado, tampoco podía decirse que la joven pareciera contar con sus plenas facultades. Aleyn se giró hacia ella para ayudarle a incorporarse, pero Aurora se había levantado por su cuenta, sin decir nada o siquiera mirar hacia ellos para ver si estaban bien. Su atención estaba puesta en otra cosa: las escaleras que habían quedado al descubierto.

Aleyn la llamó antes de recordar que antes aquello no había servido de nada. Así que fue tras ella, luchando contra el aturdimiento que hacía palpitar su cabeza. Aurora, que no daba visos de sufrir secuelas por la explosión, no llegó a descender por el hueco, puesto que las fuerzas estaban abandonando su cuerpo, y sus piernas la traicionaron. Aleyn tuvo que apresurarse para asegurarse de que no acababa cayendo al agujero, puesto que había quedado asomada a él.

Mientras sujetaba a la princesa con firmeza, Aleyn aprovechó para echar un vistazo al pasaje, iluminado gracias a las espinas en llamas. La voluntad con la que les habían atacado antes parecía haber desaparecido con el fuego, aunque se fijó en que las espinas que estaban más cerca de ellos se estaban regenerando. Sentían la presencia de Aurora, y reaccionaban ante ella.

¡Joder! ¡Apártala de ahí, rápido!

Aleyn no necesitó que Abel se lo dijera dos veces. Estaba claro que aquellas espinas tenían como objetivo atrapar a Aurora, aunque no comprendía exactamente por o para qué. Tampoco le apetecía quedarse para averiguarlo. Intentó vislumbrar hacia dónde podrían dirigirse aquellas escaleras, sin éxito, y se acercó a Abel. No soltó a Aurora en ningún momento; temía que intentara acercarse de nuevo al hueco.

Las controla una magia muy poderosa, sin duda —comentó, vigilando para asegurarse de que las espinas no fueran a atacarlos sin previo aviso.

Todo este sitio está detenido en el tiempo, ¿cómo es que se pueden mover…? Quizá sea allí donde comenzó el hechizo. El que paralizó todo el reino.

Aleyn negó con la cabeza.

Recuerdo que la princesa me contó que el hada Freyja fue quien conjuró el hechizo que detuvo el tiempo. Si esas espinas tuvieran alguna clase de relación dicha magia… No veo probable que intentasen atacarla. No es el enemigo.

A menos… A menos que estuvieran reaccionando a la magia de Maléfica, igual que había hecho la Espada. A fin de cuentas, no los habían atacado ni a él ni a Ygraine. Aleyn se mordió el labio. Estaba convencido de que Odín podría haberles ayudado ante aquel dilema, igual que Fauna.

«Mas no están aquí. Tomaste una decisión y ahora no pueden ayudarte. No pueden ayudar a nadie» Aleyn cerró los ojos, tratando de calmarse.

Ygraine percibió su inquietud y le empujó con el hocico. Con un amago de sonrisa, abrió los ojos. Y fue entonces cuando creyó ver algo, un destello.

Se giró para comprobar cómo, efectivamente, había algo en las escaleras a las que se habían estado dirigiendo antes de que las espinas atacaran. Una chispa que parecía indicar que debían tomar aquel camino.

Aquello podía ser otra trampa. Quizás la presencia que había creído percibir estaba esperando en lo alto de aquellas escaleras, preparada para acabar con ellos. Quizás era la magia del Escudo, intentando guiarles por el buen camino. Quizás era solo su paranoia, que le hacía ver cosas que no existían.

Aleyn no sabía qué podría estar aguardándoles al final de cada una de las escaleras, solo sabía que no podían quedarse allí esperando. Estaba claro que el pasaje oculto bajo la estatua debía ser importante, puesto que se trataba de la reina fundadora, pero no parecía una buena idea aventurarse por él mientras existiera la posibilidad de que las espinas se abalanzaran sobre Aurora. Si pudiera hacer magia ígnea tal vez podría mantenerlas a raya, pero aquella posibilidad quedaba fuera de su alcance. Creyó sentir su cicatriz arder solo por imaginarse empleando el fuego de aquella manera de nuevo.

Aurora —la llamó con suavidad, palmeándole las mejillas—, ¿se te ocurre algún lugar en el que podría esconderse el Escudo?

Si la muchacha no contestaba, no insistiría. Si su mente había quedado consumida por la Maldición, él no podía hacer nada al respecto, por más que se le rompiera el corazón al verla así. Suspiró. Tenían que decidir algo ya.

Buscar en el resto del castillo primero parece una opción más segura, aunque resulta evidente que esas espinas han crecido ahí por un motivo. —Se aferró a la empuñadura de la Espada con firmeza, ignorando el dolor de su mano. Una parte de él estaba segura de que estaba a punto de meterse en la boca del lobo—. No parecen reaccionar ante nosotros, y la Espada ha sido de extrema utilidad contra ellas, así que bajaré para comprobar ese motivo. Quedaos aquí con la princesa; no dejéis que se acerque a esas espinas bajo ningún concepto.

Esperaba que Abel se opusiera a su plan, pero no cambiaría de opinión. A fin de cuentas, solo pensaba echar un vistazo. Si el pasaje era muy largo, lo dejaría estar. Había otros muchos lugares en los que buscar, y el tiempo no les sobraba.

Antes de que me vaya, ¿necesitáis ayuda? —preguntó señalando sus heridas—. Me temo que no me queda apenas magia, mas llevo una poción curativa conmigo.

Si Abel aceptaba, se la daría antes de acercarse al hueco con cautela. Ygraine le siguió, a pesar de que no pareciese muy contento con la idea de meterse entre las mismas espinas que había tenido que destrozar minutos antes. Aleyn le rascó detrás de las orejas para calmarlo. Tampoco podrían ir muy lejos, de cualquier forma. Su única iluminación serían las espinas en llamas. Ya sería lo bastante duro para él avanzar entre ellas como para llevar la antorcha consigo.

El Aprendiz estaba ya rozando el primer escalón cuando se volvió una última vez hacia Abel y Aurora. Tenía la sensación de que, si perdía de vista a la princesa, no volvería a verla.

Respiró hondo, y luego empezó a bajar por las escaleras.
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Ronda 4

Notapor Suzume Mizuno » Vie Abr 29, 2016 5:56 pm

Aleyn


Aurora, ¿se te ocurre algún lugar en el que podría esconderse el Escudo?

La muchacha no reaccionó. Las mejillas prácticamente ardían.

Mejor que Aleyn se diera prisa.

Buscar en el resto del castillo primero parece una opción más segura, aunque resulta evidente que esas espinas han crecido ahí por un motivo. —Abel asintió, de acuerdo con él—. No parecen reaccionar ante nosotros, y la Espada ha sido de extrema utilidad contra ellas, así que bajaré para comprobar ese motivo. Quedaos aquí con la princesa; no dejéis que se acerque a esas espinas bajo ningún concepto.

Abel arqueó una ceja, sorprendido porque le dieran una orden. Sin embargo, al mirar a la princesa, debió recordar cuál era su misión y asintió con la cabeza. Él debía cuidar de la muchacha y si Aleyn se ofrecía a arriesgarse investigando, no le iba a decir que no. Pero…

Será mejor que te des prisa—le habló con confianza y también con decisión. Aleyn supo que decía la verdad por la tranquilidad con la que lo dijo—: No puedo ocuparme de los dos. Si ves algo peligroso, da media vuelta y regresa. Si no lo has hecho en una media hora, continuaré con la princesa. No puedo dejarla morir sin más…

Antes de que me vaya, ¿necesitáis ayuda? Me temo que no me queda apenas magia, mas llevo una poción curativa conmigo.

Diantres, eres tú el que se va a meter en un nido de zarzas con vida propia, ¡piensa un poco en ti!—exclamó Abel, con una sonrisa exasperada.

No aceptó la poción.

Aleyn se internó por las escaleras con Ygraine siguiéndole de cerca. En seguida comprobó que, si Aurora no estaba cerca, tal y como él había imaginado, las Espinas dejaban de reaccionar y volvían a quedar bajo el hechizo que paralizaba el tiempo. Curiosamente, hasta el fuego pareció quedar atrapado, por lo que se aseguró unos cuantos metros de luz.

A medida que descendía, se encontró con que podía usar la espada para cortar las zarzas. Estas, sin embargo, no se apartaban de su camino a menos que Aleyn tirara y las amontonara a los lados. También, extrañamente, podía dejarlas en el aire —con todo, no era buena idea. Quién sabía si, al volver, no se dejaría un ojo—. El tiempo congelado volvía a atraparlas allá donde se separaban de la piel de Aleyn.

De tal modo, aunque las espinas eran más gruesas cuanto más descendía, pudo abrirse camino sin demasiados problemas y sin hacerse cortes si se movía con cuidado. Por suerte para él, las enredaderas trepaban más por las paredes y el suelo que por el centro, así que tampoco era como si hubiera un tronco que le impidiese avanzar.

Casi en seguida llegó al final del pasadizo, frío y húmedo, que se abría en lo que parecía ser una cúpula pequeña. A pesar de que no había antorchas, pudo ver sin problemas, porque, del centro, surgía una luz medio cubierta por culpa de las oscuras zarzas.

La sala era de piedra y, en el centro, había un sarcófago con la estatua tumbada de la misma reina fundadora que había visto arriba. Esta sí que debía ser su verdadera tumba. Por las paredes subían diseños florales y el techo tenía mocárabes que imitaban el cielo. Había columnas pegadas a las paredes con bajorrelieves de criaturas que no podían ser otra cosa excepto hada, orcos, goblins, y árboles bailando alrededor de una luz.

También había humanos.

En una columna concreta, un hada coronaba a una humana.

Pero nada de eso importaría tanto como la luz que surgía de la columna central, a cuyos pies estaba el sarcófago. Era tan pura y hermosa que el hecho de que de su centro surgieran las zarzas llenas de espinas negras era… era casi una herejía. Una abominación. Una violación.

Pero no tenía ni idea de qué era esa luz. Solo que era muy importante. Que podía sentir que era algo trascendental.

Se dio cuenta de que estaba en un santuario.

Y alguien lo había profanado con aquellas zarzas.

También tuvo la sensación de que alguien lo observaba, quizás a la espera de sus acciones. ¿La misma persona que llevaba vigilándolos desde que llegaron al reino de Estéfano…? ¿Tendría que ver con la chispita?

En cualquier caso había dado con algo muy importante pero, solo, sin Maestros, sin hadas, no podía saber de qué se trataba. Así pues, quizás lo mejor sería volver. Allí no había ningún escudo y, aunque el tiempo del reino estuviera detenido, el de Aurora no. Todavía no.

Claro que… Podía intentar cortar las zarzas. Quizás sucediera algo.


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Aleyn
VIT : 20/32
PH : 5/11




****
Saito



Los mensajes fueron y vinieron, en principio, sin problema. El único problema fueron los pitidos. ¿Es que no había forma de ponerlos en silencio? Hasta Primavera le pinchó un par de veces con su varita, que ahora se asemejaba a una dolorosa aguja, para advertirle que dejara de montar escándalo.

No había nadie en su camino, de momento, así que Saito continuó adelante y alcanzó las últimas escaleras de caracol, por las que le tocó ascender aferrándose a las paredes para no caerse. Si de verdad Maléfica dormía arriba, ¿cómo se las apañaría para subir y bajar todos los días? Aunque, claro, ella era muy delgada y muy alta. Probablemente se encontrara en su salsa en un espacio tan estrecho.

Al final, cuando ya no le quedase aliento, llegaría a lo alto de la torre.

Y, por fin, a los aposentos de Maléfica.

Era un lugar frío y desangelado, oscuro a pesar de encontrarse en la zona más alta del castillo. Había una cama elegante y bien hecha, de seda oscura con diseños de plantas verdes, una estantería con gordos volúmenes, un caldero más típico de una bruja que de un Hada y otra estantería llena de frascos que contenían diferentes líquidos. En algunos había… cosas que Saito seguramente preferiría no identificar.

Ahora… ¿Dónde podía encontrar la forma de salvar a Nanashi? Primavera se asomaría desde su bolsillo y, si le explicaba la situación, el hada se quedaría horrorizada.

¡Eso es magia arcana y muy oscura! No puedo romperla sin más, nunca la he estudiado en profundidad y esa mala pécora de Maléfica es un Hada muy vieja.—Hizo un esfuerzo por revolotear—. Pero ella tampoco puede hacer esa magia sin más. Debe haberlo aprendido en alguna parte, en algún libro, porque esos conocimientos están prohibidos y solo los humanos los pondrían por escrito por sus memorias a tan volátiles.

Mientras Primavera buscaba entre los libros, Saito podría revisar los alrededores del caldero. Encontraría un cuchillo manchado en sangre casi negra y ya reseca. En el caldero no había nada, pero olía bastante mal y desprendía un frío indescriptible. También podía elegir mirar en otras cosas. Uno de los tarros estaba medio vacío y contenía una especie de escamas doradas tan grandes como la palma de su mano. El de al lado también estaba medio vacío y tenía una sangre roja y espesa con hilos dorados.

Sobre el escritorio de Maléfica había una serie de pergaminos con hermosos diseños. Parecía que los había estado mirando antes de marcharse.

En cuanto a los libros, había tres que parecían haber sido usados recientemente. Dos eran gordos y se titulaban Sangre y fuego, la raza de los dragones extintos y Genealogía de la reina… y el nombre de la tal reina había sido desgarrado por unas cuchilladas profundas. En cuanto al último, era un tomo negro y muy fino, sin título.

¿Por dónde empezar?

****
Nikolai



Nanashi no contestó y, de todas formas, Nikolai no se quedó a ver si lo hacía. Como, después de enviar mensajes a Saito, no tenía nada mejor que hacer, comenzó a revisar las celdas.

Tras la primera no encontró nada peligroso ni tampoco Saic detectó nada fuera de lo normal. Cuando la abriera, con todo, lo asaltaría un golpe de mal olor. No solo a cerrado, sino a algo peor. Solo había una diminuta ventana y un camastro. Sobre este había huesos. Huesos pequeñitos y con la forma de alguien que se había acurrucado para dormir… Solo que no habían vuelto a despertar. Por las ropas, que se mantenían bastante bien a pesar de estar cubiertas de polvo y del paso de los años, uno podía imaginar que se había tratado de un niño importante.

En la siguiente había luz. Y, si escuchaba atentamente, el rechinar típico de una mecedora acompañado de algo más, algo que no dejaba de moverse.

Al asomarse pudo ver que había una mujer, anciana, sentada en una silla y con una rueca delante donde hilaba con manos cansadas y ajadas.

Al abrir la puerta vería que su primera impresión había sido correcta. Una mujer mayor, bien vestida y abrigada. Solo que su celda era diferente a las demás. Tenía una buena cama, algunos libros, papeles, plumas y el sitio estaba limpio. Al contrario que los demás, parecía ser una rehén importante. Incluso tenía una ventana por la que entraba la tenue luz del día nublado. Y no se mostró sorprendida al verlo entrar.

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Deberías aprovechar para escapar, jovencito —dijo ella, meciéndose adelante y atrás. Tenía una voz grave y ronca, como si no soliera hablar a menudo—. Pronto vendrán a buscar por aquí una vez más. Además, la hechicera está perdida. —Se detuvo un momento, arregló los hilos y continuó con su labor—. El veneno de las espinas es mortal. Primero devora tu magia. Luego, tu energía vital. Por último, te pudre el corazón. —Le dedicó una sonrisa maliciosa—. Y no vais a poder encontrar un remedio. No me malinterpretes, ella tiene razón, necesitáis magia de hada, pero no servirá de nada si no se fabrica un remedio concreto.

»Así que vete de aquí, muchachito, antes de que te arrepientas. Maléfica puede llegar a ser verdaderamente cruel con aquellos que la desafían. No por nada borró de la faz de la tierra a toda la gente que habitaba este castillo.





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Nikolai
VIT: 30/30
PH: 8/28 [Bloqueado]

Saic
VIT : 22/22
PH: 8/12




****
Celeste, Victoria y Tristan




Nithael fue hasta Tristan y lo rodeó con un brazo —con el otro todavía se apretaba el pecho, como si quisiera evitar que la luz se le escapara de entre los dedos— al tiempo que lo envolvía con una de sus alas.

Te ayudaré. Todo va a salir bien, te lo prometo—dijo con voz amable, aunque estuviera agotado.

Y en sus ojos no había ninguna mentira.

Entonces Charlotte soltó un aullido. El magneto de Celeste estuvo a punto de arrancarle el collar. Es más, rompió la cadena, pero la mano de la niña se movió por ensalmo y lo atrapó en el aire.

¡Has elegido la muerte!

Entonces la niña alzó el colgante… Y se lo clavó a sí misma en el pecho.

¡NO!

Celeste y Victoria, que estaban intentando cruzar la niebla oscura, de pronto sintieron un violento latido. La oscuridad se incrementó. Se volvió mucho más densa, más fría, más dolorosa. Y hubo otro latido. Y otro. El corazón se desenfrenó y Charlotte se derrumbó entre espasmos al tiempo que la niebla estallaba y chocaba contra las paredes y empezaba a llenarlo todo.

Nithael protegió a Tristan con una de sus alas y se cubrió con la otra. Sin embargo, ello no pudo impedir que Tristan cayera al suelo y empezara a soltar alaridos de dolor mientras el corazón se le empezaba a destrozar.

Celeste y Victoria también estuvieron a desvanecerse. El frío era casi imposible de soportar. Y el dolor. ¡El dolor!

¡No lo hagas! ¡Detente!

Entonces trágatelo, angelito. Trágatelo todo.

Y la risa de Maléfica resonó en los oídos de los aprendices antes de que sucumbieran al frío… Y al dolor.

*


Cuando despertaron, el calor había vuelto a sus cuerpos. Es más, recordaban el dulce sueño de una caricia de luz envolviéndolos y alzándolos como si fuera a hacerlos dormir sobre las nubes.

Pero volvieron a sentir el suelo. Tenían los miembros algo doloridos y se sentían entumecidos. Por suerte no parecía nada grave. Sus heridas y cansancio se habían desvanecido. Tristan comprobaría que su brazo se había recuperado. La oscuridad en su interior, por otra parte, continuaba ahí pero… Más contenida. Como si se hubiera reprimido ante la presencia de algo… O si algo estuviera envolviéndola para que no hiciera más daño. Como un sello.

El rey estaba en su trono y también parecía intacto.

En el centro de la sala de audiencias, estaba Nithael. El ángel había caído de rodillas y sostenía el cuerpo inerte de Charlotte entre los brazos, meciéndola como si fuera un bebé. El ángel lloraba y se estremecía.

Y no solo de pena.

Estaba tan pálido que parecía que se hubiera desangrado; sus ojos se habían inyectado en sangre y tenían un extraño brillo metálico. Pero lo peor eran sus alas. Los tres recordarían su nívea pureza, que casi parecía resplandecer. Ahora, desde la raíz, se extendían zarcillos negros que teñían sus plumas y se extendían, lentos pero sin pausa, con la intención de devorar las alas.

Nithael había hecho caso a Maléfica. Había absorbido toda la oscuridad de la sala a la vez que empleaba sus artes curativas para sanarlos. No había llegado a tiempo, sin embargo, para salvar a Charlotte, a la que le había cerrado los ojos. La espina continuaba clavada en su pecho, latiendo oscuridad. Era imposible sacársela sin destrozarse los dedos.

Nithael se estremecía de dolor y todavía brotaba luz de su pecho. Estaba muy, muy débil, tanto que les sorprendió que pudiera hablar:

Flora… traed a… Flora…

Y se desplomó de costado, inconsciente. Las zarzas oscuras seguían extendiéndose por sus alas. Si no se daban prisa, las consumirían. En seguida se darían cuenta de que la magia curativa de su nivel, o las pociones, no harían nada. Necesitaban magia mayor, magia de un hada para competir con la magia de otra hada.

El rey seguía inconsciente pero si lo sacudían lo suficiente podría espabilarse. Por otra parte, al salir, encontrarían a toda la gente muerta, inconsciente, o al borde de la muerte —como era el caso de Heike— cerca de la entrada del palacio. Garuda se acomodaría sobre el hombro de Tristan y miraría hacia un camino que parecía dirigirse a las torres.

¿Dónde diantres podía estar Flora? ¿En las murallas? ¿En la torre? ¿En alguna zona de la ciudad ayudando a los refugiados? Tristan ya no podía ver las auras; este don se había ido junto con el brazo herido, así que estaría tan perdido como sus compañeras. Dividirse sin más podría ser una pérdida de tiempo demasiado grave. Debían pensarlo bien y actuar como un equipo.

Y fue en ese momento cuando escucharon la voz triunfante de Maléfica y los gritos de lamentación que llegaron desde el exterior, desde la muralla:

No dudéis más, príncipe. Si dejáis las murallas atrás, prometo no destruir vuestro reino.

Los gritos de protesta se incrementaron, mezclándose con el llanto.

Por supuesto. ¿Cómo iba a quedarse viendo sufrir a su pueblo el príncipe que dejó ir a su amada, al borde de la muerte, con tal de quedarse a protegerlo?

Pero ¿eso significaba que tenía lo que Maléfica le había pedido? ¿O quizás la perla la tenía todavía Flora y el cuerno estaba a salvo en la torre, hacia donde miraba Garuda?




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Victoria
VIT: 40/40 [+1 Acc]
PH: 20/20

Celeste
VIT: 20/20
PH: 10/22

Tristan
VIT: 28/30
PH: 11/22


Fecha límite: jueves 5 de mayo.
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Re: Ronda 4

Notapor H.S Sora » Jue May 05, 2016 10:59 pm

A primera vista no había nadie acechando para tenderme una trampa, por lo que avancé con cautela por las enormes escaleras, no sin antes poner el móvil en silencio. Primavera ya me había avisado de mi indiscreción mediante pinchazos de varita. Y dado que no quería ni llamar la atención ni acabar con el cuerpo lleno de pequeños boquetes seguí su consejo. Tendría que estar pendiente de si Nikolai me comentaba algo tras investigar los aposentos de aquella bruja.

Pronto descubrí que lo de dormir en la más alta torre —irónicamente como las princesas de algunos cuentos que había leído— no era ningún tipo de broma ni mucho menos: la forma de las escaleras, ayudada por la estrechez y la falta de espacio, me obligaban a subir con cautela, usando la pared como soporte para evitar una muy dolorosa caída. Llegado el momento eché un vistazo hacia abajo y, tras resoplar, me pregunté cuánto quedaría para llegar.

Miré de nuevo hacia arriba, todavía sin ver el final. Me daría prisa, y encontraría aquella cura para Nanashi aunque tuviese que remover todos los cimientos de aquel cuarto, o de todo el Castillo. No me iría de allí sin ella.

Aguanta.

***


No hubiese podido imaginarme aquella instancia, era todo lo contrario a lo que me había esperado en un primer momento. Si entrases sin saber de quién era, solo podrías darte cuenta de que algo fallaba por algunos detalles, pero no a simple vista. Parecía la habitación más higiénica de todas las que había visto en el Castillo, con una bonita cama y una pequeña biblioteca.

Pero claro la oscuridad que rezumaba, (sumada a un caldero de los que usaban las brujas para hacer sus pócimas y a varios frascos con contenido que no podía, ni quería, descubrir) hacían desconfiar de lo que uno podía encontrar ahí dentro. Exhalé un suspiro. Debía darme prisa antes de que alguien quisiese darse una vuelta por los aposentos de su Señora.

Pero ¿por dónde empezar? Primavera salió de mi bolsillo. Era el momento de dar explicaciones, y de que me ayudase a encontrar algo que nos fuese de utilidad. Le conté lo poco que sabía por los mensajes de Nikolai: que la Maestra Nanashi estaba en la torre oeste presa de un poderoso hechizo del que salían espinas negras, y que ahora mismo ella era la única que podía ayudarla.

La horrorizada reacción del hada no se me hizo extraña, yo ya sabía lo jodidos que estábamos desde hacía rato.

¡Eso es magia arcana y muy oscura! No puedo romperla sin más, nunca la he estudiado en profundidad y esa mala pécora de Maléfica es un Hada muy vieja.

Entonces ¿eso era todo? Crucé los dedos porque aquello no fuese cierto. Estábamos en la guarida del enemigo, en la boca del mismísimo lobo. No podía creerme que no pudiésemos hacer nada por ayudarla.

Pero ella tampoco puede hacer esa magia sin más. Debe haberlo aprendido en alguna parte, en algún libro, porque esos conocimientos están prohibidos y solo los humanos los pondrían por escrito por sus memorias a tan volátiles.

Eso tenía cierto sentido. Mientras mi acompañante se dedicaba a buscar entre los libros me acerqué al caldero en busca de algo, alguna pista. Pero no tenía la menor idea de lo que estaba buscando ahí. Lo único que destacaba de este era el olor desagradable que desprendía y el descubrimiento de un cuchillo manchado en sangre seca y casi azabache.

Los tarros menos desagradables y a los que acababa de echar un vistazo contenían lo que en principio me pareció que eran escamas y sangre. Ambas sustancias tenían en común que sus respectivos botes estaban casi vacíos, y que por algún motivo u otro contenían el color dorado en ellas. Quizá sólo fuese una coincidencia, pero a lo mejor Maléfica había usado no hacía mucho aquellos elementos para hacer algo que desconocía.

Me atrevería a preguntárselo a Primavera antes de seguir investigando.

¿Podría ser que el conjuro tuviese que ver con escamas y sangre doradas? —Le preguntaría—. Creo que ha usado esos elementos recientemente, seguramente junto a sangre negra como la que hay en ese cuchillo de ahí.

Según me dijese el hada le traería los elementos de los que hablaba, y tan solo en el caso de que le fuesen útiles. Si no seguiría mi búsqueda, ahora con los pergaminos situados sobre la mesa. Parecía que habían sido usados hacía poco, por lo que me limitaría a revisarlos con tal de encontrar algún matiz que me hiciese sospechar y que pudiese tener que ver con el hechizo que intentábamos anular.

Si encontraba algo se lo comentaría al hada azul, de lo contrarío me centraría en un pequeño tomo negro que me había llamado la atención de entre todos los que ahí había por no tener siquiera un título.

Cabe decir que siempre que me comunicase con ella procuraría ser lo más sigiloso posible. Lo último que nos faltaba era que nos pillasen ahí, a un paso de encontrar una manera de deshacer esa magia arcana que tanto asco me empezaba a dar.
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H.S Sora
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Denna » Vie May 06, 2016 1:13 am

Recordaba la explosión.

Recordaba la oscuridad, la ceguera. El frío y el dolor. Los gritos. La risa.

Recordaba todas estas cosas y no quería despertar. Ahora estaba bien, ¿no? La luz era agradable, ¿para qué regresar? ¿Qué me esperaba ahí fuera? Sólo cosas malas. Y ya estaba cansada de las cosas malas.

Me rendí al sueño, pero éste se acabó demasiado pronto para mi gusto y el destrozado castillo volvió a recibirme. El dolor también regresó, aunque en mucha menor medida, y en general no podía quejarme. El suelo pareció temblar cuando me puse en pie —todavía por el mareo, supuse— y miré a mi alrededor.

Lo que encontré me hizo desear no haber despertado.

Charlotte había muerto. El llanto de Nithael sólo confirmaba lo evidente. La niña yacía entre sus brazos, con la espina del collar clavada en el corazón. Ahora lo recordaba, había usado ese hechizo para quitárselo, todo por miedo a acercarme a la oscuridad. Cuando mi magia apenas servía.

Y Nithael...

¡¡Tu puta madre!!

¡Victoria, para!

No sé por qué la detuve. En el suelo, con un puñetazo que ya empezaba a oscurecerse, estaba uno de los chicos que había ido con Nanashi. Sabía que se llamaba Tristan, pero era incapaz de entender cómo había llegado hasta ahí. Ni qué hacía.

Porque si era lo que me pensaba, la situación se nos iba a ir de las manos.

Para, por favor. Ahora no —dije, apretándole el brazo a la chica. Las manos me temblaban —de miedo, de rabia, no lo sabía— de modo que no la solté y me quedé mirando a Nithael.

Verle llorar de esa manera me partió el alma, y si no reaccioné de la misma manera fue por la estupefacción. Por primera vez fui consciente de que un ángel, al igual que un humano, también podía morir. Al menos, Nithael podía. Jamás en la vida había visto a una persona tan pálida ni tan demacrada como él lo estaba en ese momento.

Y sus alas... Traté de apartar la mirada de ellas, pero no lo conseguí, y por motivos muy distintos a las otras veces. Habían sido tan bonitas, tan blancas... Habría jurado que eran lo más bonito que había visto jamás. Hasta entonces. Ahora, carcomidas por la oscuridad que se enroscaba, amenazante, parecían apagarse por momentos.

Tenemos que ayudar a Nithael. —balbució Victoria—. Tenemos que... ¡Mierda!

Nithael levantó la cabeza.

Flora… traed a… Flora… —logró murmurar a duras penas antes de caer inconsciente. La oscuridad, pero, no se detenía y avanzaba por sus alas, extendiéndose, devorando...

Me entró el pánico.

¿Y adónde se supone que ha ido? ¿Por qué no ha venido desde el principio? Maldita sea, ¡ahora podría estar en cualquier parte!

C-cuando llegué al castillo —dijo Tristan con cuidado— vi algo mágico en la torre... Igual es la hada...

Era un sitio tan bueno como cualquier otro para empezar. Asentí con la cabeza, conforme. No me hacía ninguna gracia dejar a Nithael rodeado de cadáveres, pero no había otra opción.

Fuera, la situación no estaba mucho mejor. Toda la gente que había ahí se había topado de cara con Charlotte poseída, y no quedaba ni uno en pie. Contuve otra oleada de mareos, y más al descubrir a Heike entre los caídos. Presentaba una herida horrible, pero aún respiraba. Mis pies casi se detuvieron solos.

Sigue viva. —Miré a mis compañeros, disculpándome en silencio—. No puedo dejarla, aquí. No sobrevivirá.

Agradecí que no intentaran impedírmelo. Lancé a Victoria una mirada de advertencia, pero sabía que se comportaría con Tristan si la vida de Nithael estaba en peligro. O eso esperaba.

Me arrodillé junto a Heike. Sí que era una herida fea. Aparté los cadáveres para dejarle espacio y me puse manos a la obra:

Cura...

Daba igual cuánto tiempo pasara. No iba a detenerme, no hasta que la capitana abriera los ojos. Hasta que pudiera tomarse una Ultrapoción o lo que fuera que cerrara ese corte. Como si tenía que usar todo lo que llevaba. Qué más daba ya. Sólo sabía que no podía dejarla morir —y no iba a hacerlo.

«Nadie más.»

Vamos, Heike, maldita sea. ¿En serio pretendes morir antes de que nos carguemos a Maléfica? ¿Eh? ¿Y a Melkor?

»Venga. No me hagas pensar que me he llevado una impresión equivocada contigo. Hay que demostrarles a esos orcos qué es una guerrera de verdad.


El anuncio de Maléfica hizo que me hirviera la sangre. Felipe. Me había olvidado por completo de él. Si Heike se había recuperado ya, la ayudaría a entrar en el castillo y le pediría que ayudase a todos los que pudiera. Sería duro, ella debía de conocer sus nombres y sus familias, todo lo que habían perdido en un momento. Le dejaría la mochila con todo lo que llevaba dentro, quedándome sólo con un par de éteres, y luego saldría corriendo hacia las murallas a evitar que Felipe cometiera una locura. Si era necesario, lo llevaría a rastras de vuelta al castillo, al muy estúpido.

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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Drazham » Vie May 06, 2016 1:34 am

El pestilente hedor que le asaltó tras la primera puerta fue tan horrible que tuvo que taparse la boca para contener una arcada. Pero eso solo fue el aviso de que lo que guardaba la celda en su interior era mucho peor.

Nikolai vio los pequeños restos óseos encima de la cama y sintió una punzada desoladora al deducir, con gran pesar, que una vez debieron pertenecer a un niño. Negó con la cabeza con una mueca. Por su postura en el camastro, la pobre criatura tuvo que pasar ahí, acurrucado y olvidado, sus últimos momentos antes de perecer. Por lo menos, sus ropas polvorientas pero en un estado decente le dieron a entender que no debió ser sometido a abusos o torturas.

Viendo de lo que era capaz Maléfica, ojalá hubiese sido así.

Sin mucho más que ver, Niko abandonó la celda y se encaminó a la segunda. Fue a colocar el móvil en la cerradura, pero al entrever un pequeño haz de luz emanar de esta y escuchar tras la puerta el chirriar de la madera, uno en especial que le sonaba, se detuvo y frunció el ceño.

¿Eso que escuchaba era una mecedora?

Nada lejos de la realidad, así era. Él mismo ojeó por el hueco de la cerradura y vislumbró la susodicha, con la inesperada sorpresa de que la estaba usando una anciana atareada con una rueca.

La curiosidad y la incertidumbre pudieron más que la desconfianza. No tardó en usar las llaves para abrir la puerta y quedarse anonadado con lo que se encontró dentro: una cama más que aceptable, libros, material de escritura… Ni el mínimo rastro de grilletes, cadenas o de la dichosa mugre que asolaba esa zona. ¿Una celda? Salvo por la puerta cerrada, ni se le acercaba. Y de serlo, era una muy lujosa para un simple prisionero.

Y allí estaba la mujer, mirándole sin un ápice de asombro en su rostro. Tanta tranquilidad, más que aliviarle, sembró la duda en Nikolai, quien avanzó con paso lento hasta que la anciana alzó una voz ronca:

Deberías aprovechar para escapar, jovencito. Pronto vendrán a buscar por aquí una vez más. Además, la hechicera está perdida.

La última frase le detuvo en el sitio, lanzando una mirada inquietante a la señora. Supo de inmediato que estaba hablando de Nanashi. Le acababa de mencionar la razón por la que estaba deambulando sin la necesidad de preguntarle que hacía allí.

Empezó a pensar que las paredes hablaban y no guardaban secreto alguno.

¿Sabéis algo al respecto? —le inquirió, reticente.

El veneno de las espinas es mortal. Primero devora tu magia. Luego, tu energía vital. Por último, te pudre el corazón.

Nikolai, tensando los músculos faciales, apretó los puños y se adelantó un paso ante la sonrisa de la anciana. No hizo ni dijo nada más, conteniendo para sus adentros la rabia con el fin mantener un porte civilizado. De todas formas, solo quiso que aquello fuese un aviso no verbal de que no quería oír más acerca de cómo esas espinas infernales estaban matando poco a poco a su Maestra por dentro.

Y no vais a poder encontrar un remedio. No me malinterpretes, ella tiene razón, necesitáis magia de hada, pero no servirá de nada si no se fabrica un remedio concreto.

»Así que vete de aquí, muchachito, antes de que te arrepientas. Maléfica puede llegar a ser verdaderamente cruel con aquellos que la desafían. No por nada borró de la faz de la tierra a toda la gente que habitaba este castillo.


Entrecerró los ojos y compuso una expresión afligida. Ya iban dos personas sin intenciones hostiles en ese castillo que le daban la misma advertencia y, claro, cualquiera con dos dedos de frente en aquel mundo asumirían el peligro inminente en el que estaban y sabrían que huir de allí era lo más sensato (sin contar que nadie en su sano juicio se acercaría a la Fortaleza Negra por su propia voluntad).

Pero esa oportunidad ya la perdió cuando no siguió el consejo de Tuk con anterioridad.

No puedo irme. Ya no. —declaró con la voz quebrada, volviendo la vista de nuevo a la mujer—. Soy consciente de lo que es capaz Maléfica después de haber visto su huella y que me estoy condenando por cada segundo que permanezco en este sitio. Pero de lo que sí me arrepentiré el resto de mi vida es si dejo atrás a esa mujer sin haberlo intentado todo por salvarla. —Inclinó la cabeza hacia delante a modo de súplica—. Por eso os pido, por favor, que si sabéis acerca de ese remedio, decídmelo.

Esperaría impaciente a que la mujer hablase. En el caso de que se necesitasen unos ingredientes determinados para el susodicho, Saic tomaría nota desde el móvil y le mandaría una copia a Saito, aprovechando que quizás encontrase algo por los aposentos de Maléfica.

Luego, cuando la mujer acabase, añadiría las ya pertinentes cuestiones que le rondaban en esos momentos por la cabeza.

Disculpad mi atrevimiento, pero… ¿Puedo preguntaros quien sois vos y con qué fin os retiene Maléfica aquí? —Señaló el suelo. Entonces, se puso a pensar en lo que le dijo antes sobre cómo esa bruja terminó transformando el castillo en su guarida, en el rostro desolado de Nanashi cuando lo sobrevolaron… —: ¿Conocéis la historia de este castillo antes de que ella se adueñara de él?
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Ronda 4

Notapor Sally » Vie May 06, 2016 4:36 am

Media hora. Ese era el plazo que Abel le había dado, antes de que el capitán siguiera buscando en el resto del castillo, y teniéndolo en mente, se internó entre las espinas.

Casi se le escapó un suspiro de alivio al ver cómo su teoría era acertada, y las espinas no se abalanzaron sobre él. Estaba claro que solo querían a Aurora. El por qué de aquello seguía siendo un misterio. El resto de criaturas atrapadas en el tiempo habían permanecido hechizadas cuando la princesa había pasado junto a ellas, así que lo que había convocado las zarzas tenía que ser de una naturaleza diferente. ¿Eso quería decir que sí eran obra de Maléfica? Aleyn no tenía forma de estar seguro.

No había avanzado apenas dos pasos cuando decidió que atravesar las espinas con una capa era una estupidez, incluso pudiendo cortarlas con la Espada, así que se la quitó y la dejó en los escalones. Ya la recogería al subir.

Tampoco necesitó avanzar mucho más para darse cuenta de lo que realmente implicaba el que el tiempo se hubiera detenido. Las llamas residuales de la explosión —a las que procuraba no mirar, intentando concentrarse solo en la escalera— no se extinguían, proporcionándole más luz de la que había esperado en un principio, lo cual estaba bien.

No era igual de bueno el que las espinas no siguieran el curso natural de la gravedad y dejasen de bloquear el camino una vez que las cortaba. Estuvo a punto de arañarse la mejilla más de una vez porque podían quedarse flotando en el aire a menos que las amontonara él en el suelo. A su espalda, y bordeando el camino que había abierto, se había formado un rastro de espinas cortadas, al que Ygraine olisqueaba con curiosidad. Aleyn sintió un escalofrío al imaginarse todo aquello cobrando vida y yendo tras Aurora. Haría falta mucho más que aquel montoncito de polvo verde que los había salvado antes para hacerle frente.

Las espinas se hacían más y más gruesas, por lo que Ygraine y él tuvieron que descender cada vez más despacio y con más cuidado. Esperaba no tener que subir las escaleras corriendo por culpa de lo que hubiera allí abajo o por falta de tiempo, porque a pesar de que no hubiera ninguna zarza especialmente grande cruzándose en su camino, tampoco parecía buena idea moverse sin fijarse por dónde iba.

Llegó a preguntarse si llegaría un momento en el que los troncos cubrirían todo el espacio pero, por suerte, las escaleras no descendían mucho más allá. El fuego que había iluminado su camino había quedado ya muy atrás, algo que no supuso un problema puesto que el final del pasadizo contaba con su propia luz.

Aleyn cortó las últimas espinas que bloqueaban su camino, sin olvidar dejarlas a un lado. Ni él mismo sabía qué era lo que había esperado encontrar, pero desde luego no había sido aquello.

Entre las paredes de piedra y bajo una pequeña cúpula, descubrió la que debía ser la verdadera tumba de la reina. La sala estaba ricamente decorada, y no le producía tanto desasosiego como el haber caminado entre las estatuas de la cripta. Hizo una leve reverencia.

Intentó fijar su atención en los bajorrelieves de las columnas, curioso por saber si contarían alguna clase de historia, aunque la luz de la columna central le llamaba más que cualquier otra cosa de la sala. No pudo contener su sorpresa al descubrir que hadas, humanos, goblins y otros seres habían sido representados danzando alrededor de una luz, juntos y en armonía. Sabía que las Ciénagas no siempre habían estado aisladas, y que en su día hadas y humanos habían tenido una relación más estrecha, pero no se podría haber imaginado que los goblins hubieran convivido pacíficamente con ellos en algún momento. ¿Quería eso decir que había sido Maléfica quien había instigado el odio y la violencia en ellos y, que en el fondo, no eran criaturas malignas? Recordando las escenas con las que se había encontrado de camino al castillo, lo dudaba mucho.

La escena de un hada coronando a una humana —¿la reina fundadora?— fue la última que pudo observar antes de se rindiera a la atracción irresistible de la fuente de luz.

La forma en la que las espinas surgían de ella, extendiéndose como una enfermedad, resolvía la cuestión sobre su origen. Aquello estaba mal. Aleyn se sentía incómodo, casi enfermo, al ver cómo de algo tan puro habían hecho crecer semejante… semejante horror. Apretó los dientes. Alguien había profanado el lugar más sagrado —o quizás el segundo más sagrado, le había quedado claro que el Escudo no se encontraba allí— del castillo y lo había envenenado para… ¿qué? Las espinas no suponían un obstáculo demasiado difícil de superar para cualquiera armado con una espada y suficiente paciencia, y no parecían estar destruyendo nada. Solo estaban ahí, enturbiando lo que había sido un lugar de paz, de pureza.

Tuvo ganas de cortar todas las zarzas, destruirlas hasta que fueran unos simples despojos bajo sus pies. Y también… también tuvo, de nuevo, la sensación de que alguien lo observaba. ¿Estaría ese ser esperando que hiciera algo? ¿Estaría esperando que se fuera?

¿También has percibido eso, Ygraine? —Apenas un susurro; tenía miedo de perturbar aún más la atmósfera del santuario.

El zorro no reaccionó a sus palabras. Estaba ocupado olisqueando las columnas y evitando las espinas para poder hacerlo. Aleyn no supo si interpretarlo como que estaba siendo un paranoico o si aquella presencia, fuera lo que fuera, solo podía percibirla él por un motivo desconocido.

Empuñó la Espada con más fuerza. Seguía teniendo unas ganas terribles de cortar todas aquellas espinas que invadían la sala, pero no estaba seguro de qué podría pasar. No le habían causado muchas complicaciones al bajar hasta allí, pero estaba claro que aquel era un lugar especial. Tal vez reaccionarían si atacaba su fuente, y no se encontraba en las mejores condiciones como para lidiar con ellas. Tampoco tenía tiempo para valorar las posibilidades o estudiar a fondo todos los detalles de la sala. Abel le había dado media hora y, aunque no lo hubiera hecho, cada vez faltaba menos para que la maldición actuara en todo su esplendor y Aurora…

Basta —siseó.

No se podía permitir lamentarse por aquello, como tampoco por el hecho de que Odín o Fauna, de nuevo, probablemente podrían haber sabido decir qué era aquello con exactitud y si podía cortar las espinas sin más. No. Su mente debía estar concentrada en otras cosas. Tenía que regresar, por más que le pesara abandonar el lugar sin intentar devolverlo a su estado original. El estado de la tumba no iba a empeorar, y al menos ahora sabía que estaba allí. Y suponía un sitio menos en el que buscar el Escudo.

Le indicó a Ygraine que se marchaban y empezó a subir por las escaleras. Se giró una última vez para mirar el santuario, intentando ignorar el impulso de abalanzarse sobre las espinas y destrozarlas. Y se prometió que, cuando aquella locura acabase, haría todo lo que estuviera en su mano para regresar y eliminar aquella oscura mancha.
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[VK] Ronda #4 - Espinas Negras (II)

Notapor Soul Artist » Vie May 06, 2016 9:43 am

Meses de entrenamiento, de mejorar al máximo mis capacidades físicas y mentales. Había corrido, había llegado a levantar gigantescas rocas y a partir ladrillos. Ahora entendía para qué me había entrenado todo aquel tiempo bajo la tutela de Nanashi. No para usar mis elementos en batalla: mis límites habían llegado aquel extremo para aquel momento.

El momento exacto en el que mi puño atravesó el moflete izquierdo de Tristan con un Puño Vendaval, acertando en parte en su ojo.

¡¡Tu puta madre!!

Solté aquella maldición y agité el brazo con rabia y dolor. Incluso con mi elevada fuerza me había esforzado demasiado con aquel golpe: me había dolido en los nudillos, pero joder, el cabronazo se lo había ganado a conciencia. Le había tirado al suelo y por poco me lancé a por él a seguir pegándole si no fuera porque Celeste se lanzó a por mí y me agarró del brazo.

Para, por favor. Ahora no. —Tanto la voz como las manos de Celeste le temblaban. Mi primer instinto fue el de zafarme de ella y apretar el puño con fuerza para seguir golpeando a aquel gilipollas, pero me contuve al notar la confusión y el miedo de mi compañera. Le tomé la mano e hice que me soltara tranquila, tomando contacto con su piel para calmarla.

Mis ojos se dirigieron hacia Nithael. El ángel estaba en las últimas: antes de que pudiera hacer nada se desmayó, pidiéndonos que fuéramos a por Flora antes. Me agaché junto a él y mascullé entre dientes. Charlotte tampoco estaba precisamente bien: más bien, no estaba... Aparté la mirada como una cobarde. Saqué una poción e hice beber a Nith de ella: sabía que no era mucho, pero al menos era algo. Algo con lo que podía sentirme menos impotente, menos inútil.

Tenemos que ayudar a Nithael. Tenemos que... —Me mordí el labio inferior y di una patada contra el suelo de la rabia y la impotencia—. ¡Mierda!

Si pudiese golpear a aquel puto traidor me hubiese quedado más tranquila, de verdad. Pero no quería alarmar más a Celeste ni tampoco hacer sentir peor a Nith si era capaz de oírme en aquel estado.

Entonces Tristan habló, algo asustado:

¿Y adónde se supone que ha ido? ¿Por qué no ha venido desde el principio? Maldita sea, ¡ahora podría estar en cualquier parte!

C-cuando llegué al castillo vi algo mágico en la torre... Igual es la hada...

Le dirigí una mala mirada. Observé a Celeste y bufé. No teníamos más opciones entre manos: me levanté, me acerqué al traidor y le agarré del brazo para tirar de él y obligarle a levantarse.

Pues vamos allí. Tú te vienes con nosotras. —Una mierda iba a dejarle a solas con Nithael después de la que había armado—. Vamos, Celes. Tenemos que encontrar a Flora.

Antes de irnos me arrodillé junto a Nith y el cuerpo de Charlotte por última vez. Tragué saliva mientras intentaba asimilar lo que había pasado. La pequeña estaba... Apenas había hablado con ella poco antes, una hora como mucho. Y ya no estaba. No podía asimilar algo así, algo tan repentino. Mis experiencias anteriores con la muerte habían sido más transitorias, con un espacio temporal mucho mayor para poder asimilarlas. No tan...

Quise extender mi mano para recuperar los protectores oculares, pero era incapaz. Se sentía mal quitarle algo así, aunque ella no estuviese allí. Algo se me atascó en la garganta y me obligué a retirar la culpa.

Es culpa suya... Es culpa suya... Es culpa suya...

Volveremos con ayuda, te lo prometemos. Aguanta, por favor.

Dejé a Nith solo, pese a no gustarme la idea, e intenté apartar todo aquello de mi mente sin éxito. A la torre iría, sin apartar los ojos de Tristan ni por un momento. Pero en mi cabeza no había lugar para la realidad: el cuerpo muerto de Charlotte se había grabado a fuego en mis pensamientos.

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¡Astro, Denna, lo siento! Me quedé ayer sin conexión de golpe y no pudimos seguir aquello ;w;
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Ronda #4 - Espinas Negras (II)

Notapor Astro » Vie May 06, 2016 3:07 pm

Te ayudaré. Todo va a salir bien, te lo prometo

Ban no respondió, quedándose callado y con la cabeza gacha. Tampoco hubiera sabido qué decir: ¿de verdad estaba haciendo lo correcto? ¿O se había condenado a sufrir una horrible muerte por parte de Maléfica? Fuera como fuese, agradeció las palabras sinceras del ángel y su contacto. De alguna manera, se sintió protegido.

Pero no duró mucho. La niña endemoniada chilló como una loca, y aunque Celeste utilizó una magia para atraer el colgante de la espina, la pequeña lo atrapó al vuelo. En cuanto lo hizo, Ban supo que aquello iba a acabar mal para todos.

¡Has elegido la muerte!

Y de pronto, se lo clavó en su propio pecho.

¡NO!

Todo ocurrió muy rápido. La oscuridad de la sala se volvió loca, mucho más fría, poderosa... y dolorosa. Aunque Nithael le protegió con un ala, Ban se retorció de dolor en el suelo. Sentía su propio corazón desgarrándose, luchando contra la oscuridad que buscaba acabar con el trozo de corazón real que le quedase.

¡No lo hagas! ¡Detente!

Entonces trágatelo, angelito. Trágatelo todo.

La risa de Maléfica fue lo último que el aprendiz pudo escuchar antes de desmayarse por el dolor.

*


Abrió los ojos poco a poco, confuso y aturdido. ¿Qué había pasado? Tardó un poco en recordar y poner en orden sus recuerdos, pero cuando se dio cuenta de que seguía en la sala del trono, todo encajó más rápido. Suspiró, agradeciendo por dentro que siguiera vivo, y se frotó los ojos con ambas manos. Y entonces se fijó: había utilizado su brazo calcinado sin dolor alguno. ¡Estaba curado! ¿Cómo era posible...?
Y no sólo era eso. Por dentro, por primera vez desde que llegó al Reino Encantado, se sentía... Tranquilo. La oscuridad que le atormentaba, que había reaccionado al acercarse a su fuente original, seguía allí, pero contenida. ¿Qué demonios había pasado tras desmayarse...?

Se levantó con cuidado, pero antes de que tuviera oportunidad de dar un paso, alguien le golpeó en todo el ojo: Victoria.

¡¡Tu puta madre!!

Cayó al suelo, retrocediendo un poco cuando vio que la chica se disponía a seguir pegándole, pero por suerte Celeste la detuvo. Ban se quedó allí, en el suelo, paralizado en el sitio cuando se fijó en algo que estaba detrás de ellas. Alguien, mejor dicho: Nithael.

Oh, dios, estaba horrible. Sus alas, sobre todo. Poco a poco, recordando las últimas palabras de Maléfica, cayó en la cuenta de qué había pasado: el ángel les había protegido a todos absorbiendo la oscuridad de la niña (que tenía toda la pinta de estar muerta, aunque no llegó a acercarse para confirmarlo). La espina de oscuridad seguía clavada en el pecho de la pequeña, latiendo, como si todavía siguiera viva.

Ban tuvo ganas de romper a llorar, pero consiguió contenerse. No podía culpar a Victoria por atacarle: la culpa de todo era suya. Él había debilitado a Nithael con su ataque, y si el ángel hubiera estado bien puede que nada de esto hubiese pasado.

Nithael les había salvado, y ahora se moría. Y todo era culpa de Ban.

Flora… traed a… Flora…

¿Flora? Era una de las hadas, si no recordaba mal. Pero Ban estaba demasiado en shock como para reaccionar. Agradeció que Garuda se volviera a posar en su hombro, pero no llegó a moverse mientras los demás hablaban a su alrededor.

No hizo nada, hasta que la voz de Maléfica volvió a sonar. Levantó la mirada, fijándose en que Victoria y Celeste discutían dónde podía estar Flora, y entonces habló:

C-cuando llegué al castillo vi algo mágico en la torre... Igual es la hada...

Lo recordaba, no era una mentira. En ese momento sólo buscaba a Nithael, pero le llamó la atención esa aura mágica que había en la torre... Que ya no podía ver, ya que el don de ver la magia se había esfumado cuando despertó. Maléfica ya no le concedería ninguna oportunidad más, sin duda.

Además, Garuda también miraba en esa dirección, así que merecía la pena intentarlo.

Las dos aprendizas se mostraron reacias, pero accedieron al plan. Celeste se quedó atrás, dejando a Victoria con el traidor para marchar a la torre. Con un poco de suerte, Garuda no se iría y también iría con ellos, o eso esperaba Ban. El pájaro parecía volver a confiar en él tras haberle atacado y tenerlo cerca le daba seguridad.

Cabizbajo y sin decir palabra alguna, Ban avanzó con ritmo ligero hacia la torre. Debía encontrar a Flora y salvar a Nithael. Debía arreglar sus errores.
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Ronda 5

Notapor Suzume Mizuno » Sab May 07, 2016 9:55 pm

Aleyn


Aleyn no tuvo problemas para regresar y Abel lo recibió con una expresión de alivio. Aurora seguía igual que antes, con la mirada ausente, y el hombre le explicó que había intentado marcharse una vez pero que estaba demasiado débil como para hacer fuerza.

Marchémonos de aquí.—Abel se cargó al hombro a la princesa, que no protestó, y le dio una palmada en el hombro a Aleyn.

Subieron por la escalera, que los llevó hasta una habitación pequeña y oscura. Y ahí se encontraron con uno de los primeros problemas. ¿Cómo abrir una puerta detenida en el tiempo? Tras mucho empujar y no conseguir nada, Abel le cedió a Aurora y destrozó la puerta con varias estocadas. Luego hubo que retirar los pedazos parte a parte y abrir un paso lo suficiente grande para que los dos hombres pudieran pasar.

Entonces se encontraron en el vestíbulo del palacio. Había varios guardias armados con picas y espadas que se dirigían hacia las puertas. Mujeres y niños escapaban hacia el fondo del vestíbulo, donde era de suponer que estaría la sala del trono.

Mis padres...—murmuró Aurora.

Princesa, no tenemos tiempo.

Entonces Aleyn escuchó una voz muy suave, femenina, que parecía hablar directamente desde el interior de su cabeza:

«Valiente caballero, subid a la torre, rápido.
Tengo lo que habéis venido a buscar



Ni Abel ni Aurora parecían haber escuchado aquella voz. No tenían ningún sitio mejor al que ir pero ¿sería una trampa…?

Entonces escuchó algo más.

«Mi nombre es Freyja.
No tenéis nada que temer de mí
»



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Aleyn
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****
Saito


¿Podría ser que el conjuro tuviese que ver con escamas y sangre doradas? —preguntó Saito—. Creo que ha usado esos elementos recientemente, seguramente junto a sangre negra como la que hay en ese cuchillo de ahí.

Primavera lo miró con el ceño fruncido y, de pronto, se puso muy pálida.

Oh no… ¡Coge ese libro de dragones, rápido! ¡Debo comprobar algo!

Saito obedeció y, mientras Primavera pasaba trabajosamente las crujientes páginas, echó un vistazo al resto de la habitación. No encontró nada que pudiera comprender como tal, quitando los libros que ya le habían llamado la atención. Por eso cogió el tomo negro.

Al abrirlo lo invadió un olor a tinta y a hoja vieja. Las páginas estaban escritas con una letra afilada y elegante, sin demasiadas florituras, aunque había que hacer un esfuerzo por entenderla. Había términos desconocidos y extraños y se notaba que no estaba escrito para que lo entendiera cualquiera. Eran más bien anotaciones que uno haría para sí mismo. También había curiosos dibujos, como si alguien se hubiera dedicado, como un arqueólogo, a estudiar una especie de subterráneo. Había nombres sueltos, como Friederike y, sorprendentemente, menciones a la Orden de los Caballeros.

Entonces, casi al llegar al final del pequeño tomo, donde la letra se volvía más apresurada y nerviosa, encontró un diseño de algo que parecía irradiar luz. A su lado habían escrito: Corazón del Mundo. Debajo había una pequeña anotación:

Fuente de luz, es lo que sostiene este mundo. Sin él, se vendría abajo, como sucedió con otros mundos que cayeron en la oscuridad.
Pero hay una guardiana. Una leyenda generacional. Hay alguien que debe proteger este Corazón.


Y, a partir de ahí, no había más. Quizás porque ya no era necesario poner las cosas por escrito o porque la persona que había hecho el diario no sabía nada más.

Entonces a Saito le sonó el móvil, que llegó con las indicaciones de Nikolai. Cuando el chico se las transmitiera a Primavera, esta asentiría.

Acabo de encontrar parte del conjuro. Es una maldición de dragones, sí. Para contrarrestarlo se necesita no solo sangre féerica o la de la víctima, sino luz pura… además de escamas de dragón —Primavera apretó los dientes—.Maldita Maléfica. No podemos conseguir luz pura, no sin Rosa o… ¡O el ángel! Quizás podamos elaborar un remedio temporal para ayudar a Nanashi.

Saito podría coger las escamas sin problemas —luego ya podía decidir si guardárselas en un bolsillo o llevarse el tarro entero—.

Entonces fue cuando escucharon una voz que se acercaba. Primavera le miró con horror. No había salidas excepto la puerta, a menos que intentara abrir una ventana y salir a un pequeño balcón… Pero se le escucharía.

¿Quién sería? ¿Vendría solo o acompañado? ¿Se arriesgaban a pelear o trataban de esconderse debajo de la cama o… o a hacer magia y encogerse o volverse invisibles? O quizás no deberían hacer nada. Puede que nadie se atreviera a entrar en los aposentos de Maléfica.


****
Nikolai



No puedo irme. Ya no. —La mujer arqueó una ceja—. Soy consciente de lo que es capaz Maléfica después de haber visto su huella y que me estoy condenando por cada segundo que permanezco en este sitio. Pero de lo que sí me arrepentiré el resto de mi vida es si dejo atrás a esa mujer sin haberlo intentado todo por salvarla. Por eso os pido, por favor, que si sabéis acerca de ese remedio, decídmelo.

Ella sonrió y se meció un poco, pensándoselo. Siguió hilando y luego dijo:

Las Espinas Negras son fruto de una vieja maldición de dragones y sangre. Para elaborar un antídoto se necesitaría no solo un complejo hechizo, sino mezclar sangre mágica muy poderosa, féerica, con la de la víctima. No conozco las indicaciones de la pócima, lamentablemente.

Aun así, era una información importante —si es que era cierta— y Nikolai no dudó en enviársela a su compañero.

Disculpad mi atrevimiento, pero… ¿Puedo preguntaros quien sois vos y con qué fin os retiene Maléfica aquí? ¿Conocéis la historia de este castillo antes de que ella se adueñara de él?

¿De dónde vienes, joven?—Lo repasó con la mirada—. No de los reinos circundantes, desde luego. Nanashi también venía de muy lejos.—Se meció—. Mi nombre es Joana y era una antigua dama de la corte de este castillo pero, tras los ataques de unos orcos, me convertí en prisionera de guerra. Quizás conozcas a mi hijo.

»Se llama Melkor.


Joana rió al ver la expresión de Nikolai.

Los reyes de este castillo me rechazaron cuando me negué a separarme de mi hijo, de modo que viví durante unos años en el campo, sin perder la comunicación con mi hermana, la reina, hasta que la Señora Maléfica fue liberada por cierto caballero llamado Mateus.—Resopló con delicadeza—. Siempre pensé que ese muchacho era demasiado ambicioso, pero pensar que llegaría tan lejos como para liberar a Maléfica… Ah, ojalá mi hermana me hubiera escuchado.

»Maléfica no tuvo más que acercarse a los goblins y orcos desterrados y tenderles una mano. Melkor fue de los primeros, por supuesto. Lo demás fue sencillo. Con la ayuda de Mateus, asesinar a hada guardiana y luego ocupar su puesto… Mi hermana y su familia podrían haberse salvado. Se lo supliqué a Maléfica. Pero entonces mi sobrina no tuvo mejor idea que enfrentarse a Mateus, por traidor. Era amiga de Nanashi, creo. Mi hermana no parecía muy convencida sobre eso de que se uniera a la orden de caballeros de la que provenía Nanashi, pero Frederika era muy lanzada. No habría sido una buena reina… Pero tampoco merecía morir así. Aunque con su acción condenara a toda su familia, incluso a su hermano pequeño. Pobre criatura.

»Lo que pasó con el castillo podrás imaginártelo, muchachito. Y sobre por qué estoy aquí, bien, a Maléfica no le conviene que me vaya muy lejos, no sea que un día Melkor no sea todo lo fiel que debería, pero tampoco puede matarme a pesar de ser la heredera de este castillo.


Joana continuó meciéndose con aire ausente. De pronto se puso tensa y dijo:

Cierra la puerta. Ahora mismo. Escóndete debajo de mi cama. Ya.


Pero ¿por qué iba a obedecer esa orden tan extraña?

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Nikolai
VIT: 30/30
PH: 8/28 [Bloqueado]

Saic
VIT : 22/22
PH: 8/12




****
Celeste



Heike no reaccionó ante el primer Cura, pero sí ante un segundo. Parpadeó y gimió de dolor, cubriéndose la herida del estómago, que era demasiado profunda para que Celeste pudiera cerrarla sin más. La capitana encogió las piernas y gruñó cuando Celeste hizo que se tomara una Ultrapoción, pero la herida, por fin, comenzó a cerrarse.


Vamos, Heike, maldita sea. ¿En serio pretendes morir antes de que nos carguemos a Maléfica? ¿Eh? ¿Y a Melkor?

»Venga. No me hagas pensar que me he llevado una impresión equivocada contigo. Hay que demostrarles a esos orcos qué es una guerrera de verdad.


Heike cogió la muñeca con la que la chica la estaba dando de beber y la miró fijamente, intentando enfocar la mirada. Luego esbozó un asomo de sonrisa.

Desde luego, sabes hablar.

Se incorporó, todavía gruñendo. Su ropa estaba empapada en sangre, pero con una Poción más la capitana se recuperó casi por completo. Lo suficiente para recordar lo que había sucedido.

Esa niña. Una bruja.—Abrió mucho los ojos y miró a su alrededor. Al ver los cuerpos de sus hombres, empalideció. Luego se volvió hacia el interior del castillo y gritó—: ¿Dónde está?

Celeste tuvo el tiempo justo para explicarle la situación antes de salir corriendo a buscar al príncipe.

*



Tuvo que abrirse paso por medio de la multitud de soldados que se habían acumulado alrededor de la puerta, donde el príncipe Felipe se preparaba para cruzarla. Bajo un brazo llevaba una especie de cuerno, de esos que se tocaban en las antiguas historias, y también apretaba un puño en el que protegía algo.

Sobre su hombro había un cuervo de mirada astuta, peligrosamente humana, y que casi parecía sonreír mientras apuntaba con su pico al cuello del príncipe.

Entonces las puertas se abrieron y, al otro lado, apareció Melkor, solo y con una media sonrisa. Había venido a buscar al príncipe. La gente retrocedió, mirándolo con odio y con miedo a partes iguales, y Felipe fue a abrirse paso hacia él cuando Celeste lo cogió por la espalda.

Tras soltar una exclamación ahogada, Felipe se dio la vuelta y reconoció a la chica. Entre tanto, el cuervo graznaba, indignado.

Déjalo, Diablo—indicó con voz profunda y tranquila. El cuervo fulminó con la mirada a Celeste, pero alzó el vuelo y empezó a volar en círculos sobre ellos—. Daos prisa en decidiros, príncipe. Mi señora no es muy paciente.

¿Es que no lo entendéis?—siseó Felipe, cogiendo a Celeste por las muñecas—. ¡Es imposible que podamos vencer, no así! ¡Necesitamos tiempo! ¡No puedo permitir que las tropas de Maléfica destruyan las murallas! ¡Borrarían toda la ciudad, como hicieron con el reino de mi prima! Si de verdad queréis ayudar, entonces encontrad una forma de derrotar a Maléfica, maldita sea. No me detengáis. Si toda mi gente muere solo porque yo he decidido quedarme atrás…—Felipe parecía al borde de la desesperación.

Melkor esperaba en la entrada, cruzado de brazos. Solo había venido él. Celeste podía enfrentarse al orco, pero parecía fuerte. Demasiado. Aunque si le atacaba, probablemente el resto de hombres, deseosos de proteger a su príncipe, la imitarían.

Claro que entonces, sería el fin definitivo de la tregua.

*
Victoria y Tristan



Se encontraron a gente asustada, a sirvientes y nobles pegados a las ventanas, asustados al escuchar el mensaje de Maléfica. Murmuraban entre ellos, se preguntaban qué pasaría si el príncipe se entregaba. No tenían ni idea de lo que había sucedido en los pisos inferiores o que su rey estaba inconsciente y que no había sido su decisión rendir a su único heredero.

Pero poco importaba aquello a los dos aprendices, que tenían el objetivo de salvar al ángel que se moría en la sala del trono. La poción que le había dado Victoria no había tenido ningún efecto, ni siquiera había conseguido que despertara.

Subir las escaleras les llevó unos largos minutos y Garuda, que los acompañaba, se convirtió en un peso muerto ya que no podía abrir las alas para volar y adelantarlos —y bien que se quedó sentado en el hombro de Tristan—.

Pero consiguieron llegar a lo alto de la torre, donde esa noche Victoria había encontrado la perla. La puerta estaba abierta de par en par y todos los objetos removidos.

Flora yacía en el suelo, herida y con las ropas chamuscadas. Garuda aterrizó a su lado y la tocó con suavidad, espabilándola. El hada soltó una maldición y miró a su alrededor, poniéndose pálida.

¿Y el príncipe? ¡Oh, no, ese maldito Diablo se lo ha llevado ¿verdad?!

Como sin duda no querrían perder tiempo, le tendrían que explicar las cosas mientras la hacían bajar por las escaleras. Así, entrecortadamente, Flora les contaría que había visto al maldito cuervo, con cuerpo humano, el sirviente de Maléfica, entregarle algo a una niña y había ido detrás de él, siguiéndolo hasta el palacio. Allí los dos terminaron siguiendo a Felipe, que se dirigía a la torre, de donde recogió el Cuerno, uno de los objetos que permitiría abrir la entrada a las Ciénagas. Cuando ella intentó detenerlo al comprender lo que pretendía hacer, Diablo entró en la habitación y dijo que si Felipe se entregaba con la Perla que tenía el hada, Maléfica hasta se pensaría establecer una tregua con el reino que, de lo contrario, tendría que entrar a buscarla.

Así que Felipe cogió la Perla, porque Flora no podía desobedecerle, y se marchó. Cuando intentó seguirlos, Diablo la atacó con una magia que debía de pertenecer a Maléfica y que la había dejado fuera de combate.

¡Maldita bruja!—gimió, furiosa y dolorida.

Cuando regresaron al salón del trono, el rey se estaba despertando pero parecía demasiado mareado para moverse. Y las alas de Nithael se habían ennegrecido prácticamente hasta la articulación. Flora corrió a su lado y empezó a mover la varita mágica, murmurando para sus adentros mientras su expresión se tornaba más y más preocupada. Luego, al ver la espina clavada en el pecho de la niña, se puso pálida.

¡Tenéis que sacar esa monstruosidad de aquí!—exclamó—. ¡Si la dejamos clavada en el cuerpo de la niña echará raíces y será imposible librarse de ella, contaminará el resto del palacio!

Pero dolía cogerla. Dolía muchísimo y hacía una barbaridad de daño. Si ni Victoria ni Tristan querían hacerlo, Flora tendría que ocuparse de ello más tarde.

Su varita continuaba derramando sobre Nithael chispas de luz y, poco a poco, la infección que manchaba sus alas como si le hubieran derramado un cubo de tinta negra encima, se fue ralentizando… aunque no deteniendo. Continuaba, implacable, solo que bastante más despacio.

Es todo lo que puedo hacer por ahora. Esto es magia arcana, muy antigua, y necesitamos un antídoto.—Flora se puso en pie, se tambaleó, mareada, y se dio unos golpecitos en la mano con la varita—. Maldición… No, Maléfica no es tan arrogante. Sí. Eso es. Maléfica debe haber traído consigo un antídoto. Hasta un ser como ella no es indemne a este tipo de oscuridad.

»También cabe la posibilidad de que no lo tenga pero… Pero es nuestra única opción. Desconozco la forma de neutralizar este tipo de Espinas y las Ciénagas, donde el hada Eir podría ayudarnos, no están abiertas. Estamos solos.


Es decir, Flora estaba diciendo que debían intentar infiltrarse en el campamento de Maléfica.

Pero eso no podrían conseguirlo si el Hada Oscura decidía atacar con todas sus fuerzas el reino. En ese caso, estarían demasiado a la defensiva y tampoco podrían confiar en dejar a Nithael con nadie: seguramente Maléfica querría acabar con la mayor amenaza con su propia mano.

¿Qué debían hacer? ¿Buscar a Celeste y hablarlo? ¿Intentar retrasar lo máximo posible el ataque de Maléfica y esperar a que surgiera una oportunidad? ¿O… ir a saco con el príncipe? Pero en este caso probablemente no llegarían a tiempo, a menos que lo estuvieran reteniendo en las murallas.

Además, había otro problema: ¿qué hacían con la Espina? Quizás Flora pudiera encargarse de contener su magia durante un tiempo, pero eso significaría que no podría quedarse cuidando de Nithael o acompañarlos y apoyarlos con su magia. Además, estaba herida.

Debían elegir un plan y tratarlo con cuidado. De lo contrario, todo se desmoronaría como un castillo de naipes.


Spoiler: Mostrar
Victoria
VIT: 40/40 [+1 Acc]
PH: 20/20

Celeste
VIT: 20/20
PH: 0/22

Tristan
VIT: 28/30
PH: 11/22
[/quote]



Fecha límite: jueves 12 de mayo.
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras (II)

Notapor Denna » Vie May 13, 2016 12:28 am

Resultó útil hablar en voz alta. Distraía. Permitió que olvidara durante unos minutos dónde estaba y qué me rodeaba, y lo que había ocurrido y a quién. Eso último fue lo más difícil de ignorar. Qué había pasado, qué podía pasar... Nuestra situación era crítica, muy crítica, y pensar en traición me ponía enferma. No podía permitirme desconfiar. No ahora. Pero costaba, Dios sabía lo mucho que costaba. Me pregunté, no por primera vez, si había hecho bien en dejarles ir.

Ayudé a Heike a incorporarse, sin dejar de parlotear por los nervios. Tan contenta estaba por su recuperación que ni le reproché la broma a pesar de su estado. Le tendí otra Poción y le pregunté qué recordaba.

Esa niña. Una bruja —murmuró. Al mirar a su alrededor, abrió mucho los ojos y se puso tan pálida que creí que se desmayaba de nuevo—. ¿Dónde está?

La alegría se esfumó.

Se llamaba Charlotte —contesté con voz queda— y no era ninguna bruja. Ella... Maléfica la poseyó de alguna forma. Ahora está muerta.

«Muerta por nuestra culpa.» Traté de serenarme, y me dije que no, que los responsables estaban ahí fuera.

Apenas conseguí creérmelo.

Dejé que Heike se acabara de recuperar y, de mientras, me tomé un Éter y saqué otros dos de la mochila. Se la tendí y le conté lo que le esperaba dentro del castillo.

Dentro hay pociones para los heridos. Coged las que necesitéis; vamos a necesitar todas las espadas posibles. El rey está en el trono, inconsciente pero vivo. No... no pude conseguir los explosivos, capitana. Lo siento mucho.

»Tened cuidado, por favor.


Vacilé. Antes de marcharme, le advertí que no tratara de despertar a Nithael, que Victoria se encargaría de él al volver. Desde luego, lo último que necesitaba Heike era entrar en contacto con la oscuridad. Le deseé la mejor suerte y luego salí corriendo en dirección a las murallas. Rezaba por ella.

***


Me abrí paso con uñas y dientes entre el cúmulo de gente que se congregaba en la entrada. No sé cómo me las arreglé para pasar sin ser detenida, pero antes que nadie dijera nada, conseguí llegar hasta Felipe.

¡¿Se puede saber qué haces?!

La respuesta era obvia. Llevaba consigo un extraño cuerno de guerra y algo escondido en la mano. Cedía el chantaje de Maléfica. Le dirigí una mirada cargada de reproche y entonces me percaté del cuervo posado en su hombro. ¿De verdad me miraba enfadado o ya empezaba a alucinar?

Déjalo, Diablo. Daos prisa en decidiros, príncipe. Mi señora no es muy paciente.

Desvié la mirada a la puerta y encontré a Melkor, el orco pelirrojo al que habría preferido seguir viendo desde la seguridad de las alturas. Estaba de brazos cruzados y no parecía ni remotamente intimidado por la cantidad de armas que llevaban los guardias de Felipe.

¿En serio? ¿La bruja ladra una orden y tú corres a obedecer? —inquirí, incrédula, volviéndome al príncipe. Con Melkor a tan poca distancia, las confianzas habían acabado de disminuir.

¿Es que no lo entendéis? ¡Es imposible que podamos vencer, no así! —exclamó, desolado—. ¡Necesitamos tiempo! ¡No puedo permitir que las tropas de Maléfica destruyan las murallas! ¡Borrarían toda la ciudad, como hicieron con el reino de mi prima! Si de verdad queréis ayudar, entonces encontrad una forma de derrotar a Maléfica, maldita sea. No me detengáis. Si toda mi gente muere solo porque yo he decidido quedarme atrás…

No le dejé terminar. Cerré el puño sobre su jubón y reprimí las ganas de soltarle una bofetada. De hecho, la única razón por la que no lo hice era la cantidad de caballeros que nos rodeaba.

Vamos a ver. Creo que no te he entendido bien. Porque no puedes ser tan gilipollas como para entregarle a tu peor enemiga más armas en bandeja de plata. ¿Qué piensas que hará? ¿Olvidarse de tu reino, de tu padre y de tu princesa? ¿Eh?

Toda la ira y la frustración acumuladas hasta entonces amenazaban con estallar. Pero tenía que controlarme. A nadie le convenía una escenita. Lo solté sin demasiada delicadeza.

Usa las puñeteras armas, maldita sea —espeté, procurando que sólo Felipe pudiera oírme. No perdía de vista al cuervo que nos sobrevolaba— o encuentra a alguien que pueda. Con disimulo, si no es mucho pedir.

Me encaré a Melkor armada con un valor que no tenía.

En cuanto a ti...

Entre todos los lloriqueos del príncipe había algo de razón: necesitábamos tiempo. Tiempo para que Nithael se recuperara, para que Nanashi volviera. Melkor ni siquiera había traído un lobo consigo y, con su ejército tan lejos, aquella se convertía en una oportunidad de oro para acabar con él.

«O para morir de una forma cruel y sangrienta.»

No quería luchar. El orco medía casi el doble que yo y era tres veces más ancho. Y, a juzgar por lo que Heike me había contado, necesitaría apenas un mandoble de esa monstruosa espada para aplastarme. Por no hablar de que la tregua, ya frágil de por sí, se iría al garete si le atacaba. Si hubiera alguna forma...

¿Y si..?

Me temo que no podemos ofrecerte estas reliquias. —Me tragué el miedo y lo convertí en una gran sonrisa confiada. Dios. Aquella era la peor idea que había tenido jamás. ¡Vamos! Apenas han pasado treinta minutos de esas preciosas dos horas que nos había prometido la señora. ¿No sabéis que la paciencia es la madre de la virtud? O algo así dicen. Sin embargo, nos sabría muy mal que hubierais desperdiciado el viaje. Que no se diga que este reino trata mal a sus visitantes, tú ya me entiendes.

Di un par de pasos hacia delante, rebosando amabilidad. Esperaba que a nadie se le fuera la pinza todavía.

Así que te propongo un trato. Por encima de la tregua, ¿qué me dices? ¿Te gustan los duelos? —«Yo los encuentro apasionantes pero, ¿sabes qué me gusta más todavía? Vivir. Qué cosas.»—. Tú contra mí, aquí mismo, sin segundas personas ni... segundos orcos.

Esperé cualquier tipo de reacción antes de continuar. Con los ojos clavados en Melkor, invoqué la Llave Espada. Intentaba con todas mis fuerzas que el miedo no me delatara y, de alguna forma, tenerla ayudaba. Proseguí:

Habrá una apuesta, como es obvio. Si tú ganas, además de la vida de una de esos molestos Portadores de la Llave, te llevas al príncipe y sus juguetes. Y, si gano yo, nos concedéis las dos horas. Sin trucos ni emboscadas. Y al cuervo de rehén, para equilibrar la balanza. Lo juro por mi honor de Caballero.

Por suerte, sería una promesa tan vacía como la suya, si decidía hacerla.

Venga, ¿o me vas a decir que no aprecias una buena pelea uno contra uno? ¿Cuándo fue la última vez? —Probaría a engatusarle si veía que vacilaba o se negaba—. Yo quería proponérselo al otro, ese orco blanco, pero antes de que pudiera darme cuenta ya había estirado la pata. ¿Cómo se llamaba..? ¿Grisjac? ¿Grisan? Sé qué era algo con “gris”...

En caso de que Melkor aceptara —más me valía que la señora estuviera a la escucha para que no intentara jugármela luego— ya podía prepararme. Prepararme para esquivar como nunca en la vida.
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