Habían tomado la decisión de rendirse y la achacaron hasta la última de las consecuencias. Shan Yu se retiró de lo alto de las murallas con el Emperador atrapado, y los Sincorazón por su parte se encargaron de golpear al Portador en cabeza. Se desmayó y Xiang le tomó por el hombro para llevarla hasta donde las criaturas querían.
Atravesaron las puertas de la fortaleza y se dirigieron hacia un pequeño edificio al sureste. Watson no podía recordar mucho más; sólo que no había guardianes humanos, y que en su lugar las decenas de Sincorazón controlaban las instalaciones.
Un Sincorazón soldado, el mismo que había cerrado la puerta, se quedó observando muy fijamente a Watson, como si algo oculto en su interior le estuviese llamando. Sin embargo, decidió ignorarlo tras un incómodo minuto, y en su lugar caminó torpemente de un lado del pasillo a otro, haciendo de guardia. Si se arrimaba a los barrotes, el Caballero comprobaría que su celda estaba casi al fondo del pasillo, con sólo una celda más allá de él. No había puerta ni nada semejante; la única salida con la que parecían contar estaba al otro lado del pasillo, pasando unas siete u ocho celdas más.
Shang dio dos patadas a uno de los barrotes y, al comprobar que no cedía a la fuerza fruta, retrocedió unos pasos mientras planteaba qué harían. Sus ojos pasaron por Watson y luego Xiang, el cual apartó la mirada casi de inmediato. Era difícil decir si estaba así por enfado u otro motivo, ya que la máscara seguía en su rostro. Era lo único que no les habían confiscado: armas, objetos y serpientes se los quedaron los Sincorazón.
—Deberíais haberos retirado como el resto de civiles —achacó a ambos con voz de arrepentimiento—. Cuando halle una salida os quedaréis aquí. Será más seguro y no me entorpeceréis a mí y mis compañeros. ¿Queda claro?
Xiang contestó con su indiferente silencio. Shang, por su parte, se acercó a la puerta de la celda y observó su pequeño cerrojo; estaba reforzado por un metal más fuerte incluso que los barrotes, y sin una ganzúa no podría abrirlo, pero quizás encontrara otra forma.
Tras unos minutos de incómodo silencio (que Watson podía arreglar dando conversación a uno de los dos presos) fue cuando la locura llamó a la puerta. En su cabeza sonó una voz joven y decidida. Tras mirar a su alrededor, quizás Watson se diese cuenta de que en realidad venía de la celda de al lado, la que conectaba directamente con la pared.
—Psst. Eh —llamó la voz—. ¿Sois del ejército? Necesito saber lo que está pasando ahí fuera. ¿Han atacado la ciudad? ¿Se sabe algo de un grupo de personas con armas particulares?
Watson tenía mucho que hacer por el momento.
Ragun y Super mata dragones heroico ultra guay estaban en el mismo barco, tal y como él había confirmado. El problema era que el barco se podía hundir en cualquier momento, y más con la locura que se le había ocurrido a no-Gilgamesh.
Una vez Ragun aprobó la colaboración, el hombre de los seis brazos le dio una de sus manos para sellar el trato. Si el muchacho de Bastión Hueco decidía tomarle de la mano o no era algo que él decidiría, pero de hacerlo, se encontraría al soltarla con un comunicador para el oído que claramente no pertenecía a la tecnología de Tierra de Dragones. De sopetón cogió al aprendiz por sus ropas y lo levantó del suelo. Por mucho que protestara y pataleara no conseguiría nada; estaba demasiado concentrado en mirar el cielo.
—¡Prepárate, muchacho! ¡Aquí viene el tren de hypeee!
Una enorme sombra ocultó la luz de la luna y, en respuesta, el hombre lanzó con una fuerza extraordinaria a Ragun. El impulso fue fuerte, lo suficiente como para levantarse como alrededor de seis metros por encima del suelo. Ya empezaba a perder impulso cuando chocó con algo escamoso y de tacto frío y poco agradable; se agarró a él como pudo y observó, desde lo alto, que aquello que había atrapado en el aire era el Sincorazón dragón gigantesco.
El viento golpeaba la cara de Ragun con una fuerza terrible; ahora que estaba en la cola debía buscar un modo de acceder al lomo de la criatura, y después de ello una forma con la que mantenerse fijo en el aire. No-Gilgamesh, mientras tanto, corría como un loco por las calles de la ciudad; el dragón había bajado su posición para bombardear la ciudad con bombas de energía que, al tocar el suelo, explotaban con rayos y centellas. El nuevo amigo de Ragun iba a necesitar ayuda inmediata, y era complicado ofrecérsela; si atacaba a los discos en su estómago quizás lograra dañarle como para que se detuviera, pero avanzar por abajo parecía un camino muchísimo más peligroso que ir hasta su lomo.
Encima Ragun no podía olvidar que, debido a su combate con Quebrantahuesos, su resistencia era mucho menor que antes. A esas alturas el mínimo error podía suponer su muerte.
El grupo de Tierra de Partida había formado una piña y habían tomado el que debía considerarse el camino más sucio pero seguro: atravesar el canal subterráneo. A excepción de Saxor a todos les había parecido una buena idea, y recibieron un traje femenino de preciosos colores y estampas de flores. Más les valía apreciarlos, ya que dentro de no mucho iban a tener que sacarlos de su inventario para ponerse bien guapas.
Feng fue el que hizo de guía una vez dentro del canal. La oscuridad les obligó a avanzar con una antorcha iluminada para cada uno, excepto Shiva, que maldijo a los ancestros al pobre idiota que se le hubiese ocurrido entregarle fuego a la diosa del hielo.
Sorprendemente el canal estaba limpísimo. No tenía nada que ver con el asqueroso alcantarillado de Londres, si alguna vez habían tenido la oportunidad de visitarlo. Allí podían meterse en el agua sin que se les revolviera el estómago, la cual les cubriría hasta el ombligo; no parecía ser excesivamente profundo.
Llevaban la mitad del camino cuando el canal se separó en cuatro caminos: uno de frente, otro a la izquierda y un último que se desviaba hacia el frente y la derecha, aunque estaba bloqueado por unos fuertes barrotes y una puerta con cerradura reforzada. Rei se rascó el pelo.
—Vaya. Parece que esto ha cambiado lo suyo —se dirigió hacia el grupo y se encogió de hombros—. Hubiese jurado que sólo había un camino, pero creo que me equivoqué. ¿Qué deberíamos hacer? No creo que separarnos en terreno desconocido sea una buena idea.
Cuando terminó de hablar un fuussh sonó por detrás de ellos, en la oscuridad más intensa del alcantarillado. El viento debía estar muy fuerte aquella noche para que sonara en el propio canal, como si se acercara una gran tormenta. Nada por lo que alarmarse; debían decidir, más bien, qué camino tomar.
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El camino que Saxor había escogido no parecía la mejor de las ideas. El resto de compañeros habían tomado la decisión de mantenerse unidos, mientras que él quería encontrar una entrada alternativa a través de las murallas. Seguro que nada de aquello salía mal, en absoluto.
De hecho, tardó un total de tres minutos y cuarenta segundos en meterse en un problema, lo cual para un miembro de la Orden de la Llave Espada debía resultar un récord. Caminaba por la calle cuando escuchó explosiones y el grito de la bestia del cielo; aunque al principio fuese difícil distinguir su sombra, comprobó que se acercaba hacia él mientras bombardeaba las calles. Un pobre idiota con seis brazos y una máscara blanca y demoníaca corría como un desesperado junto a un caballo negro. Por el tamaño del hombre estaba claro que si lo cabalgaba provocaría la muerte de ambos.
Todo muy bonito, sí. Más todavía cuando Saxor se diese cuenta de que se dirigían hacia su posición. Podía ocultarse en un montón de paja que había cerca o intentar ayudarles a esconderse o huir del gigantesco Sincorazón, pero si se quedaba quieto descubriría una experiencia de alto voltaje.
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