Mejor olvidarlo y no meterse en menesteres que no eran de su incumbencia.
Mientras, fue atendiendo a las explicaciones de la Maestra sobre el caso del famoso Sincorazón que pululaba por el mundo hace unos meses, el Missgunst. Al parecer, el monstruito había establecido una especie de conexión con Bahamut y, nada más derrotarlo, el dragón ya no tenía nada que lo retuviese y ganó total libertad para campar a sus anchas.
—La pregunta es: ¿de dónde vino Missgunst? ¿Cómo pudo doblegar hasta a un ente legendario como Bahamut? Según el informe que hicieron los aprendices, sospechaban que había alguien detrás del sincorazón, que lo controlaba como si fuera su dueño. Cuando se le informó a la Reina, no quiso saber nada del tema. Da para sospechar.
Que Missgunst se centrase sobre todo en las chicas guapas, según Ariasu, ya daba para sospechar. Haciendo memoria de las clases teóricas y de algún que otro libro, tenía entendido que ese tipo de comportamiento en los Sincorazón se podía deber a dos cosas: o bien era producto de una costumbre de la persona que le dio origen —se estremeció al pensar que la obsesión de alguien por las mujeres podía llegar a ese punto—, o por una fuerza mayor que lo manipulaba.
Y puesto que no era la primera vez que se topaban con alguien que pudiese controlar a los Sincorazón…
»Por eso yo estoy aquí. Nunca hubo una relación directa entre la Reina y Bahamut, aun suponiendo que fuera ella quien creara a Missgunst. Pero la Oscuridad siempre deja huella, siempre queda un rastro. Y yo lo puedo detectar.
«Pues esperemos no estar siguiendo un rastro falso».
No tardaron en llegar a las puertas de la capital. Nikolai repasó con la vista las fachadas de las casas y luego la alzó hacia el castillo que se erigía en lo más alto de la ciudad. A simple vista y por los despreocupados habitantes que salían de sus hogares, parecía una urbe normal y corriente. Pensó con una punzada de aflicción que, quizás, en el Reino Encantado también era el panorama típico antes de que Maléfica llegase.
Entrar al castillo fue más sencillo de lo que pensó: Ariasu informó a los guardias de su cita concertada con la reina y estos no pusieron pegas en que esperasen en el patio hasta que un encargado los guiase. Mientras tanto, Nikolai se cruzó de brazos y se apoyó en una pared, con la vista perdida en el cielo. Le parecía tan irónico que se las viese de nuevo con la realeza, y tampoco es que hubiese pasado tanto tiempo desde la vez anterior. A este paso deberían de incluir unas clases de etiqueta para los Caballeros.
―Yo no debería entrar. Hace algunos años me topé con la Reina y… las cosas no acabaron demasiado bien. Seguramente aún me recuerde y eso dificultaría el encuentro. Me quedaré aquí a esperar a que acabéis.
Frunció el ceño ante la excusa de Daichi. Así que por eso estaba hecho un manojo de nervios todo el rato…
—¿Y para qué dices de venir? Luego tendré que darle la razón a Iwashi.
―Tengo que hacer unas cosas por aquí.
Como nadie quiso decir algo al respecto, Nikolai se calló y no pudo más que mirar al chico con duda mientras pasaban al interior del castillo. Ariasu aprovechó la pausa antes de pasar a los aposentos de la reina para darles los últimos detalles de su plan.
—Ahora es vuestro turno. Tenéis que sonsacarle a la Reina Grimhilde su relación con Missgunst. Dudo que llegue a reconocerlo, bastará con que le hagáis insinuarlo o que surja el tema. Entonces yo lo arreglaré. Nos ha concedido una audiencia solo por esto; algo tiene que contar, eso seguro.
En resumidas cuentas, que ellos tendrían el placer de empezar a arrojarle dagas a la reina para ponerla contra las cuerdas. A Nikolai se le dibujó una sonrisilla mordaz en los labios. Quería pensar que Ariasu los estaba poniendo a prueba para coger práctica en este tipo de situaciones, porque lo que se dice sutileza…
Entonces llegó el momento de pasar a la sala del trono. Lo primero que notó nada más poner un pie allí fue el aire regio que le pesaba en los hombros. Ignoró por completo a los guardias y al resto de sirvientes en la sala. No porque quisiese, ya que su completa atención se la llevó de forma inevitable la figura que descansaba en el trono.
En esos momentos se acordó del Rey Huberto y su porte afable, que nada tenía que ver con el aura que desprendía la mujer que tenían delante.
—Gracias por recibirnos, su Excelencia. —Le costaba reconocerlo, pero aquella muestra velada del salero tan típico de Ariasu que notó en sus palabras le ayudó a amenizar la presión del ambiente.
―Decís poseer nueva información sobre el monstruo que azotó el reino hace algunos meses —dijo—. A pesar de que varios cazadores me aseguraron que lo habían liquidado. ¿Qué pruebas tenéis de su regreso?
—Estos plebeyos le informarán de todo lo que hemos descubierto.
Nikolai arrugó el ceño y desvió su vista al hombre que dijo eso último. Vestimenta ostentosa y un rostro en el que se reflejaba la definición de vanidad. Tampoco es que necesitara más pistas para distinguir a un noble cuando le llamaban “plebeyo” con todo el descaro del mundo. ¿Y qué quería decir con “hemos descubierto”?
Dejándolo a un lado, se aclaró la garganta y copió lo mejor posible la reverencia de la Maestra, gesticulando con la soltura de la que pudo hacer acopio para que se viese natural. Empezaba a entender por qué Ariasu se tomaba con tanta gracia esta clase de florituras.
—Y es tal como decís, Majestad. No ponemos en duda que el monstruo pereciese a manos de sus hombres —anunció con un tono cortés. ¡Señor, y pensaba que no se podía ser más pomposo!—. Sin embargo, nos han llegado rumores acerca de otra bestia que apareció poco después de que pereciese la primera, el Missgunst.
«¡Oh, vamos! Un dragón no pasa tan desapercibido, señores. Alguien tendría que haberse fijado por narices».
Hizo una breve pausa, entrelazando los dedos, para comprobar la reacción de la reina y los otros presentes. Imaginaba que le negarían saber nada de un dragón u otra monstruosidad de la misma índole si lo único que les preocupaba era el regreso del Missgunst. Pero eso es lo que aprovecharía.
—De ahí que nos temiésemos que otra criatura como la anterior pululase por el reino. Es por eso que acudimos a su Majestad, puesto que vos fuisteis la que decretó la cacería del primer monstruo y sabréis a qué nos podríamos enfrentar.
No dijo nada más, esperando a que sus compañeros o Ariasu interviniesen.