El más importante, desde luego, era el asunto de las brujas. Tenía en mi poder algo que había pertenecido a una, eso estaba claro. Pero si lo que Bella había dicho era cierto no se explicaba cómo la fundadora de la Orden de los Vigilantes, Marianne, había conseguido acabar con ellas. Y por mucha cruzada y cacería que hubieran hecho… no dejaban de ser humanos después de todo.
Y desde luego no se entendía porque mantenían las pertenencias de una de ellas guardada de esa manera. Me llevé la mano a la sien, que latía con fuerza.
Es imposible que los humanos acabaran con todas ellas.
Y eso nos llevaba a Marceline. No tenía más que una descripción, genérica y poco precisa para acabar de arreglar las cosas, pero estaba claro que esa chica no era trigo limpio. Y más cuando Fátima y Nikolai me aseguraban que lo mejor que podía hacer era no acercarme a ella.
¿Estaba relacionada con todo ese asunto?
No tenía sentido que fuera una de ellas, desde luego. Porque si la purga había sido al menos doscientos años atrás, y hubiera quedado alguna bruja viva, ¿por qué no manifestarse? ¿No habría llamado la atención de alguien la longevidad de ciertas personas?
Chasqueé la lengua. Preguntas y más preguntas, pero sin respuesta para todas ellas. Y ahora que sabía que podían estar vigilándonos, o incluso buscándome si hablábamos de la Orden de los Vigilantes, me había puesto yo mismo un punto de mira en la espalda.
Recordé entonces la propuesta de Bella de devolverle el libro a Christia, y no pude evitar reír con amargura.¿Agradecérmelo? Tendría suerte si la próxima vez que nos viéramos ella y Blanche no intentaban cortarme en rodajas bien finas y pequeñas.
Desde luego, no sería la primera vez.
Ni la última, si volvemos a pisar este mundo.
Y antes de darme cuenta, ya estaba en la plaza del ayuntamiento.
O lo que quedaba de ella. Por suerte no parecía que hubiera ningún Sincorazón acechando, pero aún así no me quedaba tranquilo. Tenía claro que si no me andaba con ojo, podría acabar metido en un buen lío peor que el de tener que hacer un poco de magia...
...O no, porque acababa de darme cuenta de que no me quedaba ni una gota de ésta.
Tendría que haberle pedido un Éter a Fátima.
Y para colmo Alaric no estaba. En ningún lado. Desaparecido.
Bufé. Había pensado que estaría en el grupo considerable de hombres, bueno, considerables para el tamaño del pueblo, que estaban haciendo una especie de reconocimiento de la situación: algunos interrogaban a los transeúntes y vecinos, mientras que otros armados hasta los dientes entraban en las casas y buscaban demonios en ellas.
Pero ni rastro. Me había movido con cautela, para no llamar la atención, pero lo único que me quedaba por hacer era hablar con su líder.
Gastón.
Se veía que era el cabecilla a la legua. Alto, apuesto, robusto, con escopeta y desde luego con un gran don de gentes. Al menos el suficiente como para que nadie le discutiera que entraran en sus casas, les echaran y tiraran sus cosas de cualquier manera.
¿Sabrá él algo?
Quizás. Parece del tipo que lleva un recuento de los súbditos de los que dispone.
Y por ende, de cualquiera que se atreva a desertar.
Pero acercarse a él era difícil. Al menos mientras estuviera aún rebuscando demonios. Lo único que me aliviaba era que el ayuntamiento como tal parecía cerrado, por lo que ya podía descartar que Alaric se hubiera ido ahí dentro.
¿Entonces dónde?
En lo que Gastón se desocupaba, me acerqué a uno de sus compañeros, que no parecía muy por la labor. Era moreno y de cabello muy corto.
—¿De negro y con espada? Sí. Creo que sé quién es. Qué raro. Estaba antes en la taberna.
Ahora era yo el que fruncía el ceño. Que no se hubiera puesto a beber, por Dios. No nos hacía falta otro Ronin.
—¿El que hablaba con Jean, dices?
Miré al nuevo partícipe de la conversación, sorprendido. A diferencia del otro, éste debía tener mi edad, era más bajo y desde luego parecía… ¿nervioso?
—Se fue de la taberna hace un rato junto al viejo loco.
—Maurice.
—S-s-sí, eso, el inventor... Maurice. Y luego Jean fue tras él.
¿El inventor?
Recordaba haber leído en el mapa que nos habían dejado, que uno de los puntos de interés era su casa. Así que Alaric se había ido con Maurice… ¿pero a dónde?
—Me acuerdo porque, eh, me fijé en él. Es tan alto como Gastón y... nunca había visto una espada así. N-no se lo digas, por favor. No quiero problemas.
—Tranquilo, no pasa nada. —Sonreí—. ¿Pero por casualidad no verías hacia dónde se dirigían?
Pero desde luego, el este, era una dirección demasiado extensa y basta. Lo raro era que, si realmente había ido por ahí, lo único que había era la plaza y la iglesia. Y me negaba a creer que no nos hubiéramos cruzado al ir por el mismo camino. Ni conmigo, ni con Fátima y Nikolai.
—Gracias por todo, de verdad.
Tocaba hablar con Gáston.
—Disculpa. No quiero entrometerme, pero yo sé dónde podría estar tu amigo.
La voz a mis espaldas era dulce, y de mujer. ¿Sería la que nos estaba vigilando?
—¿Si?
Me di la vuelta, despacio, y respiré tranquilo al verla. No, no se trataba de Marceline.
—Me llamo Loretta. —Miró a los presentes y sonrió, tímida.
No podía ser mucho más mayor que yo. El cabello castaño le caía en cascada, y era muy guapa…
...Espera. ¿Loretta?
Traté de disimular mi sorpresa. Era la hermana del chico al que habían metido en el manicomio, el mismo que aseguraba haber visto a una bestia. Y por lo que Bella me había dicho, a pesar de no tener ni un rasguño, no se había vuelto a saber nada de ninguno de los que habían acompañado a Enéas.
Y tenía a la hermana del único testigo de la bestia delante.
—Eh... ¿Te importaría que nos alejáramos un poco de aquí? Tenía un trato con tu amigo, es muy seguro que haya ido a cumplirlo, pero preferiría... no hablar de eso aquí delante. Es un asunto privado. ¿Podríamos ir a mi posada, por favor? No queda muy lejos.
La observé, con cierta fijeza y curiosidad. Notaba la mirada de mis dos nuevos compañeros puesta en mí, tendría que elegir muy bien lo que hacer. Si me quedaba con los cazadores, tarde o temprano iríamos hacia el bosque, pero seguiría sin saber nada del paradero de Alaric.
Por otro lado, a pesar de su aspecto, Loretta no acababa de inspirarme demasiada confianza. ¿Por qué iba a ofrecerle a Alaric, un total desconocido, un trato acerca de un asunto suyo privado? Y desde luego, uno que tuviera que ver con el inventor del pueblo… al que precisamente parecía que no mucha gente la tuviera estima. No si le apodaban viejo loco, al menos.
Estuve a punto de poner los ojos en blanco. No podría haber mandado un mensaje de a dónde se iba, no. Pero si comparaba la pista de ir hacia el este con la que Loretta me ofrecía, mi decisión estaba más que clara.
—Por supuesto. Me llamo Saito. —Enmascaré mis dudas con una sonrisa—. Y sí, vayamos mejor allí.
Me despedí de los hombres, y seguí en silencio a la mujer, al menos hasta que nos hubiéramos alejado lo suficiente de la multitud. Aproveché que no había tanta gente, y un momento en el que pareció despistarse, para escribirle un mensaje a mis compañeros:
Para Fátima/Nikolai:
Alaric no está en la plaza del ayuntamiento. Parece que se ha ido con Maurice, el inventor, a realizar un encargo. Sigo investigando.
Volviendo a lo importante, me había parecido durante nuestra conversación que Loretta estaba impaciente. Tuviera razón o no, quizá podía aprovechar para ver si realmente había gato encerrado en todo aquello.
—¿Y mi compañero tardará mucho en hacer tu encargo? —preguntaría, algo indeciso—. Es que necesitaría la ballesta que lleva para lo de esta noche…
Tocaba ver si mordía el anzuelo. Y si lo hacía, ver en el halcón blanco que era lo que la había llevado a mentirme tan descaradamente.