Re: [La Cité des Cloches] Santuario
Publicado: Vie Nov 17, 2017 1:26 am
La explosión, ensordecedora, hizo eco contra las paredes de la catedral. En cuanto el humo se hubo disipado, el círculo se había roto y, con él, se había detenido el flujo de la oscuridad. El gigante había perdido un brazo, pero por lo demás estaba ileso. Ni siquiera se quejó. ¿Habría podido? Sea como fuere, la tinta pronto empezó a reconstruirle el brazo.
Era el mejor momento para atacar. Aunque ahora fuera libre, aunque todavía pudiera defenderse. Si nos coordinábamos...
Pero entonces, contra todo pronóstico, un portal de oscuridad se abrió a sus espaldas. Y de él salieron dos chicas.
El alma se me cayó a los pies.
—¿ALANNA?
Realmente era ella. Atada con magia oscura —«por favor, por favor, por favor, que no sea Corrupción»— y llevada cual títere por una mujer joven y de aspecto desvalido. Ésta llevaba algo en la mano. Algo que me enfureció cuando lo reconocí, pues se trataba de una Llave Espada hecha de pura oscuridad, aunque algo informe. No sabría decir por qué me entraron esas ganas de abalanzarme sobre ella y gritarle, hacer que soltara a mi amiga y a esa cosa insultante. Me contuve, no sé cómo, y me contenté con apretar los puños tan fuerte que me hice sangre con las uñas.
Al menos, el enfado se había llevado una gran parte del miedo.
—¡Dejadme pasar y no haré daño a nadie! ¡No me obliguéis a haceros daño! —exclamó la Princesa Cenicienta.
Esta vez no me hizo falta reprimir ningún comentario, porque el efecto de su voz nos desarmó a todos por completo. Incluso las columnas de la catedral se resquebrajaron. Un frío intenso se apoderó de la catedral, y por un momento pensé en que sería mejor hacerle caso, dejarla marchar sin oponer resistencia...
«Por encima de mi cadáver.» ¿Pero cómo se suponía que íbamos a enfrentarnos a ella? No podíamos... No podíamos atacarla en serio, ¿no? Estaba embarazada y... y era una Princesa del Corazón.
Aunque, por cómo se había inclinado el gigante ante ella, no parecía ni remotamente que estuviera de nuestro bando.
Y también había que mirar por el bien de Alanna. ¿Qué motivos tenía para dejarla con vida, hiciéramos lo que hiciéramos?
Le daba vueltas a eso último cuando una piedrecita me cayó encima y me sacó de mis pensamientos. Fruncí el ceño y levanté la cabeza.
«Ay, Dios mío.»
Derribar una columna de aquella manera podía salir mal. Pero, sinceramente, ¿es que había algo que pudiera no salir mal?
Asentí una sola vez. Demasiadas preguntas. Si Quasimodo y Zaccharie no podían ellos solos, desde luego yo no marcaría la diferencia. Miré con nerviosismo a mi alrededor y, tras asegurarme de que ni Cenicienta ni el gigante miraban, recogí el guijarro y se lo arrojé a Bitron o a Dos, según cuál de ellos estuviera más cerca. Ambos eran bastante fuertes, serían más útiles que yo.
Pero habría que distraerles. Crucé los dedos para que el gigante fuera ciego de verdad y me apresuré en centrar la atención de Cenicienta en mí, bien lejos del piso de arriba.
—¡O-oye! ¡Princesa! —exclamé, caminando hacia la salida. Cuando la columna cayera, tendría que darme prisa y quitar a Alanna de en medio... y también a Cenicienta, sí. Traté de no mirar demasiado hacia arriba y seguí:—. No me malinterpretes... malinterpretéis, no quiero que hagáis daño a nadie, pero no creo que debáis salir por esta puerta. O por ninguna otra, la verdad. La catedral está rodeada de fuego y no se puede salir.
Hice un gesto hacia las vidrieras, que deberían refulgir con la luz de las llamas. Por no hablar del calor. Ahora parecía haber mermado con la llegada de Cenicienta, pero con suerte ella lo notaría.
—Así que... No. Lo siento. Pero ¿qué es lo que pretendéis? ¿Para qué necesitáis escolta y rehenes? Si pudierais bajar vuestra, eh, espada, seguro que encontraríamos otra manera.
Lo dudaba mucho, pero no pretendía convencerla. Ganar tiempo era lo único que importaba. Y, si de verdad podíamos deshacernos del gigante así, todavía valdría la pena.
Me había tomado otro Éter antes de dirigirme a Cenicienta, de modo que, si la columna caía, podría volver a aturdir al gigante para que no se moviera y apartar a las chicas en caso de necesidad. Lo haría mediante magia, Gran alcance, para estar segura.
Era el mejor momento para atacar. Aunque ahora fuera libre, aunque todavía pudiera defenderse. Si nos coordinábamos...
Pero entonces, contra todo pronóstico, un portal de oscuridad se abrió a sus espaldas. Y de él salieron dos chicas.
El alma se me cayó a los pies.
—¿ALANNA?
Realmente era ella. Atada con magia oscura —«por favor, por favor, por favor, que no sea Corrupción»— y llevada cual títere por una mujer joven y de aspecto desvalido. Ésta llevaba algo en la mano. Algo que me enfureció cuando lo reconocí, pues se trataba de una Llave Espada hecha de pura oscuridad, aunque algo informe. No sabría decir por qué me entraron esas ganas de abalanzarme sobre ella y gritarle, hacer que soltara a mi amiga y a esa cosa insultante. Me contuve, no sé cómo, y me contenté con apretar los puños tan fuerte que me hice sangre con las uñas.
Al menos, el enfado se había llevado una gran parte del miedo.
—¡Dejadme pasar y no haré daño a nadie! ¡No me obliguéis a haceros daño! —exclamó la Princesa Cenicienta.
Esta vez no me hizo falta reprimir ningún comentario, porque el efecto de su voz nos desarmó a todos por completo. Incluso las columnas de la catedral se resquebrajaron. Un frío intenso se apoderó de la catedral, y por un momento pensé en que sería mejor hacerle caso, dejarla marchar sin oponer resistencia...
«Por encima de mi cadáver.» ¿Pero cómo se suponía que íbamos a enfrentarnos a ella? No podíamos... No podíamos atacarla en serio, ¿no? Estaba embarazada y... y era una Princesa del Corazón.
Aunque, por cómo se había inclinado el gigante ante ella, no parecía ni remotamente que estuviera de nuestro bando.
Y también había que mirar por el bien de Alanna. ¿Qué motivos tenía para dejarla con vida, hiciéramos lo que hiciéramos?
Le daba vueltas a eso último cuando una piedrecita me cayó encima y me sacó de mis pensamientos. Fruncí el ceño y levanté la cabeza.
«Ay, Dios mío.»
Derribar una columna de aquella manera podía salir mal. Pero, sinceramente, ¿es que había algo que pudiera no salir mal?
Asentí una sola vez. Demasiadas preguntas. Si Quasimodo y Zaccharie no podían ellos solos, desde luego yo no marcaría la diferencia. Miré con nerviosismo a mi alrededor y, tras asegurarme de que ni Cenicienta ni el gigante miraban, recogí el guijarro y se lo arrojé a Bitron o a Dos, según cuál de ellos estuviera más cerca. Ambos eran bastante fuertes, serían más útiles que yo.
Pero habría que distraerles. Crucé los dedos para que el gigante fuera ciego de verdad y me apresuré en centrar la atención de Cenicienta en mí, bien lejos del piso de arriba.
—¡O-oye! ¡Princesa! —exclamé, caminando hacia la salida. Cuando la columna cayera, tendría que darme prisa y quitar a Alanna de en medio... y también a Cenicienta, sí. Traté de no mirar demasiado hacia arriba y seguí:—. No me malinterpretes... malinterpretéis, no quiero que hagáis daño a nadie, pero no creo que debáis salir por esta puerta. O por ninguna otra, la verdad. La catedral está rodeada de fuego y no se puede salir.
Hice un gesto hacia las vidrieras, que deberían refulgir con la luz de las llamas. Por no hablar del calor. Ahora parecía haber mermado con la llegada de Cenicienta, pero con suerte ella lo notaría.
—Así que... No. Lo siento. Pero ¿qué es lo que pretendéis? ¿Para qué necesitáis escolta y rehenes? Si pudierais bajar vuestra, eh, espada, seguro que encontraríamos otra manera.
Lo dudaba mucho, pero no pretendía convencerla. Ganar tiempo era lo único que importaba. Y, si de verdad podíamos deshacernos del gigante así, todavía valdría la pena.
Me había tomado otro Éter antes de dirigirme a Cenicienta, de modo que, si la columna caía, podría volver a aturdir al gigante para que no se moviera y apartar a las chicas en caso de necesidad. Lo haría mediante magia, Gran alcance, para estar segura.
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