La Maestra Ariasu se dirigió hacia una de las vitrinas cercanas para coger un frasco con un líquido verde. Yagami reconoció al instante que era una poción, al parecer la Maestra se había dado cuenta de que estaba haciendo todo lo posible por mantenerse de pie. Ariasu le lanzó al frasco y Yagami lo cogió al vuelo.
—
¡Un regalo de bienvenida! —le dijo mientras volvía a acercarse—
A partir de hoy serás mi nuevo aprendiz, ¡seguro que aquí te sentirás como en casa! ¡O mejor, pues obtendrás sabiduría, poder! ¿¡A qué es genial!? —
Sí, más que genial. —le respondió Yagami sonriendo mientras abría el frasco. Parece que había encontrado el lugar ideal para obtener la sabiduría y el poder que estaba buscando.
Se bebió la poción de un trago, notando como hacía efecto. El dolor y el cansancio disminuyeron un poco, pero aún no estaba en plena forma, iba a necesitar una buena sesión de sueño para recuperarse completamente.
—
Andrei, acompáñalo a sus nuevos aposentos, ¡de seguro querrás echarte una buena siesta! Al parecer Ariasu también se había dado cuenta de eso. Acababa de ordenarle a Andrei, su aprendiz, que le guiase hasta su nueva habitación. Aunque Andrei no parecía muy contento con la orden, le hizo una seña a Yagami para que le siguiese. Salieron de la estancia donde estaba Ariasu y se dirigieron hacia los nuevos aposentos de Yagami.
Cuando Yagami entró en la habitación se encontró con un cuarto bastante parecido al de Tierra de Partida, aunque mucho menos iluminado. Por lo demás todo igual, una cama, una silla, un armario… lo básico.
—
Aquí no queremos débiles. —le dijo Andrei desde la puerta—
Espero que sepas aprender rápido. —
No te apures. —le respondió Yagami con una carcajada—
Eso no va a suponer ningún problema. —añadió mientras Andrei se iba y cerraba la puerta de su habitación.
Tras un rato de silencio, Yagami dejó escapar un largo suspiro. Había sido un día bastante agitado. Su vista se dirigió hacia la cama, le iba a venir perfecto dormir durante el resto del día. Pero mientras se acercaba se dio cuenta de su ropa, que estaba bastante estropeada por la pelea con Alec. Aparte de que estaba bastante sucia, había trozos quemados.
Se dirigió al armario y lo abrió. Por suerte, encontró ropa bastante de su estilo; unos pantalones negros similares a los que llevaba puestos, una camiseta morada, demasiado ajustada para su gusto, pero tampoco había mucho más que elegir, y una chaqueta oscura con algo de pelusa en la parte superior. Se vistió con la nueva ropa que acababa de coger.
Este sería el nuevo aspecto de Yagami:
Mientras cerraba el armario, se dio cuenta de que en el interior de una de las puertas había un pequeño espejo. Se quedó mirando a sí mismo un rato, fijándose en su mejilla derecha, en la que había una quemadura bastante grave. Se acarició en el lugar de la quemadura.
—
Esto se va a quedar para siempre… —se dijo a si mismo mientras suspiraba y cerraba el armario.
La pelea contra Alec había sido bastante reñida, pero siendo realista, si Andrei no hubiese intervenido, ahora mismo no estaría allí. Su locura había vuelto a apoderarse de él y le había vuelto a dejar al borde de la muerte. Debía controlar mejor sus instintos psicópatas, o podía costarle caro.
“Tu problema es tu mente, estás tan loco que no puedes controlarte en los momentos más críticos.” Vaya… justo ahora le habían venido esas palabras a la cabeza… Rebuscó en los bolsillos de su antiguo pantalón, hasta que encontró lo que buscaba, la foto que había llevado consigo desde hacía unos cuatro años. Se tumbó en la cama y se quedó mirando la foto durante bastante rato. Aquella foto que se había hecho con él antes de que se fuese… Cuatro años habían pasado ya, y seguía sin ser tan poderoso como esperaba…
Suspirando, se guardó la foto en el bolsillo, cerró los ojos y se dispuso a dormir. Pese a la poción, aún se encontraba bastante cansado y necesitaba descansar durante muchas horas. No tardó nada en quedarse dormido.
“Pues lo haremos así. Nos separaremos unos años y cuando volvamos a encontrarnos, veremos quién es mejor que el otro.”