—
Oh… ¡Ah, creo que me hablaste sobre él cuando salimos de la Red!—exclamó Fátima, cayendo en sobre quien estaba hablando. Sí, le comenté que Chris era la persona que me estaba ayudando a utilizar la luz del broche para mantener bajo control a Alexander, antes de que fuera demasiado tarde para Ragun. Sentí que la joven me daba unos suaves golpecitos en el hombro y me encontré con su sonrisa—.
De acuerdo, vamos si así te quedas más tranquila. —
Gracias, Fátima —le sonreí mientras ella hacía ademán por ayudarme a levantarme del sitio. Cuando dejó claro que nos iríamos a Agrabah juntas, me sentí algo aliviada. ¿Qué habría pasado si no le hubiese contado nada a ningún amigo? Sé que le había prometido a Xefil contarle si tenía problemas, pero el caso es que intentaba utilizar el poder del broche en mi beneficio. Y eso, sin duda, le habría hecho saltar y prohibirme en rotundo volver a ver al hermano de Ragun.
Aunque Fátima sabía que jugaba con fuego, no me detenía, como hubiese hecho Xefil, o incluso Light. Pero no por ello iba a dejarme sola cometiendo alguna locura, como la que había estado a punto de hacer al marcharme sin un rumbo fijo, sin un plan.
Al menos, tenía su aprobación a medias.
—
Y usted, señor, se queda aquí. Tandy, ¿a que te apetece hacer de niñera? —la sonrisa de Fátima y la mueca de Tandy hizo que soltara una carcajada, la cual liberó toda la tensión del momento que habíamos tenido, y el espectáculo que habíamos montado en los jardines. Harun no es que se llevara especialmente bien con Tandy, y a la primera de cambio asustaba al pequeñajo con el fuego que desprendía por su boquita. Aunque era una cría, la consideraba muy inteligente, y el dragón hacía pasar un auténtico calvario a Tandy en cuanto los dos se quedaban a solas. Además, Tandy quería mucho a Fátima y si se intentara defender haciéndole algo no se lo perdonaría, por muy asustado que estuviera de él. Yo le había recomendado en alguna ocasión que usara su canto, pero Harun no caía con aquel truco tan fácilmente: a fin de cuentas, era una criatura mágica y sabía usar sus cartas. —.
No puedo llevar a Harun conmigo, es demasiado pequeño, y tú eres el único en el que puedo confiar. Cuando regresemos negociaremos sobre el precio —Tandy se estremeció y fue a negarse, pero fue escuchar la palabra "precio" y pensárselo seriamente—
. ¿Qué me dices? Durante unos segundos de silencio, y observando la cara de cachorro que puso Fátima para debilitar a mi pobre guardián, éste se resignó a aceptar el trato:
—
¡Bollos de crema, kupó! —exclamó el pequeño—
¡Todos los que cojas para ti en el comedor durante una semana, tan, tan!****—
Nadhia, ten cuidado, tan.—
Lo tengo siempre —ante mi respuesta, el moguri me pellizcó con sus patitas y puso una mueca que me hizo sentir muy culpable—.
Está bien, granuja. Te lo prometo.>>
Volveremos enseguida, no te preocupes.Cuando salía de la habitación dispuesta a reunirme con Fátima en los jardines, acaricié a Harun y éste arqueó todo su cuerpo en señal de sumo gusto por el gesto de despedida. Y justo cuando cerré la puerta, escuché el primer grito de socorro de Tandy. Por lo pronto, sabía que Harun no usaría el fuego en mi cuarto porque me tenía aprecio y no sería capaz de hacerle daño a mis libros —aunque, para qué engañarme, todavía temía por ellos—, pero Tandy no se libraría de sus travesuras como el cachorro de dragón que era.
Sólo esperaba que mi guardián estuviera de una sola pieza cuando volviera a casa.
Tanto Fátima como yo habíamos acudido a recoger ropa acorde a Agrabah, pero no solo eso: yo, por mi parte, me puse la capa vieja y gastada con la que había conocido a Christian aquel día por las calles de la ciudad rodeada de desierto. En mi mochila, al igual que Fátima, estaban guardadas dos cantimploras y crema para el sol. La última vez mi piel sufrió por ello y tuve que usar Cura de una forma un tanto ridícula para sanar las quemaduras de mi cara.
Vi bastante emocionada a Fátima cuando se colocó la armadura e invocó su Glider. Todavía me hacía gracia pensar que le asustaban las alturas y tenía que lidiar con ello para viajar de mundo en mundo, aunque sólo fueran unos segundos llegando al intersticio. Pero decidí no comentar nada para no incomodarla, no fuera a ser que se arrepintiera y desistiese por acompañarme. La imité y ambas nos lanzamos al cielo, rumbo a Agrabah.
*****Ambas agradecimos la protección de las armaduras cuando notamos el intenso golpe de calor y la diferencia de temperatura entre el intersticio y el ardiente desierto de aquel mundo. Bajo nosotras se cernía un manto extenso de arena, dunas gigantescas y que, a la luz del sol, resplandecían como si tuvieran vida propia. El viento, leve de momento, provocaba un efecto visual muy bonito, simulando las dunas como el oleaje del mar en Islas del Destino.
—
¡Mira, Fátima! ¡Esa es la ciudad donde vivía Malik! ¡Y donde vive también Chris!Y entonces alcancé a ver la ciudad de Agrabah en la lejanía. Como siempre, parecía sumamente diminuta en comparación a todo lo que era el mundo en sí. Curioso que el nombre de aquel sitio fuera sólo por la ciudad más importante. Lo que es más, ¿habría otras ciudades más allá del desierto? Nunca me había atrevido a comprobarlo por miedo a perderme. Pero, ¡qué tonta! Si alguna vez me perdía, sólo tenía que volver al cielo y empezar de cero. O eso creía, al menos.
De pronto, el viento comenzó a soplar con más fuerza. No le di la más mínima importancia, hasta que Fátima me gritó y señaló a nuestras espaldas, antes de siquiera intentar alcanzar la ciudad.
—
¿¡Pero qué!?Primero vino una onda de calor abrumadora. Me agarré cuanto pude al Glider, ayudada a mantenerme en él gracias a la vela que portaba. Pero pronto aquello sólo se convertiría en un estorbo. El viento comenzó a soplar desde otro ángulo y comencé a perder el control de mi Glider, a la par que Fátima y yo contemplábamos bajo nuestros cascos, aterradas, como aquella ola de arena estaba a punto de alcanzarnos.
En el último momento conseguí volver a tener el control de mi Glider y me lancé disparada con Fátima al frente, quien no había tenido tanto problema como yo. Una segunda ola de calor que venía con el fuerte viento me lanzó hacia adelante, y cuando quise darme cuenta había perdido de vista a Fátima.
—
¡¡Fátima!!"¡Mierda, mierda, mierda!"Maldiciéndome, di media vuelta y contemplé de nuevo lo que se había tragado a Fátima y, obviamente, a mí si no huía lo antes posible. Pero no dejaría a Fátima enterrada en la arena, ¡no lo permitiría!
Decidida a cometer otra de mis locuras, lancé una orden a mi Glider y éste hizo desaparecer su vela, quedándome solo con la tabla. Mis pies estaban adheridos con más fuerza mágica a ésta y no caería de él tan fácilmente. Sólo rezaba porque no doliera.
Me lancé hacia la ola gigante de arena y penetré en ella, sintiendo como un calor arrollador y espantoso atravesaba mi armadura. La arena consiguió penetrar también en el casco y tuve que entrecerrar los ojos, maldiciendo el temporal y a mí misma si no conseguía encontrar a Fátima dentro de aquella tormenta.
—
¡Fátima! ¡Fátima! ¿¡Dónde estás!?Y lo hice, milagrosamente. Mis últimos gritos fueron acompañados de unos de auxilio y la imagen del Glider de Fátima en la lejanía. Logré alcanzarla y la abracé en medio de la tormenta. Su transporte estaba hecho añicos, y el mío comenzaba a soltar pequeñas virutas de la superficie de la tabla. ¡Demonios, había que darse prisa y salir de allí!
Pero no éramos capaces. Los Glider apenas respondían a nuestras órdenes con el oleaje de calor, viento y arena. Si no lleváramos puestas las armaduras, estaríamos ya muertas.
Y entonces fue cuando una horrible sacudida del viento soplando por lados opuestos nos intentó separar. Nuestros Glider, por desgracia, desaparecieron. Estos se desvanecieron en unos destellos de luz y me agarré a los brazos de Fátima.
Allí, en medio del desierto, Fátima me rogaba que no la soltara. Y no pensaba hacerlo.
Pero se me estaba escapando de las manos.
—
¡Agárrate! ¡No te sueltes! ¡Por favor, Fátima!Vencidas por completo, otro azote de viento logró que mi cuerpo se perdiera en la tormenta.
—
¡¡¡Fátima!!!*****—
Esto se me está yendo de las manos, padre.El hombre, vestido con los ropajes más adecuados para viajar por el ardiente desierto, contempló desde las alturas de una duna la tormenta de arena que se había tragado las vistas que había estado vigilando, expectante por saber si también se había llevado con ella aquellas espantosas criaturas que le habían arrebatado más de una persona importante de su familia.
Apretó los dientes tras que la tormenta cesara y viera, muerto de rabia, como aquellos monstruos surgidos del mismísimo infierno salían de entre las dunas, buscando con desesperación algo que bien sabía era su alimento: los corazones de aquellos que se perdían en el desierto o viajaban con los comerciantes.
Que atacaran a los malhechores le había agradado de cierta manera, pero atacar a su propio pueblo ya le había hecho tomar medidas.
Eran tantos los que habían caído a su lado, intentando proteger su caravana, que el odio se apoderaba poco a poco de su corazón. Un sentimiento tan parecido al miedo, que quizás no se daba cuenta de que los sincorazón tenían los ojos puestos en él.
Tenía un corazón muy fuerte. Sin embargo, si lograba bajar la guardia, tan sólo sería una presa más de aquellos monstruos. Buscando paz en su interior, se giró y contempló la gran montaña de la que tan sólo unos pocos habían conseguido llegar a su cima. Los antepasados del mismo.
Y pronto, sería él quien guiaría a los jóvenes de su pueblo en aquel arduo peregrinaje. Pero no podía evitar sentirse asustado con la presencia de la oscuridad acechando por el camino.
Un camino que emprenderás y te llenará de vida, le dijo su padre antes de morir. Desde siempre aquel hombre no había sido propenso a creer en más allá de lo que sus ojos lograban ver. A sus treinta y pocos años, tampoco iba a cambiar su modo de pensar, respetando aún así la historia de su familia.
Pero en aquel momento, presenciando la existencia de aquellos demonios, deseaba con todas sus fuerzas que las leyendas de su pueblo fueran ciertas...
... y los
viajeros del pasado acudieran para guiarle.