Cero
Enok
Bastión Hueco
Corazón
Sueño
Espejo
Dolor
Sangre
Fuerza
Cero…
Me invade el desconcierto. Apenas soy consciente de cómo alguien carga con mi cuerpo, mientras sigo perdida por las mareas de mi propia consciencia, por el flujo y las corrientes de pensamientos sombríos.
No tengo fuerzas para debatirme. Me dejo llevar, como si fuera un fardo.
Me invade un sentimiento de muerte, una premonición de destrucción. Mi cara está húmeda, de sangre, de sudor, puede que de lágrimas, aunque no recuerdo haber llorado. Tampoco recuerdo haber soñado, pero mi corazón se ha convertido en una ardiente llama que amenaza con devorarme por dentro. Quema. Me castiga.
Pero no recuerdo haber hecho nada para merecerlo. Me encuentro demasiado cansada para sentir nada, demasiado cansada como para molestarme por lo que ocurre.
Todo tiembla a mi alrededor. No necesito abrir los ojos para ser consciente de que el castillo se está derrumbando. Viejo, ruinoso, decadente, un mundo enfermo que se precipita hacia su final. Dos seres, minúsculos, ínfimos, insignificantes, que se arrastran como gusanos tratando de escapar de su propio final. Hormigas en un mundo de gigantes que han perecido por su propia grandeza, incapaces de soportar el peso de sus cuerpos.
Ya estamos muertos. Esto es el fin.
Cero
Fuerza
Sangre
Dolor
Espejo
Sueño
Corazón
Bastión Hueco
Enok
Cero
Una ligera sensación de vértigo me demuestra que caemos, hundiéndonos en las profundidades del infierno. El golpe es extrañamente blando, extrañamente cálido. Después viene la inmovilidad. Se ha detenido. El mundo entero se ha congelado en su inevitable avance, el tiempo se ha convertido en una mancha difusa.
Todo se reduce a las luminosas manchas que brillan tras mis párpados cerrados. Me esfuerzo en abrir los ojos. Sobre mi cabeza, el cielo no presenta demasiadas diferencias, a excepción de puntuales manchas negras sobre el fondo oscuro. No hay ninguna luz, ni siquiera oscuridad.
Vacío
El extraño chico rubio se encuentra a mi lado. Me pregunto si está inconsciente. Trato de llamarle, pero ningún sonido surge de mis labios. Su pierna está sangrando, pero sigue sin reaccionar. Mi garganta está demasiado seca como para poder advertirle. Aunque fuera capaz de tocarle, no me atrevería a mancharle de la sangre que gotea de mis manos.
Así que sigo tendida en el suelo, junto a él, incapaz de pensar. Demasiado derrotada tanto en mi cuerpo como en mi alma como para poder hacer otra cosa que esperar. El bastión se deshace poco a poco ante mis ojos. Sus torres se encuentran surcadas por extrañas líneas negras, adoptando formas grotescas y exageradas, que se vuelven más imprecisas hasta que desaparecen por completo. Un enorme fragmento de muro cae, produciendo un ruido estridente. El lugar parece disolverse en la Nada.
Poco a poco, soy capaz de deslizarme lentamente hacia el cuerpo de mi compañero caído. Cada movimiento es un pequeño suplicio, un esfuerzo sobrehumano. –Enok- ni siquiera parece mi voz, sino un estertor ahogado que surge de una garganta muy lejana a la mía. Enok. Mis labios vuelven a formar su nombre, nuevamente en silencio. El viento comienza a levantarse, lanzándonos humaredas de niebla a la cara. El suelo tiembla, a medida que negras estrías comienzan a surcarle.
No responde. No reacciona. Como muerto.
Muerte.
Es aterradora, incluso cuando se encuentra en otra persona. Es innatural, inconcebible, impensable. Esta caricatura de mundo, moribunda, también se dirige hacia ella, arrastrándonos a nosotros, pasajeros involuntarios de este féretro ambulante. Quiero sacudirle, llamarle, despertarle, espantar a la presencia fatal que se cierne sobre nosotros, como un buitre que espera a recoger lo que quede de nuestros cuerpos.
Incapaz de hacer nada, incapaz de salvarnos a ninguno de los dos, me hago un ovillo junto mi compañero caído. Está frío. Mantengo el contacto, tratando de empaparme de su realidad, pero ya es demasiado tarde. Ambos estamos corrompidos por la nada que nos rodea. Ambos tan vacíos en nuestra soledad, que somos incapaces de demostrarnos nuestra existencia el uno al otro.
El suelo comienza a temblar, mientras los límites del mundo comienzan a estallar en pedazos, destruidos por una fuerza circular y rotatoria que comienza a avanzar hacia nosotros. El castillo ya ni siquiera es visible, se ha evaporado, como si de lágrimas se tratara. El cielo comienza a llenarse de restos de madera, metal y minúsculos fragmentos de cristal que resplandecen como muertas estrellas.
Una enorme grieta comienza a recorrer la corteza del mundo, como una herida abierta, infectada, como todo este lugar. Veo, demasiado exhausta como para poder hacer nada, como avanza lenta e implacablemente hacia donde nos encontramos, cruzando por debajo del cuerpo inerte de Enok.
El mundo se parte en dos. Apenas soy capaz de retener su mano antes de que el chico se precipite.
La sangre que mana de mi propio cuerpo comienza a deslizarse por su brazo, volviéndolo resbaladizo. Tirada en el suelo, me encuentro demasiado débil para poder izarlo. Asomada a lo que parece ser el vacío infinito, puedo ver como cuelga peligrosamente. Los brazos con los que le sujeto me duelen demasiado, como si tuviera miles de agujas clavadas en ellos.
-Enok- vuelvo a llamarle, pero ni siquiera en esta situación responde. –No… no te vayas. No me dejes aquí- El miedo, como una garra helada, me estrangula por dentro, haciendo que inspirar se convierta en una tarea titánica. El suelo se ha vuelto negro por completo, y finas líneas oscuras comienzan a trepar por mi propio cuerpo, amenazando con disolverme.
-Me has… protegido… ¿por qué?- pero sigue sin responder. Su mano comienza a deslizarse, cubierta de sangre, deshaciéndose del contacto con la mía. Me ha ayudado. Su sola presencia ha servido para darme fuerzas. La idea de quedar atrapada para siempre en este lugar maldito, sola, es demasiado aterradora. –No puedes… morirte… yo… necesito… No… te…
Su cuerpo cae pesadamente, desapareciendo, tragado, engullido y devorado por la nada. Sigo mirando al precipicio que se amplia lentamente, mientras mi propia cara y mis ojos comienzan a ser cubiertos por lo que parecen oscuros tatuajes. Están helados.
El mundo ya no parece un mundo, sino una tierra baldía. No hay nada vivo y nada muerto, hasta ambas palabras carecen de sentido. El aire es tenue, frágil, apenas cargado de oxígeno. El suelo no presencia ninguna diferencia del cielo, ambos ligeramente sólidos como fragmentos de obsidiana.
Cada vez es más pequeño. El tornado avanza hacia su centro, deshaciendo todo lo que encuentra a su paso. Se encuentra a mi alrededor, a menos de un metro de distancia. Una isla oscura y vacía. Mi piel es una mancha difusa que no se distingue de la tierra en la que estoy tendida, salvo por una pequeña consciencia de identidad que permanece en mi cabeza.
Poco a poco, carente de ningún lugar donde reflejarse, incluso esta comienza a desaparecer. Los sentimientos, poco a poco, desaparecen dulcemente. El dolor se difumina como tinta mojada por el agua. Ni humana, ni mujer, ni niña, ni gato, ni animal, ni bestia, ni monstruo. Nada. Vacío.
Enok, Bastión Hueco, corazón, sueño, espejo, dolor, sangre, fuerza… todo se funde con la ausencia total que me rodea y que me envuelve.
Únicamente, cero.