Malik se mantuvo callado, observando a la pequeña moguri llorosa, mientras Albert se agachaba para poder mirarla más de cerca. Miró en derredor, no parecía haber nadie cerca que pudiera haberle hecho algo para pedir ayuda así.
—¿Estás bien?
La voz suave del chico pareció calmar un poco a la criaturita, que dejó de gimotear por un instante, mirando hacia la copa del árbol.
—E-es que mi lazo, mi favorito, ha volado hasta lo alto del árbol, kupó. No puedo cogerlo, soy muy pequeñita para subir, kupó. ¿Me ayudaries? Vosotros podéis cogerlo, kupó.
Malik chasqueó la lengua, cruzado de brazos, buscando con la mirada el susodicho objeto, aunque tardó bastante en localizarlo, porque las ramas eran frondosas y estaban cubiertas de demasiadas hojas como para verlo a simple vista.
Notó por el rabillo del ojo la mirada de Albert y se acercó un poco al tronco, sopesando la idea de si subir o no. El lazo estaba enganchado bastante arriba y aunque no le disgustaban las alturas, una cosa era volar sobre un glider y otra muy distinta el escalar en vertical. Para colmo, el árbol no tenía ramas bajas sobre las que apoyarse en un inicio.
«Si al menos el lazo estuviera colgando de una rama exterior». Pero no, estaba allí, en medio del cogollo del asunto.
—De acuerdo… —musitó, pensativo, mirando a Albert entonces.
Iban a tener que trabajar en equipo si querían ayudarla. La pequeña moguri se mantenía lastimera y expectante, rezando para que aquellos dos aprendices quisieran prestar ayuda.
—¿Qué tal se te da subir a los árboles? —le preguntó a Albert.
Sería mucho más fácil que fuese Malik el que le impulsase, en lugar de al revés. dudaba que el muchachito tuviera la suficiente fuerza como para lo contrario.
Sin embargo, antes de que ninguno de los dos pudiera hacer o decir nada más, se oyó el zumbido que caracterizaba el vuelo de Asah, y la conejita asomó el hocico tras un parterre de flores cercanas. Había estado retozando cerca, pero al ver que Malik se había detenido a hablar con alguien, le había picado la curiosidad. Ahora volaba hacia ellos, deteniéndose casi en seco junto al árbol, mirando hacia arriba.
Malik ladeó la cabeza, intrigado por los movimientos de su amiga, que empezó a ascender hacia la copa, con un gorjeo alegre que se perdió entre las ramas. Poco después apareció con el extremo de un lazo de color rosa en el hocico, y se lo bajó a la moguri. Esta chilló de felicidad, aunque sólo por un segundo.
—¡Oh, no, kupó! —exclamó, desolada—. E-Está roto…
El lazo, al volar y engancharse entre las hojas, se había rasgado y pendía desmadejado entre las patitas de la moguri, que ya sollozaba otra vez.
—Venga, no llores —terció Malik, dejando que Asah se posara en su hombro. Entonces recordó un detalle interesante—… Seguro que alguien puede arreglarlo.
Entonces miró a Albert y le guiñó un ojo, cómplice. Albert había dicho que sabía coser, seguro que era pan comido para él.