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―No puedes quedarte, si no vas y lo cuentas por tí mismo... ¿Qué crees que pensarán? ¡¿Qué pensará Ronin, o tu propio Maestro?! ¿Qué crees… qué crees que pensarán tus amigos? ¿Qué crees que pensará Myxa cuando vea que no volviste? ¿Que eres un monstruo?
―Tú no… no puedes saberlo. ―sollozó Bavol sin mirarle todavía―. ¿Y si lo piensa? ¿Y si todos piensan que soy un monstruo?
Por fin estaba siendo sincero del todo. Bavol tenía miedo a que todos le consideraran un ser horrible, que ni siquiera en Tierra de Partida pudiera encontrar la compresión que necesitaba. Por esa razón se había decidido esconder en la barriga de aquel animal para siempre en lugar de escapar, porque prefería permanecer oculto donde nadie pudiese verle nunca más.
―No eres ningún monstruo. Si no pudiste evitar la muerte de Hikaru, es más que probable que yo tampoco hubiera podido evitarlo. Ni Myxa, ni… ni la mayoría de aprendices que están en la Orden.
―¡A lo mejor sí! Hikaru… él… ¡Él murió por mi culpa! ¡Tú no sabes lo que es eso! ―le quiso reprochar el gitano cansado de escuchar mentiras para que se sintiera mejor.
―Nunca es fácil decirle adiós a un amigo, y menos si es alguien cercano…Te lo digo… por experiencia personal.
Por primera vez se dio cuenta de lo cerca que estaba ahora el Aprendiz de la Llave Espada. Decidió no huir más de su contacto y mirarle directamente a la cara. Si lo que decía era cierto, quizás sí sabía lo que estaba sintiendo en esos momentos. Lo devastador que es perder una de las cosas que más quieres en este mundo.
―¿Qué quieres decir con eso? ―se atrevió a preguntar mientras se restregaba los ojos con las manos.
―Mi mundo entero fue devorado por los sincorazón. En un instante, todos aquellos a los que amaba murieron devorados por los sincorazón… incluida mi propia madre, y más que probablemente mi hermana Chloe también, y mis amigos… Y no pude hacer nada, porque era débil.
Porque era débil. Las palabras del muchacho le recordaron más a él de lo que el recién llegado podría adivinar. Cuando él llegó a Tierra de Partida también pensó que era demasiado débil, que no era merecedor de ser un Caballero de la Llave Espada; sin embargo, tras conocer a Hikaru en el Bosque de los Cien Acres aprendió que los amigos te hacían más fuertes. Fue después de aquel encuentro cuando el gitano comenzó a abrirse a otros Aprendices, el joven de Villa Crepúsculo había sido más importante en su vida de lo que podría saber nunca.
―Y por eso… por eso no me rendí. Si yo sobreviví, era más que probable que alguno de ellos hubieran sobrevivido. Es por eso por lo que me hice caballero de la Llave Espada. Para encontrarlos, para saber qué les ocurrió…
Él tampoco se había hecho Caballero de la Llave Espada sólo para ser más fuertes, sino porque quería luchar por otras personas, por su gente: los gitanos. Estaba cansado de tener que ver tanta injusticia día a día en París y Ronin le prometió una nueva vida donde por fin podría luchar junto a la luz. Había abandonado a su madre sin decirle nada, había entrenado duramente, había luchado en La Red contra Dark Light… Todos aquellos sacrificios no podían desembocar en una final tan triste, tan cobarde.
―Si abandonas ahora, nada de cuánto has hecho habrá merecido la pena. Pero… lo que hagas con tu Destino, es decisión tuya. Nada ni nadie puede cambiar el Destino, tenlo siempre en cuenta…
No sabía cómo lo había hecho, cómo poco a poco le había conducido a través de su razonamiento, pero el recién llegado había conseguido que empezara a ver las cosas de otra forma. Tenía razón, si decidía quedarse ahí para siempre, nadie se encargaría de lograr sus sueños. Los gitanos, los débiles, la luz, Tierra de Partida, Ronin… Él tenía que defenderlos, estar ahí para luchar por ellos, para conseguir un futuro mejor para quienes tanto habían sufrido. Si él tenía el control de su vida, no podía terminar así. Se había lamentado tanto de que la muerte de Hikaru había sido injusta que no sabía hecho nada para seguir adelante, lo único que había conseguido es hacer que su vida siguiera siendo injusta. ¡Y eso era justo con lo que había querido terminar cuando entró en la Orden!
Bavol colocó su mano en el hombro de su compañero y esbozó una débil sonrisa.
―Gracias, Neru, gracias… de verdad. Te voy a hacer caso, tengo que volver a Tierra de Partida.