Saito se alejó unos metros de mi posición y adoptó lo que a mí me gustaba llamar “postura de actor”: pies juntos, espalda recta y cabeza bien alta. Sonrió ampliamente hacia mí.
—Damas y Caballeros, espero que os guste la actuación.
—Ni soy una dama ni un caballero. Procura que me guste a mí. —La confianza que le había tomado era claramente visible en mi buen humor.
—Empezaré por mostrar lo que es una afinidad, luego enseñaré como mostrarla. —Siguió diciendo, haciendo caso omiso a mi comentario—. ¿Preparados? ¡Disfruten!
Observé con atención, temerosa a perderme un solo detalle. Saito cerró los ojos y extendió la mano derecha, la misma que me había ofrecido minutos atrás, con la palma mirando al cielo. Fruncía levemente el ceño, pero ése era el único atisbo de expresión en su cara.
Durante unos instantes no pasó nada. Pero luego, una extraña esfera negra apareció sobre su mano, y crecía a una velocidad alarmante. La respiración de Saito se aceleró a medida que la esfera se agrandaba y de ella salía una especie de tentáculo oscuro, rodeándole el brazo.
—¿Pero qué..?
No me atreví a acabar la pregunta. Quizás ni sabía como hacerlo. El tentáculo se movía hacia el pecho de Saito, pero el Aprendiz no reaccionaba en absoluto. ¿Acaso eso era normal? Parecía casi peligroso. Gotitas negras resbalaron de la esfera y cayeron a sus pies, formando un pequeño charco que se extendía a su alrededor, hacia mí…
Y entonces, tan rápido como había aparecido, la esfera se desvaneció en el aire. Y con ella el tentáculo, las gotitas, y el charco. Pero no mi asombro.
—Oscuridad —dijo, abriendo los ojos—. Esa es mi afinidad. ¿Qué te ha parecido?
—No sé si me resulta fascinante o aterradora —contesté con toda la sinceridad del mundo.
—Quizá no sea la afinidad más bonita ni segura del mundo... pero es poderosa, o así lo quiero creer.
—No sé que tal será a la hora de luchar, pero al menos impresiona. Cuentas con el factor sorpresa, y esas cosas. Pero si te soy sincera, no es mi tipo. Demasiado Sincorazón.
En efecto, era la misma sensación que me producían los Sincorazón, pero mucho más leve. Quizás porque a Saito ya le conocía… pero no dejaba de sentirme intranquila ante los tentáculos de oscuridad. Definitivamente, no era mi afinidad. No podía serlo.
Aunque, con mi suerte…
—Bueeeeeeno. Pues parece que es mi turno —comenté, con mucha menos confianza—. ¿Algún consejo antes de empezar, Maestro Saito? ¿O simplemente tengo que cerrar los ojos y poner cara de enfado?
Escucharía lo que tuviese que decirme y luego lo llevaría a cabo. Estaba nerviosa, pero también lo había estado antes de invocar la Llave Espada por primera vez, y al subirme al glider. Y había salido bien parada en ambos casos. Más o menos. Exceptuando, quizás, el último.
“Peor que el glider no va a ser…”
Sin levantarme del suelo, crucé las piernas y respiré hondo para tranquilizarme. “Será fácil. Forma parte de quién soy”, me recordé, cerrando los ojos tal y como lo había hecho Saito.
“Aunque… ¿quién soy realmente? No hago más que huir, cambiando de nombre semana sí, semana también para huir de la persona que fui. Puede que, a estas alturas… ya no sea nadie.”
Entrelacé mis manos, clavándome las uñas con fuerza. “No. Soy Celeste. Voy a ser Celeste. No voy a tener que huir más, ni buscarme más nombres. Ya no soy la niña débil que tuvo que escaparse con los gitanos por miedo a su madre. Esa niña ya no está, ni va a volver.”
Algo cambió en mi interior. Como si una parte de mí hubiese estado dormida durante mucho tiempo y acabase de despertar. ¿Mi afinidad..?
Brillaba. Muchísimo, aunque no era para nada desagradable. ¿Qué era? Luz no, ni tampoco Fuego… pero, ¿entonces..?
Era…
Abrí los ojos. La magia me rodeaba, pero no en forma de tentáculos, ni esferas, ni gotas. Era un patrón mucho más intrincado, casi delicado, como la cuerda de una lira o un dibujo tallado en la madera.
—Vale, somos tontos. Con lo claro que estaba, ¿cómo no se nos habrá ocurrido antes? —reí, y mi risa sonó maravillosa contra el zumbido del Rayo.