[Villa Crepúsculo] Of our elaborate plans

[Soul Artist]

CRONOLOGÍA
Fátima: Misión. En busca del búho de la sabiduría > (este encuentro)
Victoria: (este encuentro) > Prólogo. This is the end, my only friend

* * *

Victoria daba patadas en el aire, sentada en el barranco de aquella colinita tan cercana a las terrazas de la ciudad. Miraba el sol en Villa Crepúsculo con sus gafas protectoras como un gran poder en el cielo, inalcanzable e intocable. Aún quedaban horas para que llegara el atardecer.

Escuchaba música con sus cascos y ladeaba la cabeza de un lado al otro, despreocupada y desconectada del mundo. Tatareaba la canción por lo bajo, absorta mientras esperaba a que llegara el destino al que aguardaba. No dejaba de repetir el estribillo, la única parte que se sabía, evadiéndose del mundo:

It's been so long
Since I last have seen my son
(...)
Since you've been gone
I've been singing this stupid song
So I could ponder
The sanity of your mother...

No se dio cuenta hasta que sus gafas se empañaron. Las lágrimas le habían resbalado de ambos ojos, manchando las gafas desde el interior y dificultándole la mirada. Se las levantó para poder limpiarse y se dio cuenta de que le escocían los ojos y le moqueaba la nariz. Pero intentó no pensar en ello.

Volvió a mirar al cielo y clavó sus ojos en una nube. Esperaba a una muchacha de Tierra de Partida, una mujer de un arma legendaria. Había enviado una carta escrita por su guía, indicándole que por favor acudiera a aquel lugar aquel día y a aquella hora. Sin errores, con completa seriedad. No sabía si acudiría o no, pero sólo podía esperar... Y rezar porque así fuera.

Recogió las piernas y se abrazó a ellas, con la voz algo más quebrada. Seguiría cantando hasta que llegara.

I wish I lived in the present
With the gift of my past mistakes
But the future keeps luring in like a pack of snakes

Quedaba poco tiempo.

[Suzume Mizuno]

Fátima avanzó por las calles de Villa Crepúsculo, dirigiéndose hacia el punto de encuentro, con la nota en la mano y el ceño fruncido. Se la había entregado un moguri aquella mañana, durante el desayuno, y se había quedado desconcertada. El remitente, fuera quien fuera, la citaba para encontrarse con ella en Villa Crepúsculo. No decía quién era ni qué quería, excepto que se encontraban junto a la maqueta de la ciudad. Había estado a punto de tirar la nota a la basura, pero al final la curiosidad había prevalecido. Algo en la forma de redactar el mensaje le había sugerido angustia, casi como si fuera completamente necesario hablar con ella. Algo le decía que estaban gastándole una broma de mal gusto —incluso se le había pasado por la cabeza que fuera una trampa—, así que a su pesar iba preparada para invocar la Llave Espada en caso de que se viera en apuros.

«Si tan mal rollo te daba, no haber venido», se reprendió a sí misma.

Terminó de subir la cuesta y entonces la vio. Sin duda tenía que ser ella, ya que en lo alto de la colina no había nadie más.

Una chica de pelo azul tarareaba una canción mientras movía las piernas al ritmo. Tenía unas enormes gafas y también unos cascos desde los que le llegaba el suave rumor de una canción.

Y dos grandes alas metálicas le surgían de la espalda.

«Vaya», fue lo único que acertó a pensar.

No se había esperado aquello. Desde luego, no la conocía de nada. Estaba segura de que se le habría quedado grabada la imagen de alguien tan particular como esa chica. Miró a su alrededor, titubeante, al darse cuenta de que la joven estaba tan sumida en la canción que no se había percatado de su presencia. Quizás era el momento para marcharse y fingir que no había pasado nada.

En su lugar, avanzó hacia ella sin poder dejar de mirar las alas con infinita curiosidad. Eran muy bonitas, ahora que las veía de cerca. Aunque frías, reflejaban la luz con fuerza y cuanto más se acercaba, más reales le parecían. Estaba claro que no eran plumas de verdad, pero tampoco parecía un simple metal. ¿Qué serían?

Se detuvo al lado de la chica y carraspeó.

—¿Disculpa? No quiero molestarte, pero… ¿Eres tú quien me ha enviado esta nota?—preguntó, extendiéndole el mensaje.

Como no fuera así, se moriría de vergüenza y desearía que se la tragara la tierra.

[Soul Artist]

—¿...culpa?

Victoria despertó de su limbo particular y giró la cabeza en dirección a la voz. Se quitó los cascos apresurada y se limpió las lágrimas como pudo, avergonzada por que alguien le viera así. Carraspeó e ignoró por un momento lo que decía para levantarse y limpiarse la tierra del pantalón, preguntándose si sería alguna policía que vendría a echarle del lugar.

Pero en su lugar le extendió una carta. No necesitó leerla para saber que, finalmente, había llegado la persona a la que esperaba.

—¿Fátima? —la voz de Victoria sonó ligeramente quebrada. Se tomó un segundo para preguntarse y continuó con algo más de seguridad en sí misma:—. Laforet. Eres... Eres uno de ellos, ¿no? De los [i]Caballeros[i].

Aquella última palabra la decía con total admiración y respeto, además de un ligero tono de temor y desconocimiento. Dibujó media sonrisa y admiró a la mujer de abajo arriba, contemplando su ropa y su forma de mantenerse en pie. Los mínimos detalles destacaban, a ojos de la joven, que se trataba de una ilustrísima persona y una autoridad en el Reino de la Luz; parecía una auténtica protectora de los mundos, un modelo a seguir cuya misión era de desconocimiento para la mayoría de personas a las que salvaban. Y se sentía pequeña, pero feliz, al encontrarse con otra persona con tal talla.

Pero su sonrisa estaba forzada. No podía olvidar por qué alguien de tal importancia se encontraba allí, ni tampoco que ella no era la primera que había conocido.

—Perdona, yo... —hizo una reverencia y bajó la cabeza, mostrando respeto a la portadora de la Llave Espada—. Por favor, espero que me perdones. No tengo oportunidad de conocer a gente tan noble habitualmente.

Victoria hizo una señal de rezo y miró a los ojos de la mujer con timidez. Se volvió a levantar y tomó la carta de su mano, algo dubitativa, para ver la agitada y difícil de leer letra de su guía. La leyó por encima con ojos tristes y se la devolvió a su legítima dueña.

—Siento que hayas venido hasta aquí. Es culpa mía; pero me alegro de que hayas venido. Gracias. ¿Puedes acompañarme? Colina arriba.

La joven caminó junto a Fátima, esperando que la acompañara. Esperaba no haberla ofendido, pero nunca se sabía en aquellos casos. Intentó romper el hielo, y evitar cualquier pregunta sobre por qué le había sido enviada aquella nota; era difícil de explicar, además de doloroso. No quería pensar en ello.

Quería saber cómo era ser un Caballero.

—He oído hablar mucho de ti —comentó de camino, esbozando una pequeña sonrisa—. Que eres una gran heroína en Tierra de Dragones, por ejemplo. ¡Lo vi en el periódico de Ciudad de Paso! Quiero decir, os criticaban en esa noticia, pero... Sé que salvaste a mucha gente. Gente importante.

[Suzume Mizuno]

—¿Fátima?

—…Sí—respondió, insegura. ¿Era cosa suya o el tono de la chica había sonado un poco extraño?

—Laforet. Eres... Eres uno de ellos, ¿no? De los Caballeros.

El respeto que desprendía su voz la dejó descolocada. Por lo general los Caballeros o no eran conocidos o, como sucedía en Ciudad de Paso, eran despreciados. Así que encontrarse con ese tipo de reacción era lo último que había esperado.

—Bueno, todavía no sé si se me puede considerar un Caballero. Todavía no soy Maestra—dijo tras un carraspeo, sonriendo algo incómoda.

—Perdona, yo...—La chica hizo una reverencia.

Fátima, con la impresión de que le estaban gastando alguna clase de broma pesada, retrocedió un paso levantando las manos y farfulló:

—Eh, no hace falta que hagas eso, en serio…

—Por favor, espero que me perdones. No tengo oportunidad de conocer a gente tan noble habitualmente.

—¿Perdonarte por qué? ¿Seguro… seguro que querías hablar conmigo?—No se le ocurrían muchas personas menos «nobles» que ella.

Cuando vio a la chica hacer un gesto de oración asumió que era una broma pero, entonces, la joven la miró con timidez. Y Fátima tuvo la seguridad de que no estaba fingiendo. Frunció el ceño y se pasó una mano por el pelo, desconcertada. Dejó que cogiera la carta para que la leyera y, para su sorpresa, se la devolvió.

—Siento que hayas venido hasta aquí. Es culpa mía; pero me alegro de que hayas venido. Gracias. ¿Puedes acompañarme? Colina arriba.

Y echó a caminar. Fátima se planteó una vez más marcharse, pero reconoció que la curiosidad le había picado. ¿De dónde había salido la chica? ¿Era una broma o no? No lo parecía, demasiados problemas, por muchas vueltas que le diera. Y sabía que si se volvía no dejaría de dar vueltas a lo que había pasado, preguntándose qué quería de ella. Así que, un poco a regañadientes, fue tras ella apretando el paso para que no la dejara atrás.

—He oído hablar mucho de ti —le dijo. Fátim arqueó las cejas—. Que eres una gran heroína en Tierra de Dragones, por ejemplo. ¡Lo vi en el periódico de Ciudad de Paso! Quiero decir, os criticaban en esa noticia, pero... Sé que salvaste a mucha gente. Gente importante.

—Creo que me das demasiado… Eh, crédito—respondió, con la impresión de que caminaba sobre hielo quebradizo—. No salvé a casi nadie, no fui lo suficiente espabilada. Es más, podría haber evitado la muerte de gente importante para mí.—Su voz se fue apagando al recordar a Mulán. Y también a Jia, a pesar de que apenas sí se habían conocido, pero su muerte todavía la perseguía. Al darse cuenta de que quizás no era eso lo que la chica quería escuchar, dijo—: Lo siento. Tengo compañeros que han hecho cosas mucho más impresionantes que yo. Aunque alguna buena he hecho.—Comprendió que estaba divagando, sacudió la cabeza y preguntó—: ¿Cómo te llamas? Porque no te has presentado.—Le tendió una mano para estrechársela—. Es un placer. ¿Cómo es que te interesan tanto los Caballeros?

Quizás así, poco a poco, consiguiera sonsacarle qué estaba pasando allí.

[Soul Artist]

Ante la pregunta sobre cómo se llamaba la chica se sonrojó ligeramente. Se sentía algo tonta con toda aquella situación; si fuese cualquier otra persona sería burlona, atrevida, pero temía ofender en cualquier momento a alguien de tanto nivel. En su cabeza, tenía tanto respeto por un Caballero como por la mismísima nobleza de Ciudad Disney, que ya era decir.

—Soy Victoria, Victoria Knight —se presentó, colocando la mano sobre su pecho—. ¿Igual te han hablado de mí...?

No necesitó la respuesta de su compañera para saber que no. Se sintió ligeramente decepcionada por ello, pero no se lo recriminó. Se limitó a bajar la cabeza, resoplar e indicar el camino ahora que entraban en las calles de la ciudad.

—Es un placer —contestó Fátima, relajando a la muchacha—. ¿Cómo es que te interesan tanto los Caballeros?

—Es complicado —Victoria ladeó la cabeza y pensó cómo contestar a la noble mujer—. Siempre habéis estado ahí. Mi hermano y yo viajamos entre mundos desde que éramos pequeños, y... Bueno. Hemos visto horrores ahí fuera. Esos monstruos de oscuridad, o invasiones demoníacas... La Federación suele limpiarse las manos y mirar a otro lado.

Se le escapó aquella frase con algo de rentintín junto con una mueca al recordar a la policía espacial. Victoria no les tenía especial aprecio; desde que recordaba les habían tocado las narices a él y a su hermano de forma constante por viajar entre mundos y no establecerse en uno concreto. Intentó corregirse en cuanto se dio cuenta de que debía mostrarse respetuosa frente a un Caballero, por lo que tragó saliva y continuó explicando:

—Salir a enfrentarse a esos peligros es... Admirable —no sabía si era la palabra más precisa que quería usar para expresarse, pero esperaba que Fátima le entendiera—. Nadie más lo hace. Vuestra Orden intenta establecer el bien común en los mundos y proteger a sus habitantes; no os movéis por dinero, leyes absurdas o empresas patrocinadoras. Dedicáis vuestra vida a mejorar la vida de otros que nunca sabrán de vuestros esfuerzos. Dios os lo agradece.

Llegaron a una puerta verde, un piso bajo en un edificio de cuatro plantas. Victoria se adelantó para tomar una llave del mismo color y abrir la puerta; el interior estaba oscuro, aunque al menos parecía ordenado. Era difícil qué había más allá del umbral.

—Él te está esperando.

[Suzume Mizuno]

—Soy Victoria, Victoria Knight.—En vez de estrecharle la mano, se llevó esta al pecho. Fátima se quedó sin saber que hacer, así que bajó el brazo, algo incómoda, y asintió con la cabeza—. ¿Igual te han hablado de mí...?

—N-no. Lo siento…—respondió, desconcertada. ¿Quién iba a haberle hablado de ella?

—Es complicado —respondió a su pregunta—. Siempre habéis estado ahí. Mi hermano y yo viajamos entre mundos desde que éramos pequeños, y... Bueno. Hemos visto horrores ahí fuera. Esos monstruos de oscuridad, o invasiones demoníacas... La Federación suele limpiarse las manos y mirar a otro lado.

—Así que viajáis entre los mundos. Y desde pequeños, además—dijo con una sonrisa, sorprendida. Decidió ignorar el tema de la Federación. Parecía que a Victoria le molestaba y no estaba segura de querer iniciar una discusión con aquella chica tan extraña—. ¿Sois de Ciudad de Paso, por casualidad?

Era el único lugar que se le ocurría, aparte de la Federación, donde hubiera gente que conociera la existencia de los distintos mundos y tuviera medios para viajar de uno a otro. Se preguntó con vago interés en qué trabajarían ella o sus padres. Y clavó la mirada una vez más en sus alas. No había visto a nadie con unas así. Apretó los puños y se contuvo para no preguntarle de qué estaban hechas. Le gustaría tanto tocarlas, a ver cómo eran al tacto…


—Salir a enfrentarse a esos peligros es... Admirable.—Fátima salió de su ensimismamiento y se retorció un mechón de pelo, incómoda—. Nadie más lo hace. Vuestra Orden intenta establecer el bien común en los mundos y proteger a sus habitantes; no os movéis por dinero, leyes absurdas o empresas patrocinadoras. Dedicáis vuestra vida a mejorar la vida de otros que nunca sabrán de vuestros esfuerzos. Dios os lo agradece.

—¿Dios…?—repitió en voz baja. No estaba segura de que Dios agradeciese nada. Desde hacía un tiempo no habían vivido más que desgracias con la guerra. En cualquier caso, estaba claro que Victoria no sabía nada sobre Bastión Hueco. No creía que ellos estuvieran de acuerdo sobre lo de establecer el bien común—. Gracias. Es agradable cuando alguien piensa que no estás haciendo el mal—reconoció, aunque se sintió muy infantil por decirlo en voz alta.

En especial le sorprendía, después de cómo había arremetido contra ellos la gente de Ciudad de Paso. Sabía que no todos pensaban igual, pero no dejaba de sorprenderle que hubiera alguien que sintiera tal… devoción por los Caballeros.

Por fin parecía que se acercaban a su destino. Un edificio no muy alto. Fátima recorrió las ventanas con la mirada, esperado ver a alguien asomado. No había nadie. Victoria abrió entonces la entrada, que daba a un vestíbulo oscuro.

—Él te está esperando.

«Por fin llegamos a lo que me interesa».

—¿Él?—repitió, plantándose frente al vano de la puerta. Se negó a dar ni un paso más. Aquello le daba muy mala espina—.Victoria, siento si soy desconsiderada, pero tienes que decirme qué está pasando aquí. He venido, te he acompañado. Pero no voy a entrar a un edificio desconocido sin saber quién quiere hablar conmigo. Espero que lo comprendas.

Se cruzó de brazos y aguardó. No pensaba entrar hasta que Victoria le diera respuestas. Es más, haría amago de marcharse. Ya le había seguido suficiente el juego.

[Soul Artist]

La negativa de Fátima de entrar en la casa descolocó a Victoria. Todo parecía haber ido bien hasta aquel momento para ella, y no entendía aquella reacción tan repentina. Perdió la vista en el suelo mientras pensaba cómo contestar a su compañera, y tras unos segundos comenzó a hablar de forma lenta y alargada.

—Conozco a otro Caballero. Está... Delicado. Me habló de ti y pensé que lo mejor sería que hablarais, porque... Bueno, él se negaba al principio, pero... Él...

—Yo.

Victoria se alarmó al escuchar la voz débil masculina venir del interior de la casa. Un hombre con una capucha se había acercado hasta el marco de la puerta; su aspecto era débil, gastado y enfermizo. Su piel se había resentido y estaba blanqueada como la leche, y sus manos se encontraban huesudas y casi sin fuerzas para apoyarse en el bastón de roble que le ayudaba a mantener el equilibrio.

—¡Señor!

Los ojos verdes del hombre brillaron ligeramente al colocarse sobre Fátima, mientras Victoria se acercaba a él para cogerle de los hombros y ayudarle a ir al salón de la casa. Él levantó la mano, negándose todavía a alejarse de allí, para seguir contemplando la mirada de su vieja amiga.

—Fátima. —Kit suspiró y sonrió ligeramente, tanto como podía—. Te he echado de menos.

Hizo una señal para que entrara en la casa, mientras se dejaba guiar por Victoria hasta el salón.

[Suzume Mizuno]

Victoria pareció sorprenderse ante su negativa, pero Fátima se mantuvo en sus trece. Al final, clavando la mirada en el suelo, comenzó a responder arrastrando las palabras:

—Conozco a otro Caballero. Está... Delicado. Me habló de ti y pensé que lo mejor sería que hablarais, porque... Bueno, él se negaba al principio, pero... Él...

—¿Un Caballero?—Frunció el ceño. No se le ocurría nadie de Tierra de Partida que pudiera llamarla de una manera tan retorcida. A menos que no fuera de la Orden claro…

—Yo.

Fátima pegó un respingo y se volvió hacia la puerta a la vez que Victoria. Alguien se había acercado a la puerta, envuelto en una capucha y una capa, que apenas sí dejaban ver una piel lechosa y enfermiza.

—¡Señor!

No hizo caso de Victoria. El hombre la estaba mirando y Fátima se había quedado de piedra.

—Fátima. Te he echado de menos.

—¿Ivan?—farfulló, demasiado sorprendida para nada más.

En lugar de responder, Ivan le indicó que entrara mientras Victoria, sujetándolo por los hombros, lo llevaba al interior. Tras unos instantes de estupefacción, Fátima se apresuró a ir detrás de ambos, cerrando la puerta. De pronto tenía mil preguntas que hacer. A la vez, no sabía cómo empezar. ¿Hacía cuánto que no veía a Ivan? ¿Dos años? Un día se había marchado de Tierra de Partida y desde entonces no le había vuelto a ver el pelo. Al principio le molestó, pero después asumió que estaría bien y que si había querido irse no podía hacer nada por evitarlo. Además, tenía una nave gumi y dinero. Seguro que todo le iría bien.

Estaba claro que no había sido así. Esperó a que Ivan se sentara y entonces se arrodilló a su lado, intentando contener sus sentimientos. Aun así no podía evitar mirarlo con los ojos muy abiertos. Parecía haber envejecido treinta años de golpe. ¿Qué demonios le había pasado?

Sea lo que fuera, no podía ser tan violenta para preguntárselo de golpe. Intentó imaginar lo que estaría sintiendo él y se obligó a tranquilizarse. Se humedeció los labios y entonces intentó sonreír. Puso una mano sobre la de Ivan.

—Nosotros también te habíamos echado de menos. Ha pasado mucho tiempo…—murmuró, dándole un suave apretón por si le hacía daño. Parecía que tuviera las manos de cristal—. Sigues tan irritante como siempre. ¿No podías decirme en la nota que eras tú? Habría venido volando—dijo, sin dejar de sonreír para que viera que no estaba enfadada.

Tragó saliva. Dios, ¿qué le había pasado?

[Soul Artist]

Kit respondió con una sonrisa cálida al contacto de Fátima, pero no del todo reconfortante. Victoria les dejó a solas mientras se dirigía a la cocina para preparar algo de beber a ambos Caballeros, donde esperaba Pikachu mirando con curiosidad por la ventana; Ivan se quedó sentado en una silla mecedora, junto con su Llave Espada, invocada y apoyada a su lado. Ofreció a su compañera una silla bastante cómoda, con un cojín rojo, para que no se tuviera que arrodillar a él o sentarse en el frío suelo.

El salón estaba oscuro, con las persianas bajadas, pero se podía ver en ella un reflejo de la vida del muchacho. No había televisor, ni ordenador; sólo algunas plantas, una cesta cómoda para un animal de compañía, una mesa con una máquina de escribir y algunos lápices para dibujar.

Una estantería y una cómoda se encontraban al otro lado de la habitación, pegados a la pared. En la primera había dos secciones de libros: unos hablando sobre la Orden y la Llave Espada en general, colocados por encima, y otros más abajo que resultaban ser manuscritos, obras escritas con la máquina de escribir y archivos y documentos sobre Sincorazón y otros enemigos. Se trataba de los diarios de Kit y sus investigaciones, que ahora quedarían inconclusas.

En la cómoda, por otra parte, estaban los recuerdos más gráficos. Estaban enmarcados, como si fueran fotografias, algunos retratos en miniatura algunos capítulos de su vida; ahí estaban cuando ellos dos se enfrentaron a un gigantesco camaleón en Bastión Hueco, o escalando una montaña helada en Tierra de Dragones (¿aquello había llegado a suceder?). También había otras imágenes que quizás no reconociese, pero que involucraban a Nadhia y Ragun.

—Siento que no te dijese que el mensaje era mío. —Kit se rió levemente, contestando a la protesta de su amiga—. Sabes que me gusta el dramatismo. Debería haberme dedicado a teatro, ¿verdad?

El enfermo suspiró, intentando mantener la sonrisa. Dirigió su mirada hacia la cocina, donde Victoria calentaba el té mientras Pikachu se le aproximaba para protestar por querer un poco también, aunque claramente no le fuera a gustar. La chica le apataba con el brazo, temiendo que se pudiese quemar con el fuego de la placa.

—Siento haberme ido. —El muchacho se lamentó, sin apartar la mirada de Victoria—. Era lo que tenía que hacer. No lamento mi marcha, pero debería haberme despedido de ti. Unas palabras habrían estado bien, ¿no?

[Suzume Mizuno]

—Siento que no te dijese que el mensaje era mío. . Sabes que me gusta el dramatismo. Debería haberme dedicado a teatro, ¿verdad?

Fátima le habría soltado alguna ironía si no le hubiera visto tan débil, tan consumido. Casi no conseguía reunir las fuerzas para sonreír. No sólo era un dramático, sino que le costaba una barbaridad explicar las cosas. Siempre tenía que ser el centro de atención. Ya casi lo había olvidado.

—Siento haberme ido.. Era lo que tenía que hacer. No lamento mi marcha, pero debería haberme despedido de ti. Unas palabras habrían estado bien, ¿no?

—No habrían estado mal, no—reconoció Fátima, retorciéndose un mechón de pelo con nerviosismo—. Ivan, ¿para qué me has llamado ahora? ¿Qué te ha pasado? ¿Hay… hay algo que pueda hacer por ti? ¿Es eso?

Lo observó con ansiedad. Sabía que no debía presionarle, que con lo orgulloso que era debía darle mucha vergüenza mostrarse así y que debería darle tiempo. Pero no sabía si podía aguantar. ¡Quería explicaciones y las quería ya!

[Soul Artist]

Victoria se acercó a ambos con una bandeja de porcelana. Dejó un té té inglés para Ivan, con unas pastillas al lado de la taza, y otro árabe para Fátima, acompañado por unas galletitas. Ella, por su parte, tomó una Coca-Cola y se acomodó en su sillón con las piernas recogidas, acogiendo a Pikachu en sus muslos mientras le pedía un poco de la bebida que tenía la chica.

Ivan se enderezó para tomar el té como podía. Cogió dos de las pastillas y las tragó de un golpe para después dar un trago de la taza, digiriendo mejor la medicina. Miró a Fátima a los ojos, apenado, y negó lentamente con la cabeza.

—No hay nada que puedas hacer por mí. Este es mi destino, y estoy conforme con ello. Sólo estoy enfermo. He vivido un poco más de lo debía y... Lo agradezco —los ojos del joven se desviaron un momento hacia Victoria, que jugaba con Pikachu despreocupada de la conversación de los otros dos—. Aunque sea de forma egoísta.

Kit volvió a bajar la mirada, directamente a la taza. Se encontraba agotado, pero todavía tenía fuerzas para moverse. Se levantó, con algo de esfuerzo y cojera, para dirigirse hacia la estantería de los cuadernos y diarios. Tomó tres de ellos y volvió a la mesa, frente a Fátima.

—No quiero nada de ti, Fátima. Te he pedido ya demasiado y he exigido mucho de ti. Siempre he tenido la sensación de que era una carga para ti —Kit sonrió ligeramente, recordando alguna de las riñas que habían tenido—. Nos hemos peleado, y a veces he sido un cretino contigo. Pero siempre te he apreciado, como amiga y como persona. Y nada me hará más feliz nunca que poder ayudarte a alcanzar tus sueño.

Arrastró los tres diarios hacia Fátima, lentamente y con cuidado de no estropearlos. Kit siempre había llevado consigo un cuaderno y un bolígrafo donde apuntar todo lo que veía y trabajar sobre ello; no había faltado a ninguna misión sin ellos. Siempre había querido tomar nota de todo.

—Una vez me dijiste que querías ser historiadora. Esto es todo lo que tengo... Y no es mucho. Pero es un sitio por donde empezar.

Eran tres diarios, tres que recopilaban toda la información que tenía sobre tres mundos concretos: Ciudad de Paso, Villa Crepúsculo y el hogar de Fátima, Atlántica. Había anotaciones sobre ciudades submarinas, brujas malvadas del pasado y teorías sobre cuentos que parecían apuntar hacia aquel mundo y sus sirenas.

—Lo único que he querido de ti, siempre, es tu aprecio y amistad.

[Suzume Mizuno]

—No quiero nada de ti, Fátima. Te he pedido ya demasiado y he exigido mucho de ti. Siempre he tenido la sensación de que era una carga para ti. —Kit sonrió ligeramente, recordando alguna de las riñas que habían tenido—. Nos hemos peleado, y a veces he sido un cretino contigo. Pero siempre te he apreciado, como amiga y como persona. Y nada me hará más feliz nunca que poder ayudarte a alcanzar tus sueños.

Fátima, que todavía estaba en blanco por el bombazo que Ivan le acababa de soltar, observó los cuadernos en silencio, sin saber bien qué pensar. Con las manos temblorosas, dio un sorbo al té y pensó para sus adentros que estaba rico. Seguro que a Malik le gustaría. Una parte de ella comprendía que le estaba costando asimilar lo que acababa de escuchar, mientras que la otra pretendía ignorarlo y por eso pudo tomar lo que le ofrecía Ivan con curiosidad. Una curiosidad que se iba esfumando, pero duró lo suficiente para que examinara los títulos… Y mirara con horror a su amigo.

«Va en serio», comprendió.

—Una vez me dijiste que querías ser historiadora. Esto es todo lo que tengo... Y no es mucho. Pero es un sitio por donde empezar.

—Pero Ivan. Ivan, esto no…

—Lo único que he querido de ti, siempre, es tu aprecio y amistad.

Tras un momento de desconcierto, Fátima se incorporó con brusquedad y estuvo a punto de volcar la taza de té. Apretaba los cuadernos con tanta fuerza que se hizo daño en los dedos.

—¡No me jodas, Ivan, eso ya lo tienes! ¡Pero cómo desapareces tanto tiempo y ahora vienes y… y me dices que… que te estás muriendo! ¡De qué va esto! ¿Cómo has podido rendirte? ¿Por qué no viniste a Tierra de Partida? ¡Estoy segura de que allí podemos encontrar la solución!—Si no hubiera estado tan débil, lo habría abofeteado por estúpido. ¡Esperando hasta el último segundo, creyendo que así todo sería más dramático!—. ¡No me des tus cuadernos y esperes que me quede conforme, joder! ¡Esto era tu trabajo, ¿por qué me lo estás dando a mí?! ¿Por qué te estás rindiendo? —exclamó, al borde de las lágrimas.

¡No entendía nada! ¿Vivir más de lo necesario? ¿Estar conforme? ¡Qué coño le había pasado a Ivan Kit!

[Soul Artist]

La reacción de Fátima asustó a Victoria y el pequeño Pikachu, que saltó de su regazo con las orejas en alto y el pelo erizado para ocultarse tras la silla mecedora de su dueño. Este clavó su mirada, algo triste, en su amiga mientras le reprochaba tirar la toalla demasiado pronto y no haber contactado con ella y el resto de sus amigos en aquel tiempo.

Ivan entrelazó los dedos de sus manos y aceptó el reproche de Fátima en silencio. Victoria, preocupada, se quedó mirándole, pero no recibió ningún gesto por su parte para su alivio. Incluso cuando su amiga terminó de gritarle, el chico tardó en responder unos segundos:

—Es difícil de explicártelo. Sé que no lo comprendes, pero no me estoy rindiendo; lo hice hace tiempo y dejé que esta enfermedad acabara conmigo. Fue Victoria la que me rescató —La mirada de la chica se tornó triste. Levantó las piernas al sofá y se abrazó a ellas sin decir nada—. No sé si fue lo mejor dejar que me muriese o no. Pero tomé una decisión, y quiero pensar que será para bien a la larga. Para mí o para las personas que más aprecio...

Los ojos de Ivan se clavaron en Fátima y los cuadernos que tenía en sus manos, que comenzaban a ceder a la presión de la rabia y el malestar contenido por aquel encuentro.

—Si no quieres continuar mi trabajo es tu decisión, Fátima. No voy a obligarte a continuar lo que yo dejé a medias. Pero te lo lego porque sé que serás mejor de lo que yo jamás fui, ¿entiendes?

El muchacho sonrió. Se encontraba débil, pero aquella sonrisa era lo más sincera y tranquila que su cuerpo marchito y agotado podría darle.

—Y quiero que se lo demuestres a todos.

[Suzume Mizuno]

—Y quiero que se lo demuestres a todos.

Fátima se mordió la lengua con tanta fuerza que se hizo daño, pero no prestó atención. Las ganas de golpearlo iban en aumento, pero no pensaba hacerlo. Al darse cuenta de que estaba dañando los cuadernos, los dejó en la mesa, se aseguró con torpeza de que estaban bien y después abrió y cerró los dedos. No sabía qué hacer con las manos. No sabía qué hacer en sí, ni cómo reaccionar, ni qué decir. No sabía nada.

—Eres un egoísta y siempre lo serás—farfulló al final—. Hasta el maldito final.—Giró sobre los talones y se dirigió a la salida—. Ahora vuelvo. Necesito… un poco de tiempo.

Sabía que no era la mejor forma. El que se moría era Ivan, no ella pero, ¿qué esperaba? ¡Así, de sopetón, sin más! La oleada de frustración era tan grande que tuvo que resistirse para no dar una patada a la puerta, si bien cerró más fuerte de lo necesario. No consiguió llegar más allá de las escaleras antes de romper a llorar. Allí se sentó y enterró la cara en las manos, sin poder creerse lo que estaba sucediendo.

*

Fátima tardó una hora en regresar. Para entonces tenía los ojos hinchados, pero había conseguido dominarse lo suficiente para dedicar una sonrisa trémula a Ivan Kit y a Victoria.

—Perdón. Estaba muy alterada. Sé que no era el momento, pero lo necesitaba. —Fue hasta donde había estado sentada antes, recogió los cuadernos y los puso sobre su falda—. Seguiré con tus investigaciones, Ivan, porque eran interesantes y sería… horrible que se quedaran sin terminar. Además, es algo tuyo.—Intentó volver a sonreír y sólo consiguió formar una mueca. Respiró hondo y se relajó un poco, aunque la voz todavía le temblaba—: Tengo que intentarlo una vez más: ¿no quieres volver a Tierra de Partida…?—Meneó la cabeza al escuchar la respuesta—. Terco como tú solo.

Acarició los cuadernos, los dejó en la silla y se adelantó para darle un abrazo, con toda la suavidad que pudo. Cuando se separó atrajo el asiento para quedar a su lado y le cogió una mano raquítica.

—Sabes, mientras estaba fuera he estado pensando en lo gilipollas que eras cuando nos conocimos. En la vez que acabamos en Bastión Hueco—dijo con una débil risilla—. Intentabas ligar conmigo y de una forma muy descarada. Luego casi me dejaste atrás, rodeada de Sincorazón.—Arqueó una ceja y le apretó un poquito la mano para darle a entender que no estaba enfadada—. Todavía me cuesta entender cómo te cogí cariño, con lo que te merecías esa patada que te di. Espero que se haya comportado bien contigo—dijo, volviéndose para mirar a Victoria—. Porque seguro que ha sido insoportable mientras estaba enfermo.

Miró otra vez a Ivan.

—Lo siento. No tenía que haberme puesto así. Y… no sé bien cómo o qué debería decir. Es decir… Voy a venir a verte. Todas las veces que sea necesario, de verdad, pero… No sé. Cuéntame cosas. Dime hasta dónde llegaste en la investigación, dime dónde estuviste estos años antes de… Ya sabes. Y cómo te llevas con la pobre chica. Espero que no la tengas de criada.

Quería eliminar toda la impresión negativa que había dado antes porque Ivan Kit no se lo merecía. Seguramente había imaginado que si se comunicaba con ella, la reacción no sería buena, pero al menos lo había hecho. Eso significaba que la valoraba como amiga. Lo suficiente como para verle así. Saberlo le provocaba unas ganas insoportables de llorar y tenía que luchar por controlar las lágrimas. Por una parte seguía enfadada con Ivan hasta el punto de gritarle que no era justo que la hiciera sentir así, que era un idiota, que no desistiera, que seguro que encontraban una manera. Por otra, sabía que Ivan era un orgulloso y que si hubiera tenido la más mínima oportunidad de salvarse, habría esperado a estar mejor para hablar con ella. Eso hacía que doliera más todavía saber que le dejaba sus estudios, que se estaba despidiendo. Significaba que Ivan había llegado al final.

Le costaba tanto asumirlo, tragarse la verdad que se le había formado un nudo en la garganta que le dificultaba hablar. Había intentado valorar todo lo que sabía, todo lo que sentía para decidir qué hacer y se había dado cuenta de que si Ivan la había llamado, no era para que le reprochara mil cosas que ya no tenían sentido. Se lo tendría que tragar todo, porque Ivan no lo necesitaba. En su lugar tenía que actuar como su amiga, estar para él… Como no lo había estado durante todo aquel tiempo.

Así que haría lo que quisiera. Cualquier cosa con tal de serle de ayuda.

[Soul Artist]

La respuesta de Fátima puso sonrojada a Victoria, que relajó las piernas y abrazó un cojín en su lugar. Su presencia había pasado tan desapercibida que meterla en la conversación, y más para señalar que quizás Ivan estuviese abusando de sus cuidados.

—¡A mí no me importa! —soltó ella de forma intuitiva, pero en poco tiempo se arrepintió de sus palabras e intentó corregirse—. Quiero decir, ¡no me trata como una criada! Yo estoy contenta con lo que hago.

—Tranquila. No abuso de su ayuda, te doy mi palabra.

Ivan le contó, durante el resto de la tarde, cómo habían ido las investigaciones históricas durante aquellos años. Pequeños datos, o grandes, y teorías que había formulado en alto con otros compañeros, como la posibilidad de que Ciudad de Paso estuviese formada por los restos de varios mundos. De Atlántica le resaltó la presencia de un barco de avanzada tecnología hundido en el mar que quizás Fátima reconociese por usar una energía oscura especial en forma líquida.

Sin embargo, lo que evitó en todo momento fue revelarle dónde se había instalado tras abandonar Tierra de Partida. No parecía cómodo ni tampoco se abría a la posibilidad de contarlo; no se trataba de crear misterio, como podía hacer a veces, sino una incomodidad muy particular.

Al cabo de unos pocos minutos ya había anochecido. Victoria se había quedado dormida abrazada a Pikachu, mientras este protestaba intentando escapar de su pecho. Kit se quedó observándola con mirada triste y volvió a dirigirse hacia Fátima, dejando de lado sus investigaciones.

—Lo siento. He estado hablando de mí y no he preguntado por ti... He leído algunas cosas en el periódico, pero prefiero que me cuentes. ¿Cómo te ha ido a ti en la Orden? ¿Al final funcionó lo de aquel chico?