Un desastre, lo que había empezado como una forzada
invitación a comer había terminado como una guerra de trincheras con postres y comida. Los pobres pastelitos y los deliciosos platos empezaron a volar de mesa en mesa como si a nadie le importara la gran dedicación que había supuesto el hacer toda aquella comida.
Hiro yacía con un brazo de gitano relleno de nata entre las manos, destrozado, pisoteado y desmenuzado, mientras se lamentaba por aquella deliciosa baja. De sus ojos caían lágrimas de tristeza por aquel postre que jamás podría catar y en su pequeño corazoncito sentía que nunca podría probar una delicia igual. Probablemente aquello era una exageración pero tenía hambre y se le había antojado la susodicha tarta. La rabia y la tristeza por no poder devorar aquel festín invadieron el cuerpo del aprendiz, quien, a riesgo de convertirse en un hipócrita, empezó a lanzar comida a diestro y siniestro.
Pastelitos y galletas, incluso una o dos tartas grandes, fue cogiendo mientras pasaba desapercibido en la guerra personal que tenían algunos entre si, una gran ventaja sin duda para el aprendiz, quien casi se podía mover sin miedo a recibir fuego concentrado, siempre que no saliera de su improvisada cobertura de banquillos y mesas.
Cuando consiguió reunir una cantidad considerable de todo un apoyo improvisado de presentó en el lugar, Goei, recién levantado de su resaca, se dejó caer por aquel lugar, confuso y molesto por aquel desfile de comida que caía y caía, junto a los gritos desmesurados de los aprendices, se acercó a un rico, sabroso y enfilado conjunto de Salchicas y las tomó con su pata.
—
¡Con la comida no se juega, mastuerzos! — Había aparecido en el campo de batalla una piñata parlante, una diana redonda, un muñeco de tiro al blanco, ya que seguro que sería el flanco de algún espabilado, pero que se preparara aquel que osara tocar al alocado Moguri, pues recibiría una de las muchas tartas que Hiro había cogido, y con su magistral puntería era imposible que fallara.
Mientras el aprendiz perruno se dedicaba a lanzar, detrás de una improvisada trinchera de mesas, los pastelitos y las galletas cual estrellas ninja a aquel aprendiz que fuera tan osado, o estúpido, para dejarse ver por medio del campo; se lo estaba tomando como una venganza ante el desaprovechamiento de aquella comida.
De vez en cuando paraba unos segundos para comerse algo de su arsenal, que estuvieran en
guerra no significaba que no pudiera disfrutar de aquella comida.
No sé si dijiste algo sobre si se podían usar o no las mascotas, si no se puede mea culpa, omito la parte de Goei y ya.