—Veamos cuánto has aprendido —dijo Light, mostrando una suave sonrisa. Materializó su Llave Espada y se puso en guardia.
Aquella mañana había decidido entrenar con su compañera Keiko. Ambos se encontraban en el castillo de Tierra de Partida, específicamente en un aula de entrenamiento, sobre un cuadrilátero.
Light estaba dispuesto a darle unas lecciones de esgrima a su compañera. Para qué negarlo, se especializaba en combate con armas blancas, así que era de los más idóneos para enseñarla.
No era un espadachín tan experto como Ronin, pero seguro que ambos salían beneficiados de aquel improvisado entrenamiento. Incluso sin Maestros, los aprendices debían dar lo mejor de sí en sus sesiones en solitario (o en pareja, en este caso). Desde el regreso de Aaron el universo se había vuelto mucho más peligroso y tenían que estar preparados, era muy consciente.
Todavía no usaría ninguna habilidad extraña que pudiera sorprenderla o doblegarla, se limitaría a defenderse de sus estocadas con su gran llave: Alma Inquebrantable. Haría gala de toda su destreza con la espada, por lo que bloquearía con suma facilidad sus ataques. Tampoco le costaría demasiado esfuerzo desarmarla.