Fátima sonrió de lado e hizo una pequeña zalema. Cuando bajaron al piso inferior le ofreció el brazo a Celeste y la acompañó hasta una de las mesas. Ignoró a Gastón y a la gente que la rodeaba.
No le gustaba Bastión Hueco ni creía que llegara a sentirse cómoda nunca con sus miembros, pero ahora que se había acabado la guerra y era Maestra suponía que tenía que empezar a hacer excepciones. Al menos no llegar al extremo de sucesos como el de Coliseo del Olimpo.
Pero al menos Celeste había conseguido algo que otros aprendices más experimentados de su bando, no. Había logrado que le cogiera cierto respeto.
«Por algún lado se empieza» se dijo, y se preparó para el largo día que las aguardaba.
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