[Castillo de Bestia] To trust someone else

[Denna]

«La peor decisión de mi vida».

Pronto dejé atrás las voces y la seguridad de la compañía humana, adentrándome en el bosque más oscuro y tétrico que había visto en toda mi vida. La expresión “meterse en la boca del lobo” nunca me había parecido tan irónica, pero no tenía fuerzas para reírme.

Avancé unos metros y me dispuse a esperar. Los lobos eran muy rápidos, pero estaba segura de que, a esa distancia, podría salir del laberinto de árboles y dejarlos atrás en el peor de los casos. Me mordí el labio, mirando hacia atrás. Sí, podía correr muy rápido, lo suficiente. Y si no, me quedaba la opción de trepar.

Así que esperé. En absoluto silencio y atenta a cualquier amenaza. El corazón me latía tan deprisa que todos los Sincorazón dentro y fuera del bosque debían de oírlo.

De alguna manera, mis pensamientos volaron hacia mi hermano, Gilbert. Las historias de terror que me contaba de pequeña siempre eran protagonizadas por lobos hambrientos que se aparecían a los pies de mi cama. En medio de la oscuridad, sonreí. «Ay, mon frère, si pudieras verme ahora... ». Fijo que se partiría de risa.

Un crujido me despertó de mi ensoñación. Tensé los músculos y estiré el brazo para iluminar delante de mí; un nudo en el estómago se apoderó de mí al ver aparecer dos lobos de brillantes ojos amarillos. Descarté que alguno de ellos fuese el alfa que buscábamos: eran demasiado pequeños y se parecían mucho.

Invoqué la Llave Espada y disparé un nuevo Electro al Sincorazón más cercano, pero lo esquivó con agilidad y se abalanzó sobre mí, abriendo las fauces. Me encogí, pero la visión de sus colmillos —demasiado afilados para mi gusto, gracias— hizo que mi brazo se moviera sólo y embistiera la cabeza del lobo con la antorcha.

La bestia rodó por el suelo entre aullidos, tratando de apagar las llamas. Apunté de nuevo con la Llave Espada y murmuré un hechizo, pero el otro lobo se me adelantó. Aprovechando que había estado centrada en su compañero, había atacado a traición desde mi derecha para derribarme al suelo.

En algún entrenamiento deberían enseñar a una a caer. Me llevé un buen golpe en la cabeza que mermó mis fuerzas, hecho que el Sincorazón no iba a desaprovechar. Sus garras se clavaron con rabia en mi pecho, arrancándome un alarido, y no quise ni pensar qué habría pasado de no haber interpuesto la Llave entre ambos.

De mientras, el otro ya se había recuperado del golpe y se acercaba despacio.

[Suzume Mizuno]

Los aullidos recorrieron la explanada y todos se quedaron quietos. A Gastón no le tembló el pulso mientras la mantenía en el aire. Fátima ya estaba roja y le costaba bastante respirar, aunque todavía más no meterle una bien merecida patada entre las piernas. Gastón abrió las manos entonces y Fátima cayó de pie, doblando las rodillas y absorbiendo parte del golpe para no acabar despatarrada en el suelo. Se frotó el cuello y dijo con la voz rota:

—La chica quería quedar bien delante de ti y salió corriendo sin que pudiera evitarlo. Seguramente está esperando mientras perdemos aquí el tiempo.

Las cejas de Gastón se arquearon y una sonrisa le retorció los labios. Fátima contuvo un estremecimiento. Era un hombre atractivo, pero sus gestos le ponían la piel de gallina. Aun así, no podía permitir que se lanzara sin más a por los Sincorazón, así que lo primero era…

—¿Qué hacemos, señor? Somos muy pocos, ya ve lo que han hecho a dos personas, cuatro no hará demasiada referencia…

Gastón se frotó el mentón y luego alzó la voz y dijo:

—¡Llevemos a este hombre dentro! ¡Luego iremos a por refuerzos!

—Señor, yo soy demasiado débil para cargarlo. ¿Le parece bien si voy a por los refuerzos?

Gastón, por suerte, no le escuchaba y estaba demasiado ocupado cargándose, con sorprendente facilidad, al herido al hombro. Asintió con la cabeza pero le clavó una mirada peligrosa.

—No creas que me voy a olvidar de lo que has hecho.

Fátima puso una expresión compungida que, esperó, satisficiera el ego de Gastón. Pareció que sí, porque el hombre echó a andar a paso veloz hacia el pueblo. Fátima cerró la mano entorno a su pistola, dio media vuelta y echó a correr hacia donde se suponía que estaban los refuerzos pero, en cuanto perdió de vista a Gastón, aceleró rumbo al bosque. El corazón le martilleaba el pecho y las sienes y pronto se quedó sin aire, pero aun así no redujo el ritmo.

«¡Ya casi estoy! ¡Que no le haya pasado nada, que no le haya pasado nada!»

[Denna]

El dolor se volvió tan insoportable que no tuve otra opción que contraatacar. La adrenalina hizo acto de presencia y me dio la fuerza necesaria para quitarme al bicho de encima con un empujón. Tracé un corte horizontal y logré alejarlo el tiempo suficiente como para incorporarme y retroceder.

Entonces, el segundo Sincorazón arremetió desde la izquierda. La Llave Espada desapareció de mi mano y en su lugar se materializó la lanza, cuya punta acabó hundida en un costado. Hice girar la Valquiria delante de mí, estableciendo un espacio entre los lobos y yo.

Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Había sobrevivido al primer asalto, sí, pero no estaba en mejores condiciones que los Sincorazón. Aunque estaba herida, parecía mucho peor de lo que era en realidad —nada comparable a la pierna de aquel cazador; sobreviviría, al menos a eso—. La antorcha se había caído y apagado en el forcejeo y ahora me encontraba con la luna como única fuente de luz.

Retrocedí. Estaba en una clara desventaja y sólo tenía dos opciones: enfrentarme a ellos o huir. Y no era tan estúpida como para arriesgarme a lo primero.

—Ráfaga.

El hechizo los alejó todavía más y aproveché para volver por donde había venido. «Una retirada estratégica». Confiaba en que los lobos estaban lo suficientemente débiles como para ser abatidos a tiros por los cazadores, si es que Fátima no nos interceptaba en el bosque antes.

Y qué sorpresa la mía cuando vi que sólo uno me seguía. Por poco no frené en seco. Enseguida localicé al otro, trepando por un montículo de rocas. «¿Qué está..? ». Contuve el aliento, con los ojos fuera de órbita, cuando echó la cabeza hacia atrás y aulló a la luna.

Se hizo un silencio terrible. Y luego, decenas de aullidos correspondieron a su llamada.

[Suzume Mizuno]

Le pareció ver sombras entre los árboles, pero no podía detenerse y ponerse a buscar si eran lobos de verdad o Sincorazón. En el último caso imaginaba que vendrían a por ella, de modo que se limitó a seguir corriendo. Entonces escuchó todos aquellos aullidos y se le heló la sangre en las venas.

El camino dobló un recodo y la vio.

—¡Celeste!—gritó, invocando la Llave Espada.

Un Sincorazón saltó sobre ella. Fátima disparó un Piro, se echó a un lado, dio un giro de cabeza y lo atravesó por la mitad. Tuvo que rematarlo con un ataque acuático. Después derrapó para quedar al lado de la aprendiza de Bastión Hueco. Vio que estaba herida. Hizo cálculos y se dijo que podría seguir adelante incluso malgastando magia; la necesitaba entera y no herida. De modo que desplegó sobre ella un Cura +.

—¿Cuántos son?

Había sobre rocas, asomándose entre los árboles. Contó al menos diez.

Luego escucharon los pasos.

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Era bastante más grande que los demás y lo rodeaba un aura de oscuridad. No era el mismo que la había atacado en su anterior visita a aquel mundo, pero estaba claro que era el líder de aquella manada. Bien.

Fátima desató el Estilo, provocando que sus ojos se tornaran azules y que Gran Ondina se materializara a su lado.

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—Apoya a Celeste—le indicó a su esencia de agua—. Libraos de los Sincorazón pequeños. Yo voy a por este. En cuanto podáis, echadme una mano.

Y dejando a Gran Ondina en manos de Celeste, segura de que la esencia de agua apoyaría bien a la chica, se arrojó contra el Sincorazón alfa preparada para arrojarle un Dragón de agua.

[Denna]

El lobo bajó de las rocas de un ágil salto, con los ojos clavados en mí. Los aullidos se intensificaron y enseguida me vi rodeada de una manada al completo.

«¡Tengo que salir de aquí ya!», pensé. Si apenas aguantaba contra dos, diez me harían picadillo en lo que se tarda en gritar un hechizo.

Pero antes de que pudiera reaccionar, el Sincorazón desvió la mirada hacia un punto detrás de mí. «¿Qué..?». Me di la vuelta a toda prisa, a la espera de encontrarme con más lobos, y casi me choqué con Fátima.

En la vida me había alegrado tanto de ver a alguien. La chica se deshizo de uno de los lobos y se posicionó a mi lado para curarme.

—Te has hecho de rogar —le reproché, aunque con una sonrisa—. Gracias.

—¿Cuántos son? —inquirió.

—Quitando al que acabas de matar, once. Aunque esos dos de ahí están a nada.

Fue decírselo y oír los pasos. Se me erizó el vello de los brazos y sentí una especie de sensación de déjà vu. Expectantes, animales, humanas y Sincorazón nos quedamos mirando cómo un lobo gigantesco entraba en escena. Desprendía oscuridad por todos lados, y no pude evitar encogerme.

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—Parece que ya tenemos a nuestro alfa —dije en un susurro nervioso.

Los lobos se volvieron hacia nosotras. Apreté los dientes y me puse en posición, a la espera de que se acercaran, cuando algo apareció a mi lado.

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«¿Es... agua?».

—Apoya a Celeste—habló Fátima, encarando a la criatura—. Libraos de los Sincorazón pequeños. Yo voy a por este —ordenó. Sus ojos centellearon, ahora anormalmente azules—. En cuanto podáis, echadme una mano.

Me acordé de Ragun y su habilidad para hacer aparecer Sincorazón de la nada y asentí.

—¡Claro!

Salí disparada al encuentro del primer Sincorazón, el mismo de antes. Gruñó y atacó con sus zarpas, pero me agaché a tiempo y le asesté un corte vertical que acabó por fin con él. Busqué a la mujer de agua con la mirada y la hallé a pocos metros, peleando contra tres lobos a la vez y rechazando sus ataques con una curiosa espada. Para mi sorpresa, vi que era buena, realmente buena.

Me acerqué corriendo a su espalda y disparé una Estela de chispas en dirección al primero de los lobos. Con el suelo y el pelaje empapados, el ataque los alcanzó a los tres y fulminó por completo a uno. Una estocada certera por parte de la espada acuática terminó al tercero.

«Cuatro menos», pensé, esperanzada. «Quedan seis ».

[Suzume Mizuno]

El Sincorazón jefe consiguió esquivar el Dragón de agua, pero Fátima pudo manipularlo en medio del vuelo para que se retorciera sobre sí mismo y persiguiera de nuevo al animal. No logró embestirlo por completo, pero sí rozarlo y hacerle perder pie el tiempo suficiente para que ella se arrojara sobre él con la Llave Espada y lo golpeara en la cabeza.

Justo antes de ir a recibir un zarpazo, Fátima se impulsó hacia un lado y rodó por el suelo un par de metros para luego levantarse de un salto. Preparó dos brazos de agua con su Tirabuzón y arrojó uno contra el Sincorazón, que no era tan veloz como el otro al que se había enfrentado. Consiguió arrojarlo contra un árbol, pero tumbó el mismo, se aferró con las patas y saltó contra ella. Si Fátima no hubiera usado el agua que le quedaba para protegerse y desviar su ataque, habría acabado sin garganta.

Empapada y jadeante, Fátima retrocedió atropelladamente y echó un vistazo a Celeste para ver cómo le estaba yendo. Aún le quedaban bastantes Sincorazón por eliminar.

Por el rabillo del ojo vio una sombra y de pronto el lobo estaba frente a ella; debía haber cogido un impulso brutal, y muy silencioso, para moverse tan rápido. Sus fauces se cerraron en un hombro de Fátima y la arrastró consigo del impulso. Fátima contuvo un alarido de dolor, invocó el tessen y se lo clavó con todas sus fuerzas en un costado. No logró que la liberara, así que provocó una Prisión de estacas que se hundieron en el cuerpo del Sincorazón. Fátima fue liberada y lo primero que hizo fue tomarse un éter.

Entonces uno de los Sincorazón menores la atacó por detrás. Fátima maldijo, tropezó y volvió a invocar un Tirabuzón, con el que de un par de golpes consiguió destruir al lobo. Otro menos para Celeste.

Se enfrentó entonces al lobo, que volvía a cargar contra ella a toda velocidad. Se preparó para esquivarlo. Tenía que acertarle de alguna forma, antes de que le dejara los brazos inútiles. Apretó los dientes y mandó una orden a Ondina, para que se diera prisa. Iba a necesitar su apoyo; no podía usar su ataque final contra el lobo si este lo esquivaba, maldita sea.

[Denna]

La chica se abalanzó sobre el siguiente grupo de Sincorazón y decidí seguirla de cerca, rápida como una sombra. Dos lobos se habían subido a las rocas, gruñendo hambrientos. Saltaron por encima de mi nueva aliada y tuve que maniobrar con la lanza para que no me derribaran de nuevo. Quizás por una tremenda habilidad nunca antes vista, quizás por pura suerte, logré golpear a uno en la cabeza y propinar un buen tajo en el cuello al otro al mismo tiempo. Cayeron al suelo con un golpe seco y, al instante, desaparecieron bajo una hoja azul.

La mujer de agua serpenteaba delante de mí. Sacudió la espada mientras los dos corazones volaban hacia el cielo y se dio la vuelta para encarar a los pocos que quedaban.

Fui a agradecerle el gesto cuando otro lobo cruzó mi campo de visión. Con las garras por delante, golpeó de lleno en el torso la chica, que se rasgó y se deshizo ante mi atónita mirada. Presa del pánico, solté un gritito ante la figura del animal, intacto, que caía con una elegancia insultante delante de mí y me enseñaba los dientes.

Disparé otro Electro aprovechando que estaba empapado y me lancé contra él con una serie de cortes rápidos. Cuando se le pasó la parálisis, pero, ya había acabado.

Sólo quedaban tres. Observé de reojo a Fátima, preguntándome si se habría percatado de lo que le había pasado a su invocación, y la vi terminar con otro de los lobos pequeños —«Vale, ahora quedan dos»—. El alfa debía de acechar alrededor, todavía sentía esa oscuridad tan desagradable.

Pero los lobos eran lo primero. Busqué a los que quedaban con la mirada. Mierda, ¿dónde se habían metido? ¿Y si habían..? Una idea terrible pasó por mi cabeza y me giré, tan rápido que los huesos de mi cuello crujieron. Pero no lo suficientemente deprisa.

La luna arrancó un destello a las zarpas del lobo. Habría sido mi última imagen de no haberse interpuesto una espada azul entre ellas y yo. Una espada que se me hacía muy familiar. De alguna manera, la esencia de agua volvía a estar entera y con renovadas fuerzas, y acababa de mandar al Sincorazón volando por los aires de un corte certero.

Le di las gracias. El último de los lobos reculó y avancé un par de pasos, sin perder de vista a la chica. Ésta miraba en dirección a Fátima con una determinación que antes no tenía; ella aún luchaba contra el alfa con su magia. La mujer de agua se inclinó un poco en su dirección, dubitativa, y até cabos:

—¡Ve con ella! —exclamé. ¿Era capaz de entenderme? Señalé a Fátima por si acaso—. Yo me encargo del último. Te necesita.

Confié en que eso acabara de convencerla. Por mi parte, me volví hacia el Sincorazón y lo ataqué, esperando acabar con él rápidamente y ayudar contra el líder de la manada.

[Suzume Mizuno]

Ondina asintió en dirección a Celeste y se arrojó a ayudar a su dueña. Justo a tiempo porque el Sincorazón jefe cargaba contra ella a toda velocidad y Fátima se debatía entre dejarse golpear para poder acertarle en un punto débil y esquivarlo una vez más.

La esencia de agua obligó al Sincorazón no solo a cambiar de dirección para evitar un choque, sino que le acertó con su espada en un costado. Fátima no perdió tiempo para lanzarse hacia ella con su Llave Espada, atacando a diestro y siniestro para obligarlo a retroceder. No necesitaba gritar órdenes a Ondina, ella sabía lo que tenía que hacer.

Entre las dos rodearon al lobo, haciéndolo retroceder mediante estocadas sin llegar a atacarlo cuerpo a cuerpo. El corazón de Fátima latía desbocado y escuchaba, atronadores, los latidos en sus oídos. Casi no podía respirar e incluso llegó a olvidarse del dolor del brazo.

Consiguieron arrinconarlo contra un árbol pero, cuando Fátima fue a atacar, escapó de un ágil salto a un lado.

—¡¡Celeste!!—gritó—. ¡¡Rápido, córtale la retirada!!

No podía esperar, tendría que confiar en ella antes de permitir que se escapar. Aspiró una bocanada de aire y ordenó a Ondina que atacara. Sabía que en cuanto lo hiciera, el lobo saltaría. Y para eso tendría que estar Celeste.

Si es que lo lograba.

Fátima esperó unos instantes, los suficientes para que Celeste pudiera asestar un golpe o hacer retroceder al monstruo. Entonces, antes de que se le fueran las fuerzas, antes de que se le agotara la magia, liberó una Marea que estalló bajo las patas del Sincorazón a la vez que Ondina se tiraba sobre Celeste para protegerla en caso de que estuviera cerca.

[Denna]

Estaba cansada. Aquella era, sin lugar a dudas, la misión más difícil y agotadora a la que me había enfrentado. La adrenalina era lo único que me mantenía en pie.

Por suerte, había aprendido ya cómo actuaban los lobos Sincorazón. Esperé a que se impacientara y tratara de morderme a la desesperada, mostrando un punto flaco que no desaproveché. Golpeé lo más fuerte que pude y lo lancé contra el suelo, donde ya no le dio tiempo a levantarse.

Ya sólo quedaba...

El alfa seguía en pie, peleando a mis espaldas. La chica de agua se había unido a Fátima y ambas atacaban de manera compenetrada, sin siquiera mediar palabra. Pero el lobo era rápido, muy rápido, y se movía de un lado para otro.

—¡¡Celeste!!—Oí a Fátima chillar—. ¡¡Rápido, córtale la retirada!!

¡Ya casi estaba! Y lo mejor, lo tenía justo delante. Haciendo acopio de la magia que me quedaba, disparé una serie de Electro en su dirección al tiempo que me acercaba lo máximo posible. Viendo su agilidad, sabía que el alfa los esquivaría, pero eso iba a impedirle avanzar, dejándole a la merced de mi compañera. De un modo u otro estaba acorralado.

A continuación, todo pasó muy rápido. Algo apareció bajo mis pies y olí a agua salada. «¿Un ataque? Pero...». No tuve tiempo para decir nada, una tromba de agua se precipitó sobre el alfa y sobre mí.

***

Cuando me atreví a abrir los ojos, me sorprendí buscando al lobo antes de comprobar que estaba entera. Empapada, pero sana y salva. Mirando el lado positivo, ya no tenía ni pizca de sueño.

—Se acabó —murmuré, dejándome caer sobre el camino.

[Suzume Mizuno]

Fátima apoyó las manos en las rodillas y respiró hondo varias veces. Ya estaba. Habían terminado con él.

«Pero no con el otro…»

Sacudió la cabeza. Por hoy bastaría. Se acercó a Denna, que se había quedado tumbada en el suelo, se acuclilló a su lado y le dio un toquecito en el hombro.

—¿Estás entera?—Esperó su respuesta. Si lo necesitaba, efectuaría un conjuro sanador sobre ella—. Lo has hecho muy bien. Gracias.

Le tendió una mano para ayudarla a incorporarse. Ahora quedaba el camino de vuelta y poner excusas, aunque, la verdad, no le apetecía nada, principalmente por Gastón.

Si Celeste necesitaba ayuda, le echaría un cable para caminar. Aunque estaba herida, había pasado por cosas peores y creía que todavía podría mantener el ritmo un rato. Al menos el suficiente para llegar al pueblo antes de que amaneciera.

—Creo que deberíamos quedarnos un par de días para asegurarnos de que no hay más Sincorazón, aunque si te han dicho que regreses pronto deberías irte por la mañana, antes de que te empiece a perseguir Gastón.

Decidió omitir decirle que se suponía que le admiraba. Si se cruzaba con el héroe del pueblo, probablemente pensaría que se lo había imaginado él solito. Por otra parte, no sabía qué más decirle. Seguía opinando mal de Bastión Hueco y no estaba segura de cuánto cambiaría Celeste con el paso de los años, como lo había hecho Ragun. Eso no quitaba, claro, que la chica había hecho un buen trabajo.

Tampoco que, de momento, no le había hecho nada malo. Aunque si siempre iba a tener que esperar a que el otro diera el paso…

Cuando llegaron al linde del bosque, Fátima suspiró. Todavía se escuchaba el aullido de algún lobo en la distancia, pero estaban lejos y quería suponer que serían animales de verdad.

—Vamos.

[Denna]

—¿Estás entera?

Abrí los ojos, perezosa, y me encontré con Fátima. Tenía alguna que otra herida superficial y el sombrero torcido sobre la cabeza pero, por lo demás, estaba ilesa.

—He estado peor —admití, incorporándome un poco—. Nada que un sueño reparador no pueda curar. ¿Qué hay de ti?

—Lo has hecho muy bien —dijo Fátima entonces, para mi sorpresa—. Gracias.

—A ti por no volarme por los aires y por no abandonarme en el bosque. —Sonreí, demasiado cansada como para bromear siquiera. Demasiado, pero no tanto como para no darme cuenta de lo vulnerable que había estado en realidad, y lo fácil que le habría sido matarme y echar la culpa a los lobos.

Perdí la sonrisa. Vaya si habría resultado sencillo. ¿Qué habría hecho yo en su lugar? Preferí no pensar en ello y dejé que Fátima me ayudara a levantarme. Dios, estaba molida. Los efectos de la adrenalina empezaban a pasar; la cabeza me palpitaba y sentía que el mundo entero se me venía encima. Lo mejor sería ponerse en marcha de vuelta a la aldea.

—Creo que deberíamos quedarnos un par de días para asegurarnos de que no hay más Sincorazón, aunque si te han dicho que regreses pronto deberías irte por la mañana, antes de que te empiece a perseguir Gastón.

Me encogí de hombros.

—Tú mandas, Maestra. Pero no creo que haya otra manada de Sincorazón en el bosque, ya nos la habríamos encontrado...

Decir, no me habían dicho nada. No le di mucha importancia; por un par de días no creía que fuera a pasar gran cosa. Y mejor prevenir que curar.

Tras un rato en silencio, dejamos atrás el bosque. La mayoría de los cazadores se habían reagrupado ante las puertas de la aldea y parecían estar discutiendo. Fruncí el ceño. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me había metido ahí dentro?

Las disputas se convirtieron en exclamaciones de alivio cuando el primero de los hombres nos vio salir del bosque. Gastón, que iba en cabeza, se dio la vuelta y se acercó a grandes zancadas hacia nosotras.

—¿Estás bien? —inquirió, mirándome en busca de alguna herida. Asentí enseguida y centró su atención en Fátima—. Tú. Cuéntame lo que ha ocurrido en el bosque. ¿Y los refuerzos? ¿Por qué no fuiste a por ellos?

¿Refuerzos? Miré a Gastón y luego a la chica, extrañada.

—¡Ha sido culpa mía! —intervine en cuanto acabara de responder—. No os enfadéis con él, yo le pedí que fuera a ayudarme en cuanto pudiera. El... el hombre de la pierna herida lo escuchó todo, no miento. Siento haber echado por tierra vuestros planes...

[Suzume Mizuno]

Chasqueó la lengua cuando Gastón se acercó a ellas y respondió con aire, esperaba que compungido:

—Me pareció escuchar a la joven, así que fui y se me olvidó por completo llamar a los refuerzos, pero no se preocupe, hemos herido a cuatro lobos—era un buen número, subirlo despertaría suspicacias—y creemos que uno era un líder de manda por su tamaño.

Por suerte Celeste saltó antes de que Gastón pudiera poner en duda sus palabras. Fátima se apretó la herida, que se había dejado para que no pareciera que había estado rascándose la nariz, y dejó que Celeste se ocupara de todo.

Gastón se relajó de inmediato en cuanto ella empezó a hablar y pareció olvidarse de Fátima. En su lugar elogió el valor de Celeste y le aseguró que no había que interrogar a nadie. Después comenzó a hablar sobre los lobos que habían visto rondar una cerca y que habían tenido que ocuparse de ellos antes que nada. Fátima contuvo un suspiro. Posiblemente Gastón había hecho todo lo que decía, pero se pintaba como tal protagonista heroico que le entraban ganas de vomitar.

Le recordaba a muchos chicos de su pueblo. Tan odiosos todos.

Al bajón de adrenalina se sumó un creciente malestar y se fue poniendo pálida. Quería alejarse de allí cuanto antes y dejar de escuchar esa voz jactanciosa y masculina, llena de autosatisfacción.

Por eso, a la primera de cambio, es decir, en cuanto llegaron los acólitos de Gastón para recordarle que todavía tenían que rodear el perímetro un par de veces, Fátima aprovechó para escaparse. Si Celeste la acompañaba comentaría por lo bajo:

—La gente como él me pone enferma.

Casi físicamente. Dios, necesitaba acostarse un rato. Se dirigió hacia la posada y, por el camino, aprovechando que no había nadie por la calle, se curó el hombro. Se sintió un poquito mejor.

—Pareces acostumbrada a lidiar con hombres así. Supongo que están por todos lados.

Con ellos era mejor ser una mujer, pero a Fátima no le gustaba. Odiaba sentirse reducida a una cosa. Tampoco le gustaba del todo comportarse como un hombre, pero era mejor a la otra opción.

Cuando llegaron a la posada, Fátima se detuvo y dijo:

—Siento si te ofendí cuando nos conocimos. No me gusta Bastión Hueco. Aun así te agradezco lo que has hecho hoy.

Le extendió la mano. Si se negaba a estrechársela no se lo echaría en cara, aunque la convencería de que los aprendices de Bastión Hueco eran todos iguales.

[Denna]

Blah, blah, blah, que si has sido muy valiente, blah, blah, blah, que si había muchos lobos por las cercanías, blah, blah, blah, que si he matado a quince yo solo... Hice un esfuerzo por mantener los ojos abiertos y aparentar, por lo menos, que estaba mínimamente interesada en lo que decía Gastón. Un coro angelical sonó en mi cabeza cuando uno de los hombres aprovechó una pausa para recordarle que debían comprobar el perímetro, y carraspeé para hacerme oír:

—Acompañaré a monsieur Vaan a que le vea un médico. Estoy segura de que con vos alrededor no vais a necesitar nuestra ayuda.

Gastón se hinchó todavía más y arrastré a Fátima conmigo antes de que le diera por ponerse a cotorrear de nuevo.

—La gente como él me pone enferma.

—¿Y lo peor? Ése es hasta simpático. —Emití un gruñido muy poco femenino.

—Pareces acostumbrada a lidiar con hombres así —comentó—. Supongo que están por todos lados.

Me encogí de hombros, sin saber muy bien cómo responder. Gracias a Dios, las calles ya estaban vacías de mirones y nadie nos vio dirigirnos a la primera posada que encontramos.

—Siento si te ofendí cuando nos conocimos —dijo Fátima antes de entrar. Pareció vacilar unos instantes, luego me ofreció la mano, serena—. No me gusta Bastión Hueco. Aun así te agradezco lo que has hecho hoy.

Negué con la cabeza.

—Me sabe mal que pienses eso sobre mi bando. —Decidí morderme la lengua antes que volver a empezar con lo mismo; de modo que suspiré y correspondí al saludo—. Pero supongo que no importa. Ahora estamos todos en el mismo barco, así que... un placer trabajar contigo, Fátima. Soy yo quién te tiene que dar las gracias.

Compuse una sonrisa sincera y abrí la puerta de la posada. Lo único que me apetecía era que acabara el día, nada de pensar en treguas débiles, ni en lobos, ni en cazadores, ni en nada.

Tan despistada estaba que ni me di cuenta de que el dueño nos había encasquetado en una sola habitación.

[Suzume Mizuno]

A Fátima le entraron ganas de reír cuando las metieron en la misma habitación. Se había quedado satisfecha con el apretón de manos y había pensado que ahora podría dormir tranquila pero se veía que no iba a poder ser.

—Cuando Gastón se entere va a ser muy divertido—comentó con sarcasmo.

Seguramente Celeste entendería como ella que a veces había que dormir en las mismas camas cuando en una posada no había más sitio, Fátima lo había hecho alguna que otra vez, y con el pueblo a reventar de mercenarios tampoco era de extrañar. Aun así, habría sido todo un detalle por parte de posadero preguntar antes o intentar meter a Celeste con alguien que aparentara ser mujer. Se veía que había dado unas cuantas cosas por sentadas.

Fue hasta la cama, única claro, y no precisamente muy grande, y se quedó sin saber qué hacer. Con Malik, claro, no tenía problemas para quitarse la ropa… Pero no se había traído ni el relleno ni ropa interior que pudiera disimular un poco su cuerpo. Que vale que no era precisamente ancha de espaldas, pero Fátima era lo suficiente paranoica para imaginar que cualquiera se daría cuenta.

Incómoda, cansada y un poco harta de problemas, buscó una palangana de agua, se lavó la cara y luego se sentó en la cama, de espaldas a Celeste, y empezó a quitarse las botas.

—B-bueno, hay que aprovechar para dormir antes de que amanezca—dijo. Apagaría el candil en cuanto fuera posible. En la oscuridad se sentiría mucho más cómoda—. Espero que no des patadas—intentó bromear, notando que se iba poniendo más y más nerviosa y que pronto su voz se iba a romper por el creciente pánico.

«Cálmate, cálmate, cálmate.»

No iba a pasar nada, ¿por qué iba a pasar nada? Podía dormir con gran parte de la ropa puesta y luego despertarse con el amanecer. Estaba acostumbrada, podía hacerlo. No iba a suceder nada, pero al día siguiente iba a pedir habitaciones separadas. Eso si Celeste se quedaba, claro.

—Buenas noches—dijo, acostándose muy cerca de un extremo.

En cuanto pudo apagó la luz y cerró los ojos. No pudo dormirse hasta que escuchó la respiración acompasada de Celeste cuando esta se rindió al sueño.

*

Fátima ya estaba empezando a despertarse cuando escuchó unas pisadas pesadas, firmes y que se acercaban. Se incorporó sobre un codo, con la camiseta medio abierta por culpa del calor y la ropa revuelta justo en el momento en que se abrió la puerta y Gastón apareció en el otro lado, seguido por una chica que debía ser hija del posadero y que lo miraba como si fuera un milagro andante.

Se quedaron mirándose el uno al otro, Fátima ahora completamente despierta y consciente de lo que debía estar pensando. Es más, vio la confusión y la irritación aparecer una por una. Y ella, más que harta de su prepotencia y ahora, encima, de su desparpajo de venir a molestar a Celeste en su maldito dormitorio, salió de la cama con brusquedad y gritó:

—¡¿Pero es que no tienes vergüenza?! ¡Largo de aquí, deja de molestar a la señorita!

Recorrió de dos largas zancadas el aposento y cerró en las narices de Gastón la puerta. Si el hombre no hubiera estado en el vano, seguramente no habría podido ya que dudaba de poder hacer retroceder a un grandullón como él sin más. Se quedó apoyada contra la puerta, escuchando con la respiración acelerada, temerosa de que quisiera abrir la puerta y enfrentarse a ella por haberle puesto en ridículo frente a dos mujeres. Debió decidir que no quería que se expandieran rumores, porque se marchó con un paso casi furioso, seguido por las pisaditas de la joven.

Exhaló un suspiro y se volvió hacia Celeste, que debía de haberse despertado con todo aquel ruido. Sonrió de lado.

—Al menos ahora ya no te molestará más.

Estaba segura de que cuando bajaran a desayunar los mirarían de una forma muy diferente. No estaba segura de querer que le achacaran una relación sentimental, por falsa que fuera, con alguien de Bastión Hueco pero no pudo dejar de pensar en lo irónico de la situación. Si hubiera venido vestida de mujer, las cosas habrían sido muy diferentes y, tal vez, más tranquilas.

O puede que se hubieran vuelto mucho más incómodas, quién sabía. En cualquier caso no podía evitar envidiar a Celeste, que se lo tomaba con bastante entereza.

Tal vez era simplemente envidiar a una mujer de verdad. Cerró los ojos y ahuyentó aquellos pensamientos.

—Cuando estés lista bajamos. Si quieres, podemos hacer que profundicen su equivocación.

Les quedaba un largo día por delante y todavía debían vigilar el bosque. Fátima sabía que quedaba un Sincorazón jefe, pero habían acabado con uno bastante agresivo que atacaba el pueblo y esperaba que con eso valiera por ahora. Así que, cuanto menos gente les molestara, mejor.

Aunque fuera con alguien de Bastión Hueco.

[Denna]

Podría haberme dormido en el suelo perfectamente, de modo que no le di demasiada importancia a ese pequeño error y acepté dormir en la misma cama. Lo que me sorprendió fue que Fátima sí se hubiese puesto nerviosa. Parecía mucho más cómoda peleando contra un lobo gigantesco que trataba de devorar su corazón que compartiendo habitación conmigo. «¿En serio? ¿Después del numerito de “confía en mí” ahora se va a poner así? ».

Me quité los zapatos de un puntapié.

—B-bueno, hay que aprovechar para dormir antes de que amanezca. —La oí decir a mis espaldas. Fruncí el ceño, sin entender.

—Ajá...

—Espero que no des patadas.—Bromeó un tanto a la fuerza.

—Eh, tranquila, que no soy de ésas. —Con la luz apagada, no podía ver su cara ni adivinar qué la sacaba tanto de quicio. Y no le encontraba otra explicación... vamos, después de todo lo que había pasado, ni yo iba a ser tan rastrera como para rajarle el cuello mientras dormía.

Sentí que me pesaban los párpados y me metí en la cama, alisándome la ropa para que se arrugara lo menos posible. Fuera lo que fuera, yo no iba a darle más vueltas.

Me pareció oír un “buenas noches” antes de quedarme dormida. Contesté con un gruñido ininteligible y di la bienvenida a un sueño lleno de lobos.

***

—¡¿Pero es que no tienes vergüenza?! ¡Largo de aquí, deja de molestar a la señorita!

El despertar fue mucho más abrupto. Me incorporé de un salto, con todo el pelo ensortijado cayéndome sobre los ojos, para ver cómo Fátima daba un portazo a un muy sorprendido Gastón, parado al otro lado del pasillo. ¿Qué hacía ahí para empezar?

Tardé unos segundos en comprender lo que había pasado, y entonces me tapé la boca con la mano.

—Dime que acabas de cerrarle la puerta en las narices a ni más ni menos que Gastón.

—Al menos ahora ya no te molestará más. —aseguró con una media sonrisa.

Todavía eran audibles los pisotones que daba al alejarse. Traté de contener una carcajada sin mucho éxito. Cualquier preocupación que me hubiese podido afectar la noche anterior se había esfumado sólo con eso.

—Y por cosas como ésta me alegro mucho de no haberme disfrazado de hombre —declaré en cuanto se me pasó la risa tonta.

Si bien podía ponerme muy histérica con lo que la gente pudiera pensar de mí, esa situación se me hacía, cuanto menos, hilarante. Ya tenía ganas de bajar y volver a reunirnos con los cazadores, a los que saludaría con toda la alegría del mundo, en especial al majo de Gastón. Con suerte, se le bajarían los humos durante esos dos días.

—Cuando estés lista bajamos —dijo Fátima, devolviéndome a la tierra—. Si quieres, podemos hacer que profundicen su equivocación.

Alcé las cejas, divertida.

—Ah, ésa es una actitud muy infantil, Maestra. Cuenta conmigo.

¡Quién iba a imaginar que acabaría echándole tantas ganas a esa misión! Aunque fuera con alguien de Tierra de Partida.

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¡Fin del encuentro por mi parte! Mil gracias, Suzu, por querer escribirlo. A ver si repetimos :3.
Y gracias de antemano al GM que nos puntúe~