A regañadientes agradeció la comida y, observando cómo Ragun se alejaba y no se arrepentía de haber zanjado un posible inicio de conversación, pensó que lo mejor sería volver al barco con Light. Sin embargo, la tensión que se respiraba en el ambiente no le gustaba y estar al lado de su amigo de Villa Crepúsculo en aquel momento no le parecía la mejor opción.
Pensó si, quizás, ella podría encontrar una salida, adentrándose de nuevo en las profundidades.
Aprovechó que ninguno de los presentes estaba atento a lo que hacía y, a hurtadillas, desapareció en la oscuridad.
—Esto apesta cada vez más…
Y tanto. Según sus cálculos, Nadhia debía llevar ya una hora fuera —bueno, literalmente no era la mejor manera de localizarse— y hasta ese día no se había arriesgado en seguir más allá de lo que parecía el esófago. Entrar en alguno de los estómagos podría ser muy peligroso si no andaba con cuidado con el ácido del suelo y las paredes, tal y como le había advertido Light.
Y a pesar de que su amigo, Ragun y Saeko eran quienes más se habían atrevido a explorar aquello, agradeció para sus adentros que cogiera el valor necesario yendo por su cuenta. Mejor sola que mal acompañada, pensó.
De pronto, sintió que las piernas le estaban fallando por falta de energía en su cuerpo, tropezó y, en un intento de colocar las manos, no pudo hacer otra cosa que colocar su brazo izquierdo para amortiguar la caída de su cabeza.
Chilló ante la desagradable sorpresa de que el suelo tenía restos de ácido. Por suerte había sido su brazo y no su cara, pero igualmente maldijo su estado, su torpeza y la quemadura que se había hecho.
Al levantarse, distinguió en la lejanía dos luces doradas flotando en la oscuridad. Se puso en pie de un salto, a pesar de que el brazo le quemaba horrores. Pero sabiendo cual era el origen de aquellas dos bolas incandescentes, invocó de inmediato su Llave-Espada.
El sincorazón, que sólo resultó ser una minúscula sombra, avanzó hacia Nadhia, quizás atraído por el poder de su arma, puede que por su corazón latiendo a mil por hora debido al susto de la caída, quien sabe.
Nadhia se colocó en posición de ataque, dispuesta a usar las habilidades de esgrima que poseía —ya que en su estado, no sería posible que pudiera alcanzar el nivel de una flecha mágica o de un conjuro elemental—, cuando algo le llamó la atención.
Era aquel sincorazón. Parecía inofensivo a comparación de otras veces, habiéndose enfrentado a tantos. Un pequeño animal desorientado, pensó.
A Nadhia se le nubló la vista durante un instante, mareada por una sensación extraña que le estaba recorriendo las entrañas. No sabía si era el cansancio, el hambre o la desesperación de encontrarse allí atrapada.
Y, de repente, una idea totalmente fuera de lo normal pasó por su cabeza. Una palabra, una acción, en concreto.
—Devorar…
Los ojos de Nadhia perdieron su brillo dorado para transformarse en una mirada peligrosa, oscura y sedienta de sangre.
Y sin embargo, en el último instante, se dio cuenta de sus propios pensamientos, tan retorcidos que se asustó de sí misma y volvió a la realidad. Justo a tiempo para atravesar a su enemigo con la Llave-Espada, quien había saltado aprovechando su repentina confusión.
Le latía el corazón mucho más rápido, y escuchaba aquel verbo retumbando en sus tímpanos, como si se tratara de una orden. Y entonces, unos latidos interrumpieron el ritmo del suyo, haciéndole daño.
—¿Ragun?
Una decena de ojos aparecieron en la oscuridad y Nadhia, insegura de poder continuar, corrió hacia la boca del monstruo que los tenía cautivos.
Cuando llegó a donde estaba Light y el resto, decidió darle poca importancia a la herida de su brazo, aunque pintara algo mal. Le prometió a su amigo que se la curaría al día siguiente tras recuperar fuerzas.
También tuvo que pedirle disculpas por no encontrarse en condiciones para hacer aquella noche la guardia. Nadhia, comportándose algo extraña y asustada por lo sucedido en las profundidades, decidió que lo mejor sería dormir en el interior del barco.
Pero la idea producto del encuentro con aquel sincorazón, tan macabra y retorcida, sólo le revolvía el estómago y apenas pudo dormir en toda la noche, por lo que al final decidió hacer la guardia.
Amaneció junto al resto de sus compañeros, pero apenas sin fuerzas para dar un par de zancadas. Estaba deshidratada y se negaba a beber la creciente en la boca o el vino porque el alcohol sólo la haría sentirse peor.
—Maldita sea, a este paso…