—He visto dos. Los dos eran portadores de la Llave Espada, de Bastión Hueco. Aunque sé que hay más. Tenemos una Maestra que fue una Incorpórea, como tú. Y es una de las mujeres más fuertes y respetables que he visto.
Reprimió una mueca. Wix. O Iwashi, como se llamaría ahora que había vuelto a ser humana. Fue su maestra cuando ambos eran incorpóreos en Bastión Hueco y la cosa no acabó muy bien entre ellos cuando ella intentó envenenarle de muerte. No era algo que pudiese olvidarse con facilidad.
—Los dos eran... Monstruos.—Ban no pudo evitar apartar la mirada. No se sorprendió: él mismo se había llamado monstruo a si mismo por las cosas que hizo en esa etapa, pero... Le dolió más de lo esperado escucharlo en voz de otra persona—. Uno de ellos era Andrei, que fue un Maestro de Bastión Hueco y jugó con la vida de varios mundos… E intentó ser dios. Así que él era un monstruo antes de convertirse en un Incorpóreo. —Oh, Saavedra. Casi se había olvidado de su maestro original, y prefería mantenerlo olvidado. Perseguirle solo le causó problemas—. El otro… No sé qué fue de él antes de convertirse en Incorpóreo. Con nuestra Maestra me quedó claro que puedes convertirte en Incorpóreo siendo buena persona. No creo que los Incorpóreos sean malos por sí. Es sólo que no tienen moralidad, porque nada les hace daño.—Fátima suspiró, sin que Ban todavía dijera nada. Sobre todo, porque no sabía qué decir—. Pero me has preguntado qué pienso de ellos y… Creo que algunos son dignos de lástima. Perderte a ti mismo debe ser algo muy parecido a morir. Debe ser horrible. Por eso creo que necesitan ayuda. Ahora, con el tiempo, he entendido que no puedes hacer responsable a una persona sin capacidad para sentir de sus errores. El segundo Incorpóreo que conocí, Oswald, tiró a John de la torre del reloj ese que ves allí.—La miró cuando la señaló, aunque no le hizo falta: recordaba ese momento perfectamente—. Todavía no sé por qué lo hizo y, si lo encontrara, todavía querría darle una paliza. Pero también pienso que debe ser muy triste vivir sin amor, sin amigos, sin… sin sentir miedo o dolor. Sin sentir nada. Es un camino completamente autodestructivo. Él no entendía de música aunque sabía tocarla sin problemas. No podía disfrutar de tomar un helado o un buen menú. Creo que ni siquiera estaba realmente enfadado cuando nos enfrentamos. A primera vista, no sentir nada debe parecer toda una ganga pero… ¿No es mejor estar muerto a algo así?
Sin amigos, sin amor... Salvo en lo del miedo y el dolor, lo demás parecía seguir igual por mucho que tuviera de vuelta su corazón. Apretó los puños con fuerza, esforzándose por mantenerse sereno a pesar de que por dentro tuviera ganas de golpear algo. Se sentía confuso, y algo abrumado.
»Eso es lo que pienso, Tristan. Los Incorpóreos con aspecto humano me dan pena. Significa que tenían un corazón fuerte, pero les pasó algo y acabaron vacíos. No soporto lo que hacen y creo que hay que destruirlos para evitar que hagan daño a nadie, porque ni siquiera lo hacen con un motivo claro. Pero eso no significa que no sean víctimas a su… modo.
—¿Y tú qué piensas?
—Que hay que destruirlos. A todos. Para que así puedan volver a ser humanos —respondió de forma automática. Fue de las pocas veces que no mintió ni un poquito.
»Yo... prefiero volver ya a Tierra de Partida por mi cuenta. Necesito un poco de tiempo para pensar. —Giró sobre sus talones, con la intención de internarse de nuevo en el bosque para poder invocar su glider. Sin embargo, se paró antes de dar un paso más —. Gracias por ayudarme, Fátima.
Echó a correr hacia delante, procurando no darle tiempo a la maestra a detenerle. Cuando se encontró en un lugar ideal, se equipó con lo necesario y salió disparado hacia el intersticio de los mundos.
Menudo día de mierda. Así de claro. Fátima no tardaría en descubrir que no había ningún Tristan en Tierra de Partida (o que si lo había, no era él), así que más le valía evitar volver a cruzarse con ella. Por otra parte, estaba el tema de su miedo. Luchar le aterrorizaba, sobre todo si era contra incorpóreos... Porque tenía miedo de volver a fallar. De volver a morir, y ya sería la tercera vez.
Pero no se rendiría. Aferró con fuerza el manillar de su glider, acelerando. Aunque tuviera miedo, lucharía. Era un superviviente.
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