Decidí no abandonar aquella planta de la Ópera por miedo a perderme. Era un edificio muy grande por dentro, más de lo que había imaginado, y sólo los pasillos que había recorrido por el momento resultaban ya confusos y laberínticos. Me recordaba un poco a Bastión Hueco. Si me perdía, estaba convencida de que jamás encontraría la salida por mí misma.
Alejé esos pensamientos con una mueca. Vale,
quizás exageraba un poco. Pero así lo veía yo con mis impresionables ojos. Y lo cierto es que parecía que la Ópera contenía mil y un secretos —puede que más— en tan sólo aquel piso. Suficientes para una noche. Y además, tenía que recordar que se suponía que había ido al baño. No podía tardar demasiado en volver con nuestros anfitriones y mi nuevo primo.
Contuve un gritito de emoción. Dios, ¡estaba en la Ópera!
A saber a qué prodigiosa estrella pertenecería ese camerino. O qué representarían esas piezas de decorado. O quién habría llevado esos disfraces tan elegantes. ¡O quién los habría cosido! ¡O..! Bueno, no tenía ni idea de qué era eso, pero también parecía interesante.
Encontré objetos verdaderamente lujosos pero, a pesar de ello, no se me ocurrió robar nada. Por lo general no tenía muchos escrúpulos a la hora de birlar algo que consideraba demasiado caro (otra cosa es que lograra echarle mano) en París, cuando tanta gente vivía en la pobreza. Y la Ópera tenía mucha clase. Se notaba que detrás había mecenas podridos de dinero, tanto que nadie iba a echar en falta un collar o algo de ropa.
Pero no podía. No ahí. Este sitio... Demonios, sonaba absurdo, pero Saito no era el único enamorado. La Ópera era lo más precioso que había visto jamás. Quería volver algún día. Dios, decir que quería era quedarse corta.
Me moría por volver a subir a ese escenario. Por tener un público ahí debajo, mirando.
Y lo conseguiría. Lo tendría. Pero no como una vulgar ladronzuela, de eso estaba más que segura.
«
Pero ¿podría? ¿Yo?»
Cielos. Sentía como si me hubiesen prendido fuego a la cara. Me llevé las manos a las mejillas, como si así fuese a desaparecer más rápido mi sonrojo. «
Seré tonta. ¡Este no es ni el momento ni el lugar para ponerme a soñar despierta!».
Lo mejor sería ir volviendo ya. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero suponía que el suficiente como para tener que contarles que me había perdido tanto a la ida como a la vuelta.
«
...Venga, va. Una más y me voy». Al fin y al cabo, ¿era una oportunidad única o no lo era? Elegí una puerta al azar, un poco más alejada del resto, preguntándome qué maravillas escondería dentro, qué mágico...
Trastero.
Era un maldito trastero.
—
¡Venga ya! ¿De verdad? Pocas veces me había sentido tan decepcionada. Era casi como si me hubiesen partido el corazón a martillazos. Y sin el casi. Aquella habitación pequeña y oscura, tan pobremente decorada, con tan sólo una mesa medio astillada llena de papeles y fotografías, había aplastado mis inocentes ilusiones y sueños con la demoledora fuerza de...
Un segundo, ¿papeles y fotografías?
Me acerqué despacio, desconfiada. ¿No era el País de los Mosqueteros un mundo demasiado antiguo como para tener ya fotos? Era bastante parecido a La Cité, en realidad. «
Paranoias», me dije. «
Si esto está avanzadísimo en comparación. Aquí veneran a los artistas y todo». No serían más que las cartas de alguna estrella y su amante. O puede que múltiples amantes. ¿Qué vida llevaba esa gente, en realidad?
La curiosidad pudo conmigo y cogí una de las primeras hojas. Adjuntada venía una pequeña fotografía de una chica joven, de trece o catorce años. Tenía el pelo largo y ondulado, de un color claro que la calidad de la imagen no me permitía distinguir. Miraba a la cámara con un posado muy serio.
¿Esa niña tan pequeña pertenecía al mundo del espectáculo? Se me hacía raro incluso para tratarse de un mundo distinto. Y más dudaba tras ver la nota en rotulador rojo que había sobre su cabeza:
“LOUISE V. - ¿¿??”
«
¿Louise..?». Le di la vuelta a la foto, pero no había nada más. Pasé a la carta.
Informe IV
Uno de los experimentos del lote 111 ha empezado a dar sus frutos, a pesar de que los resultados han sido muy diferentes a los que estábamos esperando. Después de la prueba de asimilación inicial, el sujeto número 48928 (inciso de la Dra. E.C: los demás sujetos del lote se refieren a ella como “Louise”) ha caído en un estado comatoso tras liberar una gran cantidad de energía, aunque insuficiente para atravesar las barreras de contención.
No se percibe ningún tipo de rechazo, la asimilación parece haberse realizado en su totalidad. Lo único que hemos apreciado ha sido un notable daño en la psique del experimento, me atrevo a decir que irreversible. Su comportamiento es el de una criatura salvaje: no parece reconocer a sus compañeros de lote e incluso ha intentado atacarlos aprovechándose de su nueva fuerza.
Pero lo más preocupante es que su inteligencia se ha desarrollado de manera exponencial, volviéndose cada vez más y más astuta en sus intentos por escapar. Adjunto en la carpeta un análisis más detallado de dichas maquinaciones.
Ante este desconcierto general, una de las nuevas doctoras del equipo teoriza que el repentino cambio se ha debido al Ente: éste podría haber invertido el proceso y acabar devorado a #48928, quedándose de esta manera el cuerpo como un mero recipiente.
Todavía quedan muchas pruebas por hacer. Continuaremos investigando con los miembros del lote 111, seleccionados tras pasar las pruebas de compatibilidad iniciales.
Revolucionaremos la ciencia, y todos los mundos nos lo agradecerán. Ya es tarde para amedrentarse ante daños colaterales.
R.L.
«
¿Pero qué..?»
Incapaz de seguir, me aparté de la mesa con brusquedad. Algunas hojas cayeron desperdigadas por el suelo.
¿Qué demonios acababa de leer? Aquello... aquello no podía ir en serio. Era imposible. Pero había demasiado —demasiados documentos, demasiadas... demasiadas
pruebas— como para que se tratara de una simple broma pesada. No. Los experimentos, esa pobre chica, los demás sujetos, los entes... era todo verdad.
No comprendía nada. Pero sí que había entendido lo esencial: fuera lo que fuera aquello, no podía pertenecer a un mundo como El País de los Mosqueteros. Venía de fuera, de otro sitio más desarrollado. La cabeza me daba vueltas. ¿Qué hacía entonces todo eso ahí? ¿De dónde era? ¿A quién pertenecía? Experimentar con niños... eso no podía estar permitido ni por la Federación ni por nadie, y...
Vacilé. A pesar de los horrores que podría haber descritos, me tentaba seguir leyendo. ¡Si tan sólo tuviera algo más de tiempo, sólo un poco más..! Y tampoco podía llevarme pruebas, no traía mochila ni nada donde esconder los papeles de Elizabeth o de Lautrec. La cesta era lo único que podía valer, pero se había quedado fuera, escondida en los jardines. Decidí, a regañadientes, mientras recogía los documentos del suelo, que lo mejor sería hablarlo con Saito. Estaba asustada y, por mucho que me doliera, todavía no tenía mucha experiencia. Cualquier cosa podría torcerse. Lo que sí hice fue guardarme la fotografía en el bolsillo.
«
Una noche. Sólo pedía una maldita noche».
Gruñí por lo bajo y me apresuré en dejarlo todo como estaba. Recordaba el camino, podría volver más tarde. Eché un último vistazo cuando reparé en la linterna encima de la mesa. La había cogido antes para leer mejor, pero no había llegado a usarla.
Sentí que se me paraba el corazón. No había encendido ninguna otra luz.
Me volví tan deprisa que me hice daño en el cuello.
La puerta estaba abierta.
Y una figura descansaba apoyada en el umbral.
El silencio se apoderó de la habitación durante unos instantes de tal modo que mis latidos debían de hacer eco contra las paredes. Seguro que era capaz de escucharlo desde ahí.
—
Parece que esto no es el baño —acabé por decir. Mi voz sonó penosa y vacilante.
Lautrec no respondió. Con fría indiferencia, dio un paso hacia mí.
Informe escrito por H.S Sora~