[País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Encuentro entre Celeste y Saito

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Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

[País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Sab Jun 04, 2016 11:53 pm

Spoiler: Mostrar
Cronología:
Saito: Misión -Busca al asesino > Evento Global 3: El Esclavo del Olvido > Este encuentro
Celeste: Encuentro - Diagnóstico para dos > Este encuentro > Misión - Un problema de dos cabezas


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Sin saber cómo, seguía en aquel lugar que conocía bastante bien: la Necrópolis de las Llave Espada. Donde todos los portadores encontraban paz y reposo eternos. El millar de armas se extendía ante mí, abarcaba desde las más oxidadas a las más nuevas. El silencio que reinaba era todavía más desalentador de lo que lo recordaba minutos antes del funeral del Maestro Kazuki, y había sido como si en un parpadeo todo el mundo se hubiese esfumado. Pero a pesar de todo eché andar, confundido ante aquella extraña situación y sin saber tampoco adónde me dirigía.

Tras unos minutos, me percaté de que no avanzaba; era como si cada vez que tratase de salir de aquel lugar, volviese al mismo punto de partida. No lo entendía, al igual que tampoco entendía qué hacía allí.

¿Pensábais que escaparíais tan fácilmente de mí?

Al girarme comprobé con horror quién se hallaba frente a mí: lo había reconocido aquel día en Tierra de Partida, a pesar de la mella que el tiempo había hecho en él jamás olvidaría aquella sonrisa. Los dorados ojos de ese hombre denotaban la venganza que buscaba. Pensaba en la posibilidad de que todavía siguiese vivo como una descabellada idea a la que apenas daba crédito. Pero verlo ahí... era como si la reencarnación del mismísimo diablo hubiese hecho acto de presencia.

Avanzó un paso con aquella siniestra sonrisa y no pude evitar retroceder. Pareció divertirse ante aquel instinto mío de supervivencia.

Lo que hicisteis aquel día en el Castillo del Olvido no fue nada. Me derrotasteis como unos cobardes, utilizando incluso armas y poderes que escapaban a vuestra comprensión. A ver si podéis volver a hacerlo.

Fingió mirar a los lados y esperar un ataque en grupo que jamás llegaría. Rompió a reír. Su risa era peor que la de su Reminiscencia.

>>Mejor dicho, a ver si tú eres capaz. Venga.

Parecía desear que de verdad lo hiciese; pero a pesar de mis ganas, las piernas me temblaban. No era capaz de intentar atravesarle el pecho porque no podía ni llegar hasta él. Caí de rodillas al suelo, a la par que el abismo entre nosotros se agrandaba por momentos. Parecía fastidiado, como un niño al que no le han dado lo que quiere.

Sabía que pasaría esto, pero bueno. Ya he tenido mi rato de diversión antes de venir aquí.

Aaron arrojó entonces con desprecio algo que no alcancé a ver en primera instancia, ya que la luz del Sol me cegó al levantar la vista. Rodó hasta quedar frente a mí. Entonces pude ver bien el rostro de ella, contraído en una terrible expresión.

Empecé a chillar y a llorar mientras me llevaba las manos a la cabeza. El olor a sangre y la desternillante risa de Aaron de fondo lo inundaron todo con el aroma de la muerte.

Y desperté.

Empapado en sudor y lágrimas, no tuve más remedio que arrastrarme hasta el baño. Mi habitación estaba hecha un completo desastre.

Con el agua caliente cayendo por la ducha, me senté y me abracé a mis rodillas. Quería intentar discernir lo que había sido verdad de lo que no, mientras lloraba de nuevo. No era capaz de pensar con claridad en aquel estado. Necesitaba aire fresco.

Una vez aseado respiré hondo mientras cogía la ropa que había dejado tendida hacía ya algunos días. Lo bueno de las noches en el Bastión era que aquel fiero viento se encontraba presente casi siempre.

Cogí la guadaña y el resto de mis cosas para luego cerrar tras de mí la puerta de mi habitación, aunque temía ser atacado en cualquier momento por un invisible enemigo que seguía mis pasos.

***


No había pensado en hacerlo, pero aquella pesadilla me hizo dirigirme allí involuntariamente. Me podía más el querer corroborarlo que el anhelo de respirar el aire fresco de fuera del Castillo. Y es que si lo que acababa de vivir no era real, quizás...

Llamé a la puerta con los nudillos. No hubo respuesta. Con una mano temblorosa agarré el pomo a la par que lo giraba con cuidado de que la puerta no crujiese en medio del silencio. Una vez abierta me asomé para comprobar lo peor: ella no estaba. Aquello había sido real.

Se había ido.

***


Había llegado al mirador de Bastión Hueco, donde por fin pude gritar a pleno pulmón bajo la noche estrellada.

¡HIJO DE LA GRAN PUTA!

>>¡¡DEBIERON HABERTE ATRAVESADO EL CORAZÓN ANTES DE DARTE POR MUERTO, BASTARDO!!

Ya no me importaba si me oían o no. Tenía que sacármelo de dentro, no había podido hacerlo todavía. Todo se había precipitado desde aquel día en el Castillo del Olvido... los días parecían horas, y antes de poder darme cuenta habían pasado ya cuatro días desde el funeral de Kazuki.

Aaron estaba ahí fuera, esperando su venganza. Él nos había estado llevando por donde había querido todo el tiempo: el Reaper's Game, el apuñalamiento de Ryota... todo orquestado desde las sombras. Y quién sabía cuántas cosas más había hecho a nuestras espaldas. Y, lo peor de todo, tanto él como aquella asquerosa Tierra de Partida tenían la culpa de que ella se hubiese marchado.

Jamás estaría en paz con ellos, al igual que nunca lo estaría con Aaron o sus secuaces.

¡¡TE ENCONTRARÉ Y ME ENCARGARÉ DE MATARTE DE NUEVO AUNQUE SEA LO ÚLTIMO QUE HAGA!!

Me tapé la cara con las manos, el frío me golpeaba con suavidad. Me notaba mejor al expresar parte de lo que me había guardado aquel tiempo... pero entonces, ¿por qué seguía sintiéndome tan vacío por dentro?
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Sab Jun 04, 2016 11:58 pm

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Me dejé caer sobre la cama como un peso muerto. Las sábanas fresquitas se pegaron a mi cara y no pude contener un ronroneo de alivio. No sabía qué hora era. Tampoco cuánto tiempo llevaba entrenando; sólo era consciente de que la noche ya había caído hace rato y que el estómago me rugía con apremio. Cerré los ojos, lo ignoré, y me permití relajar los músculos un par de minutos.

Sí, quizás me tomaba un poco a la tremenda las lecciones, sobre todo aquellas que llevaba yo por mi cuenta. Corría, peleaba y me presionaba a mí misma con una pasión que rozaba lo adictivo. La misma pasión con la que meses atrás había tratado de devorar la biblioteca del castillo en un intento de conocer, de integrarme, de dejar mi mente cerrada de citoyen atrás —un esfuerzo que mi visita a Espacio Paranoico me había quitado a medias.

Entrenar podía resultar igual de agotador que leer. Pero ahora, al menos, ya no me mantenía en vela noche sí, noche también. No tenía fuerzas ni para llevar los libros a mi habitación.

Con un gruñido, rodé sobre mí misma hasta quedar boca arriba y clavé la mirada en el techo.

Tres días. Tres días era lo que habían tardado en volver de Tierra de Partida. Y desde entonces, todo era un caos. No, me corrijo; el caos se había desatado ahí. En Bastión Hueco, la sensación que me daba era, más bien, la de estar de pie sobre una capa de hielo finísima: aguantaba, aunque oía los crujidos y veía los resquicios, y sabía que tarde o temprano se rompería.

Perdida en la blancura del techo, flexioné las piernas para desentumecerlas. «¿Desde cuándo soy tan negativa?», me pregunté, frunciendo el ceño. «Esto debe de ser cosa del cansancio».

***


Cuarenta minutos más tarde, limpia y aseada, cerraba la puerta de mi habitación. ¿Adónde podía ir? Tenía hambre, pero no quería pasarme por el comedor a estas horas. No estaba de humor como para aguantar la sarta de rumores y susurros que se había apoderado de Bastión Hueco desde «aquello». Castillo del Olvido, Kazuki, Aaron, Nithael... conceptos que se arremolinaban a mi alrededor como una nube zumbante y que me sacaban de quicio. No los entendía. Eso era lo peor. Por supuesto, había oído cosas, pero la mayoría me parecía tal disparate que no podía ni pararme a considerarlas.

Como lo del ángel. Por poco no me dio un infarto al oír esa... esa blasfemia.

Sacudí la cabeza y, decidida a no darle más vueltas, tomé el primer —¿cómo era la palabra?— ascenseur que me llevaría al mirador. Ahí estaría tranquila hasta que el comedor se vaciara; luego ya podría colarme en la cocina y sacar algo. El viento se colaba entre mi ropa, pero no llegaba a molestarme. Vivir en Bastión Hueco implicaba desarrollar una cierta resistencia al frío y, si bien en algún momento de mi vida había temido al invierno, ahora hasta me gustaba.

Nada más poner un pie fuera de la plataforma, sin embargo, toda esperanza de tranquilidad se esfumó al oír esos gritos y maldiciones.

¡¡...DARTE POR MUERTO, BASTARDO!!

Alcé las cejas. «Esta voz... ¿Saito?». Lo último que había oído de mi primer amigo en Bastión Hueco era su excursión días atrás a Tierra de Partida junto a... bueno, al resto del castillo. Sólo necesité echar una ojeada para confirmar que se trataba de él.

¡¡TE ENCONTRARÉ Y ME ENCARGARÉ DE MATARTE DE NUEVO AUNQUE SEA LO ÚLTIMO QUE HAGA!!

«Pero ¿qué..? ¿Con quién habla?».

Sin saber muy bien cómo reaccionar, eché a andar en su dirección. No parecía haberse percatado de mi presencia (¡normal, con tanto grito!), y resistí la fuerte tentación de asustarle, quizás de sorprenderle con un Electro para divertirme a su costa, y también la de darle un abrazo de bienvenida. Pero no le veía de humor. Lo que hice, en cambio, fue situarme a su lado y apoyarme con cierta pereza sobre la barandilla. Casual, despreocupada, y sobre todo familiar.

Déjame adivinar: has hecho nuevos amigos en Tierra de Partida, ¿verdad? —pregunté en cuanto reparó en mi presencia. Burlona, le sonreí y añadí:—. Ya me los presentarás.

Me incliné y posé la cabeza sobre las manos, con la vista en el horizonte. Bastión Hueco siempre me había parecido bonito, en cierto modo, pero por la noche era un paisaje tan, tan oscuro...

¿Habría sido Tierra de Partida igual?

¿Son ciertos los rumores, Saito? ¿Es verdad que se acabó la guerra? —murmuré. No pretendía hacerlo, pero se me escapó. Al fin y al cabo, se trataba de lo primero que había oído al llegar. Era como en los viejos tiempos, yo con mis preguntas y él con las respuestas.

»¿Es verdad que Villa Crepúsculo ha..?
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Lun Jun 06, 2016 10:26 pm

Suspiré hondo tras cerrar los ojos, dispuesto desatar toda mi furia en un entrenamiento o contra los Sincorazón que me encontrase por la ciudad, cuando noté que alguien se situaba a mi lado. Frenético y paranoico, los abrí sin saber muy bien a quien esperaba encontrarme.

Los ojos de Celeste parecían chispear.

Déjame adivinar: has hecho nuevos amigos en Tierra de Partida, ¿verdad? —No pude evitar esbozar una media sonrisa—. Ya me los presentarás.

No todos son de Tierra de Partida, pero mejor que evitemos encontrarles por nuestro propio bien.

El silencio lo engulló todo pero, en lugar de tratar de romperlo, dejé que reinase mientras el viento de aquella noche me refrescaba los pensamientos.

¿Son ciertos los rumores, Saito?

La miré sin saber demasiado bien a qué se refería. Hasta ese momento no había caído en que algunos aprendices como ella no llegaron a venir al Castillo del Olvido... así que desde nuestra partida probablemente le hubiesen llegado toda clase de rumores que no acabarían de saciar aquella curiosidad que sabía que ella tenía.

No estaba seguro de si estaba preparado para las avispadas preguntas de Celeste, pero siempre podía tratar de ocultarle aquello que más pudiese perjudicar a alguno de los dos. Traté de mostrar entereza, preparado para que preguntara lo que quisiese.

¿Es verdad que se acabó la guerra?

Celeste, la guerra nunca acabará.

>>Por mucho que ahora haya una provisional paz, siempre existirá un desequilibrio con el que inclinarán la balanza a su favor. Toda historia ha de tener un malo y, en la de ellos, nosotros somos los que más pegamos en ese papel.

Tomé aire. Me imaginaba que a Celeste aquello debería sonarle absurdo después de lo que había vivido en París. Salir de un mundo de guerra y supervivencia constantes para encontrarse con la misma situación debía de resultarle duro. ¿Cómo no iba a querer la paz? En el fondo todos la anhelaban. Todos menos yo.

Olvida lo que he dicho. —Traté de sonreír sin mucho éxito—. La alianza se ha llevado a cabo, sí. Ya no hay más guerra entre Tierra de Partida y Bastión Hueco.

¿Es verdad que Villa Crepúsculo ha..?

Me dejé caer contra la barandilla del mirador y levanté la vista al cielo. Cada estrella era un mundo, y la que debía haber representado Villa Crepúsculo ya no brillaba. Había sido pasto de Sincorazón de algún modo que aún no llegaba a comprender, y a pesar de que tantas personas se habían salvado... muchas otras vidas se habían perdido. Y, como siempre, la culpa pesaba sobre los Portadores que no habíamos estado allí para salvarla a tiempo; y de nuevo, habíamos caído en una trampa que hacía que nuestra reputación empeorase por momentos.

Pero había una diferencia con las trampas que habíamos sufrido otras veces, y es que el titiritero se había mostrado, error que le costaría bien caro a ese bastardo de Aaron. ¿Quién sino podría ser el responsable?

Volví a mirar a mi amiga, a la que todavía no había respondido.

Ha desaparecido. O caído en la Oscuridad, como prefieras llamarlo —sentencié, tratando de no agachar la mirada—. Pero se han salvado parte de sus habitantes. No sé cuántos, la verdad, pero no han muerto todos.

>>Maldecía al que creo que ha sido el responsable de todo esto, un monstruo hecho carne y hueso... uno que todos creíamos muerto desde hacía tiempo.

>>>Se llama Aaron, y es lo peor que he visto desde que me uní a Bastión Hueco.

Le dejé tiempo para que lo asimilase. Pretendía que no saliera herida, quería evitarle todo el sufrimiento por el que yo había pasado aunque eso significase tener que soportar todo aquel peso en mis propios hombros. Pero aquello no implicaba que no fuese a responder si me preguntaba.

Antes de que pudiese darme cuenta, me había puesto a temblar.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Lun Jun 06, 2016 10:42 pm

Las gracias duraron demasiado poco para mi gusto. La verdad, implacable en la respuesta de Saito, me golpeó como un mazo al oírla:

Celeste, la guerra nunca acabará. Por mucho que ahora haya una provisional paz, siempre existirá un desequilibrio con el que inclinarán la balanza a su favor —dijo. No hacía falta ser muy avispado para saber de qué bando hablaba—. Toda historia ha de tener un malo, y en la de ellos, nosotros somos los que más pegamos en ese papel.

Entiendo.

«Demasiado bonito para ser verdad», pensé. Aunque, después de lo que el propio Saito me había contado aquel día... ¿cómo mantener la paz?

Un escalofrío me recorrió la espalda, pero esta vez no tenía nada que ver con la temperatura.

Olvida lo que he dicho. La alianza se ha llevado a cabo, sí. Ya no hay más guerra entre Tierra de Partida y Bastión Hueco.

Muy convincente —contesté, apática. Pero no se lo reproché. ¿Qué se suponía que debía creer una inocente Aprendiz que apenas había visto mundo?

No dije nada cuando confirmó el fatal destino de Villa Crepúsculo. Tan sólo asentí una vez al escuchar sobre los supervivientes. Quizás esa amable chica, Keiko, estuviera entre ellos. Pero ¿y su maestro? ¿Y el hombre de la tienda de música? ¿Y todos los que habían acudido aquella noche a la feria?

Apreté la barandilla hasta que se me quedaron los nudillos blancos. Un mundo... un mundo entero...

¿Cómo? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Quién?

Maldecía al que creo que ha sido el responsable de todo esto, un monstruo hecho carne y hueso... uno que todos creíamos muerto desde hacía tiempo. —Saito hizo una pausa, quizás dudando en contestar—. Se llama Aaron y es lo peor que he visto desde que me uní a Bastión Hueco.

Aaron. Aaron. El nombre se me quedó grabado a fuego, y una terrible parte de mí deseó encontrarse con él cara a cara.

«Podría haberse tratado de París. Podrían haber sido mi mundo y mi familia».

Sacudí la cabeza. No, no quería ni pensarlo. En su lugar, miré de reojo a Saito. No sabía que le habría pasado en Tierra de Partida, pero decidí que me guardaría las preguntas, al menos por esta noche. El chico tenía un aspecto horrible. Y ya no sólo por fuera, se notaba a la legua que algo malo le pasaba. Estaba muy... abatido. Como si en vez de tener veinte años —que era lo máximo que me atrevía a echarle—, tuviese cincuenta. Y los ojos...

Volví a estremecerme y crucé los brazos sobre el pecho. No era como estar delante de un Sincorazón, ni siquiera como ver la demostración de su afinidad de nuevo, pero estaba segura de que aquello que veía en sus ojos era Oscuridad. Un rayo minúsculo, sí, pero Oscuridad con «o» mayúscula.

Era tarde para hacer algo con Villa Crepúsculo. Pero no iba a dejar que mi amigo cayera también.

¿Sabes una cosa? —le pregunté de repente—. Llevo encerrada en el castillo desde que os marchasteis. Sin salir para nada. Y estoy muy, pero que muy agobiada. —No, si al final sería verdad y todo que los muros de piedra herían a los gitanos—. Y algo me dice que tú has pasado unos días muy estresantes. No te ofendas, pero digamos que te he visto mejor.

»Así que ¿qué mejor momento para irnos por ahí de fiesta?


Esbocé una amplia sonrisa.

¿Qué? ¡Lo digo muy en serio! —Le aseguré, sacudiendo la cabeza—. Necesitamos distraernos, ¡cambiar de aires! No creo que nadie se enfade porque nos vayamos una noche, todos estarán muy centrados en sus cosas. Venga, vamos, será divertido. Apuesto a que nunca has salido con una chica francesa, ai-je raison, mon ami? Las mejores fiestas las organizamos nosotras, después de todo.

No iba a aceptar un no por respuesta. Dejaría a Saito protestar lo que quisiera, pero la decisión, en el fondo, ya estaba tomada.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Lun Jun 06, 2016 10:56 pm

Al acabar de contarle todo me detuve en su semblante, no era capaz de ver nada que pudiese darme una pista de sus pensamientos, aunque podía imaginármelos. Al ver que ella también me estaba mirando a los ojos aparté los míos, algo avergonzado. Empecé a preguntarme entonces qué habría hecho ella durante nuestra estancia en el Castillo del Olvido.

Pero no me atreví a hablar por mucho que la curiosidad me moviese en aquellos momentos. Ella no había preguntado nada acerca de lo sucedido en el Castillo del Olvido, cosa que le agradecía: no me veía capaz de explicarle nada acerca de lo que había pasado.

No me sentía con fuerzas, a lo mejor más adelante... y cuando eso sucediese, quizá ni podría contarle toda la verdad. ¿Cómo le justificaría el haber llegado a “ceder” mi cuerpo? Eran cosas que ni yo entendía, ¿cómo esperar que ella lo hiciese?

Mi mente empezaba a divagar de nuevo entre aquellos escabrosos recuerdos y pensamientos, notaba como perdía parte de mi equilibrio. Me obligué a agarrarme a la barandilla y a coger aire varias veces hasta que la sensación se hubo desvanecido por completo.

¿Sabes una cosa? —La voz de Celeste captó mi atención— . Llevo encerrada en el castillo desde que os marchasteis. Sin salir para nada. Y estoy muy, pero que muy agobiada.

Me sorprendí al oír sus palabras. ¿Serían ciertas? No veía a Celeste esperando pacientemente nuestro regreso. Me permití una pequeña sonrisa para mis adentros.

Y algo me dice que tú has pasado unos días muy estresantes. No te ofendas, pero digamos que te he visto mejor.

Suspiré. La verdad era que las pocas veces que me había mirado al espejo parecía que me hubiese pasado un camión por encima. No le negaría a mi amiga la evidencia, pero tampoco podía hacer nada. El insomnio y las pesadillas constantes eran un factor que ayudaba a aquel estado paranoico.

Así que ¿qué mejor momento para irnos por ahí de fiesta?

¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Montarnos un picnic aquí y ahora? —La idea no era mala del todo, pero con aquel viento pillaríamos un resfriado en el mejor de los casos.

La sonrisa de Celeste se me contagió por un momento.

¿Qué? ¡Lo digo muy en serio! —Empezó a sacudir la cabeza enérgicamente, temía que se golpease con la barandilla—. Necesitamos distraernos, ¡cambiar de aires! No creo que nadie se enfade porque nos vayamos una noche, todos estarán muy centrados en sus cosas.

Me rasqué la cabeza, dudoso frente a su petición. No estaba muy seguro de que con aquel panorama lo mejor fuese irse... ¿y si volvía a ocurrir una emergencia y no estábamos ahí para evitarlo? Aunque parecía que ambos necesitábamos un urgente descanso, no sabía si aquella decisión sería la correcta.

Celeste, no creo que sea una buena idea, con todo lo que ha pasado...

Venga, vamos, será divertido.

No podemos. Otro día quizá...

Celeste, lejos de desistir, hizo ver que no me había oído, pero es que siendo ella quizá realmente no lo hubiese hecho.

Apuesto a que nunca has salido con una chica francesa, ai-je raison, mon ami?

Tuve que reír sin malicia en cuanto mi amiga empezó a hablar en francés, ya que no entendí nada de lo que había dicho. ¿Decía palabras al azar o de verdad eran cosas con sentido? Algún día tenía que enseñarme francés, pero dudaba que ese fuese el momento ideal para aprender.

>>Las mejores fiestas las organizamos nosotras, después de todo.

Me acerqué a ella, desafiante. Sabía que no me libraría de aquella excursión, y quizás si me negaba empezaría a perseguirme por todo el castillo lanzando Electros a diestro y siniestro. Mejor no resistirse, y es que por primera vez desde lo sucedido en el Castillo del Olvido había sonreído. A lo mejor salir con ella me ayudaría a animarme y a dejar de pensar por un momento.

Como no podíamos quedarnos en el Bastión le propuse ir a la Cité, ya que supuse que se sentiría más cómoda allí que en un mundo extravagante y desconocido, pero me sorprendí al oír su rotunda negativa. No estaba seguro del por qué, pero no sería yo quién le preguntase si no quería hablar de ello. Me acordé entonces de un mundo que se parecía bastante al hogar de mi pequeña francesa y en el que seguro que no habría estado.

Ya sé a qué mundo podemos ir, pero tenemos que ir elegantes para un evento de tal magnitud —dije, satisfecho por haber dado con el sitio perfecto en tan poco tiempo.

Eché a andar cuando recordé algo: no habíamos decidido la hora ni el lugar en el que pensábamos quedar. Qué cabeza la mía.

>>Nos vemos en el vestíbulo en diez minutos, ¡te va a encantar!

Empecé a correr hacia mi habitación. Quizá la noche acabase siendo mejor de lo que me habría podido imaginar.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Lun Jun 06, 2016 11:12 pm

¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Montarnos un picnic aquí y ahora?

Saito aceptó por fin su destino —no sin oponerse, todo había que decirlo—, y solté una risita entusiasmada. ¡Era una idea brillante! ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

Pues oye, eso no suena nada mal. Pero aquí no hace muy buena noche, podríamos irnos a otro mundo. ¿Se te ocurre alguno bonito?

A decir verdad, no esperaba que propusiera La Cité. Pudiendo ir a cualquier parte, visitar un mundo en guerra para escapar de otra no me parecía la mejor opción. Por no hablar de que no quería ir ahí. La última vez que lo había hecho... bueno, me había arrepentido profundamente durante tres largos días.

Mejor no. —Torcí el gesto en una falsa sonrisa—. Es que ése ya me lo conozco de memoria —me apresuré a añadir— ¡y preferiría ver algo nuevo!

Se lo pensó un momento.

Ya sé a qué mundo podemos ir —anunció—, pero tenemos que ir elegantes para un evento de tal magnitud.

¿Qué clase de evento? ¡E-eh, oye! ¡Saito!

Nos vemos en el vestíbulo en diez minutos, ¡te va a encantar! —me gritó antes de echar a correr.

Suspiré, negando con la cabeza. Al menos había servido para despejar un poco esa oscuridad. Y hacerle reír un rato. Eso era lo importante.

Eché un último vistazo a la noche de Bastión Hueco. Estaba oscuro, pero aún podía divisar en la lejanía la ciudad infestada de Sincorazón. Una marabunta de ojos amarillos parecía bailar bajo la luna, como si celebraran la caída de Villa Crepúsculo. Apreté los labios y desvié la mirada para alejarme hacia el interior del castillo. La pulsera que todavía llevaba desde aquel día tintineó con alegría al son del viento hasta que subí a la plataforma.

***


Doce minutos más tarde, llegué al vestíbulo con un pequeña pero pesada cesta en las manos. Saito ya se encontraba esperándome.

Hola. ¿Sabías que saquear las cocinas es facilísimo? —dije a modo de saludo—. De verdad, pensaba que con el castillo lleno tendría más emoción colarse.

Dejé caer la canasta al suelo antes de pararme a pensar en lo que hacía. Por suerte, no oí nada romperse. Me aparté el pelo de la cara y me llevé las manos a las caderas.

Bueno, ¿voy bien así? —inquirí. «Un evento de tal magnitud», ¿a qué demonios se refería? No tenía ropa cara ni sofisticada, y lo máximo que había conseguido encontrar en mi patético armario era un vestido que solía llevar en París cuando celebrábamos algo. Carraspeé, turbada por su silencio—. ¿Hay algún problema?

¡La culpa era suya por no informarme!

¿Vas a decirme al menos el nombre de ese mundo?

»En fin, te sigo. Porque sabrás como llegar, ¿no?


Una vez respondió, invoqué mi armadura —seguía sin hacerme ni pizca de gracia que me vieran con eso puesto— y volví a cargar con la cesta.

Próxima parada: ¡lo desconocido!
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Lun Jun 06, 2016 11:34 pm

Arrugué la nariz. Mi chica francesa llegaba tarde.

Yo me había dado prisa en ponerme una camisa larga y negra a conjunto con unos pantalones largos. Me agencié también la bolsa que ya tenía preparada para las emergencias, sólo por costumbre, por lo que después de vestirme sólo había necesitado colgarme la guadaña a la espalda. Desde lo sucedido en el Castillo del Olvido, Alice no se había vuelto a manifestar por mucho que la llamara, por lo que procuraba mantenerla cerca de mí en cualquier momento. A pesar de lo que había hecho, sentía una extraña conexión con ella.

El vestíbulo apenas estaba iluminado, pero había decidido no abrir todavía las puertas para no atraer a más curiosos a nuestra juerga. Entre los indeseables contaba a los Sincorazón, que capaces eran de irrumpir en el castillo aquella noche aunque no lo hubiesen hecho nunca, o los Villanos Finales como ataque sorpresa. O incluso alguien peor. Como Tierra de Partida.

Negué con la cabeza para alejar aquellas malas ideas de mi mente. Por suerte, Celeste acababa de llegar y me impidió seguir con mis conspiraciones.

Hola. ¿Sabías que saquear las cocinas es facilísimo? De verdad, pensaba que con el castillo lleno tendría más emoción colarse.

Tan ilusionado estaba por aquellas mini vacaciones que había olvidado que para hacer un picnic se necesitaba comida. Era todo un genio.

Yo no he traído nada, lo siento —advertí mientras ella dejaba nuestra futura cena en el suelo—. Aunque me preocupa que ahora te dediques al saqueo profesional.

>>Bueno, ¿voy bien así?

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que se había cambiado. La miré casi de soslayo. Mi acompañante iba deslumbrante, y el adjetivo le quedaba corto. Aquel naranja perteneciente al sencillo vestido que llevaba resaltaba esa piel tan exótica que Celeste tenía.

Aparté la mirada mientras me rascaba la nuca. Me había quedado contemplándola como un completo pasmarote, y el color empezaba a subir a mis mejillas.

¿Hay algún problema?

No, nada. Vas perfecta. —dije tras reanudar el contacto visual con ella.

Abrí las puertas del castillo. La luz de la luna se reflejaba en ambos de manera totalmente opuesta; mi amiga brillaba todavía más, al contrario que yo, que parecía apagarme por momentos.

Negué con la cabeza mientras invocaba mi armadura.

No iba a aguarle la fiesta ni a Celeste ni a mí mismo. Ambos nos merecíamos un buen descanso después de todo lo que había pasado. Nada de batallas, ni guerras, ni monstruos.

¿Vas a decirme al menos el nombre de ese mundo?

La gracia es que sea una sorpresa, ¿no crees? Lo único que te diré es que es un mundo algo peculiar.

»En fin, te sigo. Porque sabrás como llegar, ¿no?

>>La duda ofende, verás cómo llegamos ahí antes de que te des cuenta. ¡Aprisa!

Subí a mi Glider recién invocado mientras sonreía al pensar que sólo había estado una vez en el País de los Mosqueteros, y que quizás volver allí de memoria no sería tan fácil ni rápido como le había dicho.

Despegamos. Ya no había vuelta atrás.

***


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El viaje por el intersticio fue uno de los más calmados que recordaba haber tenido desde que me había hecho Portador: ni Sincorazón, ni meteoritos gigantes o ballenas dispuestas a zamparte como desayuno. Me hubiese gustado enseñarle a Celeste mis excelentes habilidades como piloto de Glider, pero qué se le iba a hacer.

Antes de que pudiese darme cuenta, el contorno del País de los Mosqueteros afloraba en todo su esplendor. Llegado el momento, avisé a mi compañera de que aquél era nuestro destino y le hice indicaciones para que me acompañase.

Habíamos aterrizado en un camino con un barranco al lado. Aquella zona era la que tenía más o menos controlada; no habría problemas para llegar hasta nuestro destino.

Me fijé en Celeste, quién quizás estaría algo anonadada con lo que veía. No sabía cuántos mundos habría visitado hasta el momento, pero confiaba en que aquel en particular le gustaría.

Estiré mis brazos mientras soltaba un pequeño bostezo. La brisa que nos acariciaba no se parecía en nada al helado viento de Bastión Hueco, por lo que sería perfecto para que nuestro festín se pudiese llevar a cabo sin demasiados problemas.

¡Esta agradable noche y yo te damos la bienvenida al País de los Mosqueteros! —exclamé con un teatral gesto a mi acompañante—. Permite que te lleve a un lugar muy especial.

>>A no ser que prefieras guiarnos tú sin haber estado por aquí —añadí con una sonrisa.

Mientras emprendíamos la marcha vigilaba nuestro alrededor con algo de disimulado nerviosismo, no quería que nada se me escapase. Si bien parecía que no había nadie, siempre aterrizaba con el miedo de que alguien me hubiese visto, y aquel viaje no era una excepción.

El camino se me había hecho muy corto y, cuando quise darme cuenta, estábamos ante la entrada de los enormes jardines. Más allá se podía divisar el distintivo edificio al que quería llevarla. ¿Qué clase de obra representarían hoy? Llevaba dinero suficiente como para comprar entradas para los dos, aquello no sería un problema.

Debía ser una broma. No había ni un alma en la entrada, más bien estaba todo cerrado a cal y canto. Me giré y traté de sonreírle a Celeste con más entereza de la que tenía. ¿Qué debíamos hacer ahora, irnos? Ni de broma, no empezaríamos aquella fiesta con un fiasco.

Miré a los lados y al ver que no había nadie por allí... se me ocurrió una idea.

Por una noche de diversión no pasará nada.

Tras haber abierto la puerta con la Llave Espada y dejarla tal y como estaba, traté de cambiarle a Celeste de tema para que no preguntase por lo que acababa de hacer.

Creo que este sitio te va a gustar. En la Cité no llegué a ver nada parecido, aunque ya me dirás si lo hay o no.

>>Es una Ópera, se realizan obras de teatro y actuaciones musicales. Espectáculos en toda regla, ¿es o no es un lugar digno de una fiesta como la que vamos a montar?

>>>Podríamos hacer el picnic en los jardines —le dije mientras señalaba un sitio que me pareció bonito y desde donde se podía contemplar a la perfección el edificio—, pero antes de nada... ¿Te gusta o no?

Tras que respondiese la invitaría a que mostrase lo que contenía aquel fardo que tan recelosamente había llevado durante todo el viaje.

¡Que la fiesta dé comienzo!
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Lun Jun 06, 2016 11:47 pm

Me armé de valor y subí al glider. El vehículo se tambaleó bajo el peso extra, y mi mente empezó a imaginar todos los posibles escenarios catastróficos que podrían darse en el viaje; desde una noche en el Palacio de Justicia espacial (¿habría?) por dejar un rastro de comida entre mundo y mundo hasta la siempre presente caída al vacío.

Pero, por Dios, ¿es que nunca iba a perderle el miedo a ese trasto?

Por suerte, al final no pasó nada. Llegamos sanos y salvos a nuestro destino y, a la señal de Saito, descendí por un manto de estrellas hacia la adorada tierra firme.

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Bajé del glider de un salto y me deshice de mis prendas mágicas. La noche era mucho más cálida aquí que en Bastión Hueco, ideal para dar un paseo. Aunque, al mirar a mi alrededor, vi que no era el sitio más adecuado. De hecho, ¿dónde estábamos? Habíamos aparecido en mitad de un camino pedregoso, con altas rocas a ambos lados y un barranco impresionante demasiado cerca para mi gusto. Me hice a un lado con sutileza a la vez que se me escapaba un estornudo; el aterrizaje de ambos vehículos había levantado una gran nube de polvo.

¡Esta agradable noche y yo te damos la bienvenida al País de los Mosqueteros! —dijo Saito, con un gracioso ademán—. Permite que te lleve a un lugar muy especial. A no ser que prefieras guiarnos tú sin haber estado por aquí.

¿Y por qué iba a querer hacer eso?

No respondió. Desistí de preguntarle adónde nos dirigíamos, porque ya intuía que no me lo iba a contar sin más. De camino, aproveché para narrarle muy por encima cómo había campado a mis anchas por las cocinas con Myriddin durante su pequeña “visite touristique” a Tierra de Partida y que, desde entonces, ese lugar ya no tenía secretos para mí. Me disponía a compartir con él la clave para que no ser pillado por los Moguris cuando se detuvo en seco.

¿Hemos llegado..? —pregunté, alternando la mirada de Saito al caserón que teníamos delante.

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Era tan... dorado. Parpadeé varias veces, entre sorprendida y turbada, y me encontré pensando en cuánto le habría gustado ese lugar a Elmyra DeWitt, que sentía fascinación por todo lo que parecía oro. El recuerdo no me provocó más que repulsión, y enseguida deseché esas imágenes.

El edificio era precioso, eso sí. Yo no sabía nada de arquitectura, pero las columnas y los balcones, las estatuas en el tejado, ¡todo era tan increíblemente bonito! Hasta los jardines rebosaban clase y elegancia. No pude evitar sentirme sucia, indigna en comparación.

No lo entiendo, ¿qué lugar es este? No parece estar abierto al pú... Oh, pour... ¡¿Pero qué haces?! —chillé en la voz más baja posible al ver cómo Saito abría sin más la verja con la Llave Espada. Miré a los lados, nerviosa, por si aparecía algún soldado a pedirnos explicaciones.

Vale, lo reconocía. Mentía más que hablaba y, a lo largo de mi corta vida, había hecho algún que otro acto cuestionable. Pero siempre con un buen motivo detrás —¡pero aquello era pasarse! ¿Qué íbamos a hacer si nos pillaban? A pesar de mi historial era una chica buena, amante de la tranquilidad. Irrumpir en una casa ajena haciendo uso de magias secretas no formaba parte de mi plan.

Creo que este sitio te va a gustar. En la Cité no llegué a ver nada parecido, aunque ya me dirás si lo hay o no.

»Es una Ópera, se realizan obras de teatro y actuaciones musicales. Espectáculos en toda regla, ¿es o no es un lugar digno de una fiesta como la que vamos a montar?


Reprimí las ganas de gritarle. Aquello estaba mal, íbamos a meternos en un lío muy gordo y luego Ryota nos mataría.

O, peor aún, se enfadaría.

Pero luego empecé a darle vueltas. El mundo entero parecía haberse ido a dormir, ciertamente, y no había ni un alma cerca. La Ópera estaba cerrada y había sitio para esconderse y huir si algo se torcía.

¡Y ya no era una chiquilla asustada que se echaba a temblar ante la idea de meterse en problemas! ¡Era una Aprendiz, y había sobrevivido a Espacio Paranoico! ¡Y a La Cité! Además, habíamos venido a pasarlo bien, ¿o no? Y Saito parecía estar ilusionado con aquella escapada. ¿No se trataba de eso? No podía prometerle fiesta y diversión y luego acobardarme por una tontería como aquella.

Podríamos hacer el picnic en los jardines, pero antes de nada... ¿Te gusta o no? —preguntó, feliz de la vida.

Es una maravilla —reconocí—. Y no, en París no hay edificios así. Los músicos y los actores no tienen muy buena reputación, ¿sabes? Ahí sólo tenemos las calles, y no son muy seguras.

Y sí, ¡también me mataban las ganas de ver más de cerca esa Ópera!

Pero no es momento de hablar de esas cosas. Vamos a cenar, que me muero de hambre.

Eché a andar al lugar que Saito señaló, medio oculto entre los setos. Saqué una manta de la cesta y la extendí en la hierba antes de sentarme encima —ni loca iba a dejar que se me manchara ese vestido— y empezar a sacar las cosas: platos, servilletas, dos sándwiches de queso, pastas, frutos secos, pan, manzanas y uvas, agua, e incluso una botella de vino tinto muy mal escondida en las cocinas.

No sabía qué te gustaría, así que he traído un poco de todo. Ah, y no llevo vasos —dije, mostrándole el vino—. No me atrevía. Espero que no te importe.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Mar Jun 07, 2016 12:14 am

Estuve expectante a la respuesta de mi compañera, la cual pareció complacida por el lugar al que la había llevado. Suspiré, aliviado de haber elegido bien.

Es una maravilla —respondió, mientras una sonrisa se asomaba en sus labios—. Y no, en París no hay edificios así. Los músicos y los actores no tienen muy buena reputación, ¿sabes? Ahí sólo tenemos las calles, y no son muy seguras.

Me mantuve atento a lo que mi compañera empezó a relatarme sobre París, pero para mi desgracia se detuvo abruptamente ahí.

Pero no es momento de hablar de esas cosas. Vamos a cenar, que me muero de hambre.

Asentí con una sonrisa, no sin antes sentir aquella punzada de curiosidad que siempre me producía Celeste. Quizá fuesen sólo imaginaciones mías, pero tenía la sensación de que no le gustaba hablar tanto de sí misma como de París. Era libre de no querer hacerlo, pero no por ello mi curiosidad decrecía cada vez que la chica esquivaba aquellos temas con su natural sutileza.

Tuve que librarme de aquel momento de reflexión cuando mi amiga extendió el fardo a modo de mantel y asiento, colocándome frente a ella mientras observaba cómo sacaba de la cesta una íntima cena.

No pude ni quería evitar disimular la alegría que sentía, aunque pareciese un niño impaciente. No recordaba haber hecho nada similar, y dudaba que hubiese un mejor momento que aquel para lograr distraerme.

No sabía qué te gustaría, así que he traído un poco de todo. Ah, y no llevo vasos —dijo a la par que sacudía la botella de vino—. No me atrevía. Espero que no te importe.

Para nada —comenté mientras negaba con la cabeza y extendía mi mano en su dirección—. Deja que la abra.

>>Habrá que brindar antes de empezar, ¡por nosotros y por esta noche tan maravillosa!

Tras dos dulces tragos, le propuse a mi compañera que hiciese lo mismo.

Hacía tiempo que no bebía, por lo que esperaba tener todavía una cierta tolerancia al alcohol o al menos acabar con un final mejor que la última vez que lo había probado. Por si las moscas, intentaría hacerlo con moderación.

Empecé a cenar, devorando el sándwich.

¿Y dónde estabas el día en que nos llamaron a todos? —pregunté, tras un pequeño silencio—. ¿No te habrías ido de picnic por ahí con ese tal Myriddin no?

No pude evitar echarme a reír mientras esperaba su respuesta, tras la que me tocaría dar algunas explicaciones. No sabía cuánto le habrían contado, pero era mejor evitar escabrosos detalles.

Nosotros fuimos a Tierra de Partida tras enterarnos que ésta estaba siendo atacada por los Sincorazón; y nos adentramos en una “versión de protección” del mundo, El Castillo del Olvido.

>>Una vez allí nos tuvimos que dividir para lograr restaurar Tierra de Partida a su estado original... pero las cosas no fueron tan fáciles. —Me rasqué la cabeza mientras desviaba la mirada—. Pasamos por mucho, incluso un Maestro de Tierra de Partida murió. Le conocía; pero no fue el único que se fue...

Le pegué otros dos tragos al vino tras haber casi metido la pata, y al dejar la botella arremetí contra una de las manzanas, la cual troceé con la daga de Celeste. Notaba el calor subirse a mis mejillas mientras masticaba aquel primer trozo de fruta. Efecto inmediato del vino supuse, aunque aún conseguía controlar mis emociones mejor de lo que cabría esperar.

Le ofrecí entonces uvas a Celeste.

¿Sabes que llevo metiéndome en líos desde antes de unirme a Bastión Hueco? —comenté risueño—. Una vez, en Ciudad de Halloween, me quedé dormido mientras limpiaba la guillotina, ¡y casi consigo que me corten la cabeza! Y también estuve a punto de ahogar en la fuente al gordo de mi vecino cuando su madre no miraba, por haberme hecho caer a propósito frente a todos. —Estallé en sonoras carcajadas, mientras me comía yo ahora una de aquellas deliciosas uvas.

>>¿Y tú, Celeste? —Entrecerré los ojos en una mirada pícara—. No me creo que seas un angelito, aunque esta noche parezcas uno... lo que me hace recordar que también conocí a un ángel.

>>>Pero eso no importa ahora, penas fuera. ¡Cuéntame algo divertido, anda!

Esperaría a que mi compañera se decidiese a contarme una anécdota, e incluso la amenazaría con aguantar la respiración si era necesario.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Mar Jun 07, 2016 4:39 pm

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¡Salud! —exclamé con una sonrisa.

Brindamos. El vino, aunque fuerte, era muy dulce y estaba bueno —al contrario que la cerveza. ¿Cómo podía gustarle esa asquerosidad a alguien?—. Saito empezó a devorar su sándwich, y yo, por mi parte, me puse a cortar la manzana.

¿Y dónde estabas el día en que nos llamaron a todos? ¿No te habrías ido de picnic por ahí con ese tal Myriddin no?

Ni mucho menos. —Traté de imaginármelo y tuve que contener la risa. No, definitivamente, no—. En realidad, había ido a París a ver a mi familia.

La voz se me quebró un poco en la última sílaba, pero confié en que Saito no lo notaría. París. Era cierto que había ido a mi mundo aquella noche, y también que había regresado antes de llegar a hablar con nadie. Como una cobarde, había dado media vuelta al cruzar el puente y regresado a Bastión Hueco muerta de miedo: no habría sido capaz de soportar la idea de entrar en la Corte y descubrir que estaban mejor sin mí. Lo cual, de hecho, era bastante probable. Había pasado un tiempo desde que mi marcha y...

Me esforcé en olvidarlo y sonreír. Miré a mi alrededor por quinta vez desde que nos sentamos y pregunté:

¿Qué fue lo que pasó?

Nosotros fuimos a Tierra de Partida tras enterarnos que ésta estaba siendo atacada por los Sincorazón —explicó— y nos adentramos en una “versión de protección” del mundo, El Castillo del Olvido.

»Una vez allí nos tuvimos que dividir para lograr restaurar Tierra de Partida a su estado original... pero las cosas no fueron tan fáciles. Pasamos por mucho, incluso un Maestro de Tierra de Partida murió. Le conocía; pero no fue el único que se fue...


Levanté los ojos, inquisitiva. Estaba enterada de la muerte de ese Maestro; es más, no hacía mucho del funeral en su honor. Yo no había asistido, pues no le conocía de nada y habría sido una considerable falta de respeto. Pero no estaba enterada de ninguna otra baja.

Sin darme cuenta, ya me había terminado la manzana. Dejé el corazón a un lado y ataqué el sándwich.

¿Sabes que llevo metiéndome en líos desde antes de unirme a Bastión Hueco? —preguntó Saito entonces, sin darme tiempo a preguntar nada más. Fingí no haberme dado cuenta de ello—. Una vez, en Ciudad de Halloween, me quedé dormido mientras limpiaba la guillotina, ¡y casi consigo que me corten la cabeza!

¿Una qué?

Y también estuve a punto de ahogar en la fuente al gordo de mi vecino cuando su madre no miraba, por haberme hecho caer a propósito frente a todos.

¿Lo decía en serio? Llevaba un rato bebiendo, quizás sólo divagaba un poco. O quizás en Ciudad de Halloween eran muy sensibles, quién sabía. Le observé con curiosidad, debatiéndome entre si quitarle la botella o no.

¿Y tú, Celeste? No me creo que seas un angelito, aunque esta noche parezcas uno...

Sí, creo que ya has tenido suficiente vino.

Lo que me hace recordar que también conocí a un ángel.

¿Tú también con eso? Ahora sí que me vas a dar la botella.

Estiré el brazo para cogérsela. Daba igual cuánto protestara, se acabó el beber. Me aseguré de que el vino quedara bien lejos de su alcance. ¡Por favor! ¡Cómo si los ángeles moraran por la tierra! Todo aquello parecía una tomadura de pelo.

Pero eso no importa ahora, penas fuera. ¡Cuéntame algo divertido, anda! —pidió, con la misma espontaneidad que antes. Ese alcohol...

¿Algo divertido? Bueno, no esperes guillotinas ni ahogadillas.

Ladeé la cabeza, pensándolo. Mi tiempo en Bastión Hueco no resultaba hilarant, por así decirlo. Y podía decir tres cuartos de lo mismo de París. No, la Cité era belleza y tragedia, no diversión. Guardaba recuerdos bonitos, claro, pero la mayoría eran familiares y demasiado personales como para compartirlos con Saito. Y de mi tiempo con DeWitt ya ni hablábamos.

Aunque...

Vale, tengo algo —dije, emocionada. Ay, ¿no sería comprometido hablar de algo así? Realmente no revelaba nada, pero si Saito era un poco avispado podría notar alguna incongruencia con mi historia. «Va medio borracho, ¿qué va a notar?»—. No es que sea algo divertido, pero es bonito. Eso creo, vaya.

Clavé los ojos un instante en la Ópera, detrás de mi amigo. Luego cogí aire, sonreí, y empecé:

La primera vez que fui a ver el Festival de los Bufones tenía catorce años. Yo siempre solía ayudar a prepararlo en vez de verlo, los soldados me daban pavor. —Solté la primera excusa que se me pasó por la cabeza y crucé los dedos para que Saito no sospechara—. Pero esa vez me atreví.

»Qué pena que no pudieras verlo cuando fuiste, porque esas fiestas son maravillosas. Creo que fue el mejor día de mi vida. Todos iban disfrazados y llevaban antifaces de colores, había música y bailes en cada calle y nadie te miraba mal aunque fueras el gitano más humilde. En ese día el mundo es al revés, así que ya te puedes imaginar. Parecía otro mundo. El Paraíso. Una utopía.


Hice una pausa, sin saber muy bien cómo continuar.

Ya ves, soñando con otros mundos desde pequeña. ¿Estaba destinada o no a acabar aquí? —bromeé, nerviosa, mientras jugueteaba con un mechón de pelo que me caía sobre el hombro—. Ojalá Ryota me hubiese encontrado ese día. Las cosas serían tan distintas...

No habría vacilado un segundo en marcharme. No me habría peleado con Elmyra y me habría ahorrado todo ese dolor... y no habría conocido a mi familia esa misma noche. A estas alturas sería muy fuerte, pero no les tendría. No existiría nada que me uniera de verdad a La Cité. ¿Habría valido la pena?

Pensativa, me quedé mirando el edificio de oro. Un lugar para espectáculos, un hogar para la música y para los músicos. Qué bien sonaba. Qué idílico. Qué imposible.

Maldito Saito. Ignoraba si, de alguna manera, lo había orquestado todo, pero el caso es que acabé diciéndolo:

¿Sabes qué? Que le den a las normas. ¿Te apetece entrar en la Ópera?
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Mar Jun 07, 2016 4:52 pm

No le di importancia a que Celeste me hubiese quitado la botella de vino, ni al hecho de que hubiese dejado caer que iba borracho. ¡Como si un par de tragos de vino bastasen para ello! Pero no la culpaba, le acababa de decir que había conocido a un ángel. Ella, cuan religiosa era, debía de estar totalmente opuesta a la idea de que los mortales conociesen a unos seres tan divinos como los ángeles.

Sonreí ante la idea de llevarme a la chica a Tierra de Partida y que conociese a Nithael —si es que todavía seguía allí—, podía apostarme cien platines a que como mínimo se desmayaría allí mismo; quité dicha sonrisa al instante, al pensar en las personas con las que podía llegar a cruzarme... aunque quizá no diría que no a una escapada nocturna como la de ahora.

Estaba expectante ante la historia que Celeste estaba por contarme de un momento a otro. La miré mientras continuaba con la manzana que había empezado antes, todo lo que pudiese saber acerca de mi chica francesa era bienvenido.

Vale, tengo algo. No es que sea algo divertido, pero es bonito. Eso creo, vaya.

Yo asentí mientras gesticulaba impaciente a que empezase aquella anécdota, y ella por su parte sonrió.

La primera vez que fui a ver el Festival de los Bufones tenía catorce años. Yo siempre solía ayudar a prepararlo en vez de verlo, los soldados me daban pavor. Pero esa vez me atreví.

»Qué pena que no pudieras verlo cuando fuiste, porque esas fiestas son maravillosas. Creo que fue el mejor día de mi vida. Todos iban disfrazados y llevaban antifaces de colores, había música y bailes en cada calle y nadie te miraba mal aunque fueras el gitano más humilde. En ese día el mundo es al revés, así que ya te puedes imaginar. Parecía otro mundo. El Paraíso. Una utopía.


Empecé a meditar un poco acerca de la historia que mi compañera acababa de contarme, si bien es cierto que no era la típica chiquillada que había esperado que me dijese resultó algo mucho mejor; era todo lo bonito y nostálgico de un recuerdo que podía esperarme de alguien tan vivaracha como ella. Me pareció un poco extraño que no se hubiese atrevido hasta aquella edad, pero desde el punto de vista de una gitana las cosas no debían ser tan fáciles.

Por un momento cerré los ojos y dejé que me embriagase todo el aroma que había aspirado durante mi misión en París. Me parecía un lugar tan hermoso que su falta de tecnología me traía por completo sin cuidado, pero tras imaginarme de nuevo aquel lugar lleno de gente, toda aquella fiesta y felicidad inundando las calles, no pude evitar recordar a Mateus y su fría sonrisa.

Abrí los ojos, un escalofrío me recorría el cuerpo.

Ya ves, soñando con otros mundos desde pequeña. ¿Estaba destinada o no a acabar aquí?

Sin lugar a dudas —sonreí, gracias a ella me había olvidado de todo por un momento.

>>Ojalá Ryota me hubiese encontrado ese día. Las cosas habrían sido tan distintas...

Celeste se quedó anonadada frente a la Ópera, sumida en sus propios pensamientos. ¿Por qué habría pasado ella? Ignoraba los motivos que la habían llevado a escoger estar bajo la tutela del Maestro Ryota, pero debían ser suficiente importantes como para dejar toda una vida de lado.

Miré el cielo y no puede evitar suspirar. ¿Habría yo aceptado ser Aprendiz de la Llave Espada antes de tiempo? Lo ignoraba, pues muchas cosas sobre mi estancia en Ciudad de Halloween se habían vuelto difusas tras dar el paso de marcharme a Bastión Hueco.

Había sido capaz de encontrar algunas pistas para llegar a la verdad, pero todavía quedaba mucho camino.

¿Sabes qué? Que le den a las normas. ¿Te apetece entrar en la Ópera?

Dirigí mi vista a Celeste, curioso; desde un principio la idea había sido la de llevarla a la Ópera, pero debido a aquel imprevisto nos habíamos tenido que colar para acceder a aquellos maravillosos jardines. No me atreví a proponer ir más allá, debido a que mi compañera ya se había alarmado un poco al verme allanar una propiedad mediante el uso de mis poderes de Caballero. Al final podríamos disfrutar de un espectáculo.

Me parece bien, pero habrá que ser discretos y no dejar pruebas de que hemos estado por aquí.

Ayudé a Celeste a recoger lo restante de aquel picnic. ¿Tendría aquel edificio dorado secretos que mostrarnos en las entrañas de la noche? Solo podríamos averiguarlo saltándonos las normas, tal y como había dicho ella.

Nos colocamos frente a la puerta y empleé la Llave Espada para abrir aquella entrada. La cerradura hizo un chasquido que se me hizo agradable, y tras aquello le hice un ademán a Celeste mientras le decía:

Las damas primero.

Tras que mi acompañante saliese disparada por la puerta, sin siquiera contener la exaltación que llevaba encima, me acordé de que si no había nadie debería estar todo a oscuras —sería absurdo dejarlo todo encendido sin gente a la que atender— y avanzar sería más difícil todavía. Rebusqué entre mis cosas hasta dar con una linterna, y crucé el umbral de la puerta tras encender aquel objeto para ir en busca de mi compañera.

Al pasar por la puerta, un súbito pinchazo en la cabeza me hizo soltar un pequeño e inesperado quejido de dolor. ¿Qué había sido eso? Me toqué la zona de la cabeza dolorida, pero no tenía ni una sola marca o rasguño, pero seguía con el efecto de aquella sensación encima. Suspiré mientras avanzaba, quizá al final el vino sí que se me había subido un poco a la cabeza.

La linterna me ayudó mejor a orientarme, y a esquivar varias de aquellas ostentosas y gruesas columnas que parecían tan doradas como el edificio mismo cuando la luz las alcanzaba. Avancé cauteloso.

¿Celeste? —susurré a la par que atenuaba la luz que la linterna me proporcionaba.

Me las apañé como pude para llegar hasta donde debía estar el escenario, y entonces noté una risita que provenía de ahí arriba. Con un Doble Salto, alcancé sin problemas el lugar en cuestión y alumbré con aquella luz cegadora a la chica con la que había estado jugando al escondite desde que habíamos entrado.

Aunque he de admitir que se le daba muy bien esconderse.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Mar Jun 07, 2016 8:23 pm

«¿Y ahora qué?».

Fruncí los labios, un gesto invisible en la oscuridad. Al cerrar Saito la puerta, toda luz se quedó atrás, fuera en los jardines. Merveilleux.

Pero tendría que haber lámparas en alguna parte, ¿no? Con cuidado, caminé con los brazos extendidos hasta palpar una fría pared. A mis pies, una débil luz recorría el suelo —Saito, con una linterna o un hechizo, quizás—. Reprimí una sonrisa y pensé que, ya puestos, podríamos jugar al escondite hasta que uno de los dos diera con las luces.

Tenía gracia que el afín a Oscuridad tuviese que recurrir a la luz y yo no. Claro que yo contaba con cuatro años de experiencia en convivir con las sombras y el sigilo.

Pasé la mano por la pared desnuda, tan lejos del rayo de la linterna como podía y procurando no tropezar con nada. Sorteé columnas y puertas; por suerte, la seguridad no iba más allá de las verjas y las cerraduras en el exterior. En un momento dado di con una especie de palanca que sobresalía del muro, y una esfera de cristal todavía caliente. ¡Premio! Conjuré un Piro y con suma delicadeza lo acerqué a la lámpara.

Prendió un segundo después de que Saito me alumbrara con la linterna. La llama iluminó levemente el escenario y los palcos, y a mi amigo y a mí. Me eché a reír, burlona, ante su expresión.

Surprise? Vale, tú ganas.

Me encogí de hombros en señal de rendición. Luego giré sobre mis talones y, agradecida por la luz, eché un vistazo a la sala.

Oye, ¡este sitio es increíble! ¿Cómo lo encontraste? —pregunté, deseosa de oír otra anécdota. Escuché con atención su respuesta mientras me encaminaba hacia el borde del escenario.

»Es una lástima que esta noche no hubiera función. Tendremos que volver otro día.

Con aire ausente, contemplé el mar de butacas vacías que se extendía ante mí. A juzgar por su aspecto, a la Ópera sólo asistiría gente rica, muy rica. ¿Cómo sería actuar para esa clase de público? ¿Resultarían fáciles o difíciles de complacer? «Hmmm...». Deslicé la punta del pie por el suelo de madera y di una vuelta. La falda ondeó graciosamente a la altura de los gemelos.

Quizás podría llegar a comprobarlo algún día. No era un mal plan.

De haberlo sabido, me había traído la lira. Aquí debería oírse música, ¿no crees? —Medité un segundo; luego cogí una gran bocanada de aire y volví a exclamar:—. ¡Ya sé! ¡Saito, ¿tú cantas?! Eh, no me mires así, es que yo lo hago un poco mal. Verás, lo digo porque podríamos, no sé, quizás tener u...

La voz se me quedó congelada en la garganta a medio sonido. Y aún así, éste quedó ahogado bajo el golpe de la puerta contra la pared. En mitad del silencio, sonó como un trueno imprevisto.

La Ópera está cerrada. —Se trataba de una figura alta y grande oculta entre las sombras, con una voz que parecía metal oxidado: rasposa, grave e insensible—. ¿Quiénes sois y qué queréis?
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Mar Jun 07, 2016 9:50 pm

Una tenue llama se acababa de encender, mostrándonos en parte todo aquello que habíamos tenido que ir esquivando para llegar hasta donde estábamos ahora.

Surprise? —Celeste se había echado a reír—. Vale, tú ganas.

Soy un jugador de escondite nato, aunque tú tampoco lo haces mal. —Ella se dedicó a contemplar todo lo que se llegaba a ver desde ahí.

Oye, ¡este sitio es increíble! ¿Cómo lo encontraste?

Otra aprendiza y yo acabamos en este mismo mundo tras apuntarnos a una misión bastante peculiar. —Recordé con nostalgia a Yui y los sucesos de aquel día—. Debíamos investigar los rumores acerca de un brujo que rondaba por el mundo y que podría o no estar relacionado con un caso de envenenamiento que ocurrió tiempo atrás en esta misma Ópera.

>>Te dejo pensar si estaba relacionado o no.

Celeste lo observaba todo de una manera que me pareció más que nostálgica. ¿Echaría de menos La Cité?

»Es una lástima que esta noche no hubiera función. Tendremos que volver otro día.

Asentí, entusiasmado por volver a un lugar tan bonito como aquél. Y acompañado nada más y nada menos que de una dama francesa; hablando de ella, todavía estaba ensimismada con todo su alrededor. Seguía sin saber a ciencia cierta lo que se le pasaba por aquella cabecita tan extrovertida, decidí no preguntarle.

Todos escondíamos secretos al fin y al cabo.

De haberlo sabido, me había traído la lira. Aquí debería oírse música, ¿no crees?

Asentí a su comentario mientras contemplaba aquel escenario en el que ahora estábamos subidos, y mientras miraba en dirección a las butacas vacías me imaginé cómo sería actuar delante de tantas personas. O actuar en general.

>>¡Ya sé! ¡Saito, ¿tú cantas?! Eh, no me mires así, es que yo lo hago un poco mal. Verás, lo digo porque podríamos, no sé, quizás tener u...

Se me iluminaron los ojos mientras pronunciaba aquellas palabras: lo cierto era que yo sí sabía cantar, era algo indispensable para las funciones de Halloween. Quizás podríamos formar un bonito dueto.

Estaba tan embelesado con aquella idea que ni me percaté del portazo. Tuve que mirar la cara de Celeste para ver que algo pasaba, algo que me imaginaba que nos impediría seguir con nuestros planes.

La Ópera está cerrada. —Mis músculos se tensaron, y mucho. Se suponía que no debía haber nadie. ¿Habrían contratado más seguridad tras el caso de los envenenamientos?—. ¿Quiénes sois y qué queréis?

Mierda, mierda. Piensa, Piensa...

Os pido mil disculpas, monsieur. —Empezó a decir Celeste. Se le daba tan bien mentir como jugar al escondite—. Mi primo y yo partimos mañana, lejos de la ciudad para ver a mis tíos. Sólo... sólo queríamos ver la Ópera por última vez, no pretendíamos molestar.

¿Forasteros? —Todavía no me había girado, pero podía notar el desprecio con el que pronunciaba aquellas palabras. Apreté los puños, sabiendo que no estábamos en la mejor de las situaciones.— Marchaos antes de que llame a los Mosqueteros.

Nos vamos ahora mismo.

Suspiré resignado mientras me daba la vuelta para ver al hombre que nos había aguado la fiesta; las sombras le cubrían de manera estratégica, impidiéndome averiguar poco más que su altura. Podía notar sus ojos clavados en nosotros desde aquella oscuridad.

Le devolví la mirada. Aquel era el culpable de habernos chafado la fiesta. Me disponía a salir cuando de pronto se acercó, dejando que la luz de la lámpara le iluminase por completo.

Era un hombre humano vestido de época, esbelto y de una estatura similar a la mía a pesar de que me pareció más alto; su pelo largo y rubio estaba peinado de tal forma que sus mechones tapaban uno de sus profundos ojos del color del cobre. Lo que más destacaba era su rostro aguileño, junto a una expresión que no supe identificar y con la que en aquel momento nos estaba mirando hasta que finalizó en una sonrisa.

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Supongo que puedo hacer la vista gorda si realmente vais a iros mañana. Ya que estáis aquí, podría presentaros a una de las próximas estrellas de la Ópera. Nos dieron permiso para poder practicar esta noche. Descansaba en su camerino hasta que hemos oído ruido y he salido a investigar.

Me entró una extraña sensación de familiaridad que no supe a qué venía. ¿De qué me sonaba aquel tío? No recordaba haberle visto en mi primera visita al mundo.

>>Me llamo Lautrec. Acompañadme.

Y con la misma facilidad para emerger de las sombras, el desconocido volvió a entrar en ellas. No nos dio tiempo a reaccionar ni a Celeste ni a mí, solo pudimos mirarnos perplejos sin saber que hacer durante unos segundos.

Sigámosle —sentencié, mientras añadía al verla preocupada—. Ya que nos han ofrecido conocer a una estrella, quedaría raro marcharse sin más, ¿no crees? Tampoco nos va a pasar nada, podemos poner cualquier excusa e irnos en cuanto nos la haya presentado.

Le acababa de mentir, más o menos. Lautrec no me había inspirado demasiada confianza y me preocupaba las intenciones que pudiese tener en la Ópera y en el mundo en cuestión. ¿Planear otro atentado, quizá?

Podía equivocarme y que el chico estuviese diciendo la verdad, de ser así lo comprobaríamos muy pronto.
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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor Denna » Mar Jun 07, 2016 10:48 pm

¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Todo estaba saliendo demasiado bien, no habíamos tenido ningún problema y ya tenía que pasar algo.

Crucé una mirada con Saito y se me cayó el alma a los pies al verle tan asustado como yo. Me aclaré la garganta y, con el corazón a mil, solté la primera excusa que me vino a la cabeza.

Os pido mil disculpas, monsieur —murmuré, exteriorizando tanto arrepentimiento como nervios—. Mi primo y yo partimos mañana, lejos de la ciudad para ver a mis tíos. Sólo... sólo queríamos ver la Ópera por última vez, no pretendíamos molestar.

Me mordí el labio con tanta fuerza que casi me hice sangre.

¿Forasteros? Marchaos antes de que llame a los Mosqueteros.

Nos vamos ahora mismo.

Agaché la mirada y me dispuse a bajar del escenario. Me ardían las mejillas de rabia y vergüenza, pero no quería problemas, de modo que obedecí sin rechistar. No tenía la menor intención de conocer a esos Mosqueteros que le daban nombre al mundo.

Pero entonces ocurrió lo inesperado.

Supongo que puedo hacer la vista gorda si realmente vais a iros mañana —dijo el extraño.

Parpadeé y me volví para mirarle. Ya casi tenía un pie fuera, y Saito no estaba mucho más lejos. El hombre había dado un par de pasos hacia nosotros, y ahora la luz y la cercanía nos permitían apreciarle por completo. Era alto y delgado, y aparentaba unos veinticinco años. Era difícil de decir. Tenía el pelo largo y de un rubio muy claro —más que Gilbert, y eso era mucho decir— y el flequillo le tapaba el ojo izquierdo.

¿C-cómo decís?

Ya que estáis aquí, podría presentaros a una de las próximas estrellas de la Ópera. —Esbozó una sonrisa amable. Demasiado. Estrictamente amable, sin ningún tipo de calidez—. Nos dieron permiso para poder practicar esta noche. Descansaba en su camerino hasta que hemos oído ruido y he salido a investigar.

»Me llamo Lautrec. Acompañadme.


No se detuvo a esperar una respuesta. Hizo una sutil reverencia y desapareció tras una pequeña puerta.

Bueno, ¿y ahora? —Di un tirón a la manga de Saito, entre susurros—. ¿Qué hacemos? No sé yo si deberíamos fiarnos, ese cambio de actitud es un poco extraño.

Quién decía un poco, decía muy extraño.

Sigámosle. Ya que nos han ofrecido conocer a una estrella, quedaría raro marcharse sin más, ¿no crees? Tampoco nos va a pasar nada, podemos poner cualquier excusa e irnos en cuanto nos la haya presentado.

No sé... —Hice una mueca. Quizás exageraba, aunque con el susto que me había llevado no era para menos. Lo medité un segundo antes de suspirar y ceder. ¿De quién era la noche?—. Vale. Vayamos. Total, somos dos Aprendices súper poderosos. Si intenta atracarnos, ¡se va a enterar!

El tal Lautrec nos esperaba en la habitación contigua. Al vernos aparecer, curvó de nuevo los labios en esa sonrisa tan rara. Seca, pero no forzada. Como si tuviera un secreto que no nos quisiera contar. Resultaba desquiciante, no podía entender ni esa mueca ni su actitud. Desvié la vista otra vez y me limité a seguirle por el edificio como un corderito. Para mí, la Ópera había perdido parte de su encanto.

Me temo que no me habéis dicho vuestros nombres —dijo de repente, como si acabara de caer en la cuenta—. ¿Quiénes sois?

Celeste —respondí, mirando de reojo a Saito. Yo no iba a molestarme en mentir, pero su nombre sí que sonaba un tanto fuera de lugar.

Mademoiselle Elizabeth estará encantada de conoceros. Aún no es muy famosa, y no está acostumbrada a... Oh, pero no quiero entreteneros. No yo. Eso es algo que debe hacer ella.

«Este tío es muy perturbador», pensé. «No me gusta. No me gusta nada».

Abrí la boca para intervenir, quizás para rogarle a Saito que nos marcháramos. Pero fue justo entonces cuando Lautrec se detuvo, tanteó la pared y abrió una puerta.

Dentro sonaba una bonita música. No en francés, no reconocía el idioma —¿inglés, quizás?—, aunque me distrajo un poco del recelo que le tenía a Lautrec. El hombre se inclinó sobre la puerta, llamó a su compañera, y nos invitó a pasar.

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Re: [País de los Mosqueteros] Cuando el dique se rompe

Notapor H.S Sora » Mar Jun 07, 2016 11:20 pm

Tras cruzar la misma puerta por la que él había salido momentos antes, Lautrec nos esperaba sonriendo. Imité su gesto mientras le seguíamos, acompañado de Celeste; traté de quedarme con todo el recorrido que íbamos haciendo, por si acaso.

Estaba tan absorto en memorizar el camino que ni me percaté de que Lautrec nos había preguntado algo, volví a la realidad después de que mi compañera se me volviese a adelantar en las respuestas.

Celeste.

Respiré hondo, tratando de no ponerme nervioso. El nombre de Saito era demasiado extravagante como para usarlo en aquel mundo, tendría que pensar otro.

Yo soy Robert.

Proseguimos la marcha con calma, Lautrec parecía un hombre de pocas palabras e intentar hacerle hablar no me resultaba una opción si yo tenía que concentrarme en la creación de un mapa en mi cabeza por si sucedía cualquier imprevisto. Maldije aquello en silencio, haciéndole hablar quizá hubiese logrado sacar en claro algunas de las cosas que me resultaban extrañas de su persona.

Mademoiselle Elizabeth estará encantada de conoceros. Aún no es muy famosa, y no está acostumbrada a... Oh, pero no quiero entreteneros. No yo. Eso es algo que debe hacer ella.

Elizabeth...

Me quedé parado mientras Lautrec abría una extraña puerta que pareció costarle de encontrar en un primer momento.

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Del interior de la habitación la música que surgía era hermosa al igual que la voz que había cantado aquellas frases; tras que nuestro guía llamase la atención de su compañera, nos invitó a pasar a ambos hacia el interior.

Miré a Celeste mientras nos adentrábamos en la oscuridad de aquella poca iluminada habitación la cual Lautrec cerró tras pasar él; sólo la iluminaba una lámpara de araña colgada del techo que arrojaba dispares haces de luz cambiantes. La música seguía sonando a través de un fonógrafo que se encontraba encima de una mesa de caoba.

La mirada y sonrisa cálidas de la desconocida me transmitían una extraña sensación de paz. Todo lo opuesto a lo que había estado sintiendo desde que Lautrec se nos había presentad. La chica era esbelta y joven, no podía ser mucho mayor que nosotros. Llevaba el cabello castaño recogido en una larga trenza, dejando a la vista unos ojos tan azules e intensos como el mismísimo mar.

Se acercó a nosotros, vestía una camisa blanca adornada con una especie de corbata azul que iba a juego con la falda larga del mismo color.

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La joven se quedó dubitativa durante unos segundos. Abrió y cerró la boca varias veces, como si se hubiese quedado sin palabras. La expresión de su rostro se me hizo indescifrable, a pesar de que sus labios seguían curvados en un amago de sonrisa.

¿Y quiénes sois vosotros?

Celeste y Robert. —Lautrec casi me dio un infarto, me había olvidado por completo de su presencia—. Habían venido a ver la Ópera por última vez, y les invité a pasar y conocerte antes de que se marchasen.

Ella frunció el ceño durante un momento mientras nos miraba, pero volvió entonces a aquella sonrisa natural.

Encantada de conoceros, me llamo Elizabeth. —Ensanchó su sonrisa mientras hacía una graciosa reverencia subiéndose ligeramente la falda a modo de saludo.

>>Siento si mi amigo os ha increpado. —Se sentó en la mesa dando un pequeño saltito—. Tiene la necesidad de decir que soy una estrella allá donde vamos, pero tampoco es para tanto.

Negué con la cabeza mientras miraba a Celeste, la cual había estado callada desde que habíamos entrado en aquella habitación. Coloqué mi mano en su hombro.

Mi prima y yo creemos que lo has hecho genial, señorita Elizabeth, ¿a que sí?

Me miró con curiosidad. Le pidió entonces a Lautrec que acercase dos sillas para que nos pudiésemos sentar.

Decidme, ¿queréis algo para beber? ¿Un té con pastas quizá? —se estiró con dulzura mientras el chico salía por una puerta lateral, supuse que con el objetivo de cumplir sus órdenes incluso antes de que respondiésemos.
Última edición por H.S Sora el Jue Jun 23, 2016 12:37 am, editado 1 vez en total
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