Sonrió, con un chispazo de felicidad en el pecho. Cuando Celeste se ofreció a preparar ella la comida no pudo evitar sorprenderse un poquito, pero lo disimuló.
—Pues… vaya, tendría que elegir. Me gustan muchos platos. En mi casa no teníamos un menú, lo que se dice, variado. Pero elegiré uno y te lo diré. Seguro que estará riquísimo.
—O... o cuando quieras, en realidad. Tampoco hace falta que nos veamos sólo para entrenar o ir a misiones.
Fátima se detuvo y se sintió algo tonta con el resto de pan en la mano. Se lo metió en la boca, tragó casi sin masticar, se cubrió los labios y su sonrisa fue tan grande que casi le hizo daño.
—Entonces… ¿Te gustaría que nos viéramos… pasado mañana? Si tú preparas la comida a mí me encantaría prepararte la cena. Una cena de chicas, nada de hombres cerca.
No pudo evitar cogerle la mano con ilusión, aunque fue de forma breve, apenas un apretón.
Tenía la sensación de que no podría dejar de sonreír.
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