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Unos minutos pasaron de espera. Parecían eternos, cada vez más... Hasta que finalmente unas luces iluminaron el puente.

Arriba, en el cielo, se podía ver el origen de las luces. Una especie de vehículo rojo, con un cristal semicircular, descendía ligeramente hacia allí.

—¡Siento la tardanza! —se disculpó una voz masculina en alto, aparentemente desde el interior de la "nave"—. El viaje desde Tierra de Partida no era corto. ¡Ahora os teletransporto al interior!

—Gracias, Simón. Ahora... Vámonos.

Zait notó cómo su cuerpo desaparecía del puente. No tardaría en llegar a ese nuevo mundo, ese lugar. Pero en su mente se despidió de Londres; no volvería a verlo en mucho tiempo, y menos aquel lugar donde había perdido a su mejor amigo. En Nunca Jamás nunca había crecido, despreocupándose al igual que sus compañeros de todos los temas de adultos. Y en gran parte, en Londres tampoco lo había hecho. Pero tras aquella noche, la noche de hacía dos semanas, no podría decir lo mismo. Porque a partir de aquel momento sería conocido...

... Como el niño que creció.