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Selva profunda no era el lugar más agradable del mundo en ocasiones. Aquel mundo alejado de la mano de Dios era muy pocas veces visitado por personas ajenas a él y no era tan raro que, cuando alguien iba allí, se quedase atrapado para lo que parecía ser siempre. Aquella era la historia de Jivax; atrapado para siempre con monos, elefantes y otros animales poco sociables.

Aquel día podía parecer uno más del montón, pero cuando uno estaba obligado a sobrevivir en la selva salvaje poco de "normalidad" podía encontrarse en un día habitual. Si quería sobrevivir aquel día, el chico debía encontrar comida para aquel día, fuese de un animal al que cazar o vegetariana. Y en mitad de la jungla ambas cosas sobraban, aunque no fuese fácil conseguirlas.

Algo seguro; por la hora del día, el chico debía tener hambre.

Era hora de comer, no había duda. Mi estomago rugía con la intensidad del rugido de un león.

Estaba bastante cansado, aquella noche no pude pegar ojo, aún no me podía sacarme de la cabeza a mi amigo. El cansancio reducía las posibilidades de cazar, la fruta era mi única opción.

Trepé un par de árboles, no me costó demasiado. En aquel tiempo que llevaba allí ya me había acostumbrado a hacer cosas propias de los animales, muchas cosas las aprendí observándolos a ellos mismos.

Recogí un par de cocos y unas cuantas bananas. Tenia que buscar un lugar seguro donde poder comer tranquilo, pero por suerte tenia el lugar adecuado en la cabeza. Un lugar donde llevaba ya varios días viviendo - si a eso se le podía llamar vivir-, un lugar donde ningún animal había entrado hasta el momento, detrás de la cascada. Era un lugar húmedo y frío, pero era tranquilo, tan solo se escuchaba el agua cayendo.

Allí fui a comer.

Era un lugar bien agradable, aunque muy difícil de alcanzar. Frío, húmedo... Pero solitario, después de todo. Allí, con la compañía de tan solo las mariposas azules que llegaban, el chico se dispuso a comer su recolecta del día.

Tras dar por saciada su hambre, quizá pensó en que finalmente podía tomarse un descanso. Pero no pudo, pues un lejano sonido llamó su atención. Parecía una especie de disparo, acompañado posteriormente del vuelo de algunas aves. Si no fuese porque ya había explorado bien el mundo en el tiempo que allí llevaba, hubiese jurado que sí era un disparo; pero no, allí no existía ningún tipo de civilización.

El sonido provenía de la jungla. Podía ir a investigar o quedarse en su sitio.

No lo dudé ni un segundo. No había escuchado un sonido así en todo el tiempo que llevaba en ese inhóspito lugar, por lo tanto tenía que ser algo fuera de lo común.

Tenía que salir de la cascada en tiempo récord. Entrar era sencillo, pero salir... era todo lo contrario.

No podía salir simplemente atravesando la cascada porque estaba prácticamente a lo alto de ella, tenia que bajar por una escurridiza pared la cual el par de veces que había intentado bajar había salido con magulladuras no muy graves pero dolorosas al fin y al cabo. Pero era la forma más rápida.

Me armé de valor y empecé a descender de la manera mas rápida que mi cuerpo me permitía. Logré bajar, simplemente con un par de rasguños.

Me lancé a la jungla velozmente y no paré hasta llegar al lugar de donde procedió el ruido.

Mientras el chico se apresuraba hacia el corazón de la jungla pudo observar cómo los pájaros echaban a volar en dirección contraria hacia donde supuestamente se había producido en sonido. También se cruzó con un gorila que se apresuró en dirección contraria hacia donde él iba, como si la vida le fuese en ello. Estaba claro que allí había algo que asustaba a todos los animales de la zona; el qué podía ser, lo desconocía por completo.

Se tuvo que ver obligado a detenerse cuando perdió todo rastro del origen del disparo. Ya no había animales que huyesen, ni tampoco se podía ver algo indistintivo como humo o una señal. Se había perdido allí, entre los árboles del lugar.

Pudo ver entonces que, a unos pasos de allí, había un ramo de plátanos y algo de mayor interés; algo que parecían ser unas gafas redondas de montura negra. Estaban tiradas allí, como si nada. No era un objeto en absoluto fácil de ver en aquel mundo; los chimpancés no acostumbraban a leer.

Aún no sabía que hacían allí esas gafas.

Mirar todo lo que me rodeaba era lo que podía hacer en ese momento, buscaba algo relacionado con esas gafas. Solamente veía árboles vacíos, el cielo estaba despejado. Nunca había visto el cielo así, siempre se veía algún tipo de ave. Ese día no.

No me venia nada a la cabeza ¿Qué podía pasar? Lo único que tenía era un “disparo” y esas gafas y estaba seguro de que una relación las unía: Una persona.
Solo tenía en mente la posibilidad de que alguien hubiese llegado a este mundo.

En ese instante mi cuerpo se lleno de ira, pensando que aquellas cosas podían ser de los mismos que me abandonaron allí.

En un par de minutos logré tranquilizarme y recapacité sobre todos aquellos pensamientos que inundaban mi cabeza. La venganza no era la solución.

Los recuerdos del chico habían hecho que se olvidara durante unos minutos de las extrañas gafas que acompañaban el fruto allí, en el suelo, pero al salir de sus pensamientos tal vez se acordase de que seguían allí. Las lentes brillaban con los pocos rayos del sol que eran capaces de atravesar la vegetación del lugar hasta alcanzarlas, que le daban el reflejo justo en su cara, incitándole a aproximarse a ellas e investigarlas más a fondo. Tal vez incluso le sirviesen para algo, aunque a saber qué; ¿hacer fuego, quizás?

Cogerlas o salir corriendo en busca de alguien que estuviese por allí era cosa suya.