Unas cuantas gotas de sudor perlaban la frente de Akio, que se había inclinado sobre su atril con suma indignación cuando Yagami le preguntó aquello.
—Maestro Akio, ¿cómo se declara? —preguntó Gerard, señalando al niño con un dedo acusador y una sonrisa perspicaz dibujada en el rostro.
Todo el mundo se encontraba expectante, mirando a Akio fijamente mientras éste alternaba su mirada de un lado a otro con nerviosismo, como buscando algo. Pero al poco tiempo pareció rendirse y se dejó caer sobre su asiento de nuevo, con un suspiro de resignación. Despatarrado en su butaca, alzó las manos juntando las muñecas.
—¿Queréis esposarme o algo?
Gerard exhaló una carcajada triunfante y le dio unas palmadas en la espalda a Kailee mientras le guiñaba un ojo a Yagami, contento de que los dos se hubiesen dado cuenta del error que había cometido Akio. Sospechosos y fiscales se juntaron en el centro de la sala tras resolver el misterio, mientras Akio seguía en su puesto de juez.
—Yo no dije en ningún momento... en dónde había encontrado los papeles —aclaró Samara, en voz baja.
—Ya, ya, sois todos híper mega chupis —replicó Akio con sarcasmo mientras se volvía a incorporar en su silla—. Pero el susto no os lo quita nadie. Eso os enseñará a llevarle la contraria al Gran Akio.
Gerard se rascó la nuca mientras les dedicaba a Kailee y Yagami una mirada de disculpa.
—Veréis, es que a tu Maestro —dijo, refiriéndose a Yagami— no le... "sienta demasiado bien" el café. Si ya es así de activo de por sí os imaginaréis cómo se pone con una taza de cafeína. Los demás Maestros nos avisaron y tuvimos que negárselo al chico cuando nos lo pidió ayer. Claro que al encontrarnos a la mañana siguiente con el tablón de anuncios no lo habíamos relacionado con eso. ¡Menudo problema!
Gerard suspiró y Samara apartó la vista, clavándola en el suelo. Su hermano la observó unos segundos y volvió a sonreír de forma misteriosa.
—En fin, ¿y qué? —preguntó Akio, cruzando los brazos tras la nuca con autosuficiencia.
—Que eres culpable.
—¿Y?
—Que te será impuesta una pena.
—¡Ja! ¿Y qué clase de tonte...?
—Vas a disculparte ahora mismo. En alto. Con toda esta gente delante.
Akio enarcó una ceja, pero parecía bastante descontento con aquello. Su mirada parecía arder de furia, y las miradas expectantes de todos los asistentes al juicio no parecían ayudar a que eso cambiase. El Maestro cerró los ojos con fuerza, con una mueca de profunda concentración. Inhaló una gran bocanada de aire y, tras unos segundos con el pecho hinchado, dijo atropelladamente:
—Losientomuchoojaláospudráistodos.
Y se dio la vuelta, altanero, para cruzar la puerta del Gremio y perderse de vista.
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