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Gracias por sus buenas intenciones, Monsieur Xefil... pero mucho me temo que no hay otra solución —hice una mueca ante las palabras del candelabro Lumière. Lo que me temía, entonces—.
Bien lo dijo la hermosa hechicera: sólo el amor de una muchacha podría romper el conjuro. Me crucé de brazos. No me agradaba la idea de dejar al príncipe de aquel castillo sin ayuda alguna cuando se trataba de un encantamiento como aquel. ¿No había otra manera de liberarle? Pues, ¿realmente podría encontrar el amor cuando semejante conjuro estaría aterrorizándole? ¿Sería posible no considerar aquel afecto algo artificial, una manera de manipulación e hipocresía para lograr romper el hechizo?
No sabía cómo reaccionaría si yo mismo me hallase en una situación como aquella.
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¡Lumiére, si realmente quieres agradecerles, lo mejor será que se marchen cuanto antes! —el reloj, Ding-Dong, expresó, a la par que apartaba a Lumière de un empujón y se situaba en frente de nosotros dos, Mei y yo—.
Disculpad mis modales, pero nuestro amo no es propenso a recibir visitas, y cómo se entere de esto...—
¡Pamplinas, Ding-Dong! —intervino Lumière en nuestra defensa—.
Puede que el amo tenga mal genio, pero... ¡Oh, mon dieu! La exclamación del candelabro vino como respuesta a unos sospechosos golpes que resonaban fuera de la habitación, en algún lugar del castillo peligrosamente cercano. De alguna manera, llegué a pensar que el suelo y las paredes se movían cada vez que uno de aquellos sonidos se presentaba. Miré con nervios a Ding-Dong y Lumière, quienes parecían saber qué era lo que sucedía (lo cual no les agradaba mucho, cabe decir). De reojo, noté cómo Chip, la tacita, se escondía en algún lugar entre los muebles.
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Oh, oh...Súbitamente, las puertas de madera se abrieron al ser empujadas por una tremenda fuerza que casi las arranca de su marco. Una corriente fría de viento apagó la chimenea, dejándonos a todos en la oscuridad. Las velas de Lumiêre iluminaban lo suficiente, no obstante, como para distinguir una enorme silueta acercándose a Mei y a mí. Gigantesca incluso, y de una forma que no pasaría por humana...
La bestia del castillo.
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Aquí hay un intruso.. —señaló el ser, con una voz que parecía más un rugido que nada más.
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¡Deje que se lo explique, amo! —Lumière intentó aclarar la situación—.
¡El frío, se habían perdido en el bosque...! —pero su "amo" lo acalló con un potente rugido que me hizo retroceder medio paso.
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Ruego que me disculpe, amo, pero yo se lo dije. ¿Y me hizo caso? ¡No, no, no! ¡Aaaaah!—intentó excusarse Ding-Dong. Y, como esperé, la bestia volvió a rugir, provocando esta vez que el reloj terminara escondiéndose fuera de su alcance.
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Vaya maneras. ¿Es así como trata a sus sirvientes?Interrumpí mis pensamientos cuando advertí que la bestia olfateaba el aire. Y, siguiendo el rastro a cuatro patas, se acercó...
...hasta mí.
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¿¡Qué haces aquí!? ¡¡No eres bien recibido!! —me rugió. Quisiera decir que, naturalmente, me quedé paralizado y no pude decir nada; pero ni siquiera me dio tiempo para eso, pues la bestia me tomó por mis ropas con su enorme garra y me levantó en el aire sin esfuerzo alguno, amenazándome con sus colmillos.
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¿¡Qué estás mirando!?—
Yo... —quise decir, pero el extraño individuo me interrumpió:
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¿¡Has venido a ver a la Bestia!?Y sin poder decir nada más al respecto, dicha Bestia salió de la habitación, cargando conmigo como si no fuera más que un simple muñeco de trapo. Por lo menos, no me estaba asfixiando, pero ser levantado por mis ropas era bastante incómodo y doloroso.
Fui arrastrado así por todo el castillo. Quise recordar el camino recorrido, pero Bestia se movía con enfado, por lo que me fui imposible poder mantener la vista en el mismo punto durante más de unos instantes. Al final, terminamos en los calabozos del castillo. Y allí fui lanzado al frío suelo sin ninguna clase de amabilidad, para...
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¡Muérete de hambre!Me levanté un poco, lo suficiente para ver cómo Bestia cerraba la celda con llave. Sin embargo, no se alejó. Permaneció en la estancia, caminando de un lado al otro, dirigiéndome miradas de vez en cuando. Desafiante, me senté con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en mis rodillas, y seguí su recorrido con los ojos durante todo momento, preocupándome especialmente en mover la cabeza también para que la Bestia notase mi atención.
Permanecimos así un rato. Él caminando y yo siguiendo su trayectoria con mi cuello, sin pestañear siquiera.
Y finalmente, como si me rindiera, dejé salir un profundo suspiro.
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El salón de baile me parecía más bonito, para ser sincero —confesé, poniéndome de pie y caminando hasta que la pared del fondo quedó a mi alcance. Me recargué en ella—.
Lo tiene bien cuidado, debo admitir, buen señor —me permití resaltarme mentalmente la palabra "buen", como burlándome de Bestia. Pero no lo hice en voz alta. Debía ir con cuidado.
Esperé alguna respuesta antes de continuar. Alguna pista o reacción que me permitiera hacer magia. Magia con las palabras.
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Al menos no huele mal aquí. Nadie ha estado encerrado aquí durante un buen tiempo, supongo. ¿A qué debo la desdicha de ser el primero en años? En su posición, yo estaría más ocupado pensando en cómo solucionar semejante problema en lugar de encerrar inocentes.
>>No voy a ofrecerle ninguna ayuda, príncipe, pues por sus maneras deduzco que inmediatamente la rechazará. Pero sí un par de consejos, si está dispuesto a escucharlos. Después de todo, yo vengo de un país muy muy lejano y...Aunque sí le había mirado antes (enorme, tan ancho como un oso y con el mismo color de pelaje, largos colmillos y afilados cuernos...), fingí prestarle más atención a los ladrillos de la pared que a mí anfitrión, como casualmente deslizando la información que, supuse, le interesaría.
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...soy el único que sobrevivió a la maldición de una bruja... Soy Xefil, la Hoja Insomne.