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Fyk había sido separado de Ragun. Tenía una hora y tres cuartos para encontrarlo.
Al menos, eso le daban los cálculos. Al volver a la entrada del Coliseo, Phil le advirtió de que el siguiente combate de las Semifinales sería en media hora. Contando con que durase, aproximadamente, quince minutos, ya tenía tres cuartos de hora; todo aquello más la hora de descanso para los guerreros, antes de la batalla final. Parecía ser tiempo de sobra.
El problema radicaba en que no sabía adónde se lo habían llevado. ¿Estaba allí mismo, en el coliseo? ¿Se lo habían llevado a Tebas? Si así era, ¿dónde estaba? Era una ciudad desconocida para el pequeño. En bajar y subir la colina ya podía gastar entre diez y quince minutos a paso ligero; si se perdía por allí, estaría condenado.
La sala de espera estaba más vacía sin Alexis ni su compañero, y se notaba. Solo quedaban ya los dos guerreros restantes que lucharían en la siguiente ronda, de los cuales uno de ellos sería su contrincante. ¿Cuán fuerte serían? No parecían más fieros que Cloud, desde luego. Junto a ellos, en la entrada, Phil hacía un recuento de las ganancias por la gente que había pagado su entrada para ver los juegos.
Él debía elegir qué hacer, después de todo.
Ragun se levantó de su cama después de ser curado y observó su alrededor. La estancia en la que se encontraba era una pequeña habitación de color blanco con columnas circulares pegadas a las paredes, algo más amarillentas. Cuatro camas había allí, seguramente para acoger a los derrotados durante los juegos; y solo tres de ellas estaban ocupadas, por él mismo y sus dos contrincantes, que aparentemente seguían inconscientes.
Los médicos, una especie de cruce entre magos y sacerdotes que vestían con largas túnicas blancas y tapados con largas capuchas, se dirigieron hacia Cloud una vez que vieron que el chico se había recuperado. Una de las cinco personas que estaba con los hechiceros se quedó quieta frente a él y se quitó la capucha para mostrar su rostro. Una mujer de pelo negro, alrededor de la treintena de edad tal y como mostraban sus rasgos físicos como la escasa aparición de arrugas y de ojos pequeños y marrones le sonreía.
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—Parece que ya estás mejor —señaló la desconocida, al ver que ya se encontraba lo suficientemente bien como para levantarse—. En Tebas todavía nos estamos acostumbrando a utilizar la magia concedida por Asclepio para curar a nuestros heridos. ¿Sientes alguna molestia? ¿Algo?