La Maestra Lyn parecía bastante orgullosa de ambos aprendices. Aunque uno estuviese de parte del bando contrario, debía reconocer que estaba ayudando a la causa de detener el desastre que podría ocasionarse de un momento a otro.
El enemigo los había subestimado. El hechizo mágico surtió efecto y Mateus no pudo escapar por el portal. Es más, por alguna razón los seres blancos que habían sido invocados, ante ver como se encontraba en apuros, desaparecieron. ¿O él los había hecho desaparecer a posta? Quién sabe, no podían bajar la guardia. Bien lo había dicho Lyn, había que andarse con pies de plomo. Light no había conseguido atravesar el portal, pues el ataque helado había logrado que Mateus se desconcentrara lo suficiente para que se cerrara. Al ponerle las esposas a Mateus, le soltó a Lyn:
—Querida, el pasado no se olvida.
Lyn permaneció en silencio, esperando que Mateus dijera algo más tras aquella media sonrisa, a pesar de la situación en la que se encontraba:
—¿Qué me quieres decir con eso?
—Simplemente, eso —dijo, divertido—. Él no olvida, Lyn.
—Lo sé —asintió Lyn, observando su Llave-Espada—. Y no olvidará esta vez, si se presenta la ocasión.
Los ojos de Lyn ardían de forma extraña. Pero fueron unos escasos segundos para los dos aprendices.
—Chicos, andando. Tenemos que terminar con esto y ayudar a los nuestros.
>> Sería gracioso que Ragun volviera a Bastión Hueco sin Diana. Muy divertido, sí.
Por primera vez, Lyn profirió una carcajada. Sincera, bonita, poco acorde con lo que era ella. Luego, volvió a ser la misma de siempre, amenazando con patearle el culo a Mateus si se negaba a andar o hacía cualquier tontería.
—¡¡¡Soy libre, libre!!! ¡¡Sí, por fin!! ¡¡¡¡Ya no tendré que sufrir esas descargas y sentirme una sucia rata presa!!!! ¡¡No me merecía nada de ello, Kefka se portó bien con vosotros!!
El payaso se acercó al dolorido Hiro, agarrando su mandíbula con una mano, estrujándola con sus dedos y acercándose al muchacho.
—Supongo que debería ir siendo hora de vengarme, ¿verdad?
El payaso invocó con su mano libre un frasco que contenía líquido morado. Muchos de los presentes sabrían que no podía ser nada bueno.
—¿Recuerdas lo humillante que fue nuestro primer encuentro? Pues bien, probarás de mi medicina, muchacho. ¡¡Tu cuerpo lo pasará en grande!! ¡¡Tanto, tanto...!! ¡¡Que arderá en llamas!! ¡¡¡Literalmente, creéme!!!
>> ¡¡Anda, abre esa boca!!
Si MoguDer intentaba cualquier cosa, el payaso lo lanzaría volando con su magia. Nada podría salvar a Hiro. Aquello era veneno, del mismo con el que el loco payaso había intentado matar a todo un escuadrón del ejército chino.
Sin fuerzas, el frasco se acercaba peligrosamente a sus labios, cuando de pronto, Kekfa cayó al suelo, retorciéndose de dolor. Gritaba, se arqueaba. Una escena un tanto horrible. Incluso reía, entre el prominente delirio.
—Es una dulce venganza, querido Kefka —dijo el causante de la tortura, Lord Seymour. Su vara brillaba con intensidad—. Pero me parece sucio que envenenes a tu oponente sin una pelea justa. Sin poder defenderse. Perdona mi... intrusión.
>> Además, no entra dentro de mis planes que lo mates. Lo necesito.
Mientras, el hombre de la armadura observó a Xefil, asombrado de sus palabras y el buen haber de su comportamiento ante alguien como él y su interés por la historia de Gárland:
—Hace años, un hombre cayó de los cielos. Un hombre diferente a cualquiera que hubiese pisado las tierras sobre las que mandaban los grandes Dioses del Olimpo. Un hombre que se puso al servicio de los más importantes de Tebas. En poco tiempo, se convirtió en uno de los mayores guerreros que hubiera conocido la ciudad. Participó en la guerra, destruyó Troya. La hizo cenizas. Era lo que se considera un héroe. Sin embargo...
El hombre de la armadura se quedó en silencio. Seymour alzó la mirada, invocando un portal al otro lado de la sala. Inalcanzable para los aprendices.
—Es hora de reunirnos con él —dijo el Lord, sin dejar de estar atento a su alrededor—. Sin embargo, no debería dejar atrás este lugar. Confío en que mis servicios permitan que el ritual se lleve sin interrupción alguna.
El hombre se acercó a Hiro, contemplando su deplorable estado.
—No permitiré que Gárland se ensucie las manos con algo tan repulsivo como esto.
—Recuerde, que tenemos para elegir, mi señor.
La mirada celeste de Seymour contempló a los presentes. Se acercó a donde yacía Diana, atada y siendo molestada por Hades.
—¡Oh, venga ya! ¿Este bomboncito? ¡Pensé que me la iba a quedar yo! Le haría compañía a una buena funcionaria mía. Ya sabes, jornada completa en el Inframundo.
Lord Seymour miró fijamente a los ojos de Diana.
—Ella es perfecta. No habrá un sacrificio mejor que éste. Es más, podríamos prescindir de la otra joven.
Con un gesto de manos, pasó sus dedos por los párpados de la muchacha.
—Relájate. No te dolerá. De hecho, no volverás a sufrir.
—¡Ni se te ocur...!
De pronto, los sentidos de Diana se perdieron en un profundo sueño. El hombre de la armadura se acercó y la recogió, y Hades hizo desaparecer el humo que la mantenía presa. Si Xefil intentaba cualquier cosa, el enemigo le mandaría a la pared con una potente patada.
El hombre desapareció tras el portal que Seymour había invocado. Hades, por su parte, observó el pollo que se había montado en sus aposentos y profirió un bufido:
—¿Y creéis que mantenimiento se va a hacer cargo de esto? ¡Ya os vale!
—Debería irme, mi señor —pidió permiso Lord Seymour—. No debo faltar a mi promesa.
>> ¿Estos sacrificios serían suficientes para mi resurrección?
Hades miró a todos los presentes. Con su escalofriante sonrisa, suspiró:
—De acuerdo, señorito. ¿Y me vas a hacer cargar con el muerto? ¡Je, chiste fácil! Y ahora, fuera de bromas, y al grano. ¿Pretendes que yo los mate por ti?
—No, ellos lo harán.
Unas espeluznantes risas resonaron. Y unas terroríficas sombras, proyectadas en las paredes, empezaron a hacerse ver. Como unas criaturas, las sombras de las mismas. Pero no existía cuerpo que las proyectara en las rocas. Parecían tener vida propia.
Lord Seymour desapareció en la oscuridad despidiéndose de ellos y del señor de los muertos:
—De hecho, tengo amigos del más allá.
—¿Cloud?
Quien parecía ser el amigo de Aeris cuestionaba sobre su propio nombre, con un rostro apagado y carente de emoción alguna. Puede que Cloud fuera algo callado, que no expresara sus sentimientos de forma tan abierta como sus amigos. Pero aquella expresión en su rostro no era la del joven de pelo puntiagudo.
—Así que se llama Cloud. El antiguo dueño de este cuerpo.
Maya de pronto experimentó como una fuerza invisible le hacía caer al suelo. Conociendo las magias elementales, Maya sabría que se trataba de una especie de invocación gravitatoria. Tan poderosa que sentía como si sus mejillas fueran a atravesar el suelo. La risa del supuesto Cloud nada tenía que ver con él.
—Y dime, niña. ¿Quién te ha traído hasta aquí? Responde.
>> Estás ante la presencia de Gárland.