La Calma de Bavol ayudó a sembrar un ambiente de tranquilidad completamente ilógico para la situación durante el griterío de Light. Sin embargo, este captó la atención de todo el mundo en cuanto mencionó la existencia de un antídoto, y todos se le echaron encima para preguntarle dónde estaba. El capitán de los mosqueteros tuvo que dar órdenes a sus hombres para que retiraran a las masas y así llegar hasta el chico.
Le preguntó acerca del antídoto, de cómo lo había encontrado y por qué sabía de su existencia. La explicación sobre los detectives privados no le convenció mucho, hasta que Bavol llegó con la caja en cuestión, repleta de frascos para todos los infectados. A partir de entonces, pospuso las preguntas para repartir el contenido entre los invitados.
―Chico, nadie quiere ahora mismo comer nada del lugar donde les han envenenado. Ni siquiera sabemos en qué platos se encontraba el veneno o si todavía queda comida infectada.
Mientras el capitán pegaba más órdenes para buscar vasos y distribuía el antídoto entre los nobles, Light se acercó a Lucile y le preguntó por su amiga.
―Quién sabe. Salió corriendo en cuanto se enteró de que estaba envenenada a por su médico familiar. Supongo que volverá en cuanto se entere de que tiene aquí el antídoto ―sonrió―. Acepto tus disculpas, señor detective. Y espero que me perdones por haberte mentido a su vez. A mí también me regalaron la entrada para «hacer un trabajito», aunque mi amiga pensara que su padre la había conseguido por otros medios. Sin embargo, alguien se encargó de ello por mí con un micrófono desde el escenario. Espero que aun así mi tito me pague lo prometido. Por cierto, ahí viene. Un placer, Light ―se despidió, terminando la copa y dejándola en una mesa.
Acto seguido, se alejó de él para arrojarse a los brazos de Boris y darle un abrazo. La expresión le había cambiado por completo y se asemejaba más a la de Augustine, como una niña asustada.
Ya no tenían nada más que hacer allí y, tarde o temprano, empezarían a hacerles más preguntas y a encontrar los fallos de su historia. Hallaron a Fyk y decidieron partir.
De acordarse, si Bavol se pasaba antes por el vestuario, recuperaría su preciado disfraz.
La noche era cerrada y no había nadie más por los alrededores. Solo les iluminaba una farola de la plaza cuando aterrizaron en Tierra de Partida.
Encontrarían a Yami sentada sobre los escalones que había a la entrada del castillo. Estaba arropada por una manta (que Lyn le había dejado para que no pasara frío) y hablaba con alguien… invisible, como era habitual.
―Ay, ¡no nos regañes! Si hubiera sabido que querías ver la ópera, te habría esperado para ir a verla juntas. ¡Como en los viejos tiempos! ―le decía a su acompañante, antes de atisbar a los aprendices―. ¡Habéis vuelto! ―Se le iluminaron los ojos y se puso en pie―. Mis bonitos chocobitos. O sardinitas. ¡Ya no me acuerdo! ¿Se cumplieron vuestros deseos?
Aquella era su última prueba. ¿Qué versión de la historia debían contar?
Estaban tendidos bajo un manto de estrellas, arropados por prendas de varias ropas como chalecos, pantalones, una liga… La cabeza les daba vueltas, confundiendo la realidad con las disparatadas imágenes de su imaginación, que se mezclaban con sus últimos recuerdos y con los más lejanos.
Apenas eran capaces de mantenerse lúcidos. De eso era muy consciente el chico que estaba sentado a sus pies, de espaldas a ellos, y que verían al ladear la cabeza.
―Jamás se lo tendría que haber dicho. Esto ha sido una locura. Esto…
Hablaba sin parar para sí mismo.
Su voz fue menguando poco a poco. Por el ruido que hizo al moverse involuntariamente uno de los aprendices, Daichi se giró y pudieron ver qué le ocurría: había lágrimas en sus ojos, que se derramaban sin control, a pesar de que el joven hacía lo posible por retener los gemidos y espasmos.
―¿Qué? Es normal llorar. Puede que haya cometido muchos errores en las últimas horas. Eso no cambia nada. Era como una madre para mí.
Incapaz de mantenerse durante más tiempo despiertos, se rendirían otra vez al sueño.
Despertarían dos días después en la enfermería, cuidados por una malhumorada Shinju, quien no paraba de berrear que cuando fuera Maestra se las pagarían todas juntas (por encargarle trabajos tan engorrosos). Una vez lúcidos y conscientes ambos, se sentó a explicarles lo que sabía:
―Wix ha muerto. No me preguntéis cómo ni por qué, porque no lo sé. Es lo que dice ese tonto de Daichi, y como no ha aparecido para hacer sus labores, habrá que creerle. Estabais envenenados por el veneno que el muy idiota creó, y os administró el antídoto (aunque llevaba poco) a tiempo para salvaros.
Frunció los labios, como una niña enfurruñada. Obviamente, no le gustaba estar allí. Cogió una hoja de papel y se dispuso a escribir.
―¿Y bien? ¿Qué sabéis vosotros? Porque Nanashi no puede creer que nadie sepa explicarle qué ocurrió hace dos días. Puede que uniendo las partes saquemos algo.
¿Qué era lo que sabían y habían deducido en su experiencia en la ópera?
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Fecha límite: 17 de enero.
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