Voy a empezar a usar yo también los colorcetes en los diálogos, que siempre queda bonito.
Todo había pasado muy rápido, pero allí estaba. En Tierra de Partida, en el postigo del castillo. Hacía pocos días que había dejado la comodidad de la nave de Espacio Profundo, y acostumbrarme al ritmo de vida de aquel nuevo mundo me resultaba, cuanto menos, agotador. Aprendices paseando por aquí y por allá, maestros yendo y viniendo... todo me resultaba frenético. Recuerdo cómo solía arrodillarme en la cama de mi habitación, mirando por la ventana y viendo los astros pasar lentamente a medida que la nave avanzaba...
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¡No, no, no y no! -me grité a mí mismo-
¡Nostalgia la mínima, la mínima!Una vez me había convencido a mí mismo de que aquel era el lugar en el que debía estar, decidí ir a despejar mi mente en los Jardines. La noche había caído ya sobre las verdes explanadas de la zona de entrenamiento, y algunos aprendices aprovechaban la idónea temperatura nocturna para pasear, charlar o entrenar con las diversas estructuras instaladas allí con ese fin. Sin embargo, mi idea no era quedarme a verlos hacer sus... cosas. Tras una corta caminata, subí la cuesta que llevaba a lo alto de la colina, donde supuse que podría estar solo unos momentos al menos, para pensar...
Cuando vi que la cima se encontraba en camino recto desde donde estaba, cerré los ojos y seguí andando, mirando hacia arriba y canturreando...
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Juu h'atrek lili mihgaj kah... -entonaba, por lo bajo.
Cuando volví a despegar los párpados, me di cuenta, para mi infortunio, de que no estaba solo. Un humano (así es como se llamaban), aprendiz que había visto alguna vez por el mundo, se encontraba entrenando duramente.
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VER. GÜEN. ZA." -pensé, inevitablemente.
Con la cara ardiendo, me di la vuelta rápidamente y me dirigí con paso ligero pero sin llamar la atención al banco que se encontraba en el borde de la colina, que estaba vacío. Me senté en él, tratando que mi cabeza no asomase por encima del respaldo para que no se me viese, casi deseando poder fundirme con la madera.
Sin embargo, mi bochorno no duró demasiado. Cuando alcé la vista y vi las estrellas, una calidez que creía que no volvería a sentir me llegó hasta la punta de los dedos.
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Haré que todos sigan felices -rememoré-
, lo prometo.