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Un nuevo día empezaba en Tierra de Partida trayendo consigo un refrescante aroma a naturaleza que reconfortaba el corazón de cualquiera que pudiese olfatearlo. El cielo azul estaba libre de nubes y el sol, que ya asomaba entre las altas colinas calentaba con sus agradables rayos de luz.
Me desperté en lo que era mi cama en la habitación a mi nombre en aquella enorme academia para futuros maestros de la llave espada. "Maestro de llave espada", sonaba bastante bien la verdad. Con la agilidad de un gato me levanté y rebusqué en un amplio armario que estaba pegado contra la pared justo al lado de la puerta de entrada. Cogí unas prendas oscuras, como siempre y el pequeño artefacto metálico que usaba para convocar la armadura para poder viajar entre mundos. No podía olvidarla en un día como aquel.
Si, aquel día era especial en cierto modo ya que todos los aprendices que habían entrenado duro tenían un permiso especial para volver a sus hogares y visitar a sus familias y amigos durante un día. En mi caso, que no tenía a nadie al que visitar pensaba quedarme en la academia entrenando o en la biblioteca para poder avanzar más rápido en mis entrenamientos y estudios sobre los demás mundos. Sin embargo aquella idea se había ido de mi mente.
Tenía algo que hacer, algo que podría ayudarme a recuperar parte de los recuerdos que habían desaparecido de mi cabeza.
Si, aquella idea era ir a Mundo Inexistente e intentar entrar de una vez por todas a la blanca fortaleza que flotaba impasible sobre la oscura ciudad fantasma.
Me metí en la ducha para despejarme quedando desnudo frente al espejo del baño y observé detenidamente la cicatriz que atravesaba mi pecho hasta llegar casi al ombligo. Aquella herida...desconocía como me la había hecho aunque ya estaba allí el día que despertara junto a aquel rascacielos.
A pesar de que sabía a dónde iba me sentía asustado en cierto modo aunque no entendía por qué motivo, al fin y al cabo yo solía vivir allí hasta hacía menos de un mes. No, no le tenía miedo a aquel mundo, le tenía miedo a aquella sensación de desasosiego y tristeza que poblaba aquella ciudad.
Odiaba aquella sensación de soledad ¿Era eso lo que me asustaba tanto? ¿Tanto miedo le tenía a la soledad que no me había podido dar cuenta hasta ahora, que tenía que volver a mi mundo de origen?
Nada más salir de la bañera me vestí con mis atuendos habituales sin olvidarme de la plaquita metálica que coloqué en mi hombro y la capa de viaje que siempre llevaba y que normalmente usaba como una especie de bufanda que cubría mi rostro.
Salí a los solitarios pasillos donde se escuchaban lejanos murmullos de aprendices despidiéndose y deseándose suerte durante sus viajes de vuelta a casa.
Me dirigí a la cafetería para poder comer algo antes de empezar el viaje a Mundo Inexistente.