EspeYuna escribió:No, no podrás abrirla, ni con los dientes (?)
Tomaré eso como un reto. No abrirla no supone que no pueda salir >:B
Bestia volvió mostrarme aquella mirada, demasiado humana para que él fuese realmente un monstruo. Nuestros ojos se encontraron y noté que me miraba con curiosidad, un poco sorprendido ante mis palabras. Un poco más calmado, preguntó:
—
¿Te contaron ellos...? —dicho esto, Bestia bufó levemente, como sintiéndose culpable. No supe si pudo verme, pero asentí con la cabeza—
Siempre los trato como míseros esclavos... y ellos, preocupados... por mí. Yo soy quien merece castigo, no ellos...—
Si eso no es una muestra de aprecio, enton--—
¡Pero... mírame! —me interrumpí casi instantáneamente, después de que Bestia volviese a rugir, afectado por sus propios sentimientos—.
¿Quién iba a amar a una Bestia como yo? No estamos hablando de un amor fraternal, ni admiración, ni respeto por haber sido de la realeza... ¿qué mujer iba a querer estar con alguien como yo? ¡¡Mírame!!—
¡Yo entiendo! —comencé a gritar yo también, desesperado porque mis palabras llegaran a aquel afligido corazón. Por unos breves momentos, ambos hablamos nuestros sentimientos al mismo tiempo—:
¡No pretendo romper el hechizo con un amor como ese, lo que quiero decirte es que si aceptas ese aprecio en tu corazón, encontrar el verdadero amor no cos--!—
¡¡Mírame!!Me aparté al instante. Apenas advertí cómo Bestia tomaba con sus enormes brazos una silla, me aparté hasta el fondo del calabozo. Con fuerza, el príncipe transformado la lanzó hacia mi celda, aunque los barrotes me protegían. Sin embargo, el proyectil aun así golpeó la puerta con una fuerza tremenda...
...rompiendo así la cerradura.
—
Maldita sea, ahora es seguro: es Bestia quien tiene que sacarme de aquí —me lamenté para mí mismo.
En ese instante advertí cómo algo bajaba por la escalera hacia los calabozos. Eran unos pasos muy, muy pequeños... ¿Alguno de los objetos mágicos?
—
¡Amo! ¡Amo! —
¡Ding-Dong!—
¿¡Qué es lo que quieres!? —cuestionó Bestia, enmudeciendo mis palabras.
—
¡Esas criaturas... están atacando el castillo! ¡Lumiére... Chip...! —tanto Bestia como yo reaccionamos con el mismo sentimiento: preocupación. Si Lumière y Chip se hallaban en peligro, entonces Mei... Y aquellas "criaturas"... ¡Sincorazón! ¿Qué más podía ser? El príncipe dejó salir un potente rugido y salió corriendo de allí, dispuesto a salvar a sus sirvientes.
—
¡Ding-Dong, tienes que sacarme de aquí! ¡Puedo ayudar al príncipe! ¡Si esas criaturas son las que creo, yo...!A manera de explicación, invoqué mi Llave-Espada. Apunté con ella a la cerradura y un rayo de luz brotó de la punta... Sin embargo, no pasó nada: como supuse, el mecanismo se había roto y no había manera de escapar.
Súbitamente, un escalofrío ascendió por mi espalda. Detrás de mí noté una
oscura sensación, acompañada por el sonido de un vórtice de oscuridad abriéndose para darle paso a sus habitantes.
Gruñí, molesto por mi equivocación: la Llave-Espada los había atraído:
—
Caballeros —saludé, esperando que mi broma desvaneciera un poco mis nervios. Imaginé que las sombras me correspondían el saludo con un asentimiento de cabeza, aunque sabía que en realidad estarían extendiendo sus garras hacia mí, dispuestas a acabar con mi corazón.
Perfecto. No podía ser más perfecto.
Quise entrar en pánico, pero me controlé. Debía mantener la cabeza fría en todo momento. Tres neosombras contra mí, encerrados los cuatro en una pequeña celda. ¿Qué podía hacer? ¿Sería capaz de acabar con las tres? Seguramente no, eran Sincorazón de muy alto nivel... ¿Y escapar?
¿Podría doblar los barrotes, reparar la cerradura, romper el muro...?
O tal vez...
Nunca lo había intentado...
Ni siquiera sabía si era capaz...
Pero...
—
Un gusto saludarles —me despedí, fingiendo que me quitaba un sombrero imaginario. Y luego, rezando para que mi magia funcionara, salté hacia atrás.
Espacio... Muévete a mi voluntad...Hubo una especie de chasquido... Sentí que mi cuerpo se desplazaba, pero en un plano que estaba más allá de toda clase de obstáculos. Creí, incluso, que me desvanecía en centenas; no, millones, de motas de polvo y que un inexistente viento me llevaba allá donde quería aparecer.
Y luego, aterricé del otro lado de los barrotes... ¡Había funcionado! Sin darle tiempo a enunciar su sorpresa, tomé a Ding-Dong con mi mano libre y eché a correr a la salida.
—
¡Vamos a ayudar al príncipe!Después de todo, los Sincorazón sabrían hacer lo mismo y no tardarían en darnos alcance.