El final se aproximaba.
A pesar del cuidado discurso de Hana, que hasta habría engañado al resto de Jugadores, el tercer uso consecutivo de su habilidad no dio el mismo resultado que los anteriores. En vez de agarrar lo que creía, era la espalda de Shinju, sostuvo en sus manos lo que pronto identificó como Power-Ups, hasta hacerse visible a sus ojos.
Había descubierto la verdadera naturaleza de su habilidad. Nada más comprenderlo, Hana recogió los cuatro Power-Ups que Shinju había dejado allí de regalo, acunándolos con los brazos, dispuesta a llevarse el premio que le había costado una trampa, y que no se haría de rogar. Pero, desgraciadamente, no de la forma que la joven pirata esperaba.
En esta ocasión, Shinju cambió su modus operandi. Creyendo que recibiría otra nueva estocada, Hana cerró los ojos por acto reflejo. Y al no sentir el dolor, volvió a abrirlos, comprobando con horror el nuevo vestido que llevaba puesto.
Y, también, cómo el poseedor de uno igual la atacaba, junto a otro muchacho. Abrazó con fuerza los Power-Ups, para que no se le escapara, hasta que acabó el crudo ataque. Y para entonces, era preferible que los hubiera soltado, si con ello al menos no hubiese recibido tantos golpes. Estaba debilitada. Prácticamente muerta. Cualquier brisa de aire podría derribarla. Y consciente de ello, maldijo su mala fortuna, y la repetitiva estrategia en la que había caído, y que casi le costaba la vida.
La risa de Shinju resonaba por toda la estación, pero hasta Hana había llegado a un punto en que el cansancio superaba a la venganza.
Finalmente, volvió a su aspecto habitual, revelándose ante los demás Jugadores como quien había recibido toda la paliza. Escuchó el murmullo de uno de sus atacantes, pero no le hizo caso. Su estado era lamentable: el pañuelo se le había caído, sangraba por varias partes y comenzó a desplazarse tambaleante. Apenas podía avanzar en línea recta. Lo único real para ella eran los Power-Ups, los cuales aún sostenía con fuerza, como si fueran lo único que la ataban a la vida.
Si se los aplicaban, sobrevivirían. Serían tan fuertes que nadie podría pararles. Y seguro que Mickael y Yagami se alegraban de la recompensa. Los golpes habrían merecido la pena. Derrotarían a Shinju y seguirían en el Juego. Incluso podrían soñar con enfrentarse a esa bestia enorme del laberinto. Daría igual su aspecto, porque seguro que se la freían para cenar.
Todo por lo que habían luchado daría sus frutos.
El destino le reservaba una visión peor del futuro peor. Cruel. Horrible. Implacable. Espantosa. Y nunca se repondría de ella: la de Mickael siendo aplastado por el meteorito del pájaro.
―
¡¡MICKAEL!!Ni siquiera pensó en las consecuencias, sino que se lanzó corriendo hacia él. Sin embargo, la debilidad de su cuerpo pudo con ella, y cayó al suelo, esparciendo por él todos los Power-Ups que había llevado en los brazos, junto con el que Mickael había dejado al morir.
Desde el suelo, el panorama no era mejor. Su compañero ya había sido eliminado para entonces, y su cuerpo continuaba bajo la roca. Ningún milagro lo habría sacado de allí, ni lo habría hecho revivir.
―
Maldita sea ―murmuró, cerrando los ojos, hasta comprender que la imagen de su compañero no desaparecería con sólo apartarla de su vista. Y entonces, gritó ―.
¡NO, JODER! ¡Esto no tenía que ocurrir! ¡Teníamos que vivir! ¡Íbamos a ganar! ¡Íbamos a llegar al final!No se daba cuenta de lo que decía. Cierto era que ni había pensado antes en el trío como supervivientes, sino únicamente en ella misma como tal. Si sus compañeros lo hacían también, era porque las reglas estipulaban que hacía falta formar un grupo. O eso pensaba. Y había sido al faltarle lo que tenía, cuando se dio cuenta de lo importante que era.
Cinco días atrás, no habría creído posible encontrarse en semejante situación, maldiciendo la muerte de ese chico-rata. ¿Quién era él, al fin y al cabo? Apenas se conocían. Y en ese tiempo no habían profundizado tampoco mucho la relación entre ambos. No obstante, era innegable que habían pasado muchas cosas unidos. Y que ambos luchaban por el mismo fin: sobrevivir. Pero sobrevivir… juntos.
Y justo había tenido que pasar cuando por fin Hana comenzaba a entender lo que para ella significaba esa realidad.
Se dio cuenta, entonces, de la presencia aún de Yagami frente a ella. Él era el único compañero que le quedaba. ¿O… no? ¿Quién era él, también? Sólo alguien con quien había recorrido un laberinto. El sustituto de Hitori. ¿Lamentaría como ella la muerte de Mickael? ¿Llegaría a comprenderla? Había conocido al otro Yagami, y por lo que sabía de él, podía suponer que… no.
Para entonces, Hana estaba a punto de hundirse completamente. Y por eso, la visión de Yagami, en parte, la alivió. Necesitaba a alguien desesperadamente. Y él era el candidato perfecto.
―
¡TÚ! ―chilló.
Hana se puso en pie como pudo, y avanzó con rabia hacia Yagami. Era su culpa. Sólo suya. ¡Si hubiese protegido a Mickael…! ¡Si hubiese destruido a Shinju antes…! ¡Si los hubiese convencido para marcharse…! ¡Si hubiese encontrado algo útil en el Laberinto…! ¡Si les hubiese propuesto buscar más Power-Ups…! ¡Si hubiese sido algo más previsor…! ¡Él! ¡Él podría haberlo evitado!
Y no lo había hecho.
Naturalmente, intentaba engañarse a sí misma. Porque si aceptaba que ella era la única culpable, entonces caería definitivamente en la oscuridad, y se dejaría morir allí mismo. Prefería cargar con el peso de la responsabilidad a otro. Desahogarse. Sentirse mejor. Que la dijeran: «Tienes razón, otro tendría que haberlo evitado». Pero eso no iba a pasar.
―
¿¡Qué demonios has hecho!? ¿¡Por qué le has dejado morir!? ―le recriminó―.
¡¡Éramos compañeros!! ¡Era mi compañero! Era mío… mío…Algo en su interior empezó a revolverse y no pudo continuar con su desahogo. Algo parecido al vómito, pero no exactamente. Y eso la asustaba. Al final, no pudo resistirlo más.
Salió corriendo de allí. Odiaba aquel lugar. De hecho, ¡lo odiaba todo! Si fuera una Diosa, su único deseo sería destruir la Creación. Borrar del mapa el sitio que, sabía, nunca podría olvidar. Aún veía en su mente, con total lucidez, el cuerpo de Mickael siendo aplastado, el pájaro sobrevolándolo y la risa de Shinju sonando de fondo. No creía posible que pudiera olvidarlo nunca.
Shinju se había jactado de la muerte de los dos Jugadores y había huido al exterior, dejando al letal pájaro allí. Sin embargo, la venganza ya no le interesaba. Había perdido completamente la voluntad de luchar. Sólo le quedaba escapar de la realidad.
Por lo tanto, disponía de un único camino por el que huir: a lo alto de la torre del reloj.
Y hacia allí se encaminó sin reparo, dejando todo lo demás atrás.
Subir las escaleras le cansaba. En cierto punto, tuvo que empezar a arrastrarse, porque su cuerpo sólo la pedía rendirse de una vez y dejarse caer en un sueño reparador. Avanzaba despacio, de escalón en escalón, casi sólo con las manos por los muertos que tenía por pies. Y una acabó por fallarle, cuando sintió la necesidad de agarrarse con ella el pecho, como si tuviera una profunda herida en él que no dejaba de sangrar.
Una tontería, porque allí no había nada. ¿No? Fuera una Hana real o una Hana virtual, ninguna de las dos debía de tener corazón.
Recordó que ese mismo recorrido había hecho apenas unos días antes, con sus dos antiguos compañeros, Mickael e Hitori. Incluso habían llegado a tener una rara visión cuando bajaron, y en cierto modo curiosa: había sido la despedida de unos amigos. Era irónico que ella también hubiese tenido que decir adiós a los suyos. Si es que podía considerarlos así.
Finalmente, alcanzó la cumbre. El sol la cegó, teniendo que taparse con una mano los ojos. Cuando su vista se acostumbró, la retiró, deleitándose con una visión que, quizá, podía borrar el reciente recuerdo que la perseguía. Obviamente, no fue así, pero ya no esperaba que de verdad eso pudiera suceder.
Estaba sola. Otra vez.
Se arrastró hasta la pared del reloj, y apoyó su espalda en ella, de cara a la siempre eterna puesta de sol. ¿Sería también así en ese universo que Señor Ronin les había prometido a cambio de las “llaves”? ¿Sería ese bello paisaje del Cielo soñado también permanente? ¿O la otra Villa Crepúsculo era muy diferente?
Hana había perdido mucho en aquella aventura a la que llamaban “Juego”. Un Juego que para ella era la vida. Naces con unos recuerdos anteriores, sobrevives siete días y mueres. Nada más existía, salvo eso. Y, claro también, salvo el Paraíso al que el Señor Ronin iba a llevarles.
Jamás se habría imaginado obedeciendo las instrucciones de alguien. Pero aquel caso había sido diferente. Era Dios quien se las daba. Dios en persona. Y si las cumplía, alcanzaría la meta soñada de la plena libertad. Podría ver a Dios. Y vérselas con Dios.
Podría soñar hasta con ser una Diosa.
Sin embargo, todos aquellos objetivos se habían evaporado. Ya nada le importaba. Porque había algo que Hana siempre había sufrido, en silencio, y que en aquel momento había llegado a su máximo apogeo. Nadie que la conociera podría imaginarlo, porque era la cara oculta de la aprendiza. El dolor que sufría, y que jamás había superado.
La soledad.
Primero había sido Hitori. Tímido, manejable y útil. Esa fue la impresión de Hana, y creía ella que bastante correcta. Recordaba haberse sentido satisfecha por reclutarle, puesto que conocía Villa Crepúsculo. Pero de poco le sirvió, porque el encuentro había sido breve, de apenas dos días. Y había desaparecido.
¿Dónde estaría entonces? ¿Habría sobrevivido, o su pacto con Yagami aseguraba la muerte de éste? Hana prefería creer que sí. Tener la esperanza de que el muchacho continuara vivo la dolería. Si conseguía la más mínima pista de que así era, ésta la obligaría a levantarse de allí y volver al campo de batalla. Y no quería. Ya no.
Luego, estaba Mickael. Un ratón. Callado, reflexivo y despistado. Le había traído quebraderos de cabeza en anteriores días, pero ya ni evocaba esos momentos. De él sólo recordaba su muerte. Su cruel muerte. Habría deseado con fervor regresar atrás en el tiempo y cambiarla, si no fuera porque Hana ya había vivido en varias ocasiones la muerte en Port Royal. Los piratas eran proscritos buscados por la justicia. Había visto ejecuciones y redadas con muertos. Por lo tanto, sabía bien que nada de lo que intentase conseguiría que regresara a la situación anterior.
Había llegado con él hasta el quinto día. Y no se sentía con fuerzas, ni físicas ni mentales, para continuar los dos últimos con ningún otro.
Y por último, Yagami. Ya ni siquiera recordaba por qué se había enfadado tanto con él. La culpa sólo era suya, de Hana. Tendrían que haberse marchado con Mickael cuando tuvieron la oportunidad, en vez de centrarse en su redecilla personal con Shinju. ¿Y a quién le importaba Shinu ahora? Sólo era una niñita mimada y bobalicona. Otros se encargarían de su muerte.
También era consciente de que su precipitada huida podía condenar a Yagami. Pero acallaba la voz de su conciencia y se refugiaba en el dolor para olvidarse de semejante detalle.
Sintió los ojos húmedos al recordarlos a todos ellos. Pero eso era imposible, porque no tenía corazón.
¿Serían también esas personas seres irreales, virtuales? ¿Por qué entonces dolían tanto sus muertes? ¿Significaba eso que todos los sentimientos, todos los recuerdos y todas las experiencias… no valían nada? ¿No se les permitiría ni existir?
¡Otra ironía! El resto de Jugadores parecían convencidos de las palabras de Señor Ronin, a quien Hana había llegado a considerar su Creador y el único ser capaz de darla un final feliz. Y, sin embargo, también era ella quien más cuestionaba esas verdades que transmitía, así como su sola existencia en un mundo virtual. Si aquello no era la “vida”, ¿qué lo era?
Llegó un momento en que pensar también la cansaba. Se limitó, entonces, a sólo mirar.
Era la puesta de sol más bonita que Hana había visto nunca. Anteriormente había estado en muchos lugares de su mundo natal, pero éste no podía considerarse precisamente hermoso. Quizá por eso no evocó ningún recuerdo de él. O, tal vez, porque nunca había pisado de verdad Port Royal, sino que su estancia allí era fruto de los recuerdos de otra persona.
El único hogar que conocía era aquel. Villa Crepúsculo.
Por eso, también, comprendió la razón de que nunca hubiese escuchado a Raymond. El corazón del primo de Hana no estaba allí, sino en otra parte. Puede que con la “auténtica”, o en el mundo de los muertos, al lado de Hitori y Mickael. Si, en última instancia, el corazón de Hana era liberado de su prisión, podrían reunirse todos de nuevo.
Sustituyó la mano con la que se agarraba el pecho por la concha, cuyos pinchos la rascaban, pero de los cuales no se preocupó. La abrazó con cariño, porque si dentro estaba su corazón, a él también estarían atados los de todos aquellos a los que había perdido.
Entonces, se sintió satisfecha con su corta vida, de tan sólo cinco días. En paz. Al fin no volvería a estar sola nunca más.
Y aquel era un buen sitio donde morir.