El moguri permaneció cabizbajo y, meditativo, cerró sus ojos. Aquella expresión emanaba angustia, se viera por donde se viese.
Ocultas algo, Montblanc... —acusé internamente, juntando las manos y llevándolas a la altura de mis labios, en una muestra de meditación.
—Nadhia, es demasiado tarde.
Y sus palabras se convirtieron, pues, en la confirmación de mis teorías: algo desagradable había ocurrido, o estaba por ocurrir, y Montblanc no acertaba a decirlo. Su enunciado se perdió en la nada durante unos instantes, siendo reemplazado por completo y sobrecogedor silencio.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué...? —cuestionó Nadhia, sin comprender qué ocurría. De reojo, advertí que el pequeño Vaan acababa de volver...
—¿Has tardado, eh?
>> ¿Vaan?
...y comprendí a qué se debía la preocupación del patriarca moguri.
—¿Vaan? ¿Qué ha pasado...?
—No he podido... ir a hacer pipí solo...
El pequeño hizo ademán de caminar en dirección a Nadhia, pero las fuerzas le faltaron y se precipitó al suelo. Nadhia fue más veloz que ninguno, tal vez a causa de su preocupación y su recién encontrado cariño, por lo que logró atrapar al chiquillo antes de que se hiciese más daño. Vaan dejó de moverse desde aquel momento, sin embargo, y no respondió ante Nadhia.
—¡Estás ardiendo! —llamó la chica, aterrorizada. El niño, desafortunadamente, no contestó— Vaan, contéstame, ¡Vaan!
El silencio había caído. Mientras esperaba el diagnóstico del médico, que tanto apresuradamente como demasiado tarde había llamado el mismo Montblanc, no podía hacer nada más sino limitarme a tamborilear impacientemente con los dedos. Había decidido sentarme en el borde del entarimado de madera, con la vista tan pegada en el suelo que mi cabeza bien podría haber estado entre mis piernas.
Nadie en la habitación se comportaba diferente. Una estremecedora sensación de aflicción nos envolvía a todos, sin excepciones. Fue Montblanc quien, con aquella calidad de integrar contundencia a sus palabras que había pasado a caracterizarlo en mi mente, se limitó a declarar lo que todos habíamos comenzado a temer:
—Vaan se muere, kupó.
Buscando alguna clase de rectificación, alcé la mirada en dirección al médico que examinaba al pequeño en aquellos precisos instantes. Era joven todavía, de cabellos perfectamente blancos y complexión delgada, algo débil tal vez. Pero en sus ojos cansados podía notar que ya se había encontrado incontables veces con la muerte, y aquello le otorgaba un aura de fortaleza y autoridad.
Por lo consiguiente, era natural que reconociera a la dama de negro en cuanto se presentase frente a él.
—Sus signos vitales descienden rápidamente —expresó con pesadez, dudando por unos instantes sobre a quién mirar—. Como mucho le quedará una o dos horas de vida... o minutos... no sabría decir.
>> No encuentro la causa. Ni siquiera sé a qué se debe. Lo siento.
Se equivoca, resonó una voz familiar en el interior de mi cabeza en aquel momento. Quiere decir que no encuentra una causa física... pero hay una razón para que este niño esté muriendo, y es...
Inevitablemente, mis ojos recorrieron la habitación hasta toparse con Nadhia.
—Xefil, Light. Llevaos a Nadhia de aquí, kupó —pidió Montblanc, intentando proteger a la chica, cuando era evidente que sus advertencias no servirían de nada—. No quiero que presencie la muerte de un niño. Nadhia, despídete de él, kupó. Pronto le fallarán los pulmones y su aspecto será demasiado desagradable para ti.
—No me voy a ninguna parte.
>> Ese pacto.
—No puedes hacer nada, Nadhia.
—¿¡Es porque yo rompí el pacto, verdad!?
Montblanc permaneció en perfecto silencio, pero las palabras sobraban cuando la expresión de su rostro lo decía todo: Nadhia tenía razón. Habían sido por sus acciones las que habían llevado a Vaan al borde de la muerte. Y, por lo tanto, era obvio que ella quería compensarlo.
—Dime qué tengo que hacer, Montblanc.
—¿Qué pretendes, kupó?
>> No, ni siquiera tengo que preguntarte. Y la respuesta es no, kupó. No dejaré que realices un nuevo pacto.
—¿¡Por qué no!?
—Es magia tabú. Un conjuro que jamás debió existir, kupó. Un hechizo prohibido.
Un cosquilleo apareció en algún lugar de mi pecho; profundo, donde no podía localizarlo, mucho menos alcanzarlo. Al margen de la conversación como me hallaba, no sabía realmente cómo reaccionar, ni qué decir al respecto. La situación me parecía tan ajena e innatural; no por indiferencia o apatía, lo sabía, sino por miedo. Me asustaba no saber qué hacer.
Pronto el cosquilleo se extendió hasta mis manos y pies, provocando que se movieran impacientes. Advertí que me costaba mantenerme quieto como estaba, observando a Nadhia ir de un lado a otro buscando algo que no me había quedado muy claro. Con curiosidad, descubrí que aquella sensación era entusiasmo.
—¿Buscas esto, kupó?
Montblanc se refería a un grueso libro que descansaba en el suelo, justo frente a él. Un enorme ejemplar que ya había visto antes, estaba seguro... Apresuradamente, Nadhia se acercó para tomarlo; sin embargo, Montblanc aprisionó su mano con el bastón, con frialdad.
—¿¡Montblanc, qué hace!?
—¡Nadhia!
—¡Ey!
—¿Acaso no me escuchaste antes, Nadhia? —cuestionó el patriarca, retorciendo más su bastón. Cuando Nadhia hizo ademán de convocar su Llave, además, el moguri la detuvo con destreza, moviendo las raíces de su bastón como si estuviesen hechas de verdad— Esto lo hago por tu bien, kupó. Recuerda lo que te dije: hubo muchos sacrificios detrás de la salvación de Vaan. Porque él ya estuvo condenado a morir... no. Su destino era morir incluso antes de que naciera, junto a su madre.
>> El pacto de Salim le permitió vivir a costa de la energía de éste. Y usó los cuerpos de sus progenitores. Su padre perdió la vista. Su madre la voz. Pero lo más importante... perdieron el sentimiento de afecto hacia él como pago por el pecado de burlarse de la muerte a costa de la magia oscura. ¿No lo entiendes, kupó? ¡Puedes perder durante el proceso cualquier sentido, una pierna, un brazo, o un órgano interno, como el estómago o los pulmones! ¡Incluso después podrías llegar a repudiar a Vaan, perdiendo el sentido del amor fraternal! ¡Es un condenado pacto con el mismísimo diablo!
—Tengo que hacerme responsable de mis actos, Montblanc. Y TÚ también.
—¿Pero hasta qué punto, eh? ¿¡Cómo puedes decirlo tan tranquila!? —estalló Light en aquel instante, interviniendo entre Nadhia y Montblanc—. ¿Qué ocurrirá si te llega a pasar algo? ¿¡De qué sirve salvarle, si a cambio tienes que sacrificarte tú!? ¡Eso no es lo correcto, tiene que haber otra manera!
Con aquella discusión, quedaba claro que la situación comenzaba a salirse de nuestras manos. Mientras Light reclamaba a Nadhia por su decisión, y ésta se defendía como podía, la vida iba abandonando lentamente a Vaan. Era evidente que alguien debía hacer algo al respecto, y pronto, pero llegar a una solución era más que complicado. Imposible, en realidad, si alguien tenía que arriesgar su vida.
Tenía que haber otra manera. Sumergido en mis pensamientos, comencé a buscar un camino diferente.
—Yo he burlado antes a la muerte, ¿verdad? Parte de mis heridas mortales se curaron cuando desperté —apuntó Light, señalando con su dedo el pecho donde antes había tenido una herida fatal, que lo había de hecho llevado a la muerte—. Yo puedo hacer ese pacto en lugar de Nadhia, ¡podré soportarlo! —declaró, convencido de que podía volver a la vida por segunda vez. Complejo de Mesías—. Y de todos modos, si me llegase a pasar algo… ¡Sé que puedo luchar aunque me falte algún sentido o extremidad! ¡Esta es la opción más segura!
>>¡No hay otra manera, debo hacerlo yo…!
Intentando traerlo de vuelta a la realidad, su eidolon se materializó en la sala con una velocidad increíble. Sin hesitar ni un instante, la bestia golpeó con fuerza el rostro de su amo, atontándolo y obligándolo a retroceder. Sorprendido por aquella muestra de subordinación, Light se llevó a la mano hacia su cara y cuestionó:
—¿Por qué... demonios has hecho eso?
—¡Dices todas esas estupideces de prepotente como si te creyeras inmortal e inmune a cualquier cosa! —restregó la criatura, decepcionada por la actitud estúpidamente heroíca de Light—. ¿¡Has pensado en todas las bobadas que acabas de soltar!? Descerebrado...
—Soy un descerebrado, ¿y qué? ¡¡La vida de Nadhia no se trata de ninguna bobada para tu información!!
Y por otro lado, la de Light tampoco.
—Te crees que me conoces perfectamente, pero te equivocas. Tú… no tienes ni idea de nada, ¡tú no sabes absolutamente nada de mí! —con determinación, Light se preparó para un combate, extendiendo su Llave-Espada. El eidolon no reculó ni un poco, dispuesto a defenderse—. Si no queda otra… haré ese pacto, te guste o no.
La tensión era tal que uno podría estar convencido de ser capaz de palparla, incluso. La próxima muerte de Vaan no había traído más que confusión y desesperación a la estancia, y en aquel momento las malas ideas estaban llegando a su límite. No conformes con tener no sólo la vida del pequeño en riesgo, sino también la de Nadhia, habían decidido poner también en riesgo la integridad de los presentes con la posibilidad de una pelea que bien podría volar aquella humilde cabaña en pedazos.
Lo que debía pasar a continuación era elemental: alguien debía detener todo. Poner orden.
Y así sucedió. Si Light o su eidolon, fuese quien fuese, intentaba tomar la delantera y dar el primer golpe, se encontraría con algo atándolo en su sitio. No se trataba de una prisión invisible como las de Orpheus o una cadena física, sino de una inexplicable fuerza que volvía sus miembros demasiado pesados como para moverlos siquiera una pulgada.
Pronto, Light se vio obligado a soltar su arma, cuando ésta comenzó a pesarle mil demonios. Algo que, curiosamente, jamás debía pasar con una Llave-Espada.
Los presentes debieron, en aquel momento, dejar sus ojos volar por la habitación, buscando la fuente de aquella peculiar situación. Las únicas excepciones podían ser, tal vez, el patriarca Montblanc y el hechicero Merlín, quienes potencialmente serían capaces de encontrar al autor de aquella acción con una simple mirada. El resto de los jóvenes y la bestia, sin embargo, tardaron un poco en dar con la causa.
Había una persona que había permanecido en silencio desde hacía ya un rato. Con los ojos cerrados con tranquilidad y una sonrisa divertida en el rostro, descansaba sentado con las piernas cruzadas y el dorso de su mano en la barbilla en uno de los sillones del mago. Despreocupado, dejaba que su cuerpo entero se hundiese en el mullido sofá, mientras entre labios tarareaba una melodía desconocida.
Cuando se dio cuenta que la habitación se había vuelto tranquila de nuevo y que probablemente le estaban observando en aquel momento, Xefil abrió los ojos.
El brillo más carmesí que jamás exhibieron iluminó su rostro, como si una linterna color rubí dejara caer su luz sobre sus facciones. En unos instantes el resplandor disminuyó por completo, dejando atrás sólo un par de iris de color rojo; sin embargo, el efecto dramático ya lo había dado.
—¡Oh! ¿Es mi turno de hablar ahora...? —buscó confirmación el joven, moviendo el pie juguetonamente.
Todos los presentes habían escuchado a Xefil hablar por lo menos una vez. Con la excepción del médico, todos habían terminado por acostumbrarse subconscientemente a la voz y manierismos del joven; de tal manera que, inmediatamente, todos notaron que algo iba mal con el chico.
En primer lugar, estaba la posición de su cuerpo. La manera en la que había cruzado las piernas era, más que elegante, delicada, y no cuadraba con la actitud usual del muchacho. Lo mismo ocurría con la firna en la que descansaba su rostro sobre el dorso de su mano, levemente arqueada, y lo mucho que pegaba los codos a su tronco.
Sumado a eso, estaba el sonido de su voz. Era la misma de siempre, sin duda, pero la modulación había cambiado levemente. El joven había hablado con suavidad y exquisitez, y el tono sonaba inconfundiblemente más agudo.
En general, el cambio de actitud de Xefil podía resumirse en una sencilla palabra: femenino. Muy femenino.
—Ha sido una noche bastante loca, ¿no es así? —continuó de pronto el joven, le hubiesen dado o no confirmación de que sí, sí era su turno de hablar. Mirando al techo y no a sus interlocutores, como restándole importancia a sus palabras, Xefil comenzó a enumerar—: Enamorarse, desafiar al espacio, invocar una criatura del corazón, luchar con una reina y su sirviente, descubrir un pacto prohibido, regresar de la muerte, escapar de una bruja... —conforme enlistaba los episodios de aquella noche, moviendo su mano de un lado a otro, decidía mirar por medio segundo a la persona involucrada, casi como culpándolo por lo sucedido. Su última frase, sin embargo, lo obligó a contemplar al niño que descansaba en la cama, mientras su expresión se volvía sombría y fría como el hielo—: Ver a un niño morir.
>>Han pasado un montón de cosas, ¿no es cierto? Desafortunadamente, damas y caballeros, me temo que no hemos terminado todavía...
Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro del joven, regresándolo a la actitud despreocupada y juguetona con la que se había presentado. Con otro de sus afeminados movimientos, Xefil cambió su pierna de lado y tomó con su mano izquierda el codo derecho, mientras con su diestra señalaba a Light. El movimiento fue breve y suave, pero no por ello menos acusador.
—Bien, ¿por qué no empezamos a poner orden? Light Hikari, el niño que vivió —Xefil se interrumpió y reemplazó su seriedad por un curioso entusiasmo mientras, entre dientes, añadía—: ¡Uh, es un buen título! ¿Crees que esté pillado? Oh, en fin... Tu mascota tiene razón: de esa gran boca tuya no sale más que completo sinsentido. Veo que tienes que jugar siempre al héroe, ¿no? —el joven Xefil dejó salir un bufido de fastidio, levantando uno de los mechones que cubrían su frente— Te prefería cuando tus discursos bonitos eran nada más eso: palabras. En serio, ¿cómo te aguanta Xefil? No me lo explico —el chico soltó una leve risita. Al igual que el resto de sus manierismos, ésta sonó curiosamente femenina. Fue más un trino entre labios, orgulloso y elegante, que una casual carcajada. Pero, en otro cambio radical de expresión, Xefil exhibió luego una expresión fría y orgullosa—. Ya has hecho suficiente hoy, pequeño. No empeores las cosas. ¿No te bastó con destrozar el hotelucho ése con tu eidolon, además de traer a esa supuesta reina y a su perro faldero? (Sin ofender, bonito. Tú eres hermoso, si me lo permites) —añadió al margen, refiriéndose a Gaomon, a la par que le dedicaba una sonrisa y un guiño de su ojo—. Diría que tus participaciones, más que ayudarnos, nos han traído problemas cuya solución finalmente depende de Xefil y Nadhia.
>>Eres minúsculo. Proteger a los que quieres no te excusará por ser débil... sólo te recordará cuán débil eres al final. Detente y deja de hacer el ridículo. Tus padres estarían decepcionados.
Era evidente que Light respondería. Bien podría defenderse o atacar de regreso al joven. De cualquier manera, Xefil respondería con una risita y le sacaría la lengua, como un niño pequeño. Sin darle importancia a sus palabras, el joven añadió:
—Ahora... sé una dulzura y siéntate.
Desde la lejanía, Xefil apuntó a Light con el dedo. O más bien, hizo como si le diese un pequeño golpecito con el índice. Instantáneamente, el joven se sintió más pesado de lo normal. Mucho más pesado. Inevitablemente, terminó por caer al suelo, donde no pudo hacer nada más sino... sentarse.
—Y Nadhia Hoghes, la musa que inspiró a dos dementes esta noche... —continuó Xefil, volviendo a cambiar de pierna y girándose en dirección a la chica mencionada—. Tú lastimaste a alguien en el pasado, ¿no es así? ¿Y ahora debo suponer que esto en lo que te has convertido es tu castigo? —cuestionó. Sin embargo, el rostro se le iluminó con súbita comprensión y se vio obligado a responderse a sí mismo— ¡Oh! Así que por eso no puedes dejar a este pequeño morir... —Xefil rió una vez más—. Es cierto lo que dicen, entonces: cargamos nuestra prisión con nosotros.
Xefil decidió levantarse del sillón en aquel momento. El mueble mágico de Merlín se movió de pronto, pues había estado vivo como casi todo lo demás en aquella casa. Como un animal asustado, el sofá caminó por sí mismo y se escondió en un rincón, donde comenzó a temblar en soledad. ¿Había sostenido a Xefil en contra de su voluntad? Y si era así, ¿por qué... por qué un objeto mágico le tendría miedo al joven?
—¿Crees poder salvar a este niño? —cuestionó el chico, mientras caminaba en dirección al médico Sam y el agonizante Vaan, mientras se acariciaba la barbilla en actitud pensativa (Oh, mira, barba. No había tenido barba antes)—. Sean cuales sean tus pecados, el castigo puede ser más de lo que esperabas. El universo tiene sus propias ideas sobre la justicia, verás...
>>Ese conejo viejo de allí apenas entiende la magia de la que habla. Pero un "apenas" es suficiente para comprender que tu vida está en riesgo, niña. O algo peor.
Montblanc alzó la cabeza ante su mención. Uno diría que se sentía ofendido, pero el patriarca era mucho mejor que eso. Las palabras de Xefil no le molestaban en absoluto, pero sí le resultaban extrañas saliendo de su boca:
—¿Y es usted una experta, kupó? —cuestionó, esbozando media sonrisa.
¿Había dicho... "experta"?
—¡Oh, por supuesto! —se defendió Xefil, llevándose una mano al pecho, fingiendo agravio—. Más que el respetable Merlín, desafortunadamente... Sin ofender.
Los ojos del joven brillaron con intensidad, mientras esbozaba una sonrisa siniestra.
—Aunque he tenido muchos títulos y un nombre en particular... el joven Xefil prefiere llamarme "Némesis" —risueño, el impostor miró en dirección a Light. Sabía que el muchacho había escuchado ese nombre antes—. Pero para muchos otros...
>>...soy la Bruja Eterna.