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Después de pasarse el día recorriendo las calles en busca de empleo, Myxa se sentía alicaída, pues nadie parecía querer dar trabajo a una huérfana, y mucho menos en esos días en los que circulaban extraños rumores de que una persona misteriosa robaba la comida y los alimentos de los establecimientos.
Ya comenzaba a anochecer, casi todo el mundo había echado el cerrojo en sus casas y los que no lo habían hecho, se apresuraban a hacerlo. Todos estaban preocupados por las tantas desapariciones de jóvenes y temían que les ocurriese lo mismo a los suyos. Incluso Soma, su mejor amigo desde que tenía memoria, se comportaba de forma diferente, mucho más receloso y precavido, casi nunca la dejaba sola por las calles y había establecido una hora para llegar a casa en caso de que él no pudiese acompañarla.
Un día como otro cualquiera se diría a simple vista, pero algo había cambiado.
Algo extraño había hoy en la villa, no era lo mismo de siempre. No sabría describir lo que era, pero sentía que algo era diferente aquel día. Siempre había sido muy perceptiva, por alguna razón siempre notaba cuando las cosas iban mal o eran diferentes.
Sabía que si se iba a explorar se metería en muchos líos con su amigo, pero necesitaba saber lo que era, ya se lo explicaría después a Soma, pero necesitaba averiguar la razón de su extraño presentimiento.
Sin pensarlo dos veces, agarró fuertemente su katana, del que nunca se separaba, y puso rumbo hacia la estación de la torre del reloj.