Descent into Madness
(Cheshyre-Catastrophy RMX — Sunshaft)—
Me encanta… ¡Me encanta!Alexander respondió ante el cambio de Xefil con una carcajada. Como un eco en la lejanía, la voz del otro muchacho contestó con el mismo gesto. Y luego, con un tono agudo y alto, como si siempre estuviese a punto de estallar en risas, añadió:
—
¡Me encanta también!Escondido detrás del arco de roca, el joven Xefil hacía lo posible por cubrirse la boca con la mano, en un esfuerzo por aguantarse el deseo de reír o, de no poder hacerlo, de al menos enmudecerlo. Contemplaba desde la lejanía a Alexander mirar con entusiasmo de un lado a otro, perdiendo de vista cada vez a los ecos que el joven se había ocupado de dejar detrás de sí antes de desaparecer.
—
Míralo… —murmuró el joven, asomando medio rostro por el borde de su improvisado escondite—.
Míralomíralomíralo. Está tan desesperado y en su interior resuena una y otra y otra y otra vez. ¿Lo escuchas? Gritando “No más, libertad”. "No más, libertad" —el joven dedicó aquellas enigmáticas palabras al viento, intercambiando miradas y ademanes con alguien que realmente no estaba allí.
En aquel momento desconocía que Alexander lo buscaba con su instinto, guiándose por la luz de su corazón. Pero lo que el joven híbrido se encontró fue mucho más de lo que había estado pidiendo: el joven brillaba como un faro, sí, pero no por su Llave-Espada. De hecho, no se comparaba a nada que Alexander jamás hubiera visto. Era una estrella incandescente a la que era imposible posarle la vista. No brillaba con la fuerza de un corazón ni con la de dos ni con la de tres, humanos o Portadores.
Irradiaba la luz de decenas de ellos, como si fuese una multitud de personas a la vez.
***
—
No te dejes llevar por la brisa.Alcé la mirada del suelo, clavándola en los ojos rubíes de Némesis, claramente confuso ante sus palabras. Tiré de la cadena que, no sabía en qué momento, me había aprisionado de la muñeca diestra, colgando todo mi peso sobre ella. La Bruja volvió a acercarse a mí, acariciándome con aquel gélido tacto. Aparté el rostro, disgustado por su íntimo contacto, pero sus dedos no se separaron de mi mejilla.
—
Ahora mismo está ocurriendo un fenómeno que nos pone a ambos en desventaja —explicó, finalmente retirando sus dedos y recargándose sobre una telaraña de cadenas que había a sus espaldas.
La contemplé en su totalidad una y otra vez, ahora que me era posible hacerlo. Liberada de ya casi la mitad de su prisión, podía finalmente moverse de su sitio, aunque todavía se encontraba en gran parte restringida. Sin embargo, lo que importaba en ese instante era que ya me resultaba posible verla, pues ya no se ocultaba en la oscuridad de mi Descenso.
Sus ojos ya los había visto decenas de veces. Incluso envuelto en penumbras, aquel rojo incandescente brillaba con tal intensidad que era imposible ignorarlo. Eran grandes y expresivos, razón por la cual siempre podía detectar sus sonrisitas burlonas, y poseían también cierto toque atrayente y seductor, como si tuviesen la cualidad de ser hipnóticos.
Los mechones de su cabello los encuadraban como un telón a un escenario. Era de un curioso color, su pelo, a veces de un dorado que destellaba como el oro, pero igualmente podía ser tan pálido que se acercaba a la pureza de la nieve; casi como si llevase un rayo de luna como corona en la cabeza. Una coleta improvisada había sido atada con un listón rojo en el lado izquierdo de su cabeza, y no era más larga que el resto de su cabello, el cual a muy duras penas llegaba hasta sus hombros.
Por otro lado, estaba su fisionomía. Bastaba sólo una mirada para asegurar que, al menos aparentemente, sería sólo unos años menor que yo. Si tuviese que hacer un cálculo, le daría unos diecisiete o dieciocho años. Incluso así, era difícil precisarlo, puesto que todo en su cuerpo había sido delimitado de la manera más precisa y delicada, como si hubiese sido tallada por el mejor escultor en el mármol blanco más fino, y sencillamente no había nada en ella que no pudiese ser considerado exquisito.
Justo como el álter-ego que había visto meses y meses atrás en el Castillo de los Sueños, llevaba puesto un atuendo de sirvienta. Un largo vestido de color rojo adornado con moños y listones alrededor del borde de la falda, la cual llegaba a la altura de las rodillas, y acompañado por unos zapatos de poco tacón y un par de muñequeras del mismo color. Las mangas de éste, cortas y anchas, eran de color blanco, al igual que las largas medias y el cuello del uniforme.
Pero lo que impresionaba más en Némesis eran las dos alas que brotaban de su espalda. Parecían más adornos hechos por ella misma que un par de apéndices, puesto que eran largos y delgadísimos arcos de madera; aunque no tallada, parecía más bien haber crecido de la misma chica. Y con sólo unas pulgadas separándolos, de ellas colgaban decenas de cristales en forma de flecha, teñidos con todos los colores del arcoiris.
No necesitaba explicaciones para comprender que aquellos eran corazones, aprisionados en jaulas de cristal.
—
Me halaga que mi belleza te haya dejado sin palabras, mi príncipe —pronunció juguetona, pasándome sus largas uñas por el cuello. Aprovechando que me hallaba un poco alterado como para razonar de manera apropiada, acercó sus labios a mis oídos y, en un murmullo que me hizo tener escalofríos, añadió—:
Tú también tienes tus propios encantos, Felix.—
Xefil —corregí sin pensar, como si aquello fuese lo que había necesitado para recuperar mi voz. Traviesa, Némesis amplió su sonrisa y volvió a apartarse de mí, apoyándose de nuevo en las cadenas a su espalda.
—
Lo sé —dijo simplemente.
—
Sigues aquí —señalé, refiriéndome al hecho de que, pese a que le había otorgado el permiso de controlar mi cuerpo, no había abandonado el Descenso. Su semblante se tornó serio al escuchar mis palabras y su mirada se clavó en la mía. Seca, respondió:
—
No rompiste suficientes —sacudió las cadenas que todavía sujetaban el lado izquierdo de su cuerpo.
—
¿No te basta? —cuestioné. Ya sabía la respuesta, sin embargo.
—
Dejaste tu cuerpo solo. Tu corazón y mente no conectan con él, y tampoco lo hacen los míos —explicó, mirando hacia la oscuridad que había sobre nosotros, como si allá arriba estuviese el exterior—.
Esto sólo ha pasado dos veces. Y en ambas te dejaste llevar por la brisa, yendo más allá de lo que normalmente alcanzas… —luego bajó la cabeza y miró a sus espaldas, a una oscuridad todavía más profunda—.
Y esas dos veces viste más de lo que deberías. No voy a permitirlo de nuevo.Sabía, sin que ella me lo dijera, que me refería a las hechiceras. Parecía que, si abandonaba mi conciencia, pero la de Némesis no tomaba mi lugar, no quedaba más que…
—
Bastión Hueco —pronuncié—.
Eso fue lo que pasó en Bastión Hueco. Elizabeth.—
Y cuando le contaste esa bonita historia a Bella —completó Némesis, clavándome una mirada fría—.
Marceline.Imitando lo que la Bruja había hecho hacía unos instantes, alcé mis ojos hacia las alturas, esperando ver algo. Una mota de luz o un espejismo, cualquier cosa que me dejase ver lo que estaba sucediendo afuera.
—
¿Qué queda de un cuerpo, cuando éste tiene una mente en coma y un corazón latente? —cuestioné. Una vez más, Némesis respondió con poco entusiasmo:
—
Instinto animal. Sed de sangre. Hambre de pelea.
>>Y… Locura***
Fight the madness
(Majora's Mask: Wrath Remix - Kreepman)—
¡Muéstrame más! Quiero ver todo tu poder. —
¡Uy!Xefil dio un amplio salto en cuanto escuchó la voz de Alexander, pasando por encima del arco de piedra y cayendo de nuevo en el improvisado campo de batalla. Su cuerpo aterrizó sin levantar ni una mota de polvo, y había además surcado el aire ligero como una pluma, algo que antes de su cambio de actitud no había sido posible. El chico ladeó su cabeza de un lado a otro, contemplando a Alexander corriendo en su dirección, pero sin mostrar ninguna muestra de alarma. Más que entusiasmado o divertido como su oponente, él parecía curioso como un niño. Pero había también una pizca de sadismo añadida en la receta que, tal vez Ello no sabía todavía, lo volvía extremadamente peligroso.
Pero sí abrió los ojos con sorpresa cuando el otro joven se fundió en el suelo, disfrazándose entre las sombras. Molesto porque su oponente hiciera trampa, o al menos lo que él consideraba como tal, se quejó mientras apretaba los labios hacia un lado:
—
¡Eso no es justo! —incluso cuando él mismo había estado jugando a las escondidas hacía sólo un momento.
Alexander salió de súbito del mismo suelo que Xefil estaba pisando. El joven dejó salir un gritito, asustado, mientras retrocedía con un salto hacia atrás. Y aunque su oponente logró rasgarle en el lado derecho del vientre, el chico se apartó por lo menos cinco metros con aquella maniobra. Parecía como si no pesara más que un par de gramos.
Detrás de ambos jóvenes había un desnivel de roca en el cual, curiosamente, el Aprendiz de Tierra de Partida se quedó pegado como una mosca, en una posición de cuclillas. Entrecerró los ojos y contempló a Alexander, quien se quedó quieto unos instantes en su sitio.
Y luego mostró una sonrisa de lado a lado.
—
Itsy bitsy araña tejió su telaraña… —comenzó entonces a cantar, mientras se arrastraba a cuatro patas por el muro de un sitio a otro, como si quisiera emular al arácnido—.
Vino la lluvia y se la llevó…Hubo algo que lo detuvo, sin embargo, porque frunció el ceño y clavó su mirada en la lejanía. Luego bajó de la pared de un salto y aterrizó en la misma posición con la que se había pegado a la roca.
—
Excepto que no hay lluvia. ¡Oye! —el chico llamó a Alexander, dando un par de aplausos para llamar su atención—.
Te gusta pensar que eres un dios, ¿no? ¿Puedes hacer llover? ¡Haz llover o…!En un chasquido, Xefil desapareció de la vista de Alexander. Aunque intentase localizarle con su habilidad, sería en vano, porque sólo en una milésima de segundo el chico aparecería frente a él, cayendo con fuerza sobre su pecho. Los pies del joven golpearon las costillas de su oponente, muy probablemente haciéndolo retroceder, mientrasl le clavaba las uñas de ambas manos en las sienes.
—
¡...no podré seguir la canción! —rugió, apretando tan fuerte el cráneo de Alexander que bien pudo hacerlo sangrar.